viernes, 24 de marzo de 2023

Borges, traductor y censor de Virginia Woolf

Orlando, una biografía, escrito por Virginia Woolf en 1927, es una sátira al género de biografías, una crítica social a la sociedad inglesa y al machismo imperante. El protagonista, Orlando, vive por 500 años una vida de aristócrata y diplomático, pero de un día para otro se vuelve una mujer. Mientras a él le parece un fenómeno normal, sufre los prejuicios de género. Borges tradujo el texto nueve años después de ser publicado, pero decidió cambiar frases, pronombres e incluso omitió frases completas.” Esto dice la bajada de la nota publicada por la periodista chilena Lissette Fossa, el pasado 28 de febrero, en el periódico digital Interferencia.

Otra polémica traducción literaria: Cuando Borges tocó el 'Orlando' de Virginia Woolf


Debates y hasta reacciones de otros escritores es lo que ha generado el anuncio de la editorial inglesa Puffin Books (sello infantil de Penguin) de modificar algunas palabras- como “gordo”, “feo” y el género de algunos personajes- en los libros de Ronald Dahl, autor fallecido de clásicos infantiles como Charly y la Fábrica de Chocolates y Matilda, entre otros.

El anuncio generó una gran controversia en Reino Unido, donde muchos se quejaron de que esta acción estaba alterando la intención original del autor, que sería una forma de censura y que eliminar ciertas palabras no cambiará la intención original del autor. Finalmente, la editorial tuvo que recular y anunciar que editará y lanzará al mercado la versión original de los libros de Dahl y la versión con las alteraciones.

La editorial que edita los libros del autor en español, Santillana, salió de inmediato descartar aplicar el mismo criterio y aclaró que mantendrá las traducciones como están.

Sin embargo, no es primera vez que la traducción y los cambios en los procesos de edición de un libro generan controversia.

Ya hace unos días, en redes sociales la booktoker mexicana @nenamounstro recordaba una de las traducciones más polémicas del inglés al español de un escritor que sólo en los últimos años los académicos se han atrevido a criticar: la traducción de Orlando, una biografía de la autora Virginia Woolf, realizada por Jorge Luis Borges.

Y aunque se ha hablado en medios de comunicación de que Dahl sería víctima de una extrema “corrección política” frente a términos que en el tiempo en que fueron escritos no parecían ser ofensivos, lo de Borges pecaría de lo contrario. El estilo conservador y los prejuicios machistas y homofóbicos del autor- propios también de su época-, habrían terminado modificando el sentido de una de las obras más importantes de Woolf.

La traducción de Orlando a Borges fue encargada por la escritora e intelectual Victoria Ocampo y fue realizada por el escritor en 1937, nueve años después de haber sido publicada originalmente.

El libro trata de Orlando y de su vida de más de 500 años, y es una crítica y parodia de la autora a los formatos de biografía, muy de moda por esos años, pero también a la sociedad inglesa y su historia. Al mismo tiempo, la obra fue transgresora por su temática de género y como uno de los títulos que se consideran de las primeras novelas feministas, e incluso, queer, al cuestionar todos los roles de géneros. Esto, porque Orlando no sólo pasa de un país a otro y busca desarrollar su ingenio literario, sino también porque pasa de ser hombre a mujer. Así, naturalmente, un día se despierta siendo una mujer y Orlando no parece impresionado en lo absoluto. Lo que sí lo impacta es que el trato hacia él cambia: ya no tendría derecho a tener propiedad y sus intereses románticos serían cuestionados, así como también su capacidad intelectual.

Woolf dedicó este libro a su amante, la aristocrática poeta Vita Sackville-West, quien habituaba a vestir como hombre y con quien tuvo una intensa relación.

Aunque hay estudios de inicios de los 90 que ya venían realizando esta crítica sobre la traducción de Orlando, quien la desarrolló con profundidad fue la académica Leah Leone, en un ensayo publicado por la revista Variaciones Borges, de la Universidad de Pittsburgh en 2008.

La autora del texto comienza explicando que la traducción de Borges fue esencial para impulsar la escena posterior de escritores latinoamericanos que adoptaron el realismo mágico y la narrativa fantástica. La traducción fue elogiada por años, ya que como el mismo Borges explicaba, llevaba mucho de la pluma de su traductor. Pero la autora afirma que la intención de Woolf de realizar una crítica a la sociedad patriarcal y a los roles de género, queda en segundo plano con la traducción de Borges.

“La popularidad de la traducción de Borges es inquietante ya que al analizar el proyecto se revela la neutralización o hasta el sabotaje, en varios niveles textuales, de precisamente estos elementos del género que han hecho de Orlando un texto fundamental de los estudios feministas y queer”, indica el ensayo.

Leone indica que Borges, por ejemplo, cambió pronombres personales y posesivos que estaban en femenino, para pasarlos al masculino, y que privilegió en el texto un narrador masculino, llegando incluso a omitir frases completas del libro.

“A lo largo de la traducción, hallamos el privilegio de lo masculino, la atenuación de pasajes chocantes y algunos cambios radicales que parecen manifestaciones concretas de la propia opinión de Borges”, comenta Leone.

Son varios los ejemplos de la ensayista: la comparación, en la traducción de las mujeres con los niños y no niñas; los cambios del pronombre “her” (suyo, en femenino), por el masculino ("his"), así también el "she" en inglés, que muchas veces pasa a omitirse o cambiarse por "he" (él, en español; además de omisiones de palabras y frases completas.

“En algunas instancias, las omisiones y cambios que Borges introdujo a la traducción formaron afirmaciones explícitamente contrarias a las de Woolf. Por ejemplo, cuando Orlando quiere deshacerse del Archiduque Enrique, ella divisa un juego con el que le pueda fastidiar. Cuando la aristócrata hace trampa, el Archiduque queda abismado: “To love a woman who cheated at play was, he said, impossible. Here he broke down completely. Happily, he said, recovering slightly, there were no witnesses. She was, after all, only a woman”. Enrique le tiene compasión, el hecho de que Orlando sea sólo una mujer atenúa su decepción. Como es nada más que una niña grande, uno no puede exigir que siga las reglas del juego. Con omitir una sola palabra, Borges cambia radicalmente la fuerza irónica de la concesión del Archiduque: “Imposible, dijo, amar una tramposa. Al llegar ahí se desarmó. Por suerte, dijo, recobrándose un poco, no había testigos. Al fin, ella era una mujer”. Con la traducción de Borges, se entiende que, por ser mujer, no es sorprendente que Orlando hiciera trampa, ya que se presume que todas las mujeres tienden a eso”, explica el ensayo.

Y Whitman
La autora, además, da ejemplos de que estos sesgos que muestra Borges en la traducción de Woolf vuelven a repetirse con respecto a los poemas que tradujo de Walt Whitman, quien escribió varios de sus poemas sobre sus relaciones con hombres. En varios casos, Borges simplemente no tradujo algunos poemas claramente homoeróticos.

“Cuando tradujo el poemario, Borges hizo una selección limitada de los poemas que quería incluir. Del libro Calamus —reconocido por sus poemas dedicados abiertamente al amor homosexual— Borges omite varios poemas de contenido homoerótico, por ejemplo Of the terrible doubt of appearances, City of orgies, We two boys together clinging o To a stranger. Como apunta Balderston, Borges no excluye a When I heard at the close of day (“Cuando supe al declinar el día”), un poema explícitamente homoerótico. Sin embargo, así como en la traducción de Orlando, el traductor se aprovecha de los pronombres sintéticos, esta vez para nunca escribir la palabra yo en asociación con el homoerotismo”, afirma Leone.

La autora concluye que lo mejor para la obra y el lector de Woolf, sería aplicar a la traducción de Borges aclaraciones a pie de página que muestren el texto original o una traducción alternativa, más acotada a una más textual.

En un artículo de Página 12, el medio argentino destacó el análisis de Leone que se hace a la traducción de Borges, relevando el impulso feminista de Woolf en su obra Orlando.

En 2011 los académicos de la Universidad de Córdoba, Guillermo Badenes y Josefina Coisson reafirmaron la crítica de Leone en un artículo titulado ‘Borges y Orlando. La manipulación antes del manipulacionismo’.

“No es extraño que al leer a Borges traductor se lea en muchas ocasiones sólo a Borges. En el caso de su traducción de la novela Orlando, el lector hispanohablante a veces no logra acceder a la autora del original. Por su estilo, por su personalidad, por su persona, se podría afirmar que poco hizo Borges para trasuntar a Woolf. Sus logros son infinitos, como así también el carácter personal que le imprimió a la apropiación de su obra traducida, reescrituras sesgadas por su visión del mundo que lo rodeaba”, consigna el artículo.

“Para que la estandarización no se convierta en la principal manera de silenciar, la traducción debe erigirse como un puente por el cual puedan cruzar nuestras ideas y no como un arma para acallar las propias ideas que debe transmitir”, concluyen en el texto

 

 

 

jueves, 23 de marzo de 2023

La intención es buena, pero Olguín se equivoca

El pasado 11 de marzo, el escritor Sergio Olguín publicó una contratapa en el diario Página 12, de Buenos Aires, donde analiza la centura editorial, apoyándose en casos recientes como los de Roal Dahl e Ian Flemming, entre otros. En su afán por profundizar en este flagelo bien actual, señala varios casos de lo que él considera censura ejercida por los traductores. Acaso en esta página bien escrita hay un error que valdría la pena considerar: no son los traductores los que tienen la última palabra sobre lo que traducen. Quizás habría que tener en cuenta cuál es el papel de los editores y correctores en las intervenciones señaladas por Oguin, ya que, a diferencia de los traductores, nunca firman lo que hacen en los libros traducidos.

 La censura llegó hace rato

Entre mis lecturas de infancia se cuentan muchos libros de Julio Verne, Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, La Iliada, La Odisea, las Mil y una noches, entre muchos otros. Leía sobre todo libros publicados en la Colección Roja de Billiken. Muchos años después descubrí que realmente no había leído esos libros sino versiones resumidas y editadas de esas obras. No solo eran versiones más cortas, sino que también habían perdido en el camino las escenas de sexo (Las mil y una noches), las de violencia explícita (las de Homero), el lenguaje brusco (Mark Twain), etc. Debo reconocer que cuando lo supe me sentí estafado y que al día de hoy me queda un poco de resentimiento en contra de los editores que adaptaban y censuraban a la vez.

Es muy probable que muchos supongan que eso está bien. No hay por qué entregarle a un chico un libro que no se ajuste a la educación que le quieren dar sus padres, que seguramente quieren evitar escenas fuertes. Cuando mis hijos eran pequeños les adelantaba y omitía el comienzo de Buscando a Nemo para que no sufrieran con la muerte de la madre y sus hermanitos. Lo habría seguido haciendo hasta los veinte años, pero aprendieron a manejar el reproductor de DVD mucho antes y me dejaron afuera de las películas que veían o de sus videojuegos (intenté retrasar la llegada del GTA todo lo que pude).

Tal vez por todo esto, no me sorprendió el anuncio de que se iba a “suavizar” la obra de Roald Dahl para mantenerla en el mercado de libros infantiles. Expresiones que no nos preocupaban a nosotros o a nuestros padres hoy resultan molestas, hacen ruido a padres jóvenes. Las reacciones negativas a esta censura vinieron de lectores que analizaban la situación desde la edad adulta: “cómo nos van a censurar a Roald Dahl”. Tal vez si a esas mismas personas les preguntaran qué les dan a leer o ver a sus hijos, sabríamos que en otros casos la censura no les preocupa tanto como creen.

No es mi intención defender los cambios a los libros infantiles de Roald Dahl. Muy por el contrario, me parece una estupidez que se edite a un autor para aggionarlo a la infancia actual. Si a los padres no les gusta cómo escribe Dahl, que no sean perezosos y busquen a otros escritores más acordes con sus intereses. No arruinen la literatura, ni siquiera por una buena causa.

Más preocupante es la ridícula propuesta de quitar referencias que puedan resultar molestas para las almas de cristal contemporáneas en la obra de Ian Fleming, el creador de James Bond. A ver si se entiende: en esas novelas de espionaje, lo que resulta inquietante o disruptivo es alguna expresión de tipo racista, pero no que el protagonista tenga licencia para matar a los enemigos del imperio británico. La propuesta no es que ahora James Bond recurra a la Corte de La Haya para resolver sus problemitas con otros espías, sino que antes de matar no vaya a decirle negro a su víctima. Este mundo de pavos es el que propone la cultura de la corrección. El camino del infierno está lleno de buenas intenciones editoriales.

Las bellas historias de Dahl y las aventuras de muy moderado erotismo del polifacético James Bond, a punto de ser censurada por sus editores, hicieron mucho ruido. Pero sería muy inocente pensar que se trata de dos casos aislados. Vivimos en un mundo en el que la censura es la norma, como en los tiempos de Torquemada y su simpático equipo de inquisidores. Es cierto, antes a los artistas se los sometía a tormentos físicos y se los quemaba, hoy se los acosa por redes sociales, se los cancela, se les quita la posibilidad de seguir mostrando y difundiendo sus obras. Nada más. Indudablemente, hay una mejora en el humanismo de los millennials y centennials con respecto a la sociedad medieval.

En un terreno donde la censura y la sobreprotección del público adulto las hemos asumido y tomado con toda naturalidad es en las traducciones. Entren a una película de Netflix, o de Amazon. No solo les van a avisar si hay escenas de “tabaquismo” para que preparen su espíritu antitabaco, sino que los subtitulados van a cuidar de no ofenderlos. Si un personaje insulta fuerte en su idioma, se van a encontrar con que el subtitulado suaviza sus palabras con un esfuerzo que hubiera emocionado a Miguel Paulino Tato. Las plataformas nos cuidan del lenguaje malsonante.

Pero esto ocurre incluso en la traducción de literatura contemporánea. Tomemos un ejemplo, ente muchos otros posibles: la novela El país de los otros (Le pays des autres), de la franco marroquí LeÏla Slimani (aprovecho y les digo: lean todo lo que puedan de Slimani, una autora joven brillante y muy lúcida). “En cierto modo era como una hija”, dice la narradora sobre un personaje femenino, pero la traductora decide quitar la línea siguiente (ni siquiera la traduce, la hace volar), que simplemente decía “porque la había visto salir de la vagina de la madre” (elle l´avait vue sortir du vagin de sa mère). Por lo visto, la traductora Malika Embarek López nos quiso evitar una imagen tan elocuente. Más adelante, un guía varón delante de un grupo de chicas tiene las manos “cruzadas sobre el bajo vientre”. Habría que discutir hasta donde llega el bajo vientre porque Slimani escribió que tenía las manos “delante de su sexo” (devant son sexe). La traductora podría alivianar la obra de Roald Dahl. Haría bien el trabajo.

Un artículo de Ernesto Hernández Busto en Letras libres cuenta en detalle cómo se suavizaron las expresiones y escenas sexuales de Lolita de Vladimir Nabokov en la traducción de Enrique Pezzoni. El libro y su traducción son clásicos indiscutibles.

¿A quiénes creemos cuidar cuando el mundo editorial o audiovisual hace estos desastres? ¿Por qué pensamos que al público adulto hay que tratarlo como a chicos? ¿Realmente alguien piensa que hay que dejar de pasar canciones que sean agresivas contra algún colectivo o grupo social? ¿Tenemos que dejar de leer libros que cuenten historias que se dan de culo con la corrección política, tanto de derecha como de izquierda?

Lo más grave no es que le cambien las palabras a la obra infantil de Dahl, o se metan con las historias de Fleming. Ellos ya escribieron los libros como quisieron y van a sobrevivir a los intentos de censura. Lo grave es que con esto alimentan (editores y lectores) un mundo de censura previa. Les dicen a los escritores “ojo con lo que escriben, porque les vamos a caer si no comparten nuestro pensamiento”. Nos enojamos por lo de Dahl porque es correcto hacerlo, pero nos callamos cuando los censurados son tipos desagradables, que escriben libros o canciones indefendibles desde el código penal o hacen películas alejadas de nuestra ideología. Y pretendemos entender la cultura desde nuestra mirada, que consideramos siempre la correcta. Los escritores tienen el desafío de volar más alto que el dedo acusador de las redes sociales y del temor de los editores. Pero el lector/espectador tiene un desafío más difícil: dejar de ser parte de la trama censora.


miércoles, 22 de marzo de 2023

Corrección política: el turno de Enid Blyton

“La autora de títulos infantiles, fallecida en 1968, se ha visto inmersa en medio de una nueva polémica; su obra ya había sido sometida a revisión en el 2021 con el fin de borrar contenidos considerados racistas y hasta xenófobos de sus cuentos.” Esto dice la bajada de la nota publicada sin firma en InfoBAE Leamos el pasado 28 de febrero. Otra víctima más de la cruzada moralizadora de los países que poco hacen para evitar el cambio climático, fabrican armas y hambrean al resto del mundo.

 Enid Blyton, otro blanco de la corrección política y cómo fue reeditada para evitar contenido ofensivo

La obra de la escritora británica Enid Blyton (1897-1968) ha sido objeto de la misma sentencia que su compatriota, el novelista Roald Dahl, foco de pesquisas en busca de contenido sensible o lenguaje que pudiera ofender o vulnerar. La autora, considerada una de las grandes figuras de la literatura infantil, gracias a series de libros como Noddy, Los Cinco, Misterio o Torres de Malory, ahora es revisada y evaluada según las nuevas reglas de la corrección.

 

Blyton publicó más de 700 libros, los cuales han resistido el paso del tiempo, pero que ahora están siendo revisados para evitar expresiones ofensivas. La decisión de evaluar la obra de la escritora se anunció tan solo una semana después de que la obra del creador de Charlie y la fábrica de chocolate sufriera cambios, como el de los Oompa Loompas, que ahora son descritos como “personas pequeñas” en lugar de “hombres pequeños”.

 

Las obras de Dahl fueron revisadas por el colectivo Inclusive Minds para evitar expresiones racistas e introducir referencias feministas. Ahora, Daily Mail ha informado que las obras de Blyton están también en revisión y han sido eliminadas palabras como “queer”, como sinónimo de raro, pero que en el inglés moderno también los es de homosexual; “gay”, cuyo significado arcaico era alegre, o el adjetivo “brown”, para describir una persona de piel oscura.

 

A lo largo de su obra, Enid Blyton incluyó referencias a los azotes y castigos corporales a niños, conductas comunes en la Gran Bretaña de la época que le tocó vivir, pero que no corresponden con el acontecer histórico actual, por lo que dicha acción se cambió con conceptos como “tener charlas”. Así mismo, se han eliminado descripciones físicas como “morena” y “gorda”, y expresiones como “trabajar como una esclava” por “trabajar duro”.

 

Esta no es la primera vez que surgen cuestionamientos a la obra de Blyton, realidades de racismo, homofobia, machismo y xenofobia han impregnado sus ideas y pensamientos a lo largo de su obra. En 2021, la obra de Blyton durante una revisión a cargo de la organización benéfica The English Heritage, fue señalada de incluir lenguaje poco adecuado en un tiempo sensible para la sociedad, ya que en ese momento se desató el movimiento Black Lives Matter.


Enid Blyton nació el 11 de agosto de 1897 en East Dulwich (Londres), fue creadora de historias en las que niños buscaban aventuras en los paisajes ingleses. Relatos en que se hacen evidentes los arquetipos, con los que la escritora construyó gran parte de sus personajes, descripciones y prejuicios sobre características en las que los villanos de sus relatos siempre eran extranjeros o de color.


Con poco más de 600 millones de copias vendidas, Enid Blyton logró establecer un imperio en la literatura infantil que la colocó al lado de escritores sinónimo de superventas como William Shakespeare, Agatha Christie o Barbara Cartland. La escritora infantil siempre se ha mantenido en el ojo del huracán, en 1989 Imogen Pollok, su hija, publicó A Childhood at Green Hedges, un texto que no dejaba bien parada a Blyton como madre.

 

En este libro, Pollok, expuso a su madre como un ser lleno de arrogancia, pretensiosa y con carencia de sentido maternal, una mujer ensimismada en su propia fama. Su hija con esta obra no solo buscó evidenciar sus problemas de crianza, sino también desenmarañar los traumas de su progenitora, y ahondar en el propio trauma de Enid ante el abandono que sufrió de parte de su padre.

 

Blyton público de 1930 a 1960 un poco más de 700 obras hechas para un público infantil, dichos escritos fueron traducidos a 40 idiomas, la británica consiguió el éxito. Algo que llamó mucho la atención era la rápida producción de contenidos, en una ocasión fue acusada incluso de contar con el apoyo de escritores fantasma, encargados de darle cuerpo a los libros que ella más tarde firmaría, un hecho que jamás pudo ser corroborado.

martes, 21 de marzo de 2023

Supongamos que se llaman Aulicino y Hax

La siguiente reflexión de Jorge Aulicino hace a la esencia de la traducción. Su continua presencia en discusiones pone en juego justamente lo más difícil e importante de traducir de una lengua a otra: no las palabras, sino la cultura.

En una tarde de invierno

En un bar de Corrientes y Billinghurst que de noche era tanguería, Andrés Hax o yo mencionamos la primera línea de Moby Dick, de Herman Melville, y las delicias del enmascaramiento.

Hax fue uno de los mejores redactores de la revista Ñ, suplemento de Cultura del diario Clarín, de Buenos Aires. Cuando me fui de allí, primó un criterio al parecer opuesto al que expongo y sostengo, y lo echaron. Hax nació en Boston, es hijo de expatriados chilenos. Se educó bilingüe y tiene una gran formación literaria y también tecnológica.

Era una tarde de invierno y lo único que faltaba a aquella agradable reunión era tabaco. Pero hacía frío como para salir a fumar. Estábamos hablando de la zona gris de la sociedad en que se refugian los literatos de verdad, la comparamos con la de los contrabandistas o los espías que parecen vivir como hombres comunes, y recordamos que Ted Hughes se había preguntado si era más raro el poeta Wyndham Lewis, que posaba de vanguardista, o T.S. Eliot, a quien definió como "un chamán disfrazado de banquero". En ese contexto surgió el recuerdo de la primera frase de Moby Dick, que se menciona siempre como uno de "los mejores comienzos de novela", por razones seguramente distintas a las que pensamos con Hax. Yo le dije que el argentino Enrique Pezzoni había traducido el famoso "Call me Ishmael" como "Supongamos que me llamo Ismael" y que para mí esa era la mejor traducción. Recordaba mal: en las dos versiones que leí de la novela, el que usa "Supongamos que..." es Julio Acerete (Bruguera, 1967). Pezzoni tradujo de modo parecido pero no logró en mí el mismo efecto: "Pueden ustedes llamarme Ismael" (Sudamericana, 1970). El resto de las traducciones españolas que vi por ahí opta por la literalidad: "Llamadme Ismael". Convengamos que la simple omisión del modo natural en que se presentan las personas -"Soy Fulano de Tal" o bien "Me llamo Fulano de Tal"- crea ambigüedad en quien escucha la frase en imperativo. Hax me explicó: "En los Estados Unidos si estás a la noche en la barra de un bar y un tipo que te pregunta cómo te llamás, respondés 'decime Tal', significando: 'No quiero tener intimidad con vos, pero te voy a contar mi vida entera'. Es una mezcla entre distancia e intimidad que se da entre los gringos al beber de noche en el bar, aunque no es el contexto de la novela." De esta manera, Acerete hizo evidente lo que estaba sugerido, y Pezzoni mantiene la ambigüedad con su "pueden ustedes", que significa tanto "les doy esa confianza" cuanto, precisamente, "llámenme así" –call me-.

Todo esto viene a cuento de que leo recién ahora una nota de Magí Camps publicada en La Vanguardia el 21 de diciembre de 2020 en la que, después de afirmar que "los traductores no se acaban de poner de acuerdo" sobre este tema, y de recordar en qué consiste la frase y cuál es su intriga, escribe el siguiente párrafo:

Hace unos años saltó la polémica cuando el escritor argentino César Aira afirmó que había que traducir esa frase por “Podéis tutearme”. Lo recordaba el traductor y escritor Javier Calvo, autor del ensayo El fantasma en el libro: la vida en un mundo de traducciones (Seix Barral, 2016). Aira, también traductor, defiende esa opción porque, efectivamente, mientras que en nuestra lengua pedimos que nos traten de tú, en inglés, que no tiene el tuteo, lo resuelven pidiendo que los llamen por su nombre de pila, y no por el apellido precedido del tratamiento de señora o señor.

En mi opinión, Aira debería probar que eso forma parte de una convención sancionada entre gente de habla inglesa. No es así, supongo. Si alguien quiere que lo llamen por su nombre dice: "Soy Maggie", "Soy Julie", "Soy Peggy". No hace falta el "call me". Dicho esto sin conocer las cavernas del inglés, me atengo a que el sentido del comienzo de Moby Dick puede haberse aggiornado en los bares de Manhattan y de Boston, incluso de Oklahoma, en el sentido que me señaló Hax. Y que, aunque le pese a Aira, ese sabor a antiguo a prólogo de una historia personal contada a un desconocido seguirá primando. Incluso en las versiones literales.

Y no entramos en el debate acerca de si un traductor debe interpretar o no, ser “fiel” o pretender ir más allá cuando se encuentra en apuros, porque tanto Acerete cuanto Pezzoni y los diversos traductores que se atuvieron a la letra obtienen los mismos resultados en este caso. Quizá un poco más acentuado en la versión de Acerete que me sigue fascinando. Porque es la de mi juventud, qué joder.

lunes, 20 de marzo de 2023

"La vergüenza se ha convertido en un motor de la ética"

La idea de la cancelación cultural, se ha visto, está a la orden del día. Se presenta en todos los campos posibles y, de hecho, también en el de la traducción. Por eso, parece oportuno abundar al respecto. El pasado 29 de enero.con firma de Daniel Pardo, BBC Mundo publicó una entrevista con Richard Firth-Godbehere (foto), “historiador de las emociones”, a propósito de la cancelación cultural. Se reproduce a continuación.

Estamos en un momento de cambio radical en nuestras emociones, similar al que generó el descubrimiento de América

Vivimos un momento emocionalmente sensible. Pandemia, cambio climático, polarización política, guerras. Este parece un mundo cada menos soportable.

Pero no es la primera vez que ocurre, dice Richard Firth-Godbehere, historiador inglés y autor de Homo Emoticus, una historia de las emociones publicada en español el año pasado por el sello Salamandra de la editorial Penguin Random House.

Firth-Godbehere, quien heredó su apellido de antepasados vikingos en Escocia, repasa en su libro la manera como cada cultura, desde los griegos hasta la actualidad, pensó las emociones en busca de una vida más satisfactoria.

Y ahora, ante la tensión que parece inundar el estado de ánimo global, cree que es buen momento para aprender de nuestros antepasados.

Antes de su charla en el Hay Festival de Cartagena, hablamos con Firth-Godbehere sobre las emociones que caracterizaron a nuestros antepasados, y cómo entenderlas nos puede ayudar a abordar este presente convulso.

–En el libro reportas que una de las emociones principales de los griegos era el virtuosismo. ¿Crees que es un pensamiento que sirve para hoy?
–Hay muchas cosas de la historia que nos hablan del presente. A veces creemos que una nueva terapia es nueva porque le pusieron un nombre distinto que suena científico, cuando en realidad hace mucho tiempo existe el método. Encontrarle sentido a la vida a través de un esquema de valores virtuoso, es decir, significativo, altruista, genuino, es lo que dijeron los griegos hace siglos. Terapias como la cognitivo-conductual o la racional emotiva conductual, por ejemplo, son básicamente principios del estoicismo, una filosofía griega. Y mucho de lo que se recomienda para, digamos, el trabajo de oficina se puede remontar a la retórica de Aristóteles.

–¿Por qué crees que es adecuada en especial para el mundo actual?
–Porque vivimos en una era en la que nos gusta poner las cosas en cajitas. Siempre lo hemos hecho, por supuesto, porque el cerebro es una máquina busca-patrones. Pero en este momento, más que en cualquier otro, estamos muy preocupados en encontrarle sentido a las cosas. Estamos más conectados y más solitarios que nunca y encontrar un sentido en el presente, en la racionalidad, en el pensar más allá de lo material, nos puede ayudar a lidiar con eso.

–¿Qué es lo que podemos aprender de los griegos?
–A no ser reactivos. A que cuando se te ocurra algo que decir, pienses. Es el vínculo entre el pensamiento y la razón que tanto analizaron los griegos. Cuando surge una emoción, piensa cuán importante o útil puede ser, qué reacciones puede generar y si puede ser dañina o no.Otra cosa es entender que las emociones no son buenas o malas, sino que dependen del uso que se les dé. El miedo, por ejemplo, te puede ayudar a no caerte. El amor, en cambio, puede desencadenar desde un homicidio hasta una obsesión

–¿Crees que la sociedad actual está marcada por la polarización y el pensamiento radical?
–Cada vez que surge una nueva forma de esparcir el lenguaje, la polarización se pronuncia y toma un tiempo en bajar de tono. Si vamos al tiempo posterior al surgimiento de la imprenta, el nivel de tensión era enorme. Fue de ahí que se dieron todas las guerras religiosas en Europa tras la reforma protestante y que duraron más de un siglo. La comunicación se hace más rápida y más efectiva y las respuestas a ella, quizá, más contenciosas.Con el internet ha pasado más o menos lo mismo. Con la diferencia de que el tiempo que se tarda un mensaje en darse es de milisegundos.

–La emocionalidad de la actualidad parece ser radical, contestataria. ¿Crees que pueda cambiar?
–Estoy seguro de que eventualmente vamos a calmarnos y dejar a un lado la polarización radical. Después de la imprenta y las guerras religiosas llegó la Ilustración y alguien, bueno, un puñado de filósofos, que dijo: 'Oigan, calmémonos un poco y pensemos en los que estamos construyendo'. Ahora habrá también una ilustración digital en la que surjan nuevos códigos morales, nuevas formas de hacer las cosas, incluso un nuevo sistema político.Así surgió la democracia, nada menos, tras la Ilustración.

–Otra cosa de la actualidad, que tiene un arraigo histórico en Occidente según tu libro, es la idea de la vergüenza o de avergonzar al otro.
–Sí, la vergüenza se ha convertido en un motor de ética que controla lo que puedes decir y hacer. Y el origen está en el cristianismo, que es una de las bases de la cultura occidental. La vergüenza es una moneda con dos caras. Una cosa es avergonzarte si actúas por fuera de lo que es considerado bien moralmente, que es lo que es la cultura woke de cancelar al otro, y es lo que hacían en la Edad Media. La otra es sentirse avergonzado por hacer algo que no está permitido. Ambas tienen lados positivos y negativos. Lo importante es ver para qué se usa o por qué sentimos la vergüenza. La vergüenza puede destruir así como construir. Puede alienar a alguien así como bajarle el tono a una polémica. La vergüenza es hija del honor. Y la cultura del honor está muy en el origen de la cultura de Occidente. Empezando por la manera como te dictaban la pena de muerte, que era distinta para los pobres, a quienes colgaban con una soga vieja y sucia, y para los ricos, a quienes mataban con una espada del mejor acero.

–Eso va de la mano de emociones como el pecado y el perdón, que están muy presentes en la cultura latinoamericana. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de darles tanta importante a estas emociones?
–El perdón puede justificar cualquier cosa, una idea de que 'puedo hacer lo que quiera porque eventualmente puedo pedir perdón, acepto el sacrificio y me van a perdonar'. Hay quienes explican la relación de Latinoamérica con la violencia con ese argumento sobre el perdón. Es un análisis complicado. Pero te puedo decir que, en Las Cruzadas, por ejemplo, parte de la matanza que hicieron los cristianos de musulmanes tenía que ver con la idea de que era en nombre de Dios y no iban a pasar por el purgatorio.

–Pero, ¿acaso otras culturas no le dan esa importancia al perdón?
–No tanto, no. En culturas protestantes como en la que yo vivo, o en Estados Unidos, toda gira en torno al castigo. El espacio para rehabilitación no es tan grande. Si te pillan haciendo algo considerado malo, vas a la cárcel y eres castigado. Incluso la razón por la cual la gente comete crímenes en estas culturas no es religiosa, sino utilitaria, capitalista, material, mientras que en otras culturas más influenciadas por el cristianismo los crímenes suelen justificarse por una razón espiritual.

–También hablas del concepto de deshumanización como fuente de diferentes conflictos. ¿Lo puedes explicar?
–El peor ejemplo de deshumanización fue el Holocausto, porque activamente proyectaban películas y propaganda mostrando a los judíos como ratas. Les quitaban la faceta humana. La deshumanización del otro justifica aniquilarlo, o no tenerlo en cuenta como parte de la sociedad. Es muy peligroso.

–¿De dónde surge?
–Hay un contenido genético en el tema, porque las especies parten del lugar de que son distintas a la otra, y que todo aquel que no sea como nosotros debe ser tratado distinto, por no decir que eliminado.

–¿Se te ocurre alguna solución para la deshumanización?
–La única forma de superarlo, así suene a cliché, es hablando y desarrollando empatía, dándose cuenta de que a pesar de que tenemos una pigmentación distinta, por ejemplo, somos seres vivos que necesitan vivir juntos. A veces olvidamos que los problemas se solucionan hablando y entendiendo. Somos muy buenos para tirarnos piedras entre nosotros, pero no para sentarnos a hablar.

–Otra de las emociones que analizas es la depresión. ¿Crees que estamos más deprimidos que en otros momentos?
–Estamos en el momento en el que más gente reporta tener depresión, pero también es porque nunca antes la gente fue tan abierta ante el tema como ahora. De ahí la sensación de que estamos más estresados que nunca. Es verdad que estamos en un momento sensible. Algunos lo relacionan a la velocidad que introdujo el internet, pero lo cierto es que el auge de la terapia emocional es anterior a eso. También están los cambios en el ámbito del trabajo, la caída de los salarios y la ausencia de mejoras en la calidad de vida por décadas. Y está la pandemia, algo que hizo solitaria a una especie que es, inherentemente, social. Pero, en todo caso, no es la primera vez que ocurre. Piensa, por ejemplo, en el descubrimiento de América. Es como si llegáramos a Marte y encontráramos una ciudad. Todo cambió: la mitad del mundo cambió literalmente. Y eso tuvo un impacto enorme en la emocionalidad social Yo creo que estamos en un momento de cambio radical en nuestras emociones, similar al que generó el descubrimiento de América.

–¿Y cómo se relaciona este momento con los anteriores?
–Quizá en este punto me pongo un poco marxista, pero la cosa es así: cada vez que hay un cambio importante en las formas de producción, hay un momento posterior en el que la gente se estresa, se enfurece, y genera cambios. Antes fue la imprenta, luego la Revolución Industrial y ahora la revolución digital. Pero después, y qué bueno que ahora tenemos la herramienta de la terapia, habrá un momento en el que bajemos la guardia. Durante la historia cada momento de histeria ha sido sucedido de un momento de reflexión y calma. No habría habido Ilustración sin Revolución Industrial. Eventualmente vamos a salir de este momento de histeria colectiva.

–¿Qué crees que nos lleve a calmarnos?
–Tengo la sospecha de que el cambio climático nos va a obligar a calmarnos y pensar para dónde vamos como sociedad.

–También hablas de las emociones en la inteligencia artificial. ¿Crees que estamos ante un escenario distópico?
–Sí y no. Creo que la intención de que las maquinas entiendan las emociones puede sacrificar muchas libertades individuales, sobre todo a través de la identificación facial. Pero, a su vez, creo que estas tecnologías que intentan codificar las emociones no son tan eficientes. Por mucho tiempo se habló de los detectores de mentiras como la panacea y luego nos dimos cuenta de que en realidad no eran tan precisos. Y la identificación facial, que es la manera como las máquinas pueden percibir nuestras emociones, va a necesitar muchos más procesos y poder y trabajo para llegar a ese escenario distópico en el que gobernantes y empresas pueden saber exactamente qué siente la gente. Pero además no todo es malo: por ejemplo, la inteligencia artificial puede ayudar a que la gente acuda al psicólogo o al doctor de manera ágil, sin intermediarios.

viernes, 17 de marzo de 2023

Nótese que el cerebro está fuera del logo de la RAE

Hace más de una década que existe una pelea en sordina a propósito de una de las decisiones más arbitrarias tomadas por ese grupo de papanatas nucleado alrededor de una institución española que se arroga el derecho de dictaminar sobre la lengua que hablan más de cuatrocientos millones de personas. Por eso, la noticia se hizo presente en muchos medios del universo del castellano: la Real Academia daba marcha atrás respecto de la eliminación del acento diacrítico en el adverbio “sólo”. Bueno, no es así. Según puede leerse en la breve nota de Armando G. Tejeda, publicada el pasado 4 de marzo en el periódico La Jornada, de México, alguien leyó mal.

Se enciende el debate en la RAE en torno al acento en “sólo”

Madrid. Hace 13 años, después de un largo e intenso debate en el seno de las Academias de la Lengua, se decidió eliminar el acento en el adverbio sólo y en los pronombres demostrativos, como este, ese o aquel. Pero ahora, tras una larga sesión en el seno de la Real Academia de la Lengua (RAE), se reanudó un debate que en realidad no ha desaparecido del todo y que tiene enfrentados a dos bloques, el de los escritores y el de los lingüistas.

La decisión fue redactar la norma para hacerla más clara y permitir, como ya viene haciendo desde hace unos años, que se utilice el acento en estas palabras siempre y cuando esté justificado. Pero académicos como Arturo Pérez Reverte negaron esta versión y acusaron a la RAE de dar información sesgada e inexacta.

Un despacho de la agencia Efe al borde de la medianoche de ayer provocó cierta confusión, ya que daba por hecho que la RAE había decidido devolver el acento a la palabra sólo y a los pronombres demostrativos, como habían estado defendiendo todos estos años numerosos escritores y periodistas frente a las reticencias de los lingüistas y semiólogos más ortodoxos.

El debate sobre el acento en estas palabras no se resolvió con la norma que lo eliminó del todo hace 13 años. Escritores y periodistas de habla hispana, como el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el recientemente fallecido Javier Marías y el poeta Pere Gimferrer decidieron no acatar la norma y seguir escribiendo esas palabras con su acento.

A la espera de que se haga pública la versión definitiva del cambio de redacción en la norma que hace alusión a esos vocablos, desde el departamento de comunicación de la RAE explicaron que lo que realmente se resolvió en la sesión del pasado jueves no fue la anulación de la norma anterior para devolver el acento a las palabras, sino simplemente un cambio en la redacción para eliminar ambigüedades y permitir la utilización del acento en caso de que no haya claridad, pero que la obligación de utilizar esas palabras sin acento sigue vigente.

jueves, 16 de marzo de 2023

Persistencia e ingenio en la edición de poesía

En el siguiente artículo, publicado por la Jornada Semanal, de México, el pasado 19 de febrero, el poeta, editor y gestor cultural José María Espinasa se ocupa de los modos de supervivencia de las editoriales independientes mexicanas, consagradas a la publicación de poesía y en los nuevos recursos que pone a disposición de poetas y lectores la era digital. Según la bajada, “En defensa de la labor que llevan a cabo las llamadas editoriales independientes de poesía, este artículo hace el encomiol pasado de algunas de ellas, sobrevivientes de la pandemia y de los rigores de una industria editorial despiadada (incluyendo las librerías), convencidas de la importancia de la difusión de la poesía, aunque, se afirma aquí, poco a poco la ‘buena poesía se vuelve un asunto secreto’”.

Edición y poesía: contra la dictadura de lo numeroso

Hace unos treinta años los proyectos editoriales independientes decidieron hacer una apuesta peculiar: no ser efímeros. Con muy distintos proyectos, capacidades y presupuestos El Tucán de Virginia, Verdehalago, Colibrí, Trilce, Ediciones Sin Nombre, Aldus, El Milagro y La Otra, vivieron a principios del siglo XXI un buen momento, pero muy pocos, a pesar de su calidad, aunque algunos siguen vivos y activos, consiguieron escapar a esa condición de fragilidad. El gran problema: la actitud de distribuidores y librerías. En ese camino algunos nuevos sellos como Almadía, Vaso Roto y Sexto Piso consiguieron, ellos sí, dejar ese espacio semioculto de los editores independientes.

Sin embargo, no dejaron de existir otros proyectos que revindicaban una actitud no sólo de resistencia, sino que incluso afirmaban como propias sus características marginales y secretas, efímeras y subterráneas. Ahora hay una nueva cosecha de estas propuestas ligadas a una actitud admirable: difundir notables autores que están lejos de ese universo de los dos o tres mil ejemplares. Para ello han aprovechado las nuevas tecnologías incorporando también aspectos artesanales y de diseño muy elaborado. Son muchas y notables y a veces muy logradas (entre las recientes pienso en Bonobos o en La Diéresis); en esta nota quiero dejar constancia de algo en la misma dirección, pero distinto en algunos pequeños pero importantes detalles.

El poeta Julio Eutiquio Sarabia, durante mucho tiempo editor de la revista Crítica de la Universidad de Puebla, me envía dos libros suyos recientes, de los que me ocuparé en otro momento, pero que me llevan a estas reflexiones. Uno de ellos está editado por Monte Carmelo, el heroico y maravilloso sello que, desde Comalcalco, Tabasco, sigue entregando de vez en cuando títulos notables. Allí han publicado poetas ya reconocidos como Juan Gelman, Hugo Mujica, Francisco Hernández, David Huerta, Marco Antonio Campos, Jorge Esquinca, María Baranda y Eduardo Milán, además de los libros de su director y fundador, Francisco Magaña. Libros de gran belleza y un exigente catálogo que manejo de memoria pues creo que no tiene página web (o no la encuentro). Su regreso de la pandemia llama la atención: tres libros excepcionales: Salmos, de Francisco Segovia, La isla, de Silvia Eugenia Castilleros, y Julio Eutiquio Sarabia con Don de la oblicuidad. Monte Carmelo, pues, regresa a escena con un reparto notable. Están celebrando con ellos veinticinco años de existencia.

El otro libro que me envía Julio Eutiquio esta publicado por Manosanta, editorial de Guadalajara, animada por Jorge Esquinca, Emmanuel Carballo y Luis Fernando Ortega, tres editores de probada eficacia y gusto, que llevan casi cuarenta años en el asunto, y el primero un notable poeta. El libro se llama Como una piedra roja en la ventana. Todos los mencionados, editores y autores, pertenecen a una misma generación, nacidos entre 1955 y 1965. He de confesar que de Manosanta no tenía noticia, aunque tiene ya casi diez años de existencia y, como sí tiene página web para paliar mi ignorancia, me sorprende su labor. Su propuesta: tirajes de cien ejemplares en papel y los pdf a disposición en la red. Dicen que el riego por goteo ha vuelto zonas desérticas un paraíso. Ojalá que algo así pasara en poesía y que los lectores buscaran estos libros –son difíciles de encontrar en librería, tal vez sólo en Profética, en la ciudad de Puebla, la mejor librería del país, si va la Angelópolis no deje de visitarla– y terminaran volviéndose títulos conocidos.

Otro poeta de esa generación, Alfonso D’Aquino, también anima un proyecto similar –bajo tiraje y disponibilidad digital– llamado Odradek, que ha publicado entre otros títulos Mi osadía, mi osamenta, de Víctor Hugo Piña Williams, también contemporáneo suyo. ¿Es ya una tendencia? ¿Los poetas de los setenta deciden editar, como querría Michaux, en tirajes adecuados a la lectura de poesía en nuestro tiempo?

La dificultad de encontrar los ejemplares en papel en las librerías parece resuelta con la disponibilidad digital y a quienes les interese tenerlos en físico tendrán que ir en su búsqueda y convertirse en coleccionistas. Hace unos años, cuando apareció 359 Delicados (con filtro): antología de la poesía actual en México, los poetas-antólogos Carlos López Beltrán y Pedro Serrano hicieron ver la dificultad de leer la poesía mexicana actual; sus libros no están en librerías y tampoco en bibliotecas, sino dispersos en la nueva oralidad que son las redes digitales y las ediciones de bajo tiraje. El fenómeno se traduce en otro síntoma: al poco tiempo de su aparición la edición en papel se agota para la venta y se vuelve muy cara por su escasez. La buena poesía se vuelve un asunto secreto.

Habría que pensar en una publicación digital que hiciera circular esa información para que ese secreto, siendo secreto, sea compartido por un grupo, no necesariamente una secta. Hubo épocas –hace más o menos un siglo– en que una edición pequeña podía sin embargo volver al poeta conocido en distintas latitudes. Hoy se supone que eso lo resuelve la red y no es así. Que poetas reconocidos y premiados no sólo publiquen en ediciones de (muy) baja circulación, sino que además impulsen proyectos editoriales que suponemos les dan una gran satisfacción, pues desde luego dividendos económicos no, es una –otra– señal del sentido que tiene la poesía como resistencia a ese dominio de lo numeroso que acaba por tener un costo más allá de lo cultural.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Matías Battistón fue y dijo

Daniela Sías y Magalí Sequera entrevistaron a Matías Battistón para la Revista Pasajes. El resultado es la charla que se ofrece a continuación.



“La traducción es un plagio autorizado”

Matías Battistón no sabe muy bien cómo llegó a la traducción. Sin embargo, ya tradujo entre otros a Samuel Beckett, John Cage, Édouard Levé, Roland Barthes, Fernando Pessoa, Gertrude Stein y Ed Wood, y fue becado para realizar proyectos en Irlanda, Francia y Suiza. “Supongo que me atrajo la idea de poder abordar la literatura, la escritura, desde un sesgo menos evidente”, contó en la charla que mantuvo con Revista Pasajes.

“Estudié traducción en la universidad, y pasé un par de años en una agencia traduciendo consentimientos informados, patentes de anticonceptivos, permisos de importación de comida para peces, manuales de cortadoras de césped… Uno se imaginaría que así aprendí mucho de todo, pero no. Después de un tiempo, empecé a tirar proyectos para editoriales. Cuando pude establecer un vínculo con algunos editores, ahí solté la agencia y empecé a trabajar de lleno como traductor literario”, agregó.

–¿Te dedicás exclusivamente a la traducción?

–Obtengo la mayor parte de mis ingresos de la traducción, pero también enseño en universidades, doy talleres, en fin, las típicas aristas del rebusque.

 ¿Cómo es vivir de la traducción en Argentina?

–Se vive a duras penas. Las tarifas siempre están por debajo de lo que uno quisiera, porque incluso cuando se logra negociar algo aceptable, el margen se lo come la inflación argentina, por no hablar de la inflación del trabajo en sí, que siempre termina consumiendo muchísimo más tiempo que el que uno imaginó, incluso en sus predicciones más pesimistas. Pero todo nuevo adelanto y todo nuevo proyecto generan otra vez el espejismo del oficio factible.

 ¿Eso hace que te hayas planteado abandonar la profesión?

–Sí, desde luego, pero siempre me planteo abandonar absolutamente todo lo que empiezo. Así que no es extraordinario. Además, tiene su costado adictivo. Quizás es una relación tóxica la que tengo con la traducción: no la puedo soltar.

¿Cuál es tu margen de elección de tus proyectos de traducción? Comentaste que propusiste proyectos a editoriales: ¿cómo es ese proceso?

–Tengo buena relación con los editores con los que trabajo, y a varios de ellos me acerqué como alguien que proponía proyectos. Y eso se mantuvo. Hice en algún momento un conteo para ver cuál era el porcentaje de libros que había traducido por elección propia (en el sentido de que yo los había elegido) y cuáles eran encargos que había aceptado. Obviamente ya me olvidé del porcentaje que saqué. Pero no era tan dispar. Por ejemplo, para Interzona compilé muchos libros en Zona de Tesoros, una colección de clásicos rescatados o nunca antes traducidos, para la que suelo recomendar autores o títulos. Son volúmenes que prologo y armo tratando de encontrar, en lo posible, un ángulo por donde se infiltre algo nuevo en una obra ya supuestamente conocida. A la gente de Ediciones Godot les propuse un libro que yo había descubierto, por así decirlo, leyendo los diarios de Virginia Woolf. Ella en un momento planteó el deseo de escribir un libro de mujeres excéntricas, y barajó varios nombres, varias candidatas. Yo sabía que era un libro que no se había publicado ni escrito nunca como tal, pero me dio curiosidad, y empecé a buscar si existían textos de Woolf sobre estas mujeres. Y vi que, en efecto, había escrito artículos, ensayos, reseñas, que eran siempre como pequeños retratos, y que era posible hacer un libro con eso, más o menos orgánico, junto con otros textos suyos sobre el mismo tema. Le planteé esto a los editores de Godot y me dijeron enseguida que avanzara, y así se armó Las excéntricas, que salió este año. Con Stendhal hice algo parecido con La risa, por ejemplo, un librito donde reconstruyo una obra que durante mucho tiempo él proyectó sobre el humor, y de la que dejó varios rastros. Este tipo de trabajo es más fácil con obras en derecho público, claro, porque hay más libertad de acción: no hace falta el aval de ningún autor, ningún agente ni ningún heredero. Uno hace estragos a sus anchas. Pero he hecho cosas así con autores más contemporáneos también, como John Cage. En fin, nadie está a salvo.

Traducís del inglés y del francés: ¿cuál es tu relación con cada idioma, en el sentido de que hay necesariamente uno con el que sentís más cómodo? ¿Traducís más de uno que del otro?

–El inglés viene de antes. Más que nada porque uno está, antes de saberlo, rodeado de inglés. Por imperialismo cultural o por moda o por lo que sea: películas, música, videojuegos. En la escuela tenía inglés como materia, nunca fui a colegio bilingüe pero siempre lo tuve como materia. Así que cuando me quise dar cuenta ya sabía inglés, al menos hasta cierto punto. El francés fue un idioma que yo fui a buscar. Lo empecé a estudiar mucho más tarde, a los 18 o 19 años. Conseguí un par de manuales, compré libros y material en francés, y cuando ya tenía ciertas bases entré a la Alianza Francesa y estudié ahí varios años. Había suficiente material que me interesaba para justificar el esfuerzo: cosas que quería leer, películas que quería ver, toda una cultura que me interesaba bastante. Cuando tengo que escribir algo, o dar una conferencia afuera, sé que lo hago con más soltura en inglés que en francés, pero con la traducción, la dificultad depende más bien del proyecto que del idioma. Victor Hugo no me destruyó el cerebro como Gertrude Stein. Y no sé si traduje más de una lengua que de la otra, está bastante repartido el asunto. (P. S.: Acabo de hacer un conteo, y por ahora los libros que traduje se reparten exactamente en un 50/50).

¿Hay particularidades del proceso de traducción que tengan que ver con el inglés o el francés?

–No, en términos de proceso es el mismo. Los problemas suelen ser los mismos: un giro que no conozco, un modismo o arcaísmo con el que no estoy familiarizado, una referencia cultural o técnica que requiere investigación, una voz a la que me cuesta encontrarle la vuelta… Mis herramientas son las mismas. Bibliografía o documentos de la época que intento conseguir, y si es algo muy específico, como el argot de una ciudad o región en particular, o algún detalle muy recóndito, consulto con amigos que sean hablantes nativos, o trato de ponerme en contacto con especialistas. No creo que haya maneras de solucionar los problemas que sean específicas a cada lengua, en mi caso. Si hiciera un análisis detallado, quizá descubriría que tengo maneras de equivocarme distintas en un idioma que en el otro, una especie de estilo específico en el error, pero nunca lo hice.

¿Qué te aporta el hecho de estar en una residencia que no tenés en el día a día de tu trabajo?

–Varias cosas. Hay gente a quien lo que más le gusta de las residencias de traducción es el hecho de poder salir de la casa para encerrarse en otro lado, tener más calma, poder desconectarse más y concentrarse puramente en el trabajo. No sé si es mi caso. Lo que más me gusta es la experiencia: el viaje, poder estar en ese otro país y encontrarme con cosas que yo no hubiera buscado y que pueden terminar alimentando la traducción de un modo indirecto. Además de tener acceso a muchísimas fuentes que no tendría en Argentina, desde luego, sobre todo las que no están digitalizadas. En las residencias suelo alimentar proyectos futuros. Me encuentro con autores que no conocía, escritos que no hubiera buscado por mi cuenta. Y el mismo proyecto por el que viajé suele alimentarse indirectamente de todo eso que de repente tengo alrededor. Por ejemplo, una vez viajé a Irlanda a traducir, entre otras cosas, un libro que se llama La insurrección en Dublín, de James Stephens, sobre el alzamiento de Pascua, un momento muy importante de la historia irlandesa. El viaje coincidió con el centenario de los eventos que se narran en el libro. Es una obra que, de algún modo, se enfoca más en el plano inmediato que en el histórico, porque es una suerte de diario, y al escribirlo Stephens no tiene ninguna información fehaciente de lo que está pasando: no hay periódicos, no hay noticias, nadie sabe nada de nada. Así que él se concentra en las minucias del día a día: las reacciones de la gente, lo que pasa en los negocios, los rumores que circulan. En el momento en que yo trabajaba en la traducción, toda Dublín estaba empapelada con la celebración del centenario. Había gente disfrazada de soldados de la 1° Guerra Mundial por la calle, festejos públicos multitudinarios. Todo eso hizo que lo que leía en el libro sobre aquella semana de abril de 1916 dejara de ser una especie de abstracción y se convirtiera un episodio vivo, en un eco que seguía resonando en toda la ciudad. Por otro lado, yo tenía entonces acceso a la biblioteca de Trinity College, donde había una enorme cantidad de diarios privados y correspondencias, que es un género que me gusta mucho. Se me ocurrió buscar qué más había pasado durante esa semana que narra Stephens, no solo en Irlanda sino también en otros países. Empecé a armar mi diario paralelo de esas fechas en la vida de otros escritores. Me interesaba buscar detalles infra-ordinarios, cosas que no fueran importantes, pero que quizás ejercieran una cierta gravitación. Como tenía la impresión de que la ciudad misma me estaba soplando cómo traducir lo importante, mi investigación se fue orientando hacia lo menor, lo lateral, lo irrelevante. Y aunque esos detalles no figuren explícitamente en mi traducción, ni como notas al pie ni nada, así y todo siento que ese trabajo me ayudó a entender mucho mejor el libro. Si hubiera estado en Argentina, creo que me hubiera documentado más que nada sobre los hechos históricos, los que tienen más pertinencia objetiva. O sea, estar en Dublín me permitió algo que para mí es vital: ser más irresponsable y hacer cualquier otra cosa.

 ¿Hiciste residencias en Francia?

–Sí, en Burdeos en el 2018. La residencia del A.L.C.A que organiza la región Nouvelle-Aquitaine, para la traducción de Edouard Levé. El libro de Levé se llama Diario, pero no es un diario íntimo, sino público: toma artículos de los periódicos, y borra detalles concretos: nombres, fechas, lugares, y se queda con la forma abstracta de la noticia. Esto le permite explorar el lenguaje periodístico, algo así como el arquetipo de la noticia. Por más que borrar esos detalles formara parte del juego, consulté hemerotecas y pude rastrear varias de las fuentes. La búsqueda misma, ese intento de encontrar los materiales con los que había trabajado Levé, me ayudó para sumergirme en el libro, más que para la traducción en sí. También me ayudó hablar con gente, consultar librerías, bibliotecas, perder el tiempo. Esto último siempre es clave.

¿Cómo trabajas el estilo?

–Depende mucho del autor y del libro. No todos te piden lo mismo, y hasta lo que te piden puede ir cambiando. No es que uno aprenda a traducir a Beckett, por ejemplo. Cada libro exige un proceso de prueba y error. Hay que ver constantemente qué es lo que funciona y lo que no. Si traduzco a John Cage, por ejemplo, sé que la traducción no funciona si yo no estoy experimentando de alguna manera, recreando o subvirtiendo los procedimientos de Cage. Otros autores piden más recato. Lo que sí siento como una constante es que traducir exige estar entusiasmado, aunque sea hasta cierto punto. Aprender a traducir un libro es también aprender a ver qué te entusiasma. Encontrar eso es encontrar la forma de traducirlo. Si no, el trabajo se vuelve chato, mecánico. Sin entusiasmo es difícil que una traducción sea buena. Más allá de los errores que pueda tener o no tener. A una mala traducción no solo llegamos cometiendo errores.

 ¿Tradujiste a autores contemporáneos vivos? ¿Tenés un intercambio con los autores?

–Al principio me daba cierto prurito abordar al autor: pensaba que si no solucionaba las cosas solo me estaba poniendo en evidencia. Como si un cirujano despertara a un paciente para pedirle direcciones al duodeno, digamos. Después cambié de opinión. En cualquier caso, traduje a pocos autores vivos. Y de esos, varios usan a su agente de intermediario, como una especie de cancerbero. A veces ni responden. Sin embargo, también ha habido autores que me respondieron con mucha amabilidad, revelándome detalles imposibles de saber de otra manera. Cynan Jones, un escritor galés del que acaba de publicarse una traducción mía, La bahía, por Chai Editorial, fue el mejor dispuesto. Apenas le terminaba de escribir, ya me respondía. Yo, que contesto mis mails casi póstumamente, quedé admirado.

 ¿Escribís?

–Sí, pero sin demasiado apuro por publicar. Entre varios proyectos, estoy terminando un libro que, si todo sale bien, debería aparecer el año que viene. Es una especie de ensayo sobre la traducción de Beckett, o donde Beckett sirve como punto de partida o piedra de toque para hablar de otras cosas. Qué pasa con los traductores que odian a los autores que están traduciendo, por ejemplo. Cómo el odio puede nutrir una traducción, volverse parte del atractivo del texto. Qué pasa con los traductores que creen que la traducción les impide escribir. Qué pasa con su reverso, los traductores que traducen para no escribir. Los traductores que ven la traducción como panacea, los que la ven como martirio. Los traductores que calumnian a otros traductores. Los traductores que murieron por traducir, y los que mataron a los traducidos. Mi idea es explorar todo esto en este librito, con puntas que vengo juntando hace tiempo, y a las que les encontré la vuelta hace poco.

 ¿Cuál te parece que es la relación entre escritura y traducción?

–El impulso de traducir es hasta cierto punto un impulso de escribir, y de robar, que es otra rama de la escritura. Porque la traducción es la manera más autorizada del plagio, ¿no? El traductor vendría a ser un plagiario con exceso de pruritos. Uno está plagiando, pero con las cartas sobre la mesa, dentro de la ley. Lo que no quita que la traducción tenga su propia originalidad, sus propias miserias y sus propios atractivos, claro.

 ¿Qué te gustaría traducir a futuro y/o qué te encantaría traducir? ¿Tenés “un” libro que sea tu traducción soñada?

–Más que traducir a futuro, me interesan las traducciones que tengo macerándose en un cajón desde hace rato. Por ejemplo, hay una edición que armé de los apuntes de Samuel Butler, un autor genial, que por una razón u otra hasta ahora no se publicó. Escribió cuadernos a lo largo de su vida, y en castellano solo se editó una selección muy breve. Consulté sus manuscritos en Inglaterra y armé mi propia versión. Fue la primera traducción que hice, hace muchos años. Quizá sea la última que publique, qué sé yo. Y hay muchos libros que me encantaría traducir, pero no tengo una traducción soñada, o que me desvele. Sería un alivio: podría traducirla, y pasar a otra cosa.