jueves, 28 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (22)

Una traductora especializada en poesía (mucha de la cual puede leerse en su blog De Sibilas y Pitias) y un especialista en literatura austríaca y húngara responden a la encuesta del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.

Silvia Camerotto
Nacida en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, en 1959, es poeta, docente y traductora de poesía.  Publicó 420 minutos de abstinencia (Buenos Aires, Ed. del Dock, 2008) y La Grosse Fuge (Buenos Aires, Ed. del Dock, 2012). Tradujo numerosos autores británicos, irlandeses y estadounidenses (entre otros Emily Dickinson, Wallace Stevens, Jude Nutter y Eiléan Ni Chuiléanain). Administra el blog De Sibilas y Pitias (http://desibilasypitias.blogspot.com/). Prepara desde hace algunos años una serie de versiones de Robert Browning que serán próximamente publicadas.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?

Cuando Pound tradujo The Seafarer su método de trabajo no dio como resultado una “traducción” del poema, sino más bien un nuevo poema que seguía el espíritu del original. En realidad, el escritor reprodujo los sonidos anglosajones –correspondieran estos o no a su significado literal– porque quería transmitir lo que le causaba el poema.

Pero era Pound, y en su teoría de la traducción se gestaba su propia teoría de la escritura y por eso el uso de pausas gramaticales y no métricas, versos como unidad, en lugar de unidad estrófica y etcétera.
Ahora sí, en lo que hizo Pound hay algo que es indispensable para todos los que traducimos, especialmente para los que traducimos poesía: el espíritu del original es un bien necesario. La literalidad no alcanza. Pensémoslo de este modo, el significado de una palabra puede cambiar según cómo se diga y esto no es un accidente porque el escritor elige las palabras.

Supongamos que el texto es simbolista, y por lo tanto “abstracto” ya que, según el caso, para los simbolistas los “símbolos” tienen un valor fijo, como en los números: 1 + 1  es igual a 2.  Ahora supongamos que el texto es imagista, donde las imágenes tienen variables como ocurre con los signos algebraicos, ¿a + b, será igual a?

Y como no somos Pound, al traducir escribiremos en una lengua otra, con un lenguaje otro, una obra otra, original; aunque sin ideas originales. Es que la ficción poética o narrativa pertenece al autor original que fue el primero en pensar esa ficción y que, además, la pensó a su manera. Para alcanzar esa ecuación o ese número debemos saber qué pensó el poeta y cómo lo pensó.

Al traducir, lo que hacemos es producir otro texto y el traductor se convierte en un “segundo escritor” o autor.

Resulta evidente que una traducción es otra obra. Eliot escribió The Wasteland en inglés, con palabras de Eliot, en sus propios términos de la palabra. Si leemos La tierra baldía o La tierra yerma (según prefieran) no estamos leyendo a Eliot, pero sí. Porque si no existieran las traducciones como sea que hayan sido hechas, jamás hubiésemos leído la Biblia, por ejemplo, ni a Homero. Imaginemos que cada uno de nosotros quedara constreñido al conocimiento de una o dos lenguas: la heredada y,  con fortuna, una segunda. ¿De cuánto nos estaríamos perdiendo? Exagerando la constricción, no sabríamos cómo piensa el mundo fuera de nuestro propio mundo.

Una traducción no es secreta, mucho menos ocultable. Lo original de un traductor no gira en torno a las ideas de la ficción poética o narrativa, ni siquiera en torno del excedente que es la escritura —más aun si se trata de ‘gran’ escritura—. Lo original de la traducción se relaciona con la rescritura en una lengua otra, solo y únicamente con la lengua. Porque si el traductor actúa una intervención, en el sentido de actuāre, no estará traduciendo, estará re creando. Esto hace que el traductor no sea invisible. Leeremos una obra escrita en japonés, en castellano. No es un proceso osmótico ni ocurre porque nos teletransportamos a otro país y dominamos a la perfección el idioma de ese país. Alguien hace el acontecimiento: el traductor.

La pregunta del millón es ¿en esta intervención, hasta dónde puede o debe intervenir el traductor? ¿Es el traductor un deseoso que quiere sobresalir? 

Si en la traducción la relación es con la lengua, y con el lenguaje, cuando el autor dice ‘bello’, traduzco ‘bello’ y no ‘lindo’, aunque ‘lindo’ sea nuestra palabra favorita.

Una cantidad de traductores se dedica a ‘mejorar’ al autor. ¿En qué términos?

Algunos unifican los estilos. Entonces, Poe suena a Hemmingway y Eliot a Cynewolf y así sucesivamente. Ni qué decir cuando leemos a Agatha Christie y creemos que es Jonathan Swift. En tal caso la habilidad del traductor radica en que pudiera respetar el estilo sea este anárquico, perifrástico, o lo que sea…  Si no ¿cómo se vería un poema vorticista rescrito a la manera de los románticos…?

Otros creen que una lectura en voz alta es suficiente para interpretar las pausas, las yuxtaposiciones y demás… La cuestión es que si leemos The Wasteland, no importará cuánta experiencia del inglés tengamos, no leeremos como Eliot. Leeremos como nosotros y la interpretación no irá mucho más allá de los propios límites.

Y todo esto al margen de las dificultades de estructuras y ambigüedades que planteen las lenguas.
Ninguna teoría es más realista que la experiencia de trabajar con un texto. Y allí estaremos, traduciendo lo que otros escribieron. Las ideas serán de otros.



Adan Kovacsics
Nacido en Santiago de Chile (1953), estudió en Viena y vive desde 1980 en Barcelona, donde se dedica sobre todo a la traducción literaria. Su labor se centra fundamentalmente en obras de autores austríacos y húngaros (Karl Kraus o Imre Kertész, por ejemplo). Ha traducido también a clásicos de los siglos XIX y XX  y ha escrito artículos y ensayos literarios, entre ellos Guerra y lenguaje (2007). Ha recibido diversos premios y distinciones, como el Premio Ángel Crespo de Traducción (2004), la distinción «Pro Cultura Hungarica» del gobierno de Hungría (2009), el Premio Nacional de Traducción del Ministerio de Cultura de España (2010) y el Premio Estatal de Traducción Literaria de Austria (2010).

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura?  ¿En qué se diferencian?
 Son “operaciones” diferentes. No es lo mismo despegar que aterrizar, por ejemplo; también son “operaciones” diferentes. Ahora bien, hay vasos comunicantes entre la traducción y la escritura, que se perciben a cada paso. En un sentido amplio, porque ambas pertenecen a la literatura, hasta llegar luego a cuestiones técnicas, de detalle, muy concretas.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
En todo caso debe notarse. Ahora bien, dentro de este “notarse” hay grados, y de ninguna manera debemos caer en el dogmatismo. En este punto menciono a menudo las observaciones de Goethe sobre las “Traducciones” en su “Diván de Occidente y Oriente”, donde habla de tres tipos o épocas de la traducción, que a veces se suceden y a veces coinciden en el tiempo y que son todas necesarias; eso sí, él destaca sobre todo una forma de traducir, en la que “se querría hacer la traducción idéntica al original” y el traductor “renuncia en mayor o menor medida a la originalidad de su nación, de manera que surge algo tercero”.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
¿Debe ser más visible el autor que el texto? Sería (y es) una tendencia deplorable.

 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (21)

Desde México y Suecia, un traductor mexicano y uno uruguayo participan de nuestra encuesta.

Juan Villoro
Nacido en México D.F., en 1956, es narrador, autor de crónicas, periodista y hoy, incidentalmente, traductor. En 2000 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por La casa pierde, consolidando una trayectoria que había comenzado en 1980, con la publicación del volumen de cuentos La noche navegable. Su trabajo periodístico y literario ha sido reconocido con premios internacionales como el Herralde de Novela, el Rey de España, el Ciudad de Barcelona, el Vázquez Montalbán de Periodismo Deportivo y el Antonin Artaud. De 1995 a 1998 dirigió La Jornada Semanal. Ha sido profesor de literatura en la UNAM, Yale y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, entre otras universidades. Tradujo los Aforismos de Lichtenberg y Egmont de Goethe. Ha preparado diversas ediciones críticas de la obra de Jorge Ibargüengoitia. Entre sus obras más conocidas se encuentran la novela El testigo, la colección de cuentos Los culpables, el libro de crónicas de futbol Dios es redondo y la novela juvenil El libro salvaje. Es columnista del periódico Reforma y de El Periódico de Catalunya.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
El traductor carece de voz de mando; se adapta a otro, lo procura, lo entiende, lo descifra; busca reproducirlo sin someterse del todo a él. No es un siervo sino un intérprete. A diferencia del autor, carece de voz propia pero no de originalidad, que en su caso consiste en descubrir una solución propia y muchas veces inimitable para decir lo mismo.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Las malas traducciones se notan demasiado. En ellas, la lengua de llegada se convierte en un obstáculo expresivo, en algo raro, forzado. El misterio es que en las mejores traducciones tienen un aura de lejanía, sugieren que las palabras tienen un origen remoto y sólo se producen en nuestra lengua por efecto de otra. El principal efecto de este trasvase es la sensación de que lo que leemos en la página sólo puede existir como solución a un enigma ajeno a ese idioma. En ese misterio se cifra la grandeza de la traducción.

 3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Nunca. Esa es su gloria y su condena. La elocuencia del traductor depende de la timidez.

Roberto Mascaró
Nacido en Montevideo en 1948, es poeta y traductor. A él se debe la traducción del sueco al castellano de gran parte de la obra del poeta y Premio Nobel sueco Tomas Tranströmer, así como poemas de Göran Sonevi, Jan Erik Vold, Hans Bergqvist, Ulf Eriksson, Tomas Ekström, etc. Su propia producción literaria abarca una docena de títulos.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se diferencian en que el texto a traducir no se puede modificar ni corregir. De ahí que sea muy grato poder elegir lo que uno traduce,  y así ha sido mi tarea de traductor.  Esto hace que el texto sea más cercano,  Traducir es una forma de leer en profundidad. Se parecen, en el sentido de que la traducción es una forma de escritura. Hay que  elaborar un ESTILO que se aproxime al del original, no solamente traducir palabras.
Hablo de la traducción literaria, claro. Quien traduce literatura, si seguimos la sabia tradición anglosajona, es un escritor. De manera que  no hay diferencia entre escritura y traducción, ambas son parte de la literatura.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
El texto que surga tiene que ser fluido, tiene que ser una imitación del original, y por lo tanto debe "engañar" al lector, haciéndolo creer que fue escrito en la lengua de llegada.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
El traductor debe desaparecer para dejar a la vista un "escritor fictivo", una correspondencia o réplica del autor original.

martes, 26 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (20)

Continúa la encuesta para traductores del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires con dos traductoras argentinas: una del francés y del portugués y otra del alemán y el inglés.

Lucía Vogelfang
Nacida en Buenos Aires en 1980, es Licenciada en Letras por la Universidad
de Buenos Aires. Cursó estudios de postgrado en Cultura Brasileña (UdeSA-FUNCEB). Trabaja en proyectos culturales, editoriales y en educación. Fue invitada a participar de programas profesionales en París y en el sur de Francia para compartir experiencias con gestores culturales y traductores de otros países. A pesar de su juventud, ha publicado un gran número de traducciones de, entre otros, el Marquez de Sade, Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, Guillaume Apollinaire, Alain Badiou, Pierre Bourdieu, J. Rancière, Jean Lewinski, etc

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
 Un fragmento de prosa poética que me tocó traducir hace algunos años me enfrentó a las diferencias y semejanzas entre traducción y escritura. Una editorial de poesía porteña me encargó la traducción al español de la obra completa de un poeta francés contemporáneo. La obra poética de Jean Lewinski, el proyecto enciclopédico Les alices (Las alicias), se compone de cuatro tomos sobre el conocimiento humano y uno de sus fragmentos encarna ese punto exacto en el que la escritura y la traducción se parecen y, al mismo tiempo, se diferencian.

En la la la (que no es estrictamente un segundo tomo sino la continuación del primero, Les Alices +1), Lewinski reflexiona acerca de la tarea del traductor, propone desterrar lo literal de la traducción y dice que “la première qualité du traducteur a été désignée au figuré par l'expression française de coup d'œil - en français dans le texte.” Si traducir es, en cierto sentido, hacerle a la lengua que se traduce lo que la lengua original le hace a su propia lengua, ¿cómo lograrlo aquí? Un breve repaso de algunas de las posibles traducciones:

Una traducción literal arrojaría el siguiente resultado:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto

una segunda traducción posible sería:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto

y una tercera, más arriesgada, diría que:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto

La primera, la literal (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto”), se encuentra con la dificultad de que ya ha sido reducida al absurdo en “Pierre Menard, autor del Quijote” donde a cada palabra del original en español le corresponde su idéntica porque Menard, dice Borges, “no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ¬palabra por palabra y línea por línea¬ con las de Miguel de Cervantes.” Esta traducción literal encuentra otra dificultad y es que el mismo Lewinski unos versos más arriba nos la ha prohibido: “le mot à mot à bannir de la traduction”. Y, además, la convención, ese “en francés en el texto” carece aquí de sentido porque la expresión ha sido traducida.

La segunda (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto”) conserva la expresión francesa con la aclaración de que se respeta la lengua del original pero se pierde el chiste.

La tercera, más cercana a la traducción que proponía Cicerón “sentido por sentido” (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto”), invierte las referencias a las lenguas y postula que en el texto fuente la expresión aparece en español, cosa que, por supuesto, no es cierta. La expresión francesa coup d'œil en su referencia al cuerpo a través del ojo redobla el efecto poético porque la frase es un golpe de ojo casi como si dijéramos un golpe al ojo o un golpe en el ojo. La expresión en español, más metafórica, “un golpe de vista” o “un vistazo” no traduce entonces esa violencia, el golpe del original.

Si el problema de la traducción literal es que enfrenta dos cuestiones cabales a la hora de pensar un texto poético como lo son el contenido y la forma, Lewinski nos obliga aquí a dejar de lado estas cuestiones para adentrarnos en otras más arduas y pensar no sólo en qué se parecen sino incluso cómo hacer que se parezcan (que ese es quizás el quid de la cuestión) escritura y traducción.

Estos versos funcionan como una puesta en abismo de la tarea de traducción, revelando lo que hay en ella de especularidad, de artificialidad pero revelando también en qué se parecen escritura y traducción y cuánto hay de traducción en la propia escritura.

Esa convención de la tarea de traducción en la que la traducción se revela como tal, evidencia sus operaciones -aquella que permite poner en nota al pie “en castellano en el original”- descubre que ese texto que estamos leyendo no es el que ha sido escrito originalmente sino un texto sobre el que se ha efectuado una operación. Esta convención en la propia escritura pone en evidencia que la escritura también es una operación, un artificio.

Y esta escritura, como la traducción, supone un texto otro, primero, anterior, en una lengua otra (pero, si hacemos una brevísima pesquisa filológica, descubriremos de inmediato que esto es sólo una superchería literaria). ¿Cómo podríamos entonces traducir estos versos sin perder esa referencia a un texto original inexistente si la traducción crearía automáticamente ese texto “otro”, el original, que Lewinski postula hipotéticamente?

Justamente en este punto se parecen y se diferencian: la traducción pretende ser un especie de doble de una escritura que es doble en sí misma. Pero los dobles no existen, porque un doble ya es otro.
  
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Creo que la respuesta a esta pregunta es casi una aporía. El hecho de que un texto es la traducción de un original debe ocultarse hasta el punto en que se note. Vuelvo al “en francés en el texto”, ese repliegue, ese volver sobre sí de la lengua, que inventa una traducción que, a su vez, inventa una primera lengua anterior a la lengua que narra. El texto poético simula referirse a algo distinto de sí y exhibe sus propias tecnologías, como lo hace la traducción.

La traducción, una buena traducción, por supuesto, no debería dejar traslucir el hecho de que se trata de una traducción. Porque sería una nueva escritura que produciría, no un espacio igual, sino, al contrario, un nuevo texto y un nuevo contexto en un espacio diferente.

Octavio Paz dice que el texto original nunca reaparece en la lengua de llegada y, sin embargo, siempre está porque la traducción lo menciona constantemente o lo transforma en un objeto verbal que, aunque distinto, lo reproduce. Por eso el punto de llegada no es el ocultamiento del original, ni su mostración, ni lo idéntico, ni lo distinto, sino un texto análogo, la semejanza entre cosas distintas. El texto traducido es la transformación de un texto-punto-de-mira en una especie de intertexto, y el reflejo entre ambos debiera ser permanente, continuo y recíproco.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Creo, en términos de Umberto Eco en “El lector ideal”, que tanto lector como autor son funciones, operaciones previstas por el texto. En este sentido entiendo también la figura del traductor y su (in)visibilidad respecto del texto traducido. El traductor, es, como lo son autor y lector, una función del texto, un mecanismo que el texto prevé en sus propias operaciones y es allí donde debería visibilizarse su figura.
En este sentido, la “función” traductor/a puede visibilizarse en las notas. En este espacio, en la marginalia del texto, el traductor puede y debe ser más visible que la traducción. Pero esta presencia, las intervenciones  del traductor, debe ser atinada e informativa e interrumpir e invadir lo menos posible la traducción.

Otra cuestión que hace también a la visibilidad del traductor es el traductor de carne y hueso, su corporalidad y su nombre. En este sentido, en una perspectiva más editorial, creo que el traductor es fundamental para la circulación y recepción del texto y que su visibilidad debiera ser total. Me refiero a que, por ejemplo, su nombre debería figurar en la portada del libro e incluso que se podría hacer una breve mención a su trayectoria y a los demás textos que ha traducido en la contratapa, en la solapa o en una página introductoria.


Mariana Dimópulos
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, nació en 1973. Narradora y traductora, a  los 25 años  viajó a Alemania, donde vivió entre 1999 y 2005. A la fecha, publicó Anís (Entropía) y Cada despedida (Adriana Hidalgo). Ha traducido obras de Walter Benjamin, Heinrich Meier, Gunnar Kruger, Ulrich Peltzer, entre otros autores.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se parecen al menos en dos aspectos. Primero, en que en los dos casos se trata de una composición de un texto escrito, que por lo general pertenece a un género, tiene una función dentro de un contexto literario, o científico, o editorial, etc. Segundo, en que la traducción y la escrituran demandan del escritor y del traductor una dedicación a su propia lengua, a las dificultades y a los límites del lenguaje en general, a los desafíos de la expresión. Se diferencian sobre todo en su relación con la creación; la traducción, a lo sumo, es creativa, pero no crea. Saber que ningún autor crea ex nihilo no cambia nada en este punto: sigue habiendo una diferencia indiscutible entre escribir un texto y traducir un texto. El caso de la traducción de filosofía lo ilustra mejor que el de un cuento o una novela: que alguien pueda traducir bien, o hasta muy bien a Heidegger, que es un autor de filosofía enormemente complejo de traducir, no significa de ninguna manera que ese traductor hubiera podido crear ningún texto semejante. La traducción es una especie de frontera entre la lectura y la escritura.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
En el mejor de los casos, debe notarse. La traducción es una puerta abierta a que una lengua diga cosas que, por sí sola, quizá sería incapaz de decir. Y solo las puede decir en el espacio de la traducción, por la invitación que nos hace la otra lengua a pensar distinto el problema de la expresión y del lenguaje en relación con el mundo. Esto no quiere decir que debe ser literal o que debe ser burda, porque esto significa la mayoría de las veces que es simplemente una mala traducción. Pero creo que nunca habría que confundir "buena traducción" con "texto natural", "texto que corre", y todas las otras metáforas que en general se utilizan. Esta será a lo sumo una buena traducción para la gran industria editorial.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No, y hasta es difícil saber si hay "buenos traductores" en general. Sobre todo hay buenas traducciones, o traductores que trabajan bien. Pero lo que está en el texto es la traducción, y sería un poco atrevido decir que se ve al traductor. Hace poco me pasó: abrí un libro de P. D. James traducido, lo empecé a leer y me dije: qué buena traducción. Como creía que debía ser una edición española o mexicana, no me había fijado quién lo había traducido. Después lo hice y comprobé que era de César Aira. Pero César Aira no estaba en ningún lado, solo su traducción era buena.

lunes, 25 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (19)

En la tercera semana de encuesta,  las respuestas de una traductora española y de otra argentina.

Belén Santana
Nacida en 1975, es Licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y Doctora en Traducción por la Universidad Humboldt de Berlín, donde también ejerció como docente. Actualmente es profesora de Traducción en la Universidad de Salamanca. En su faceta académica ha publicado un libro sobre la traducción del humor, en especial el humor literario, y diversos artículos sobre traducción literaria. En su faceta profesional ha traducido, entre otros, a autores como Ingo Schulze, Sebastian Haffner, Thomas Hürlimann, Julia Franck y Alfred Döblin. En la actualidad trabaja en una traducción de Franz Kafka. También es vocal de la junta rectora de ACE traductores.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
No sé a quién le oí decir una vez que los árbitros eran jugadores de fútbol frustrados y los traductores, escritores frustrados. Nada más lejos de la realidad (de los árbitros mejor no hablar). Creo que todo traductor es al menos un poco escritor, y no sólo porque así lo reconozcan las leyes de propiedad intelectual de la mayoría de los países. Una prueba más de ello son los numerosos y variados ejemplos de traductores que han acabado dedicándose a la escritura, en ocasiones compaginándola con la traducción. En el caso del español de este lado del charco, Marías y Mendoza serían los dos ejemplos más conocidos, pero hay otros. Es evidente que traducir no es condición sine qua non para ser escritor, pero volviendo al símil futbolístico, me parece un buen campo de entrenamiento. De hecho, sería interesante analizar si el perfil traductor incide de algún modo en la escritura, y en tal caso, cómo... difícil cuestión. También me gustaría señalar que, desde el punto de vista de la enseñanza, cada vez son más las voces que postulan la introducción de técnicas de escritura creativa en las clases de traducción. El recorrido inverso, de la escritura a la traducción, es menos frecuente como modo de vida y me suscita más dudas.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Como solemos decir los traductores, la respuesta mágica es casi siempre "depende", acompañada del axioma: "Dame un contexto y haré milagros". Depende del texto, del autor, del traductor, de la política editorial, etc. Aun a riesgo de generalizar, creo junto con Berman, el propio Marías y tantos otros teóricos y prácticos que la traducción debe enriquecer la lengua de llegada, y por tanto no debe ocultarse bajo la apariencia de esa falsa fluidez que tantas editoriales y revisores buscan. Como en tantas otras cosas, es una cuestión de medida.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Creo que no. A pesar de que el ego nos traiciona a menudo, considero que el buen traductor es humilde por definición. La cuestión de la visibilidad es un arma de doble filo que a veces resulta cansina. Me permito citar de memoria a mi colega y amiga Isabel García Adánez: la visibilidad del traductor es una cuestión de derechos, no de alfombras rojas. Lo importante es el libro.

Ada Solari
Nació en Mar del Plata, en 1956. Es licenciada en ciencias sociales por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo. Vivió en Brasil desde 1977 hasta 1984. Desde su regreso a Buenos Aires, se ha dedicado al trabajo editorial y a la traducción del portugués al español en el campo de las ciencias sociales. Entre otros autores, tradujo a Renato Ortiz, Sergio Miceli, José Murilo de Carvalho, Nicolau Sevcenko, etc. Actualmente trabaja como editora en la editorial Katz y como traductora free lance.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Sin duda traducir es escribir, y por tanto son autores tanto el escritor de una obra original como el traductor. Pero si ambas actividades requieren un trabajo creativo, hay en la traducción una dimensión clave, que es el trabajo interpretativo y de investigación necesario para lograr el objetivo definido por Edith Grossman: que los lectores de una traducción perciban el texto, emocional y artísticamente, de un modo que se corresponda con la experiencia estética que tuvieron los lectores  de la obra original.
Para hablar un poco de mi propia experiencia, existen por cierto diferencias entre la traducción literaria y la traducción de ensayos de ciencias sociales, que es mi especialidad. En este campo sucede a menudo, y sobre todo cuando se trata de un artículo inédito, que el trabajo de traducción corre a la par del de edición o aun de la corrección de estilo; y a veces el propósito pasa a ser que el texto resulte claro, inequívoco, algo que sería impensable en una traducción literaria. Hay otros casos en que el posicionamiento del autor como escritor es más claro, y entonces allí se plantean cuestiones más cercanas a las que plantea la traducción literaria: de ritmo, de vocabulario, de fraseo. (Un poco en broma, a veces pienso que uno debería traducir solo lo que le gusta: la traducción como vocación, no como profesión.)

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
No pienso que la traducción deba ocultarse; en realidad, no creo que sea posible.  Roberto Raschella va más lejos y habla de contaminación, de poder hacer sentir la lengua de partida de una manera muy fuerte, pero (en su caso) “sin cometer italianismos”, lo que por cierto nada tiene que ver con la literalidad.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No, si por visibilidad se entiende una intervención que de algún modo violente la obra original (como por ejemplo volver claro un texto oscuro o directo uno tortuoso). Ni tampoco cuando el traductor se hace en exceso presente (muchas notas al pie o aclaraciones).
Desde otra perspectiva, me parece un tema complicado. Si se considera al traductor como autor, se supone que tendría que ser reconocible. Pero, ¿cómo podría reconocer el lector de la traducción las marcas estilísticas propias del traductor que no responden a las del escritor del original? Creo que eso sería posible mediante estudios críticos y abarcativos de la obra de un traductor, que incluyan cotejos con el original, comparaciones con versiones de otros traductores, etc.

sábado, 23 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (18)

José Aníbal Campos
Foto: Roberto A. Cabrera
Nacido en La Habana, en 1965, pero residente en España, es  germanista, traductor y ensayista. Ha traducido, entre muchos otros, a Uwe Timm, Peter Stamm, Hermann Hesse, Stefan Zweig, Martin Mosebach o Karl Schlögel. Su traducción de la novela Edipo en Stalingrado (Sexto Piso, 2011) fue calificada por un crítico argentino como "la mejor novela traducida publicada en 2011". Actualmente prepara su canto de cisne como traductor con la primera versión al español de Jahrestage (Aniversarios), de Uwe Johnson. Co-dirige el blog de traducción literaria ARTE-SANÍAS.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Me gusta comparar el acto de traducir con la cópula (una palabra que me parece preciosa, aunque no tanto como el acto en sí). Y creo que en ello radican fundamentalmente tanto la similitud como las diferencias entre traducción y escritura. Un adolescente siempre practica la cópula, en solitario, a través de la masturbación. En ese acto secreto, en el que el adolescente pone todo su empeño y su imaginación, un chico se inventa poses, posturas, cuerpos, su mente se llena de imágenes de formas voluptuosas, seductoras. Y algo así pasa con la erótica de la escritura. El autor saca de sí su mundo interior, las imágenes que lo acompañan y lo han marcado desde niño, e intenta darles a esas marcas vitales cierto erotismo, cierta voluptuosidad (no importa la temática, aun la más cruda, siempre hay un erotismo de la palabra, de la sintaxis). El traductor, en cambio, que también fue adolescente, sabe que cuando tiene que hacer el trasvase entre dos textos se produce una fricción erótica, y ha de recordar a un tiempo sus experiencias masturbadoras (o más turbadoras), y actualizar de nuevo la suma de sus cópulas (digamos, de sus lecturas, del conocimiento que tiene del autor específico al que traduce, de su lengua, su cultura). Porque lo que tiene delante, como tarea, es la fricción de dos cuerpos, un intercambio de flujos, de salivas, hasta de impurezas; son lenguas que se funden y entrelazan; son rozaduras en las entrepiernas por las fricciones demasiado impetuosas o imperitas, son las carnes de gallina por culpa del roce tierno, de la caricia; es, también, el atrayente malestar de estómago de lo amado que se aleja o que no resiste el tiempo para el éxtasis. Escribir es, según este modesto criterio, masturbarse (la eyección del yo, el vertido, digamos, "egoísta" de lo propio); traducir, en cambio, es entrega abnegada, es renuncia para adaptar nuestro cuerpo, nuestro ritmo, nuestras deficiencias y virtudes, al cuerpo ajeno; porque en definitiva, al final, el resultado es una nueva criatura que debería hacer gemir, en un éxtasis que no es místico ni sexual, a los lectores de la traducción. Escribir algo propio (como imaginar), no tiene tantos límites como el traducir, donde es preciso entregarse, sí, pero donde hay, a la vez, que tomar cierta distancia, a fin de respetar la particularidad del otro "cuerpo". 

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
 La verdad es que cuando alguien ha elogiado una traducción mía diciendo que "parece escrita en español original", no sé muy bien cómo tomarme el elogio. Si algo ha de notarse, es que se trata de un texto traducido, porque el mérito más alto al que debe aspirar un traductor es el de introducir momentos nuevos en los moldes de pensamiento de su cultura, en las estructuras de su lengua. Ése sería el más honroso resultado, a mi juicio, de esa cópula a la que me refería al principio: una nueva criatura, un pequeño ser que respira y habla parecido a nosotros, pero que ya no es el mismo. Son contados con los dedos de una mano los traductores a los que les es dado introducir esos momentos nuevos en una lengua, en un ámbito cultural. Un buen ejemplo lo habéis tenido aquí en esta magnífica sección: don Miguel Sáenz. 

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
 En alguna ocasión escribí una especie de aforismo que dice: "Soy traductor, soy una sombra. Una sombra que fracasa". El traductor jamás debería aflorar en la traducción, pero traducir es un acto tan precario, que es inevitable que algunas preferencias del traductor afloren. Enlazándola con la pregunta anterior, creo que si bien el autor, al escribir, despliega ante un lector imaginario (lo quiera o no) su esencia, sus virtudes o taras, el traductor, en cambio, está en una lucha perenne por ocultar los suyos.

Ariel Magnus
Narrador, periodista y traductor, nacido en Buenos Aires, 1975). Entre 1999 y 2005 vivió en Alemania, primero en la ciudad de Heidelberg y luego en Berlín. Allí estudió literatura española y filosofía becado por la Friedrich Ebert Stiftung, al tiempo que trabajaba para la cátedra de Literatura Hispánica de la Universidad Humboldt de Berlín.  Escribió para diversos medios de la Argentina y Latinoamérica, entre ellos la revista Soho y Gatopardo y el suplemento Radar de Página/12 y la revista Ñ, del diario Clarín. Colabora regularmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y de forma esporádica con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Taz de Alemania. Actualmente traduce del alemán el diario de filmación de Fitzcarraldo, de Werner Herzog. Publicó Sandra (novela, 2005), La abuela (crónica, 2006), Un chino en bicicleta (novela, Premio "La Otra Orilla", 2007),  Cartas a mi vecina de arriba (novela, 2009) y Ganar es de perdedores y otros cuentos de fútbol (2010). Ha traducido a un gran número de autores de lengua alemana; entre otros, Franz Kafka, Peter Handke, Werner Herzog, Tilman Rammsted, etc.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Depende de qué sea la escritura para quien la practica. Si es el terreno de la libertad, como creo yo, los parecidos son prácticamente nulos. Se escribe en el abismo, mientras que se traduce siempre en suelo firme. Incluso cuando se aplican procedimientos de la traducción en la escritura, como la traducción misma, el asunto es muy diferente, ahí el escritor se apropia del texto, traduce en su propio beneficio, por así decirlo. La aplicación inversa, que deriva en las "versiones libres" o como quiera llamárselas, no creo que pueda arrojar una buena traducción (aunque sí, tal vez, un buen texto).

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Una traducción está indicada como tal desde la tapa, de modo que no hay nada que ocultar ni que hacer notar. Luego hay decisiones editoriales que pueden hacer más patente que se trata de una traducción, como las aclaraciones al pie (que yo prefiero evitar, y que me eviten). También el texto puede tener más o menos marcas del idioma original (yo prefiero que tenga más que menos, porque creo que eso enriquece la lengua receptora). De modo que para mí hay que buscar un equilibrio entre la evidencia molesta de estar ante una traducción y la "normalización" del texto al punto de que parezca de un autor local. Con todo, este último riesgo me parece más alarmante que el primero. Prefiero un poco de extrañeza inquietante que una familiaridad sospechosa.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Obviamente no. Lo único que importa es el texto. La traducción es una suerte de mal necesario en un mundo con muchos idiomas y el arte del traductor está en que su presencia se note lo mínimo posible.

viernes, 22 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (17)

Desde Israel y Rusia responden otros dos traductores argentinos a la encuesta del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires

Eliezer Nowodworski  
Traductor e intérprete, desde 1979 reside en Israel. El grueso de su trabajo es en el campo técnico y en la localización de software, pero también tradujo una docena de libros (viajes, historia) publicados en España, México, Perú y la Argentina, que le permitieron mantenerse en contacto con los temas históricos, en los que completó sus estudios formales en la Universidad de Tel Aviv.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Creo que la diferencia es grande, como entre una sesión de jamming con amigos, tocando lo que a cada cual se le ocurre, cuando quiere, a diferencia de un recital/concierto en el que hay que ajustarse a una partitura y el margen de improvisación o de cambios es mucho más reducido. En mi propia redacción-tema-la-vaca puedo enfatizar las características que yo quiero y ocultar otras. Algo que sería realmente una infidelidad en el caso de mi traducción de tu redacción. Pese a eso, tu traducción y la mía de la redacción escrita por otro pueden ser diferentes y ambas correctas, pero seguramente tendrán cosas en común, al menos en las ideas reflejadas.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Lo ideal sería que no se note, pero no ocultarse. Casi todo texto lleva en su ADN genes de la cultura en que surgió y que presentan dificultades en la traducción. Antes que algunos me salten a la yugular por contradecir lo que consideran como un pilar fundamental de la teoría de la traducción, piensen más allá del par de idiomas que cada uno trabaja. O de la decena que quizás domina. Pensemos si cada texto puede realmente ser trasladado a 500-600 idiomas, la décima parte de los idiomas que hay, sin que queden cicatrices visibles.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
 Hay traductores cuyo perfil mediático, como el de algunos escritores, siempre será destacado y otros que por carácter, talante o lo que sea, les impide exponerse. Creo que la traducción, en general, debe estar en el centro. Lo que importa son los contenidos. En mi lejana cada días más lejana juventud traduje cables de una agencia de noticias para un matutino; el libro de estilo, que eran apuntes mimeografiados, hacían que todos los que estábamos allí tuviéramos un estilo bastante parecido. En todo caso, estaban los correctores que daban un toque mayor a la uniformidad (parafraseando a Les Luthiers: a veces se notaba que a todos los correctores los formó el Reverendo Jones). Para toda la parte de "noticias duras", la invisibilidad del traductor era axioma y me parece bien que en un caso así lo sea.


Alejandro González
Nacido en Buenos Aires en 1973, luego de licenciarse en Sociología en la Universidad de Buenos Aires, realizó estudios de posgrado en Lengua y Literatura rusas, en la Facultad de Filología de la Universidad de Petrozavodsk, Rusia. Trabaja como investigador en filología rusa y como traductor literario y científico del ruso . Su extensa obra como traductor incluye buena parte de la obra de Anton Chéjov,  varios títulos de Fiódor Dostoievski, Ivan Turguéniev, Vladimir Lenin, Lev Trostski, etc.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Son dos praxis diferentes. El escritor esculpe en y con su lengua una forma. El traductor reproduce en su lengua esa forma ya dada. El problema, quizás, venga por la carga más bien negativa que –todavía- tiene en el pensamiento la palabra “reproducir”, proceso que es visto como “copia”, “réplica”, y no como un acto hermenéutico creativo, intrincado, apasionante y a veces hasta arriesgado. Sobre esto, claro, no puedo menos que remitir a los primeros capítulos del libro Verdad y método, de Hans-Georg Gadamer.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
El lector siempre sabe que compra y lee una traducción. Hasta qué punto problematiza eso, es cuestión de cada lector. En lo que al traductor respecta, creo que debe evitar dejar adrede marcas textuales que denoten el origen extraño de la obra. ¿Para qué hacerlo? Basta con que una obra transcurra en el siglo XIX ruso o en el siglo XX alemán para generar el efecto de extrañeza y ficcionalidad en el lector. En inglés llueven “gatos y perros”; si me tocara traducir esa frase no dejaría, desde luego, semejante alegoría, sino que pondría que llueve “a cántaros”. Si la frase es natural en una lengua, debe serlo también en otra. (Obvio aquí, claro está, el hecho de que esa frase pueda estar asociada, por ejemplo, a una conversación anterior sobre gatos y perros, donde en tal caso adquiriría una función concreta en la obra; en ese caso el traductor deberá buscar la manera de resolver el problema). ¿Qué sentido tiene dejar en las traducciones del ruso, por ejemplo, las antiguas unidades de medida y peso, para luego poner el infaltable asterisco y hacer la incombustible nota al pie: “verstá: antigua unidad de medida equivalente a 1,066 kilómetros”? El escritor usaba la unidad de medida que tenía a mano; el traductor debe hacer lo mismo: “3 verstás = 3 kilómetros”.
Por otro lado, me pregunto: ¿qué se supone que le aporto al lector haciéndole “notar” que está leyendo una traducción?

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No. ¿Debe ser más visible el escritor que la obra?

jueves, 21 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (16)

Las respuestas de dos grandes traductores de España y de México a la encuesta del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.

Miguel Sáenz

Nacido en 1932,  es uno de los más prestigiosos traductores españoles de todas las épocas. Ha traducido todo el teatro de Bertolt Brecht y toda la obra de Thomas Bernhard al castellano. En la narrativa, sus autores favoritos son, además de Bernhard, Franz Kafka, Arthur Schnitzler, Joseph Roth, Günter Grass, Alfred Döblin, Henry Roth, Michael Ende, Salman Rushdie y W.G. Sebald. En 2012 fue elegido para integrar la Real Academia Española, dato del todo extraordinario dada su condición de traductor.  

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura?
Traducir y escribir son una misma cosa. 

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción?
En contradicción solo aparente con lo anterior, siempre se notará que se trata de una traducción. Y es bueno que así sea.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
 El traductor no debe ser más visible que el autor y, en realidad, ambos debieran ser invisibles. Lo que importa es el texto y lo demás es vanidad.

Pura López Colomé
Pura López Colomé es una poeta y traductora mexicana. Lleva publicados diez libros de poesía: El sueño del cazador (1985), Un cristal en otro (1989), Aurora (1994), Intemperie (1997), Éter es (1999), Música inaudita (2002), Tragaluz de noche (2003), Quimera (2003), Santo y seña (2007), Reliquia (2008). Asimismo, ha publicado versiones de T.S. Eliot, Emily Dickinson, Gertrude Stein, Rainer Maria Rilke, Bertolt Brecht, H.D. y buena parte de la obra del irlandés Seamus Heaney, entre otros autores. Su labor fue coronada en 1992 con el Premio Nacional de Traducción de Poesía. Con Santo y seña ganó el prestigioso Premio Xavier Villaurrutia en el año 2007.


1)  ¿En qué se parecen la traducción y la escritura?
En realidad son actividades hermanas, íntimamente emparentadas, pues hay que ser escritor para traducir medianamente bien:  es decir, sólo un escritor conoce los verdaderos resortes de la pulsión creativa.  En lo personal, yo siento una libertad mayor al traducir, porque me puedo mostrar en actitud de clara veneración por el autor, como alguien que se ha visto deslumbrado, y se siente agradecido por la oportunidad de recrear aquella obra de arte echando mano de sus mejores recursos, su mejor esfuerzo (asumiendo tácitamente su falibilidad).  En el caso de mi propia escritura poética, siento mucho más temor; mi relación con la palabra implica muchas veces un horror ante el vacío que nunca experimento al traducir, aunque la obra conlleve dificultades en apariencia insalvables.

2)  ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción?
Aunque la traducción sea impecable, siempre se nota que es lo que es.  El traductor no se puede esconder del ojo divino. Su tarea consiste, simplemente, en hacer bien trabajo.

3)  ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
A mí me fascina leer un texto de cabo a rabo, sin poderlo soltar, y comprobar que el traductor era quien yo creía.  Ojalá que esto responda a la pregunta. 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (15)

Dos traductores argentinos suman sus testimonios a esta encuesta.

Julia Benseñor

Argentina, es traductora literaria y técnico-científica, recibida en el Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Además es traductora pública en inglés, por la Universidad del Museo Social Argentino. Por su trabajo, ha recibido el  Tercer Premio a la Traducción Científico-Técnica del Conosur 2001-2002 organizado por Unión Latina. Ex docente del Traductorado Literario y Técnico Científico, INES Lenguas Vivas es co-fundadora del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires (2009). Se desempeña como traductora freelance para distintas organizaciones internacionales y nacionales. Entre los autores que ha traducido se menciona a Charles Chaplin, Ray Bradbury, Saul Bellow y Ring Lardner, entre otro. Actualmente, se desempeña como docente de traducción en la UTN.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
No tengo experiencia con la escritura, pero tengo que confesar que, como traductora, siempre ejerció una seducción especial sobre mí y en cuyas redes nunca caí. Por lo tanto, a la pregunta planteada sobre la diferencia entre traducción y escritura tengo que responder en base a mi intuición y no a mi experiencia.
Al escribir su obra, el escritor crea un mundo nuevo y construye sus paisajes, sus personajes, establece las reglas que gobernarán el lugar, mientras que al traducir soy una turista que está de visita en ese nuevo mundo, entusiasmada ante la idea de recorrer nuevos paisajes, nerviosa por no conocer bien las reglas que rigen el lugar y tratando de ser lo más respetuosa posible a medida que voy conociéndolas, que quedo agotada al buscar absorber toda esa experiencia en el menor tiempo posible, porque, claro, tengo marcada la fecha de regreso. Durante estos intensos recorridos por tierras extranjeras, siempre descubro que cargo con una valija repleta de cosas foráneas, que son ajenas al lugar. No es para menos, en verdad pertenecen a otro hemisferio, a otro clima, a otras costumbres, pero que finalmente, a fuerza de perseverancia o testarudez, se adaptan y logro valerme de ellas mientras dura mi breve estadía en el país extranjero. Tal vez por todo esto es que a veces necesito vacaciones de vacaciones.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
No creo que esta pregunta pueda contestarse en abstracto sino que dependerá de muchas variables. Si la traducción tiene propósitos académicos, seguramente resultará más interesante no ocultar el original sino, por el contrario, ponerlo de manifiesto con la traducción como herramienta.
Ahora, si se trata de traducir literatura para disfrute del lector, soy de la opinión de que la traducción es un nuevo original, que se erige como tal y se planta sobre sus propios pies. Por esa razón, se impone como creación... no por encima pero sí a la par del libro original. Y si la traducción es buena, aun con esta posición tomada, no habrá borrado  las huellas del original.
Se me ocurrió pensar cómo percibe todo esto el lector medio. Está quien nunca ve la traducción y vive convencido de que lee directamente a los autores originales, independientemente de las lenguas en las que escriban su obra, y está quien, aun sin ser tan ingenuo, nunca ve la traducción a menos que a cada página se le enciendan luces rojas de alerta por acumulación de errores de traducción, de lengua o de tipografía. En conclusión, los lectores NUNCA “ven la traducción (a menos que sean coincidentemente lectores y traductores) cuando nosotros, en la mayoría de los casos, buscamos, paradojalmente, que “se note” la traducción y no el original. De allí la premisa tan mentada de que cuanto mejor es la traducción, menos visible es.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No estoy muy segura de entender a qué apunta la pregunta, pero intentaré responderla. Pienso que tanto el traductor como la traducción deben ganar visibilidad en los ámbitos que les cabe y que no compiten sino que se complementan y retroalimentan.
El traductor tiene que lograr hacerse más visible ante los ojos de la sociedad para reclamar por su justo reconocimiento, lo que se traducirá en mejores honorarios, mejores condiciones de trabajo, mejores plazos de entrega, mayor respeto por sus versiones, etc. Sería un aliciente importante instaurar premios a la traducción, como es común en otros países, por ejemplo. El traductor literario debería gozar de más prestigio del que tiene actualmente.
Por su parte, creo que la traducción en tanto manifestación literaria debe ganar un espacio propio en el universo cultural del país, tener sus propios canales, crear sus propias instituciones, y así acabar con su condición de hermana “menor”.
Como dije antes, el terreno que gane, ya sea el traductor o la traducción, permitirá beneficiar al otro. No importa quién gane la carrera sino que los dos participen. Seguro que van a compartir el premio, porque uno no existe sin el otro.

Gerardo Lewin
Poeta, traductor y actor vocacional, es egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático y cursó estudios de posgrado en dirección teatral en la Universidad de Tel Aviv. Trabajó como traductor en diversas producciones televisivas. Publica traducciones de poetas hebreos contemporáneos y clásicos en su blog de_canta_sión.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
En mi visión -y en mi humildísima práctica- la traducción es una forma más de la escritura. Los resultados finales me producen idéntico orgullo o el mismo aburrimiento.
Creo que la (buena) traducción es comparable a la interpretación de un dúo musical, en el que se hace difícil decidir quién lleva la voz cantante y el placer estético no se detiene a pensar quié es el violín y quién la viola.
Por supuesto, traducir es construir una casa según los planos de otro. En ese sentido, la escritura propia, independientemente de cuan ordenado resulte el producto final, es fruto de caos propio: si el edificio se viene abajo, el cadaver en el sótano soy yo.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Con el debido respeto, creo que la pregunta está mal planteada... Pienso que cualquier esfuerzo en un sentido o en el otro está destinado al fracaso porque depende - en grado absoluto - del lector. Vale decir: hay lectores que ni siquiera registran que están leyendo una traducción. En mi mente, Homero Simpson tiene la voz del doblaje mexicano, Poe escribió un poema titulado "El Cuervo" y el famoso monólogo arranca con "Ser o no ser..."
Existe también, cómo no, una minoría de lectores cultos que comparan las traducciones con los originales, una eficiente manera de arruinarse a uno mismo el placer de leer.
La respuesta sería: una traducción exitosa está destinada a ser percibida como un sucedáneo indistinguible del original.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Como deber ser, tipo imperativo moral, lo dudo mucho. No voy a revelar ninguna novedad al decir que la mayoría de las traducciones resultan, a la larga, anónimas. Quizás por eso uno reciba como frutos de cierta justicia poética el que se recuerde y se celebre al Macbeth de Borges o al Poe de Cortázar.

martes, 19 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (14)

Las respuestas de dos  traductoras, una argentina y otra chilena, especializada en lengua alemana.

Carla Imbrogno

Formada en la Universidad de Buenos Aires y en la de Friburgo, se desempeña como traductora de alemán, editora y periodista cultural, y es curadora de Programación Cultural y responsable de Relaciones Institucionales en el Goethe-Institut Buenos Aires. Ha traducido prosa de JeremiasGotthelf, Franz Rosenzweig, Georg Simmel, Witold Gombrowicz, Moritz Rinke, Alexander Kluge y Mauricio Kagel, libretos de ópera contemporánea, guiones cinematográficos y piezas teatrales de Elfriede Jelinek y René Pollesch, entre otros. Escribe prosa breve y poesía. Es autora de Die Dauer der Greta Bo (La duración de Greta Bo), incluido en la antología Die Nacht des Kometen. Argentinische Autorinnen der Gegenwart, Zúrich, edition 8, 2010.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Traducir es escribir y escribir es traducir mundos posibles. Creo que muchos estaremos de acuerdo en ese sentido. En los últimos años me estuve dedicando bastante a la edición de traducciones. La ediciónde una traducción (como la de un original) va más allá de la revisión. La revisión (ver algo con atención y cuidado, someterlo a nuevo examen para corregirlo o enmendarlo) muchas veces se queda a mitad de camino de lo que efectivamente suele necesitar una traducción para estar terminada. Por lo menos en el caso de los textos que vienen del alemán, esa tarea de editar traducciones ajenas me hizo tomar conciencia abrupta de la diferencia entre traducir y escribir. Cuando estoy ante una traducción con el mandato de editarla, la sensación a veces es que le falta una vuelta de tuerca. Que por más correcta que sea, le falta atravesar sus propias capas, ir hasta el fondo de sí misma, hasta sus últimas consecuencias. Como si, por el pudor de estar traduciendo, el traductor hubiera frenado antes de tiempo. La sensación es que a la traducción le falta revolcarse en la lengua meta: ensuciarse. A la traducción terminada, muchas veces, le falta escritura.
En cuanto a escribir y traducir como procesos de escritura: cuando traduzco, antes de pasar al momento del enchastre, el camino es el de una espiral (vuelvo a empezar una y otra vez, retomo las frases, reescribo alejándome cada vez más del punto de partida). Cuando escribo, “lo poético es recolectar” (Alexander Kluge): dedico muchísimo tiempo a coleccionar asociaciones libres que recién después me pongo domesticar por escrito, en forma bastante aleatoria también.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Tengo problemas con los “debe” y sé que uno podría ponerse muy específico y discutir. Pero en general opino que una buena traducción no grita a los cuatro vientos: “¡Soy una traducción!”.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No creo que “deba” ser más visible el traductor que la traducción como tampoco creo que deba ser más visible el autor que cualquier texto de su autoría. Recuerdo ediciones de antes: sin biografías extensas en la solapa.


Pola Iriarte Rivas
Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Trabajó como redactora de cultura de la revista Cauce, corresponsal del Servicio para la Mujer Latinoamericana de la agencia IPS, editora general del programa de Radio Mujeres Hoy, editora general de la revista Innovaciones Locales y docente en la carrera de Comunicación Social de la Escuela de Estudios Superiores, vivió durante casi una década en Europa, mayoritariamente en Alemania. En ese país, fue alumna oyente durante dos años de la carrera de Licenciatura el Literatura española de la Universidad de Hamburgo,  y trabajó para los servicios latinoamericanos de la agencia de prensa alemana (dpa) y la radio alemana (dW), en el área de cultura. Vuelta a Chile en 1998, se ha desempeñado como editora, traductora e intérprete. En el ámbito de la traducción literaria, ha traducido diversas novelas desde el alemán, entre ellas, Casandra de Chista Wolf (Cuarto Propio) y MOI de Heiko Michael Hartmann (Andrés Bello) y más de 15 obras de teatro, entre ellas La obra y Los contratos del comerciante de la Premio Nobel Elfriede Jelinek. En 2005 fue invitada por el Festival de teatro de Mülheim (Alemania) para participar en un taller de traducción teatral y en 2009 participó como invitada de la Academia de verano de traductores literarios del Literarische Colloquium Berlín en la capital alemana. En 2007 obtuvo el Diploma de trabajo destacado, por la traducción de la obra de teatro Sex según Mae West de René Pollesch, Premio Teatro del Mundo de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Tanto la traducción como la escritura constituyen procesos creativos cuya materia prima es el lenguaje. Autor(a) y traductor(a) se enfrentan al desafío de construir a partir de las palabras: realidades, historias, atmósferas, imaginarios. Ambos (as) deben ser capaces de transportar al lector(a) no solo a un determinado universo argumental, sino también a un universo emocional y sensorial, el de la rabia, la pena, el dolor, la felicidad, el asombro, la risa o la desesperación, a la vez que provocar extrañeza, familiaridad, identidad, rechazo…
Para lo anterior, evidentemente, es fundamental el acabado conocimiento y manejo del idioma, sin el cual ni la escritura ni la traducción lograrán superar el nivel de lo anecdótico, lo literal, lo evidente.
Por cierto, el punto de partida de ambos actos creativos es donde radica la mayor y sustancial diferencia. Mientras la escritura constituye un ejercicio “libre”, en el sentido de que no hay más sustrato inicial para la creación que las opciones –más o menos conscientes– del autor(a), la traducción es un acto de recreación de una obra existente, que debe ser precisamente (re)creada en un universo idiomático distinto del original.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
La estrategia de traducción que se siga dependerá en alguna medida del objetivo de la publicación de una determinada obra en una lengua distinta a la original, lo que a su vez volverá más o menos visible su calidad de texto traducido. En términos generales, sin embargo, creo que las traducciones deberían aspirar a ser leídas como si se tratara de textos originales, lo que no implica por cierto “ocultar” el hecho de la trasposición idiomática ni tampoco prescindir de señales que lo dejen en evidencia, como las “Notas del traductor(a)”. De hecho, me parece deseable que las obras traducidas estén acompañadas de un “Prólogo a la traducción”, en el que se dé cuenta de la estrategia de traducción seguida. Así, que una traducción pueda ser leída como si se tratara de un original no implica pretender que se lo tenga por un original, sino lograr que el texto posea coherencia idiomática interna y funcione estilística, sintáctica y semánticamente, de manera que el lector(a) no se tropiece con palabras  o formulaciones impropias del idioma de llegada. En ese empeño habrá de sacrificarse más de una vez la literalidad de la traducción en pos de las necesidades propias del idioma al que se está traduciendo. 

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
A pesar de lo dicho en la respuesta anterior, en el sentido de que el texto debe funcionar como un texto autónomo en el idioma de llegada, no me parece deseable que el estilo del traductor(a) sea a tal punto dominante que resulte más fuerte que las particularidades de los diferentes autores(as) traducidos o las diferente obras de un mismo autor(a).