miércoles, 19 de marzo de 2025
"Es muy importante no dejarse manipular por las grandes editoriales y distribuidores que te están presionando continuamente para colocar sus libros"
martes, 26 de diciembre de 2023
Ejercicios de futurología en el mundo del libro
jueves, 24 de noviembre de 2022
"Los precios de los libros nuevos son prohibitivos"
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Foto: Florencia Downes |
De las tradicionales librerías de Parque Centenario, Rivadavia o Plaza Italia, a las de calle Corrientes, de las que atesoran ejemplares únicos hasta lectores que ponen en venta sus libros después de una vida acumulados y crecen con proyectos propios, el mapa de libros usados combina lo económico, lo inesperado y lo romántico y se reconquista con el empujón del espacio virtual: ¿creció la tendencia a consumir estos libros? ¿Cuánto del costoso acceso a la novedad inclina a lectores?
Al aire libre, en las principales avenidas, en calles de barrio escondidas, sobre una manta en una céntrica peatonal porteña, en ferias, como la reciente FLU (Feria del Libro Usado), los libros en la Ciudad de Buenos Aires están a la vista, al punto de que en 2011 la Unesco la declaró capital mundial del libro, mientras que antes de la pandemia el Foro Mundial de Ciudades Culturales la ubicó como una de la ciudades con más librerías. El cimbronazo de la pandemia condujo al cierre de locales de libros y obligó a multiplicar los canales de venta incorporando lo digital como una plataforma más, pero los libros siguen.
En el universo de librerías hay novedades, saldos, raros y también usados, esos títulos de segunda mano que son codiciados porque permiten acceder a títulos que ya no se editan, son más baratos, no se encuentran en todos lados o tienen una originalidad que los vuelve únicos, como primeras ediciones, subrayados, dedicatorias que cuentan historias. Como contracara, coleccionistas, buscadores de joyitas, aquellos que revuelven hasta dar con alguna sorpresa, lectores y lectoras que hacen frente a la situación financiera sin resignar el placer de una lectura.
Para Fernando De Luchi, fundador de Sudeste, librería ubicada en plena calle Corrientes, “en estos tiempos un lector regular casi no tiene otro camino que volcarse al libro usado, cuando una novedad puede significar nada menos que un 10 por ciento de su sueldo. Al margen de eso, hay también una cuestión romántica porque siempre hubo en un público con cierta seducción por el libro viejo, por la historia que traslada, por encontrar títulos que no se reeditan, con encontrarse con un ejemplar dedicado por una abuela a su nieto, por contener anotaciones pintorescas”.
Desde el año 2006 Sudeste vende usados, saldos y novedades en un local que es un oasis en el torbellino sonoro de la “calle que nunca duerme”, aunque su historia arrancó un tiempo antes en las vísperas del 2001 y como ocurre en este oficio llevó su pasión hasta la obsesión. “Las formas de acceder a los libros usados son muy variadas y algunas se fueron transformando con el paso de los años. Desde recorrer paños de gente que vendía todo lo que le sobraba en los parques en aquella víspera de la crisis 2001, a poner avisos en el diario anunciando que compramos libros. También la librería es una boca de recepción: mucha gente de acerca allí a vender sus libros”, cuenta.
El
público de Sudeste es diverso y “fluctúa con los horarios y los días. El dólar
alto trae turistas de toda la región, al mediodía está el público ‘oficinista’
que la recorre en su hora de almuerzo, los sábados la visita gente que va al
teatro y ‘hace tiempo’ revisando bateas o chusmeando las oportunidades de las
mesas de ofertas”. Para el librero, además, aunque “en menor medida que décadas
pasadas están los
coleccionistas, aquellos que les falta un ejemplar para tener la revista Sur o El Gráfico completas. O el buscador de tesoros, con su afán de
encontrar perdida alguna ‘joyita’”, cuenta el librero.
A una cuadra de Sudeste está Edipo, librería fundada en 1978 que también combina novedades, saldos y usados. Uno de sus libreros, que trabaja hace más de treinta años, cuenta que la circulación cambió mucho después de la pandemia, por lo que debieron potenciar la venta a través de Internet. Aunque traccionan a sus seguidores de siempre, esos lectores que conocen y confían en los hallazgos de la librería y sus elecciones, el fuerte también se ubica los fines de semana cuando la gente va al teatro y se acerca “por el precio”. La ecuación es sencilla: una novela que pasó por otras manos se puede conseguir por 1.000, una recién salida de imprenta vale 5.000.
Daniel Zachariah es inglés, vive en Buenos Aires hace más de una década y tiene una librería sobre la calle Reconquista, The Book Cellar & Henschel, a la que ahora sumó un pequeño local a metros nomás para guardar todos los libros que va comprando y ya no entran en el espacio. “Cuando era chico y pasaba por la librería de usados en Londres tenía miedo entrar, como si fuera un lugar al que tenés que ir con cierto conocimiento porque no es como las librerías de nuevos donde la gente va por autores, categorías o por sus atractivas tapas. Entonces, el trabajo más grande que tenemos que hacer como libreros de usados, antiguos, raros, es seguir introduciendo a la gente para que se sorprenda y encuentre lo que no sabía que estaba buscando”, dice.
Capítulo aparte es el detrás de escena de todos esos montones de volúmenes a la venta: el circuito es fascinante. Los libros ya leídos, ya comprados, tienen circuitos de accesos muy variados para libreros. Van del boca en boca, visitas a domicilios, avisos en diarios, gente que se acerca a vender lo que tiene y bibliotecas que necesitan despojar su volumen por traslados, muertes, anticuarios con sus tesoros, limpiezas domésticas y también hallazgos de recicladores urbanos. ¿Cómo se fija precio? ¿Cómo se define cuando sí y cuando no? Oficio de librero: arte, intuición y riesgo.
Zachariah lo define como “un fenómeno de movimiento constante” y da como ejemplo Cesar Aira que “siempre fue muy seguido pero ahora la gente se vuelve loca por sus primeras ediciones, lo mismo con otros escritores de culto de los 80 y 90”. Pero lo cierto es que nadie tiene la bola de cristal:”Todo el tiempo me piden libros de Mariana Enriquez y van bien, pero lo que no sabemos es si en 20 años ella va a ser coleccionable, si se van a pedir sus primeras ediciones, los libros firmados. Es parte de la diversión también”. Los libros usado bajan y suben en función de demandas, tendencias, decisiones editoriales.
Como trasfondo de ese oficio una “obsesión” como se define el librero, que participó de las tres ferias de libros que tomaron la agenda editorial de la ciudad en este mes (la del usado, la del raro y la del antiguo): “Cuando descubrís que puede ser un hobby, que te encantan los libros, te encanta leer y puedes vivir de eso, es un placer. Yo empecé con libros en inglés pero aprendí de todo, de arquitectura, de filosofía”, cuenta.
¿Se vende o no se vende? Zachariah dice que no tiene quejas “en este contexto”: “Hay alta y bajas, como todos los años”. En su caso, los feriados complican porque ajustan el mes y los bolsillos pero a diferencia de lo esperado fin de mes puede ser una buena oportunidad porque “hay gente que ve que le sobró un poco de plata que no se justifica ahorrar y entonces la vuelca a los libros usados. Por el mismo precio que una novedad se puede llevar hasta cinco más”.
Juan Pablo Correa está detrás de Librería Mastronardi, “librería de viejo”, como se define en su Instagram que atiende de manera virtual. Gestor y conocedor del mundo editorial, entusiasta lector, Correa define a la ciudad de Buenos Aires como “un paraíso para quienes aman los libros”. Él mismo, desde su 15 años, compró tantos libros que “cada tanto hago pequeñas ferias, regalo o canjeo. Hace unos años empecé a vender en Mercado Libre, pero se volvieron despóticos y dejé de hacerlo a través de ellos”. Para Correa, ese comercio sirve a comercios pero no a libreros amateurs, como él que “en cierto modo vendo para comprar”.
“Con los años -dice- he aprendido a ser desprendido, prefiero hablar de juego no de marketing. Me gusta que uses la palabra curaduría, yo que me he pasado la vida riéndome de los curadores, ahora me he vuelto curador curatorial. Y lo que pongo a la venta es lo que he leído y me gusta. A veces me cambió el gusto y ya no me gusta más, pero puedo hablar de la impresión que me produjo en su momento Nabokov, por ejemplo. Ahora no me gusta pero cuando lo leía me hacía vibrar”.
Esa vibración probablemente lo aleja de pensar al libro en función de su fin monetario: “Me resisto a pensar en el libro como valor económico, valen por el placer que te dan. Tener una biblioteca es una felicidad, recorrés los anaqueles buscando alguno y te encontrás con otro que te estaba esperando y tenía algo importante para decirte”.
Sobre
el interés en usado plantea que no están “viendo un aumento en ventas, observamos
un gran estancamiento hace unos años a esta parte. Para los lectores los precios de los libros
nuevos actualmente son prohibitivos y eso puede que esté haciendo que haya un
cierto interés en el libro usado. No obstante, vemos que tanto para el libro
nuevo como usado el mercado se ha achicado enormemente producto del estancamiento
económico”
En su opinión interviene otro factor “cultural”: “la gente lee poco o directamente no lee libros, y ello incide fuertemente en toda la industria. Asimismo, esta problemática representa también un desafío para los libreros que tendemos a leer mucho y querer entusiasmar a los lectores con libros fuera de catálogo, rarezas o de autores todavía desconocidos o que se leyeron mucho en su momento y que deben ser recuperados”, dice.
Libros y medio ambiente ¿sustentabilidad gana novedad?
Libros Pampa se presenta como una forma de “lectura más ecológica y sustentable”. Explica Agustín, también abogado y politólogo, que “está claro que la reedición de cualquier obra implica en términos de sustentabilidad, un gasto en papel que proviene del procesamiento de la pulpa de celulosa de origen vegetal. El libro usado permite esa circularidad y reutilización de una obra ya impresa”. Eso, dice, potencia también la bibliodiversidad con la recuperación de obras que ya no se reeditan.
La propuesta de Libros Pampa con una perspectiva eco entra en diálogo con la tendencia a la circularidad que están proponiendo otras industrias como la moda. Para Zachariah si el motivo de inclinarse al usado fuera ecológico no le pedirían bolsitas de plástico para cargar los libros que compran en su librería. Y De Luchi en está línea aporta: “Me encantaría pensar que fuera por una inquietud ecológica, pero me inclino a que responde a una cuestión económica”.
A esa cruzada de crisis que conjuga situación económica y el precio de las novedades, Juan Pablo Correa agrega otra: “Una crisis de la industria editorial mainstream, publican libros que no tienen nada que ver con la literatura y salvo en algunas librerías no encontrás novelas que no sean novedades”.
jueves, 10 de noviembre de 2022
Librerías de usados para lectores con rinitis
Imagen del interior de una Re-Read
La segunda vida de los libros:
nuevas librerías “low cost” y “eco-friendly” se imponen en España y podrían
llegar a Latinoamérica
Librerías de viejo, de libros usados, de segunda mano, de aguante así se les suele llamar. Normalmente, un librero o librera, casi tan viejo como los mismos libros, es quien atiende; usa lentes, o no; si tiene pelo o muy poco, es lo de menos; en todo caso, da la sensación de que todo se lo ha leído y, por lo general, si se le hacen preguntas del tipo... “¿tiene el nuevo libro de Miguel Bosé?”, contesta con un gruñido.
La idea que tenemos de las librerías que se dedican a la comercialización de libros usados va muy ligada al imaginario que nos hemos creado alrededor de ese sujeto, muy lector y recorrido, que lleva con orgullo el nombre de librero, que no es lo mismo que ser un simple vendedor de libro. Por lo general, el librero recomienda basado en su conocimiento; si bien entiende que hay que vender, no es esto lo que lo mueve en primera instancia, lo primordial es tender el puente entre el lector y el libro correcto.
Algunos libreros son también gestores culturales, editores e, incluso, escritores. Colaboran como reseñistas en la prensa o han publicado una que otra novela o colección de cuentos. No es algo que se aplique solamente a los libreros que venden libros usados, pero, comunmente, son ellos a quienes más se les ve en esta faceta de hombre orquesta.
Ahora bien, las librerías de usado, o de segunda, suelen ser sitios también con aire a viejo. El olor a libro antiguo impregna el aire y es normal que una o dos tablas crujan al pisar; los asientos tienen algo de polvo, igual que los estantes y, si hemos pasado horas curioseando, es posible que tengamos un poco de piquiña después o un polvillo amarillo en las palmas de las manos. Ahí entendemos por qué los libreros usan guantes especiales en algunas ocasiones.
Todo esto tiene su encanto, pero no todos los lectores lo ven así. Mucho menos aquellos que padecen de rinitis, o que simplemente prefieren el libro nuevo, la librería moderna y los espacios iluminados con aire de boutique.
Ahora en España hay una cadena de sitios pensados para atender los dos tipos de lectores: el que gusta del libro usado y lo prefiere al nuevo, por economía o por algo relacionado con la nostalgia, y el que prefiere la librería organizada, con sala de lectura y un rincón para selfies completamente “instagrameables”.
Un ejemplo de esto es ‘Re-Read’, la librería de libros usados que funciona en distintas ciudades españolas bajo el concepto de Low Cost y las tendencias Eco-Friendly. La idea se les ocurrió a Nicolás Weber y Mercedes Zendrera, más tarde se unió Laura Garriga. Su sistema se parece al de una biblioteca pública. El lector compra el libro y tiene la posibilidad de retornarlo, luego de leerlo, con el ánimo de que otro lector pueda acceder a él; claro, recibe menos dinero que lo que pagó inicialmente, pero lo que cuenta es que se le reconoce la intención de querer que la lectura siga siendo ese ejercicio cíclico de conocimiento compartido.
La primera experiencia de Zendrera y Weber tuvo lugar en 1982, cuando abrieron su primera librería, especializada en cultura árabe. Llevaba por nombre ‘Baibars’. Movidos más por la pasión que por los buenos números en ventas, hacia 2009 se vieron en la necesidad de renovarse o dejar de lado el sueño de la librería. Fue entonces cuando surgió la idea de apostar por los libros usados.
Con tantas nuevas librerías abriendo y cerrando en igual medida en España, todas a merced de los mismos inconvenientes económicos, Zendrera y Weber se lanzaron de cabeza sin importar nada y en 2012 apareció la sede inicial de ‘Re-Read’.
El primer local de ‘Re-Read’ se inauguró en Barcelona y hoy ya tienen presencia en gran parte de España, casi todos los establecimientos siguen siendo franquicias; además, acaban de ampliarse a Lisboa, la capital de Portugal, con intenciones de llegar a Francia, y a Latinoamérica, empezando por México.
Infobae visitó uno de los locales de ‘Re-Read’, frente a la estación de Atocha, en Madrid. La decoración y distribución de los espacios es similar en todos los locales de la franquicia, o en casi todos. De entrada, no parece la típica librería de libros usados; es la idea, claro. El aspecto es bastante cuidado, con una imagen moderna, tipo estudio Talking. Los libros están organizados por secciones y cada estante resalta por su pulcritud.
El fondo del lugar tiene una salita para los niños y un espacio bastante “instagrameable”, con fotografías de escritores y una frase en luces de neón: “Me vuelves Lorca”. El merchandising en torno al mundo del libro es especial: tote bags con frases tipo “Mi fantasía textual es que me comas y punto”, haciendo un juego de palabras con el signo de puntuación en referencia, camisetas, pines... Todo enmarcado bajo el lema del Re: “Reduce, Reuse & Read” (Reducir, reusar y releer).
A la entrada de este y todos sus locales hay una inscripción: “En Re-Read podrás encontrar libros de segunda mano en perfecto estado. También vender los tuyos. Porque siempre hay libros leídos y libros por leer. Por eso Re-compramos y Re-vendemos para que nunca te quedes sin ninguno de los dos”.
La cadena cuenta con un sistema de precios fijos: un ejemplar por tres euros, dos por cinco y cinco por diez euros. ¡Una locura!
La librería no sería atractiva de no ser por su concepto, los detalles puestos en ello, tratados y combinados con esmero. Han cuidado diversos aspectos importantes: la imagen de marca, el sistema de precios, las secciones en las que se divide la librería y la comunicación con sus clientes.
martes, 7 de junio de 2022
Lo de siempre, sólo que lo dice el New York Times
El pasado 30 de mayo, en el diario La Nación, de Buenos Aires, Daniel Gigena publicó un artículo que recoge las impresiones de Daniel Politi, corresponsal del New York Times para el Cono Sur, a propósito de la proliferación de nuevas librerías en la ciudad. En su bajada se lee: “La ventaja que sacaron los locales pequeños, independientes y barriales durante la pandemia es vista como un fenómeno por el corresponsal del gran diario estadounidense”.
Un boom de librerías porteñas. The New York Times ve un próspero negocio
en Buenos Aires
En una nota publicada en el diario estadounidense The New York Times (NYT), firmada por su corresponsal en el Cono Sur, el periodista Daniel Politi, se afirma que, pese a la recesión y la pandemia, el negocio del libro prospera en la ciudad de Buenos Aires gracias al boom de las librerías pequeñas e independientes. “Feliz de que mi última historia para el NY Times sea realmente una carta de amor a la rica escena cultural de Buenos Aires que de alguna manera logra prosperar en medio de problemas económicos aparentemente interminables”, escribió el autor en su cuenta de Twitter. Contra viento y marea, Buenos Aires sigue defendiendo su récord internacional de ser la ciudad con más librerías por cantidad de habitantes.
El artículo reúne testimonios de libreros como Carime Morales, de Malatesta (en Parque Chas); Luis Mey y Ana López, de Suerte Maldita, (en Palermo) Nurit Kasztelan (de la librería virtual Mi Casa, en Villa Crespo), Cristian Di Nápoli, de Otras Orillas (en Recoleta), y Cecilia Fanti, de Céspedes, en Colegiales; editores como Víctor Malumián (coeditor de Godot y coorganizador de la Feria de Editores) y Damián Ríos (de Blatt & Ríos), y del consultor Fernando Zambra, director de Promage. Los consultados destacan que, debido a las restricciones impuestas por la pandemia en el país, las librerías barriales obtuvieron una ventaja comparativa respecto de las grandes cadenas cuando se les permitió vender por internet y redes sociales.
“Los porteños confinados en sus barrios durante gran parte de 2020 recurrieron a las pequeñas librerías cercanas”, escribe Politi, que cita a continuación las palabras de Fanti: “Las librerías no paran de abrirse”. No obstante, y en simultáneo, tampoco pararon de cerrarse. En 2021, entre otras bajaron la persiana las librerías Antígona, Los Argonautas y la Librería de las Luces en la Avenida de Mayo, Las Mil y Una Hojas en Palermo y, en la avenida Corrientes, Mr. Hyde y Lorraine (aunque esta última permanece abierta liquidando stock). La Fundación El Libro lanzó incluso a mediados del año pasado una dramática solicitada –titulada “La herida no para de sangrar”– con reclamos al gobierno nacional y al porteño.
“La escena de la avenida Corrientes, que alcanzó su punto álgido a mediados de los años 80 y 90, tras el fin de la dictadura militar argentina, perdió más brillo a medida que el centro se vaciaba y varias librerías grandes cerraban”, se lee en el artículo del NYT. Consultados por LA NACION, varios libreros de la zona confirmaron que desde fines de 2021 habían vuelto al nivel de ventas de 2019 (con la aclaración de que ese no había sido “un buen año”). Durante la pandemia, el Gobierno benefició por algunos meses a editoriales y librerías con el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y créditos blandos.
Editores y libreros señalan en la nota que las librerías de barrio ofrecen “recomendaciones reflexivas”, una suerte de curaduría con títulos de sellos independientes. “Es cierto que se puede encontrar absolutamente todo en Internet, pero solo vas a encontrar lo que sabés que vas a buscar”, reflexiona Malumián, editor de Godot. Por su parte, Mey sostiene que la pandemia “niveló el campo de juego con los grandes monstruos” que dependían más del tránsito peatonal y de los lectores ocasionales. Y según Zambra, las pequeñas librerías ayudan a mantener el negocio editorial. No se menciona el reclamo del sector librero sobre el beneficio de la desgravación del IVA del que quedaron excluidos por un (créase o no) “error de redacción” en la reglamentación de la AFIP en el gobierno anterior y que el actual aún no enmendó. En las próximas semanas, la Cámara Argentina del Libro dará a conocer el informe de ventas de 2021.
“Tenemos los mismos libros que todo el mundo, pero la clave es que no exponemos los mismos libros”, cuenta Ana López, socia de Mey en Suerte Maldita. Y agrega que si alguien pide “el último best seller se lo puedo conseguir, pero no es lo que yo elijo exponer, que incluye mucho de editoriales pequeñas”.
“Charlamos con Politi casi una hora y media por teléfono –cuenta Kasztelan a La Nación–. Le conté que en la pandemia la librería explotó, a tal punto que me costaba sostener la demanda de gente queriendo leer. Por un lado fue hermoso, volver a sentirme útil, traficar libros con los vecinos del barrio en el chino haciendo que salíamos a comprar leche, que la gente regalara libros a sus seres queridos, que la lectura salvara cierto desamparo que había generado la escena. Después yo misma tuve que ponerle un freno de mano a la escena, porque me vi trabajando de lunes a domingo casi 24 horas por día, y casi no daba abasto para leer, que fue la principal razón por la que me decidí dedicar a esto. Y la librería volvió a su funcionamiento normal: pocas redes sociales, recomendaciones personalizadas y con turno, y mucho boca a boca”.
El director del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro, Alejandro Dujovne, afirma que “esta clase de artículos, en medios internacionales de enorme prestigio, contribuye a reforzar el lugar de la Argentina en el competitivo mapa mundial de las letras, aunque, al poner el foco en la experiencia de Buenos Aires o, mejor dicho, de algunos barrios de Buenos Aires, conlleva el riesgo de convertir a la parte en el todo, haciéndonos perder de vista los problemas políticos y económicos estructurales que impiden un desarrollo más federal, democrático y duradero del mundo libro y la lectura en nuestro país”. En el reciente informe elaborado por Dujovne y su equipo para el Centro Regional para el Fomento del Libro para América Latina y el Caribe (Cerlalc–Unesco), “El ecosistema del libro en Iberoamérica, un estado de la cuestión”, se relevan los “desafíos que tienen los países de esta región, la Argentina entre ellos, para ampliar sus mercados, profesionalizar sus prácticas, y avanzar hacia un espacio del libro cada vez más integrado”.(Clic en este enlace para leer el informe.)