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miércoles, 19 de marzo de 2025

"Es muy importante no dejarse manipular por las grandes editoriales y distribuidores que te están presionando continuamente para colocar sus libros"


Publicada en el Diario de Sevilla, el pasado 16 de marzo, lo que sigue es una entrevista realizada por Luis Sánchez Moliní con Amparo Lazo Contreras. En la bajada se lee: "Junto a su hermano José es el alma de Palas, una de las librerías mejor valoradas por la Sevilla ilustrada, que lleva más de 45 años abierta en el barrio de Los Remedios".

“No soporto los libros sobre librerías”

Para un lector habitual es difícil pasar por la calle Asunción y no escuchar el incesante canto de sirenas del escaparate de Palas. Según muchos empelucados de la Sevilla ilustrada esta librería, fundada por el historiador y ex político Alfonso Lazo, tiene la mejor selección de la ciudad de novedades en humanidades, narrativa y poesía. Esto es posible gracias al trabajo del equipo formado por Amparo Lazo (capitana de la tropa de Palas), José Lazo, Juan Díaz, Sonia Domínguez y Mar Cruces (recientemente incorporada). “Si tuviese dinero, compraría el local de al lado, tiraría esa pared y ampliaría la librería. Con eso sería suficiente”, comenta Amparo Lazo (Sevilla, 1960), consciente de que Palas rebosa libros y hay que moverse por ella con cuidado de no derribar alguna de las pilas donde encontramos maravillas y tesoros apenas conocidos por el gran público. Lo que marca la diferencia, como decíamos, es el escaparate, una especie de isla de las tentaciones, pero pensada por Tomás Moro, un cepo para paseantes incautos a principios de mes. Allí no entra ningún bestseller (aunque tenerlos los tienen, pero escondidos, como si estuviesen perseguidos por la censura). Este monumento es obra de Amparo Lazo, licenciada en Historia, lectora y librera con criterio. Un gran currículum.

–Su padre, el profesor, historiador y expolítico Alfonso Lazo, fue el que fundó esta librería Palas en 1980.
–Digamos que, si lo puedo decir así, la librería fue un capricho suyo. Vendió su parte de un campo que había heredado y quería tener una librería, pero no como negocio, sino como una manera de estar al día en todo lo que se publicaba, de tener acceso a libros que no se encontraban entonces en Sevilla y de poder encerrarse con ellos los domingos. Mi madre y mi prima Gloria fueron las que se encargaron al principio de sacarla adelante.

–Gloria Rodríguez, una gran fotógrafa.
–También era muy buena librera. Mucha gente venía a Palas por ella. Estaba muy conectada con el mundo artístico sevillano y eso atraía a mucha gente.

–¿Y usted?
–Yo estudié Historia, pero nunca pensé en dedicarme a dar clases. Cuando Gloria se fue a trabajar como fotógrafa me fui implicando cada vez más. Después llegó mi hermano José y actualmente la llevamos entre los dos.

–En esos inicios de los que hablamos su padre estaba muy involucrado en la política, no solo como diputado, sino también como secretario general del PSOE sevillano.
–Fue un momento de grandes luchas internas del partido: Guerra, Borbolla... todo eso lo vivíamos en casa intensamente y, aunque yo no participaba, me enteraba de todo. Creo que mi aversión a la política me viene de esa época. Lo mío llega hasta tal punto que me cuesta muchísimo relacionarme y dorarle la píldora a las administraciones.

–Palas está en los Remedios y es un referente para la Sevilla más ilustrada. Su apuesta por las humanidades y la literatura de calidad se plasma en un escaparate que es una invitación a la ruina económica del lector.
–Cuidamos muchísimo la selección de los títulos, porque somos conscientes de que es lo que nos puede distinguir de otras librerías. Además, nos encanta. Juan tiene mucho criterio sobre filosofía, poesía y ensayo. José sabe mucho de naturaleza y ciencia; y Sonia y yo nos dedicamos a la narrativa. En mi caso me sirve también el haber estudiado historia.

–¿Se edita demasiado en España?
–Sí, se edita muchísimo. Las editoriales se excusan en que para que aparezca un libro que verdaderamente merezca la pena tienes que sacar muchos, siempre aspirando a encontrar un mirlo blanco que te salve un año o, incluso, la década, como pasó con El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Pero muchos libros sobran. Entre otras cosas, se recuperan muchos títulos antiguos. Algunas de estas recuperaciones son muy buenas, pero otras son novelas sin interés que se olvidaron justamente. Seleccionar los libros es un trabajo importantísimo.

–¿Algunas editoriales de referencia?
–Las del grupo Contexto: Asteroide, Sexto Piso, Nórdica... saben lo que están haciendo. Siempre sacan cosas buenas que, además, se venden. Me gustan editoriales pequeñas como Gatopardo, Confluencias, Ediciones 98, La Caja Books. De Sevilla me interesa mucho la recuperación de los narraluces que está haciendo Athenaica, la colección amarilla. Tengo pendiente la lectura de La espuela, la novela de Manuel Barrios que acaban de reeditar... Pero la editorial que más nos interesa, la que de alguna manera nos representa, es Acantilado. Cuando murió el editor, Jaume Vallcorba, parecía que iba a llegar a su fin, pero Sandra Ollo ha sabido llevarla a buen puerto.

–¿Qué está leyendo usted ahora?
–Estoy releyendo lo que tenemos mañana [la entrevista se realiza el miércoles] en el taller de lectura que ofrece la librería y dirige Eduardo Jordá, El corazón en tinieblas, de Conrad. Precisamente, la traducción que hizo el propio Jordá para Espasa Calpe. También he leído unos cuentos de Diego Muzzio, un escritor argentino, que publica Las Afueras, otra editorial muy curiosa. Son cuentos de miedo al estilo clásico de Maupassant o Poe... Es un género que siempre me ha gustado.

–Hace ya unos años se pusieron de moda los libros sobre librerías, ¿qué le parecen?
–No soporto los libros sobre librerías. No me gustan nada.

–¿Un poco cursis?
–Sí, además son completamente falsos. Es llamativo que las protagonistas sean siempre mujeres... No consigo que me interesen. Pero hay mucha gente a la que sí, porque tienen un concepto romántico del trabajo en una librería, algo que no tiene nada que ver con la realidad.

P.–¿La realidad es más dura?
–Es físicamente mucho más dura. Tienes que estar todo el día moviendo cajas. Y después el papeleo: albaranes, facturas... Todas las semanas entran y salen libros. Demasiadas novedades. Es muy importante no dejarse manipular por las grandes editoriales y distribuidores que te están presionando continuamente para colocar sus libros. Tienes que saber decir no. He conocido pequeñas librerías que no han durado más de nueve meses porque las han inundado de libros. Hay que ser muy independiente y trabajar muchísimas horas, no solo las que tienes abierto al público.

–¿Alguna referencia en el gremio?
–Sigo por las redes a los compañeros de Letras Corsarias, de Salamanca. Me parece maravilloso todo lo que hacen. Son los mejores y hacen una selección increíble. Cualquiera que pase por Madrid termina en Salamanca, en su librería.

–Parece claro que el papel del librero es importante, incluso en las grandes cadenas.
–Sí, fíjese en la diferencia que marcó Antonio Rivero Taravillo cuando gestionó la Casa del Libro de Sevilla. Funcionaba maravillosamente. Su salida se notó muchísimo.

–Ahora las librerías son también lugares de animación cultural, con talleres, presentación de libros, tertulias literarias...
–Eso ha cambiado mucho en los últimos treinta años. Nosotros también lo hacemos, pero nos ayuda gente que sabe hacerlo. Si tuviésemos más espacio haríamos más cosas, pero más de veinticinco personas no caben aquí. Sevilla es una plaza muy dura, como dicen los editores. Organizas algo que crees que se va a llenar y solo vienen cuatro personas.

–¿Se considera una librería de barrio?
–Sí, la mayoría de la clientela es del barrio. El estar en Los Remedios se nota para bien. No solo es una cuestión económica. En Nervión, que puede ser un barrio más o menos parecido, no van tan bien las librerías como aquí.

–Los Remedios es un barrio que carga con muchos tópicos.
–Estoy deseando que alguien escriba la historia del barrio. A ver si Fran Matute se anima. Aquí, por lo menos, todavía quedan bares de verdad, cosa que en Triana y el Centro han desaparecido. Pero ya está empezando a cambiar y más lo va a hacer con el proyecto de Altadis. Mi sección de libros en idioma extranjero ha crecido mucho en los dos últimos años.

–¿Ya se nota la turistificación?
–Sí, la notamos. Cada vez traemos más libros en inglés pensando en clientes que son turistas.

–Tradicionalmente ha tenido una sección de libros en portugués. ¿Pertenece a la selecta secta de iberistas sevillanos?
–Adoro Portugal. Además, Sonia, que trabaja con nosotros, habla portugués y ha vivido allí. También tenemos algo de italiano. El problema es que la distribución en idiomas extranjeros no es la mejor.

–Las librerías siempre han sido lugares de tertulias informales, de corrillos de clientes más o menos egregios perorando de lo divino y lo humano.
–Antes se formaban más corrillos, sobre todo de profesores universitarios. Tengo muchos clientes egregios, gente cultísima a la que adoro. Tratar con ellos es lo que más me gusta de mi trabajo. Por aquí viene mucho Jacobo Cortines, el propio Rivero Taravillo, José Julio Cabanillas, Sara Mesa... Muy cliente nuestro fue Julio Manuel de la Rosa. Me encantaban sus visitas, porque me encargaba que le buscase bibliografía sobre algún tema del que estaba escribiendo y siempre era divertido e interesante.

–Dígame un libro que, contra su pronóstico, se haya vendido muchísimo.
–Con esas características, ahora mismo se está vendiendo muchísimo el de David Uclés, La península de las casas vacías, una novela sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico. Nunca lo hubiese pensado. También se vende mucho, pero eso sí me lo esperaba, el último libro de Sara Mesa, Oposición. Ella es un valor seguro, como todo lo de Yuval Noah Harari. Y ahora, como fenómeno francamente sorprendente, está el éxito de la novela Noches blancas, de Dostoyevski, entre la gente joven.

–¿Qué me dice?
–Sí, ha empezado a venderse mucho. Es un fenómeno curiosísimo. Creo que algún influencer lo ha recomendado. Es el mismo público que lee novela romántica. Ahora bien, no sé la opinión que les merece después de leerla.

–Palas se encuentra en la calle Asunción, que con la ya veterana peatonalización se convirtió en una plaza lineal que le ha dado una nueva vida al barrio, pese a que en un principio levantó una gran oposición por parte del comercio.
–Fuimos de los pocos que apoyamos desde un principio la peatonalización de Asunción Me gustaría ver ahora a aquellos que en un principio se opusieron tanto. Pero es cierto que cada vez veo en Asunción más cafeterías que van derivando a lugares donde tomar copas. No sé cómo estaremos dentro de diez años. Me gustaría pensar que Asunción no se convertirá en un continuum de veladores. La peatonalización le ha venido bien al barrio, le ha dado un centro, pero desde el punto de vista comercial echo de menos más variedad.

–¿Sufre el síndrome de la cuchara de palo? ¿No le termina cogiendo un poco de manía a los libros?
–A veces sí, pero tengo claro que nunca leo nada que no quiera leer, porque para mí sigue siendo un placer y no quiero hacerlo por trabajo.

–¿Nunca han pensado en mudarse?
–No, porque las librerías que mejor funcionan son las que tienen el local en propiedad, como nosotros. Esto es necesario en un negocio que tiene un margen muy pequeño, de un 20% o un 25% de cada libro vendido. Me asombra gente como la de Botica, que son muy valientes y ya tienen cinco tiendas abiertas.

–Sigue habiendo buenas librerías en Sevilla, pero da la sensación de que la ciudad ha perdido algo de riqueza, de “biodiversidad”, como se dice ahora.
–Fíjese, cuando era joven existía una librería especializada en francés, Montparnasse; una en inglés, Vértice... Estaba Al Ándalus, con un fondo de clásicos grecolatinos enorme; en La Roldana encontrabas mucha historia; en Los Remedios había una librería técnica agrícola; otra de Arquitectura en Reina Mercedes; Vitruvio, en la Plaza de la Contratación, estaba dedicada al arte... Ahora hay muchas librerías de infantil –que antes no existían–, lo cual está muy bien.

–¿Qué hacemos con la Feria del Libro? ¿Volvemos a la Plaza Nueva o la dejamos en los Jardines de Murillo?
–Soy de las que pensaba y sigue pensando que su sitio es la Plaza Nueva. Quizás porque viví aquella edición de los ochenta que también se hizo en los Jardines de Murillo y que fue un desastre. Es verdad que la última edición no fue mal, aunque para nosotros nos fue un poco peor que en la Plaza Nueva... a lo mejor por los días de lluvia. Lo cierto es que al público le encanta los Jardines de Murillo. Si seguimos allí habría que arreglar muchas cosas para que no se repitan los problemas del año pasado. Eso sí, el cambio de fecha ha sido muy positivo.

–Pues tienen negros a los de viejo.
–No creo, porque el público es muy diferente. Además, la Plaza de San Francisco está muy bien.

–Yo echo de menos la presencia en la Feria de más editoriales poco conocidas e interesantes. Muchas veces los contenidos de los quioscos son más que previsibles.
–Totalmente de acuerdo. Hay que fomentar que vengan editoriales de fuera. Es una manera de atraer al buen público lector, que lo que le gusta es rebuscar y encontrar.

–¿Y esa bestia negra llamada Amazon?
–Algo de daño nos ha hecho, pero lo peor es que ha acostumbrado a los clientes a tener los libros al día siguiente de pedirlos. Se ha perdido un poco la paciencia.

martes, 26 de diciembre de 2023

Ejercicios de futurología en el mundo del libro

"El aumento del papel, la apertura de las importaciones y el posible fin de políticas públicas de promoción generan debate en el sector del libro, en medio de un diciembre problemático e inflacionario." Eso dice la bajada de la nota publicada por Luciano Sáliche, en Cultura InfoBAE, del 22 de diciembre pasado.

En la industria editorial hay viejos problemas, nuevos dilemas y mucha incertidumbre

¿Quién lee mientras la economía colapsa? ¿Quién produce libros, quién los escribe, quién los vende, quién los compra? “Somos una cadena”, dice Cecilia Fanti, escritora, dueña de la librería Céspedes y vice de la Cámara Argentina de Librerías Independientes. La nueva escalada del dólar, la última devaluación del 54% y una inflación interanual de 160.9% golpearon a la industria editorial: aumento del precio del papel, del precio del libro y una gran desregulación anunciada por el presidente Javier Milei que promete trastocar notablemente al sector del libro. “Nosotros estamos pidiendo reuniones a todo nivel, Cultura, Educación, Cancillería y demás, para poder aceitar y mejorar todo este tipo de cosas”, dice Juan Manuel Pampín, dueño del sello Corregidor y presidente de la Cámara Argentina del Libro. El problema, explica, es que aún los cargos no están formalizados y las respuestas se demoran. Lo que hay, como siempre, es incertidumbre.

Ajuste y mensajes cruzados
Céspedes está en el barrio porteño de Colegiales, sobre Álvarez Thomas. “Estoy en la librería todos los días, ayer fue un día de ventas muy bueno pero hoy no pasó nada”, dice su dueña, Cecilia Fanti, y agrega: “Históricamente vendí un promedio de 3 mil libros por mes. Es un montón. El año pasado vendí un 10% menos. Este año, sobre ese 10% vendí un 15 o 20% menos. Este es un mercado que se está contrayendo. Eso impacta en toda la cadena, porque si yo en 2021 le reportaba a un editor ventas por 150 ejemplares y el año pasado le reporté por 145, este año le reporté por 110. Estuve toda la mañana hablando con el banco, bajó la tasa porque bajó la tasa de los plazos fijos, entonces de rebote bajó la tasa del plan Ahora Tres, pero como todavía hay Ahora Tres y en el DNU dijeron que justamente se liberaban las regulaciones con tarjeta de crédito, ya no sé cuál es el tope de la comisión que me van a cobrar. Tenés una serie de mensajes cruzados que son para volverte loco”.

Sobre la mesa, números y comparaciones. ¿Cuál es el balance? “El diciembre pasado fue muy malo —asegura Fanti—, fue increíblemente malo: el peor diciembre desde que abrí la librería. No se debió a una cuestión exclusivamente económica; estuvo el Mundial, que sacó a la gente a la calle, además el 21 de diciembre fue feriado: estábamos todos festejando. Este mes vengo vendiendo más que el diciembre de 2022 pero cuando miro comparativamente con el diciembre del 2021 me pongo a llorar. Es una baja que viene bastante sostenida, que es entre el 15 y el 18%. Es un montón en cantidad de libros”. “Nosotros somos intermediarios”, dice Jorge Walduther, dueño de la distribuidora que lleva su apellido. “Lo que vemos es que las editoriales tienen que volcar el aumento de sus costos a los precios de sus libros. Todos están aumentando y nosotros también. Tuvimos que ajustar los precios de acuerdo al nuevo tipo de cambio”, agrega.

Acodada en el mostrador de Céspedes, Cecilia Fanti —autora de ficciones como La chica del milagro y A esta hora de la noche— explica que “los precios de los libros aumentaron, pero hubo una tendencia, yo diría más general, de mantenerlos en diciembre, teniendo en cuenta el aumento acumulado que habían tenido en el año. Y después tenés algunas importadoras y algunas editoriales, las más grandes, con gran estructura para absorber esos costos, porque se sabe que cerraron un buen año, rápidamente clavaron un 30 o 40% de aumento a los libros que comercializan o que editan. Tenés grandes grupos que dijeron que todavía no iban a hacer ningún movimiento en estas semanas y tenés también grandes grupos que, automáticamente que se anunciaron las primeras medidas, trasladaron eso a precios. Esto significó una complejidad en la operatoria”.

“El negocio editorial es una mixtura entre material en firme y material consignado”, explica Fanti. El sistema de consignación es el que adoptan las librerías: se quedan con una determinada cantidad de libros y cuando los venden les pagan a las editoriales. “No sé si es un sistema perfectible o no, pero también es la manera para que cada novedad que sale pueda estar en todas las librerías”, dijo en una entrevista reciente Norberto Gugliotella, editor de Corregidor. En ese sentido, la librera sostiene que “la proporción de material consignado que tiene una librería es bastante mayor a la cantidad de libros que tiene en firme, es decir, que son propios. Eso ocurre por varios motivos: un material literario con una tirada acotada, porque sirve al perfil de mi librería, porque sabés que lo vas a vender, porque sabés que el mes que viene los vas a pagar más caros. Tiene mucho que ver con el criterio de cada librería”.

El viejo asunto del papel
El precio del papel está en el centro de la discusión editorial. ¿Qué pasó en los últimos días, qué pasará en los que vienen? “Se está produciendo todo un reacomodamiento de precios muy importante”, dice Pampín. “El papel aumentó más del 50% en el último mes; en las últimas dos semanas fue del 20%. Históricamente el papel representó entre un 30 a 35% del costo del libro. A principios de este año, cuando nosotros hicimos la alerta, llegó a estar en 50 y hoy va camino al 55%. Es un insumo que a nosotros nos preocupa mucho. Muchos van a decir que se abre la posibilidad de importar papel”. En Argentina solo hay dos empresas que abastecen al mercado del libro: Celulosa y Ledesma. Consultados por Infobae Cultura, representantes de ambas firmas dijeron estar estudiando la situación.

“El papel de uso editorial es más o menos el 20% de la producción total de papel”, explica Pampín. “Si los libros aumentaron más que la inflación es porque el papel aumentó más que la inflación”, comenta Fanti.

“Aquel que tenga la posibilidad de importarlo lo va a hacer —continúa el presidente de la CAL—, y lo va a hacer a un mejor precio. Quiero suponer que a partir de que se regularice un poco la situación macroeconómica y que sepamos a cuánto vamos a pagar el dólar, mucha gente, lamentablemente, y eso también nos preocupa, va a terminar imprimiendo en China, como estaba sucediendo hace un tiempo. Nosotros, como editores argentinos, queremos evitarlo, porque queremos que el trabajo quede acá. Aparte es infinita la diferencia de calidad y cantidad de papel, de impresión y de variedades que vos podés encontrar. Hoy por hoy, en Argentina tenés como tres o cuatro papeles: tenés ese injerto que es el NAT, el papel que inventó Ledesma, teóricamente como una solución ecológica. Después estaba Lime, que es el diario mejorado, que empezó siendo una solución ecológica y barata y hoy no solo no es barata sino que encima es la única que se consigue”.

¿Qué pasa con las importaciones?
El DNU de Javier Milei expresa que “el Poder Ejecutivo Nacional no podrá establecer prohibiciones ni restricciones a las exportaciones o importaciones por motivos económicos. Solo se podrán realizar por Ley”. En materia de libros, este asunto es importante. “A lo que nosotros aspiramos es a la posibilidad de importar libremente. Y si ocurre eso, creemos que vamos a poder trabajar un poco mejor”, dice Jorge Walduther. “Pudimos hacer una sola importación este año. Y el año pasado fue diez meses después de haber hecho los pedidos. Evidentemente así no se podía seguir trabajando”. Este asunto lleva bastante tiempo: denuncia de trabas, burocracia y la falta de políticas públicas claras. “Lo que se juega es la bibliodiversidad”, subraya, y agrega que “estaban entrando muy pocos libros. No se puede editar todo acá, en Buenos Aires, o imprimir, como hacíamos nosotros con textos de editoriales españolas”.

“Traer todo el catálogo del editor para mejorar la oferta bibliográfica de los lectores nos va a favorecer. Nosotros no traemos de a mil o 2 mil, traemos de a treinta, cincuenta, setenta. Esto va a favorecer la oferta”, asegura Waldhuter. La posición de Juan Manuel Pampín es diferente: “Calculo que a los importadores, en líneas generales, la apertura les va a convenir, pero nosotros somos exportadores natos, me refiero a los editores argentinos. Ahora se nos va a complicar. Los editores asociados a la CAL, que son entre 400 y 450, son pymes y micropymes; el 90% no llega a tener ni diez empleados. Una exportación argentina promedio puede ser de 4 mil o 5 mil dólares. Hay algunos números que se hacen imposibles. Tenés que traer toneladas de papel. Yo veo con cierta preocupación el tema de los precios. En los últimos dos o tres meses, sobre todo el material importado, aumentó muchísimo; el material nacional también. Se ve una baja importante de ventas en librerías”.

Lógicamente con un nuevo tipo de cambio, el freno no va a estar en poder importar, sino en el valor que van a adquirir esos libros. Pero eso ya no lo decidimos nosotros”, dice Waldhuter y agrega: “Hace seis meses que no podíamos pagar al exterior por todo tipo de trabas. Durante años nos pidieron que sustituyamos importaciones; lo hicimos. Entonces teníamos que pagar los derechos a los editores por los libros que imprimíamos acá; tampoco podíamos pagar esos derechos. Es perverso todo lo que hicieron”, dice y enumera toda la burocracia con el SIRA (Sistema de importaciones de la República Argentina) y la Ley de Tintas a la cabeza. “Si se puede volver a imprimir en China, en India, en Europa del Este, que es lo mismo que pasa en España, vamos a tener que ajustar precios y valores. Y las imprentas, uno de los gremios más protegidos, van a tener que ajustarse también. De todas formas, si acá nos hacen buenos precios vamos a seguir imprimiendo acá”.

“Yo soy optimista”, dice Waldhuter. “No se podía seguir trabajando así. Veremos cómo se acomodan los precios, los valores, el tipo de cambio. Pero evidentemente, con tantas trabas no se podía seguir trabajando. Uno no puede hacer una inversión en una Feria del Libro que es millonaria y no poder traer los libros que quisieras exponer ahí”.

Los procesos virtuosos
Una política que daba buen aire al mercado editorial eran la relacionadas a los materiales escolares. Mediante el Ministerio de Educación se hacían grandes compras a editoriales para que lleguen a las aulas. “Por lo que se está dejando entrever eso se va a cortar”, se anticipa Pampín. “Hay planes que quedaron no inconclusos y hay muchos editores preocupados porque también están esperando cobrar. Ahora, con el cambio de conducción, con la degradación a secretaría y demás, tenemos a muchos funcionarios que todavía ni siquiera tienen la formalidad del cargo. Pero el Estado está recibiendo aquello y dice: ‘tengo que revisarlo’. Nosotros pedimos celeridad, porque en las últimas compras participaron cerca de 80 o 90 editoriales de todo tipo y colores: Santillana, Mandioca, que son editoriales gigantes, y otras más chicas tipo Abrancancha o Bambalinas, que son dos o tres personas, o Editorial del Camino, que es una sola persona“, agrega.

Para Pampín, hay que celebrar “la posibilidad de que esas editoriales puedan participar de estos procesos” porque es “un proceso virtuoso”. “Hoy es una preocupación más allá de celebrarlo. Por otro lado, sé que en uno o dos años este tipo de procesos los vamos a extrañar indefectiblemente. Además, con la disparada de precios que hubo últimamente a cualquier editor que tenga algo para cobrar se le vuelve muy complicado. Porque, en principio, la primera preocupación es cobrar lo que cada uno tiene pendiente en diferentes ámbitos. Y la segunda preocupación o la segunda pregunta, que de hecho ayer nosotros hicimos una reunión general de socios y es algo que planteamos y discutimos mucho, es si va a haber alguna nueva compra. Funcionó como un apalancamiento muy fuerte el sistema de compras escolares. No solo compraban textos, sino que compraban literatura complementaria”, explica.

“Cada fin de semana hay un montón de ferias a lo largo y a lo ancho del país”, dice Pampín. Está la gran Feria, la de la Rural, el epicentro, pero alrededor proliferan cientos de ferias que nutren la dinámica de la industria. La gran mayoría de ellas, apoyadas por municipios. ¿Qué pasará ahora? ¿Y de cara al exterior? El Estado tiene varios programas para fomentar la venta de libros afuera, como Argentina Key Titles. “Hoy lo vemos como una nebulosa”, confiesa el presidente de la CAL. “Hay mucha preocupación. Hay programas que están buenísimos, que sirven para difundir el libro, porque tiene una doble función: es un hecho cultural y un hecho económico. Nosotros estamos llevando cultura argentina y cada vez somos más reconocidos dentro del mercado de industrias culturales. Llegar a ganar un mercado o a poder participar considerablemente es algo que lleva mucho tiempo. Estamos pidiendo reuniones con todos para saber qué es lo que vamos a poder sostener”, agrega.

Pensar en cadena
Esta semana se anunció la conformación de la Cámara Argentina de Librerías Independientes (CALI), que preside Mónica Dinerstein, de la librería Tiempos Modernos. Fanti es la vicepresidenta. “Se trata de profesionalizar un rubro, profesionalizar un oficio, profesionalizar una industria. Tiene que ver con algo del orden de la unión. Las cámaras, además de dialogar con los gobiernos de turno, dialogan con los otros representantes del sector. Tienen un rol formativo y un rol que trasciende lo personal: la conversación deja de ser personal para pasar a ser de rubro, de gremio. Y es también poder pensar a futuro, garantizar la pervivencia de un tipo específico de librería que aporta valor en cada comunidad y en cada ciudad en la que está. Apostar al crecimiento de la bibliodiversidad, de estos espacios, a la profesionalización de los libreros y a que sigan existiendo los lectores”, asegura la librera.

En torno a la discusión sobre imprimir los libros en el exterior, sostiene que no va a mejorar la industria, “porque la industria es una cadena”. ¿A qué se refiere? “La cadena incluye un montón de gente que trabaja en la preproducción, como las imprentas locales, que tampoco pueden acceder al papel o negociar porque saben que el papel que acá pagan en x cantidad de dólares afuera está más económico. Tenemos que pensar en términos de cadena, sobre todo en este momento. Es muy importante salir del individualismo, ser solidarios y encontrar acuerdos entre los privados. En esa cadena estamos todos: el escritor, la editorial que le paga un adelanto, el diseñador, el corrector que corrige la galera, el imprentero y toda la gente que en una editorial hay trabajando en marketing, en prensa, administrativos. Y eso llega a la librería con todos los gastos fijos que tiene: alquiler, servicios, empleados. Hasta que el libro se vende y llega a las manos de un lector”.

jueves, 24 de noviembre de 2022

"Los precios de los libros nuevos son prohibitivos"

Foto: Florencia Downes

El pasado 21 de noviembre, en el sitio de la agencia Telam, Milena Heinrich publicó un artículo cuya bajada dice: “En plazas, librerías o de modo virtual vendedores y lectores intercambian primeras ediciones, libros agotados o títulos cuyo precio de venta es mucho menor que el de una novedad editorial.” De ese mundo particular trata lo que sigue.

Libros usados, esa tradición de libreros y lectores al acecho de lo inesperado

De las tradicionales librerías de Parque Centenario, Rivadavia o Plaza Italia, a las de calle Corrientes, de las que atesoran ejemplares únicos hasta lectores que ponen en venta sus libros después de una vida acumulados y crecen con proyectos propios, el mapa de libros usados combina lo económico, lo inesperado y lo romántico y se reconquista con el empujón del espacio virtual: ¿creció la tendencia a consumir estos libros? ¿Cuánto del costoso acceso a la novedad inclina a lectores?

Al aire libre, en las principales avenidas, en calles de barrio escondidas, sobre una manta en una céntrica peatonal porteña, en ferias, como la reciente FLU (Feria del Libro Usado), los libros en la Ciudad de Buenos Aires están a la vista, al punto de que en 2011 la Unesco la declaró capital mundial del libro, mientras que antes de la pandemia el Foro Mundial de Ciudades Culturales la ubicó como una de la ciudades con más librerías. El cimbronazo de la pandemia condujo al cierre de locales de libros y obligó a multiplicar los canales de venta incorporando lo digital como una plataforma más, pero los libros siguen.

En el universo de librerías hay novedades, saldos, raros y también usados, esos títulos de segunda mano que son codiciados porque permiten acceder a títulos que ya no se editan, son más baratos, no se encuentran en todos lados o tienen una originalidad que los vuelve únicos, como primeras ediciones, subrayados, dedicatorias que cuentan historias. Como contracara, coleccionistas, buscadores de joyitas, aquellos que revuelven hasta dar con alguna sorpresa, lectores y lectoras que hacen frente a la situación financiera sin resignar el placer de una lectura.

Para Fernando De Luchi, fundador de Sudeste, librería ubicada en plena calle Corrientes, “en estos tiempos un lector regular casi no tiene otro camino que volcarse al libro usado, cuando una novedad puede significar nada menos que un 10 por ciento de su sueldo. Al margen de eso, hay también una cuestión romántica porque siempre hubo en un público con cierta seducción por el libro viejo, por la historia que traslada, por encontrar títulos que no se reeditan, con encontrarse con un ejemplar dedicado por una abuela a su nieto, por contener anotaciones pintorescas”.

Desde el año 2006 Sudeste vende usados, saldos y novedades en un local que es un oasis en el torbellino sonoro de la “calle que nunca duerme”, aunque su historia arrancó un tiempo antes en las vísperas del 2001 y como ocurre en este oficio llevó su pasión hasta la obsesión. “Las formas de acceder a los libros usados son muy variadas y algunas se fueron transformando con el paso de los años. Desde recorrer paños de gente que vendía todo lo que le sobraba en los parques en aquella víspera de la crisis 2001, a poner avisos en el diario anunciando que compramos libros. También la librería es una boca de recepción: mucha gente de acerca allí a vender sus libros”, cuenta.

El público de Sudeste es diverso y “fluctúa con los horarios y los días. El dólar alto trae turistas de toda la región, al mediodía está el público ‘oficinista’  que la recorre en su hora de almuerzo, los sábados la visita gente que va al teatro y ‘hace tiempo’ revisando bateas o chusmeando las oportunidades de las mesas de ofertas”. Para el librero, además, aunque “en menor medida que décadas pasadas están los coleccionistas, aquellos que les falta un ejemplar para tener la revista Sur o El Gráfico completas. O el buscador de tesoros, con su afán de encontrar perdida alguna ‘joyita’”, cuenta el librero.

A una cuadra de Sudeste está Edipo, librería fundada en 1978 que también combina novedades, saldos y usados. Uno de sus libreros, que trabaja hace más de treinta años, cuenta que la circulación cambió mucho después de la pandemia, por lo que debieron potenciar la venta a través de Internet. Aunque traccionan a sus seguidores de siempre, esos lectores que conocen y confían en los hallazgos de la librería y sus elecciones, el fuerte también se ubica los fines de semana cuando la gente va al teatro y se acerca “por el precio”. La ecuación  es sencilla: una novela que pasó por otras manos se puede conseguir por 1.000, una recién salida de imprenta vale 5.000.

Daniel Zachariah es inglés, vive en Buenos Aires hace más de una década y tiene una librería sobre la calle Reconquista, The Book Cellar & Henschel, a la que ahora sumó un pequeño local a metros nomás para guardar todos los libros que va comprando y ya no entran en el espacio. “Cuando era chico y pasaba por la librería de usados en Londres tenía miedo entrar, como si fuera un lugar al que tenés que ir con cierto conocimiento porque no es como las librerías de nuevos donde la gente va por autores, categorías o por sus atractivas tapas. Entonces, el trabajo más grande que tenemos que hacer como libreros de usados, antiguos, raros, es seguir introduciendo a la gente para que se sorprenda y encuentre lo que no sabía que estaba buscando”, dice.

Capítulo aparte es el detrás de escena de todos esos montones de volúmenes a la venta: el circuito es fascinante. Los libros ya leídos, ya comprados, tienen circuitos de accesos muy variados para libreros. Van del boca en boca, visitas a domicilios, avisos en diarios, gente que se acerca a vender lo que tiene y bibliotecas que necesitan despojar su volumen por traslados, muertes, anticuarios con sus tesoros, limpiezas domésticas y también hallazgos de recicladores urbanos. ¿Cómo se fija precio? ¿Cómo se define cuando sí y cuando no? Oficio de librero: arte, intuición y riesgo.

Zachariah lo define como “un fenómeno de movimiento constante” y da como ejemplo Cesar Aira que “siempre fue muy seguido pero ahora la gente se vuelve loca por sus primeras ediciones, lo mismo con otros escritores de culto de los 80 y 90”. Pero lo cierto es que nadie tiene la bola de cristal:”Todo el tiempo me piden libros de Mariana Enriquez y van bien, pero lo que no sabemos es si en 20 años ella va a ser coleccionable, si se van a pedir sus primeras ediciones, los libros firmados. Es parte de la diversión también”. Los libros usado bajan y suben en función de demandas, tendencias, decisiones editoriales.

Como trasfondo de ese oficio una “obsesión” como se define el librero, que participó de las tres ferias de libros que tomaron la agenda editorial de la ciudad en este mes (la del usado, la del raro y la del antiguo): “Cuando descubrís que puede ser un hobby, que te encantan los libros, te encanta leer y puedes vivir de eso, es un placer. Yo empecé con libros en inglés pero aprendí de todo, de arquitectura, de filosofía”, cuenta.

¿Se vende o no se vende? Zachariah dice que no tiene quejas “en este contexto”: “Hay alta y bajas, como todos los años”. En su caso, los feriados complican porque ajustan el mes y los bolsillos pero a diferencia de lo esperado fin de mes puede ser una buena oportunidad porque “hay gente que ve que le sobró un poco de plata que no se justifica ahorrar y entonces la vuelca a los libros usados. Por el mismo precio que una novedad se puede llevar hasta cinco más”.

Juan Pablo Correa está detrás de Librería Mastronardi, “librería de viejo”, como se define en su Instagram que atiende de manera virtual. Gestor y conocedor del mundo editorial, entusiasta lector, Correa define a la ciudad de Buenos Aires como “un paraíso para quienes aman los libros”. Él mismo, desde su 15 años, compró tantos libros que “cada tanto hago pequeñas ferias, regalo o canjeo. Hace unos años empecé a vender en Mercado Libre, pero se volvieron despóticos y dejé de hacerlo a través de ellos”. Para Correa, ese comercio sirve a comercios pero no a libreros amateurs, como él que “en cierto modo vendo para comprar”.

“Con los años -dice- he aprendido a ser desprendido, prefiero hablar de juego no de marketing. Me gusta que uses la palabra curaduría, yo que me he pasado la vida riéndome de los curadores, ahora me he vuelto curador curatorial. Y lo que pongo a la venta es lo que he leído y me gusta. A veces me cambió el gusto y ya no me gusta más, pero puedo hablar de  la impresión que me produjo en su momento Nabokov, por ejemplo. Ahora no me gusta pero cuando lo leía me hacía vibrar”.

Esa vibración probablemente lo aleja de pensar al libro en función de su fin monetario: “Me resisto a pensar en el libro como valor económico, valen por el placer que te dan. Tener una biblioteca es una felicidad, recorrés los anaqueles buscando alguno y te encontrás con otro que te estaba esperando y tenía algo importante para decirte”.

Libros Pampa es un emprendimiento librero de venta online que surgió en 2008, encabezado por madre e hijo, Andrea y Agustín. La sinergia entre quienes compran y quienes venden se sostiene en las referencias y en el vínculo, por lo que intentan ofrecer textos que consideran de interés para sus clientes. “Nos contactan personas con interés en vender sus libros por diversos motivos, mudanzas, sucesiones, problemas de espacio, donaciones, entre otros motivos”, cuenta Agustín sobre el circuito que da forma a su catálogo.

Sobre el interés en usado plantea que no están “viendo un aumento en ventas,  observamos un gran estancamiento hace unos años a esta parte.  Para los lectores los precios de los libros nuevos actualmente son prohibitivos y eso puede que esté haciendo que haya un cierto interés en el libro usado. No obstante, vemos que tanto para el libro nuevo como usado el mercado se ha achicado enormemente producto del estancamiento económico”

En su opinión interviene otro factor “cultural”: “la gente lee poco o directamente no lee libros, y ello incide fuertemente en toda la industria. Asimismo, esta problemática representa también un desafío para los libreros que tendemos a leer mucho y querer entusiasmar a los lectores con libros fuera de catálogo, rarezas o de autores todavía desconocidos o que se leyeron mucho en su momento y que deben ser recuperados”, dice.

Libros y medio ambiente ¿sustentabilidad gana novedad?

Libros Pampa se presenta como una forma de “lectura más ecológica y sustentable”. Explica Agustín, también abogado y politólogo, que “está claro que la reedición de cualquier obra implica en términos de sustentabilidad, un gasto en papel que proviene del procesamiento de la pulpa de celulosa de origen vegetal. El libro usado permite esa circularidad y reutilización de una obra ya impresa”. Eso, dice, potencia también la bibliodiversidad con la recuperación de obras que ya no se reeditan.

La propuesta de Libros Pampa con una perspectiva eco entra en diálogo con la tendencia a la circularidad que están proponiendo otras industrias como la moda. Para Zachariah si el motivo de inclinarse al usado fuera ecológico no le pedirían bolsitas de plástico para cargar los libros que compran en su librería. Y De Luchi en está línea aporta: “Me encantaría pensar que fuera por una inquietud ecológica, pero me inclino a que responde a una cuestión económica”.

A esa cruzada de crisis que conjuga situación económica y el precio de las novedades, Juan Pablo Correa agrega otra: “Una crisis de la industria editorial mainstream, publican libros que no tienen nada que ver con la literatura y salvo en algunas librerías no encontrás novelas que no sean novedades”.

 

 

jueves, 10 de noviembre de 2022

Librerías de usados para lectores con rinitis

Imagen del interior de una Re-Read

Las librerías de segunda mano siempre han sido una suerte de paraíso para los buscadores de libros que se resisten a la novedad. Sin embargo, hay una tendencia a que el desorden que siempre las caracterizó –y que permitió enmarcar los descubrimientos que en ellas se hacen bajo de un aura de sorpresa y maravilla–, ceda a un orden inmaculado, digno de la realidad deshuesada hacia la que tendemos. Así parece ser, de acuerdo con el siguiente artículo de Santiago Díaz Benavídez, publicado por InfoBAE, el pasado 6 de noviembre.

La segunda vida de los libros: nuevas librerías “low cost” y “eco-friendly” se imponen en España y podrían llegar a Latinoamérica

Librerías de viejo, de libros usados, de segunda mano, de aguante así se les suele llamar. Normalmente, un librero o librera, casi tan viejo como los mismos libros, es quien atiende; usa lentes, o no; si tiene pelo o muy poco, es lo de menos; en todo caso, da la sensación de que todo se lo ha leído y, por lo general, si se le hacen preguntas del tipo... “¿tiene el nuevo libro de Miguel Bosé?”, contesta con un gruñido.

La idea que tenemos de las librerías que se dedican a la comercialización de libros usados va muy ligada al imaginario que nos hemos creado alrededor de ese sujeto, muy lector y recorrido, que lleva con orgullo el nombre de librero, que no es lo mismo que ser un simple vendedor de libro. Por lo general, el librero recomienda basado en su conocimiento; si bien entiende que hay que vender, no es esto lo que lo mueve en primera instancia, lo primordial es tender el puente entre el lector y el libro correcto.

 

Algunos libreros son también gestores culturales, editores e, incluso, escritores. Colaboran como reseñistas en la prensa o han publicado una que otra novela o colección de cuentos. No es algo que se aplique solamente a los libreros que venden libros usados, pero, comunmente, son ellos a quienes más se les ve en esta faceta de hombre orquesta.

 

Ahora bien, las librerías de usado, o de segunda, suelen ser sitios también con aire a viejo. El olor a libro antiguo impregna el aire y es normal que una o dos tablas crujan al pisar; los asientos tienen algo de polvo, igual que los estantes y, si hemos pasado horas curioseando, es posible que tengamos un poco de piquiña después o un polvillo amarillo en las palmas de las manos. Ahí entendemos por qué los libreros usan guantes especiales en algunas ocasiones.

 

Todo esto tiene su encanto, pero no todos los lectores lo ven así. Mucho menos aquellos que padecen de rinitis, o que simplemente prefieren el libro nuevo, la librería moderna y los espacios iluminados con aire de boutique.

 

Ahora en España hay una cadena de sitios pensados para atender los dos tipos de lectores: el que gusta del libro usado y lo prefiere al nuevo, por economía o por algo relacionado con la nostalgia, y el que prefiere la librería organizada, con sala de lectura y un rincón para selfies completamente “instagrameables”.

 

Un ejemplo de esto es ‘Re-Read’, la librería de libros usados que funciona en distintas ciudades españolas bajo el concepto de Low Cost y las tendencias Eco-Friendly. La idea se les ocurrió a Nicolás Weber y Mercedes Zendrera, más tarde se unió Laura Garriga. Su sistema se parece al de una biblioteca pública. El lector compra el libro y tiene la posibilidad de retornarlo, luego de leerlo, con el ánimo de que otro lector pueda acceder a él; claro, recibe menos dinero que lo que pagó inicialmente, pero lo que cuenta es que se le reconoce la intención de querer que la lectura siga siendo ese ejercicio cíclico de conocimiento compartido.

 

La primera experiencia de Zendrera y Weber tuvo lugar en 1982, cuando abrieron su primera librería, especializada en cultura árabe. Llevaba por nombre ‘Baibars’. Movidos más por la pasión que por los buenos números en ventas, hacia 2009 se vieron en la necesidad de renovarse o dejar de lado el sueño de la librería. Fue entonces cuando surgió la idea de apostar por los libros usados.

 

Con tantas nuevas librerías abriendo y cerrando en igual medida en España, todas a merced de los mismos inconvenientes económicos, Zendrera y Weber se lanzaron de cabeza sin importar nada y en 2012 apareció la sede inicial de ‘Re-Read’.

 

El primer local de ‘Re-Read’ se inauguró en Barcelona y hoy ya tienen presencia en gran parte de España, casi todos los establecimientos siguen siendo franquicias; además, acaban de ampliarse a Lisboa, la capital de Portugal, con intenciones de llegar a Francia, y a Latinoamérica, empezando por México.

 

Infobae visitó uno de los locales de ‘Re-Read’, frente a la estación de Atocha, en Madrid. La decoración y distribución de los espacios es similar en todos los locales de la franquicia, o en casi todos. De entrada, no parece la típica librería de libros usados; es la idea, claro. El aspecto es bastante cuidado, con una imagen moderna, tipo estudio Talking. Los libros están organizados por secciones y cada estante resalta por su pulcritud.

 

El fondo del lugar tiene una salita para los niños y un espacio bastante “instagrameable”, con fotografías de escritores y una frase en luces de neón: “Me vuelves Lorca”. El merchandising en torno al mundo del libro es especial: tote bags con frases tipo “Mi fantasía textual es que me comas y punto”, haciendo un juego de palabras con el signo de puntuación en referencia, camisetas, pines... Todo enmarcado bajo el lema del Re: “Reduce, Reuse & Read” (Reducir, reusar y releer).

 

A la entrada de este y todos sus locales hay una inscripción: “En Re-Read podrás encontrar libros de segunda mano en perfecto estado. También vender los tuyos. Porque siempre hay libros leídos y libros por leer. Por eso Re-compramos y Re-vendemos para que nunca te quedes sin ninguno de los dos”.

 

La cadena cuenta con un sistema de precios fijos: un ejemplar por tres euros, dos por cinco y cinco por diez euros. ¡Una locura!

 

La librería no sería atractiva de no ser por su concepto, los detalles puestos en ello, tratados y combinados con esmero. Han cuidado diversos aspectos importantes: la imagen de marca, el sistema de precios, las secciones en las que se divide la librería y la comunicación con sus clientes.

martes, 7 de junio de 2022

Lo de siempre, sólo que lo dice el New York Times

El pasado 30 de mayo, en el diario La Nación, de Buenos Aires, Daniel Gigena publicó un artículo que recoge las impresiones de Daniel Politi, corresponsal del New York Times para el Cono Sur, a propósito de la proliferación de nuevas librerías en la ciudad. En su bajada se lee: “La ventaja que sacaron los locales pequeños, independientes y barriales durante la pandemia es vista como un fenómeno por el corresponsal del gran diario estadounidense”. 

Un boom de librerías porteñas. The New York Times ve un próspero negocio en Buenos Aires

En una nota publicada en el diario estadounidense The New York Times (NYT), firmada por su corresponsal en el Cono Sur, el periodista Daniel Politi, se afirma que, pese a la recesión y la pandemia, el negocio del libro prospera en la ciudad de Buenos Aires gracias al boom de las librerías pequeñas e independientes. “Feliz de que mi última historia para el NY Times sea realmente una carta de amor a la rica escena cultural de Buenos Aires que de alguna manera logra prosperar en medio de problemas económicos aparentemente interminables”, escribió el autor en su cuenta de Twitter. Contra viento y marea, Buenos Aires sigue defendiendo su récord internacional de ser la ciudad con más librerías por cantidad de habitantes.


El artículo reúne testimonios de libreros como Carime Morales, de Malatesta (en Parque Chas); Luis Mey y Ana López, de Suerte Maldita, (en Palermo) Nurit Kasztelan (de la librería virtual Mi Casa, en Villa Crespo), Cristian Di Nápoli, de Otras Orillas (en Recoleta), y Cecilia Fanti, de Céspedes, en Colegiales; editores como Víctor Malumián (coeditor de Godot y coorganizador de la Feria de Editores) y Damián Ríos (de Blatt & Ríos), y del consultor Fernando Zambra, director de Promage. Los consultados destacan que, debido a las restricciones impuestas por la pandemia en el país, las librerías barriales obtuvieron una ventaja comparativa respecto de las grandes cadenas cuando se les permitió vender por internet y redes sociales.


“Los porteños confinados en sus barrios durante gran parte de 2020 recurrieron a las pequeñas librerías cercanas”, escribe Politi, que cita a continuación las palabras de Fanti: “Las librerías no paran de abrirse”. No obstante, y en simultáneo, tampoco pararon de cerrarse. En 2021, entre otras bajaron la persiana las librerías Antígona, Los Argonautas y la Librería de las Luces en la Avenida de Mayo, Las Mil y Una Hojas en Palermo y, en la avenida Corrientes, Mr. Hyde y Lorraine (aunque esta última permanece abierta liquidando stock). La Fundación El Libro lanzó incluso a mediados del año pasado una dramática solicitada titulada “La herida no para de sangrar” con reclamos al gobierno nacional y al porteño.


“La escena de la avenida Corrientes, que alcanzó su punto álgido a mediados de los años 80 y 90, tras el fin de la dictadura militar argentina, perdió más brillo a medida que el centro se vaciaba y varias librerías grandes  cerraban”, se lee en el artículo del NYT. Consultados por LA NACION, varios libreros de la zona confirmaron que desde fines de 2021 habían vuelto al nivel de ventas de 2019 (con la aclaración de que ese no había sido “un buen año”). Durante la pandemia, el Gobierno benefició por algunos meses a editoriales y librerías con el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y créditos blandos.


Editores y libreros señalan en la nota que las librerías de barrio ofrecen “recomendaciones reflexivas”, una suerte de curaduría con títulos de sellos independientes. “Es cierto que se puede encontrar absolutamente todo en Internet, pero solo vas a encontrar lo que sabés que vas a buscar”, reflexiona Malumián, editor de Godot. Por su parte, Mey sostiene que la pandemia “niveló el campo de juego con los grandes monstruos” que dependían más del tránsito peatonal y de los lectores ocasionales. Y según Zambra, las pequeñas librerías ayudan a mantener el negocio editorial. No se menciona el reclamo del sector librero sobre el beneficio de la desgravación del IVA del que quedaron excluidos por un (créase o no) “error de redacción” en la reglamentación de la AFIP en el gobierno anterior y que el actual aún no enmendó. En las próximas semanas, la Cámara Argentina del Libro dará a conocer el informe de ventas de 2021.


“Tenemos los mismos libros que todo el mundo, pero la clave es que no exponemos los mismos libros”, cuenta Ana López, socia de Mey en Suerte Maldita. Y agrega que si alguien pide “el último best seller se lo puedo conseguir, pero no es lo que yo elijo exponer, que incluye mucho de editoriales pequeñas”.


“Charlamos con Politi casi una hora y media por teléfono –cuenta Kasztelan a La Nación–. Le conté que en la pandemia la librería explotó, a tal punto que me costaba sostener la demanda de gente queriendo leer. Por un lado fue hermoso, volver a sentirme útil, traficar libros con los vecinos del barrio en el chino haciendo que salíamos a comprar leche, que la gente regalara libros a sus seres queridos, que la lectura salvara cierto desamparo que había generado la escena. Después yo misma tuve que ponerle un freno de mano a la escena, porque me vi trabajando de lunes a domingo casi 24 horas por día, y casi no daba abasto para leer, que fue la principal razón por la que me decidí dedicar a esto. Y la librería volvió a su funcionamiento normal: pocas redes sociales, recomendaciones personalizadas y con turno, y mucho boca a boca”.


El director del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro, Alejandro Dujovne, afirma que “esta clase de artículos, en medios internacionales de enorme prestigio, contribuye a reforzar el lugar de la Argentina en el competitivo mapa mundial de las letras, aunque, al poner el foco en la experiencia de Buenos Aires o, mejor dicho, de algunos barrios de Buenos Aires, conlleva el riesgo de convertir a la parte en el todo, haciéndonos perder de vista los problemas políticos y económicos estructurales que impiden un desarrollo más federal, democrático y duradero del mundo libro y la lectura en nuestro país”. En el reciente informe elaborado por Dujovne y su equipo para el Centro Regional para el Fomento del Libro para América Latina y el Caribe (Cerlalc–Unesco), “El ecosistema del libro en Iberoamérica, un estado de la cuestión”, se relevan los “desafíos que tienen los países de esta región, la Argentina entre ellos, para ampliar sus mercados, profesionalizar sus prácticas, y avanzar hacia un espacio del libro cada vez más integrado”.(Clic en este enlace para leer el informe.)

 

martes, 28 de septiembre de 2021

Una brevísima historia de los "bouquinistes"


El pasado 26 de septiembre, en La Jornada Semanal, de México, Vilma Fuentes publicó un artículo que resume la historia de los kioskos de libros que se amontonan en los bordes del Sena, en París.

Les bouquinistes: los caminos de la lectura

El más distraído de los viajeros que se dirige a la capital francesa, por carretera o por tren, sabe que está llegando a París cuando ve de lejos la Torre Eiffel. La fisonomía parisiense afina sus rasgos cuando se penetra en la ciudad y los monumentos aparecen con nitidez, imponentes en toda su realidad, descubriendo las múltiples facetas de su vida. El palacio del Louvre, donde se aloja el más grande museo del mundo con la exhibición permanente de 35 mil de sus obras, la basílica del Sacré-Coeur en lo alto de una colina al norte de París, la Catedral de Notre-Dame escondida por el momento tras los gigantescos andamios levantados para su reconstrucción después del terrible incendio, la bella avenida de Champs-Elysées entre el Arco del Triunfo y la Plaza de la Concorde con su obelisco… Y, desde luego, el ondulante río Sena que atraviesa París de este a oeste, recorrido por sus barcos para turistas y sus largas péniches o barcazas fluviales. El paseo a lo largo de los muelles permite descubrir otra de las curiosidades más típicas de París: los bouquinistes, esos vendedores de viejos libros de ocasión, a veces auténticas rarezas de la bibliofilia. Estos peculiares libreros guardan su mercancía en grandes cajas de fierro o madera instaladas sobre las balaustradas del muelle a lo largo de una buena parte del Sena. En esos mismos cofres, una vez abiertos, exhiben sus libros extendidos en su interior y sobre mesas y bancas colocados contra la parte baja de la balaustrada. No hay paseante que no se detenga, aquí o allá, para hojear un libro viejo o una revista vuelta histórica con la edad: “Es imposible, para un parisiense, resistir al deseo de hojear viejas obras expuestas por un bouquiniste,” escribe Gérard de Nerval en Les filles du feu (1854).

El término bouquin, que originalmente significa “liebre”, toma el significado de libro, boucquain, en 1459, para designar un viejo volumen de poco interés, y no será sino hacia 1866 que designará cualquier libro en general.

Vendedores al aire libre, estos libreros ambulantes tiene un aire familiar que los hace reconocibles: “El bouquiniste tenía verdaderamente una cara de bouquiniste: un viejo tipo huraño con anteojos, tan polvoriento como su tienda”, señala Bernard Grasset con un tinte irónico. Más generoso, Anatole France, en El crimen de Sylvestre Bonnard (1881), nos dice de estos vendedores de libros de ocasión: “Los bouquinistes colocan sus cajones sobre el parapeto. Estos bravos marchantes del espíritu, que viven sin cesar afuera, la blusa al viento, son tan bien trabajados por el aire, la lluvia, las heladas, las nieves, las neblinas y el gran sol, que terminan por parecerse a las viejas estatuas de las catedrales.”

Hoy día, con sus novecientas cajas verde botella provistas de unos 400 mil bouquins, estos vendedores ambulantes, verdaderos símbolos de los muelles del Sena, aparecen en el siglo XIII como libreros juramentados y bajo la vigilancia de la Universidad de París con autorización de exponer sus manuscritos originales en tiendas portátiles. Con el nacimiento de la imprenta, el comercio de libros toma otro giro y los vendedores ambulantes aumentan, instalados principalmente en el Pont-Neuf. Pero los libros establecidos en direcciones fijas les hacen la guerra. Se reglamenta la venta de libros y se prohíben los vendedores ambulantes. A principios del siglo XVII son autorizados a vender a cambio de un impuesto, pero la tregua es corta y se ven a punto de extinguirse durante la Fronda. Por un lado, autoridades, libros y policías tratan de suprimir las tiendas portátiles clandestinas; por otro, los panfletistas no sometidos a la censura y las gacetas de escándalos intentan comerciar. Entre persecuciones y treguas, la suerte de los ambulantes evoluciona con la Revolución francesa y el término bouquiniste entra en el diccionario de la Academia Francesa en 1789. Es un período próspero para estos marchantes, cada vez más numerosos sobre el Pont Neuf, centro de todas las diversiones; lecturas públicas, animaciones musicales y espectáculos callejeros. Bajo Napoleón I ganan terreno con los nuevos muelles, y bajo Napoleón III son autorizados a ejercer su oficio. Al fin, en 1859, la alcaldía de París establece concesiones para instalar sus cajas en lugares fijos. En 1930, el largo de las instalaciones era de ocho metros. Hoy son tres kilómetros de libros, antiguos o contemporáneos, revistas, grabados, timbres, cartas postales, pero también souvenirs, juguetes y objetos diversos como gorras, camisetas y ropa diversa con imágenes de la Torre Eiffel u otro monumento parisiense.

Los nuevos gustos de los turistas evolucionan: las imágenes y otros objetos ganan terreno sobre los libros. Y no sólo los bouquinistes se ven obligados a vender artilugios diversos para sobrevivir: las grandes librerías están hoy invadidas por juegos de video y aparatos numéricos de todo tipo. Se puede sentir un cierto pesar cuando se piensa en el verdadero bouquiniste, hombre libre por excelencia, viejo anarquista amoroso de libros expuestos al aire libre.