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viernes, 14 de julio de 2023

Kundera en Pinamar

La muerte del escritor Milan Kundera ha desatado una enorme cantidad de artículos de todo tipo en el mundo entero. Entre los varios que publicó el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 12 de julio, hay uno de Pablo de Vita. En la bajada con que se presenta, se lee: “Fernando de Valenzuela, que llegó al país desde España en 1949 junto a su familia cuando tenía dos años, es el responsable de todas las versiones en castellano de la obra del gran escritor checo”.

El traductor de Kundera al español y una anécdota que nace en la Argentina

Toda la obra escrita en checo de Milan Kundera contó con el mismo traductor al español: Fernando de Valenzuela. Insólitamente, títulos fundamentales de este notable escritor checo como La broma, El libro de la risa y el olvido o su insoslayable La insoportable levedad del ser tuvieron un traductor hispano-argentino y una anécdota que nace en Buenos Aires.

Escapando de la represión franquista, la familia Valenzuela llegó a la Argentina en 1949. Fernando tenía dos años. Vivió en Buenos Aires hasta los diecisiete cuando el portero, gallego claro, de la entonces Embajada Checoslovaca en nuestro país lo inscribió para una beca de estudios en Praga. Llegó a la Checoslovaquia comunista sin saber una palabra de checo.

En la Universidad de Carlos se licenció en Filosofía y, luego, ejerció el periodismo en la agencia EFE, de la que fue delegado en Varsovia, Praga y La Paz. En esos años previos al exilio parisino del célebre escritor, fue cuando lo conoció en Praga, siendo además testigo de la invasión soviética que puso fin a la “Primavera de Praga”. Providencialmente,este cronista dialogó con el traductor hace una década cuando había regresado al país y se encontraba radicado en General Madariaga, provincia de Buenos Aires. Valenzuela manifestaba entonces la sincera amistad que lo unía a Kundera y a su esposa Vera, cómo el escritor le había otorgado siempre plena confianza y libertad para traducir sus libros y sobre aquellos encuentros en los que podían hablar tanto de Jan Patocka y Karel Kosic, eminentes filósofos que fueron profesores del traductor y amigos de Kundera, tamizados entre literatura y música.

Tiempo después Valenzuela confiaría que ese encuentro, que tuvo como marco la proyección de La broma, de Jaromil Jires, la única adaptación al cine que el escritor aprobaba, y de La insoportable levedad del ser, de Philip Kaufman, que asimismo detestaba, había llegado a oídos del escritor: “Les mande un mensaje a los Kundera contándoles de la proyección de las películas en la biblioteca de Pinamar y haciendo un breve resumen de tu intervención. Me respondieron enseguida muy contentos. Vera añadió que si fuera envidiosa me envidiaría por estar donde estamos”.

Así, Buenos Aires, Praga y París quedaron unidas en la trama urdida por el azar y el silencioso oficio del traductor que permitió la existencia de legiones de admiradores de habla hispana para uno de los escritores checos más famosos de todos los tiempos.

domingo, 28 de junio de 2009

Humor checo


Probablemente por todos conocidos, los problemas del escritor checo Milan Kundera con las traducciones que se han hecho de sus textos podrían perfectamente ser materia de un libro cómico cuyo capítulo central bien podría ser el juicio que le realizó a la editorial Gallimard por la traducción de su novela La broma. Él mismo ha escrito al respecto en "Sesenta y siete palabras", la sexta parte de su ensayo El arte de la novela, fragmento que se reproduce a continuación.

Traducir "con el corazón"

En 1968 y 1969, La broma fue traducida a todos los idiomas occidentales. Pero, ¡menudas sorpresas! En Francia, el traductor reescribió la novela ornamentando mi estilo. En Inglaterra, el editor cortó pasajes reflexivos, eliminó los capítulos musicológicos, cambió el orden de las partes, recompuso la novela. Otro país. Me encuentro con mi traductor: no sabe una sola palabra de checo. "¿Cómo la tradujo?" Me contesta: "Con el corazón", y me enseña una foto mía que saca de su cartera. Era tan simpático que estuve a punto de creer que realmente se podía traducir gracias a una telepatía del corazón. Naturalmente la cosa era más simple: había hecho la traducción a partir del refrito francés, al igual que el traductor en la Argentina. Otro país: se tradujo: del checo. Abro el libro y me encuentro por casualidad con el monólogo de Helena. Las largas frases que en el original forman todo un párrafo están divididas en multitud de pequeñas frases simples... La impresión que me produjeron las traducciones de La broma me marcó para siempre. Por suerte, encontré más tarde a traductores fieles. Pero también, ay, a otros menos fieles... y no obstante para mí, que ya no tengo prácticamente lectores checos, las traducciones lo representan todo. Es por lo que hace unos años, me decidí a poner orden en las ediciones extranjeras de mis libros. Y esto no se llevó a cabo sin conflictos ni fatigas: la lectura, el control, la revisión de mis novelas, antiguas y nuevas, en los tres o cuatro idiomas en los que sé leer han ocupado por completo todo un período de mi vida...

El autor que se afana por supervisar las traducciones de sus novelas corre detrás de las múltiples palabras como un pastor tras un rebaño de corderos salvajes; triste imagen para sí mismo, ridícula para los demás. Sospecho que mi amigo Pierre Nora, director de la revista Le Débat, debió darse cuenta del aspecto tristemente cómico de mi existencia de pastor. En cierta ocasión, con mal disimulada compasión, me dijo: "Olvida de una vez tus tormentos y escribe más bien algo para mí. Las traducciones te han obligado a reflexionar sobre cada una de tus palabras. Escribe pues tu diccionario particular. El diccionario de tus novelas. Tus palabras clave, tus palabras problema, tus palabras amor".