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lunes, 6 de febrero de 2023

Los autores árabes, en castellano

“Acaban de llegar al mercado mexicano 57 títulos de autores emiratíes de poesía, ensayo y novela, promovidos por la autoridad del libro de Sharjah.” Eso dice la bajada de la nota, firmada por Virginia Bautista, publicada el pasado 15 de enero en Excelsior, de México.

Apuesta radical por la traducción del árabe al español

Con la idea de “revivir la edad de oro de la traducción”, que se desarrolló en la Edad Media en Europa, cuando se hicieron numerosas traducciones al árabe de grandes obras de la literatura universal, el emirato de Shar-jah apuesta ahora por este ejercicio y lo ha convertido en uno de los ejes de su política cultural.

La funcionaria destaca que los más de 400 millones de personas que hablan el idioma árabe tienen cada vez una mejor oferta literaria, lo que ha hecho crecer los índices de lectura de su país.

Detalla que, por esta razón, desde 2007 apoyan y promueven a la editorial Kalima “para hacer frente a un problema milenario: la escasez de traducciones en el mundo árabe”.

Este grupo, integrado por cinco sellos, es el primero en los Emiratos dedicado a publicar libros en árabe para niños y tiene una distribución en 16 países.

Fundado y dirigido por la jequesa Bodour Al Qasimi, esta iniciativa ha traducido más de 50 libros del árabe a otras lenguas y ha publicado a más de 120 autores para el público en general.

El que Sharjah haya sido el invitado de honor en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la número 36, motivó a la Autoridad de Libro de ese emirato a traducir al español una selección de 57 títulos de diversos autores y géneros, elegidos junto con la Unión de Escritores Emiratíes, que tendrán un tiraje de 300 ejemplares.

Los poemarios Sin viento para la flauta, de Bushra Abdullah, y En el abrazo de la música y espejos de Nueva York, de Samir Darwish; y los ensayos Historia antigua de la región del Golfo Pérsico en las obras del historiador Yawad Ali, de Hamad Muhammad Ben Saray, y Ciento una lecciones. Esta fue la voluntad de Zayed, de Mohammed Shuaib Alhammadi, son algunos de los primeros títulos de autores árabes que circulan en México, en el marco de este programa.

Dice que se lanzaron además ocho títulos editados con el proyecto Silent Books, dedicado a publicar “libros sin texto que dependen de la imagen para contar una historia, donde colaboran ilustradores mexicanos y emiratíes”.

Otras de las obras literarias árabes traducidas al español son Cuartetos de Talal Al Junaibi, El pájaro de la nieve de Ibrahim Mubarak, La calle Almahakim de Asmaa Ali Al-Zarouni, Lo más y lo menos de mí de la Jequesa Al Mutairi y Con una habitación no basta del Sultán Al Amimi.

viernes, 2 de octubre de 2015

Una historia que se sigue contando con un error

Guillermo Piro publicó la siguiente columna en la edición del diario Perfil del domingo 26 de septiembre pasado. En ella se habla de Antoine Galland (1646-1715), primer europeo en traducir Las mil y una noches. Nos pareció que valía la pena reproducirla para así empezar el fin de semana.

Alí Babá contra los cuarenta ladrones

Es increíble la cantidad y la magnitud de malentendidos que puede provocar una simple conjunción. Harto ya de oír alusiones a Alí Babá y los cuarenta ladrones, es hora de que alguien aclare la cuestión. Su historia está contada en Las mil y una noches, o eso al menos dice uno de sus traductores franceses, Antoine Galland, quien seguramente la oyó de boca de un cuentista de Alepo en uno de sus viajes y la incluyó en su traducción, porque esa historia Sherezade no la sabía. Alí Babá era un leñador persa que un día, mientras cortaba madera en un bosque, vio cómo una banda de ladrones ingresaba en una cueva cuya entrada sellada se abría al pronunciar un conjuro –“¡Abrete, sésamo!”– y que volvía a cerrarse pronunciando otro –“¡Ciérrate, sésamo!”–. Cuando los ladrones se van, Alí Babá entra y se lleva parte del tesoro. Cassim descubre la repentina riqueza de su hermano Alí, y Alí se ve obligado a contarle la procedencia del tesoro. Cassim va a la cueva, entra, toma más riquezas, pero cuando trata de salir de la cueva se olvida del conjuro. Los ladrones lo encuentran y lo descuartizan. Alí, extrañado porque su hermano no regresa, vuelve a la cueva y lo encuentra despedazado en la entrada. Se lleva los restos de Cassim a su casa, y también a Morgiana, una de las esclavas de Cassim (Cassim se había casado con la hija de un mercader rico, de modo que era rico él también). Al advertir la desaparición del cuerpo de Cassim, los ladrones logran averiguar el paradero de Alí. El jefe de los ladrones se hace pasar por un comerciante de aceite necesitado de hospitalidad. Lleva consigo mulas cargadas con cuarenta tinajas: una llena de aceite, las otra treinta y nueve con los ladrones de la banda ocultos adentro. Planean matar a Alí cuando esté durmiendo, pero Morgiana descubre el plan y mata a los ladrones llenando las tinajas con aceite hirviendo. Al descubrir que todos sus hombres están muertos, el jefe de la banda huye. Alí Baba expresa su gratitud a Morgiana liberándola de su condición de esclava.

La historia sigue: tiempo después, el jefe de los ladrones traba amistad con el hijo de Alí Babá. Es invitado a cenar en casa de éste, pero Morgiana lo reconoce y ejecuta una danza con una daga en honor de los comensales, y se la clava al ladrón en el corazón. En agradecimiento, Alí Babá decide darle a Morgiana la mano de su hijo. Alí Babá se queda como él único conocedor del secreto del tesoro de la cueva y las palabras mágicas para entrar en ella.

De modo que la traducción ideal del relato hubiese sido "Alí Babá contra los cuarenta ladrones". Pero el pobre Galland no sabía, en pleno siglo XVII, que su historia iba a terminar siendo conocida en el siglo XXI incluso por aquellos que jamás la habían leído.

martes, 13 de julio de 2010

Un traductor con biografía


En El Trujamán de ayer se publicó una espléndida columna de Marietta Gargatagli a propósito de Joseph-Charles Mardrus (foto), autocatalogado como «musulmán de nacimiento y parisino por accidente», aunque era egipcio y católico. Según señala la Wikipedia, "Mardrus fue un gran viajero, recorriendo los mares en busca de las leyendas de su Oriente natal. Como médico, trabajó para el gobierno francés, siendo enviado a Marruecos y al Lejano Oriente". Todo esto y el estilo de Marietta resultan irresistibles para el Administrador de este blog, por lo que el texto se puede leer a continuación.

La boda de Mardrus

Joseph-Charles Mardrus nació en El Cairo (1868), estudió en el Líbano, vivió en París. Como médico viajó por diversos países árabes, como poeta parisino inhaló la atmósfera de una ciudad donde las luchas obreras, el decadentismo, el gusto por lo oriental convivían sin molestarse. Se dice que Mallarmé le sugirió que hiciese una nueva versión de Las mil y una noches y esa obra, publicada en 1903, lo hizo tremendamente popular. La versión del doctor Mardrus estaba destinada a dinamitar la «adaptación» (en palabras de Mardrus) de Antoine Galland, el primer traductor europeo de los relatos árabes. El menoscabo del predecesor tuvo gran éxito porque Le livre des mille nuits et une nuit estaba mejor escrito y contenía un erotismo abultado desde el prólogo: «La adaptación de Galland es un ejemplo curioso de la deformación que puede sufrir un texto al atravesar el cerebro de un hombre de letras del siglo de Luis XIV. Escrita para la Corte, fue sistemáticamente despojada de todo ardor y se tamizó cualquier pasión original».

Aunque críticos posteriores han puesto en entredicho la pretendida literalidad amatoria de los cuentos árabes e incluso la calidad de la versión de Mardrus, la equívoca reputación de esta traducción se ha mantenido inalterable. Debe haber contribuido a esta fama el propio Mardrus, dotado de una excentricidad más perdurable y, en cierto modo, más encantadora que sus creaciones. Y una de sus transgresiones más famosas fue la boda con la poeta Lucie Delarue. El 5 de junio de 1900, diez días después de haberse conocido, se casaron en la iglesia de Saint-Roch. La novia iba vestida de ciclista, con una camisa a cuadros y canotier; él condujo a los testigos y a la familia en los únicos cuatro fiacres automóviles que había entonces en París. Aunque el matrimonio no duró mucho (Mardrus encontró una mujer más «reposada» con la que compartir la existencia), la escena garantizó una popularidad sin límites. Resulta extraño y halagador que un traductor tenga una biografía apasionante (que tenga biografía ya es un mérito) cuando están destinados a la eliminación y al anonimato. Joseph-Charles Mardrus murió en París, en 1949.