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lunes, 20 de octubre de 2014

Miles de voces a los dos lados del Atlántico

El suplemento Babelia, del diario madrileño El País, dedicó su nota de tapa del 11 de octubre pasado a ver qué anda pasando con el castellano. Así, en un largo artículo con firma del poeta y periodista español Javier Rodríguez Marcos (Cáceres, 1970), se dedica a investigar qué ocurre con el cine en las distintas variedades de nuestra lengua, a indagar sobre lo que piensan Darío Villanueva (vicederector de la RAE), Pedro Luis Barcia (ex presidente de la Academia Argentina de Letras), la editora Adriana Hidalgo, la traductora Selma Ancira, Gerardo Piña Rosales (director de la Academia Norteamericana de la lengua Española) y algunos más. En síntesis, opiniones a las que podrían oponerse otras igualmente o más calificadas.

Guía para un español sin uniforme

¿Qué puede llevar a subtitular en español una película hablada en español? La risa. En septiembre de 2000, durante la proyección en el Festival de San Sebastián de la mexicana La perdición de los hombres, el productor José María Morales reparó en una paradoja: los españoles no se reían; los extranjeros que seguían los subtítulos en inglés, sí. La cinta ganó la Concha de Oro y Morales la llevó a las salas subtitulándola en español de España. Director de Wanda Films y exvicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (FIPCA), Morales explica aquella decisión: “Lo importante es que las películas viajen. A Ripstein [el director] y a Paz Alicia Garciadiego [guionista] les pareció bien”. Con un recurso tan poco habitual trataba de sortear la barrera de los arcaísmos mexicanos de la película. “Para el productor de títulos como La teta asustada (Perú) o XXY(Argentina), “los modismos son una riqueza; estoy en contra de uniformar la lengua. ¿La solución? Para las obras más autorales, subtítulos. Para las destinadas a un público general, promoción. Antes había más semanas de cine en español. Eso ayudaría a que el espectador se adaptara”.

Damián Szifron
El mes pasado, el argentino Damián Szifron llevó al mismo festival Relatos salvajes, escrita y dirigida por él y producida por El Deseo, la factoría de los hermanos Almodóvar. Sabiendo que su película tendría una vida internacional, ¿evitó los localismos? “Las particularidades de los idiomas me resultan atractivas”, responde Szifron. “Mientras imagino, permito que los personajes se expresen con libertad olvidándome de que se trata de una película”. Reconoce, eso sí, que cuando la productora española se involucró en el proyecto, él volvió sobre el guion: “Lo leí cuidadosamente para cerciorarme de que la incomprensión de alguna frase central no interrumpiera la fluidez de las historias”. No cambió nada: “Tanto a Pedro y Agustín [Almodóvar] como a Esther García [la directora de producción] les pareció que las pequeñas extrañezas de nuestra forma de hablar incluso enriquecían la experiencia del espectador”. ¿Y qué le parece la solución de los subtítulos? “No estaba al tanto de que se hacía”, dice. “Mientras se pueda evitar, mejor. El cine narra con muchas herramientas. El diálogo es fundamental, pero hay otras, y las expresiones de los actores, por ejemplo, completan el sentido de las oraciones. Si bien puede haber alguna pérdida, me parece tolerable; sucede cada vez que leemos un libro traducido o vemos una película doblada. Algo ganamos y algo perdemos. Pero es cierto que cuando se habla muy cerrado o en jerga, el espectador ajeno a esos códigos lo puede padecer”.

Darío Villanueva
Pese a lo chocante del recurso, los subtítulos son una excepción. Lo habitual es que los padecimientos de los espectadores queden mitigados por el contexto gracias a la homogeneidad del español. Cuando el lingüista mexicano Juan Manuel Lópe Blanch comparó el léxico del DF con el de Madrid llegó a la conclusión de que el 97% de las palabras eran comunes. Lo cuenta Darío Villanueva en su despacho de la Real Academia Española. La corporación de la que es secretario y la asociación que reúne a las 22 academias de América y Filipinas lanzarán el próximo jueves una nueva edición delDiccionario de la lengua española. La última apareció en 2001. Con 93.111 artículos (por 84.431 de la anterior) desplegados en 2.376 páginas y a un precio de 99 euros, será la 23ª desde que en 1780 el primer repertorio de uso relevara a los seis tomos del venerable Diccionario de autoridades, de 1726. Dejando a un lado que incluya términos como tuitear, feminicidio, precuela, hacker o externalizar, ¿qué lo hace especial? Al menos tres cosas: que si la RAE nació en 1713 (con 8 miembros, hoy son 46) fue para hacer un diccionario con criterios modernos, que no será el último en papel, pero sí el último pensado para aparecer antes en papel que en versión electrónica, y que será el más panhispánico: 19.000 de sus casi 200.000 acepciones son americanismos.

Si el futuro de los repertorios lexicográficos es digital —Villanueva dirigirá en noviembre un simposio internacional sobre lo que él llama “casi una refundación” del diccionario—, el futuro del español es americano. Mucho ha llovido desde que a finales del siglo XV Nebrija incluyera en su vocabulario hispanolatino la primera palabra americana del castellano: canoa. ¿Cuál ha sido el principal factor de cohesión del español? ¿Por qué no ha reproducido las diferencias que una lengua tan cercana como el portugués tiene con su equivalente brasileño? “En portugués”, explica el secretario de la RAE, “no existe una norma ortográfica unificada. Además, está la dimensión demográfica. Hoy la cohesión del español viene de un mundo empequeñecido gracias a los medios de comunicación y a los movimientos de las personas en ambas direcciones”.

Domingo Fuastino Sarmiento
A los factores del presente se le suman además los del pasado. A partir de 1820, con las independencias de las repúblicas americanas, algunos le auguraron al castellano una fragmentación similar a la del latín. Pese a extravagancias como la de proponer el francés como lengua oficial para Argentina, lo cierto es que el español sirvió como elemento de cohesión de los Estados recién nacidos: en muchos de ellos, la dispersión de las lenguas indígenas hacía necesaria una común. Con todo, el presidente argentino Domingo F. Sarmiento promovió una ortografía que reflejara, por ejemplo, el seseo mayoritario en América: en lugar de ceniza se escribiría senisa. Por entonces, y para atajar el cisma, la RAE nombró académicos correspondientes al otro lado del Atlántico y animó la creación de sus academias. La primera, en 1870, la colombiana. La ecuatoguineana está hoy en fase de constitución en África. “Con las academias de América”, explica Villanueva, “se estabiliza la norma gramatical y ortográfica, que luego, y esto es clave, se difunde en el sistema educativo”.

No obstante, el español de España siguió funcionando como patrón de prestigio. Hasta 1934 no se permitió sustituir patata por papa en documentos oficiales argentinos. Tal vez por eso José Antonio Pascual habla de la importancia de las mentalidades. Además de vicedirector de la RAE, Pascual es el responsable del Diccionario histórico, una obra exclusivamente digital que ha completado 1.000 de sus 75.000 entradas (que podrían llegar a 150.000). La falta de medios hace ser pesimista a Pascual, un erudito bienhumorado que colaboró con Joan Coromines en su mítico diccionario etimológico. “En el Histórico trabajan tres personas”, dice. “A 200 palabras por persona y año, calcula”. Dado que su trabajo consiste en seguir el rastro a todas las palabras que han existido en español —“las que encontremos”, matiza él—, ¿podría decirse que ese idioma es más global que nunca? “Sí”. Tras evocar la globalización de la aldea hispana, Pascual añade una razón: “Ahora estamos a favor”. Y se explica: “No hay nada en la lengua que no exija una adaptación mental. Pensemos que la gramática recomendaba en los años treinta evitar el seseo, ¡el seseo! Yo mismo hace años corregí en mi ejemplar de una novela de Vargas Llosa la expresión ‘de rompe y raja’ tomándolo por un error. La literatura hispanoamericana, su calidad y su difusión, ha ayudado mucho. Y la televisión. En Salamanca puedes oír chévere por influencia de los culebrones”. La lengua, dice Pascual, se ha vuelto más homogénea y más “distinta” a la vez: “Hoy la norma no tiene un solo foco”. Hay además palabras de ida y vuelta. “Ahora se usa en informática, pero los de mi generación empezamos a oír amigable por las traducciones chilenas y argentinas de las novelas policiacas”, cuenta. “En España se decía amistoso, que es más reciente, lo tradicional aquí eraamigable. Como se sabe que coger es un tabú en ciertos países, muchos hablantes tienden a evitarlo. Por cierto, es un verbo que se usaba mucho en las definiciones de los diccionarios y ahora tratamos de corregirnos”.

Pedro Luis Barcia
Al otro lado del Atlántico, Pedro Luis Barcia, expresidente de la Academia Argentina, reconoce que la política panhispánica da sus frutos: “Se ha aventado la desconfianza americana acerca de que cada español tenía un emperador idiomático en el bolsillo, porque hemos superado complejos de inferioridad y hoy nos sentimos herederos de todo el español. ‘Todo lo que hablamos lo hablamos entre todos’, diríamos con variante de la frase que Giner de los Ríos escuchó al labriego. La convivencia de las diferentes regiones lingüísticas con sus propias normas cultas diferenciadas ha consolidado esta perspectiva renovadora. En mi pueblo decimos que somos más desconfiados que un tuerto con dos canastas: hemos empezado a confiar en todos los partícipes de la ASALE [la asociación de academias]”.

La confianza de Barcia vale el doble si se piensa que fue muy crítico con la Ortografía académica publicada hace cuatro años. No le gustó que propusiera opciones en lugar de dictar normas y atribuye al peso de México y España algunas decisiones polémicas. Baste pensar en el incendio provocado por el baile de nombre de las letras: la i griega como ye o la be baja/corta como uve. “Hay”, dice el académico argentino, “dos imperios, el español y el azteca, que deben convivir sin imponer sus razones: uno, la histórica, y el otro, la numérica [México es el país con más hispanohablantes del mundo]. Y en medio estamos los demás. Si no hay acuerdo, cada cual dispara para su feudo. Si en algo debemos ceder todos es en favor de la simplificación del código ortográfico, que es, junto a la rotundez del fonético en español, una afirmación de unidad interna y un reaseguro para la expansión como segunda lengua”. Pero ¿no es la opcionalidad una forma de respeto a la diversidad? “La opcionalidad es el cáncer de la ortografía. La diversidad la podemos mantener en el léxico, en la fraseología, en las tonadas…”.

Después de apuntar “un detalle erudito desconocido: el primero que usó la voz panhispánica fue Amado Alonso, en 1927, en una revista argentina, El Hogar”, Barcia admite que el español es hoy más global que antes y que los hablantes aceptan mejor las variantes regionales que les son ajenas: “El crecimiento es lento pero firme. El negocio económico de la lengua empuja a ello (las traducciones, las películas, las telenovelas). Es una causa interesada en lo suyo que ayuda a todos y beneficia al poder expansivo del español. El criterio de optar por la voz que usa el mayor número de hablantes es muy lícito. Hoy estamos, en la mayoría de las naciones que hablan la lengua común, en un 95% de español general y un 5% de local. La versión en línea de los diarios ayuda. La radio, la vía más penetrativa, sigue demasiado atada a lo regional, por su impronta coloquial. Lo probamos cada día que las variantes locales se allanan sin mucho esfuerzo entre los hablantes”.

Adriana Hidalgo
La editora Adriana Hidalgo comparte la opinión de su compatriota sobre la facilidad para sortear localismos, pero con matices. Lo que en una obra original es riqueza, en una traducción puede ser un chasco. Y recuerda una versión de Salinger con la palabra gilipollasen la primera página: “Sabiendo que el autor no es español, como que me hacía ruido”. Trata de que las traducciones de su editorial, que a veces vende a algún sello español, estén hechas en un “lenguaje puro”. De entrada, usan el  y no el vos. “No se nos ocurriría hablar de , pero sí lo leemos. Pensamos en un término usado en todas partes, no en uno porteño. Todo sin caer en lo aséptico, porque no suena lindo”.

Selma Ancira
Según la mexicana Selma Ancira, premio Nacional de Traducción en España en 2011 y Premio de Traducción Literaria Tomás Segovia en México en 2012 por sus versiones del ruso y el griego moderno, hay textos que piden localismos y textos que piden neutralidad. Afincada en Barcelona desde hace 28 años, Ancira trabaja tanto para editoriales mexicanas como españolas y lo primero que necesita saber es a quién se dirige “para emplear, por ejemplo, el vosotros de ustedes o el ustedes de nosotros”. A veces la diversidad es una aliada. Cuando tradujo Loxandra, una novela de María Iordanidu que transcurre en Estambul y en Atenas, usó el español de México para el primer escenario y el de España para el segundo. “El carnicero a veces ofrecía guajolote, a veces pavo”, cuenta. “Así el lector en español sentía las diferencias que siente el lector original con el griego de cada ciudad. Hay que ensanchar las fronteras del español, no hacerlas más angostas. Si lo encerramos, lo empobrecemos. A veces una pincelada da alas a la traducción: cuando está resuelta con sensibilidad no se ve al guajolote”. Hay además un género con el que tiene especialmente presente al receptor de cada país: el teatro, donde la naturalidad es innegociable. “Aunque no adaptamos a Valle-Inclán para representarlo en Veracruz”, matiza. “Algún día le pasará a las traducciones. Cuando hayamos ensanchado las fronteras”.

Entretanto, el mundo sin fronteras del ciberespacio también tiene sus leyes. El próximo 29 de octubre, la editorial Planeta publicará en todos los países de habla hispana After. En mil pedazos, primera entrega de una tetralogía escrita por la estadounidense de 25 años Anna Todd y traducida por Vicky Charques y Marisa Rodríguez. La novela, nacida como fenómeno de fan fiction (sobre el grupo One Direction), generó mil millones de impactos en la plataforma Wattpad antes de convertirse en libro. Para explotar debidamente el filón, Planeta ha salpicado el primer tomo con números que remiten a una aplicación en la que el lector debe responder a una pregunta. La respuesta es una palabra escrita en la página de la que partió. Si acierta, el lector accede a contenidos extra. La editora María Guitard cuenta que al seleccionar esas palabras buscaron términos universales: vida, libro, verdad, mensaje… De las 50 de la lista, tan solo uno no pasó la criba del español global: magdalena. En México le dicen panquecito. Tuvieron que buscar otro para que el invento funcionara. También el marketing —en castellano antiguo, mercadotecnia— quiere ser panhispánico. Por eso hablan de los fans del libro como de “la comunidad que nunca duerme”. Lo mismo podría decirse de las palabras del diccionario.

Al español, no obstante, le queda una prueba de fuego. Hasta ahora ha convivido en España y América con lenguas minoritarias. En Estados Unidos la población hispana ronda los 52 millones pero tiene como vecino al inglés. ¿Afectará a su homogeneidad la vecindad del gigante? “Todo dependerá de que los hispanounidenses tengan acceso a la educación”, contesta Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), que se queja del “triunfalismo huero” de los políticos españoles: “Se les cae la baba cada vez que hablan de los hispanos en EEUU. Pero, ¿qué ha hecho el Gobierno español por una institución como la ANLE? Nada”.

Gerardo Piña Rosales
De vuelta a la lingüística, y dado que en Nueva York o Los Ángeles conviven hablantes de español de muchas procedencias, ¿la lengua se vuelve homogénea limando localismos de origen? ¿Qué idioma resulta? Precisamente, la Academia Norteamericana tiene una comisión dedicada a estudiar la posibilidad de crear una norma del español en los EEUU. “Nos parece un problema fundamental”, cuenta Piña-Rosales. “Por ejemplo, tratamos de utilizar un español, no diría neutro, pero sí universal. Me refiero, por ejemplo, al uso del español en los documentos oficiales del Gobierno de los EEUU, con el que hemos firmado un convenio. A veces el problema no está en evitar un localismo sino en que el español que se emplee haga referencia a una realidad cultural estadounidense. En otras palabras, no traducimos palabras, sino conceptos”. Respecto al esplanglish, objeto de grandes temores, la anterior edición del RAE —y todavía suedición digital— lo definía como “modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos, en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés”. Esa definición, aclara Gerardo Piña, no es la que propuso la ANLE. En la edición impresa del DRAE que se presenta la semana que viene se ha modificado esa definición: desaparece el términodeformándolos. "Nosotros no hablamos de deformación, porque nos parece demasiado simplista". Su opinión ha pesado. Como los diccionarios, el español de hoy tiene miles de voces.