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viernes, 1 de agosto de 2025

"Esa rica –riquísima– lengua móvil"

Hace ya unos cuantos años, el escritor tucumano Fabián Soberón publicó en el diario La Gaceta, de su provincia, una reseña dedicada a la versión castellana de la Divina Comedia, traducida por Jorge Aulicino. En ese entonces, editada por Edhasa, esa primera edición desapareció en pocos meses del mercado y no fue reeditada por Edhasa, sino por la editorial LOM, de Chile, que la publicó con un buen número de correcciones realizadas por el propio traductor. Las ventas fueron tan buenas que justificaron que la editorial chilena hiciera a su vez una edición argentina. A modo de breve homenaje, a casi dos semanas de la muerte del poeta y traductor, reproducimos nuevamente la reseña de Soberón.

La mejor versión de la Comedia en español

La Comedia es una obra inagotable que combina poesía, filosofía, física (cosmología ptolomeica), arte, historia y teología. Dante propone tres mundos o reinos de ultratumba: el reino del Infierno, el del Purgatorio y el del Paraíso. No importa si los reinos existen. Lo crucial es que Dante se ha convertido en el inigualable soñador que nos dio este largo poema perfecto.

Cuerpos de tres cabezas, serpientes que son hombres, vísceras de cristal, gigantes, demonios, Lucifer, el escarpado suelo, las estrellas, la luz más alta y Beatriz, la mujer hermosa e inolvidable que lo espera, que lo guía: todos conviven en esa fantástica invención literaria que es la Divina Comedia. Dante, el hombre de carne y hueso, inventa un personaje llamado Dante que viaja por los escenarios inhóspitos, horribles y bellos jamás pensados. Quizás el infierno sea una entelequia. Pero su existencia está justificada. Ha permitido que el gran Dante haya escrito esa “comedia única”, invaluable pieza que despliega en sus muchos versos dignos e inolvidables la vida de las sombras sufrientes y de un único cuerpo vivo.

Pienso en la lengua múltiple de Dante y en la sofisticada lengua del traductor para darnos, quizás, la mejor versión en español de la Comedia. ¿Cómo hizo Jorge Aulicino, el traductor, para alcanzar esta “nueva” versión del poema? Está claro: Dante pergeñó una pieza hecha de muchos registros. En la magnífica Comedia conviven el toscano coloquial, la utópica lengua italiana, los latinismos, los cultismos, los préstamos. Aulicino traza una versión que recupera y dona en español esos múltiples registros.

Aulicino no se vale de la rima regular. Traduce en verso libre y con esa decisión se quita la obligación de la rima. Lejos de la coacción rítmica se permite el uso de los vocablos con procedencias diversas. En suma: trabaja con los distintos registros de la lengua. Respeta los latinismos (algo que no hizo Ángel Crespo), introduce coloquialismos (algo que no hizo Bartolomé Mitre) y deja que los versos se armen de ritmo y lirismo. El lirismo y las famosas comparaciones dantescas surgen en esta traducción del uso equilibrado de los distintos registros.

No hay una búsqueda de enaltecer la poesía. El lector que lea esta traducción no encontrará sólo poesía vertical. Podrá leer un poema extenso hecho de putas, arroyitos tristes, finados, embusteros, diminutivos (Anselmito, el hijo de Ugolino en el Canto XXXIII del Infierno), y latinismos. Es decir, podrá leer esa rica –riquísima– lengua móvil que es la Comedia.

¿Qué otra cosa puede pedir un lector?

martes, 22 de julio de 2025

Marta Alesso y su nueva versión de "Odisea"

"Con la flamante publicación de Odisea en la colección de clásicos de editorial Colihue, hecha en verso por la especialista en literatura antigua Marta Alesso, se produce un nuevo hito en la historia de la traducción en Argentina. Su versión anotada, comentada y respetuosa de la forma del hexámetro del griego antiguo– es la primera de Odisea hecha desde nuestro país, y con la prioridad puesta en un público lector hispanoparlante latinoamericano." Tal es la bajada de la nota publicada por Fernando Bogado, en el diario Página 12, el pasado 13 de julio.

Odisea de Clásicos Colihue marca un nuevo hito en la historia de la traducción en Argentina

Uno de los principales libros de teoría literaria del siglo XX, Mímesis: La representación de la realidad en la cultura occidental, del filólogo alemán Erich Auerbach, comienza por donde todo trabajo de tanta amplitud acerca de la literatura debería comenzar: con la tradición de la Antigüedad griega. Allí, Auerbach observa que, con el paso de los siglos y las tendencias, bien podría decirse que la literatura fue incorporando, progresivamente, a la vida, los asuntos y hasta los pareceres de las personas de clase baja, los pobres, los necesitados, los trabajadores, lo popular. En el famoso primer capítulo, “La cicatriz de Ulises”, vemos cómo comienza a leer ese comportamiento en una de las muchas escenas que le han dado forma a nuestra imaginación, el momento en que, ayudado por Atenea, Ulises o, mejor, Odiseo regresa a su hogar en Ítaca disfrazado de mendigo. Ha estado mucho tiempo fuera, su mujer, Penélope, lo ha esperado pacientemente, soportando las propuestas y los embates de un gran número de pretendientes, y su propio hijo, Telémaco, no ha hecho otra cosa que añorar a la figura de su padre y tener incluso su propia aventura vinculada a la necesidad material y sentimental del regreso del progenitor.

Veinte años han pasado y, a diferencia del tango, no se puede decir que han sido nada: Odiseo, hábil con las palabras, pero no tan diestro en las armas como su compañero Aquiles, participó de la guerra de Troya en el bando de los aqueos y tardó muchos años, de aventura en aventura, para poder por fin pisar el suelo de su patria. Nadie se ha percatado de que ese extraño mendigo no es otro que el líder del lugar, el dueño de la casa, salvo una persona que, en el poema épico del cual estamos hablando, la Odisea, representa el lugar del bajo pueblo: la anciana Euriclea. Hoy podemos volver sobre esa escena y sobre el poema en su totalidad en una nueva traducción de Odisea publicada en la colección Colihue Clásica (que llega, con la edición del Martín Fierro a cargo de Juan Pisano y este libro, a su volumen número 100), hecha en verso por una especialista en literatura antigua, la doctora Marta Alesso, egresada y profesora de la Universidad de La Pampa, hoy directora de la revista Circe, de clásicos y modernos y en su momento vicepresidenta y presidenta de la Asociación Argentina de Estudios Clásicos. Alesso logró en una edición anotada, comentada vía un amplio aparato de notas y con la dificultad de respetar lo más que se pueda la forma del hexámetro del griego antiguo (cosa que la mayoría de las traducciones pasa de largo al hacerlo en prosa), instaurando un nuevo hito en la historia de la traducción en nuestro país: su versión es la primera hecha desde Argentina y con la prioridad puesta en un público hispanoparlante latinoamericano.

Entonces, la escena del canto 19 que Auerbach trabaja es fundamental para entender la estética de la Antigüedad: siguiendo la orden de Penélope, Euriclea lava los pies del mendigo y, por una cicatriz que el propio Odiseo obtuvo en su muslo luego de haberse enfrentado a un jabalí, reconoce a su amo, quien rápidamente la manda a callar, pues su plan consiste en pasar desapercibido para enfrentarse a los pretendientes. La manera en la que el poema incorpora el evento de la cicatriz mezclándose con el acto de Euriclea, haciendo que pasado y presente confluyan, forman un claro ejemplo de lo que la crítica contemporánea llama la centralidad de la parataxis en la obra de Homero. O sea, todo estaría puesto en el mismo nivel sin subordinación de un evento sobre el otro. Lo mismo pasa con lo que los personajes ocultan: siempre se termina contando todo, como si la técnica griega indicase que narrar es llevar a la luz. Hasta el punto de que, como subraya Auerbach, “los hombres de Homero nos dan a conocer su interioridad, sin omitir nada, incluso en los momentos de pasión”. Podríamos decir desde hoy: como sucede con las telenovelas, gran parte de las series con forma melodramática y hasta las historietas de superhéroes. La vigencia de la forma homérica es alucinante.

Todo tiene que ser contado y conocido por el lector, entonces, lo cual evidencia la naturaleza oral del poema, popular, cuya circulación pudo darse vía aedos, recitadores profesionales, que acompañados por música vertían los versos del poema por una punta y otra del mundo antiguo y esparcían, así, una de las obras centrales de nuestra cultura, mina de donde se extraerían tantas y tantas historias que hoy nos deslumbran en la pantalla del cine (o lo harán cuando, en 2026, salga la versión de Christopher Nolan de la Odisea), de la tele, de la computadora y hasta del celular. “Hay temas y figuras, cuyo origen está en este poema, que se repiten en la literatura universal, cientos, pero no me voy a explayar sobre personajes emblemáticos, como la nodriza Euriclea, la mujer mayor que como ha superado hace mucho tiempo la edad de procrear puede moverse con libertad en los ambientes masculinos, cosa que no pueden hacer las otras mujeres”, marca Alesso a la hora de hablar de la injerencia de Odisea en nuestro mundo. “Sólo voy a traer a colación la nodriza de Romeo y Julieta de Shakespeare. Nunca se menciona un hijo propio de estas mujeres y sí que aman y protegen al varón de la casa, como Euriclea a Odiseo y a Telémaco. Traigo otro ejemplo de la consistencia y origen de algunas formas: el cíclope da inicio a toda la literatura pastoril. De allí vienen los Polifemos y Galateas de la poesía bucólica en nuestra lengua, como los de Góngora o de Garcilaso (“¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!”). Ni que decir de los descensus ad ínferos, el viaje a los mundos infernales que el personaje principal realiza en vida, como Odiseo al Hades, para encontrarse con un personaje amado. Pensemos en la Beatriz de Dante en la Divina comedia o, más cerca, en Juan Preciado en busca de su padre en Pedro Páramo de Juan Rulfo. Ni qué decir de las numerosísimas sirenas en toda la literatura, incluida la infantil: representadas sea como criaturas peligrosas que atraen al navegante con su canto irresistible pero fatal, sea como integrantes de una relación romántica en la que están dispuestas a sacrificar su naturaleza anfibia por un humano del que se enamoran”.

Muchos mitos existen acá
Odisea constituye, junto con Ilíada, los dos poemas épicos de mayor trascendencia en la Antigüedad clásica. Es imposible reconstruir el momento de su composición, la cual no puede adivinarse por el simple hecho de que la puesta en letra de la obra recién comenzaría a suceder, con muchas variaciones a lo largo del tiempo, entre el 700 y el 600 a.C.: hay pruebas de que el poema ya estaba circulando a través de la voz y la memoria en la llamada Edad oscura, luego de la caída de la Edad micénica, entre el 1100 y el 800 a.C., posible época de composición de muchos de sus cantos. Sin embargo, la importancia de su legado ya puede detectarse en la construcción de poemas más cerca de la Era cristiana que buscaban emular sus formas y hasta sus héroes, cosa que demuestran obras de igual valor, pero ya dentro del mundo latino, como la Eneida de Virgilio, en el siglo I a.C. Así como es difícil proponer un momento de surgimiento del poema, así también sucede lo mismo con su autoría: Homero, el poeta, si bien pudo ser el nombre de un sujeto real, probablemente sea más una construcción filológica establecida por el paso de los siglos para darle nombre a un autor múltiple, quien no fuera otro que la voz de tantos y tantos recitadores que apelaron a su memoria para recordar los mejores versos y propusieron algunos de su invención para cerrar una escena o darle un particular matiz a una aventura. Una forma de composición más cercana a las penas cotidianas que al ingenio de un solo hombre, sin dudas.

Hablaste de las marcas literarias, pero ¿qué otros temas o cuestiones pueden vincular a la Odisea con cosas contemporáneas, con situaciones que tengan que ver con el mundo de todos los días?
–Yo han ejemplos apoyados en necesidades básicas literaturizadas. Circunstancias de la vida cotidiana, como el hambre y el insomnio, por caso. El motivo literario del insomnio es poco trabajado, pero es un tema interesante. En el canto 20 de Odisea, en la escena previa a su terrible venganza contra los que están invadiendo su casa, el héroe no puede dormir (“Odiseo urdía males en su ánimo contra los pretendientes”). El comienzo del canto 20 en Odisea, como el comienzo del canto 24 en Ilíada, son ejemplos elaborados de la situación en que todo el mundo está profundamente dormido, excepto el personaje principal. En el caso del último canto de Ilíada, todos los guerreros duermen y Aquiles, insomne, llora desesperado la muerte de su amado Patroclo y recuerda las alegrías y penalidades que los habían unido. La mayoría de estos pasajes muy numerosos en los poemas homéricos son ejemplos de vigilia solitaria. Al final del canto 19 sabemos, por boca de Penélope, que durante los días le es grato atender sus labores y las de las sirvientas en la casa, “mas cuando llega la noche y el sueño las invade a todas” se echa en la cama y a su “angustiado corazón densas y agudas penas lo asaltan y torturan”. Nunca mejor descriptas y cantadas nuestras zozobras nocturnas cuando el mundo todo parece descansar y a nosotros la preocupación nos desvela.

Es posible pensar también que prototipos literarios y sociales, como el extranjero o el inmigrante, tienen también aquí un origen.
–Muy interesante es el motivo literario del hambre o el del “maldito estómago” que nos obliga muchas veces a humillaciones o a acciones poco decorosas. En palabras de Odiseo “no hay cosa más perra que el maldito estómago que nos incita a acordarnos de él por necesidad”. No son extrañas estas escenas en las que los pobres sufren hambre en una sociedad en que la alimentación debía adaptarse a la disponibilidad de alimentos, que no era por cierto muy profusa. No me voy a referir a eso sino al cliché tan deplorable de que “el pobre es pobre porque no le gusta trabajar” y si uno les ofrece un trabajo, en lugar de “agarrar la pala”, huyen y prefieren mendigar. En los cantos 17 a 20 se enfatiza el tema del abuso hacia un extranjero que llega al lugar por necesidad y especialmente por necesidad de comida. Odiseo se disfraza de mendigo, la audiencia lo sabe, pero no los pretendientes y siervos infieles que lo maltratan e insultan. Los pretendientes no sólo violan el sagrado deber de la hospitalidad, sino que se ubican en el costado negativo del motivo mítico-literario denominado theoxenia, en el que un dios toma la forma de un extraño para probar la bonhomía del anfitrión. En Odisea, en el banquete en que los pretendientes diezman vorazmente los escasos ganados de la hacienda, Eurímaco ofrece en broma trabajo a Odiseo/mendigo como jornalero, para levantar cercas y plantar árboles. El pago sería “comida suficiente”, vestidos y calzado, pero descuenta que el vagabundo no aceptará porque ya se ha acostumbrado a sobrevivir pedigüeñando y seguidamente y para completar le arroja por la cabeza un escabel, que en lugar de alcanzarlo, pega a un escanciador en el brazo y desparrama el vino. Los demás pretendientes, en lugar de reconvenir a su compañero, exclaman que ojalá el forastero vagabundo hubiera muerto en otra parte, porque ahora el alboroto que causa está arruinando el banquete. Hete aquí que se construye la figura del pobre que pide sobre ciertos tópicos: el primero, que los mendigos son parásitos de la sociedad; el segundo, que se han acostumbrado a no trabajar y siempre será imposible que lo hagan; y el tercero, que son atrevidos e invaden a veces un lugar que no les corresponde ni merecen. Por estas razones merecen una violencia destemplada, no sólo verbal, sino también, en ocasiones, física.

Vigencia de las palabras
El lento trabajo de traducción de Alesso y el modo en la que trata de paladear cada palabra hasta encontrar su mejor camino en la traducción parecen extemporáneos, pero son la viva muestra de lo que una labor filológica llevada con seriedad implica. Algo que parece ajeno a nuestros tiempos, en donde la idea de respuestas rápidas y rendimiento inmediato de las inversiones (de tiempo y dinero) se llevan de la peor manera con el tratamiento pausado y atento de un especialista en Humanidades. “Ahora que lo pienso, Homero estuvo desde el nacimiento de mi vida intelectual. Desde que aprendí a leer en griego”, recuerda Alesso. “Era un placer desentrañar esos hexámetros cuando estudiaba. Muy joven entré como ayudante en la universidad y fui haciendo toda la carrera hasta titular, así que tenía oportunidad de volver a Homero durante todos y cada uno de los años de mi vida académica. Entonces no tuve dificultades, o no las recuerdo. Sí quizá alguna crítica en el sentido de que soy un poco obsesiva en reproducir en español exactamente la raíz griega. Por ejemplo, el epíteto de Atenea es glaukópis que es literalmente ‘ojos de lechuza’ y así lo traduzco; no me gusta suavizar con un ‘ojos claros’, ni siquiera con un ‘ojos glaucos’”.

La publicación de esta traducción de Odisea es otro hito dentro de la honda tradición filológica en nuestro país, la cual no implica un arte concentrado en “lenguas muertas”, muy por el contrario. Lo que realmente implica es la trascendencia e importancia de la educación y formación en Humanidades para cultivar esa cosa tan difusa que parece que quedó perdida en vaya a saber uno qué momento de la historia: el espíritu. Eso que Friedrich Nietzsche (filólogo), en sus fragmentos póstumos, recomendaba mantener todavía como concepto, como idea, como fuerza, para cuando sea necesario usarla en la situación conveniente, en una polémica, en una lucha. En estos tiempos de crisis educativa y de pregunta en torno al lugar de estas prácticas en nuestra formación, habría que volver a la historia, que de algún modo respondió hace tiempo las mismas preguntas que nos hacemos ahora. “Menos mal que fracasó el intento de Platón, quien en República proponía quitar a Homero y a los poetas en general– de la educación y triunfó por el contrario el ciclo de estudios que propugnaba Isócrates: una educación edificada sobre los cimientos establecidos por la paideía tradicional, que siempre mantuvo las epopeyas homéricas en sus planes de enseñanza. Si así no hubiera sucedido, probablemente nunca nos hubieran llegado Ilíada y Odisea”, reflexiona finalmente Alesso sobre la educación y también sobre la idea del especialista como “laburante”: “El trabajo de acercamiento al texto de los traductores siempre se parece bastante, no importa cuál sea el texto que se traduce. Se parece mucho al trabajo manual de un orfebre o de una bordadora. Freud en El malestar en la cultura establece algunas similitudes entre el trabajo intelectual y las tareas manuales, dice algo así como que ambos son formas de sublimación y mecanismos de adaptación a la cultura. Ni siquiera creo que haya sublimación, la labor de estar en los detalles con una obcecación que raya en la obsesión equipara, me parece a mí, la búsqueda de la palabra exactísima con la concentración del que utiliza un buril o cincel para labrar cualquier objeto”.


miércoles, 25 de septiembre de 2024

Una nueva versión de "El cantar de los nibelungos"


La traductora chilena Pola Iriarte y el traductor alemán Sven Ollson, juntos, llevaron adelante la proeza de traducir al castellano, para la editorial chilena LOM, 
El Cantar de los Nibelungos, texto clave de la literatura germana, que con sus historias de magia, venganzas y aventuras amorosas despliega todo el sentido de la maravilla de las gestas medievales. 

Ese largo poema tiene su origen en la tradición oral, y forma parte de la corriente de composiciones europeas cuya popularidad en su tiempo se evidencia por la existencia de 37 manuscritos de entre los siglos XII y XVI, siendo solo tres los más completos, que datan del siglo XIII. Aunque el autor original permanece anónimo, se acepta que la estructura básica del poema, con sus motivaciones fundamentales, proviene de un único creador. Esta obra fue enriquecida y modificada por los juglares a través de los siglos, manteniendo viva la tradición oral incluso después de las primeras versiones escritas.

En este poema, el término nibelungo denomina a un pueblo mítico de enanos poseedores de un enorme tesoro, el famoso tesoro de los nibelungos.

Este cantar de gesta reúne muchas de las leyendas existentes sobre los pueblos germánicos, mezcladas con hechos históricos y creencias mitológicas que, por la profundidad de su contenido, complejidad y variedad de personajes, se convirtió en la epopeya nacional alemana, con la misma jerarquía literaria del Cantar de mio Cid en España y el Cantar de Roldán en Francia.

En El Cantar de los Nibelungos se narra la gesta de Siegfried, un cazador de dragones, quien valiéndose de ciertos artificios consigue la mano de la princesa Kriemhild. Sin embargo, una torpe indiscreción termina por provocar una horrorosa cadena de venganzas.

jueves, 27 de junio de 2024

Carlos Gamerro habla de sus traducciones de Shakespeare especialmente hechas para la escena

Foto: Adriano Jerez

El pasado 19 de mayo, Carlos Gamerro estuvo en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires hablando de sus traducciones de William Shakespeare para la escena. Pero también hubo tiempo para charlar sobre su condición de escritor traducido a otras lenguas.

Quien desee ver el video de esa reunión puede hacerlo en este link:

https://www.youtube.com/watch?v=ci--4bTGiUA



viernes, 14 de junio de 2024

Jan de Jager trajo a Safo al Club de Traductores


Finalmente, aquí está el video de la primera reunión del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, con la charla erudita de Jan de Jager sobre la historia de las traducciones de Safo.

https://www.youtube.com/watch?v=nibGjwYONiE


martes, 21 de mayo de 2024

El Quijote para todos los gustos

El pasado 14 de mayo, la agencia EFE publicó un cable sin firma a propósito de la  nueva edición del Quijote, traducido del castellano al castellano en un volumen que enfrenta las dos versiones. 

Una edición doble del Quijote enfrenta su versión original con la del castellano actual

El escritor Andrés Trapiello presentó en 2015 la primera traducción al castellano actual del Quijote y ahora, casi diez años después, una doble edición presenta esa versión junto con el texto clásico de Miguel de Cervantes, en edición de Alberto Blecua.

Publicada por la editorial Destino, esta nueva edición llegará a las librerías el 15 de mayo, con lo que, asegura Trapiello, "por primera vez en la historia de la literatura en español, los lectores contarán con las dos versiones, la original y la moderna. No tanto para que las comparen, sino para acceder acaso a la maravillosa lengua de Cervantes".

Andrés Trapiello recuerda en un comunicado que ninguno de sus trabajos literarios fue más satisfactorio que la de traducir al castellano actual El Quijote, una tarea que le "entretuvo" durante catorce.

"Cuando se publicó mi traducción, hace ya casi diez años, hubo quien reservó su juicio pensando que quizá no fuera necesaria o que haría peligrar el original. A día de hoy cerca de doscientos mil lectores han podido leer al fin el libro que más se les resistía, y ninguna alegría puede haber comparable a esta. Cervantes ha ganado doscientos mil lectores de no inferior solvencia a la de quienes leen su libro en ruso, chino, alemán, inglés o francés", destaca.

lunes, 20 de mayo de 2024

Safo, de la mano de Jan de Jager, en el Club

 

Después de cinco años sin reuniones presenciales, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires vuelve a funcionar con público. Será, a partir de mayo, en la librería El Jaul, de Gascón 1355, CABA.

En esa oportunidad Jan de Jager, el lunes 27 de mayo, a las 19 hs., va a charlar sobre la poesía de Safo, la historia de sus versiones a través de los siglos y todo lo que quepa en una hora y pico de diálogo.

Están todos invitados.

viernes, 10 de mayo de 2024

La primera, pero la primera primera

A esta altura, se sabe que Jorge Aulicino, además de poeta, es un gran traductor del italiano y que, entre sus trabajos más notables, está la Divina Comedia, obra de la que es un verdadero especialista. Por eso, nadie más calificado para opinar sobre la primera traducción al castellano de esa obra, en este artículo, especial para el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.


La primera traducción al castellano de la Divina Comedia.


Hay obras, muchas, que una vez ingresadas al dominio público deberían ser puestas a disposición de los lectores, libremente. Existen medios digitales para que los considerados hitos de la literatura se consulten y lleven con facilidad. Luego se podrían destacar en Google. Y sería ideal que al mismo tiempo los editen los Estados del mundo en libros de papel, de distribución gratuita en los colegios secundarios. Gratuita y no obligatoria. Esto es, que los libros estén al alcance de los estudiantes, sin obligatoriedad de lectura. Pero no se espere esto de la autoridad cultural, mucho menos de la Argentina en este momento.

 

De todas esas obras que con entrada libre, una debería ser la primera traducción al castellano de la Divina Comedia, hecha tal vez por el llamado “marqués”; Enrique de Villena, mientras consultaba el original, a 100 años más o menos de la muerte de Dante Alighieri. Es la traducción al castellano más próxima a las fechas de la escritura del poema, que lo fue entre 1301 y 1321. Nadie ha podido establecer el año en que Dante terminó cada canto y lo hizo copiar; ni siquiera se conoce el original con la caligrafía de Dante. Solo se puede decir casi con certeza que escribió todo el libro entre el año de su destierro de Florencia y el año de su muerte en Ravena, que son los anteriormente mencionados.

 

Hay toda una historia de debates sobre la primera traducción de la Comedia al castellano atribuida a Villena. Solo digamos que en la Biblioteca de España se conserva un volumen de principios del siglo XIV que contiene, básicamente, el texto en lenguaje original (la copia es de 1354) y una traducción al castellano escrita en los márgenes de los folios y en otros espacios en blanco. El resto lo componen un soneto de Petrarca, citas de Cicerón y diversos comentarios. De Villena dio testimonio que permitió pensar que esa traducción le fue encargada por el propio marqués de Santillana. Es posible, arguyeron algunos –e intentaron demostrarlo con algún éxito, comparando caligrafías–, que otros metieran mano allí, incluido Santillana, un entusiasta de Dante, que compró el manuscrito y lo mantuvo en su biblioteca hasta su muerte. La biblioteca a su vez custodió el libro durante 300 años. Ahora está en la Biblioteca de Nacional de España bajo el número 10186.


Sea o no Enrique de Villena el único autor de la traducción, ese texto es no solo la primera de una larga serie de traducciones en territorio español, que siguió en la Argentina desde fines del siglo XIX, sino la primera traducción de la Comedia a otra lengua romance. Y quizá la primera traducción de la Comedia en términos absolutos.

 

El dantista y gran poeta mexicano David Huerta escribió en un artículo para la Revista de la Universidad de México, en enero de 2008: “Es [la traducción Villena], si se quiere, una curiosidad interesante para los eruditos, los críticos y los historiadores, pero no carece de interés literario”, al que puede unirse, dice Huerta, el interés por la vida y la obra de Villena, autor de un tratado sobre el arte de comer, otro sobre el mal de ojo y una traducción, también, de la Eneida, de Virgilio. Esto quizá responda a una pregunta que puede formularse a mi propuesta inicial: ¿por qué razón un estudiante o cualquier otro alfabetizado querría o debería leer la primera traducción castellana de la Comedia?, la cual se responde con dos argumentos: 1) conocería mejor el poema si ya ha leído otra versión, o podría empezar a conocerlo con buen arte, y 2) confirmaría que, como sostenemos algunos traductores -y críticos y docentes-, cada época necesita su propia traducción de los clásicos (esto surgiría, claro está, de la comparación de esta con una versión, al menos, del siglo XX o XXI).

 

Pero he aquí que en 2000 la Fundación José Antonio de Castro publicó en Madrid las obras completas de Enrique de Villena en tres tomos. El último tomo, que contiene lastraducciones y glosas de la Eneida y la Comedia –convenientemente juntas como imaginariamente lo estuvieron Dante y Virgilio en el Infierno y el Purgatorio– se vende en el sitio de la Fundación por 45 euros. Aquí copio la dirección virtual por si lo quieren comprobar: https://fundcastro.org/product/divina-comedia-villena/

 

Me pregunto si el hecho de que la obra se Villena sea comercializada por una fundación no es la causa de que resulte tan difícil, casi imposible, encontrar el texto de nuestro primer traductor de Dante en internet o sobre cualquier otro soporte gratuito. Por ejemplo, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante, donde no está, como podría estarlo, junto a tantos textos clásicos de los que hay allí copias que se pueden “bajar”; en archivos PDF o leer directamente en la pantalla en HTML.

 

También creo que he escuchado que las fundaciones no tienen fines de lucro, sino que se alimentan de donaciones, para realizar justamente una labor de interés social. Como ejemplo de la calidad de la traducción de Villena (o de quien fuera), deja Huerta este terceto de la historia de Francesca y Paolo, la más famosa sin duda del Infierno:

 

la boca me besó todo tremiendo: Galeoto fue el libro e quien lo escribió.

Non leímos de aquel día adelante.

 

Agrego el también famoso comienzo del Canto III del Infierno:

 

Por mí se va a la cibdat doliente,

por mí se va en eternal dolor,

por mí se va entre la perdida gente.

 

El mi fazedor movió la justiçia,

la divinal potestat me fizo,

e la alta sabiduría e el primer Amor.

"Delante de mí non fu cosa criada

si non la eternal e yo eternalmente duro,

[por tanto] dexat toda esperança vosotros que entrades-

 


lunes, 8 de abril de 2024

Andrés Ehrenhaus "cogió" una sola vez y lo cuenta


La bajada de la nota firmada por Andrés Ehrenhaus para el número de marzo de Latin America Literature Today, dice: "El reconocido traductor argentino (...) rememora sus comienzos en la traducción en Barcelona de la mano de Marcelo Cohen y reflexiona sobre determinadas prácticas editoriales, distintas variedades lingüísticas y una palabrita en particular. "

De cómo Marcelo Cohen me enseñó a nadar la traducción, seguido de una apostilla (Coger o no coger, that is the f-question)

Nunca oculté, en cuanto el tiempo desclasificó mi pasado, que mis muy titubeantes comienzos como traductor estuvieron más del lado de las sombras que del de la luz. Primero porque destrocé, siendo mozo, un Seminario de Lacan en la sombría cocina del consultorio del psicoanalista que me había contratado por cuatro monedas para ello; y después porque fui negro de mi gran amigo Marcelo Cohen (de hecho, y como poniéndole el broche a nuestra relación pedagógica, volví a serlo hace poco, pero no diré cómo ni para quién ni dónde), que cometió la picardía reciente de dejarnos a solas con su ausencia. De la masacre del Seminario (¡ni me acuerdo de cuál de todos era!) extraje experiencia de esa que se considera intangible: cierta osadía, la sospecha de que a veces la máscara traduce más que uno y una vaga conciencia laboral. De la negritud de Marcelo extraje o, más bien, recibí las herramientas del noble trabajo.

Pero eso es fácil de decir. ¿Cómo me fueron dadas esas herramientas? Porque el negreo entre traductores, que es más frecuente y socorrido de lo que se confiesa, suele ser muy instrumental y poco dialéctico. Además, lo hay de dos tipos: mi primera etapa como negro y ese último episodio reciente que mencioné –salvo por un detalle no menor sobre el que volveré más adelante– podrían ser ilustrativos: o el negro es un novicio que acepta gozar de cierto espacio laboral a cambio de una tajada patrimonial despojada de derechos morales o es un colega maduro que no tiene empacho en ayudar al amigo en apuros y acepta, igual que el novicio pero sin la necesidad de éste, las mismas condiciones: un pago justo sin los correspondientes merecimientos simbólicos. ¿Cuáles serían esos merecimientos? Básicamente, el de ser reconocidos como autores de esa obra –derivada, pero obra al fin. En el caso del colega maduro, renunciar a ellos es casi un gesto de nobleza. En el del novicio, una baja colateral, porque no firmar lo trabajado equivale a seguir no siendo visible para los editores contratantes (ni para el público lector o los reseñistas, aunque a esos el nombre del traductor les suele importar algo menos que el color de la tapa del libro).

Entonces, ¿se aprovechó Marcelo de mi bisoñez? Muchas veces me he formulado esta pregunta. Antes de responderla aclaro que, a lo largo de mi carrera, yo también me serví, aunque poco y a disgusto, de ambas modalidades de negreo. Poco y a disgusto no por cuestiones éticas sino porque nunca me quedó claro si me resultaba más un problema que una solución, es decir, traducido en plata, más trabajo a cambio de menos remuneración. De ahí que parte de mi respuesta a la pregunta de arriba se nutra de este hecho: ¿realmente le saqué las papas del fuego a Marcelo (me refiero sobre todo a mi negritud primigenia, porque en esta última estoy seguro de que sí) al poner mi sudor al servicio de su pluma? Tiendo a pensar que no. Tiendo a pensar que, aunque él no lo formulara así conscientemente, me estaba haciendo más favor a mí que a sí mismo. Un favor relativo, claro, porque ayudar a alguien a convertirse en traductor no es solucionarle la vida precisamente. ¿Quién puede vivir, y no digamos ya alimentar a una familia, exclusivamente de la traducción en Argentina o España? Eppur si traduce.

Mi sensación, que ya casi es certeza, es que Marcelo vio en mí a un par. No digo que yo lo fuera o no, digo que él me vio así. Nos conocimos personalmente, como ya es público y notorio, en Barcelona, en el mítico teléfono pinchado de Plaça Universitat, allá por enero o febrero del 77. Marcelo era el que manejaba la lista de turnos en una mesa del bar Estudiantil, que todavía existe. Poco tiempo después ya éramos amigos, sobre todo gracias al fútbol, además de coincidir como profes de inglés en alguna academia. Marcelo venía precedido de una pequeña fama literaria y empezaba a publicar artículos en revistas culturales y hacer sus primeras traducciones de fuste; yo por entonces me había puesto a traducir textos técnicos, eróticos, comerciales, médicos. No teníamos más formación que la de la lectura, la del duro banco y la máquina de escribir portátil. Fue en ese contexto que Marcelo me empujó a las aguas procelosas de la traducción editorial: es fácil, me dijo, vos tenés más de la mitad del camino hecho, yo te voy pasando cosas y cuando estés maduro te presento en la editorial. Y me tiré a las olas; nadar más o menos sabía pero en ninguna parte hacía pie. De ahí a ahogarme había un paso. O una brazada.

Tiempo después, mucho tiempo después, descubrí que Marcelo había practicado conmigo un método súper drástico de iniciación práctica. Lo descubrí porque recordé lo que yo mismo había hecho una tarde de playa con una amiga a la que, con veraniega imprudencia, animé a que me siguiera allende la rompiente, ahí donde a pesar del mar revuelto ya se puede nadar con más soltura. No debí hacerlo. Ella era quizás algo menos ducha y mucho menos temeraria que yo y aunque no estábamos muy lejos del borde del mar, donde la gente chapoteaba ajena y feliz, pronto nos dimos cuenta de que volver era muy difícil y a mi amiga, como es normal, le entró primero la duda y después el pánico. El mar estaba picado, la corriente submarina era fuerte y soplaba un viento cruzado. Encima, en un acto de expresionismo simbólico, el cielo se nubló. Mi percepción del agua cambió: ahora estaba fría. ¿Todo eso en cuánto? Cuestión de minutos. Los dos flotábamos, sí, pero ella ya empezaba a cansarse y yo tampoco era Mark Spitz; no había socorristas o bañistas o vigilantes (¡qué momento inoportuno para barajar sinónimos!) a la vista y llamar a alguien a los gritos parecía totalmente inviable. Así que hice lo que Marcelo había hecho conmigo sin yo saberlo (y capaz que tampoco él).

Mi primera intuición/comprobación pragmática fue asegurarme de que el impulso superficial de las olas era lo bastante firme como para aprovecharlo y no luchar contra la resaca, que era o parecía cada vez más fuerte. Nadando lo más horizontal posible se podían ganar más metros de los que se perdían tras el paso de la ola y así traté de explicárselo a mi amiga, pero ella no estaba en situación de aceptar especulaciones teóricas ni ninguna otra solución que no pasase por aferrarse a mí y rezar por que yo la ayudara a salir. A esas alturas, la situación era la siguiente: ella rogándome, ya bastante exhausta, que yo me acercara a salvarla, y yo un par de metros más cerca de la costa, consciente de que si me acercaba a ella nos hundíamos los dos. Ahí, con el poquito de chispa que me quedaba, se me ocurrió decirle que sí, que yo la sacaba pero si venía ella hacia mí; me ponía a tiro, casi a un brazo de distancia, y cuando ella manoteaba para agarrarme yo aprovechaba la inercia de la ola y me alejaba un poco hacia la costa. Así, muy poco a poco y bailando al ritmo bravo de las olas, fuimos saliendo de la zona de peligro y llegando adonde la resaca no chupaba tanto. Y de pronto hacíamos pie y teníamos a abuelas y niños con flotadores de patito o dinosaurio alrededor. Todo en el mismo plano secuencial. Cuando volvimos a nuestro cuadradito de toallas y miramos jadeantes el infierno acuático que casi nos traga, enfrente teníamos una franja marina totalmente inocua y neutra, el mar de siempre, el de todas las playas.

Y así, gracias a Marcelo y su imprudente insistencia, creo que aprendí a traducir y hacerme cargo de la autoría de mis traducciones. E igual que al principio, sigue costándome un mundo salir del agua.

La apostilla
Una vez curtido en el combate acuático, mi amigo me sugirió que me consiguiera una malla nueva (bañador, traje de baño, ¿eslip?), un par de anteojos de natación (gafas, antiparras, whatever) y unas ojotas (chanclas, o yo qué sé qué más) y me presentara ante un par de editores a los que él ya había apalabrado para que me recibieran como traductor casi senior. En efecto, me cayeron dos sucesivos encargos, quizás porque entonces aún no éramos tantos los nadadores capaces de no hundirnos en mitad del trayecto y la industria empezaba a darse cuenta de que profesionalizar al traductor no implicaba una pérdida como se temían muchos editores sino una ganancia, sobre todo de tiempo pero también de dinero. Hablo de una época en la que en España no existía el menor atisbo de contrato de traducción, algo que se solventaba mediante unos retoques casi ornamentales en la factura; la respuesta invariable cuando uno reclamaba un papelucho un poco más ajustado a la ley era también ornamental: “Es que, verás, no es política de la casa”.

De esos dos, luego tres, luego más editores que confiaron en mi rítmica brazada, uno fue el gran Paco Porrúa, que se había traído el Minotauro a hombros hasta Barcelona y seguía abriéndole camino acá (donde yo estaba entonces y estoy ahora) a la ficción científica de suma calidad. Casi la totalidad de sus libros eran traducciones y Paco tenía un vademécum muy claro, inquebrantable y singular en lo que a modelo de castellano de la traducción se refiere: como publicaba sobre todo en y para España, concedía que la segunda persona del plural se conjugara a la española, aunque recomendaba hurtarle el cuerpo a la eventualidad y buscar recursos y atajos para no abusar de ella, pero en cuanto a la naturalización de lo coloquial era implacable y prohibía tajantemente, por ejemplo, el uso del verbo coger donde cabían sin ningún problema agarrar, tomar o la paráfrasis que fuera. En los libros de Minotauro nunca se cogía. Ni siquiera cuando se hacía el amor. A Paco le disgustaba la procacidad pero sobre todo le interesaba mucho cuidar a sus lectores transatlánticos, que seguían fieles a sus ediciones desde la distancia. Su mercado simbólico era claramente rioplatense.

Debo decir que deshacerme del verbo coger no me costó gran cosa; por un lado, ya venía curtido por la traducción de breves relatos de porno soft en revistas como Penthouse o Playboy; y por otro, por un quiosco que manejaba con esplendidez un gran fogonero cultural, el uruguayo Homero Alsina Thevenet, que mientras pudo repartió generosamente (pagaban bien y rápido) estas traducciones entre los nadadores sudacas. Creo que también fue Marcelo quien me conectó con él, aunque en esa época la bolsa de rebusques estaba muy socializada. A Homero Alsina tampoco le gustaba mucho que usáramos coger por tomar o agarrar, aunque era menos prescriptivo que Paco y, además, no manejaba un material tan, digámosle, delicado. Pero esos rasgos idiosincráticos claros, tal vez generacionales, resonaban con naturalidad en nuestra incipiente poética natatoria. Solventada por obvios motivos crematísticos la cuestión esquizoide –ya planteada a la infancia argentina de varias generaciones escolares– de la convivencia con el fantasma del vosotros, a la mayoría de nosotros nos quedaba la bandera de si se cogía o no (el autobús, el metro, el paraguas). Sin duda sonará filológicamente atrevido (entre otras cosas, porque no es mi campo) pero quizás, gracias a un relevamiento que aún falta, podamos leer la elección y uso o no del verbo coger como uno de los ejes políticos de las traducciones rioplatenses hechas en o para España; para entendernos (o confundirnos todavía más), sería nuestra línea de flotación.

Digo esto sin tener mucha idea de cómo cogieron mis colegas este toro fenomenológico. No sólo no tengo un estudio hecho sino que ni siquiera me he atrevido a preguntárselo demasiado. Marcelo, por ejemplo, supongo que habrá adoptado a rajatabla las precauciones de Paco y Homero, y quizás también de Muchnik, para quien traducía bastante (yo sólo participé en algún diccionario resuelto coralmente), pero no puedo asegurar que en otros casos, con editores peninsulares, coger fuera un no-no. Sí puedo, en cambio, hablar de mí con cierta autoridad. Yo sé que no cogí nunca en mis traducciones salvo en una única ocasión; rectifico o puntualizo: no cogí yo pero no estoy totalmente seguro de que algún corrector (obligado o no por el editor) cogiera por mí a mis espaldas porque, seamos honestos, nadie revisó todas las galeradas o pruebas de impresión de su vida laboral –en el supuesto de que se las hayan enviado– y maldita la gracia que me haría ahora ponerme a desandar (¿o debería decir desnadar?) ese frente marítimo. Tampoco soy garante absoluto contra posibles distracciones. Pero no estamos hablando de casuística precisa sino de fenomenología y lo que importa aquí es la intención que subyace al fenómeno, su voluntariedad política, que no es otra que la de evitar tener que coger mientras nadaba. En todos los casos menos, como dije, en uno.

Cuando me tocó traducir toda la poesía de Shakespeare (otro de los mares en que me metió Cohen) menos un poema (el relativamente breve “Fénix y Tórtolo”, que se reservó para sí Andreu Jaume, brillante editor del tutto chéspir para Penguin), descubrí unas cuantas cosas en las que antes nunca había reparado. Una, que Shakespeare le importa a bastante menos gente de la que proclama lo contrario; otra, que se pueden nadar muchas millas marinas de endecasílabos rimados en pocos días y no sucumbir ni ahogarse en el intento; y otra más, que William era, no diré un feminista avant la lettre, pero sí un finísimo observador crítico de la relación de poder entre los distintos sexos, géneros y líbidos de una época, la isabelina, que no nos es tan ajena, la verdad. Lo descubrí, sobre todo, en La violación de Lucrecia. No voy a hacer un spoiler y contar aquí la historia y el enfoque del poeta (y digo spoiler con todo el derecho: ¿quién de ustedes leyó ese tremendo poema de cabo a rabo, eh?) pero el propio título ya lo hace: sí, hay una Lucrecia y alguien la viola. El trabajo chespiriano de introspección psicológica es brutal; la proximidad a todos los elementos de un acto tan execrable como universal es tal que uno se pregunta si el propio William no habrá sufrido o hecho sufrir algo así en algún momento de su vida. Los vaivenes emocionales y la naturalidad de los detalles no rozan nunca el lugar común y no hay ni un gramo de histrionismo o justificación moral. Hay que leer La violación de Lucrecia, quizás antes que algunas de sus obras de teatro. ¡Sobre todo hoy, ahora! Shakespeare quería ser poeta, no dramaturgo. Ese era el pasaporte a la fama que creía haber comprado. Y es en la poesía donde repasa una vez tras otra la cuestión del poder en las relaciones eróticas. Cierto es que en esos largos poemas seudo-amorosos William ponía sus esperanzas de venta cuando los teatros tenían que cerrar por la peste, pero no lo es menos que la problemática profunda de un género y otro difería y también difería el tratamiento de los universales. En fin, no es mi intención hacer una apología del Bardo como bardo antes que como empleado y empresario de teatro; no obstante, recomiendo hacer una lectura pausada, atenta, desprejuiciada, irreverente incluso, de la poesía chespiriana, que al fin y al cabo no es tanta. Cuestión que mi revancha de nadador de fondo por tener que surcar aguas llenas de medusas lingüísticas fue usar (¡en ambas acepciones y por única vez en mi carrera!) el verbo de marras en el verso 677 de Lucrecia, justo cuando el violador comete el acto: “Entonces puso el pie sobre la luz,/ pues luz y vicio son archienemigos./ Oculto en esa noche de betún,/ es más tirano el crimen sin ser visto./ La oveja llora, el lobo la ha cogido/ y ahoga el lloro con la colcha blanca,/ matándolo en sus labios escarlata”. Shakespeare usa seize, que es tanto agarrar como atrapar o aferrar, y un eufemismo de take en el sentido sexual; yo uso coger, que es ambas cosas pero en distintas orillas. ¿Y ahora qué? ¿Me obligo a no volver a usar el verbo en aras de la simetría? ¿O doy mi revancha por nadada? En cualquier caso, la línea entre coger y no coger en las traducciones sudacas en España ya está trazada, y no por mí, válgame el suelo. Como muestra, un botoncito: no hace mucho, una editorial argenta quiso poner en el mercado hispano un texto trans de alto voltaje erótico, para lo cual se revisó la traducción y, con cierto criterio, se reemplazaron todos los coger por follar. El resultado fue que cada dos por tres los personajes se pasaban a refollar por aquí o allá, se sobrefollaban, enfollaban, esfollaban y yo qué sé cuántas cosas más. O sea, lo dicho: habrá que hacer nomás ese estudio de una vez.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

"Yo traduzco no sólo para Argentina, sino para América; no traduzco para España"

Foto: Raúl Ferrari.

El pasado 27 de noviembre, Carlos Daniel Aletto publicó en el sitio de la agencia TELAM una entrevista con el escritor y traductor Carlos Gamerro, quien acaba de publicar una nueva traducción de Macbeth, de William Shakespeare. En su bajada se lee: "El traductor considera que la singularidad de la pieza radica en su tratamiento del temor y en cómo lo suscita en los espectadores. Ve en ella el anticipo del género de terror gótico".

Shakespeare, el padre del miedo

Una nueva traducción de Macbeth que acaba de llegar a las librerías, realizada por el escritor argentino Carlos Gamerro, se destaca por su enfoque meticuloso y contextualizado que va más allá de la mera transposición lingüística, adentrándose en el cruce de factores históricos y literarios que influyen en la obra de Shakespeare, un proceso creativo en el que las imágenes y metáforas de la nueva edición fueron cuidadosamente seleccionadas por el traductor para resaltar temas como la ambición, la traición y la violencia características de la obra.
La reciente publicación de Macbeth que realizó la editorial Interzona con traducción, prólogo y notas a cargo de Gamerro, ofrece una perspectiva actualizada en español americano sobre la obra maestra de Shakespeare. Esta tragedia, probablemente estrenada en 1606 y posteriormente incluida en el "First Folio" de 1623, examina los efectos devastadores de la ambición política en la psique y la realidad física de quienes buscan el poder. Ubicada en Escocia, la trama sigue a Macbeth, un general escocés que, instigado por una profecía de brujas, comete asesinatos para alcanzar el trono, sumiéndose en un ciclo de culpa, paranoia y tiranía.

Según Gamerro, quien ya ha traducido obras clave de Shakespeare (Hamlet, El mercader de Venecia y Romeo y Julieta), la particularidad de Macbeth radica en su tratamiento del miedo. Para el autor argentino, esta obra no solo presenta personajes atormentados, sino que la propia narrativa evoca miedo en el espectador. El narrador y traductor sugiere que esta característica singular sitúa a la obra como la raíz del género de terror gótico-romántico, influyendo en figuras como los románticos alemanes, Edgar Allan Poe y Lovecraft. Esta conexión entre el terror y lo sobrenatural con el terror político contemporáneo añade una capa de relevancia y originalidad a la interpretación de la obra.

Gamerro, nacido en Buenos Aires en 1962, además de sus logros en la traducción de Shakespeare, ha destacado en diversas disciplinas literarias. Sus novelas Las islas y Cardenio, así como sus incursiones en teatro con obras como Norma y Ester, revelan su versatilidad artística. Además, su incursión en el cine con la película Tres de Corazones, en la que participó como guionista junto a Sergio Renán y Rubén Mira, demuestra la amplitud de su contribución al panorama cultural argentino y más allá.

-¿Cómo se diferencia Macbeth de los villanos de otras obras del autor?
-La diferencia fundamental entre Macbeth y otros villanos de Shakespeare radica en que técnicamente él no es un villano. A diferencia de los característicos avatares maquiavélicos, como Aarón el moro de Tito Andrónico, Ricardo III, Yago y Edmund de Rey, Macbeth no se presenta como un intrigante que declara sus intenciones inmorales. Mientras estos villanos disfrutan haciendo el mal, compartiendo sus maquinaciones con el público, Macbeth experimenta culpa, insomnio y arrepentimiento, incapaz de disfrutar de sus crímenes. Aunque no se redime, al final se reencuentra consigo mismo al perder todo lo ganado con sus acciones y regresar al guerrero que era originalmente. La obra destaca por su atmósfera onírica e irreal, sumergiendo tanto a Macbeth como al público en un trance a lo largo de la trama. Recordemos que Borges siempre insistía que una de las características definitorias del infierno era su irrealidad y esa es la sensación que domina a Macbeth y a nosotros, de alguna manera, que entramos como en una especie de trance a lo largo de la obra.

-¿Lady Macbeth es realmente el personaje dominante de la tragedia?
-Existe una especie de tradición o ideas ya instaladas. Por ejemplo, Otelo no es celoso, es alguien que es minuciosamente psicopateado por Yago, quien sí es celoso. O la idea de que Hamlet es un muchacho sensible y vacilante, un intelectual incapaz de acción, lo cual también es un disparate. La idea que prevalece en Macbeth es que ella es la mala, la que domina, la que impulsa el crimen. Hay algo de verdad en eso, y de hecho también depende de la interpretación en las representaciones teatrales, lo que, en última instancia, es una apuesta determinada. La obra representada es la obra de arte completa. El texto teatral es, como suelo decir, una serie de instrucciones para realizar una obra de arte.
Lo que es indudable es que los Macbeth forman un matrimonio, una pareja que funciona. Cuando él vacila, lo hace porque sabe que ella lo va a apuntalar y para que ella se haga cargo, evitando que él tenga que cargar solo con los crímenes. Por otra parte, él le confiesa a ella todos sus miedos, dudas y vacilaciones, apoyándose en ella. En cambio, ella guarda su vacilación y duda, lo cual la lleva a enloquecer, ya que no puede compartir con nadie todo lo que la atormenta.
Sin duda, se ha vuelto frecuente, y en esto creo que es válido e interesante, comparar a los Macbeth con otras parejas de poder, como los Ceaușescu en Rumania. Se solía hacer la comparación con Néstor y Cristina, lo cual me parece un poco insidioso, pero si dejamos de lado el tema de la maldad o de los fines, el modelo de una pareja que llega al poder y lo comparte de alguna manera es válido. Aunque las analogías a veces funcionan y a veces no, y podría ser complicado aplicarlas al presidente electo en Argentina, especialmente porque sería con la hermana.

-¿Cómo lograste capturar la esencia y el ritmo de los conjuros de las brujas en tu traducción al español?
-Las brujas en Macbeth hablan en octosílabos, que es distinto del pentámetro yámbico, que es la forma del verso de casi toda la obra, salvo cuando hablan en prosa. En español, el octosílabo es un metro muy usado; es el verso de la poesía popular, del romancero español y de la gauchesca. Así que, como también el aquelarre tiene su versión local, lo que se llama la salamanca y que aparece, por ejemplo, en la película de ambientación rural gauchesca de Leonardo Favio, Nazareno Cruz y el lobo, me pareció que tenía que buscar por ahí el lenguaje de las brujas. Fue un poco lo que me motivó a traducir Macbeth, nunca había leído a las brujas en español que me diera esa sensación de miedo y de verdadero lenguaje inhumano de las fuerzas del mal. Así que busqué en Martín Fierro, busqué en Hilario Ascasubi, en el poema "La Refalosa" y en el Santos Vega. Me inspiré en esas formas para hacer hablar a las brujas en español, y bueno, creo que no me salió tan mal.

-¿Cómo elegiste las imágenes y metáforas específicas para resaltar temas como la ambición, la traición y la violencia en Macbeth?
-En las obras maduras de Shakespeare, como Macbeth, las imágenes y metáforas forman redes asociadas, siendo relevantes tanto para la trama argumental como para el entramado poético. Estas imágenes abordan temas como vestimenta, lealtad arraigada, crecimiento ligado a la traición y simbolismos de infanticidio con referencias bíblicas. Por ejemplo, la profecía sobre Macbeth no temiendo a quien sea "nacido de mujer" se revela con su nacimiento por cesárea. La obra se impregna de poderosas imágenes de sangre, representada como algo vivo, oscuro y persistente, similar al alquitrán más que a la tinta china.

-¿Cuál fue tu enfoque al traducir a Hécate, considerando que los expertos señalan que su discurso difiere notablemente del resto?
-La reina de las brujas, Hécate habla en versos octosílabos, pero malísimos. Es verdad, parecen obras de otro autor, y de hecho, casi todos los especialistas coinciden en que lo son, que son interpolaciones de otra mano. Así que hice el esfuerzo de traducirlos, de hacerlos igualmente malos en español. Esto lo hago en mi descargo. Si suenan horribles, fue deliberado. También suenan así, de berretas en el original. Y después, cuando los personajes hablan en pentámetro yámbico con rimas, con rima consonante, traduzco con rima consonante y traduzco en endecasílabos, porque traducir verso libre es rimado, es trucho también. Pero el resto de la obra al pentámetro yámbico lo traduzco en un verso libre que trata de no apartarse demasiado de la medida del endecasílabo, porque hay traducciones muy buenas en verso medido, pero le da cierta rigidez, y sobre todo si pensamos, como yo pienso, que traduzco no solo para la lectura de un libro, sino para la representación en escena. Y lo más importante ahí es que el diálogo suene natural, que las actrices y los actores no tengan que matarse para darle naturalidad a un diálogo en versos medidos.

-¿Pensaste la traducción en términos de un lector y espectador argentino?
-Yo traduzco no sólo para Argentina, sino para América; no traduzco para España. Me parece que las traducciones españolas las hay muy buenas, pero funcionan en cuerpos, en voces españolas; hay una distancia motivada entre el español de España y el de América que hay que tener en cuenta. Una excelente traducción española no funcionaría en un escenario argentino, americano en general. Y los españoles tienen una tradición, una formación de teatro en verso formidable, todo el teatro del Siglo de Oro; en América no. Entonces, también hacerles un regalo, digamos, traduciendo en verso, que probablemente no será muy bienvenido. Así que esas son las consideraciones que me llevan a traducir en verso libre. Sin embargo, es un equilibrio porque, digamos, me parece que ya la prosa se aleja demasiado de la forma que le da Shakespeare. Digo, hay quienes han traducido a Shakespeare, como César Aira, todo a prosa.

viernes, 27 de octubre de 2023

El "Infierno", en traducción colombiana

Permanentemente, hay nuevas traducciones al castellano de la Divina Comedia, lo cual habla no sólo de su vigencia, sino del sostenido interés de los lectores. Sin ir más lejos, quien indague en la columna de la derecha de este blog en el nombre "Dante Alighieri" verá desfilar ante sí una catarata de entradas sobre la creación del poeta florentino. También comprobará cómo, en los últimos años, tanto Argentina como España han sido pródigas en versiones, algunas de las cuales (como la publicada por Jorge Aulicino para el sello LOM, de Chile) ya son clásicas. Hubo asimismo traducciones parciales, generalmente del Infierno, acaso la parte más entretenida del libro. Hace dos años, Colombia sumó otra traducción parcial (se trata, por ahora, sólo del Infierno), emprendida por Jerónimo Pizarro, Norman Valencia y Humberto Ballesteros. Lamentablemente, no llegó a la Argentina y, sólo ahora, tenemos noticia de ella. De esto habla el siguiente artículo, publicado por Camilo Hoyos, en la revista Arcadia y republicada por La Semana, de Bogotá, el 27 de junio de 2019.

Un Dante amable y cercano

El valor de los clásicos no reside únicamente en su edición original, sino en gran medida en las traducciones y ediciones que permiten recortar distancias respecto a ella. Para muchos lectores resulta más sencilla la relación con un clásico escrito en una lengua que no sea el español, porque es más factible que podamos de alguna manera actualizar el estilo de Shakespeare, por mencionar alguno, que el del Cantar del Mío Cid. Sea en lengua original o traducida, siempre ocurre lo mismo: nos entendemos desde hace cientos de años, y encontramos cuando los visitamos algo así como la semilla de lo que ahora somos como cultura.

De ahí que la empresa que emprendió la editorial independiente Milserifas y que presentó durante la última FILBO es a todas luces un regalo, pero también un desafío: una nueva traducción de la primera cántica del La divina comedia, del poeta florentino Dante Alighieri, con un aparato crítico dirigido a los lectores infrecuentes que quieran atravesar esa frontera invisible que los separa de los clásicos por el imaginario de que son ilegibles o se han desactualizado. Humberto Ballesteros, finalista en 2018 del IV Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana con la novela Juego de memoria, quien además es especialista en Dante y profesor de italiano y español en el Centro Hostos de Educación Superior de la Universidad de Nueva York y miembro de la Dante Society of America, se encarga de introducir cada canto de tal manera que el lector pueda disfrutar más y mejor del contexto y de las fórmulas poéticas.

Por el otro lado, Jerónimo Pizarro, profesor asociado de la Universidad de los Andes y titular de la Cátedra de Estudios Portugueses del Instituto Camões en Colombia, y Norman Valencia, profesor asociado de español y portugués en Claremont McKenna College, estuvieron a cargo de hacer la nueva traducción desde el toscano, con notas al pie que pretenden acercar tanto a los especialistas como a aquellos que se quieran dar la oportunidad de bajar a Dante del pedestal, donde nunca ha debido estar.

En el segundo semestre de 1998, el Departamento de Literatura de la Universidad de los Andes ofreció un seminario sobre el “Infierno” de La Divina Comedia, a cargo del profesor Jorge Yui. La traducción, que entonces no se culminó, fue retomada por los tres autores que han caminado junto a Dante durante más de veinte años para demostrarnos ahora que los clásicos no son monstruos inamovibles que a lo largo del tiempo pierden su vigencia y nos hablan únicamente desde el pasado. El clásico, como ya lo hemos visto tantas veces, logra hablarnos desde el presente de una manera que lo inmediato no logra captar. La historia de la Comedia es aquella del viaje de Dante a través de un mundo imaginado que nunca ha existido y nunca existirá, pero que si lo hiciera existiría como lo describió Dante. No solo es un desplazamiento geográfico, también es un viaje a la naturaleza humana. Y le resultará sorprendente al lector reconocer que esos pecadores que Dante visitó no distan mucho de los actuales, permitiéndonos así encontrar su longevidad conceptual, y su íntimo conocimiento de la naturaleza humana.

Este libro es la manera más amable y cálida de acercarnos a Dante. A muchos nos dará la oportunidad de sentirnos dantistas. Y, además, es un precioso objeto cuyo diseño y diagramación, a cargo de Camila Cardeñosa, permitirá que su frescura sea balsámica ahora y en veinte años. Esta edición es la muestra del amor de tres investigadores por un autor, que se traduce en el más loable de los deseos como lectores: que lo conozcan más personas. No se pierda esta dulce invitación.