martes, 30 de abril de 2019

La cuestión central en el manejo de la lengua

Quien tenga la paciencia de hacerlo, podrá comprobar que la inmensa mayoría de las notas publicadas durante y después del VIII Congreso de la Lengua, que tuvo lugar este año en la ciudad de Córdoba, Argentina, se ocupan de cuestiones relativamente cosméticas.

Dejando de lado las sobadas relamidas a las instituciones españolas por parte de los diarios españoles (que, por supuesto, no cuestionan nada) y de algunos argentinos (que dan por supuesto que todo está bien así como está, sin cuestionar, por ejemplo, que haya sido la RAE la que impuso los contenidos del pasado congreso, armando las mesas a su voluntad), todo se ha centrado en cuestiones de forma: si el rey debía o no asistir al Congreso (y, por añadidura, si el prácticamente iletrado presidente argentino debía o no estar allí), si la lengua se llama español o castellano, si el lenguaje debía ser o no inclusivo, etc. Por supuesto se trata de cuestiones que revisten una cierta importancia, pero de ningún modo son centrales.

El problema no deberían ser los españoles y sus instituciones, sino las políticas públicas latinoamericanas referidas a la lengua, que ceden todo ese posible capital para que alegremente lo manejen y lo administren los españoles según sus intereses. Luego, la casi absoluta anomia de las instituciones latinoamericanas para oponerse a los designios de los peninsulares, resignándose apenas a las dádivas que llegan de España para reemplazar lo que los gobiernos de cada uno de nuestros países no ofrecen.

La estrategia entonces tal vez debería ser otra: en lugar de discutir estas cosas en el terreno estrictamente lingüístico (algo que, ya dije, es importante, pero no central), habría que utilizar todas las oportunidades posibles para ponerles la mano en el bolsillo a los españoles, limitando sus oportunidades de hacer negocios a nuestra costa. ¿De qué manera? Denunciando públicamente cuanta estrategia pongan en marcha para quedarse con la parte del león. 

Por caso, la mayoría de los usuarios sabe que el Diccionario de la Real Academia está redactado a base de prejuicios y falta de síntesis (o sea, que es malo). Habría entonces que hacer campaña en esa dirección, restándoles autoridad a sus redactores y, por lo tanto, desaconsejando su uso. 

También resulta claro que los sistemas de certificación españoles están viciados de españolismos. ¿Por qué no denunciar públicamente eso de manera más activa? Y también, ¿por qué no insistir en que, desde que los exámenes se hacen en asociación con Telefónica de España, resultan más caros? De hecho, ¿cuál es el porcentaje que reciben por ellos la UNAM y la UBA, que forman parte del consorcio creado por el Instituto Cervantes y la Universidad de Salamanca?

En síntesis, la soberanía lingüística no se obtiene solamente cambiándole el nombre a la lengua (algo que, de todos modos, debería hacerse), ni discutiendo qué tan inclusiva deba ser (algo que ocurrirá de todos modos), sino, concretamente, explicándoles a los gobernantes y al público que la lengua, además de ser el emblema de nuestra soberanía, puede ser una fuente de ingresos, para lo cual hay que meterles la mano en el bolsillo a los españoles. Ahí, seguramente, van a ponerse sensibles, porque, como la mayoría de los seres humanos, en ese preciso lugar tienen el corazón.

Jorge Fondebrider

lunes, 29 de abril de 2019

La Feria: más de lo mismo, pero más caro

Como todos los años, una cada vez más degradada Feria del Libro de Buenos Aires abre sus puertas con la expectativa –de las editoriales, claro– de vender lo que no venden en las librerías. Una de las pocas crónicas realistas que ofrece la prensa argentina sobre el evento es la de la periodista Silvina Friera, aparecida en el diario Página 12 del 25 de abril pasado. En ella se recogen testimonios de los editores Damián Tabarovsky, Gastón Etchegaray y Leonora Djament.

La ilusión de salvar el año en 20 días

La crónica de un empobrecimiento anunciado duele cada día más. Aunque el libro sea un artículo de primera necesidad para una intensa minoría de lectores, la política económica, el combo explosivo de recesión más inflación por las nubes y un dólar con tendencia alcista, lo está convirtiendo en un artículo inaccesible. ¿Cuántos pueden comprar un libro por mes –si esa fuese una cifra razonable, moderada y hasta “optimista”– con salarios aplastados y sin perspectivas de recuperación? Muy pocos, cada vez menos. No hay “precios cuidados” ni “precios esenciales” del Estado para los libros. La apertura de la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que empieza hoy en la Rural con una gran expectativa por el discurso inaugural de la antropóloga feminista Rita Segato y que tendrá a Barcelona como ciudad invitada (ver recuadros), encuentra a los actores de la industria, autores, editores, traductores, libreros e imprenteros, consternados por una crisis que tiende a profundizarse. Los números del informe realizado por la Cámara Argentina del Libro (CAL) producen taquicardia. Durante 2018 se imprimieron 43 millones de ejemplares, una caída del 48 por ciento si se compara con 2015 (83 millones de ejemplares), el año en que inició la tendencia a la baja.

El mismo informe de la CAL incluyó una encuesta de ventas entre socios de la entidad, que reúne a más de 500 representantes de medianas y pequeñas editoriales. El 65 por ciento de las 51 empresas participantes –el 62 por ciento de ese universo tiene hasta 10 empleados y el 57 por ciento factura menos de 9 millones al año– tuvieron variaciones negativas en su rentabilidad. En el 33 por ciento de los casos esa caída fue igual o superior a los 20 puntos. “Las ventas van a la baja pero de un modo que da taquicardia”, dice el escritor Damián Tabarovsky, editor de Mardulce, que exhibe su catálogo editorial en Los siete logos (Stand 1920, Pabellón Amarillo), junto a Adriana Hidalgo, Caja Negra, Eterna Cadencia, Criatura, Katz y Beatriz Viterbo. “Hay meses muy malos, como fue febrero –30 por ciento menos que febrero 2018– y, a veces, sin saber bien por qué, repuntan. Pero la tendencia general es al descenso de ventas y al aumento de costos. El tema de los costos –en especial el del papel– es tan importante como la baja de las ventas. Las dos variables, juntas, son un combo explosivo”. El escritor y editor de Mardulce cuenta que se manejan con un dólar oficial de 45 pesos. “La suba del dólar no cambió demasiado en relación a la exportación, sigue siendo difícil y arduo exportar. A la inversa, como el papel es un commodity, que cotiza al precio del día, el aumento del dólar implicó inmediatamente un aumento del papel”.  

La Feria del año pasado arrancó con un dólar entre 20 y 21 pesos y terminó con un dólar a 28. La devaluación continuó en agosto, cuando superó los 40 pesos, y ayer cerró a casi 45 pesos, más del doble de lo que cotizaba el dólar a fines de abril de 2018. Nadie está exento de la crisis. Las editoriales con mayor volumen de libros editados tienen más espalda. Todos son víctimas de una política económica que está deteriorando cada vez más la dinámica editorial argentina. Gastón Etchegaray, Presidente del Grupo Planeta, Area Cono Sur, explica que 2018 “fue un año en que pudimos crecer un 3 por ciento en volumen, en cantidad de ejemplares vendidos, pero no pudimos absorber en términos de facturación la inflación del 47 por ciento. En ese sentido estuvimos por debajo”. El contraste ahonda el abismo que se cierne sobre la industria editorial. “Si comparamos el inicio del 2019 versus 2018, tenemos un primer trimestre peor de lo que fue el año anterior. Recordemos que fue previo a la devaluación y con un mercado todavía no tan golpeado”, aclara Etchegaray. 

“La devaluación impacta y mucho –reconoce el Presidente del Grupo Planeta a Página 12–. Tengamos en cuenta que el costo del papel se cotiza en dólares y eso termina impactando fuertemente en el costo final del libro. Por otro lado, devaluación más inflación es un combo letal para nuestra industria, ya que no podemos trasladar todo a precio. También afecta mucho el pago de derechos a autores extranjeros, que son en dólares o euros, y hace casi imposible amortizar algunos contratos pactados y firmados en esas monedas. Dejamos de importar algunos libros de fondo que traíamos en pocas cantidades, porque no podemos trasladar todo a precio –serían precios fuera de mercado– y tampoco sabemos cuál es el techo del dólar en un mercado con mucha incertidumbre. La única parte positiva es la de poder exportar más, pero también ahí nos afectó el impuesto a las exportaciones, y eso nos deja menos competitivos frente a otros mercados”.

Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, comparte los diagnósticos y cuestiona la desidia estatal. “Como el papel cotiza en dólares aunque sea para uso local, cada vez que el dólar sube, el precio del papel sube. Los papeles y cartulinas subieron entre un 65 por ciento y un 100 ciento en el último año, mucho más que la inflación. Es muy difícil entonces sostener los precios de los libros en un mercado que ya lleva por lo menos tres años consecutivos de decrecimiento, con librerías quebradas y cadenas de pago sumamente frágiles –advierte Djament–. Y todo se da en un contexto de absoluto desinterés del Estado hacia la cultura en general y hacia el sector del libro en particular. No hay políticas de ningún tipo: ni de promoción de la lectura, ni de fomento a las pymes editoriales, ni de ayuda a las bibliotecas o a las librerías. Está claro, de todos modos, que la situación del sector no escapa al contexto general del país: no se puede pensar en medidas para la industria del libro sin pensar en medidas articuladas para toda la sociedad. La crisis que atravesamos es general y no particular del libro. Por desinterés o deliberadamente es la crónica de un empobrecimiento anunciado”.

¿Con qué expectativas comienzan la 45° Feria del Libro? ¿Prevalecerá esa especie de situación “burbuja” que se suele esgrimir o se sentirá el fuerte impacto de la caída del consumo en los libros, más en esta edición que en las anteriores? “Como siempre nos preparamos con mucha ilusión para la Feria y este año no será la excepción –dice Etchegaray–. Aparte de lo que la Feria en sí implica para no- sotros, este año Barcelona es la ciudad invitada y tenemos muchas visitas –somos la editorial más importante en habla hispana y la editorial de Barcelona por antonomasia–, sumado a lo que siempre brinda Planeta como grupo en la Feria: muchos autores locales dando conferencias, presentaciones de libros y firma de ejemplares en nuestros dos stands, Paidós y Planeta. Tenemos nuevos libros de Luciana Peker, Rosa Montero, Darío Sztajnszrajber; firmas y presentaciones de autores emblemáticos como Gabriel Rolón, Felipe Pigna, Viviana Rivero, Alejandro Dolina; en fin, apostamos fuerte a la Feria, un lugar central para nosotros. Ojalá que este año el público nos acompañe, y que el impacto de la crisis se sienta menos, algo difícil que así sea pues la caída del consumo está pegando muy fuerte a nuestra industria, y en la medida en que el mercado del libro no se recupere deberíamos plantearnos si el formato de la Feria –tal cual lo conocemos– en los próximos años debería cambiar o por lo menos adaptarse a la nueva realidad del sector, un sector que insisto está muy pero muy golpeado”.

No sabe Tabarovsky qué pasará en esta edición. “El año pasado fuimos con la expectativa de que no nos vaya horrible y terminó yéndonos muy bien. Pero sé que hay editoriales a las que les fue mal. Vuelvo con las expectativas de que no sea todo tremendo. Veremos…”, agrega el editor de Mardulce. “Más allá de los temas específicos de la industria editorial, creo que es una situación que va mucho más allá de nosotros. Desde hace tres años somos víctimas de una política que desfavorece el consumo. La industria editorial sin una clase media dinámica, con una capacidad de consumo al menos aceptable, es inviable acá o en cualquier lado. La primera variable obviamente existe: hay un público muy interesado en los libros. Es cuestión de reactivar el consumo. Pensemos a quién votamos en octubre”, concluye Tabarovsky.

sábado, 27 de abril de 2019

Antes de hablar sobre los haikus de Shakespeare el próximo martes en el Club de Traductores, Andrés Ehrenhaus hace declaraciones a la prensa

El pasado 23 de abril, el periodista Daniel Gigena publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, una nota sobre Los 154 haikus de Shakespeare, la extraordinaria transformación de los sonetos del autor de Hamlet en poemas japoneses, con claro acento porteño, mágicamente perpetuada por el escritor y traductor Andrés Ehrenhaus, conjuntamente con el dibujante e ilustrador Elenio Pico.  

En el mes de Shakeaspeare, los poemas del Bardo
se trasforman en haikus ilustrados

William Shakespeare escribió haikus? En verdad, el gran poeta inglés no cultivó esa forma de la poesía japonesa, caracterizada por ser una breve pieza verbal de cinco, siete y cinco sílabas de tres versos, respectivamente, y sin rima. Sin embargo, el escritor y traductor argentino Andrés Ehrenhaus (Buenos Aires, 1955) "destiló" de los sonetos shakespereanos 154 haikus. Autor de relatos donde el humorismo se conjuga con la agudeza y la experimentación verbal, como pasa en Monagatari (1997), La seriedad (2001) y Un obús cayendo despedaza (2014), en su nuevo libro, en el que colaboró el dibujante Elenio Pico (Buenos Aires, 1960), Ehrenhaus debuta como compositor de haikus. En noviembre pasado, el sello español La Fuga publicó Los 154 haikus de Shakespeare, que ya se encuentra en librerías del país (Shylock se hubiera asombrado al conocer el precio del volumen: $1600).

Son célebres las versiones en español que Ehrenhaus hizo de cuentos de Oscar Wilde y novelas de Lewis Caroll, Jack Kerouac y Jamaica Kincaid, entre otros autores en lengua inglesa. Tradujo, además, la poesía completa de Shakespeare, de quien el martes se celebrará un nuevo aniversario: en librerías argentinas aún se puede encontrar, a un precio relativamente accesible, la edición de DeBolsillo. Desde 1976, reside en Barcelona. "Traduzco mucho y escribo menos de lo que me gustaría", admite. Traducir los poemas de Shakespeare le llevó cuatro años y escribir los 154 haikus, una semana. "Se puede decir entonces que escribirlos me llevó cuatro años y una semana", concluye.

Hay equipo


"Después de jugar un partido, en el vestuario, le conté a Elenio lo que estaba haciendo con los sonetos y le sugerí la posibilidad de redondearlos con un dibujo -cuenta Ehrenhaus sobre el germen de una idea poética que transformó versos endecasílabos en fórmulas silábicas ilustradas-. Se entusiasmó y me pidió que le contara cuál era el contexto de los sonetos originales, aunque a mí me interesaba más que se dejara llevar por los poemas ya destilados. En ambos casos el secreto fue el vértigo, pero también el cariño, en todas las direcciones posibles". Fieles a ese arrebato hasta el final, ni él ni Pico corrigieron una coma o una línea.

"Cuando retomé los sonetos para hacer los haikus, llevaba tiempo sin releerlos y eso lo aproveché en mi favor", dice. El narrador y traductor escribió de la manera más "silvestre" posible, dejándose llevar por la intuición más que por la necesidad de respetar los originales del bardo de Avon. "Traté de conservar el primer perfume. Como traductor de poesía soy un formalista acérrimo, porque creo que las constricciones formales ayudan a la creación; en cambio, pienso que la libertad absoluta la dificulta". Un soneto es una composición de catorce versos (en general de once sílabas) que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el terceto final, como si el poema fuera un silogismo, se suele dar una conclusión al desarrollo anterior.

El autor de la novela Tratar a Fang Lo considera su nuevo trabajo una hipertraducción. Y es, si se quiere, dos (o tres) libros en uno. Cada haiku corresponde a un soneto, que se identifica con un número, y está acompañado de un dibujo de Pico. Los grandes temas shakespereanos, como las vicisitudes del amor, las pasiones, la fatalidad y las formas del desconsuelo, están presentes en los haikus ehrenhausianos.

Los dibujos agregan otra dimensión a los poco contemplativos haikus del escritor argentino. El dibujante, que en los años 90 fue curador del Espacio Historieta del Centro Cultural Recoleta, aporta su típica impronta, cóctel visual de obras de Paul Klee con imágenes precolombinas, y de bestiario geométrico con las fantasías espirituales de Xul Solar . "Los dibujos convierten el conjunto en una especie de cómic interminable", señala Ehrenhaus.

En ciudades de España, algunos lectores les dijeron a los autores que los poemas ilustrados se leían como si fueran hexagramas del I-Ching. Pronto, fans argentinos de los haikus, de Shakespeare, de Ehrenhaus, de Pico o de los libros ilustrados editados con esmero podrán compartir sus impresiones en persona con el autor, traductor y poeta. Eherenhaus, que actualmente trabaja en la traducción de la poesía completa de Edgar Allan Poe, viajará a Buenos Aires para presentar, el 29 de abril, Los 154 haikus de Shakespeare en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y, el 30, en el Instituto Goethe. "Y a comer asado", se esperanza desde Barcelona.

viernes, 26 de abril de 2019

Con mucho público, terminaron ayer las jornadas dedicadas a Ezra Pound en la Argentina

Durante los días 24 y 25 de abril, poetas y traductores se reunieron por primera vez en la Argentina a discutir sobre la influencia de la obra de Ezra Pound en la poesía nacional. 

En la primera jornada, Jorge Aulicino y Jorge Fondebrider, con moderación de Matías Battistón, se ocuparon de rastrear la historia de las traducciones de Pound al castellano y de intentar discutir sobre los distintos modos que tuvo el autor de los Cantos de influir sobre distintos poetas argentinos.

Ese mismo día, Juan Arabia y Silvia Camerotto, moderados por Lucas Margarit, hablaron de su propia experiencia como traductores de Pound, poniendo especial énfasis en la primera parte de su obra.  

Durante el segundo día, nuevamente Arabia y Fondebrider conversaron con Jan De Jager, el traductor argentino de la reciente edición de los Cantos, publicada en España, por el sello Sexto Piso. Con enorme elocuencia y franca erudición, De Jager contó la trayectoria de su traducción y se detuvo en los distintos avatares por los cuales pasó hasta llegar al libro. Asimismo, se ocupó de comentar la estructura de la obra, explicando el porqué de cada parte. 

En todas las mesas, el público (en el que no faltaron traductores) hizo preguntas y participó de manera entusiasta, ya sea desde un conocimiento previo a un primer acercamiento a la obra de Pound, pero en todos los casos con entusiasmo y curiosidad. 

Tanto el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires como la revista y editorial Buenos Aires Poetry, desean manifestar nuevamente su agradecimiento para con el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno", por la buena disposición de su personal, haciendo especial hincapié en Ezequiel Martínez, director de cultura de la Biblioteca.

Proximamente se indicará cómo acceder a los videos de las diferentes mesas.

jueves, 25 de abril de 2019

Ya comenzadas las jornadas Pound

Ayer, 24 de abril, Silvina Friera publicó en el diario Página 12 un artículo a propósito de la importancia de Ezra Pound, como preludio a las jornadas en su honor comenzadas ese día mismo en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional de Argentina. Como se señala en el artículo, que incluye sendas entrevistas a Juan Arabia y el Admiistrador de este blog, ambos organizadores de las mesas, la excusa es la nueva traducción de los Cantos, del argentino Jan De Jager.

Actualidad de un poeta inmenso.

Hay deudas culturales que interpelan a lectores, traductores y poetas que saben que es indispensable completar la traducción al castellano de la obra del poeta estadounidense Ezra Pound (1885-1972). La publicación de una nueva edición de los Cantos completos (Sexto Piso), traducidos por el argentino Jan De Jager, la segunda después de la pionera del mexicano José Vázquez Amaral, más la salida de Exultations (Buenos Aires Poetry), prevista para junio, es una gran oportunidad para reflexionar, durante dos jornadas, hoy y mañana, sobre la importancia y la influencia de la poesía de Pound en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Las Heras 2555). En “Ezra Pound en Argentina”, organizada por el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y la revista y editorial Buenos Aires Poetry, participarán Jorge Fondebrider, Jorge Aulicino, Juan Arabia, Silvia Camerotto, Matías Battistón, Lucas Margarit y De Jager, quien presentará su reciente traducción con una perlita: se podrá oír una lectura de algunos cantos en la voz de Pound.

“La influencia de Pound es reciente –plantea Fondebrider a Página 12 –. No es que no se lo conociera, pero no estoy seguro de que se lo tuviera como referente. (Alberto) Girri, que tradujo casi toda la poesía estadounidense, hizo muy pocas versiones de él. (Joaquín) Giannuzzi le prestó atención a sus escritos teóricos, pero no sé si a su poesía. Gelman se ocupó de aspectos más ideológicos, como por ejemplo, el canto XLV, el referido a la usura. Creo que, en cuestiones de escritura, Pound empezó a tallar hacia los años 70 y 80. De hecho, si se exceptúa la excelente antología de Carlos Viola Soto en Fabril Editora hacia principios de los años 60, es en ese entonces donde comienza a traducirse más sistemáticamente. En el número dos de Diario de Poesía hicimos un ‘dossier Pound’ y, poco después, Gerardo Gambolini y yo hicimos un fascículo Pound para Los Grandes Poetas. Más tarde, Jorge Aulicino, que es poundiano viejo, hizo Argentarium, la antología de Pound traducida por argentinos. Y ya en estos últimos años, Juan Arabia está llevando a cabo una tarea ciclópea de recreación de la poesía de Pound. Los Cantos, en la traducción de Jan De Jager, son un mojón fundamental de este trabajo”. 

Arabia, poeta, traductor y director del sello editorial y revista Buenos Aires Poetry, advierte que “la poesía de Pound es completamente metaliteraria, así como su propia vida”. “Era capaz de ver a los poetas provenzales como Arnaut Daniel o Bertran de Born como seres vivos. Con esto quiero decir que, al traducir a un poeta como Pound, uno tiene que involucrarse de lleno con todo ese universo”, explica Arabia, que ha traducido Exultations, un trabajo muy temprano de Pound, escrito y publicado en 1909, cuando tenía 24 años. “Es un libro complejo, artificial en muchas de sus capas: incluye dos sextinas, registro inventado por Arnaut Daniel, traducciones del latín, así como del provenzal y del español; hay incluso una versión de un poema de Los Pastores de Belén de Lope de Vega –aclara el traductor–. Seguramente Pound se ocultaba detrás de todos estos autores, algo que hereda del monólogo dramático de Robert Browning, y que mantiene a lo largo de toda su obra. A partir de Lustra (1916), y por supuesto los Cantos, ese monólogo lo incluye a él, como personaje real, dialéctico y por tanto histórico”. Para Arabia más que lo que se podría llamar una dificultad en la traducción, “se asemeja a un proyecto dialógico de formación, una formación constante, que siembra estelas en la obra de uno, y por tanto en la propia vida”. Sobre la crítica permanente que ha recibido y recibe el poeta estadounidense por su apoyo a Benito Mussolini, el traductor de Exultations advierte que “hoy no pensamos la poesía occitana como monárquica” y pone como ejemplo “el planh –género de lamento fúnebre en la poesía trovadoresca, la mayoría dedicados a llorar la muerte de un gran personaje, protectores o protectoras del trovador– de un poeta provenzal hacia un rey–cualquiera sea el poeta, cualquiera sea el rey”.

¿Por qué ha costado tanto tiempo tener un Pound lo más “completo” posible? Lo ideológico, su ferviente admiración hacia Mussolini, ¿ha sido un impedimento para leerlo? “Tener a Pound completo es una  tarea enorme. Los Cantos son un trabajo monumental, tan importante como traducir a Dante, a Shakespeare, a Flaubert o a Joyce –compara Fondebrider–. Decir que son difíciles es poco: hay miles de referencias culturales que desentrañar, hay citas, hay muchos niveles de lengua, hay muchas lenguas, hay conocimientos públicos y privados de la vida de Pound y de sus contemporáneos para tener en cuenta. Y también, hay una traducción canónica previa, la de Jesús Vázquez Amaral –la única hasta ahora, por cierto– con la cual disentir. La ideología no ha sido un problema. Pensar que las vanguardias artísticas de los años 20 y 30 estaban con la izquierda y no con la derecha, sería ingenuo: Eliot era filonazi y monárquico, Cummings era antisemita, Wallace Stevens un alto ejecutivo, Williams un liberal nacionalista a la estadounidense, y así podríamos seguir un rato largo. Fijate que el mayor elogio al pensamiento económico de Pound lo hizo entre nosotros Juan Gelman, que de mussoliniano no tenía nada. Juzgar obras literarias del pasado desde las ideologías del presente es peligroso y bastante inconducente”. 

miércoles, 24 de abril de 2019

“Juzgar a un hombre es juzgar un sueño”

El pasado 22 de abril, Matías Serra Bradford publicó en la revista Ñ la siguiente nota a propósito de Ezra Pound y de los libros y eventos que, en estos días, ocupan las páginas de distintos diarios. 

Ezra Pound: días y noches del poeta 
de todos los siglos

Los Cantos de Ezra Pound son el poema más ambicioso –y el fracaso menos rotundo– del siglo XX. Son una epopeya cortada a cuchillo, una travesía de accidentes milagrosos, el panóptico de un preso inminente, un atlas con la historia entera a cuestas. Figura excepcional por diversas razones –entre ellas el de haber sido, como Beckett, un escritor fotogénico toda su vida–, Pound fue un caso ejemplar de revolucionario que honra la tradición y la renueva.

El aspecto vanguardista de los Cantos, en todo caso, era el caballo de Troya con el que Pound buscó infiltrar a los clásicos griegos, chinos y latinos. “Ningún arte creció jamás mirando a los ojos del público”, advertía. Y los Cantos son un diario público, atomizado, la oda a la simultaneidad de un monologuista en el centro de un maelstrom. La voz genera el maelstrom y el maelstrom la mantiene domada. La autoridad de la voz hace creer que el poeta guarda –con el sorriso malizioso de uno de los personajes de esta maratón superpoblada– los puentes faltantes en su interior. El extraordinario rango de Pound –de esos capaces de mentir en un cementerio– no era solo literario; incluía el arte, la arquitectura y la música. Y a cada cosa le llega su segundo.

“Tenía que ser una forma que no excluyera algo meramente porque no calzaba”, bromeaba a medias, mientras empataba la historia mayúscula con la cursiva de la historia personal, y las recapitulaba y recompaginaba. Ya en su ensayo The Spirit of Romance, sobre Dante y los trovadores provenzales, afirmaba que “todas las épocas son contemporáneas” y que en literatura “muchos hombres muertos son los contemporáneos de nuestros nietos”.

De apariencia torrencial, los Cantos sufrieron un montaje espaciado, meditado: “Solo las secuoyas son lo bastante lentas”. La impresión que dejan las líneas de Pound es de atajos, de unir sin escalas un punto remoto del mapa con otro que se volcó del planeta. El montaje es lo que el material exige a cambio de sus secretos, y hace oír “a las ranas croando contra los faunos/ a media luz”. En ese mar babélico y pentecostal, de palabras compuestas, de ortografía a menudo artrítica, el encadenado de conexiones dispares por momentos arroja restos deslumbrantes: “La torre, como un enorme ganso de un solo ojo, se empina sobre el olivar”. O bien, “panteras agazapadas junto a la escotilla de proa,/ y el mar azul profundo en torno”.

El relato –Pound repetía que los poetas debían escribir al menos tan bien como los mejores prosistas– avanza impulsado por vientos y pautado por sentencias confucianas, de dicción clara y sentido múltiple. Los ideogramas chinos que salpican las hojas de los Cantos aportan una especie de serenidad gráfica, sostenida por la dulzura que Pound sabe susurrar a menudo: “Los pétalos del damasco vuelan de este a oeste/ y yo he procurado impedir que caigan”. Y más tarde: “La azalea creció mientras dormíamos/ en Selinunt”. Su adoración hacia Venecia –uno de los hilos de Ariadna de la obra– por obvia no deja de hablar por él.

“Nada cuenta excepto la calidad del afecto”, suelta el combativo y afable timonel y arponero Pound en medio del oleaje (y ya en una carta había avisado que “la gente que ha perdido la reverencia ha perdido mucho”). Uno de los espíritus menos celosos de la historia de la literatura, Pound era un ave rapaz para detectar talento, para editarlo, para promoverlo. Pasó con el Ulises de Joyce, cuyas primeras entregas colocó en pequeñas revistas que usaba de plataformas de lanzamiento. Pasó con Eliot, cuya Tierra baldía corrigió de principio a fin y abrevió lápiz en mano. Pasó con la poeta Marianne Moore, el poeta y espía Basil Bunting, y el narrador y pintor Wyndham Lewis. En plena navegación su sextante determinó la posición de estos astros dispersos.

La lista –creer o reventar– es kilométrica y excluye desaciertos. Los títulos de algunas de sus obras hacen de espejo de su brío evangélico, de su labor como instructor de horario completo: How to ReadGuide to KulchurABC of Reading. Lo deslizaba con incisiva modestia en su poemario Cathay: “La lealtad es difícil de explicar”. Para los que desconfiaban de su claridad, aseguraba que lo que uno ama bien es la verdadera herencia.

En su memoria Fin al tormento. Recuerdos de Ezra Pound, la poeta Hilda Doolittle apunta que “lo extraño es que Ezra fuese tan increíblemente generoso con cualquiera que le pareciese que tenía la menor chispa de talento sumergido”. (Este otro mosaico es también una reconstrucción, la de un viejo romance, en el que Doolittle confiesa que bailaba con Pound “por lo que decía” y se eleva a alturas considerables: “Nieve sobre su barba. Pero no tenía barba, por entonces. La nieve sopla desde las ramas de pino, polvo seco sobre el oro rojo”).

Por su parte, el beneficiario Eliot también le salió de testigo: “Engatusaba y casi forzaba a otros a escribir bien: de manera que a menudo presenta la apariencia de un hombre tratando de explicarle a una persona muy sorda que su casa se está incendiando”. Con lógica marcial, quien nunca dejó de hacer campañas pedagógicas jamás dejó de ser un alumno. Su amigo el poeta W.B. Yeats anticipaba que “la misma curiosidad de su intelecto logrará que su aprendizaje sea extenso”. Su interés por otras literaturas y otras lenguas fue canibalizado explícitamente en su obra. Pound quería ver la noción de recirculación –de citas, de nombres, de dinero– puesta en práctica y puesta en escena.

Ese eclecticismo desquiciado y su manejo magistral de tantas formas métricas y géneros, no volvieron más inapresable su gusto (aunque en él se parecía más bien a un juicio, centrado en la calidad). “Tiene más principios razonables que gusto”, acotaría Yeats, que practicaba esgrima –literal y figurativamente– con Pound en una cabaña perdida en el sur de Inglaterra, cuando el futuro autor de los Cantos se ofreció como secretario trilingüe. En revancha, las observaciones de Pound podían ser demoledoramente precisas, mientras daba vuelta como un guante cualquier reflexión esperada: “La técnica es la prueba de la sinceridad”.

Pound sostenía que la única crítica “de valor permanente o moderadamente perdurable” pertenece al que hace el próximo trabajo (su ejemplo era Joyce como crítico de Flaubert). La tarea de un traductor también puede verse como ese trabajo siguiente. La versión integral de los Cantos que realizó Jan de Jager regresa y rehace a Pound, retomando uno de sus primeros versos: “el océano revertía su curso”.

Como Pound, la traducción tiene el equilibrio –y los desequilibrios– justos. El Canto XIII murmura su decálogo: “Cualquiera es capaz de incurrir en excesos./ Es fácil colmar la medida./ Lo difícil es afirmarse en el medio”. Autor y traductor nunca pierden el norte y y consiguen lo que promete una de las líneas: “Y con un solo día de lectura un hombre ya tendría en sus manos la clave”. Pound sabía de sobra qué podía estar esperándolo a la vuelta de la esquina o de un siglo y se adelantó atacando “la muy perniciosa idea actual de que un buen libro debe ser necesariamente uno aburrido”.

Sus años oscuros –de antisemita vociferante– tuvieron un castigo nada envidiable y un arrepentimiento nada teatral. “Juzgar a un hombre es juzgar un sueño”, apuntó J. Rodolfo Wilcock, justamente, a propósito de Pound. En una página en curso o en una biografía cerrada, en la medida en que uno desorienta tiene un enigma para presentar.

Cantos, Ezra Pound. Traducción: Jan de Jager. Sexto Piso, 1.209 págs.

Fin al tormentoRecuerdos de Ezra Pound + El libro de Hilda, Hilda Doolittle y Ezra Pound. Ediciones UDP, 200 págs.

Exultations Lustra de Ezra Pound, y Poeta en el manicomio de William Carlos Williams. Buenos Aires Poetry, 160 págs, 180 págs, y 38 págs.

Jornadas Ezra Pound en la Argentina. 24 y 25 de abril, 18 a 21. Museo del Libro y de la Lengua. Biblioteca Nacional, Las Heras 2555, CABA. Participan: Jan de Jager, Jorge Aulicino, Juan Arabia, Jorge Fondebrider, Matías Battistón y otros.

martes, 23 de abril de 2019

Una reseña española de los "Cantos" de Pound

Las jaula donde estuvo encerrado Pound
El siguiente es el comentario/entrevista que Jesús García Calero licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. redactor jefe de Cultura y Espectáculos del diario ABC y, no es chiste, especializado en asuntos de patrimonio e historia, con especial atención al patrimonio subacuático y la historia naval– publicó el 27 de noviembre del año pasado, en el ABC Cultural, apenas Sexto Piso publicó los Cantos, de Ezra Pound, en traducción de Jan De Jager. En su entusiasmo –o acaso con una burbuja subacuática en el cerebro , el comentarista se olvidó de que T. S. Eliot es estadounidense nacionalizado británico y sin más lo convirtió en irlandés. No es seguro que a Eliot le hubiera gustado.

No hay Google que valga para los Cantos de Ezra Pound

La voz del poeta norteamericano Ezra Pound (Idaho, 1885-Venecia, 1972), el más influyente en las vanguardias del siglo XX, renace en esta segunda década del XXI con una traducción de nueva planta al español de su obra monumental: los Cantos, más de un centenar de poemas que le llevaron toda su vida y forman una calzada de más de 1.200 páginas de poesía, en este volumen, que permiten recorrer –y tal vez conjurar– la catástrofe de la cultura occidental.

La tarea de esta nueva versión de una obra que aspiraba a convertirse en un poema épico de la humanidad no es fácil, es hercúlea, y el responsable de la edición de Sexto Piso, el traductor y poeta Jan de Jager, confiesa que ha dedicado 20 años a su estudio y 10 a la traducción. Todo un empeño en los tiempos de Twitter. Como suele ocurrir, la existencia de anteriores traducciones, desde la de Vázquez Amaral, completa, a la de Ernesto Cardenal y José Coronel Utrecho, parcial, entre otras, ha permitdo a De Jager documental su trabajo comparando su visión con las miradas acumuladas durante décadas a la inabarcable obra de Pound.

El resultado es una majestuosa versión que atrapa la música que Ezra Pound extrajo de los fragmentos que con amor recogía en casi todas las tradiciones culturales de su tiempo, que es aún, en muchos sentidos, también el nuestro. Se pueden buscar referencias para comprender más profundamente el resultado de su obra, pero «no hay Google que valga para los Cantos, por eso yo apuesto por una lectura en la que te dejes atrapar por el sonido y el voltaje poético sin perderte en notas al pie», apunta De Jager.

Y luego, intentemos googlear, pero será imposible llegar a todas las referencias. Si el buscador es una herramienta maravillosa que en los últimos años puede servir para que la lectura de aualquier obra se convierta en una suma de capas, una obra como los Cantos no se rinde al algoritmo. Las referencias son tan numerosas y variadas, tan misteriosas a veces y complejas, que no hay Google que valga.

De Jager comenta que prefiere esa lectura «horizontal» que se entrega a la musicalidad del texto, antes que una vertical, que vaya siguiendo las notas al pie de cada referencia textual y pierda así el ritmo. «Lo que más valoro de Pound son esos trechos escalofriantemente líricos que incluye en los poemas, como para sacudir al lector y volver a captar su interés y atención. Ahí está el desafío como traductor», comenta Jan de Jager.

¿Cómo ha logrado una traducción tan fiel a la música de estos poemas? «Siguiendo el adagio de ser todo lo literal que se pueda y todo lo libre que se deba», en el fondo, esa era la teoría de traducción del propio Pound.

La vida de Ezra Pound recorre los meandros sangrientos del siglo de las Guerras Mundiales. Formado en Estados Unidos, pronto le hicieron sentirse extraño, «europeo» por su formación, y acabó embarcando en dirección a Venecia con 80 dólares en el bolsillo en 1908. En Italia, sobre todo, donde hizo de Rapallo su cuartel poético, pero también en París y otras ciudades, labró algunas de las páginas más importantes de la literatura del siglo XX en inglés. Alumbró el Imaginismo, raíz de tantos ismos de los que fue un influyente teórico. Eliot le debe a su lápiz rojo el parto de la «Tierra baldía», su obra más célebre, que Pound corrigió, o talló, hasta dejarla como la conocemos. El irlandés se la dedicó como «il miglior fabbro», el mejor artesano.

En la Guerra mundial sus alocuciones y diatribas antiamericanas desde la radio italiana fascista le valieron ser acusado de traición y apresado y encerrado en una jaula a la intemperie durante meses en Pisa. Allí siguió escribiendo: los estremecedores Cantos pisanos. Tras un colapso nervioso, fue recluido en un manicomio estadounidense, St. Elisabeth, hasta 1958. Regresó entonces a Italia y acabó allí sus días, en Venecia, en una casa junto al canal de la Giudecca, en un callejón sin más salida que la memoria de una luz gastada.

Durante toda su vida fue componiendo esos Cantos, que para De Jager tienen «mucha vigencia, porque su obra mantiene un peso enorme en la literatura actual, también en los jóvenes poetas», expresa a ABC el traductor. Hay tres Pounds, según él: uno lírico que atrapa al lector, otro que tiene el coraje y la desfachatez de hacer un poema épico de temas económicos y un tercero que es «maestrito, el explicador de la aldea» en una aldea que empezaba a ser, por sus guerras, global.

Surge de inmediato la tristeza por saber que estuvo «en el lado equivocado de la guerra», pero el estudioso concibe que «su error no fue ser fascista, sino pensar que el fascismo era un anticapitalismo». Porque una de sus enormes preocupaciones fue siempre económica. Es autor del célebre «Con usura» (Canto XLV) y ese empeño fue el que le empujó hacia las compañías de fascistas que se enfrentaban a un sistema que, según decía, había traicionado el espíritu de los padres de la patria americana.

«Fue un sensor poético –apunta De Jager–. En los 70 recibió la visita de Allen Ginsberg, que era judío y budista, lo cual ya es elocuente. Le dijo que quienes estaban contra la guerra de Vietnam coincidían con su análisis de que la guerra no era la solución a la economía, a sus crisis y las cuentas de los bancos. Que tenía razón».

En una obra de tal extensión, ¿cómo sobrevive el lector? De Jager reconoce que hay trechos líricos inigualables, pequeños poemas que se clavan como dardos de pura belleza y hacen revivir el interés. «Como traductor ser fiel a la extraordinaria intensidad esos momentos ha sido lo más difícil. También he tenido que triangular con traducciones que él hizo o manejó, porque en los Cantos están Homero, Cavalcanti, los poetas provenzales, los orientales. Utilizó fragmentos de casi todas las tradiciones, excepto la india y la sudamericana». No así la española, ya que había estudiado en Madrid el Siglo de Oro y a Lope.

Pound –concluye De Jager– «recogía fragmentos del pasado y los mostraba como hallazgos asombrosos, compartidos con alegría, y los traducía de forma escalofriantemente bella. Funciona antes de entenderse, como la música, por el poder hipnótico de su manejo del idioma». Nadie como él conocía la tradición, ni el metro. Ahora, en esta nueva versión, los Cantos salen al encuentro de una nueva generación.


lunes, 22 de abril de 2019

Ya está en la Argentina el Pound de De Jager


Carlos Olivares Baró es columnista fundador de La Razón, de México. Ha publicado la novela La orfandad del esplendor y el libro de textos periodísticos Un sintagma por aquí, un estribillo por allá. Profesor universitario y conferencista de música y literatura en varias instituciones culturales de México. Sus textos han aparecido en publicaciones de España, Cuba, Puerto Rico y México. Publica en este diario semanalmente las columnas de reseñas y comentarios de discos y libros, El Convite y Las Claves. Con esos antecedentes, Olivares Baró entrevistó a Jan De Jager (foto), poeta y traductor argentino, autor de la reciente versión de los Cantos, de Ezra Pound, en la editorial en la editorial Sexto Piso. Ésta es la charla, publicada en la edición de La Razón del 19 de abril pasado.

Publican la versión más completa
de la obra cúspide de Ezra Pound

Circula en librerías Cantos (Sexto Piso, 2019), el magno poema épico de Ezra Pound (Idaho, 1885 – Venecia, 1972), traducido por Jan De Jager (Buenos Aires, 1959). Se trata de la versión más completa al castellano del compendio de historias, leyendas, mitos, canciones y oralidades en que trabajó il miglior fabbro estadounidense durante más de 50 años. Cántico que es summa alegórica de todos los gestos de la misericordia  humana, desde las más bajas desventuras  hasta la cresta de lo sublime. Pound en un legado de vasta y compasiva  sabiduría. 

La Razón conversó con Jan De Jager, escritor y traductor de latín y griego clásico amén de diversas lenguas modernas (neerlandés, afrikáans, inglés…), sobre esta titánica faena de volcar a nuestra lengua ese maremoto lingüístico: los Cantos de Ezra Pound.  

Desafío traducir Cantos, de Ezra Pound. ¿Cómo lo afrontó usted? 
–Después de muchos años de lectura y relectura, tanto de los Cantos como de otras obras de Pound y obras de críticos, biógrafos e historiadores, me dije que ya iba siendo hora de intentar una nueva traducción de los Cantos. Lo fui haciendo después del trabajo, sin prisa pero sin pausa, primero una versión manuscrita anotando ‘a vuelapluma’ lo que el sentido y el ritmo del original me dictaban, sin parar para buscar un término ni nada. Y luego, al pasar esas notas en limpio, completaba las lagunas, consultando todo tipo de fuentes. A continuación corregir, corregir y pulir. Además usé dos métodos de triangulación: parte de los Cantos son traducciones y adaptaciones de otros textos, que yo consulté. Y también consulté las versiones de otros traductores de los Cantos. Y después fue cuestión de conseguir un editor. Y consensuar la versión con el editor y sus correctores, eso sólo llevó buena parte de un año y medio. 

Inglés de variantes que van del siglo XIII al XX y asimismo empalmes de otras lenguas. ¿Qué hizo ante monumental collage lingüístico? 
–Los textos en inglés de los Cantos, que son la mayoría, claro, están en diversas variantes regionales y de diferentes épocas, y también diferentes niveles de formalidad: coloquial, solemne, burlas de acentos extranjeros, etc. En general procuré que la traducción castellana reflejara esa variedad. De lo contrario, la riqueza del original se hubiese “aplanado” o incluso “aplastado”. Los textos en otras lenguas los dejé tal cual. Hay dos Cantos que están íntegramente en italiano. Estos figuran en un apéndice, en la versión del traductor invitado, Jorge Aulicino.  

 Muchos fragmentos de Cantos son a su vez traducciones de Pound de otras lenguas. ¿Se vio obligado usted a realizar una  traslación múltiple? 
–Lo que yo hice, que llamo “triangulación”, como si fuese una técnica de agrimensor, fue mirar el texto de Pound pero también de qué manera él a su vez traducía o adaptaba el original con el que había trabajado. Y eso, o sea lo que hizo Pound con su original, lo tuve siempre en cuenta a la hora de dar la versión castellana. Muchas veces los Cantos parecen un inventario de novedosas y arriesgadas técnicas de traducción. Yo a mi vez procuro imitar esas técnicas.  

¿Qué hizo con los versos en castellano del original y asimismo,  con las imprecisiones históricas? 
–A veces los versos en castellano del original presentan algún pequeño error, por ejemplo: “poco religión”, en los casos en que estuve seguro que no fuesen un juego de palabras de Pound, o la imitación de Pound del error de un personaje, los corregí. En el “Canto 3”, además, hay un collage con textos del Cantar del Cid. Yo ahí procedí libremente con original y traducción, que están yuxtapuestos, consultando además, obviamente, el original del Cantar del Cid. 

Se aprecia un cuidado en la conservación de la prosodia poundiana. ¿Cómo lo logró?
–Por fortuna conozco muy bien la métrica de ambos idiomas, creo que dejé (a la manera de un músico de jazz que se entrega a una improvisación) que los dos sistemas métricos se amigaran o amalgamaran en el oído, para luego bajar al papel la traducción provisional. Pound mismo decía “seguir el ritmo de la frase musical, no el ritmo del metrónomo”. Creo que Pound hubiese aprobado el método que utilicé. Me alegra que muchos lectores me “digan que mi traducción suena a poesía “original”.  

¿Interés por respetar la peculiaridad de Pound en su caprichosa puntuación? 
–Creo que lo fragmentario, lo caprichoso, a veces lo desprolijo (paréntesis o comillas que abren pero no cierran, abreviaturas idiosincráticas) constituyen una doble marca histórica. Por un lado: Pound está dejando el texto “en crudo”, como “fragmentos” o “reliquias”. Por otro lado, estas marcas son también un testimonio de las condiciones a menudo caóticas o difíciles en que Pound trabajó. Como nómade sin biblioteca, como preso en Pisa, como interno (durante 13 años!) en un psiquiátrico…  Un desafío especial fue a veces decidir dónde poner el signo de pregunta o el de exclamación de apertura, que el inglés no tiene. Había que dirimir dónde empezaba la pregunta o la exclamación, para poner ahí el signo de apertura, dado que el resto de la puntuación a veces no daba la pauta (como sí ocurre en cualquier texto de prosa, digamos, “normal”). 

¿Referencias  con las traducciones de los poetas nicaragüenses  Ernesto Cardenal y  Coronel Urtecho? 
Miré muchas traducciones, la de Vázquez Amaral, por supuesto, las de Cardenal y Coronel Urtecho, las portuguesas de los hermanos De Campos y la de José-Lino Grunewald; la alemana de Eva Hesse, la italiana de la hija de Pound, Mary de Rachewilz; y por supuesto, la francesa más reciente, de Yves di Manno y su equipo. Siempre que me encontré con algún hallazgo, no dudé en rapiñarlo para mi versión. Me importa más la calidad de la versión que la originalidad. 


¿Cómo enfrentó una obra de  mudanzas desafiantes y en algunos pasajes hasta ininteligible?   
Pound es uno de los autores que ha producido más bibliografía secundaria. Invita al comentario y la anotación. Hay publicaciones periódicas enteras dedicadas a su obra. Para los pasajes más peliagudos fui a los artículos que se escribieron sobre esos pasajes difíciles. Es increíble pero casi todo en esas mil páginas de notable densidad poética está comentado y discutido. Y también me dejé orientar por las decisiones traductoriles de los colegas que hicieron las versiones a otros idiomas. Realmente no es esta una traducción para hacer a las apuradas.  

Algunos lectores han desdeñado que no sea una edición bilingüe y, asimismo, resienten la falta de notas al pie de página. ¿Qué puede comentar sobre eso? 
Hemos intentado recrear el acto de lectura del original. El original no es bilingüe ni trae notas. Las notas, esto ya lo dije en otros reportajes, llevan a una lectura ‘vertical’, el ojo baja a las notas cada vez que tropieza con una alusión desconocida, cortando así el flujo del discurso. Esta versión en cambio busca salvaguardar el ritmo y el impulso del verso, sin interrupciones, en una lectura que por contraste llamaríamos ‘horizontal’. El lector que busque bilingüe y con notas, siempre puede acudir a la edición de Cátedra, pero lamentablemente esta edición se encuentra incompleta, falta el cuarto volumen que representa casi un tercio de la obra en su conjunto. 

¿Se siente satisfecho con el resultado?  
Estoy contento con el resultado, al releerlo ya impreso en papel, no me avergüenzo… Lo que sí, sin duda, con base en las críticas y observaciones que sin duda surgirán a lo largo de los próximos años, es probable que en algún momento sienta la necesidad de revisar todo una vez más. Considero que esta traducción es una obra abierta