jueves, 24 de septiembre de 2009

Langostino no es cangrejo


La traductora cubana Dolores M. Koch (La Habana, 1928-Nueva York, 2009)emigró a los Estados Unidos en 1961. Posteriormente, completó su Maestría y Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la City University of New York (1986), dedicándose a la docencia en escuelas secundarias y universidades por muchos años.
El texto que aquí se reproduce fue originariamente publicado en la revista El Ateje (Año IV No. 12, febrero 2005 - mayo 2005 "Traductores, traducciones").

Algunas ideas acerca de la traducción

En un cóctel después de la presentación reciente de uno de sus libros, Isabel Allende contó que conoció a un dentista que le dijo: "Ah, usted es escritora! Yo voy a escribir una novela cuando me retire". A lo que rápidamente ella le contestó: "Cuando yo me retire, voy a dedicarme a canalizar raíces dentales". La analogía es perfecta. Escribir es un arte y, por lo tanto, requiere preparación. Igual sucede con la traducción: cualquier persona que es bilingüe cree que puede traducir. Pero traducir es como escribir, es un arte. Es escribir, en realidad, sin tener que buscar un tema. Traducir es adaptar ideas y acontecimientos de una cultura a otra, preferiblemente sin notas al pie. En la diferencia de culturas no se encuentra a veces un equivalente que el lector pueda asimilar. Y no me refiero aquí al vocabulario, que en sí presenta problemas intrínsecos. Por ejemplo, en esta anécdota de Allende, que ella contó en inglés, aparecía la expresión “root canal”. En ninguno de mis cuatro sendos diccionarios bilingües aparece esta expresión, tan común en inglés. Y a veces aparecen palabras nada comunes, o regionalismos ininteligibles para personas de otras regiones. Si hay algo que no entendemos bien, sería conveniente preguntarle al autor. En una ocasión, traduciendo El portero, de Reinaldo Arenas, en un párrafo surrealista que yo no entendía muy bien, aparecía la palabra "cangrejo". Le pregunté a Reinaldo, "¿No pudiera cambiarla por “langostino"? Me resulta más poética." Y Rey me dijo, "No, no, tiene que ser cangrejo. Es Cáncer, mi signo del Zodíaco," subrayando una vez más que hay que seguir las intenciones del escritor. Claro que eso es muy arriesgado cuando éstas no son evidentes. Es que es sumamente importante encontrar el "tono" del autor. Las palabras tienen “ecos" diferentes en cada escritor. Y cada uno tiene un modo muy personal de usar el lenguaje. En otra ocasión, un amigo escritor que piensa que todos los traductores son traidores, me envió un párrafo muy enrevesado como un reto, diciendo, "Anda, tradúceme esto". Inmediatamente le envié varias posibles traducciones, donde el narrator variaba de edad, de época y de lugar, con la aclaración de que él no me había dicho quién hablaba, cuándo, y dónde. Es importante también conocer la obra del autor particular, y qué ecos tienen sus palabras. Esto aplica a la lectura también. Cuando Lezama Lima dice en un poema, "la toronja escampa", se entiende que escasea en la libreta de racionamientos de la Cuba revolucionaria. Y, ¿qué hacer cuando se encuentra un modismo que no tiene equivalente? ¿Buscar uno de metáfora muy diferente pero que se usaría en el mismo caso en la otra cultura? Lo usaría el narrador en ese momento si hablara en el otro idioma? No creo que un traductor pueda crear lo suficiente para reponer lo que se pierde del idioma original. En Letters to a Young Novelist, de Mario Vargas Llosa, por ejemplo, "una hormigueante curiosidad" se ha convertido en "a lively curiosity". No se puede negar que ha habido una pérdida. La traducción literal (y es grande la tentación de usar fáciles cognados) generalmente no rinde el espíritu de la obra. Como tampoco tratar de lograr un texto más idiomático usando clichés, cuando quizá el autor ha hecho lo imposible por evitarlos. Aunque una traducción literal fuera válida, no debe usarse si en la otra cultura resultase más natural usar otra frase de igual significado. Eso es quizá difícil, pero ha de intentarse. No hace falta decir que habrá que hacer una revisión para asegurarse que nada se ha omitido por descuido u olvido. En la mencionada obra de Vargas Llosa, por ejemplo, se omite un interesante detalle que el autor incluyó: Las mil y una noches fue traducido del francés por el famoso escritor español Blasco Ibáñez, autor de dos novelas que Hollywood llevó al celuloide. Y cuando se menciona otra obra, no basta con traducir el título: hay que buscar el título con que la obra fue publicada. Cuando Carlos Fuentes se refiere a Cárcel de amor (1492), en su ensayo que aparece en el reciente El Quijote: Una mirada americana, fue necesario averiguar que esta obra se publicó en inglés bajo el título de Castle of Love, o sea, "castillo" en lugar de "cárcel".
En resumen, traducir es un reto, con demandas provenientes de muchos diferentes aspectos, y no importa cuánto nos esforcemos, hay que recordar, con el Corán, que sólo Dios es perfecto, y que cualquier traducción a la que se aplica una lupa minuciosa, ha de mostrar numerosas imperfecciones, como las obras mismas que traducimos, secretos sólo conocidos por el traductor, que es el único que "sabe". Por eso es tan importante mantener el espíritu de la palabra del autor. Traducir es, en fin de cuentas, una labor de amor.

1 comentario:

  1. ... muy interesante; me recuerda que la semana que viene tengo agendado un tratamiento de conducto, pero voy a cancelarlo y pediré que en cambio me hagan una canalización de raíces dentales.

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