domingo, 6 de septiembre de 2009
Recuerdo de un traductor (V)
Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires,1919 - Lubiano di Bagno Regio, provincia de Viterbo, Italia, 1978) fue, sin duda, uno de los más destacados escritores de su generación, que a los efectos prácticos se nombra “generación del 40”. Fue colaborador de Sur y director de Verde Memoria, en las que publicaba poemas y traducciones.
Entre 1949 y 1953 editó los libros Poemas y canciones, Ensayos de poesía lírica, Persecución de las musas menores, Paseo sentimental, Los hermosos días y Sexto. Apenas pasados los 30 años de edad, recibió el Premio de Poesía de la entonces prestigiosa Sociedad Argentina de Escritores.
Su conocimiento de idiomas le valió en 1953 un contrato en Roma para traducir la edición castellana de L’Osservatore Romano. Poco después se instaló definitivamente en Italia, donde publicó la mayor parte de su obra: Il caos (1961), La sinagoga de los iconoclastas (1972), El templo etrusco (1973), L’ingegnere (inspirada en su profesión de ingeniero civil, que casi no ejerció; 1975) y Libro de los monstruos (1978), además de los libros de poesía Luoghi comuni (1961), Poesías españolas (1963) y Cancionero Italiano: 34 poesías de amor (1974).
Fue amigo de Alberto Moravia y de Pier Paolo Pasolini, quien lo invitó a participar en El Evangelio según San Mateo, asumiendo el papel de Caifás.
La trayectoria de Wilcock como traductor es francamente abrumadora. Apelando apenas a una pequeña parte de su labor, en inglés, además de traducir para el teatro –La trágica historia del Doctor Fausto, de Christopher Marlowe, Ricardo III, de William Shakespeare, y El alquimista, de Ben Jonson, entre otras piezas–, tradujo los Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot, y a una gran cantidad de narradores. Entre otros, a Evelyn Vaugh –La nueva neutralia (1953)–, a Graham Greene –Caminos sin ley (1953), El poder y la gloria (1959), El revés de la trama (1959)–, a David Garnett –Aspectos del amor (1957)–, a Jack Kerouac –El ángel subterráneo (1959)–, a Shelby Foote –Sígueme (1959)–, a Nicholas Blake –La bestia debe morir (1980)–, y a muchos otros autores de lengua inglesa. En cuanto al alemán, de Kafka tradujo los Diarios (reunidos por Max Brod; 1953), las Cartas a Milena (1955), En la colonia penitenciaria (1977), etc. Corresponde también mencionar la traducción del italiano de los cuatro tomos de la monumental Historia del teatro universal, de Silvio D’Amico (1956) y de El derrumbe de la Baliverna, de Dino Buzzati (2003). Buena parte de los textos mencionados, luego de tener su correspondiente edición argentina, fueron vueltos a publicar en España. En alguna ocasión, sin mención del traductor.
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J.R. Wilcock,
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Traductores argentinos
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de estos 'recuerdos' me quedo con:
ResponderEliminar"*reproducir mediante efectos análogos,
*lograr al menos un contacto con el pensamiento poético del autor,
*traducir poesía empleando el lenguaje que supuestamente el autor original hubiera empleado de haber tenido como lengua propia la del traductor,
*no es imposible acercanos a la visión del mundo del original,
*más grave es la traducción humillada y servil que no registra errores, pero que es toda ella un error de lectura, de apreciación, de buen gusto, de fluidez,
*es el diccionario mismo el que induce a error.[...] El error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un modo de sentir el universo o de percibir el universo".
aunque, a veces, también depende de cómo se lea el diccionario.
gracias por la selección.
Estimada Sibila:
ResponderEliminarSupongo que el comentario que envía se refiere a las entradas anteriores. ¿Fue distracción acaso? Cordialmente
cordialmente, sí, administrador. mi capacidad de relacionar es inmensa.
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