miércoles, 9 de septiembre de 2009

Una de papas (o patatas)


Publicado el lunes 10 de febrero de 2003 en El Trujamán, un nuevo artículo de la decana traductora española María Teresa Gallego Urrutia sobre cuestiones que hacen al oficio.

Verduras y hortalizas

¿Por qué una traducción, a veces, suena a traducida? Si nos paramos a estudiarla detenidamente no apreciamos ninguna incorrección. Y, sin embargo..., sin embargo, la lengua original se transparenta. Lo cual solo le resulta evidente, además de molesto, a quien conozca dicha lengua. Pero crea también una sensación de confusa desazón en el lector que no la conoce. Creo que, en lenguas que comparten raíces, el problema reside muchas veces en que el traductor se queda demasiado pegado al vocablo castellano más próximo al que aparece en el original. Cuando las palabras acuden automáticamente a la cabeza —o a los dedos— porque existe una raíz común y, por tanto, un parecido fonético, o cuando sucede otro tanto porque son palabras muy corrientes con una correspondencia muy tradicional, muy mecánica, existe el peligro de elegir siempre la primera que se viene a la mente, sin pararse a pensar si es esa la que se usaría espontáneamente si se estuviera escribiendo y no traduciendo, o la que aporta el matiz más adecuado. Hasta cierto punto, estamos ante un caso de falsos amigos que, aunque no hacen caer en incorrección, sí van en menoscabo de la naturalidad del texto en su nueva lengua, de su auténtica re-escritura. Sirva de aclaración el título que encabeza estas líneas ¿Por qué, en una traducción del francés, se ha de poner siempre verdura para légume/légumes si en algunos casos sería mucho más adecuado decantarse por hortalizas? Y, eso sí, otras veces será preferible quedarse con verdura o verduras. Là est la question; y el tino en esa elección es lo que da el punto adecuado al guiso.

Para entenderme conmigo misma y con los amigos, colegas o alumnos con los que hablo de traducción, he dado, pues, desde hace tiempo, en la costumbre de llamar hortalizas a las palabras que, en el texto traducido, son fruto de cavilaciones que nos hagan superar el escollo de quedarnos con la elección más manida. Y, para remachar el clavo, querría citar algún caso más. ¿Por qué arracher ha de ser siempre arrancar si es muy posible que, si no estuviéramos traduciendo, hubiéramos quizá utilizado arrebatar o dar un tirón? ¿Por qué cercle ha de ser siempre círculo cuando puede ser redondel? ¿Y chantonner, canturrear, si quizá sea más oportuno tararear? ¿Y por qué traducir siempre barato cuando aparece bon marché, siendo así que, según el dónde, el cómo y el cuándo, quizá sea más indicado decir económico? Svelte será a veces espigado en vez de esbelto; y talent puede traducirse por dotes amén de por talento. Los ejemplos son incontables.

De todas formas, y lo digo por experiencia propia, no es cosa de caer en el extremo contrario. Más de una vez me he sorprendido buscándole tres pies al gato de forma innecesaria y cayendo en la cuenta, al cabo de un rato, de que si me estaba resistiendo a escribir, verbigracia, desear —que era sin lugar a dudas la palabra más adecuada— era porque en francés ponía, casualmente, désirer. Y, en fin, bueno está lo bueno, pero, la verdad, tampoco hay que pasarse.

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