Mi nombre es mío
Desde hace algunos años, lo que corrientemente llamamos champagne no se llama champagne: ese nombre quedó reservado al vino espumante que se produce en la región de Champagne, en el noreste de Francia, más precisamente en los alrededores de las ciudades de Reims y Épernay. Todo lo demás, aunque esté realizado con la mezcla (coupage) de uvas chardonnay, meunier, pinot noir, etc., se llama espumante: el nombre champagne está protegido dentro de la Unión Europea como una denominación de origen. Algo similar ocurre con el queso rochefort, propio de Rochefort, en la provincia de Namur (en Valona, Bélgica). Eso explica que todos los demás quesos rochefort del mundo se llamen ahora “azules”. Hace unos años Tamara Di Tella registró el nombre “Pilates” como marca en la Argentina, algo tan absurdo como registrar el nombre “Yoga” o “Paracaidismo”. Y sin embargo cosas como esas ocurren.
El martes pasado Visit Sweden, una agencia sueca que se ocupa de promover el turismo en ese país, pidió a la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (Euipo) que registre el nombre “Suecia” como marca. La propia agencia definió su iniciativa como un poco “audaz”, pero se justificó diciendo que serviría para proteger el nombre del país “de los muchos duplicados internacionales que podrían confundir a los turistas”.
En el mundo hay ocho localidades que se llaman Suecia: además del original, hay seis ciudades estadounidenses y un asentamiento en la India, y según Visit Sweden registrar la marca “garantizará que nadie haga las valijas para ver lagos y bosques suecos, pero luego encontrarse en una ciudad lejana que lleva el mismo nombre, pero sin el atractivo escandinavo”.
Como movida publicitaria es extraordinaria, tiene un lado sarcástico muy poco sueco; pero están hablando en serio. O tal vez no, conozco poco Suecia y conozco menos suecos. Ni siquiera he leído a tantos suecos, exceptuando a August Strindberg y a Ingmar Bergman, no conozco el humor sueco. En realidad no recuerdo haber visto a un sueco reír, aunque supongo que ríen. Tal vez es todo una broma, aunque da igual: con la Euipo no se jode, el pedido fue hecho, es algo serio.
Las estupideces avanzan así, tomándoselas en serio. Imaginemos lo que podría ocurrir si todas las ciudades del mundo exigieran su merecida exclusividad. En Estados Unidos solamente hay 23 ciudades que se llaman París y trece que se llaman Roma. Aquí mismo, en Buenos Aires, un barrio se llama Palermo, como la capital de Sicilia. Londres: hay ciudades del mismo nombre en Canadá, en Francia, en la República de Kiribati, en Arkansas, en California, en Minnesota, en Ohio, Wisconsin, Kentucky... Hay una Londres en Catamarca y hasta hay una isla en Tierra del Fuego que se llama así, Isla de Londres. Si alguna de esas ciudades se planteara seriamente la exclusividad, todos esos sitios deberían cambiar de nombre. No es imposible, podrían hacerlo: Suecia lo hizo.
En el mundo hay 22 ciudades llamadas Buenos Aires, en México (nueve), en Perú (cuatro), Honduras (tres), en Panamá (dos), una en Nicaragua, una en Costa Rica y una en Colombia.
Pero ampliemos el razonamiento. ¿Qué pasaría si, con buenas excusas, alguien llamado, por ejemplo, Aristóbulo, lograra convencer a un organismo influyente de que no debería existir otro Aristóbulo en el mundo que no fuese él? ¿Y si con mucha menos imaginación imagináramos que alguien llamado Carlos o Daniel decidiera que nadie más en el mundo debería llevar ese nombre? ¿Que es imposible? ¿De verdad creen eso? Un país llamado Suecia acaba de presentar un pedido para que el nombre del país sea una marca. Nuestros nombres podrían ser marcas. El mío podría serlo.
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