El
suplemento Babelia, del diario madrileño El
País, dedicó su nota de tapa del 11 de octubre pasado a ver qué anda
pasando con el castellano. Así, en un largo artículo con firma del poeta y
periodista español Javier Rodríguez
Marcos (Cáceres, 1970), se dedica a investigar qué ocurre con el cine en
las distintas variedades de nuestra lengua, a indagar sobre lo que piensan Darío Villanueva (vicederector de la RAE ), Pedro Luis Barcia (ex presidente de la Academia Argentina
de Letras), la editora Adriana Hidalgo,
la traductora Selma Ancira, Gerardo Piña Rosales (director de la Academia Norteamericana
de la lengua Española) y algunos más. En síntesis, opiniones a las que podrían
oponerse otras igualmente o más calificadas.
Guía para un español sin uniforme
¿Qué puede llevar a subtitular en español una película
hablada en español? La risa. En septiembre de 2000, durante la proyección en el
Festival de San Sebastián de la mexicana La perdición de los hombres,
el productor José María Morales reparó en una paradoja: los españoles no se
reían; los extranjeros que seguían los subtítulos en inglés, sí. La cinta ganó la Concha de Oro y Morales la
llevó a las salas subtitulándola en español de España. Director de Wanda Films y exvicepresidente de la Federación Iberoamericana
de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (FIPCA),
Morales explica aquella decisión: “Lo importante es que las películas viajen. A
Ripstein [el director] y a Paz Alicia Garciadiego [guionista] les pareció
bien”. Con un recurso tan poco habitual trataba de sortear la barrera de los
arcaísmos mexicanos de la película. “Para el productor de títulos como La teta asustada (Perú) o XXY(Argentina), “los modismos
son una riqueza; estoy en contra de uniformar la lengua. ¿La solución? Para las
obras más autorales, subtítulos. Para las destinadas a un público general,
promoción. Antes había más semanas de cine en español. Eso ayudaría a que el
espectador se adaptara”.
Damián Szifron |
El mes pasado, el argentino
Damián Szifron llevó al mismo festival Relatos salvajes, escrita y dirigida por él y producida
por El Deseo, la factoría de los hermanos
Almodóvar. Sabiendo que su película tendría una vida internacional, ¿evitó los
localismos? “Las particularidades de los idiomas me resultan atractivas”,
responde Szifron. “Mientras imagino, permito que los personajes se expresen con
libertad olvidándome de que se trata de una película”. Reconoce, eso sí, que
cuando la productora española se involucró en el proyecto, él volvió sobre el
guion: “Lo leí cuidadosamente para cerciorarme de que la incomprensión de
alguna frase central no interrumpiera la fluidez de las historias”. No cambió
nada: “Tanto a Pedro y Agustín [Almodóvar] como a Esther García [la directora
de producción] les pareció que las pequeñas extrañezas de nuestra forma de
hablar incluso enriquecían la experiencia del espectador”. ¿Y qué le parece la
solución de los subtítulos? “No estaba al tanto de que se hacía”, dice.
“Mientras se pueda evitar, mejor. El cine narra con muchas herramientas. El
diálogo es fundamental, pero hay otras, y las expresiones de los actores, por
ejemplo, completan el sentido de las oraciones. Si bien puede haber alguna
pérdida, me parece tolerable; sucede cada vez que leemos un libro traducido o
vemos una película doblada. Algo ganamos y algo perdemos. Pero es cierto que
cuando se habla muy cerrado o en jerga, el espectador ajeno a esos códigos lo
puede padecer”.
Darío Villanueva |
Pese a lo chocante del recurso,
los subtítulos son una excepción. Lo habitual es que los padecimientos de los
espectadores queden mitigados por el contexto gracias a la homogeneidad del
español. Cuando el lingüista mexicano Juan Manuel Lópe Blanch comparó el léxico
del DF con el de Madrid llegó a la conclusión de que el 97% de las palabras
eran comunes. Lo cuenta Darío Villanueva en su despacho de la Real Academia
Española. La corporación de la que es secretario y la asociación que
reúne a las 22 academias de América y Filipinas lanzarán el próximo jueves una
nueva edición delDiccionario de la lengua española. La última apareció
en 2001. Con 93.111 artículos (por 84.431 de la anterior) desplegados en 2.376
páginas y a un precio de 99 euros, será la 23ª desde que en 1780 el primer
repertorio de uso relevara a los seis tomos del venerable Diccionario de
autoridades, de 1726. Dejando a un lado que incluya términos como tuitear, feminicidio, precuela,
hacker o externalizar, ¿qué lo hace
especial? Al menos tres cosas: que si la
RAE nació en 1713 (con 8 miembros, hoy son 46) fue para hacer
un diccionario con criterios modernos, que no será el último en papel, pero sí
el último pensado para aparecer antes en papel que en versión electrónica, y
que será el más panhispánico: 19.000 de sus casi 200.000 acepciones son americanismos.
Si el futuro de los repertorios lexicográficos es digital
—Villanueva dirigirá en noviembre un simposio internacional sobre lo que él
llama “casi una refundación” del diccionario—, el futuro del español es
americano. Mucho ha llovido desde que a finales del siglo XV Nebrija incluyera
en su vocabulario hispanolatino la primera palabra americana del castellano:
canoa. ¿Cuál ha sido el principal factor de cohesión del español? ¿Por qué no
ha reproducido las diferencias que una lengua tan cercana como el portugués
tiene con su equivalente brasileño? “En portugués”, explica el secretario de la RAE , “no existe una norma
ortográfica unificada. Además, está la dimensión demográfica. Hoy la cohesión
del español viene de un mundo empequeñecido gracias a los medios de
comunicación y a los movimientos de las personas en ambas direcciones”.
Domingo Fuastino Sarmiento |
A los factores del presente se le
suman además los del pasado. A partir de 1820, con las independencias de las
repúblicas americanas, algunos le auguraron al castellano una fragmentación
similar a la del latín. Pese a extravagancias como la de proponer el francés
como lengua oficial para Argentina, lo cierto es que el español sirvió como
elemento de cohesión de los Estados recién nacidos: en muchos de ellos, la
dispersión de las lenguas indígenas hacía necesaria una común. Con todo, el
presidente argentino Domingo F. Sarmiento promovió una ortografía que
reflejara, por ejemplo, el seseo mayoritario en América: en lugar de ceniza se escribiría senisa. Por entonces, y para
atajar el cisma, la RAE
nombró académicos correspondientes al otro lado del Atlántico y animó la
creación de sus academias. La primera, en 1870, la colombiana. La ecuatoguineana
está hoy en fase de constitución en África. “Con las academias de América”,
explica Villanueva, “se estabiliza la norma gramatical y ortográfica, que
luego, y esto es clave, se difunde en el sistema educativo”.
No obstante, el español de España siguió
funcionando como patrón de prestigio. Hasta 1934 no se permitió sustituir patata por papa en
documentos oficiales argentinos. Tal vez por eso José Antonio
Pascual habla de la importancia de las
mentalidades. Además de vicedirector de la RAE , Pascual es el responsable del Diccionario histórico,
una obra exclusivamente digital que ha completado 1.000 de sus 75.000 entradas
(que podrían llegar a 150.000). La falta de medios hace ser pesimista a
Pascual, un erudito bienhumorado que colaboró con Joan Coromines en su mítico
diccionario etimológico. “En el Histórico trabajan tres personas”, dice. “A 200
palabras por persona y año, calcula”. Dado que su trabajo consiste en seguir el
rastro a todas las palabras que han existido en español —“las que encontremos”,
matiza él—, ¿podría decirse que ese idioma es más global que nunca? “Sí”. Tras
evocar la globalización de la aldea hispana, Pascual añade una razón: “Ahora
estamos a favor”. Y se explica: “No hay nada en la lengua que no exija una
adaptación mental. Pensemos que la gramática recomendaba en los años treinta
evitar el seseo, ¡el seseo! Yo mismo hace años corregí en mi ejemplar de una
novela de Vargas Llosa la expresión ‘de rompe y raja’ tomándolo por un error.
La literatura hispanoamericana, su calidad y su difusión, ha ayudado mucho. Y
la televisión. En Salamanca puedes oír chévere por influencia de los culebrones”. La
lengua, dice Pascual, se ha vuelto más homogénea y más “distinta” a la vez:
“Hoy la norma no tiene un solo foco”. Hay además palabras de ida y vuelta.
“Ahora se usa en informática, pero los de mi generación empezamos a oír amigable por
las traducciones chilenas y argentinas de las novelas policiacas”, cuenta. “En
España se decía amistoso, que
es más reciente, lo tradicional aquí eraamigable. Como se sabe que coger es
un tabú en ciertos países, muchos hablantes tienden a evitarlo. Por cierto, es
un verbo que se usaba mucho en las definiciones de los diccionarios y ahora
tratamos de corregirnos”.
Pedro Luis Barcia |
Al otro lado del Atlántico, Pedro Luis Barcia, expresidente de la Academia Argentina, reconoce que la política
panhispánica da sus frutos: “Se ha aventado la desconfianza americana acerca de
que cada español tenía un emperador idiomático en el bolsillo, porque hemos
superado complejos de inferioridad y hoy nos sentimos herederos de todo el
español. ‘Todo lo que hablamos lo hablamos entre todos’, diríamos con variante
de la frase que Giner de los Ríos escuchó al labriego. La convivencia de las
diferentes regiones lingüísticas con sus propias normas cultas diferenciadas ha
consolidado esta perspectiva renovadora. En mi pueblo decimos que somos más
desconfiados que un tuerto con dos canastas: hemos empezado a confiar en todos
los partícipes de la ASALE [la asociación de academias]”.
La confianza de Barcia vale el
doble si se piensa que fue muy crítico con la Ortografía académica publicada hace cuatro años.
No le gustó que propusiera opciones en lugar de dictar normas y atribuye al
peso de México y España algunas decisiones
polémicas. Baste pensar en el incendio provocado por el baile de
nombre de las letras: la i griega como ye o la be baja/corta como uve. “Hay”,
dice el académico argentino, “dos imperios,
el español y el azteca, que deben convivir sin imponer sus razones: uno, la histórica, y
el otro, la numérica [México es el país con más hispanohablantes del mundo]. Y
en medio estamos los demás. Si no hay acuerdo, cada cual dispara para su feudo.
Si en algo debemos ceder todos es en favor de la simplificación del código
ortográfico, que es, junto a la rotundez del fonético en español, una
afirmación de unidad interna y un reaseguro para la expansión como segunda
lengua”. Pero ¿no es la opcionalidad una forma de respeto a la diversidad? “La
opcionalidad es el cáncer de la ortografía. La diversidad la podemos mantener
en el léxico, en la fraseología, en las tonadas…”.
Después de apuntar “un detalle erudito desconocido: el
primero que usó la voz panhispánica fue Amado Alonso, en 1927, en una
revista argentina, El Hogar”,
Barcia admite que el español es hoy más global que antes y que los hablantes
aceptan mejor las variantes regionales que les son ajenas: “El crecimiento es
lento pero firme. El negocio económico de la lengua empuja a ello (las
traducciones, las películas, las telenovelas). Es una causa interesada en lo
suyo que ayuda a todos y beneficia al poder expansivo del español. El criterio
de optar por la voz que usa el mayor número de hablantes es muy lícito. Hoy
estamos, en la mayoría de las naciones que hablan la lengua común, en un 95% de
español general y un 5% de local. La versión en línea de los diarios ayuda. La
radio, la vía más penetrativa, sigue demasiado atada a lo regional, por su
impronta coloquial. Lo probamos cada día que las variantes locales se allanan
sin mucho esfuerzo entre los hablantes”.
Adriana Hidalgo |
La editora Adriana Hidalgo comparte la opinión de su compatriota
sobre la facilidad para sortear localismos, pero con matices. Lo que en una
obra original es riqueza, en una traducción puede ser un chasco. Y recuerda una
versión de Salinger con la palabra gilipollasen
la primera página: “Sabiendo que el autor no es español, como que me hacía
ruido”. Trata de que las traducciones de su editorial, que a veces vende a
algún sello español, estén hechas en un “lenguaje puro”. De entrada, usan el tú y no el vos. “No se nos ocurriría
hablar de tú, pero sí lo
leemos. Pensamos en un término usado en todas partes, no en uno porteño. Todo
sin caer en lo aséptico, porque no suena lindo”.
Selma Ancira |
Según la mexicana Selma Ancira,
premio Nacional de Traducción en España en 2011 y Premio de Traducción
Literaria Tomás Segovia en
México en 2012 por sus versiones del ruso y el griego moderno, hay
textos que piden localismos y textos que piden neutralidad. Afincada en
Barcelona desde hace 28 años, Ancira trabaja tanto para editoriales mexicanas
como españolas y lo primero que necesita saber es a quién se dirige “para
emplear, por ejemplo, el vosotros de ustedes o el ustedes de nosotros”. A veces la diversidad es
una aliada. Cuando tradujo Loxandra,
una novela de María Iordanidu que transcurre en Estambul y en Atenas, usó el
español de México para el primer escenario y el de España para el segundo. “El
carnicero a veces ofrecía guajolote, a veces pavo”, cuenta. “Así el lector en
español sentía las diferencias que siente el lector original con el griego de
cada ciudad. Hay que ensanchar las fronteras del español, no hacerlas más
angostas. Si lo encerramos, lo empobrecemos. A veces una pincelada da alas a la
traducción: cuando está resuelta con sensibilidad no se ve al guajolote”. Hay
además un género con el que tiene especialmente presente al receptor de cada
país: el teatro, donde la naturalidad es innegociable. “Aunque no adaptamos a
Valle-Inclán para representarlo en Veracruz”, matiza. “Algún día le pasará a
las traducciones. Cuando hayamos ensanchado las fronteras”.
Entretanto, el mundo sin
fronteras del ciberespacio también tiene sus leyes. El próximo 29 de octubre,
la editorial Planeta publicará en todos los países de habla hispana After. En mil pedazos,
primera entrega de una tetralogía escrita por la estadounidense de 25 años Anna
Todd y traducida por Vicky Charques y Marisa Rodríguez. La novela, nacida como
fenómeno de fan fiction (sobre el grupo One Direction),
generó mil millones de impactos en la plataforma Wattpad antes de convertirse en libro. Para
explotar debidamente el filón, Planeta ha salpicado el primer tomo con números
que remiten a una aplicación en la que el lector debe responder a una pregunta.
La respuesta es una palabra escrita en la página de la que partió. Si acierta,
el lector accede a contenidos extra. La editora María Guitard cuenta que al
seleccionar esas palabras buscaron términos universales: vida, libro, verdad, mensaje…
De las 50 de la lista, tan solo uno no pasó la criba del español global: magdalena. En México le dicen panquecito. Tuvieron que
buscar otro para que el invento funcionara. También el marketing —en castellano
antiguo, mercadotecnia— quiere ser panhispánico. Por eso hablan de los fans del
libro como de “la comunidad que nunca duerme”. Lo mismo podría decirse de las
palabras del diccionario.
Al español, no obstante, le queda una prueba de fuego.
Hasta ahora ha convivido en España y América con lenguas minoritarias. En
Estados Unidos la población hispana ronda los 52 millones pero tiene como vecino al inglés.
¿Afectará a su homogeneidad la vecindad del gigante? “Todo dependerá de que los hispanounidenses tengan acceso a la educación”,
contesta Gerardo Piña-Rosales,
director de la
Academia
Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), que se queja del
“triunfalismo huero” de los políticos españoles: “Se les cae la baba cada vez
que hablan de los hispanos en EEUU. Pero, ¿qué ha hecho el Gobierno español
por una institución como la ANLE ?
Nada”.
Gerardo Piña Rosales |
De vuelta a la lingüística, y
dado que en Nueva York o Los Ángeles conviven hablantes de español de muchas
procedencias, ¿la lengua se vuelve homogénea limando localismos de origen? ¿Qué
idioma resulta? Precisamente, la Academia Norteamericana
tiene una comisión dedicada a estudiar la posibilidad de crear una norma del
español en los EEUU. “Nos parece un problema fundamental”, cuenta Piña-Rosales.
“Por ejemplo, tratamos de utilizar un español, no diría neutro, pero sí
universal. Me refiero, por ejemplo, al uso del español en los documentos
oficiales del Gobierno de los EEUU, con el que hemos firmado un convenio. A
veces el problema no está en evitar un localismo sino en que el español que se
emplee haga referencia a una realidad cultural estadounidense. En otras
palabras, no traducimos palabras, sino conceptos”. Respecto al esplanglish,
objeto de grandes temores, la anterior edición del RAE —y todavía suedición digital— lo definía como “modalidad
del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos, en la que se
mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales del español y del
inglés”. Esa definición, aclara Gerardo Piña, no es la que propuso la ANLE. En la edición
impresa del DRAE que se presenta la semana que viene se
ha modificado esa definición: desaparece el términodeformándolos. "Nosotros no hablamos de deformación,
porque nos parece demasiado simplista". Su opinión ha pesado. Como los
diccionarios, el español de hoy tiene miles de voces.
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