martes, 9 de julio de 2013

"¿Cuánto pesan seis bazookas?"

La presente columna fue publicada por Guillermo Piro en el diario Perfil, de Buenos Aires, el 9 de junio pasado. En ella cuenta el problema que le significó encontrar la palabra justa y cómo un corrector español eligió eliminarla, experiencia por la que casi todos alguna vez hemos pasado.

Consideraciones en torno
a un bazooka

Esta es la frase más triste que conozco; es de Ford Madox Ford y dice así: “Esta es la historia más triste que conozco”. Es la frase con la que comienza El buen soldado, una novela de 1915 a la que se considera pionera en la utilización de flashbacks. La historia del buen soldado es triste, pero yo conozco una más triste.

En 1998 me encontraba traduciendo Leviatán, de Arno Schmidt. La novela ocurre a fines de la Segunda Guerra, durante los bombardeos rusos a Alemania. El narrador, un soldado, está en la estación de trenes de Berlín cuando las bombas empiezan a caer y decide hacer lo mejor que se puede hacer en esos casos: huir. Convence a dos maquinistas de poner en marcha una locomotora y salir de allí lo antes posible. El asunto es que unido a la locomotora hay un vagón, un vagón que se parece mucho al arca de Noé, porque adentro están: un viejo empleado de correos + dos soldados heridos + un pastor protestante, su esposa y sus siete hijos + una prostituta y su madre. La novela trata de esa huida hacia adelante y está presentada como un diario íntimo, con los detalles del día y la hora exacta en la que el narrador hace sus anotaciones. El asunto es que poco antes de partir se suman a la comitiva tres soldados de las Hitlerjugend, cargando, cada uno, media docena de panzerfaust. Hoy sería fácil descubrir qué es eso, pero en 1998 todavía no existía Google. Buscamos en el diccionario, pero la explicación (arma antitanque) no nos bastaba: los traductores siempre necesitan “ver”. Pero el diccionario alemán-español decía algo descorazonador: bazooka. Sin ser un especialista en las guerras del siglo XX sé que según Von Clausewitz una de las razones de ser de las guerras es la confrontación de armamentos, de modo que si en Alemania usaban armas norteamericanas, ¿para qué hacían la guerra? Además, si los soldados de Leviatán hubieran llevado bazookas, ¿cómo podían llevar media docena colgando del hombro? ¿Cuánto pesan seis bazookas? Todo era imposible.

La traducción estaba terminada, pero seguía sin saber qué era eso. Recurrí a ver qué había puesto el traductor al francés de Arno Schmidt: bazooka. Bochado. El traductor italiano había ido más lejos: lanzallamas. Bochado. Finalmente, el encuentro casual con un importador de literatura nazi al que conocía me iluminó: había algo llamado lanzagranadas, y era explicable que los alemanes las necesitaran, ya que no sabían jugar al béisbol. Le pedí que me mostrara la foto de un panzerfaust, y me invitó a su casa, donde guardaba sus colecciones de enciclopedias. En una foto pude ver a un soldado al que le colgaban del hombro cuatro lanzagranadas. Y victorioso les di a esos soldados lo que llevaban: media docena de lanzagranadas.

Pero al mandar el libro a España decidieron revisar la traducción. Vieron la palabra lanzagranadas, fueron a consultar el original, vieron panzerfaust, fueron al diccionario, vieron bazooka, y dejaron a los dos pobres soldados de las Hitlerjugend cargando media docena de esos artefactos pesadísimos. Y así seguirán, doblados por el esfuerzo, hasta que algún día la novela se reedite.


lunes, 8 de julio de 2013

Si van, lleven saquito

El 28 de junio pasado, María Luján Picabea publicó el siguiente artículo en la revista Ñ, con motivo de la realización de la III Feria del Libro Judío, que tuvo lugar entre el 27 de junio y el 4 de julio. Aquí se habla específicamente del idish –la lengua de los judíos centroeuropeos–, de su importancia en la Argentina y de su progresiva desaparición.

La universidad, nuevo territorio del idish

“Así como en fisiología se dice que la función hace al órgano, el desuso de un idioma lleva a su olvido”, afirma el doctor Saúl Drajer, presidente de la Fundación IWO, dedicada a conservar y difundir la historia, la cultura y los lenguajes del pueblo judío. El martes 2 de julio y en el marco de la III Feria del Libro Judío –que empezó el jueves 27 de junio y se extiende hasta el jueves 4 en la Sociedad Hebraica Argentina–, Drajer impartirá la conferencia “El ídish en Argentina: ¿en terapia intensiva o con signos de recuperación?”. Estar en terapia intensiva –dice– no significa agonizar, sino que el proceso puede hacer parte de una recuperación.

“Nuestros padres y abuelos tenían en el ídish el órgano de comunicación diaria. Los provenientes de países de Europa Central palparon en carne propia la limitación y discriminación que cotidianamente se hacía con los judíos y en el ámbito familiar y de relaciones cercanas no se usaba la lengua del país sino el ídish. Su uso era diario y para toda ocasión. La emigración a América hizo perder la noción de encerramiento y sólo lo usaron para conversaciones limitadas. Los nativos en el Nuevo Continente no precisaron de una lengua-código para comunicarse entre sí porque no eran urgidos por persecuciones abiertas. Como consecuencia de esa libertad, el uso del ídish fue decayendo”, explica el investigador. Sin embargo afirma que “después de los Estados Unidos, Europa (mucho más antes de la Segunda Guerra Mundial) e Israel, es Argentina el país que más ha contribuido con la formación académica y popular del ídish”. Para Drajer bien puede afirmarse que el ídish tiene su nuevo territorio en las Universidades del mundo, incluso en nuestro país, donde se imparte en algunas escuelas, universidades y fundaciones. “Hoy el ídish les resulta extraño a las nuevas generaciones pero algunos se acercan para rescatar el pasado o acaso volver a escuchar o leer en el idioma original las obras de tantos creadores literarios”, dice.


viernes, 5 de julio de 2013

Thomas MacGreevy, por tercera vez en castellano

Bartebly Editores, de Madrid, acaba de lanzar la Poesía completa, del poeta irlandés Thomas MacGreevy, en edición bilingüe, realizada por Luis Ingelmo (también autor de las notas), con una presentación de Michael Smith y un epílogo del prestigioso escritor y biógrafo irlandés Anthony Cronin.

No es un dato menor, MacGreevy fue una figura central en el llamado vanguardismo irlandés, grupo constituido, entre otros, por Samuel Beckett, Denis Devlin y Brian Coffey. También, entre 1950 y 1963, fue director de la National Gallery de Dublín. 

Con todos estos blasones y aun considerando que se trata de una obra completa, hay que decir que no es la primera vez que se lo traduce al castellano, pero sí la primera vez que se traduce en España. Antes de la publicación de este volumen,  había sido parcialmente traducido por Gerardo Gambolini en Poesía irlandesa contemporánea (publicado por Libros de Tierra Firme en la Argentina, en 1999) y también en la antología Una lengua injertada (editada por Eva Cruz y publicada por la UNAM, en México, en 2003).

Hecha la corrección del caso, felicitamos a los Bartebly Editores por su feliz iniciativa.

jueves, 4 de julio de 2013

Las aventuras de Odiseo en La Paz

Aparecida con firma de Ángela Carrasco, en el diario La Prensa, de Bolivia, el 20 de marzo pasado, la noticia da cuenta de una nueva traducción de La Odisea, en la oportunidad a cargo del académico Mario Frías Infante.

Un boliviano hace nueva traducción de La Odisea

Una nueva traducción de La Odisea de Homero, un clásico de la literatura universal, es la propuesta de la editorial Santillana. Traducida directamente del griego al castellano por Mario Frías Infante, actual director de la Academia Boliviana de la Lengua, esta joya literaria agrega a sus páginas comentarios, bibliografías y notas que facilitan al lector una lectura entendible y dinámica. El material, que es una de las primeras obras universales traducidas en Bolivia con calidad de exportación, será presentado hoy a las 19.00 en el Centro Cultural de España en La Paz.

Nuevas características. Mario Frías explicó que los escritos, traducidos luego de 30 años, son un texto completo y didáctico, ya que cuentan con notas en los pies de páginas que facilitan al lector información complementaria sobre los personajes, además del significado de expresiones y palabras. 

Según el autor, la obra, con más de 500 páginas, ofrece como un aporte adicional un comentario escrito por él sobre el contexto histórico que enmarca el relato, en el que se comparan las investigaciones en torno a Homero. El escritor también agregó que se analizaron las características estructurales y lingüísticas y se estudiaron algunos temas subyacentes relativos a la vida humana en relación con los dioses.

Y, por último, el texto incluye la bibliografía de las obras consultadas, un índice con los nombres de los personajes por orden alfabético y un mapa de locación que señala las rutas que siguió Odiseo y posteriormente su hijo Telémaco. 

UN APORTE NACIONAL. 
Para Frías, este trabajo, que tomó un año traducirlo, es una de las más grandes joyas de la literatura universal, pues, pese a haber sido escrita hace siglos, muestra ciertas lecciones como la fidelidad, la inteligencia del hombre y el amor a través de los personajes.

“Está muy claro que es un texto que nunca faltó en los colegios y por su dificultad de entendimiento es que se creó esta nueva versión para que los maestros brinden una ayuda asistida a los alumnos para su mejor entendimiento y también es un llamado a la reflexión”, dijo Frías.

La Odisea salió a la venta hace una semana y se encuentra en las dos sucursales de la librería Santillana en La Paz y en las ciudades de Santa Cruz y Cochabamba. Su precio es de 89 bolivianos. La editorial no descarta la posibilidad de una edición digital, pues, por ser la primera traducción en castellano americano, es requerida en Sudamérica. 

“El texto ya se mandó a Colombia con una impresión de 1.500 ejemplares. El éxito se debe a la interpretación del castellano americano, ya que, por lo general, la obra fue traducida, en años pasados, en castellano peninsular (la que se habla en España). Además, éste es el primer texto transcrito al castellano en Bolivia”, enfatizó Frías.

El prestigioso escritor es reconocido por sus trabajos de traducción del idioma griego al castellano como La Odisea de Homero, La Apología de Sócrates, El Critón de Platón y Antígona de Sófocles. También tradujo del latín al español los clásicos La ancianidad de Cicerón, La amistad del poeta Quinto Horacio Flaco, La Epístola a los pisones, más conocida como Arte poética romana.

30 años transcurrieron desde que se realizó la última traducción de La Odisea.

89 bolivianos es el precio de  La  Odisea. Se encuentra en las principales ciudades del país.

El paceño Mario Frías Infante, nacido en 1934, es lingüista y traductor. A finales de la década del 60 se destacó como cultor y expositor de lingüística estructural, cuando esta corriente se extendió en la enseñanza de colegios secundarios de Bolivia. El también periodista fue uno de los fundadores del periódico La Prensa,  subdirector de Última Hora y columnista de La Razón. Actualmente es director de la Academia Boliviana de la Lengua. Dictó clases de gramática histórica, lenguaje, latín y griego clásico en la UMSA y fue docente en la Universidad Católica San Pablo de La Paz. El literato afirma que su próxima traducción será La Iliada de Homero, la cual se encuentra en etapa de revisión.

miércoles, 3 de julio de 2013

Importante reedición de la obra de Salvador Benesdra

Con firma de Carlos Godoy, la revista Brando publicó el siguiente artículo en razón de la nueva edición de El traductor, de Salvador Benesdra (foto), publicada por la editorial Eterna Cadencia.

Salvador Benesdra: una mente brillante

Salvador Benesdra nació en 1952 en Buenos Aires. Fue el hijo menor de una familia de clase alta dedicada al comercio de zapatos. De niño no habló hasta después de los 3 años –lo "normal" es más o menos antes del primero– y fue toda su infancia tartamudo. Cuando descubrió la lectura, también descubrió el insomnio prematuro: podía pasarse varias noches sin dormir para terminar sus libros. En la preadolescencia, luego de leer las obras completas de Lenin, inició su militancia en el Partido Obrero y a los 15 años convenció a su profesor de literatura de que se afiliara. Entre esa época y el comienzo de su carrera universitaria fue cuando estudió y aprendió los siete idiomas que hablaba con fluidez. Al momento de su muerte, estudiaba el octavo: japonés. Cursó la carrera de Psicología y la terminó en dos años. Durante la dictadura, se exilió en Francia con su pareja –Mirta Fabre–, y luego de que le extrajeron las glándulas paratiroides en una operación de rutina, tuvo su primer brote psicótico. En 1982 volvió a Buenos Aires y fue cuando empezó su carrera periodística en varios medios, como analista político y económico. Disfrutaba el periodismo y veía la redacción como un espacio para desarrollar el pensamiento. Con la profundización del modelo neoliberal menemista y su intensa actividad sindical, los brotes psicóticos volvieron con más frecuencia, siempre bajo la misma idea: una inminente invasión extraterrestre que pretendía robarse el Obelisco. 

Si Salvador Benesdra les parece un tipo raro, falta agregar que era un gran nadador, un excelente bailarín de salsa y que escribió la novela modernista más importante de la literatura argentina, junto con el Adán Buenosayeres, de Leopoldo Marechal.  La novela se llama El traductor y es un largo texto autobiográfico que trata de dibujar o mapear –en el contexto de la caída del muro de Berlín– cómo es que funcionaba la mente de Salvador Benesdra ante los eventos de su realidad intelectualizada. Ricardo Zevi, el protagonista y álter ego de Benesdra, es una mente paranoide que lee los acontecimientos desde las propuestas teóricas de los autores que más resuenan en su formación humanista: filósofos, sociólogos, escritores, pedagogos. A su vez, se ve enredado en una historia de amor patológica con una evangelista salteña a la que convence de que abandone su religión. Así, la narración avanza sin tropiezos con una prosa barroca y magnética a lo largo de casi 700 páginas. Si el traductor –Ricardo Zevi- es Benesdra–, entonces se ha de suponer que Turba, la editorial para la que trabaja, es la redacción del diario Página/12, donde Benesdra era redactor. El clima caótico de la flexibilización laboral y el mundillo del asambleísta asalariado es el apocalipsis generacional del libro. Un mundo en el que rápidamente lo que hasta hace un instante se consideraba nuevo ya es algo obsoleto, y una nueva categoría de novedad trae consigo una nueva idea de modernidad. 

El traductor fue finalista del premio Planeta de 1995 (en 1994 ni había llegado a esas instancias). Benesdra insistió en un par de editoriales más y finalmente, luego de que le dijeron que no era un libro para el mercado, guardó el manuscrito en un cajón y empezó a escribir otra cosa. En 1996 su familia y amigos decidieron hacer una edición paga de la novela en Ediciones de la Flor; la tirada rápidamente se agotó y empezó el mito. 

El año pasado, la editorial palermitana Eterna Cadencia reeditó este libro junto con otro inédito de Benesdra: El camino total. Un texto de autoayuda. Si leemos el subtítulo, que es "Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio", podemos pensar que está hablando, desde una zona no ficcional, de los mismos temas que El traductor. Bien, el libro es una compilación de técnicas, reflexiones y consejos para las personas con problemas depresivos. Movilizado por la rentabilidad de los libros de autoayuda, sus estudios en meditación, psicoterapia, genética, y por la acumulación de "brotes psicóticos", decidió escribir –mientras avanzaba con los primeros capítulos de El traductor– un libro que lo acompañara. Que hablara de sus procesos humanos más íntimos despojados de la construcción de autor que hay detrás de cada novela. Así es como debe leerse El camino total y así es como debe entenderse El traductor. Como un libro autoritario que necesitó de otro pequeño e intimista para consolidar su monstruosa autoridad. Dos libros que hablan de una personalidad dividida, extasiada, y a la vez preocupada, que ya no puede con lo que su cabeza le dicta. 

Salvador Benesdra presentía, tal como los epilépticos y demás enfermos neurológicos, la aproximación de una nueva crisis. Por eso es que el 1 de enero de 1996 abandonó la playa uruguaya en donde estaba descansando, escribiendo, para volver a su departamento de Barrio Norte. Hizo un llamado a la clínica psiquiátrica en la que solía internarse para que le reservaran un espacio, pero luego lo canceló. Salvador Benesdra saltó el 2 de enero del piso décimo de su departamento en la calle Solís, unos meses antes de que su novela fuera publicada. En una carta que dejó a su hermana decía que no se sentía mal, que estaba muy bien, que de hecho estaba demasiado bien. 

La apuesta editorial de Eterna Cadencia, al presentarnos estos dos volúmenes que componen lo que sería la obra completa de Benesdra, es la de mostrar no solo un libro de cualidades asombrosas, sino también la personalidad de cualidades asombrosas que escribió el libro. 


martes, 2 de julio de 2013

"No se trata del texto"

En la revista Ñ del sábado 29 de junio pasado, la periodista Silvana Boschi  reflexiona sobre el valor agregado que poseen los libros editados en papel. Reproducimos a continuación esa columna.

Los adoradores 
del objeto libro

Todos los que se toman demasiado en serio la discusión sobre si el libro digital será la sentencia de muerte del libro en papel, parecen olvidarse de un grupo multitudinario de personas, habitués de las librerías de viejo, atesoradoras de obras leídas y en lista de espera, hurgadoras de herencias familiares con el mismo entusiasmo con que otros se lanzan sobre los saldos bancarios. Son los adoradores del objeto libro.

Porque no se trata sólo del texto, que obviamente se puede leer en cualquier formato, en las viejas fotocopias, en e-book o hasta en un celular. Se trata de los otros significados del objeto libro. Si mi abuelo italiano leía La divina comedia, ¿habrá allí algún pasaje que me permita conocer a ese hombre que murió antes de que yo naciera, algunas anotaciones, alguna página subrayada que me cuente qué lo conmovía?

Cuando de adolescente fui a aprender encuadernación, elegí un ejemplar de Las mil y una noches que nos leían en mi casa. Alisé las puntas, descosí los cuadernillos, los emparejé y rebané con una guillotina, les hice nuevos surcos con una sierra fina, pasé por esas hendiduras varios hilos embadurnados en cola y forré las tapas con papel marmolado. Después, las puntas y el lomo con una cuerina bordó.

Encuadernar ese libro, que todavía conservo, fue una forma de acariciar sus historias, acunarlas y protegerlas. ¿De qué? ¿Del paso del tiempo? ¿Del olvido? ¿De la edad adulta?

Dice Sartre en una edición de 1964 de Las palabras, que compré en una librería de viejo: “Empecé mi vida como seguro la acabaré: en medio de los libros (…). No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires; sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas”. No me imagino a Sartre decir: “Empecé mi vida como seguro la acabaré: en medio de los e-books ”. Tal vez esa locura de los adoradores del objeto libro sea lo que finalmente lo ponga a salvo del olvido.

lunes, 1 de julio de 2013

"Un español de peor calidad, comprensible, pero secundario"

Desde Barcelona, la imprescindible Marietta Gargatagli nos manda una columna donde habla de libros, traducciones y librerías, y que mucho le agradecemos. 

Laie

Este texto podría llamarse: “Uso de las librerías” y aventurar el argumento de que la felicidad se oculta en un libro que nadie compra porque lo distrae el olor a café que viene del bar de al lado. O podría llevar como título “cuidado con los libros” fundiendo en negro aquella frase de Katherine Mansfield “cuidado con la lluvia” y la observación de una amiga que no cree que los libros deban estar en los dormitorios porque esa ebullición de ideas interfiere en el sueño mucho más que las ondas electromagnéticas o los iones negativos que son bien conocidos por lo peligrosos. Y también podría llamarse “los cadáveres enterrados en el jardín resulta que estaban vivos” porque de golpe uno descubre como novedad libros flojísimos que fueron éxitos cuando todavía volábamos por cielos ignotos esperando que la cigüeña nos descubriera al fin o porque en las mesas como distraído y disimulando aparece de repente un Losada editado en Buenos Aires. Losada de Buenos Aires. Un Chejov (de Alejandro Ariel González) del que ya un lector se apresuró a escribir: “Es una buena edición, aunque en algún momento se note que está traducida por escritores hispanoamericanos y puede chocar alguna expresión.” Genial. Frente a algo que leí los otros días en un trabajo académico parece casi un elogio: “De hecho, desde España se sigue percibiendo el español de América (por poner una sola etiqueta a todas las variantes del español de los distintos países hispanohablantes), como un español de peor calidad, comprensible, pero secundario.”

La cuestión, se llame como se llame lo que estoy escribiendo, es que estas ideas asomaron en Laie, la librería con nombre de diosa pagana de la calle Casp de Barcelona, en cuyo restaurant comí una vez con Nicolás Rosa que fue un gran amigo en la convulsionada Rosario de los años setenta y al que recuerdo, como si lo viera ahora, hablando, fumando y caminando, sin inmutarse, por los pasillos conventuales de la Facultad de Filosofía mientras a nuestro alrededor caían las bombas. Era el decano.

La librería estaba desierta por la hora y entró una mujer para hojear y preguntar el precio de una de esas novelas baratas convertidas en el último best-seller hispánico. Mejor que la señora no hubiera entrado. Antes, librerías como Laie no tenían esos libros, quizá no necesitaban de la mala literatura para vivir. Ahora sí. En el comienzo de la catástrofe económica que vive España los libros parecían baratos —eran un ocio barato como ofensivamente decía la prensa— y estaban al alcance de todo el mundo. Ahora no. Subió el iva, el 52 % de los jóvenes, los lectores por excelencia, está sin trabajo y no parece momento para inversiones literarias. Es una lástima que los que pueden comprar ofendan con sus preguntas: para eso ya están los grandes almacenes de libros del Paseo de Gracia donde, entre Louis Vuitton y Tiffany, hay galpones agobiantes con empleados mal pagados que descargan su tristeza y su ignorancia sobre los que entran: ese público no leyente al que los conglomerados con sede en Barcelona o Madrid alimentan con sus imaginaciones industriales y la habitual mezcla de plagios y pavadas.

En Laie no hay empleados malhumorados, sencillamente está Luis, al que conozco desde hace muchos años y del que sólo sé que es una persona encantadora y que sabe sabe sabe. En otros siglos, Luis hubiera sido un tribuno destacado al que el senado romano hubiera liberado de sus tareas para que se dedicara exclusivamente al grato placer de salvaguardar la memoria, la belleza o cualquiera de las cosas que tienen importancia en este mundo. Ahora está por suerte en la sede de Casp donde recomienda libros usando sólo las palabras necesarias o no usando ninguna que es como de verdad se habla de la literatura. Compré todo lo que me recomendó y lo vi dubitativo frente a la versión completa de À la recherche du temps perdu de Gallimard en papel arroz que quise llevar. Es el Proust de La Pléiade sin notas ni prólogos, también es un volumen contundente para leer en casa mientras el mayordomo lo sostiene y te va pasando las páginas. Lo compré porque Luis opinó, sin mayores comentarios, que el libro no iba a romperse jamás.

Y ahora pasemos a los consejos. Me limitaré a dos breves obras que son una representación reducidísima de las treinta o cuarenta o quizás más editoriales independientes españolas que existen ahora. La primera de ellas es una plaquette que salió recién: Paisaje sudafricano de J.M. Coetzee, Editorial Días Contados, traducción de Carmen Francí, lindo diseño en color gris e ideal para leer en una plaza con las tipas amarillas en flor. (Las trajeron de Buenos Aires para la Exposición Universal de 1929 y ahora hay 4.000 tipuanas —nombre local— por los parques de Barcelona muy bien adaptadas porque nadie chocó contra su acento ni los otros árboles las consideraron un árbol comprensible pero secundario.)

Para que el libro de Coetzee guste —a mí me pareció lo más interesante leído en mucho tiempo— uno tiene que haberse preguntado alguna vez si Sudáfrica o África corresponden a los tópicos del locus amoenus europeos sobre los que reflexionan los dos viajeros del siglo xix, tema del libro, que recorren esos espacios. Carmen Francí traduce con suavidad y sin gritarle al lector que está del otro lado del Atlántico, lector o lectora que en su versión más remota observó, como se dice en aquella extraordinaria novela picaresca La historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, que los conquistadores hablaban a los gritos. También en otros países, como en la Argentina, la gente grita. Pero se gritan entre ellos y no a través de los libros. Y escribir sin tener en cuenta que se trabaja para una industria editorial exportadora o deslocalizada (hay 168 filiales de editoriales españolas en América Latina, 35 sólo en México) es poner alaridos en el papel. Será difícil que esta traducción de Coetzee sea vendida fuera de Barcelona: pero sería lo mejor que podría pasar.

La otra recomendación que quiero comentar se llama Diario de 1926 de Robert Walser, traducción Juan de Sola, editorial La uÑa RoTa. También breve, también apacible, el libro repite aquella reflexión genial de Walter Benjamin: “la gente de Walser son como personajes de cuentos de hadas una vez que la historia llegó a su fin; esos personajes deben vivir ahora en el mundo real”. Curiosamente, la cita es de J.M. Coetzee en un largo artículo en The New York Review of Books llamado “El genio de Robert Walser”. El Diario de 1926 no es quizá una escritura que recordaremos el resto de nuestra vida, sin embargo, contiene párrafos que nos hacen apartar los ojos del libro, decir ahhhh, mirar hacia la nada y oír como esas palabras nos golpean en el cerebro o en el corazón  lo que sí recordaremos toda la vida con o sin paisaje de tipas alrededor.

La editorial La uÑa RoTa de Segovia compartió stand (aquí caseta) en la última feria del libro en Madrid con Capitán Swing, Automática y Adriana Hidalgo. Capitán Swing es también una editorial interesantísima de la que tengo varios libros, entre ellos una formidable historia de la clase obrera de Inglaterra de E. T. Thomson, excepcional lección de literatura a domicilio, de la que hablaré en otro momento. Autómática merece ser investigada y Adriana Hidalgo no necesita presentación. La uÑa RoTa cuenta entre sus traductores a Miguel Sáenz y como casi todas las otras experiencias de editoriales independientes (aunque hay excepciones) tiene más que ver con los libros del pasado que con los del futuro. No porque se editen otra vez libros como el de Thomson o Memorias de un cineasta bolchevique de Dziga Vertov que había publicado Labor en 1974, con traducción y prólogo de Joaquim Jordà; porque incluso las novedades parecen venir de esos años. No me extrañaría nada que también volvieran los lectores. Los lectores de aquel libro que quedó al borde de su cintura muerta en aquel día, antiguo, lento y colorado de Vallejo.