miércoles, 3 de marzo de 2021

Oscar Wilde ensayista, considerado desde España



El siguiente es un viejo artículo firmado por Susana Lozano, oportunamente publicado en Hieronimus Complutensis, n°9–10, 2002/2003, revista del Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores de la Universidad Complutense de Madrid. Se centra en la traducción de los ensayos de Oscar Wilde al castellano, pero omite las traducciones latinoamericanas que, incluso para los años contemplados, eran previas a las españoles. De los traductores latinoamericanos, apenas nombra al argentino León Mirlas, sin especificar su nacionalidad. A pesar de estas objeciones, vale la pena leer de qué trata esta reflexión.

“El modernismo en el posmodernismo: Consideraciones acerca de la traducción de Oscar Wilde al español actual”

Es sorprendente que la obra ensayística de Oscar Wilde apenas haya sido traducida al castellano, algo que resulta todavía más llamativo si lo comparamos con el considerable número de traducciones que a lo largo de todo el siglo XX se han hecho de sus obras de teatro y de sus cuentos. Pero lo auténticamente insólito es el que en los albores del siglo XXI se haya producido un interés tan grande por dos de los ensayos de Wilde que haya llevado a tres editores a publicarlos en diferentes ediciones madrileñas en menos de dos años.

En el año 2000 aparece la primera de estas traducciones de La decadencia de la mentira realizada por María Luisa Balseiro con la editorial Siruela, y en el 2002 otra de Luis Martínez Victorio con la Colección Bilingües de Base de la editorial Langre, traducciones ambas de una obra que vio la luz en inglés en el año 1889.

También en el año 2000 Espasa publica en castellano la obra El crítico como artista traducida por León Mirlas, e inmediatamente después, en el 2002, aparece otra traducción de este mismo ensayo en este caso realizada por Luis Martínez Victorio también con Langre. Dos traducciones de una misma obra que fue publicada originalmente en 1890, y de la que sólo contábamos hasta ahora con una traducción –la de una primera edición de Espasa aparecida en 1968 también de Mirlas–.

¿Qué puede justificar el enorme es fuerzo que supone el que unas obras apenas traducidas en un siglo, sean publicadas dos veces en menos de dos años?

Sólo la calidad de la segunda traducción, la realizada por Martínez Victorio y publicada en una edición bilingüe por la editorial Langre.

Los aspectos que determinan el interés de estas obras retraducidas en 2002 son varios y de diferente índole, y todos juntos consiguen que estas dos traducciones tengan un peso específico frente a las realizadas anteriormente.

LAS TRADUCCIONES DE MARTÍNEZ VICTORIO

Por un lado, objetivamente el publicar una edición bilingüe de cualquier obra traducida ya supone una enorme ventaja sobre la que no lo es, ya que ofrece al lector la oportunidad de comparar a golpe de vista el texto original y la versión que nos ofrece el traductor, proporcionándole un doble disfrute: el de la versión traducida y el de la original, estableciéndose así una virtual conversación mental entre el autor, el traductor y el propio lector, lo que indudablemente lleva a una lectura mucho más rica y profunda del texto –a veces por identificación y otras por oposición con la traducción propuesta–. Algo que sería deseable en cualquier lengua –unos pocos lectores conocedores en alguna medida de la lengua original ya justificaría artística e intelectualmente la edición bilingüe–, pero en el caso de las traducciones de la lengua inglesa resulta no sólo deseable cualitativamente, sino también cuantitativamente por el gran número de personas que actualmente tienen el inglés como segunda lengua.

Por otro lado, en este caso contamos con una traducción realizada por un auténtico especialista. Un traductor que no sólo conoce profundamente las dos lenguas con las que ha trabajado, sino que también es un experto en el autor de los textos que él ha traducido. Lo que constituye un indudable garante de las interpretaciones propuestas del texto original, ya que su traducción está profundamente arraigada en toda la obra de Oscar Wilde, en el conocimiento que Martínez Victorio tiene de su producción artística y de su pensamiento, por lo que su versión de estas dos obras de Wilde está contextualizada sutil y razonablemente.

Esta condición –la de especialista en un autor–, sin embargo, no siempre es suficientemente valorada. Probablemente por mero pragmatismo tanto de las editoriales como de los propios traductores –muchas veces abocados a aceptar la mayor parte de lo que se les ofrece–. Una situación que no debería darse por el mismo motivo por el que para realizar una traducción especializada –medicina, informática, tauromaquia, etc.– habitualmente se intenta contar no sólo con un profundo conocedor de ambas lenguas, sino también con un traductor que además sea también especialista en la materia, conocedor del estado de la cuestión y de los entresijos comunes en los que se sumerge el texto específico que ha de traducir. Un traductor capaz de leer entre líneas en el idioma original y de escribir también entre líneas en la versión que nos ofrezca, recogiendo no sólo lo que el texto dice sino también, en la mayor medida posible, lo que no dice. Algo que en el caso de autores como Oscar Wilde es imprescindible para poder llegar a atisbar su pensamiento.

LA ADAPTACIÓN DE UN REGISTRO TONAL

La traducción de estas dos obras escritas a finales del siglo XIX en Inglaterra al español del siglo XXI plantea serios problemas de adaptación, ya que no sólo supone traducir ideas y palabras de un autor riguroso en la elección de cada término utilizado, ambiguo y paradójico, y cuya prosa rezuma un humor sutil y crítico, sino también la traducción de una forma de hablar intencionadamente artificiosa en una época a su equivalente en la nuestra, ya que este vehículo de expresión elegido por Wilde está cargado de significado, y no conseguir traducir este registro tonal supone traicionarlo.

Wilde articula su pensamiento en estos dos ensayos a través del diálogo entre dos dandis muy cultos que debaten sobre el arte, la crítica, la verdad y la mentira. Sobre lo que es y lo que parece. Esta forma dialogada, muchas veces irónica, quita severidad a lo que hubiera sido un discurso crítico en primera persona, y confiere un cierto carácter espontáneo a los textos, lo que les hace parecer fáciles, ligeros. Y nada más lejos de la realidad, ya que esta espontaneidad es sólo aparente, no tiene nada de improvisación, y constituye una paradoja más dentro de estos dos ensayos: la de servirse de un vehículo ligero para tratar un material de profundo calado.

Además, el lenguaje utilizado por los aristócratas protagonistas de ambos diálogos es un lenguaje imposible. No es un lenguaje realista ni verosímil es lo que podríamos llamar intencionadamente artificial. Y ésta es quizá una de las grandes dificultades de la traducción. ¿Cómo traducir ese diálogo culto, profundo y paradójico, pero aparentemente ligero y artificial, expresado en un lenguaje coyuntural en plena Inglaterra finisecular, a un diálogo dentro en castellano actual, adaptado a nuestro entorno semántico, sin ser ni arcaico ni vulgar? ¿Cómo trasladar el registro de la modernidad inglesa al de la posmodernidad castellana? ¿Cómo marcar artificialmente un lenguaje para que parezca espontáneo pero a la vez no lo sea y consiga transmitirnos esa cualidad paradójica inherente formal y conceptualmente a Oscar Wilde?

Martínez Victorio aunque no intenta modernizar el texto, con la traducción minuciosa que hace de las palabras y de los conceptos de forma consistente, y con la profunda comprensión que manifiesta del pensamiento wildeano, logra este objetivo.

Otra de las dificultades que ofrece el estilo de Wilde es la frecuente concatenación de palabras. Por ejemplo, varias palabras seguidas terminadas en -ly en inglés pueden tener cierta musicalidad, pero en castellano su equivalente (-mente) repetido sucesivamente, produciría un efecto de monotonía y pesadez, algo que elude Martínez Victorio a través del uso de perífrasis que a veces le llevan a párrafos excesivamente largos que finalmente simplifica, evitando así que la profusión de palabras enmascare el concepto que encuentra su forma idónea en la sencillez gramatical y estructural de la lengua inglesa. En este sentido, la redistribución que de algunas comas (,) y punto y comas (;) hace el traductor resulta una eficaz solución, traduciendo con ello no sólo palabras, registros y conceptos, sino también la sintaxis inglesa a la sintaxis castellana. Si bien, siempre de forma mesurada y prudente en extremo, respetando, por ejemplo, los puntos y aparte (.) del autor, lo que nos permite acercarnos estructural y limpiamente desde el castellano al pensamiento wildeano y comprender sus razonamientos en las expresiones formales (párrafos) de lo que el autor del texto original considera ideas completas.

Con todo esto Martínez Victorio logra en gran medida imprimir a las frases en castellano un ritmo más rotundo del que obtendría si dejara a la traducción seguir su vuelo libremente, sin tener en cuenta estos márgenes autoimpuestos, en un difícil equilibrio entre la libertad de traducción y la fidelidad rigurosa al texto, sin perder nunca de vista en la traducción de los elementos mínimos el carácter global del texto, negociando continuamente a lo largo de toda la traducción entre la extensión de las frases traducidas al castellano y el ritmo y la rotundidad que se desprende de las frases originales en inglés, inevitablemente siempre más cortas.

Sin embargo, formalmente, el traductor suprime en todos los casos el uso arcaizante que Wilde da a las mayúsculas presentes en algunos nombres comunes en inglés. Por ejemplo, en el texto original se habla de Truth, Life, Nature, mientras que en la versión traducida aparece verdad, vida, naturaleza. Algo que a veces puede resultar discutible, como en .. . whüe Life –poor, probable, uninteresting human life– tired of repeating herself. .(La decadencia de la mentira 88), que pasa a ser . . . mientras la vida –la pobre, previsible e insulsa vida humana–, cansada de repetirse a sí misma . . . (89), donde se pierde el matiz que propone Wilde entre la vida con mayúsculas y la vida con minúsculas.

Otro dilema lo ofrecen algunos términos de paradójica traducción como Persons al comienzo de los diálogos, traducido adecuadamente por Personajes; o la palabra Romance, traducida sistemáticamente por fábula –p. ej., en Facts are not merely finding a footingplace in history, but they are usurping the domain of Fancy, and have invaded the kingdom of Romance. (La decadencia de la mentira 84), traducido por Los hechos no sólo se están afianzando en la historia, sino que están usurpando el dominio de la imaginación y han invadido el reino de la fábula, (85), donde no sólo confirmamos la adecuación de la traducción del término mencionado sino también una correcta traducción de las comas–.

Ambos ensayos están además cuajados de citas y títulos de obras en griego, alemán, italiano, francés... indudablemente desconcertantes para el lector inglés desconocedor de estas lenguas. Martínez Victorio acertadamente las mantiene en su idioma original dentro del texto traducido al español, produciendo el mismo efecto de mosaico fragmentado, a veces inaprensible, que tiene el texto inglés. Si bien, los títulos o citas de obras inglesas sí son traducidas al español (p. ej., en El crítico como artista 148–9). No obstante, Martínez Victorio, en aras de la comprensión total del texto traducido, da cumplido detalle del significado de los insertos escritos en lenguas extranjeras dentro de las obras en inglés en las Notas al final de ambas traducciones. Una información preciosa y costosa, a la que hay que añadir la proporcionada en las Introducciones a los dos ensayos escritas ambas por el propio traductor, donde encontramos claves definitivas para la comprensión del texto, claro objetivo final de cualquier traducción que se precie.

CONCLUSIÓN

Estas traducciones así adquieren el rango de paradigmáticas no sólo por las consideraciones metodológicas referidas anteriormente que culminan en las rigurosas versiones castellanas de ambos textos elaboradas por Martínez Victorio, sino también por la presencia de diferentes elementos paratextuales que apoyan la traducción otrora desnuda del texto, paliando así la ineludible traición que toda traducción conlleva –no olvidemos la sombra negra que pesa sobre la traducción que tan justa y brevemente expresa el proverbio italiano "Traduttore, traditore"–.

Estos elementos paratextuales son tres. En primer lugar, la presencia de los textos originales en paralelo con el textos traducidos, en segundo, las prolijas Notas del traductor al final de las obras traducidas, y, por último, las profundas Introducciones, también escritas por el traductor, que anteceden a las traducciones presentando a las obras.

Indudablemente, todo esto es costoso, intelectual y económicamente, para el traductor y para la propia editorial que acomete tal esfuerzo, pero la consistencia y la calidad final de las traducciones lo justifican sobradamente. Como reza otro proverbio, "todo lo que merece ser hecho, merece ser bien hecho".

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