Ya se ha hablado en este blog a propósito de la campaña de marketing montada alrededor del libro que, con la firma –probablemente no con la escritura– del ex presidente de Argentina, se distribuyó en las últimas semanas en el país (ver entrada del 16 de marzo de este año). Se hablaba allí de un falso escándalo, cuya base estaba en las condiciones de venta a las que las grandes multinacionales someten a las pequeñas librerías. Acaso por ello, el pasado 19 de marzo, con firma de Milena Heinrich, la agencia TELAM publicó el siguiente artículo a propósito del funcionamiento de las librerías independientes. En su bajada se lee: “La polémica alrededor de la decisión de algunas librerías de no vender Primer tiempo, vino a recordar que una librería independiente por tradición, por interés propio o por cantidad de metros cuadrados hace un recorte, una curaduría artesanal de los libros que elige vender. Télam dialogó con distintos libreros para conocer cómo arman ese catálogo y cuáles son las ventajas de poder elegir qué libros vender”.
Pequeñas y medianas librerías: una oferta con equilibrio entre lo artesanal y lo comercial
En el foco de atención desde hace unos días por las decisiones curatoriales de sus catálogos y en algunos casos impugnadas frente a sus posicionamientos públicos, las pequeñas y medianas librerías pusieron en el tapete el valor diferencial de este tipo de comercios, impulsados por una dinámica que combina la selección de sus dueños en relación con las demandas de sus clientes y el caudal de novedades, sobre un trasfondo netamente cultural: difundir el libro, la literatura y el pensamiento.
El discurso de la supuesta cancelación que derivó del anuncio de un manojo de librerías que anticiparon su decisión de no vender Primer tiempo, el libro que acaba de publicar el expresidente Mauricio Macri, tomó ribetes insólitos, de la campaña al monotema desproporcionado. Pero también expuso la enunciación que implica decidir un catálogo de venta: una librería independiente por tradición, por interés propio o por cantidad de metros cuadrados hace un recorte, una curaduría artesanal de los libros que elige vender. Todo no entra y la singularidad hace a la idiosincrasia.
Es que a diferencia de la esfera de comercios desvinculados de las industrias culturales este rubro tiene un origen más de apego que mercantil, aunque una cosa no quita la otra. No se puede sobrevivir sin ventas y las librerías lo saben porque están atravesando severas dificultades con un 2020 que registró en algunos meses facturación cero, más una caída del consumo que se disparó hace cinco años, junto a los aumentos de servicios. Desde La Red del Libro se calcula que con los cierres quedaron no más de 1000 librerías en pie de las casi 1600 que integraban la oferta del sector.
“Nadie abre una librería con un fin meramente mercantilista. Para hacer plata hay negocios más rentables. Mismo las grandes cadenas comenzaron con una pequeña librería. En mi caso, la elección del catálogo fue mutando porque inicialmente solo quería libros que me gustaran y con el tiempo fui sumando los que me pedía el barrio, como la sección infantil que no pensaba tener y hoy es lo que más vendo”, dice Federico de la librería Mendel, ubicada en el barrio porteño de Palermo.
Como advierte la librera Carolina Silbergleit, de Mandrágora, en el barrio porteño de Villa Crespo, si bien este tipo de comercios se rigen “con reglas distintas a las grandes cadenas, no hay un criterio uniforme”. Algunas se enfocan en dar lugar a proyectos similares y atender a temáticas de género, disidencias y feminismo como Mandrágora, o La Coop que es un colectivo de editoriales independientes; mientras otras apuestan por un abanico representativo del sector o se orientan a las ciencias sociales como Caburé, pero en todas prima la razón de ser de la profesión: sugerir, recomendar, invitar con nuevas lecturas.
En este sentido, Carlos Morón, que hace 42 años está al frente de Casa del Sol junto a su compañera Vicky, una librería ubicada en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, reconoce una doble función: “una comercial y otra cultural que van de la mano. Todos los libreros hemos dejado muchas cosas en el camino porque nos apasiona esta profesión. Sin ninguna duda, tener una librería de barrio es muy particular y tenemos que abastecer los libros que requieren nuestros lectores pero también sugerir y promover la lectura, que es nuestra función principal”.
Para Silbergleit “por lo general el público que se acerca viene con una búsqueda que es afín a los materiales que ofrecemos” pero cuando eso no ocurre se implementan otros mecanismos para dar con el libro. “De ninguna manera vamos a decidir qué lee o no lee alguien. Tampoco es que sostenemos, no somos una biblioteca y es nuestro medio de vida. Yo elijo qué libros conforman mi catálogo formalmente pero después hay un montón que me piden y los encargo. Sí obviamente intercambiamos lecturas, sugerimos, pero en última instancia no decidimos qué lee la gente”.
En opinión del librero Daniel Bucciarelli, de Librería Superior de Río Cuarto “la elección del catálogo es resultado de la interacción entre el librero y los lectores. Por ejemplo, hace unos años en la Feria del Libro un youtuber sobrepasó ampliamente al Premio Nobel que nos visitaba ese año. En este caso el librero podría optar por no incluirlo en su catálogo por un posicionamiento estético debido a su escaso o nulo valor literario pero otra postura es incluirlo no sólo por un interés comercial sino por respeto a los miles de jóvenes interesados en leerlo”.
“Cuando me inicié como librero, hace algo más de treinta años, aprendí rápidamente la importancia de no juzgar las preferencias y aceptar que se puede pensar distinto y que hay que respetar las diferencias de opinión. La promoción del libro y la lectura no debe tener condicionamientos”, agrega el responsable de la librería cordobesa, que también ofrece presentaciones, entrevistas y otras actividades.
¿Qué variables pesan a la hora de definir la composición de la oferta y en qué medida la elección de determinados títulos o temáticas pesa sobre la decisión de excluir otros? En el caso de Mandrágora “el catálogo es móvil” pero “una premisa es dar visibilidad y trabajar con editoriales independientes porque creemos que es coherente con nuestra propuesta de ser una librería independiente trabajar con proyectos que también lo son”, así como también “tener materiales que nos gustan, en un sentido amplio. Materiales que nos parecen interesantes, materiales que hemos leído o que leeríamos. Nuestro trabajo es personalizado, artesanal y establecemos vínculos con las personas que vienen a comprar”.
“Nuestro valor diferencial -dice por su parte el responsable de Mendel- es que podés encontrar algunos libros que no encontrás en las grandes superficies. Y ahí es donde reside la importancia del catálogo. Es totalmente respetable que alguien decida no vender algún libro. Simplemente porque el autor le cae mal o porque en una cena le volcó el vino. Una cosa es censurar y otra muy distinta dejar que otras librerías vendan esos libros que no tenés ganas de vender. No todos los restaurantes tienen el mismo menú”.
En esa línea ejemplifica sus decisiones la librería Caburé, ubicada en San Telmo, cuyo enfoque se concentra “en las ciencias sociales y en la filosofía, entonces el catálogo está construido desde allí, con un interés por el pensamiento argentino y latinoamericano. Las editoriales que centralizan nuestro catálogo son aquellas que privilegian esas temáticas, siempre desde una perspectiva emancipatoria”, como explica Luciano Guiñazú, uno de los socios junto a Matías Rodeiro, Leonardo Costaneto y Alejandro Boverio.
Guiñazú explica que conciben a la librería como una “comunidad de lectores pero también de escritores. En última instancia: como una comunidad de pensamiento. Por eso, al margen de ofrecer libros al público, generamos cantidad de reuniones, presentaciones y jornadas culturales que persiguen el fin de darle espacio y lugar a esa comunidad. A ello se suman los talleres muy direccionados al perfil que tiene la librería, los que empezamos este año los dictan Horacio González, Daniel Santoro, Alejandro Boverio y Florencia Abadi”, cuenta.
“Nos gusta pensar que somos una librería 'de editoriales' y que nos especializamos en edición independiente latinoamericana. Pensamos la curaduría de nuestro catálogo desde la idea de que los libros no son sucesos aislados, sino que forman parte de un sistema mayor que ayuda a darles sentido”, define Hernán Brignardello de La Coop, que nuclea a varios sellos independientes.
“Creemos que esa también es una buena forma de orientar a los lectores y lectoras: del mismo modo que se puede elegir el libro de un autor o autora porque nos interesan sus enfoques estéticos, éticos o políticos, también se puede optar por leer el catálogo de una editorial”, explica.
Por eso define su trabajo “en un porcentaje bastante amplio” como ”una tarea militante” porque “abogamos por la circulación de libros que no logran tener presencia en los anaqueles de muchas librerías”, lo que “no quiere decir que no busquemos ganar dinero con lo que hacemos, porque necesitamos que nuestro proyecto subsista y, en la medida de lo posible, se expanda. Pero creemos que la mejor manera de hacerlo es siendo fieles a nuestra idea de que hay una enorme producción literaria independiente o alternativa que no siempre tiene una circulación lo suficientemente extensa, y nuestra intención es ampliarla lo más posible”.
Morón, que además integra la Red del Libro, sostiene que una llave para reconocer el perfil de la librería está en las vidrieras y en lo que exhibe: “Las librerías podemos decir a través de nuestras vidrieras qué es lo que queremos y qué es lo que pensamos de la cultura. Cada librería tiene su perfil y eso es muy fácil de ver: no todas son iguales, todas se caracterizan por algo en especial. Los libreros somos muy cuidadosos con nuestras vidrieras porque ahí está la selección del catálogo y los temas que presentamos”.
Y algo similar piensa el responsable de Mendel, para quien “cada librería tiene muy clara su identidad aunque pocas veces sabe explicarla. La identidad es lo que muestra la vidriera, las mesas, los libreros, la forma de comunicar. No creo que tenga mucho que ver con los libros en particular sino cómo forman un todo. La identidad de una gran superficie es muy visible, desde el tipo de iluminación hasta el tamaño de las pilas de bestsellers”.
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