El pasado 21 de marzo, Ana Clara Pérez Cotten publicó en la página de la agencia TELAM un artículo a propósito del papel que cumplen los agentes literarios en la actualidad. Se completa con algunas opiniones de editores.
Agentes literarios, entre la complicidad con los autores y los vínculos complejos con las editoriales
Intermediarios entre los autores y los editores, a veces, y confidentes o consejeros, otras, los agentes literarios son parte de la cadena de producción, participan en la conversación creativa que implica la edición de un libro, se especializan en el arte complejo de tallar la imagen de los autores y de impulsar giros en una trayectoria ascendente, como ocurrió con la escritora Louise Glück, cuyo agente apostó a un cambio drástico de sello para obtener mayores ganancias luego de la visibilidad que le dio el Nobel de Literatura.
La figura del agente forma parte de una rica tradición inaugurada por la española Carmen Balcells –que tuvo un rol decisivo en la proyección literaria del escritor colombiano Gabriel García Márquez– pero que a lo largo del tiempo ha dado lugar también a intervenciones más controvertidas, como la que recientemente protagonizó el estadounidense Andy Wylie cuando alentó a Glück a abandonar el sello Pre-textos, que había apostado a ella cuando era una ignota poeta, por un contrato más ventajoso en la editorial Visor.
Según las prácticas afianzadas del mercado editorial, los riesgos los corren los sellos independientes mientras que los grandes conglomerados aparecen cuando una obra o su autor han sorteado el anonimato para situarse en el umbral de un probable éxito de ventas, una lógica que en este caso evaporó la lealtad hacia el editor que apostó sostenidamente a Glück y alentó al agente de la poeta, Andrew “El Chacal” Wyle, a buscar una nueva casa editora al mejor postor, que resultó ser Visor.
Si bien en la Argentina el rol aparece diluido porque es asumido por otros actores de la cadena, muchos escritores recurren a los servicios de profesionales que, con sede en Europa o Estados Unidos, se dedican a asesorarlos, a representarlos y negociar sus derechos. “El agente es elegido por el escritor para ocuparse de la mejor difusión de su obra. Dependiendo de qué agente y qué escritor, hasta donde llega el alcance de esa relación, desde comentar ideas hasta conseguir que sus novelas lleguen a las librerías, y si es posible, al cine o la televisión”, define en diálogo con Télam Guillermo “Willie” Schavelzon, exlibrero, exeditor y fundador de la agencia literaria Schavelzon-Graham, que desde Barcelona representa la obra un centenar de autores, entre los que se encuentran Claudia Piñeiro, Martín Kohan, Gioconda Belli, Ricardo Piglia y María O'Donnell.
Para Pau Centellas, presidente de la Asociación de Agencias Literarias de España y agente en la agencia Silvia Bastos, lo más complejo es hacer coincidir los intereses de los autores con los de los editores. “O dicho de otro modo: convencer a los editores de la conveniencia para su editorial de publicar la obra de un autor”. Acepta que, si el autor se lo pide, la participación del agente enriquece al proceso: “Hay obras que han cambiado considerablemente tras la lectura de un agente. Dicho esto: el mérito es únicamente del autor, pues también es suya la potestad de aceptar o rechazar las sugerencias o comentarios que le hace el agente”.
“Un agente tiene que tener visión estratégica y saber anticiparse un poco. Una carrera literaria se construye de a poco y con cada libro; hay que saber proyectar a futuro”, considera María Lynch, fundadora de la reconocida agencia Casanovas & Lynch en Barcelona, que representa a Mariana Enríquez, María Gainza, Pola Oloixarac, Martín Caparrós y Federico Andahazi.
Para Lynch, el agente forma parte del primer eslabón en el proceso creativo: ”Es quien escucha por primera vez la idea o proyecto de un libro y acompaña durante el proceso de escritura. También es el primer lector, y esa primera lectura es muy delicada porque todas las expectativas están puestas en ella”. La participación de esta agente literaria en el proceso depende del autor.
“En algunos casos leo varias versiones de un manuscrito y acompaño la edición. En otros, apenas sugiero cambios; a veces participo en la planificación previa a la escritura, otras sugiero títulos, cubiertas...”, apunta.
Sandra Pareja es una de las agentes de Massie & McQuilkin, con sede en Nueva York, pero hasta 2020 trabajó en Casanovas & Lynch. “Llevaban a muchos autores argentinos y me ocupaba de los derechos al extranjero. María Sonia Cristoff fue la primera autora que fiché. Encontré uno de sus textos en una antología chilena y también me atrajo su perfil más secreto. Devoré toda su obra en cuestión de días porque era sólida y siempre interesante. Mi segundo fichaje fue Roque Larraquy, siendo 'La comemadre' un libro viral entre mis amigos lectores”, cuenta Pareja.
Desde Massie & McQuilkin, representa a Pablo Katchadjian y Mariana Travacio. ”Por estos cuatro autores siento una profunda admiración y estoy convencida de que dejarán huella en la historia de la literatura argentina y en el mundo que la lee”, sostiene. Le gusta sentir que estimula la creatividad de los autores, que los apoya y acompaña.
“Creo que, en la época digital, más que el tamaño del mercado, pesan las distancias geográficas. Por lo menos hasta el año pasado, un agente viajaba mucho. Estar lejos es muy costoso, en dólares y en esfuerzo”, arriesga Schavelzon pero remarca que una agencia también requiere de ciertas condiciones macroeconómicas para su desarrollo. “Argentina necesita más lectores. Mejor dicho: que la gente pueda comprar más libros. Todo lo demás puede estar en cualquier parte. Hoy importa poco dónde está geográficamente una agencia, lo que importa es su mirada internacional, su saber leer, su saber hacer, y como decía antes, poder hacer”.
En los últimos años, las editoriales han explorado cómo asistir a los autores que no tienen agente. Si bien muchas veces las oficinas que desde la editorial representan al escritor no funcionan porque niegan la contradicción de intereses entre las partes, los protagonistas advierten que, como con todo en la vida, la cuestión es más compleja.
“Hace falta una figura del agente más local, dentro de la editorial o que los representen desde afuera. Que busquen lugares y nuevos contratos para la literatura argentina”, reconoce Paola Lucantis, editora de ficción desde 2015 del sello Tusquets, y coincide con que esa ausencia se debe a que es un trabajo que requiere de una gran inversión de tiempo y dinero.
Lucantis cuenta que, en la práctica, los editores muchas veces hacen un acompañamiento y derivan las cuestiones administrativas y contables a la oficina regional correspondiente. “Después de la publicación de 'Las malas', recibí distintos países por la obra de consultas de editores de Camila Sosa Villada y algunos finalmente llegaron a contratar los derechos y otros compraron los derechos para la producción audiovisual”, relata. Otras veces son los scouts (cazatalentos), los traductores y otros editores los que identifican un catálogo y ubican al editor para ver cómo publicarlos.
Con la experiencia de los años y sin subestimar su oficio, Schavelzon coincide en que en la práctica los roles suelen superponerse. “Las grandes editoriales tienen en sus equipos a editoras y editores inquietos, que muchas veces engañan a sus propios jefes, que son financieros, porque quieren publicar libros de calidad. Y lo logran. Navegando entre literatura y mercado sigue habiendo lugar”.
Para Maximiliano Papandrea, fundador y editor del sello Sigilo, el triángulo autor-agente-editor está en pleno proceso de cambio. Al esquema ortodoxo (cuando un autor recurre a un agente) y al de la editorial que asume y ejerce el derecho de traducción, se suma ”el modelo asociativo” en el que las editoriales se relacionan con agencias. “Tenemos una asociación con la agencia Indent y cuando contratamos un autor sin agente, los representa Sigilo en sociedad con Indent. Cobramos el mismo porcentaje que pediría una agencia, pero lo repartimos entre las dos partes”, cuenta Papandrea. Indent tiene sede en Nueva York y representa a muchos de los autores de la nueva camada latinoamericana: Luis Chaves, Guadalupe Nettel, Luis Sagasti, Pedro Mairal y Eduardo Halfon.
Ese esquema de representación fue el que usaron para que los derechos de traducción de Cometierra de Dolores Reyes se vendieran a Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Polonia, Turquía, Suiza, Grecia, Noruega, Brasil y Portugal.
Más allá de las configuraciones que asuma el triángulo, Papandrea cree que hay algo en la esencia misma aquello que se intercambia, los libros, que hace que las fronteras se disuelvan: puede tardar más, pero los buenos libros siempre están circulando.
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