"Anagrama publica una antología del ensayista neoyorkino, seleccionada por él mismo, que ofrece una generosa muestra de su obra en traducción de Aurelio Major." Eso dice la bajada de la reseña publicada al último libro publicado por Eliot Weinberger, firmada por Ignacio F. Garmendia, el pasado 30 de marzo, en El Diario de Sevilla, de España.
El espejo de Weinberger
En el ámbito del ensayismo contemporáneo, el nombre de Eliot Weinberger es sinónimo de una renovación que se distingue por la singularidad de su enfoque panorámico y por su voluntad de asimilar el género, sin merma de la sustancia narrativa, a una suerte de poesía en prosa –y a veces también en verso– donde el vuelo lírico rehúye las expansiones sentimentales. A primera vista, puede parecer que el autor se limita a ejercer de compilador o comentarista, pero conforme nos familiarizamos con su escritura se va advirtiendo la intención y el sentido de su método acumulativo, de modo que la voz aparentemente invisible se trasluce a través de una mirada peculiar que imprime a su obra un tono característico. Reputado traductor de Borges, Huidobro y Octavio Paz, con quien mantuvo una larga relación que se inició cuando Weinberger era un joven hippie, formado al margen del mundo académico en la contracultura de esos años, el ensayista neoyorkino no forma parte del mainstream de los autores de referencia en Estados Unidos, pero ha sido leído con atención en Europa donde su estilo –que algo recoge de los tres latinoamericanos mencionados: la erudición festiva, el afán experimental y el conocimiento de las tradiciones orientales– goza de elevada consideración entre muchos lectores devotos.
Articulada en cinco secciones de las que las dos primeras y las dos últimas contienen catorce piezas, con la tercera como vórtice del conjunto, esta selección de Ensayos elementales, realizada por él mismo y traducida para Anagrama por el editor y poeta Aurelio Major, a quien debemos entre otros títulos de Weinberger las versiones españolas de Rastros kármicos (Emecé, 2002), Algo elemental (Atalanta, 2010) o Las cataratas (Duomo, 2012), ofrece una generosa selección de textos ya publicados a la que se allegan otros hasta ahora inéditos. La estructura, afirma el autor, que recomienda “abrir el libro al azar”, reproduce en su remedo circular la de un “mandala simplificado” que incitaría igualmente a la meditación, aunque por fortuna carece de propósito adoctrinador y se diría inspirada, como el resto de su producción no política, por una concepción a la vez crítica y hedónica de la historia de la cultura. Los ensayos se remontan a su primera entrega, Invenciones de papel, cuya versión española apareció en las prensas mexicanas de Vuelta, la emblemática revista de Paz, y llegan hasta el reciente Dos escenas americanas, traducido por el propio Major para Kriller71 Ediciones, donde el poema aquí incluido ("Un viaje por el río Colorado") comparte protagonismo con otro de Lydia Davis.
La sorprendente variedad temática de los ensayos remite a la tradición del enciclopedismo, pero no es la mirada racional y típicamente ilustrada la que guía un empeño que no se agota en la descripción ni se acerca con fastidiosa condescendencia a las culturas ajenas. Tienen también algo las prosas de Weinberger de gabinetes de maravillas, sólo que los tesoros recogidos no se muestran, por así decirlo, ordenados en vitrinas, sino insertos en un discurso que fluye de manera libérrima y adopta por lo mismo un rumbo impredecible. El viento, los sueños en distintos pueblos y épocas, la primavera, la música del desierto, los tigres, el martirio de una cristiana de Cartago, las visiones de la India antes del descubrimiento de las Indias Occidentales, el taoísmo, los lacandones de la selva de Chiapas, el verano, la legendaria vida de Mahoma, los nombres y formas del azul, los espectros de los pájaros, el otoño, los libros zoroástricos perdidos, el rinoceronte, las variaciones sobre la piedra en diferentes culturas, Empédocles, el invierno, la historia de Adán y Eva, el hielo de Groenlandia, las montañas o las estrellas, son sólo algunos de los motivos tratados. Uno de los capítulos, ya célebre, el titulado El Sáhara, consta de una sola frase: “Las patas de los camellos dejan en la arena huellas de hoja de loto”.
Usando de una escritura precisa y pulcra que no recurre a los adornos para seducir, ágil en lo formal y densa en el contenido, Weinberger guía al lector a través de tiempos sucesivos o superpuestos que lo transportan a los vastos dominios de Occidente y Oriente, la India, China o el Japón, pero también a las culturas no euroasiáticas, abordadas en textos rítmicos y fragmentarios que transmiten un exotismo incisivo, exento de complacencia. Sus heterodoxos informes son los de un sabio que derrocha inteligencia y sensibilidad, además de una finísima ironía que es, junto a la desnudez antirretórica, otra de las marcas de su sello. Erraría quien pensara que sus estimulantes recorridos apuntan a una sofisticada forma de arqueología literaria. Hablando de realidades tan distintas y a menudo tan distantes, el objeto de sus inquisiciones no es otro que la experiencia humana en su diversidad casi infinita, expresada a través de una red de conexiones y analogías en la que podemos mirarnos como en un espejo.
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