Juan Gabriel Vázquez |
Una charla con Juan Gabriel Vázques
Sobre el arte de traducir
–Usted tiene una
idea diferente a la de Umberto Eco, que decía que un texto traducido es una
suerte de prótesis.
–Entiendo lo de Eco: la traducción es una
prótesis porque nos prolonga o subsana nuestras carencias. Llegamos mediante la
traducción a lugares adonde de otra forma no llegaríamos, ¿no? Pero yo prefiero
la idea musical de interpretación: el traductor tiene una partitura, el texto
original, y la interpreta como mejor pueda, más adagio o más allegro. No todas
las traducciones de Madame Bovary son
iguales, como no son iguales todas las sonatas para piano de Beethoven: depende
un poco de quién toque
–¿Cuál es el objetivo del traductor?
–El objetivo no es captar la belleza de las palabras originales,
sino reproducirla en la lengua de destino, inventar una música análoga y unos
ritmos análogos y una ficción análoga. Se trata de que se pierda lo menos
posible. En prosa es posible a veces que no se pierda nada, o que lo que se
pierda sea poco importante. Lo que uno hace, como me dijo una vez Javier
Marías, es cabalgar sobre el texto: encontrar un uso de la lengua española que
le permita montarse sobre el texto original e ir con su paso, a su ritmo,
imitando sus efectos. La satisfacción del traductor es la misma que la del
escritor: ocurre cuando uno mira la página y se dice: “Ya no sé cómo se puede
hacer mejor”
–El traductor es un lector que
abre una puerta hacia una dimensión desconocida, buscando descifrar el texto.
Usted aterrizó al español El corazón de las tinieblas. ¿Cómo fue su experiencia con Conrad, África y el viaje interior que
propone este texto?
–Había leído tantas veces
el libro, que pensé que traducirlo iba a ser como pasear por un parque
conocido. No fue así: nadie lee tan bien como un traductor, ni siquiera el
lector reincidente, y yo descubrí en los rincones secretos de El corazón de las
tinieblas cosas que no había visto nunca. Siempre he dicho que la traducción es
la mejor escuela de escritura: ver tan de cerca los procesos de Conrad, las
decisiones estéticas que toma, la manera de construir una frase o una escena...
Todo eso es impagable. Descubrí también que la traducción de mi admirado Sergio
Pitol, eufónica y bella, comete de todas formas algunos errores, y espero
haberlos subsanado de la mejor forma posible.
–¿Usted, que también es ensayista,
ha reflexionado sobre el arte de traducir?
–Di una conferencia una vez frente a un grupo de traductores y la
publicaron en Cromos. Se llama “El
traidor traicionado”, pero no sé si la pueda encontrar fácilmente. Aparte de
esto, escribí un ensayo sobre mi traducción de Hiroshima. El ensayo aparece en un
libro mío, El arte de la distorsión.
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