FOTO: Paulo Slachevsky |
A modo de corolario de "Diagnóstico, posibilidades y perspectivas de la traducción literaria en Chile", unas palabras de Pola Iriarte, su tenaz organizadora, quien con su trabajo ha plantado un poderoso antecedente en su país.
Palabras finales
Para
nadie que ejerza el oficio de traductor (literario) es un misterio que se trata
esta de una actividad solitaria, en la que el traductor o traductora debe
lidiar individualmente con el texto, acompañado/a de más o menos herramientas
materiales o virtuales y guiado/a fundamentalmente por el instinto, las
vivencias, los recuerdos de lecturas pasadas, las numerosas dudas y las escasas
certezas.
En
un país como Chile, con una industria editorial relativamente pequeña, un IVA
del 19% al libro y una población con alarmantes índices de analfabetismo
funcional, la soledad del traductor se transforma en invisibilidad. Y es que pareciera
que en Chile nadie traduce literatura, ni poesía, ni narrativa, ni teatro, ni
filosofía. Y no es cierto. Lo que ocurre es que se trata de experiencias
aisladas, esfuerzos individuales de algunas editoriales que no logran
articularse en líneas de trabajo sólidas y sostenibles regularmente en el
tiempo. Hay algunas excepciones, es verdad, pero por lo mismo no logran romper
el cerco ni resonar mucho más allá. Recientemente, la traducción que Óscar Luis
Molina hiciera del Gran Gatsby para
Editorial Tajamar fue publicitada como tal de manera sorprendente en varios
medios de prensa. No tengo ninguna duda de la gran calidad de trabajo de Óscar,
sin embargo me atrevo a afirmar que si llegó a los diarios fue más por la
coincidencia con el entonces reciente estreno de una nueva versión
cinematográfica del libro de Scott Fizgerald que por el interés de la prensa
especializada de acometer una crítica a la traducción.
Y
fue a partir de esa sensación de inexistencia, que nos acecha incluso a los que
buscamos los intersticios para ejercer este oficio esquivo, que nació la
motivación por crear una instancia de encuentro para generar un diagnóstico y
reflexionar sobre las posibilidades y perspectivas de la traducción literaria
en Chile.
El
camino hasta el encuentro del 10 de junio de 2014 en la Universidad Diego
Portales no fue corto. Como suele pasar, muchos encontraban interesante,
necesaria, urgente incluso, una instancia de este tipo, pero de allí a reunir
los medios y convocar las voluntades concretas que se necesitaban para su
realización había una distancia considerable. También estaba el problema de
definir los contornos de una discusión que por incipiente (si es que siquiera
cabe el epíteto), planteaba un inmenso campo de posibilidades. Finalmente los
escasos medios financieros de que dispusimos junto a, debo reconocer, mis
propias preferencias, dieron forma a un encuentro de una (larga) mañana
centrado en cuestiones más políticas y gremiales que técnicas o teóricas.
La
convocatoria alcanzada fue muestra suficiente de que hay en Chile muchas
personas interesadas en esta discusión. A la Universidad Diego
Portales llegaron esa mañana unas sesenta personas, entre editores,
traductores, alumnos de la carrera de literatura creativa y escritores, y estoy
convencida de que con mayores medios se hubiera logrado una convocatoria aún
mayor.
Las
intervenciones del público y los comentarios de pasillo dejaron también en
evidencia que en Chile hay mucho por discutir en torno a la traducción
literaria, y que de haber habido capacidad de gestión y financiamiento, hubiera
sido muy bienvenido un encuentro que
hubiese considerado también otros aspectos que los que cupieron en la mañana
del 10 de junio.
Quedan
tareas pendientes, entonces, muchas, en realidad. Y seremos los propios
traductores literarios, junto a los editores independientes, a quienes nos
corresponda continuar con la posta. El primer desafío sería visibilizar a
aquellos que hacemos traducción literaria en Chile y generar una instancia que
nos permita establecer un diálogo constructivo para el futuro desarrollo de
nuestro trabajo. Otro gran actor, hasta ahora ausente en este debate, es el
sector gubernamental, que tendría mucho que aportar, específicamente a través
de sus instituciones encargadas de las políticas culturales y del libro. Porque
a la hora de hablar de traducción literaria, no solo está juego la traducción al castellano (o al
chileno) de obras escritas en otros idiomas, sino también la traducción y
publicación de nuestros autores y autoras en otras lenguas.
Y
si este encuentro tuvo una significación, más allá de dar inicio a una
reflexión que esperamos encuentre continuidad, fue la de aunar voluntades y
generosidades a un lado y al otro de las fronteras chilenas. Las
institucionales desde ya, como las de la Asociación de Editores de Chile, el Goethe
Institut de Santiago, la
Universidad Diego Portales y el Fondo del Libro, pero también
las de los colegas traductores argentinos, mexicanos y chilenos que aportaron
comprometidamente a este debate.
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