jueves, 13 de junio de 2013

La literatura en cuya lengua escribimos

El 10 de marzo ¿de 1999 o de 2011? (la referencia en el sitio es confusa y, al fin y al cabo, poco importa), Ana Basualdo*, escritora argentina radicada en España, publicó la siguiente columna de opinión en El Trujamán. Vale la pena releerla.

Lectura de traducciones

En España se traduce, por suerte, de todo. No voy a referirme a la calidad de las traducciones: ese es otro tema, y tiene que ver —a veces— con el exiguo salario de los traductores. El tema es, en este caso, el efecto estético provocado por la lectura continua de traducciones; el tipo de cultura literaria que ese hábito continuado, casi imperceptiblemente, va creando
.
Cuando uno lee una novela (de la poesía, mejor no hablar) traducida no está leyendo exactamente un texto escrito en lengua «literaria» sino en la lengua neutra de la traducción: está leyendo, por rutilante que sea el traductor, casi una lengua muerta. Y no quiero decir que no haya que leer traducciones (qué sería de mí) sino que hay que leerlas sabiendo que nos será quizá posible captar la composición narrativa de la obra e innúmeros elementos trabados en ese plano, pero no su lengua literaria. Es como ver la foto de un cuadro, en blanco y negro e incluso en color: falta la materia. Por lo tanto —como lectores o escritores—, no podemos no leer literatura escrita en castellano. Sería algo así como un suicidio. Aun cuando la lectura continua de traducciones pueda provocar, filtrándose, un sutil e interesante extrañamiento (hay algún ejemplo grandioso de ese efecto) en el castellano que escribimos; aun así, hay que contar con la herencia: con la literatura en cuya lengua escribimos, y en todo género. De Berceo a Benet, de Sarmiento a Saer, de Arguedas a Rulfo, de San Juan de la Cruz a las letras de tangos.

*Ana Basualdo nació en Buenos Aires y vive, desde hace más de treinta años, en Barcelona. Trabajó como periodista en el semanario Panorama y, en España, en las revistas Triunfo, Destino, El Viejo Topo, Vogue, y en los diarios El País y La Vanguardia. Es editora de Autobiografía y diarios, de José Luis Cerveto (1978), y de Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), de Enrique Raab (1999), y autora del ensayo  Julio Romero de Torres (1980). Fondo de Cultura Económica ha reeditado recientemente Oldsmobile 1962 (2012).


miércoles, 12 de junio de 2013

Rodolfo Modern homenajeado

La Academia Argentina de Letras realizará un homenaje al poeta y profesor Rodolfo Modern, quien, además, es un gran traductor de literatura alemana, su especialidad.

La reunión será abierta por José Luis Moure, presidente de la Academia, a quien seguirán los académicos y escritores Rafael Felipe Oteriño y Antonio Requeni. El cierre estará a cargo del propio Modern, quien leerá algunos de sus poemas.

La cita sera en el Salón "Leopoldo Lugones" de la sede de la Academia (Bustamante 2663, C.A.B.A.), a las 18.30 hs. del jueves 13 de junio próximo.

martes, 11 de junio de 2013

El nuevo presidente de la Academia Argentina de Letras visita el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires

Con una claridad envidiable y una modestia a prueba de balas, José Luis Moure, nos visitó para explicar cuáles son las funciones históricas de la institución que preside, dejando asimismo entrever algunas de las posibles reformas que someterá al juicio de sus colegas y que, de considerarse positivamente, permitirán imaginar una nueva Academia, más funcional a las necesidades del país y al consenso con las otras academias de la región.

Quienes deseen enterarse de lo que sin duda fue una velada excepcional pueden hacerlo consultando este vínculo:
http://www.ustream.tv/recorded/34140105


José Luis Moure es Profesor en Letras, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y Doctor en Filosofía y Letras por la misma universidad. Desarrolló su carrera docente superior en la Facultad de Filosofía y Letras de esa universidad, donde inicialmente se desempeñó como profesor de Lengua y Cultura Latinas. En la misma casa accedió en 1985 por concurso al cargo de Profesor Asociado regular de Historia de la Lengua (ex Filología Hispánica), y en 2007, también por concurso, obtuvo el cargo de profesor Titular. En la misma Facultad dicta Dialectología Hispanoamericana y Lingüística Diacrónica. Fue becario de Iniciación y Perfeccionamiento del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), organismo en el que actualmente es investigador de carrera. Como becario del Servicio Alemán de Intercambio Académico realizó estudios en el Seminario de Estudios Orientales de la Universidad de Tübingen. Colaboró con el Atlas Lingüístico de Hispanoamérica dirigido por Manuel Alvar. Discípulo de Germán Orduna, se desempeñó inicialmente como becario de Iniciación y de Perfeccionamento en el SECRIT (Seminario de Edición y Crítica Textual, CONICET), institución que actualmente dirige. Es director la revista Incipit, única publicación dedicada a la difusión de trabajos de investigación referidos a la disciplina ecdótica. Integra el plantel docente de los cursos anuales de Alta Especialización en Filología Hispánica (Instituto de la Lengua Española, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de Madrid). Es coordinador del Centro “Juan María Gutiérrez” de la Lengua de los Argentinos en la Biblioteca Nacional e integra la comisión de la Academia Argentinade Letras que elabora el Diccionario del habla de los argentinos. Ha participado como expositor en numerosos congresos nacionales e internacionales. Fue profesor invitado en la Universidadde Cádiz. Fue director local de la Cátedra “Dámaso Alonso”, para la cual dictó cursos de especialización en Buenos Aires y en la Univ. de Montevideo. Ha dictado conferencias en las universidades de Valparaíso (Chile), Santiago de Compostela y Salamanca. Recientemente ha sido designado evaluador externo del programa de enseñanza de español de la Universidad de Hong Kong. Su área de interés se reparte entre la consideración filológica de la cronística castellana medieval y la dialectología hispanoamericana, con especial atención a la descripción y evolución del castellano en la región del Río de la Plata, tema sobre el que ha dirigido varios proyectos de investigación subsidiados por la Universidad de Buenos Aires. Es autor de numerosos artículos de su especialidad. Editó la Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco de Francisco de Jerez. Es co-autor del estudio introductorio de la edición de la Crónica del Rey Don Pedro de Castilla realizada por Germán Orduna, de cuya versión Abreviada prepara la edición crítica, así como la Crónica de Enrique III (en colaboración con Jorge Ferro). Es autor del estudio introductorio, edición crítica y anotación de El detalle de la acción de Maipú, sainete en lengua gauchesca de autor anónimo de 1818, según el manuscrito guardado en la Biblioteca Nacional Argentina y recientemente publicado por esta institución.


lunes, 10 de junio de 2013

Muchos traductores del latín la tienen adentro y no lo saben

El sábado 8 de junio pasado, el diario Página 12, de Buenos Aires, publicó sin firma la siguiente nota y entrevista con la traductora Gabriela Marrón. La bajada de la misma dice: “Surgida de conversaciones casuales entre traductores del latín, es la primera antología de ‘poemas incómodos’ de la antigüedad clásica traducidos al rioplatense”.

Una historia de la guarrada

“¿Así que ustedes leyeron ‘millares de muchos besos’/ y pensaron que yo era menos macho?/ La tienen adentro, sigan mamando.” Estos versos podrían ser de Diego de Verona o Catulo de Fiorito: el juego de palabras es de Gabriela Marrón, que acaba de publicar Habeas Corpus latín, sexo y traducción (Editorial VOX), la primera antología de “poemas incómodos” de la antigüedad clásica traducidos al español rioplatense.

Marrón, doctora en Letras y docente de Lengua y Cultura Latinas en Bahía Blanca, reivindica el ritmo poético de una de las frases más famosas de Diego Maradona y la emparienta con esos versos, los últimos del poema 16 de Catulo de Verona, que nació en el 84 a. C. y murió en Roma en el 54 a. C. La famosa frase de Diego Maradona, a la que Marrón separó en versos para abrir una de las secciones del libro, le sirvió para mostrar la vigencia y supervivencia de ciertas metáforas que atravesaron toda la historia de la cultura occidental, desde la antigua Roma hasta una conferencia de prensa por la eliminatoria de un mundial: “A los que no creyeron,/ con perdón de las damas,/ que la chupen,/ que la sigan chupando. Yo soy o blanco o negro,/ gris no voy a ser en mi vida./ Ustedes me trataron como me trataron,/ sigan mamando”. Un poema.

Marrón cuenta que las traducciones de Habeas Corpus aparecieron como uno de esos delirios de sobremesa que terminan concretándose: “Surgió de conversaciones con personas que han cursado latín en la UNS, con los que estábamos hablando en una cena sobre lo que se traducía y lo que no se traducía. Ahí me mencionaron un texto de Marcial que yo en ese momento no conocía y que es con el que comienza el libro”. Ese Epigrama 7, que hoy abre la sección “Conchasquidos” y en el que el poeta se queja por los ruidos que hace la vagina de su compañera, circuló por Internet, de muro a muro de Facebook, y entonces empezaron los pedidos por más traducciones voceadas (o sea, donde el peninsular “tú” estuviera reemplazado por el “vos”) y sin tapujos ni eufemismos, donde “me los voy a culear” no se tradujera como “os sodomizaré”. “El mercado editorial –explica Marrón– muchas veces condiciona la traducción. Se pretende que el texto llegue a la mayor cantidad de lectores y en esa búsqueda del lector ideal se pierden todos los lectores anclados reales. Estas traducciones surgieron para bahienses, bonaerenses o para porteños. Pero seguramente para el Chaco, alguien chaqueño podría hacer una mejor.”

Por acumulación y capricho, empezó a armar un corpus de textos que primero subió a un blog (www.guarradaspueticas.blogs pot.com) y con los que después armó una performance en la que ella leía los poemas en latín y María Elena Bonora, bibliotecaria y actriz, le ponía el cuerpo y la voz a la traducción en español. Cuando Gustavo López, el editor de VOX, la contactó y le propuso armar un libro, Marrón amplió la búsqueda y sumó a Ausonio, poeta cristiano del siglo IV d. C., al dream team de los latinos Catulo, Marcial (40-104 d. C.), Horacio (65-8 a. C.), Ovidio (43-17 a. C.) y Claudio Claudiano (370 d. C.-404 d. C.).

En ese momento se empezaba a debatir la Ley de Identidad de Género y junto al colectivo feminista Despertando a Lilith, Marrón hizo unas plaquetas con la traducción del Epigrama 76, donde Ausonio cuenta la llegada de un transexual (“En la campana Benevento, uno de los muchachos se volvió de repente una chica”): “La idea era mostrar que hay una historia de ciertas prácticas y que no necesariamente siempre en los textos hay sanción. El corpus empezó a correrse un poco de la guarrada, de la puteada, y comenzó a recuperar el lugar de ciertas prácticas que parece que fueran muy contemporáneas porque durante mucho tiempo se han desplazado de los espacios de discusión”. Por eso el gesto de la antología es doble: si como recurso legal el hábeas corpus reclama “poner el cuerpo a la luz para que sea visto”, este libro ilumina tanto a un registro del latín (muy lejano del único latín que suena hoy, el del Vaticano) como a las prácticas de las que ese registro daba cuenta hace más de dos mil años.

–¿Qué diferencia a estas traducciones del trabajo académico con los textos latinos?
–Yo quería hacer traducciones sin notas al pie. La traducción académica necesita la nota porque trata de ser lo más fiel al texto y ahí se hace toda la explicación cultural. Hay un ejemplo en el libro, en un epigrama de Marcial, donde él le dice a la mujer que quiere tener sexo anal con ella y que si quiere puede ser Lucrecia de día, pero de noche quiere que sea Lais. Para nosotros, ese significado de Lucrecia y Lais, que la primera es una figura casta famosa y la segunda una figura de prostituta famosa, es un código cultural que está perdido. El texto juega, y una forma de traducir eso sin notas al pie para mí fue poner “si querés podés ser Lucrecia todo el día, pero a la noche te quiero puta como Lais”. Precisé algo más, agregarle una palabra que no está puesta, pero está. Lo que yo elegí fue hacer una traducción analítica y no sintética de una palabra. Y en ese sentido, la edición bilingüe me saca presión, porque se puede ver el texto original. Lo que a mí me interesa es que el lector que no sabe latín pueda tener una experiencia estética propia sin nota al pie.

–¿Eran textos marginales?
–No, para nada. Era un género. Eso en Marcial está muy claro: el escribía epigramas y esos códigos eran los esperados en el género. El abre alguno de sus libros diciendo “que se alejen las matronas de este libro porque no es para ellas”. Lo que pasa es que la tradición recuperó ciertos autores y ciertos textos de esos autores. El cristianismo recuperó al Virgilio de La Eneida, y no al Virgilio de la égloga del amor entre los dos pastores. Hay un preconcepto de lo que es el clásico. Y hay ciertos textos que encajan perfectamente en eso, y los que no encajan se han borrado. A veces también se hacen recortes porque no se encuentra el lugar por donde traducir ciertos temas. En algunos casos no se incluyen, en otros se traducen a traición y es interesante ir haciendo ese recorrido.

–¿Cómo se detecta una traducción a traición?
–Muchas veces las palabras que aparecen en un texto aparecen también pintadas en un graffiti en Pompeya y en ningún otro lado más. Eso permite suponer que un eufemismo en la traducción no era el sentido original. Para traducir hay que incorporar un léxico de un campo semántico específico, pero en este caso si vas al diccionario Vox, que usamos todos los que trabajamos con el latín y que tiene matriz cristiana, hay palabras que directamente no están. Hay que ir al Oxford Latin Dictionary y ver la traducción en inglés, que también es bastante eufemística. Por ejemplo dice “órgano sexual masculino”, pero no dice dentro de qué registro se utilizaba. Si la palabra “caverna” se usaba como metáfora del órgano sexual femenino, yo no puedo poner “caverna” en una traducción, porque no se entiende. Entonces es una búsqueda permanente y en algunos casos sentís que te fuiste de mambo, que te fuiste más lejos que lo que el texto quería decir, y en otro, que no podés llegar tan lejos como el texto va.


viernes, 7 de junio de 2013

Una entrevista con la poeta y traductora uruguaya Circe Maia

Sandra López Desivo ha publicado en el suplemento cultural del diario El País, de Uruguay, la siguiente entrevista con la poeta y traductora uruguaya Circe Maia con motivo de la aparición de La casa de polvo sumeria. Sobre lecturas y traducciones (Rebeca Linke Editoras), volumen aparecido a fines de 2011, del que este blog ya se ha ocupado.

Las voces de la realidad

Contiene además traducciones de poesía, entre otros, de William Carlos Williams, Catherine Mansfield, Dylan Thomas, Ezra Pound, Elizabeth Bishop, Constantino Kavafis y Tito Lucrecio. Su vasta obra poética ha sido reunida en Obra poética (Rebeca Linke Editoras, 2010). Antes, en 1999, había traducido al castellano Medida por medida, de Shakespeare. Con su obra bajo el brazo llegamos a Tacuarembó, donde reside, a conversar con ella sobre aspectos de su obra, sobre poesía y también sobre traducción.

LA NECESIDAD DE VER BIEN.

--Alguna vez mencionó que su padre vio frustrado en usted su aliento por la pintura y la música. Sin embargo, su escritura está impregnada de sonido y de acercamientos a la plástica, por ejemplo, en poemas como "Klee" o "Paisaje de Arles. Van Gogh".
--En mi padre predominaba ampliamente el interés por la pintura, pero creo que sin duda exageré cuando hablé de "frustración". A él le gustaba también mucho la poesía. Todavía recuerdo su voz cuando nos leía, o nos decía de memoria "Los motivos del lobo", de Rubén Darío.

--Usted es profesora de filosofía, pero utiliza un lenguaje cotidiano para abordar la finitud del tiempo humano. ¿Cuál es la diferencia entre poesía y filosofía?
--Creo que el poeta piensa más por imágenes que el filósofo. Además, el poeta siente al lenguaje como el cuerpo del poema y esto hace que no pueda alterarse sin transformarlo en otro poema, mientras que una idea filosófica puede ser expresada de distintas maneras.

--Usted ha dicho "si no quedara muy pretencioso mostraría problemas filosóficos que están dados en mis poemas". ¿Por qué sería pretencioso?
--Porque parece que el autor quiere lucir sus conocimientos al citar filósofos y sus teorías. Pero, además, eso cambiaría el tono, la forma del lenguaje que quiero mantener.

--¿Cómo operan en su escritura la memoria y el recuerdo?
--La memoria es extraordinariamente selectiva. En los poemas, generalmente es una sensación única, visual, auditiva y aún táctil la que queda desprendida del resto y genera el poema.

--En su obra la contemplación es siempre fragmentaria. ¿Esto estaría relacionado con que hacemos --expresamos, escribimos-- lo que podemos?
--Sí, escribimos sobre lo que podemos percibir desde nuestra pequeña ventana. Aún lo imaginario es también fragmentario, siempre.

LO MUDO DETRÁS.
--Amir Hamed dice que en su poesía "confluyen el discurso fenomenológico de Edmund Husserl y la poética de suspensión del yo, que desaparece frente a los objetos, de Francis Ponge. (…) el yo no termina de retirarse, suele quedar en una actitud reflexiva, o dubitativa, dialogante".
--Qué bien está eso. Veo eso de que el yo no termina de retirarse. Sí, coincido plenamente, en especial con la afirmación de que hay una actitud dialogante y muchas veces dubitativa. La realidad me habla con muchas voces, a veces opuestas.

--Ponge señala que "Los poetas son los embajadores del mundo mudo", y en su obra se vive un juego permanente entre objetos y seres que entran y salen del silencio.
--Qué más querría que poder dar voz a un mundo mudo, pero no sé si lo logro. En eso siempre está la duda del grado de concordancia. Creo que no le damos voz del todo, que siempre va a estar lo mudo detrás, siempre va a haber un silencio detrás. Es la parte que está fuera del lenguaje y siempre va a estar. A veces es esa parte prelingüística. "Dar voz a un mundo mudo" me gusta más como la expresión de un deseo que como una realidad.

--Está el inquietante ojo opaco de "La pesadora de perlas" y el ojo frío que ya no es mirada de "Opacidad". Si escribir es, entre otras cosas, contemplar, ¿dónde se establece para usted la unión entre el ojo y lo contemplado?
--Si el que mira lo hace con un ojo frío, opaco, no percibe la obra de arte en realidad. Recién después de mucho pensar veo que esto es realmente lo que quiero expresar. No tiene para nada que ver con el arte puro y ajeno, tiene que ver con la importancia de la actitud del otro que hace existir la obra de arte, el que lee o mira el cuadro o escucha la música. Como la obra es comunicación, la actitud del que recibe es mucho más activa de lo que uno cree: si esa actitud encierra una mirada fría u opaca destruye la obra, no se la deja ser. La obra de arte es exigente, exige mucho más del que la contempla: hay que leer bien, hay que ver bien. Los dos poemas se refieren a la actitud errónea de la mirada.

--Las perlas se pueden pesar. ¿Se puede pesar la belleza?
--No, claro que no. Sin embargo, en un sentido metafórico, siempre estamos "pesando" en el sentido de estar juzgando los "pro" y los "contra" de todo, el más y el menos, no sólo de la belleza. En realidad, la imagen central del poema no es la de las perlas, sino la de la balanza, tan delicada, tan frágil en su equilibrio.

--En La casa de polvo sumeria, el texto homónimo relata la epopeya de Gilgamesh, y concluye que la poesía rescata al tiempo.
--Rescatar el tiempo... ¡Qué más querríamos! Pero eso es en realidad imposible. No hay operación literaria que pueda hacerlo. Lo máximo que logra la poesía, a veces, es iluminarlo parcialmente. Se trata del viejo problema gnoseológico de la relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento.

--¿Existe alguna relación entre la escritura y el polvo?
--No, más bien es al revés: la literatura ayuda a "desempolvar", un poco por lo menos, los hechos pasados, siempre inaccesibles.

DE LA TRADUCCIÓN.
--Usted es traductora de varias lenguas y seguramente conoce la expresión italiana "traduttore, traditore": el traductor traiciona.
--La traducción literal no se puede hacer, porque los mismos términos sugieren muchas veces algo distinto. Además, el ritmo y el tono de un poema son tan importantes como las palabras.

--Walter Benjamin establece que la función del traductor consiste en "encontrar en la lengua a la que se traduce una actitud que pueda despertar en dicha lengua un eco del original."
--Sí, me parece muy bien lo que dice Benjamin. El problema es que no existe ninguna fórmula para que ese "eco del original" se escuche.

--Circe es el nombre de una diosa y hechicera de la mitología griega que se enamora de Odiseo. ¿Existe alguna vinculación entre tener un nombre griego y aprender esa lengua?
--Cuando leí La Odisea lo que más me gustó de ese pasaje es que Homero se refiere a Circe como "la diosa de las lindas trenzas" y yo por aquel entonces usaba trenzas... Naturalmente mi nombre no influyó nada en mi tardío descubrimiento del griego moderno y sus grandes poetas.

--Gustavo Espinosa, ha escrito que La casa de polvo sumeria "hace sentido" y "construye puentes sobre un mundo roto".

--Me gustó mucho lo que escribió Espinosa. Ojalá fuera cierto.

jueves, 6 de junio de 2013

Sobre una traducción cordobesa de Mallarmé y otras yerbas

El siguiente artículo de Eugenia Cabral fue publicado en 2007 en Letras Uruguay Espacio Latino. Pone el acento fundamentalmente en la traducción de poesía en la provincia de Córdoba, Argentina, y ofrece una serie de datos poco conocidos para la mayoría de los historiadores de la traducción en el país a propósito de Agustín Oscar Larrauri, traductor de Stéphane Mallarmé.

La Traducción, en Argentina y en Córdoba

El ejercicio de la traducción de poesía, durante un cierto periodo en un determinado lugar, sugiere el grado de atención que los escritores han prestado a las transfiguraciones de la propia lengua en general y del lenguaje poético en especial y que han tenido en cuenta las sucedidas en otras lenguas. Los latinos traducían a los griegos al mismo tiempo que iban construyendo y perfeccionando el latín.

Si tomásemos datos empíricos del público lector de géneros de ficción en nuestro país advertiríamos que, generalmente, carece de competencia literaria bilingüe. Aquel interesado en la poesía que no fuere él mismo poeta o crítico literario rara vez la posee e, incluso, entre estos últimos es frecuente que falte o que su segunda lengua sea otra que la del autor a leer. En Argentina hallamos pocos lectores instruidos en el francés o el alemán y muchos en el inglés americano, un hecho político-lingüístico de importancia. Por lo tanto, la traducción pone en manos del lector masivo –sobre todo del muy joven o del no especializado- la posibilidad de penetrar en obras procedentes de lenguas extranjeras. De la calidad de la versión se nutrirá la calidad de la recepción. Para cubrir esa demanda, un traductor será antes que nada un lector calificado, adjetivo que se ganará por su bagaje de saber lingüístico y literario tanto como por la generosa actitud que lo lleva a instalar en su lengua materna producciones distanciadas del propio enclave cultural. Cuando Baudelaire tradujo a Poe lo estaba trayendo hacia una nueva concepción poética, el Simbolismo, diferente del Romanticismo que había engendrado la obra del norteamericano.

La traducción es vínculo extra-físico, trasciende la emoción puntual de una lectura. Lo que se pierde del contenido o de la forma en un poema al ser vertido de una lengua a otra es comparable a lo que se pierde en un cambio de domicilio: los hábitos se vulneran, las direcciones de las calles son diferentes, las caras de los vecinos no son familiares y, sobre todo, el acento con que se habla en esa comunidad es extraño a los oídos del recién llegado. Hay algo que no suena igual en la voz de los otros. Diferencias que, pese a su relevancia, son circunstanciales. En cambio, la lectura que un poeta realiza de un texto es central y puede devenir desbordante, pero nunca, marginal. Su lectura nada en el cauce del texto poético cuya mayor hondura se halla, como en los ríos, en el centro. Desde allí, puede que haga abrirse el cauce hacia las orillas, provocando un ensanchamiento de los bordes. Lo que un poeta no hace es leer desde una sola orilla o sólo desde la otra; ese tipo de acercamiento a un texto es el propio de los políticos, de los sociólogos y otras profesiones ligadas a éstos, cuyo interés en la letra es relacional. En otros términos, buscan establecer la relación del texto poético con “otras cosas”.  Por el contrario, un poeta dedica mayor atención a un poema en la medida que éste más le permita vincularlo con la poesía como absoluto, con los versos que él mismo hubiera deseado escribir o que siente que nunca podrá lograr.

La capacidad de reventar los bordes originales es la de superar limitaciones. Hablé de generosidad en el acto de traducción pero no de esa cualidad en su tinte de candor. Me refiero al carácter prolijo y prolífico, a la connotación de abundancia y amplitud de la traducción. Hablo de lucidez anímica y de agudeza intelectual. Por ejemplo, no es casual que los mismos traductores de los que se ocupa esta introducción fuesen también ensayistas. Baste citar de Enrique Luis Revol -titular de la cátedra de Literatura Inglesa en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. N. C., durante muchos años-, Panorama de la Literatura Norteamericana Actual (Editorial Assandri, Córdoba, 1945), La Tradición Imaginaria – de Joyce a Borges- (Taller Editor de la Universidad Nacional de Córdoba. 1971) y Pensamiento Arcaico y Poesía Moderna (Assandri); de Agustín Oscar Larrauri Mallarmé. Poeta símbolo. (Francisco A. Colombo, Bs. As., 1954) y de Enrique Caracciolo Trejo: Hawthorne, Melville y el pasado puritano (Dirección general de Publicidad, Ciudad universitaria, 1962. Separata de la Revista de la UNC, Segunda serie, Año 3, Nº 3, Julio-Agosto, 1962.). 

En Argentina, la traducción de poesía ha dado frutos en diversas estaciones y es una práctica que perdura en la actualidad. Durante el siglo diecinueve, los escritores y hasta algunos políticos de la denominada Generación del 80 la ejercían. Recordemos, entre otras, la versión de Divina Comedia realizada por Bartolomé Mitre.

En la etapa colonial, durante el primer periodo de establecimiento de los jesuitas, los clérigos escriben en latín. Dice el profesor Armando Zárate, en su Álbum Poético de Córdoba[1], que a José Manuel Peramás (n. Barcelona, 1732-m. Faenza, 1793) “se le atribuye el panegírico Laudation quinque, que consta de ochenta y siete páginas que integran cinco elogios poemáticos en honor de don Ignacio Duarte Quirós. De su pluma nacieron otros títulos en prosa y en verso: su poema latino De invento novo Orbe, el carmen épico Adveniente Faventian y, además, Carta a D. P. Bonneta, De vita et moribus sex y Annus Patiens, que viene a ser éste el mismo Diario del Destierro.”

Ya en la etapa de independencia nacional, Juan Cruz Varela (n. Buenos Aires, 1794- m. Montevideo, 1839) vino a estudiar a Córdoba donde traba amistad con el poeta local Juan Crisóstomo Lafinur. De él nos cuenta Armando Zárate: “Con su hermano Florencio padeció el tormentoso exilio y, al igual que Vélez Sarsfield, en el destierro se entregaron a la traducción de los poetas clásicos de la Antigüedad”.

En el medio local, durante el siglo diecinueve hubo principalmente dos autores: Juan Antonio Miralla (n. 1789, Córdoba, Argentina – m. 1825, Puebla, México), quien tradujo a Thomas Gray, Ugo foscolo y Charles Demoustier, y Martín Goicoechea Menéndez (n. 1877, Córdoba, Argentina – m. 1906, Mérida, México), quien tradujo a Verlaine.

Hacia fines de siglo, Córdoba fue insertándose en el panorama argentino de la traducción alentada, particularmente, por Carlos Romagosa (autor de la antología Joyas Poéticas Americanas, que incluye autores de habla inglesa) y su dilecto amigo, Leopoldo Lugones.

En el café L’Aiglon
Antes de la invención de Internet, la relación entre congéneres pasaba regularmente por medios físicos, pues los únicos medios existentes por entonces que podrían considerarse virtuales eran el teléfono y el teletipo. La carta y la cita personal eran los modos habituales de acercamiento, como ahora lo es el e-mail o correo electrónico. Para la cita entre amigos el lugar más apropiado era el café, lugar de expansión, de relajamiento de la disciplina social, adecuado para abundar en abstracciones, en teorías.
A comienzos de la década del cuarenta del pasado siglo veinte, el café “L’Aiglon”, en el centro de la ciudad de Córdoba, frente a la plaza San Martín, fue el elegido por un grupo de intelectuales y artistas para reunirse. Las tertulias semanales estaban conformadas por poetas como Agustín Oscar Larrauri y un amigo personal de éste: Jorge Celis, Marcelo Masola, Godofredo Lazcano Colodrero, los hermanos Alfredo y Emilio Terzaga y Enrique Luis Revol; también el pintor Tito Miravet, el escultor Nicolás Antonio Russo, el pianista Antinucci (hermano de la que fue primera mujer de Roberto Arlt) y el filósofo Héctor Raurich.

1940 había mostrado el espejo cultural europeo hecho astillas por la Segunda Guerra Mundial, tras la fractura infligida anteriormente por la Guerra Civil Española, operada a su vez sobre las roturas de la Guerra entre 1914 y 1918. La peste totalitaria había impregnado a países tradicionalmente productores de arte y literatura: España, Alemania, Italia, Rusia. Desde 1920, mientras las “vanguardias” artísticas se esforzaban por renovar lenguajes y concepciones y hasta terminaron sacrificando corporalmente a algunos de sus hijos en la muerte o el destierro para aportar a la república democrática, al socialismo o al anarquismo, paralelamente las oscuras nubes del totalitarismo se venían acumulando en el horizonte político. Y, luego, la tempestad se desató.

Época ya distante la de aquellos cuarenta en lo político, lo cultural y lo tecnológico tanto –hacia atrás- del Romanticismo (promotor programático de la traducción) como –hacia el futuro- de nuestro incipiente siglo XXI, es preciso reconstruir documental e imaginariamente sus olores, sus valores, sus temores. Córdoba era una ciudad de puertas adentro, renuente a la liberalidad de las costumbres cosmopolitas aunque apreciara sus ventajas. Los medios periodísticos consagratorios estaban instalados, invulnerables, en una Buenos Aires que, por entonces, quedaba muy lejos en función de las comunicaciones ordinarias. El intercambio cultural con la capital era de tipo extraordinario, sólo se tornaba habitual incentivado por la posesión de recursos económicos holgados que pudieran favorecer a algún ciudadano o por alguna circunstancia particular, como la que llevó a Lugones a las oficinas de La Nación, recomendado por Carlos Romagosa.

En Córdoba, todavía vivía “don Vicente Rossi (1871-1945), nuestro mejor prosista de pelea”, según Borges, quien era bien conocido por sus libros y genio guiador (Teatro Nacional Rioplatense, Cosas de negros y Folletos Lenguaraces). En Buenos Aires, el vanguardista Alfredo Brandán Caraffa, nacido en Córdoba, fundador de la revista “Proa” junto con Güiraldes y Rojas Paz, publicaba su libro de poemas Voces del Amor Inmenso (1943). Un año después muere -en Unquillo- Saúl Taborda  (2 de junio de 1944), el autor de Investigaciones Pedagógicas, quien había fundado la revista “Facundo”, con una interrogación amarga en el prólogo: “¿Recogeremos alguna vez la lección del héroe que duerme en el dolmen de Barranca Yaco? Hay un rumor de pasos en el yermo silente”...

De aquella época proceden la versión castellana de Un Golpe de Dados ofrecida por Agustín Oscar Larrauri y la de los Textos Egipcios, tomados del Canto CXXV del Libro de los Muertos, traducido al francés por J. C. Mardrus, a cargo de Marcelo Luis Masola, ambos por Editorial Mediterránea, dirigida por Larrauri. 

Acerca de tradiciones y de cambios
Los poetas se permiten a menudo desafiar a las costumbres y, al mismo tiempo, figura entre sus valores retomar tradiciones –especialmente desde que el Romanticismo lo planteara como programa-. La versión de  Un  Golpe de Dados conjuga ambos fenómenos. La tradición retomada es el rescate de textos arcaicos y el desafío a la costumbre imperante explica la conjetura que expondré a seguido.

Es de suponer que, en los años de gestación y nacimiento del nacionalismo peronista, el inefable poema de Mallarmé haya sonado extraño. Y... es que el centro de la cultura estaba ocupado por programas aplicables a los objetivos de la Nación Argentina, para el conjunto de la sociedad en esa etapa histórica. La poesía, escrita o traducida en el país, no era prioritaria (y nunca lo ha sido en la “agenda” de las sociedades modernas), aunque sí difundida con fines pedagógicos escolares. La prioridad del peronismo eran los planes de alfabetización y la formación educativa que permitiera integrar a los trabajadores a la producción industrial. ¿Cuestionable? Toda decisión política, por efectiva y benéfica que resulte para un país en un momento dado e incluso a largo plazo, puede ser discutible, pero también es inevitable. Al menos, lo es tanto como que el poeta, a la manera de aquel personaje de una película cubana, siempre cuando hay fresa pide chocolate. Siempre, al decir de Juan Larrea, está “Ailleur”, más allá.

Así, en medio del nacionalismo cuya propuesta era la busca de la identidad nacional, Larrauri oye la voz lejana del Mallarmé en su etapa de hermetismo (según algunas opiniones críticas) y Masola, la del Libro de los Muertos, proveniente de la antigua cultura egipcia. Pero ¿es que sólo se trataba de unos excéntricos con ganas de diferenciarse del contexto general en su país? Hay un tipo de facilismo sociológico que les enrostraría, a nuestros parroquianos de “L’Aiglon”, padecer de ese prurito de la clase media con respecto a los movimientos que permiten alcanzar un grado de injerencia gubernamental a las clases populares. Sin embargo, me parece que no es el caso.

Me parece que el caso es de quienes no se oponían a las conquistas populares en lo institucional y en lo económico, pero deseaban mantener la especificidad de tareas literarias tales como la traducción, la crítica y la investigación bibliográfica. Estas disciplinas componen un área que no siempre halla la vía concreta para integrarse a programas de formación pedagógica cuyo alcance comprenda las metas sociales de coyuntura, así como las investigaciones científicas a menudo no son aplicables a un fin inmediato (cura de enfermedades, por ejemplo) y, no obstante, amplían o profundizan conceptos que terminan siendo útiles a fines inminentes o producen descubrimientos invalorables para el desarrollo de una sociedad. Larrauri, en el citado Mallarmé. Poeta símbolo., de 1954, explicita demostrando la conciencia que tuvo de su situación de singularidad: “Hablar de un poeta, aunque sea de un alto poeta, es en nuestra época un acto que puede parecer una fuga, un escape de la realidad que nos presiona con sus pequeños o angustiosos problemas.” [2]

Claro, el problema es que si se buscan resultados políticos en efectivo y de contado, el saber de base (o de fondo) es inoperante; por ello, entre los oponentes a ese tipo de estudios y prácticas militan siempre los interesados en dividir para reinar. Todo aquello que no produzca réditos instantáneos a la política oportunista le parece improcedente, ya que la efectividad instantánea se consigue por medios propagandísticos y no por procesos literarios o científicos. En el seno del peronismo existían sectores que, antes de priorizar los objetivos generales del nacionalismo en un país dependiente de las naciones capitalistas más poderosas, buscaban la ganancia mezquina en lo cultural –aunque jugosa en el poder inmediato- que da el populismo. Por esa razón, la objeción de muchos intelectuales no se dirigía contra los postulados esgrimidos por el peronismo en cuanto a la defensa de la soberanía nacional ni de la independencia económica, sino contra esa miseria cultural de algunas facciones que entendían lo extranjero por excéntrico, lo antiguo por perimido, lo abstracto por ineficaz, reduciendo la cultura popular al folclorismo y el nacionalismo, al chauvinismo. Una contradicción que, con grandes modificaciones, todavía flota sobre la corriente de la historia argentina.

En ese opresivo hábitat cultural descrito a grandes rasgos, Larrauri toma la iniciativa en la labor -que luego proseguiría una extensa nómina de escritores- consistente en desplegar la traducción de poesía en forma permanente y amplia. Tomó la actitud de un fundador, no reconocido hasta ahora por su posteridad. Su versión de Un Golpe de Dados, de Stéphane Mallarmé, data de Octubre de 1943, publicada por Editorial Mediterránea –que dirigía el propio Larrauri-, en la colección La Mano Abierta, nombre que hace alusión al “sin abrir la mano / crispada”, del poema traducido. El ejemplo fecundó en la producción variada y constante del género, que todavía se puede constatar en la oferta editorial de Córdoba a comienzos de nuestro siglo veintiuno.  

Algunos pioneros  
Enrique Luis Revol publica Panorama de la Literatura Norteamericana Actual (Editorial Assandri, Córdoba, 1945), Pensamiento arcaico y poesía moderna (Editorial Assandri, Córdoba), y La tradición imaginaria –de Joyce a Borges (Taller Editor de la Universidad Nacional de Córdoba, 1971). Su tarea de traducción y crítica continuará en editoriales de Buenos Aires y de España.

Desde 1951 y a través de los años sesenta, Alfredo Terzaga dirige la colección “Campana de Fuego” para Editorial Assandri. Allí desarrollan la traducción el propio Terzaga (Iluminaciones, de Rimbaud;Himnos a la Noche – Cantos Espirituales, de Novalis), José Vicente Álvarez (Poemas, de Hölderlin; Poemas, de Stéphan George; Elegías de Duino-Sonetos a Orfeo, de R. M. Rilke), Enrique Caracciolo Trejo (Poemas y Profecías, de W. Blake; Los Poetas Metafísicos Ingleses del Siglo XVII), Carlos Fantini (Alcoholes, de G. Apollinaire.)

En 1961, Alfredo Martínez Howard y Maggie Howard de Martínez trasponen Doce Sonetos, de W. Shakespeare (Burnichon Editor). Otro nombre (y que se mantiene hasta nuestros días) es el de Blanca Ofelia Castillo, traductora del inglés (Toda la Gente que Nunca Tuve, de Herbert E. Francis, para Burnichon Editor, 1966.)

Durante la década del setenta, la producción de traducciones de poesía disminuye mucho y a comienzos de los ochenta prácticamente desaparece. Por lo menos, no es editada. El uso que he hecho del verbo no es sin intención: la conjetura de la pérdida, ocultamiento o destrucción de volúmenes inéditos o publicados no sería inadecuada. La represión, durante la dictadura militar instaurada a partir de 1976, podría ser la causante de que la traslación haya sido también una “desaparecida”, siguiendo el destino de 30.000 argentinos en esa etapa. La misma suerte corrieron -bajo la persecución y la censura ejercidas por el Tercer Cuerpo de Ejército de la zona centro del país- las revistas literarias independientes (salvo Laurel, durante una etapa) y las pequeñas editoriales. Un caso testigo es la muerte del editor Alberto Burnichon en el campo de concentración La Perla, la voladura de su casa y, en consecuencia, de su biblioteca. Algunos ejemplares de su sello se han conservado fortuitamente, dispersos en domicilios particulares.

Desde fines de la década del ochenta y a partir de los noventa, nuevos nombres se incorporaron a la actividad, y en ella subsisten: Susana Romano, Silvio Mattoni, María Calviño, Pablo Anadón, Esteban Nicotra, entre otros.

Acerca de la poética de Stéphane Mallarmé
El poema de Stéphane Mallarmé, “Un golpe de dados”, es una especie de “clásico de la modernidad”. Leerlo es intimidante, hablar de él lo es aun más, atento al prestigio en que la crítica literaria lo conserva embalsamado provocando un efecto desvinculante del lector habitual, quien busca una experiencia directa con la poesía. Es lo que ocurre con toda obra eminente. Una espesa barrera de opiniones especializadas nos separa del deleite de abordarlas. Empujados a esa posición, sólo cabe seguir el consejo de José María Valverde en su prólogo al Ulises de Joyce: simplemente... “leerlo”.

La dificultad objetiva para los lectores hispanohablantes al encarar la lectura de este poema radica en que su idioma original no es el español. La otra, subjetiva, es que pertenece a aquella etapa en la producción de Mallarmé que los críticos entienden por “hermetismo”. Para perfilar ese concepto -que constituye la supuesta valla específica que impide al lector franquear la lectura- he escogido citar a Lagarde et Michard, XIXe Siècle, precisamente por tratarse de una lectura usual durante el aprendizaje de la lengua y la literatura francesas en el caso de los hispanohablantes.

La concepción de los autores respecto de su “hermetismo” es la siguiente: “Hemos visto en Mallarmé practicar poco a poco una poesía cada vez más difícil, cada vez más hermética. Esta evolución se explica por tres razones principales: 1) una tendencia espontánea; 2) un esfuerzo consciente por hacer del verbo poético un lenguaje esotérico, sólo accesible a iniciados; 3) la naturaleza misma de esta poesía”.

El hermetismo se está entendiendo literalmente como esoterismo del sentido, a la manera en que los intérpretes de Hermes Trimegisto lo realizan intencionalmente para conservar la pureza del credo; no obstante, en el punto 3) señalan la posibilidad de que la veladura proceda de “la naturaleza misma” del poema. En otros términos, que las palabras puedan emerger así envueltas, ocultadas, per se y no mediante un “esfuerzo conciente” del escritor.

Otras características generales del lenguaje señaladas en la poesía de Mallarmé son “refinamiento y concisión”: “...una especie de preciosismo, el goce de lo sutil y complejo cuando no distorsionado (el ritmo de su prosa quiebra esta consideración); desdeña lo ordinario, lo banal. Por otra parte, gusta de la concisión y rehúsa explicar, desarrollar.”

El texto de Lagarde y Michard prosigue definiendo el concepto mallarmeano de la poesía como “lengua sagrada”, vale decir, continúa emparentándolo al texto religioso a expensas de la propia declaración de Mallarmé: “Sacerdote de la poesía, rechaza al profano su entrada al templo. En 1862, escribía en El Artista: ‘Toda cosa sagrada y que desee permanecer sagrada se envuelve de misterio. Las religiones se protegen al abrigo de los arcanos sólo develados al predestinado: el arte tiene a los suyos. A menudo he preguntado por qué ese necesario carácter se ha refugiado en un solo arte, el más grande. Hablo de la Poesía. Los pioneros entran con soltura en un maestro creador y, luego que existen poetas, no ha sido inventada para el alejamiento de los inoportunos, una lengua inmaculada, fórmulas hieráticas cuyo árido estudio ciega al profano...’. Por el contrario, la dificultad aguijoneará al iniciado.”

Citado por Larrauri, Mallarmé dice: “Antigua y muy vaga, pero celosa práctica, cuyo sentido yace en el misterio del corazón. Quien la realiza integralmente, se mutila.” [3]  El misterio poético en Mallarmé sería inherente a su pensamiento. Leemos en L. et M.: “...el hermetismo es para él una necesidad, la esencia misma de la poesía es misteriosa, inasible. No desea ni una poesía descriptiva ni una de ideas; traduce los conceptos en símbolos; en vez de nombrar un objeto trata de generar en nosotros la impresión y algo como el deseo de su presencia o el vacío de su ausencia.”

Notemos la afirmación que lo define como simbolista, escuela que en su ars poética comprende, entre otros aspectos, una renovación técnica en el texto. Lagarde y Michard se remontan al poema La Tumba de Edgar Poe, de 1877, donde Mallarmé propone un objetivo que acaso exceda a una poética para entrar en el dominio de la lengua en tanto sistema de alcance social: “Dotar de un sentido más puro a las palabras de la tribu”.

Previo a Un Golpe de Dados, la contribución de Mallarmé se verifica, especialmente, con respecto a la frase poética. “Como conserva el verso regular (hasta Un golpe...) adoptando voluntariamente la forma estricta del soneto, su  denuedo será aportado a la estructura de la frase. La disloca apartando al verbo del sujeto y al infinitivo del auxiliar, multiplicando las aposiciones (a menudo emplazadas delante de la palabra a la cual se refieren), las elipsis o –por el contrario- las perífrasis. Esta desarticulación no está librada al azar: figurará, por ejemplo, en un naufragio, el desorden de las astillas esparcidas sobre las olas.” (L. y M.)

Fiel a su propósito de “Dotar de un sentido más puro a las palabras de la tribu”, Mallarmé las coloca, al decir de los autores consultados, “en sitio de vedette”. A partir del tratamiento de la lengua que practica en la poesía las palabras son re-creadas, son habladas por vez primera. En esto, los autores citados utilizan una imagen bella y exacta para describir el fenómeno: “De signos algebraicos que eran, se vuelven señales en el cielo. Por sobre todo, las elige evocadoras, antiguas, raras.”

Entonces, así como “UN GOLPE DE DADOS / NUNCA / aun lanzado en circunstancias eternas / del fondo de un naufragio / (...) SUPRIMIRÁ / (...) EL AZAR”, tampoco será casual que el poeta concentre sostenidamente su preocupación sobre la frase poética. El fraseo es una técnica musical específica. De ahí que agrupe “las palabras según afinidades musicales” (L. y M.) con lo cual logra producir efectos impresionantes del “poder de sugestión de los sonidos” (L. y M.) Recordemos, además, la relación productiva de Mallarmé con Debussy y su interés por Wagner.

Sobre la traducción de  Un Golpe de Dados... por Agustín Oscar Larrauri
Ante todo es importante registrar la apreciación que Larrauri tenía de la obra de Mallarmé: “De Baudelaire nacen las dos grandes figuras; Rimbaud por un lado, con su genialidad, rastreadora ya entonces de los abismos del subconsciente (Temporada en el infierno, Iluminaciones) y, por el otro, Mallarmé, quien sobrepasando la búsqueda de lo exclusivamente formal de los parnasianos, da máxima jerarquía al Simbolismo y lo supera, revalorizando la palabra, como ente autónomo, distorsionando voluntariamente la sintaxis, profundizando la temática poética hasta tocar los límites de lo desconocido en Igitur y en Un Golpe de Dados.” [4]  Mallarmé había leído Las Flores del Mal en 1861.

El recurrente tema del azar también es apuntado por Larrauri haciendo referencia a uno de sus primeros poemas, precisamente, Le Guignon, título cuya traducción sería la de “mala suerte persistente, especialmente en juegos de azar”: “Le Guignon, la mala suerte, el azar, ‘rabioso monarca’, castiga a los seguidores, a los poetas de ocasión, a los que no realizan una verdadera labor creadora, sin la tortura que esto implica.” [5] Luego reflexiona: “El azar es, dentro de la concepción mallarmeana, todo aquello que escapa a la voluntad creadora del hombre: Dios mismo. (...) Como creador, arroja los dados, en juego desigual, al crear la obra. Mallarmé joven aún tiene el optimismo de que la creación puede anular la fatalidad del azar. Luego, cuando al final de su vida publica Un Golpe de Dados, la concepción se invierte y el vencedor absoluto es el mismo azar que había negado.” [6]

Tempranamente, la concepción de Mallarmé acerca de vencer al azar en la creación poética se la había comunicado por carta a Verlaine (1855): “...un libro, que sea un libro arquitecturado y premeditado, y no una reunión de inspiraciones al azar, aunque sean maravillosas. (...) La explicación órfica de la Tierra, que es el único deber del poeta y el juego literario por excelencia: pues el ritmo mismo del libro, entonces impersonal y vívido, hasta en su compaginación, se yuxtapone a las ecuaciones de ese sueño u Oda.” [7]

Durante la composición de Herodiade y de Igitur, esta obstinación por la planificación formal previa de la producción literaria lo había guiado como un imperativo insoslayable. Sin ella, la poesía le parecía casi una fatuidad. Planificaba su trabajo calculando la tarea en años. A su amigo Aubanel, le comentaba por carta (1864): “...acabo de construir el plan de mi obra entera (...) me harán falta veinte años para esos cinco libros que compondrán la obra...”

En su versión (“primera en lengua castellana”, según declara en la “Nota del Traductor”), Larrauri afirma por medio de la citada nota que ha respetado fielmente la disposición tipográfica original, preparada por Mallarmé para la edición francesa –que debía ser la definitiva- aparecida después de su fallecimiento, en 1898. La versión incluía también la “Nota de los Editores Franceses”, agregada al “Prefacio” redactado por Stéphane Mallarmé para la edición realizada por la revista Cosmópolis, en 1897. En el colofón de la edición por Editorial Mediterránea (de donde hemos tomado el texto deUn Golpe de Dados, el Prefacio y las Notas) están discriminados los ejemplares en distintos tipos de papel, reservándose la edición en rústica para quinientos ejemplares numerados de puño y letra que incluían la xilografía de George Aubert, realizada según el retrato que Edouard Manet pintara del poeta.

La importancia de la fidelidad adoptada por este traductor reside en principio en el valor que Mallarmé adjudica a la distribución de los “elementos gráficos”, o, al decir de Larrauri, por “la importancia plástica” que éstos adquieren en la propuesta. Lagarde y Michard explican: “En una última etapa, intenta traducir incluso para la mirada tanto como para el oído el esfuerzo del pensamiento por apresar el caos del universo y el misterio del lenguaje poético. Comentaba en carta a André Gide (1879) la extraña disposición tipográfica de Un Golpe...: ‘El ritmo de una frase o también de un objeto no tiene sentido imitárselos y, figurado sobre el papel, retomado por la letra de molde original, no parece restituir –a pesar de todo- ninguna cosa’.”

Esto es cierto, pues tratándose de composición espacial nos acercamos más a la plástica que a la literatura, mas también los blancos tipográficos son equiparables al silencio verbal. Pero si admitimos que Mallarmé configuraba la frase poética según el recurso musical del fraseo, entonces estos blancos adquieren el sitio clave.

Nada pueril, nada puramente lúdico, es la analogía entre la distribución del blanco tipográfico y del texto escrito sobre la página, con la relación entre lo que se explicita y lo que no, en un poema. La página prevé un vacío rodeando a la tipografía y un margen (o “sangría”) cuyo extremo -que es el borde propiamente dicho del papel- en la jerga de las artes gráficas se denomina “sangre”. En el centro de la página el poeta instala lo que ha construido con su voz, el hábitat de su poema, y al hacerlo demarca el límite entre escribir y no hacerlo. Ese límite sangriento es el que separa definitivamente la inclusión de la exclusión de un poeta y de su texto en el vasto espacio del “discurso social”, instala un hiato entre el decir y el no decir. Parafraseando toscamente al Hamlet de Shakespeare podríamos plantear: ¿Escribir o no escribir? Esa es la cuestión.

La deposición de todo ornamento, de toda normativa gramatical o sintáctica extraña al sentido y al sonido poéticos -la cual queda en libertad, a partir de Un Golpe de Dados..., de desterrarse del poema-,  deja a éstos a solas con la construcción lingüística e instala al texto poético, desde entonces, en el centro de la lengua escrita y como objeto independiente. Ya no buscará realzar la lengua sino crearla, para volver a hablar, o para aquel “Dotar de un sentido más puro a las palabras de la tribu.”

Larrauri comprendió la consigna de Mallarmé y decidió acatar su magisterio. La inclusión del “Prefacio” y de ambas notas (la de los editores franceses y la del traductor) nos ayuda a comprender el esfuerzo intelectual que sostuvo su versión –en el contexto socio-político descrito- y que fundamenta la intención de rescate histórico de este trabajo.

Stéphane Mallarmé. Bío-bibliografía.
Stéphane Mallarmé nació en Paris, el 18 de Marzo de 1842, en la calle llamada hoy “Pasaje Laferrière”. Algunos de sus familiares, tanto paternos como maternos, habían realizado incursiones literarias, pese a que todos eran funcionarios públicos de carrera, herencia que Mallarmé se dedicó a esquivar. Su madre falleció cuando él contaba cinco años y se crió junto a su abuela. Su hermana Marie, a quien le unían coincidencias espirituales, morirá a los trece años. En 1854 ingresa a los estudios secundarios y durante esa etapa escribe su primera obra conocida: El Ángel Guardián. En el liceo de Sens, en 1859, compone sus primeros poemas de aliento: Sa fosse est creuse y Sa fosse est fermée, como tributo a Víctor Hugo. En 1862, publica en “Le Papillon”, revista literaria de las nuevas tendencias de Paris, su primer artículo crítico sobre Poésies Parisiennes, de Emmanuel Des Essarts (amigo de la infancia y hombre vinculado a los círculos literarios) y el poema Placet, luego denominado Placet futile. En 1863 contrae matrimonio con Marie Gerhard, viaja con ella a Inglaterra pero al poco tiempo la pareja se separa; allí recibe un certificado de aptitud para la enseñanza de la lengua inglesa. No obstante, el 10 de Agosto de 1863 se casa con Marie, regresa a Londres e inicia la traducción de los poemas de Edgar Poe. Ese mismo año compone el poema Las Ventanas. En 1864 nace su hija; Mallarmé imparte clases en Tournon y publica sus primeros poemas en prosa en un periódico de Vichy, a instancias del poeta Albert Glatigny. Según dice Larrauri, “viaja a Avignon y se pone en contacto con los félibres poetas provenzales que habían iniciado un verdadero renacimiento de la poesía dialectal, sobre las bases históricas y la tradición de la poesía medieval trovadoresca”. En 1866 publica Diez Poemas, entre ellos: Las Ventanas y Brisa Marina, en el segundo fascículo del “Parnasse Contemporain”, dirigido por Catulle Mendès. Nombrado profesor en 1865, reside en el Mediodía provenzal, en Tournon, donde recibe visitas y cartas de Cazalis, Mistral, Villiers de l’Isle Adam y Catulle Mendès. Tiene ya en proceso de elaboración dos obras de amplio alcance:Herodiade y El Fauno, cuya composición le insumirá diez años y será editada en Paris en 1876, bajo el título de La Siesta De Un Fauno e inspiró a Debussy el famoso Preludio. En 1866, su fama comienza a expandirse en los medios parnasianos a raíz de las publicaciones en “L’Artiste” y “Parnasse Contemporain. Entre 1867 y 1872 es trasladado a Avignon. Desde 1872 vuelve a residir en Paris, nombrado profesor en el Liceo Fontanes –actual Condorcet- y conoce a Arthur Rimbaud; en 1874, a Édouard Manet, quien lo retratará. Aquel mismo año el editor Lemerre –posiblemente asesorado por Anatole France- rechaza su poema L’après-Midi d’un Faune. Pese a ello, su renombre lo acerca a la amistad con el ya anciano Víctor Hugo, mientras afianza su amistad con Banville y de l’Isle Adam. En 1873 publica Toast Funèbre, a la memoria de Théophile Gautier; en 1877,  La Tumba De Edgar Alan Poe. En 1874 es redactor de la gazette “La Dernière Mode”.

En 1875 se instala en la Rue de Rome, en Saint Lazare, donde, desde 1880, recibe cada día martes a discípulos y amigos como René Ghil, Gustave Kahn (director de la revista La Vogue), Jules Laforgue, Viélè-Griffin, Henri de Régnier, Paul Verlaine, Pierre Louÿs, Maurice Barrès, Joris Karl Huysmans, Paul Claudel, André Gide, Moréas y Paul Valéry; además, Édouard Dujardin –fundador de la “Revue Wagnerienne”- y el estudioso Teodoro de Wysewa; entre los autores extranjeros, lo visitaron Stephan George, Verhäeren, Maëterlinck, Rodendach, George Brandes y John Ingram. Entre los pintores, Whistler (quien le realizó un pequeño retrato) y Gaugin.

En 1885 ofreció una especie de arte poética titulada Prosa Para Des Esseintes;  en 1887 aparece la primera edición de Poesías Completas; en 1888, la traducción de los poemas de Edgar Poe; en 1890, es designado oficial de la Academia; en 1891 publica sus poemas en prosa titulados Páginas; en 1893, el volumen Verso y Prosa. En 1894, Debussy concluye el preludio inspirado en L’après-midi d’un Faune; en 1896 es elegido “Príncipe de los poetas” y, en 1897, reunió sus reflexiones sobre la poesía en Divagaciones. El mismo año ve la primera edición Un Golpe De Dados.

En Septiembre de 1898 fallece repentinamente, de un espasmo de glotis, en su propiedad de Valvins.

Agustín Oscar Larrauri. Bio-bibliografía.
Larrauri había nacido en Enero de 1917, en Córdoba. Su padre, Agustín Enrique Larrauri, fue fundador de la Escuela de Odontología (hoy, Facultad) de la Universidad Nacional de Córdoba) era amigo de eximios pintores locales como Francisco Vidal, quien le realizó un retrato y Antonio Pedone. Su madre, Tatiana, de origen ruso, era médica también. Su casa quedaba en la avenida Colón 333 al 349, una mansión con tres patios que contenía unos altillos donde se prolongaban las jornadas del debate artístico, filosófico y político. Tras publicar la traducción de Un golpe de dados..., A. O. Larrauri gana una rifa cuyo premio era un automóvil Mercedes Benz. Ya casado, decide vender a su vez el automóvil para comprar dos pasajes a Paris, ciudad donde residió hasta su fallecimiento, en 2000.

En la capital francesa ejerció como traductor de un laboratorio de medicamentos, pues había recibido su título en Medicina en Córdoba, rindiendo las materias de los tres últimos años de la carrera en tiempo récord, entre Noviembre de un año y Marzo del siguiente. También realizó una versión de Una temporada en el infierno, que quedó inédita.

En el volumen de Mallarmé. Poeta símbolo, editado por Francisco Colombo en Buenos Aires, 1954, se leen las obras “de próxima publicación” de Larrauri, cuya aparición no he podido documentar, pero es interesante conocerlas: Primera antología. Poemas (1940-1953); Igitur o la locura de Elbehnon, de Stéphane Mallarmé. Traducción y estudio previo; Anábasis, poema de Saint-John Perse. Traducción y noticia; Antología, de Ezra Pund. Traducción y noticia; Tierra baldía, poema de T. S. Eliot. Traducción y estudio previo; Perspectivas actuales del cubismo. Ensayo

BIBLIOGRAFÍA
Lagarde, André. Michard, Laurent. XIXe Siècle-Les Grands Auteurs du Programme. Bordas, Colección Textes et Littérature. Paris, 1965.
Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954.
Zárate, Armando. Álbum poético de Córdoba. Editorial Comunicarte. Córdoba, 2007.
Referencias:
[1] Obra que recorre la poesía de Córdoba y la de autores relacionados eventualmente con esta provincia, desde el arribo de Jerónimo Luis de Cabrera hasta la década del sesenta del siglo XX. Ediciones Comunicarte, 2007
[2] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo, publicado Editorial Francisco a. Colombo, Buenos Aires, en 1954, originalmente fue una conferencia leída en “Amigos del Arte”, de Rosario, en Julio de 1953.
[3] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954. Pág. 51.
[4] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954. página 32.
[5] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954. Pág. 34
[6] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954. Pág. 81.

[7] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo. Editorial Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1954. Pág. 77.