viernes, 9 de octubre de 2020

Una reflexión sobre el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 2020 a la poeta Louise Glück

La importancia de los premios debería analizarse según distintos puntos de vista. En algún momento, el crítico de música Federico Monjeau señaló que están los que otorgan dinero o algún reconocimiento académico a los premiados, y los otros. Estos últimos son los que sirven más para "premiar" a quienes los otorgan que a quienes los reciben. El Konex es el ejemplo por excelencia. El dinero hace la vida más fácil y un reconocimiento académico puede abrir puertas. Recibir el Konex no cambia prácticamente nada en la vida de quien resulta beneficiado. De ahí su escaso valor.

Entre los premios que sí cuentan hay varios especialmente interesantes por las sumas que otorgan: el Nobel, el Cervantes, el Príncipe de Asturias (que este año les fue concedido a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y al Hay Festival, dos emprendimientos comerciales que lucran con la cultura), los premios nacionales, los municipales y así. Sin embargo, hay que pensar que su importancia también es relativa porque quienes los conceden lo hacen por muy diversas razones: algunas son estéticas, otras son políticas. Por caso, no olvidemos que el Premio Nobel de Literatura alguna vez le fue entregado a Winston Churchill, quien, para su desgracia, no podía aspirar al de la paz en virtud de los muchos crímenes que cometió en su largo pasado imperial. Luego, están los casos inexplicables, como el de Jacinto Benavente o el de Camilo José Cela, pero ésa es otra historia.

Así planteadas las cosas, no deja de ser divertido que todos los años, para esta época, los "periodistas especializados" empiecen con su ronda de vaticinios sobre quién va a recibir el Premio Nobel de Literatura. Las listas se multiplican de manera directamente proporcional a la pérdida de proporciones. Los periodistas culturales del mundo hispánico, acaso por pensar que el universo se limita a los cuatro o cinco autores que leyeron ese año, invariablemente se equivocan. Que yo recuerde, en esas listas nunca entran ni poetas ni dramaturgos porque para los periodistas culturales no existen, y cuando al comité que entrega el galardón se le ocurrieron nombres como el de Dario Fo, Svetlana Alexévich o Bob Dylan hubo en el mundo hispánico voces exaltadas y discusiones más bien patéticas de los especialistas a la violeta de costumbre.

Ahora bien, algunas preguntas:

1) ¿Por qué lo que decida un grupo de suecos debería importarnos tanto? ¿Es una cuestión de fe? ¿Son infalibles? ¿Su gusto está por encima del de los demás? 

2) ¿Cuál es la falla en la formación de los periodistas culturales para imaginar que la "literatura" se limita a la novela? 

3) ¿Por qué el mundo de la lengua castellana es tan provinciano como para pensar que lo que publican las multinacionales y, eventualmente, Anagrama o alguna otra editorial de ese tipo, es lo que realmente importa? ¿Por qué no considerar que hay otros escritores, incluso mucho más importantes, a los cuales todavía no se tradujo, cuyo peso es determinante en el devenir de otras literaturas? ¿Por qué no imaginar acuerdos entre editoriales similares de distintos países para imponer a un autor como si fuese el non plus ultra de la literatura?

Ayer el mundo se enteró de que la elección del Premio Nobel de Literatura de este año recayó sobre la poeta estadounidense Louise Glück. La prensa local, desesperada, salió a preguntar quién era y armó precipitadamente notas con las opiniones de... los poetas, que sí sabían quién era Louise Glück, ganadora de un premio Pulitzer y condecorada en 2016 por Barack Obama (foto), además de ser una de las voces más influyentes de la poesía de su país. 

Y aquí, un efecto paradójico del Premio Nobel. De pronto, de la noche a la mañana, el mundo "descubre" la existencia de alguien que hasta ese momento no conocía. Se trata de algo que uno bien podría entender del público en general, pero no de los llamados "profesionales de la cultura". Internet mediante, alguno de estos, en su desesperación, logró enterarse de que de sus doce libros de poemas publicados hasta la fecha, siete fueron traducidos al castellano por la editorial Pre-Textos de España. Lo que no se consignó en casi ningún lado es que, manteniendo la extraordinaria política ecuménica que se impone la editorial, fue traducida por dos argentinos, un peruano, un venezolano y tres españoles: Mirta Rosenberg (quien la introdujo en la Argentina), Mariano Peyrou, Eduardo Chirinos, Adalber Salas, Abraham Grageras, Ruth Miguel Franco y Andrés Catalán. Tampoco se dijo que hay una antología de su poesía traducida en Venezuela, para la Universidad Metropolitana de Caracas, por la venezolana Beverly Pérez Rego.

Manuel Borrás, director editorial de Pre-Textos, en una entrevista con la agencia TELAM señaló: "pasamos de vender escasamente 200 ejemplares de sus libros a agotar las ediciones en un cuarto de hora. Cuando uno se pregunta si los Nobeles son útiles o no pues habrá que concluir que son útiles porque sacan del anonimado a grandes escritores como es el caso de Louise Glück".

Borrás es un editor de verdad y su catálogo está lleno de autores tan buenos como Louise Glück, de los cuales, la mayor parte del público ni se entera porque la prensa no los acompaña. Muchos de ellos venden muy poco porque no fueron bendecidos por los periodistas culturales o los organizadores de festivales. Dicho de otro modo, a diferencia del sufrido Raúl Zurita, no recibieron la promoción debida que tuvo el autor de Anteparaíso cuando decidió marcarse la cara a fuego o cargar una bandera de Chile por las calles de Santiago para así simbolizar el dolor de su país (siempre y cuando hubiera una cámara cerca). 

Sería interesante considerar que acá se habla de literatura y no de gestualidades, ni de lo que los agentes literarios consiguen que se traduzca a las lenguas que hablan los académicos suecos. O dicho de otro modo, acá se habla de lo que no dicen los suplementos culturales cuando, ocupados con las agendas que, sin que medie protesta alguna, les imponen los grandes grupos o las editoriales de moda, se dedican a cualquier cosa menos a la literatura, que, como algunos saben, incluye a la narrativa, la poesía, el teatro, el ensayo y otras especies afines que afortunadamente existen en el mundo y que esperan ser descubiertas por los lectores curiosos. Louise Glück es entonces una gran oportunidad.

Jorge Fondebrider







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