El pasado 30 de junio, en su columna semanal del diario Perfil, Damián Tabarovsky, citando al escritor, periodista, filólogo Victor Klemperer (1881-1960, foto) se refiere a la necesidad de revisar continuamente la lengua para ver cuáles son las rémoras que el presente arrastra de etapas dictatoriales de nuestra historia.
Combates en la lengua
¿Se puede narrar la memoria de la lengua? ¿Devolverle la memoria a una lengua perdida? ¿Dar testimonio del momento en que una lengua se extravía? ¿Tomar nota, en tiempo real, de la densidad de los combates por la lengua? Los diarios de Victor Klemperer van en esa dirección. Noveno hijo de un rabino, nacido en 1881 en una región que hoy pertenece a Polonia, filólogo de profesión, alistado voluntariamente en el ejército alemán durante la Primera Guerra mundial, a partir de 1933 sufrió la persecución nazi: despedido de la universidad, obligado a abandonar su casa y confinado a vivir en una Judenhaus, conminado a realizar trabajos forzados, gravemente enfermo, lo salvó de la deportación el hecho de estar casado con una mujer no judía, según la situación especial de los denominados “matrimonios mixtos” bajo el régimen nacionalsocialista. Klemperer, en ese contexto, escribió un diario e inmediatamente después un libro (LTI es de 1946) en los que toma nota de manera minuciosa, dramática, pero siempre intelectual, de los cambios en la lengua alemana, de la aparición del nazismo como acontecimiento político, por supuesto, pero también y sobre todo como acontecimiento discursivo, como la búsqueda de una nueva lengua alemana. Pocos casos en la historia de la cultura de la modernidad son tan intensos como los libros de Klemperer, intensos en el sentido de un poder de observación in situ para detectar la fascistización de una lengua, los cambios brutales en el habla, en la lengua del poder, pero también en su imbricación con el habla cotidiana, en la lengua de la conversación diaria. Y también, quizás como pocos, para observar las terribles líneas de continuidad entre el fascismo, el nazismo, y el régimen que lo sucedió.
De hecho, así comienza LTI: “Debido a las nuevas necesidades, el lenguaje del Tercer Reich incrementó el uso del prefijo de privación ent (des, de), si bien queda por ver, en cada caso, si se trataba de una nueva creación o de la adopción, por parte del lenguaje de la comunidad, de ciertas expresiones ya utilizadas en círculos especializados. Había que oscurecer las ventanas ante el peligro de los bombardeos aéreos; así pues, luego se requería un trabajo diario de ‘desoscurecimiento’. En caso de incendio, los trastos y escombros no debían obstaculizar el paso a quienes acudían a apagar el fuego; así pues se procedía al ‘desescombro’. Para definir de una manera más amplia la tarea necesaria del presente, se ha acuñado una palabra formada por analogía: Alemania casi sucumbió del todo por causa del nazismo; el esfuerzo por curarla de esta enfermedad mortal se llama hoy día ‘desnazificación’. No creo ni deseo que esta horrorosa palabra tenga una vida duradera; desaparecerá y sólo llevará una vida histórica tan pronto como haya cumplido su deber actual”. La aparición de nuevos giros, nuevas palabras, pueden ser pensado –Klemperer lo piensa así– en sincronía con una derrota político-cultural.
A finales de la dictadura argentina, los textos políticos de Fogwill y de Brocato fueron escritos en esa dirección. Escribo esto en Argentina en junio de 2024, bajo ese régimen que, por pereza intelectual, llamamos “democracia”. Pues bien: sigue siendo imprescindible dar un combate teórico-político para pensar la lengua en las condiciones de producción de la posdictadura.
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