lunes, 1 de julio de 2024

"El algoritmo descubrió que a los lectores de este tipo de bestsellers les gustan las frases cortas, las narraciones en primera persona y el vocabulario poco erudito"

"En el marco de la tecnificación digital, la posficción se entiende como la crisis de contenidos, ocasionada por las redes sociales que muestran sólo información, no narración, lo que origina un tipo de aislamiento existencial que atomiza a la comunidad y hace del sujeto no un individuo consciente de sí mismo, sino un objeto de consumo". Esto dice la bajada del artículo publicado por Alejandro Montes, en La Jornada Semanal, de México, el pasado 30 de junio.

Crisis de contenidos: Inteligencia Artificial, posmodernidad y posficción

La posficción cosifica al humano, pues lo mercantiliza como simple consumidor. El mercado millonario de capturar la atención humana, vía redes sociales, permite distinguir un autoritarismo oculto que masifica al individuo por medio de redes sociales como TikTok o estrategias “narrativas” como storytelling –uso de recursos narrativos como herramientas de mercadotecnia. Con ello surge la pasividad anónima, pues se debilita la imaginación. Ni TikTok, ni el storytelling generan lo que pregonan: detonar la capacidad de imaginación.

Videos cortos de cantidad de temas, elaborados por miles de usuarios en diferentes partes del mundo, que van desde mascotas con sus dueños hasta caídas chuscas de personas en escaleras o bailes de éxitos musicales, no necesariamente significan un empoderamiento de la creatividad. La articulación narrativa de comerciales de calzado deportivo, donde figuras internacionales como Cristiano Ronaldo son el personaje central, no implica un relato con sentido humano. Los anteriores ejemplos de la naturaleza de TikTok y el storytelling sirven para ilustrar que la posficción se aleja de la narración creativa, donde las historias plantean algún aspecto de la condición humana y, en cambio, prioriza información banal, consumista.

Víctimas del algoritmo: modernidad tardía y posficción
Lo anterior tiene sus orígenes en el proyecto civilizatorio de la modernidad, pues conlleva el uso de la razón instrumental, es decir, por medio de ésta se consiguen avances en diferentes aspectos que benefician el desarrollo de la humanidad. Con la razón instrumental se plantearon libertades individuales: democracia, expresión de ideas, tolerancia, proyecto personal de vida, secularización jurídica, educativa…, así como avances científicos y tecnológicos, y, de manera más reciente, nuevas formas de comunicación digital por internet, automatización de procesos; todo lo cual han sido banderas de la modernidad en el marco del orden capitalista. Pero dicho proyecto civilizatorio, al agotarse por diversas circunstancias, generó una posmodernidad que, entre otras consecuencias, ha llevado al individuo a una modernidad tardía donde prevalece el aislamiento existencial por la tecnificación digital.

De manera general se podría mirar el tránsito de la modernidad (proyecto civilizatorio que conlleva el uso de la razón instrumental) a la posmodernidad (agotamiento de dicho proyecto civilizatorio), y la modernidad tardía (aislamiento existencial del sujeto por la tecnificación digital). Pero, ¿qué provocó los cambios de un paradigma a otro? ¿Cuáles son las variables que perfilan el proceso histórico de la modernidad-posmodernidad-Modernidad tardía? Cabría señalar la desconfianza de metanarrativas (ver François Lyotard) e ideologías universales, ponderación en la subjetividad, relatividad de la verdad, desvanecimiento de fronteras genéricas, realce tecnológico, medios de comunicación, consumismo, globalización, digitalización de procesos económicos... son pautas que pudieron propiciar el cambio de un paradigma a otro, lo cual ha resultado en una mudanza social y humana.

Autores como Anthony Giddens, Ulrich Beck o Zygmunt Bauman han descrito, desde sus perspectivas teóricas, una transformación del individuo a partir de la tecnología. La desincrustración, por ejemplo, hace que las relaciones sociales dadas en contextos locales ahora se reformulen en contextos indefinidos; la individualización, por su parte, se institucionaliza cada vez más en un perfil ambivalente de sociedad que se des-establece pero no se re-establece; la gratificación inmediata se focaliza por un consumismo cada vez más feroz. Estos aspectos se han revestido gracias a la tecnificación digital que alienta la velocidad, la conectividad, la movilidad, el procesamiento y almacenamiento de la información. Si la tecnificación digital ha cambiado al ser humano, entonces la convivencia tanto física como biológica o social se rigen bajo dicha lógica, donde una máquina digital nos conoce cada vez más a partir de nuestras variables de comportamiento.

Como respuesta a lo observado en años anteriores por Giddens, Beck o Bauman –de cierto modo vigentes aún–, se plantea que la tecnificación digital y la posficción son ejemplos de modelación de conductas humanas. ¿Y cómo se procura esa modelación humana? A partir de algoritmos diseñados para la toma de decisiones en la vida ordinaria de los individuos. Hela Nowotny lo explica: “Estamos preparados para creernos ciegamente las predicciones que los algoritmos arrojan sobre lo que debemos consumir, sobre cuál tiene que ser nuestro comportamiento e incluso nuestro estado mental emocional en el futuro. Creemos lo que nos dicen sobre los riesgos para la salud y los avisos sobre la necesidad de cambiar nuestro estilo de vida. Tales datos se utilizan para la elaboración de perfiles policiales, sentencias judiciales y mucho más.” (Hela Nowotny, La fe en la inteligencia digital.)

Slavoj Zizek llama la atención sobre el uso de algoritmos como conflicto que estratifica al humano: “¿qué les ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes, pero muy inteligentes, nos conozcan mejor que nosotros mismos?” (Zizek, Hegel y el cerebro conectado) La narrativa elaborada con algoritmos predictivos –por Inteligencia Artificial con capacidad de deep learning [aprendizaje profundo]– promueve un tipo de futuro que se va modelando desde el presente, es decir, por medio de narrativas se fomentan creencias para promover pautas de comportamientos.

A partir de algoritmos que buscan datos para identifican temas (contenidos), se construyen historias que incluyen dichos temas para generar audiencias afines. El storytelling –ahora también llamado storynomics (contar historias para vender más)– permite que grandes marcas involucren en historias a sus consumidores para provocar atención, retención y consumo. La posficción echa mano de ese tipo de algoritmos. Así como los algoritmos “PageRank”, “Panda”, “Penguin”, “Hummingbird”, han posicionado mejores búsquedas en internet y perfilan a Google como el mayor proveedor de búsquedas en la red, también hay algoritmos narrativos como “Quill bot AI”, lo cual plantea el desplazamiento de la escritura humana a una escritura automatizada. Jorge Carrión señala:

"La escritura producida por aprendizaje automático y otras formas de inteligencia artificial está imprimiendo una vibración particular a los nuestros. Durante la última década nos hemos acostumbrado a que los procesadores de texto predictivo corrijan nuestros textos o adivinen la palabra que estamos escribiendo o las que la seguirán. Ahora la sociedad y la cultura globales asumen que la poesía y la prosa pueden ser generadas por machine learning, por inteligencia artificial, igual que las canciones, las ilustraciones, las fotografías o los videos, gracias a sistemas que aprenden automáticamente, cuyo desempeño mejora a partir de su propia experiencia. (Jorge Carrión, Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial."

Adiós lector, bienvenido consumidor
Sin caer en escenarios aterradores, surgen cuestionamientos que contextualizan el estado de la cuestión: ¿la tecnificación digital producirá nuevos desarrollos de habilidades cognitivas? ¿Los algoritmos desplazarán a los humanos o potencializarán las capacidades humanas? ¿Habrá narrativas automatizadas? Ante el surgimiento de empresas como Narrative Science, que automatiza información con el uso de Inteligencias Artificiales, donde se utilizan bases de datos para procesar y articular tipos de contenidos, se han escrito historias automáticamente. Para nadie es un secreto que se redactan relatos ficcionales, notas informativas, minutas de trabajo, resúmenes escolares… a partir de directrices claras (prompts) en el chat GPT.

Con lo anterior se puede sistematizar toda la lógica dramática shakesperiana (la base de datos son las obras del Bardo de Avon), inferir patrones de personajes y tramas dentro de un comportamiento dramático, reducirlos en un algoritmo (secuencia ordenada de instrucciones) narrativo o dramático y así maquilar guiones. La literatura algorítmica no es nueva (en 1960, el grupo Oulipo, liderado por Raymond Queneau, ya utilizaba algoritmos básicos para generar textos creativos), y siempre ha tenido el propósito de escribir literatura con herramientas matemáticas. Marcus du Sautoy lo señala:

"Pero, por ahora, el mundo comercial se contentaría con algoritmos que pudieran producir la próxima novela romántica de Mills and Boon o la próxima obra de intriga de Dan Brown. Muchos de estos éxitos de ventas se basan en fórmulas bastante obvias. ¿Se podrían automatizar fácilmente esas fórmulas? Aunque quizá no puedan producir grandes obras literarias, quizá puedan generar éxitos comerciales como los de Ken Follet o incluso unas Cincuenta sombras de Grey algorítmicas. Lo que sí existe es un algoritmo escrito por la jefa de edición Jodie Archer y el analista de datos Matthew Jockers que al menos detecta presumiblemente cuándo un libro tiene posibilidades de convertirse en un éxito de ventas. El algoritmo descubrió que a los lectores de este tipo de bestsellers les gustan las frases cortas, las narraciones en primera persona y el vocabulario poco erudito. ¡Si lo llego a saber antes!" (Marcus du Sautoy, Programados para crear.)

Daniel Tubau o Robert McKee, que plantean el vínculo actual entre la construcción de historias y la tecnificación digital (entiéndase diseño de contenidos por algoritmos para plataformas de streaming, redes sociales…), recaen en el storyteling como pieza insorteable entre la relación historias-audiencias. Relatar, para la posficción, implica vender. Byun-Chul Han lo sintetiza: “Pero lo cierto es que el storytelling es lo menos parecido al retorno de la narración. Más bien sirve para instrumentalizar y comercializar las narraciones.” (Byung-Chul Han, La crisis de la narración.) Capturar la atención del público por medio de historias que conecten la emoción y la razón para promover algún tipo de consumo, conducta o creencia, es rasgo sustantivo de la posficción. Banalización de temas, segmentación de la atención por exceso de información en redes sociales, contenidos diseñados no para reflexionar sino para anunciar, han provocado un déficit de contenidos donde la causalidad narrativa de enlazar acontecimientos para generar un significado sobre el ser humano se ha minimizado en acumulación de información. Quizá la posficción sea el nuevo paradigma de un tipo de relatos donde el lector es tratado como consumidor y no como ser humano.

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