jueves, 22 de julio de 2021

Una nueva traducción de Gertrude Stein al castellano

Son muchas las razones por las que la estadounidense Gertrude Stein, una de las escritoras más importantes del denominado modernismo anglosajón, ha sido menos considerada por el público de la lengua castellana que la británica Virginia Woolf, su eminente contemporánea. La principal, las dificultades que presentan muchos de sus libros, precisamente por ser experiencias vanguardistas; la secundaria, la forma un tanto desmañana en que ha sido publicada por las más variadas editoriales de España e Hispanoamérica.

A la edición de Tres vidas (traducción de Beatriz de Sanctis, Buenos Aires, Troquel, 1966), Autobiografía de Alice Toklas (traducción de Carlos Ribalta, Barcelona, Lumen, 1967), Ser norteamericanos (traducción de Mariano Antolín Rato, Barcelona, Barral Editores, 1974), Retratos (traducción de José Luis Castillejo Brull, Barcelona, Tusquets Editores, 1974), Ida (traducción de Teresa de la Vega Menocal, Barcelona, Literatura Random House, 1988), QED : las cosas como son (traducción de Nora Catelli, Madrid, Horas y Horas, 1993), Guerras que he visto (traducción de Alejandro Palomas, Barcelona, Alba Editorial, 2000), París Francia (traducción de Daniel Najmías Bentonilla, Barcelona, 2009), Botones blancos (traducción de Esteban Pujals, Madrid, Abada Editores, 2011), Picasso (traducción de John Abberton, Madrid, Casimiro Libros, 2017) y El mundo es redondo (traducción de Verónica Zondek, Santiago de Chile, Bisturí 10, 2020) acaba de sumarse Aprender a escribir (traducción de Itziar Hernández Rodilla y Paula Zumalacárregui Martínez, Barcelona, Greylock, 2021).


La revista Vasos comunicantes, de la ACE Traductores, de España, resume el contenido del libro en los siguientes términos: “Aprender a escribir está compositivamente construida como una pintura cubista, en la que cada elemento está relacionado con cada elemento de forma aparentemente abstracta pero, al igual que ocurre con las pinturas cubistas, esa abstracción es una ilusión. Y es a esta relación «real» —entre palabras y objetos— a lo que Stein llama gramática, siendo esta el hilo conductor de Aprender a escribir, un texto compuesto de párrafos que parecen estar en meditación ante un territorio de posibilidades narrativas. Aprender a escribir contiene los pensamientos de Gertrude Stein sobre el oficio de escribir pero también es un canto libre y un homenaje al hecho de crear a través de las palabras; es una celebración, un logro asombroso y arduo que no significa nada, o sí.

Respecto de su traducción, ambas traductoras declararon:

Cómo traducir un texto que nadie compraría en la librería si abriese sus páginas al azar sin conocer a la autora. Un libro donde las frases parecen no tener sentido. Un libro de pensamientos. Un libro que parece escrito en el crepúsculo entre la vigilia y el sueño. Un libro que, además, fallando a la expectativa que despierta su título, no enseña a escribir. Porque este libro, si enseña algo, es en todo caso la manera en que Gertrude Stein escribía mientras lo escribía. Y quizá esa sea, después de todo, la forma de afrontar la traducción.

Pero, como decía Eduardo Mendoza, «el problema es que el texto original siempre está escrito en otro idioma, y eso lo complica todo de mala manera». ¿Cuántas palabras homónimas conocen en español? Quizá las únicas que se les ocurran sean «haya» y «aya»; pues bueno, esas no las van a encontrar en esta traducción. Pero, es más, ¿cuántas palabras conocen que puedan ser verbo y adjetivo sin cambiar de desinencia? ¿Cuántas que pululen por la frase cambiando de función? Nosotras, lo podemos decir ya, pocas.

Tomamos pocas decisiones apriorísticas, pero ahora, después de traducir, sí podemos hablar de estrategias. La principal es la que concierne a la puntuación. Solo está en español la que utiliza la autora en inglés, excepto en el caso de las preguntas. Stein escribe en un idioma en el que las oraciones interrogativas se marcan con un signo de cierre porque el uso de auxiliares que preceden al sujeto o los pronombres interrogativos marcan dónde comienzan las preguntas. Probamos varias estrategias, pero acabamos rindiéndonos a la evidencia. El español inventó el signo de apertura de interrogación por una razón: hacía falta. Y, si Gertrude Stein utilizaba las herramientas que le proporcionaba su idioma, ¿por qué no hacerlo nosotras con el nuestro? Así pues, todos los signos interrogativos son nuestros y están colocados donde Stein marcaba una interrogación que en español, sin ellos, es imposible detectar.

Esta explicación resume, de hecho, muchas estrategias de traducción de las que hemos usado. Conscientes de que nuestro idioma no nos permitía muchas de las cosas que a Stein el suyo, hemos optado por utilizar las herramientas que sí nos brindaba, incluida la del género femenino y masculino, en un texto en que ninguno de los dos está marcado salvo por el uso de ciertos pronombres y nombres propios. Las aliteraciones, los paralelismos, los parónimos, las figuras retóricas son todas españolas, intentando siempre encontrar el juego más cercano al posible sentido semántico del inglés. Siempre que fuese posible significa, por supuesto, que la interpretación ha sido muy laxa en diversidad de ocasiones. Pero, como esperamos haber dejado claro hasta ahora, consideramos que no es el sentido lógico lo que prima en el texto original, así que ¿cómo de fiel sería respetarlo sobre todas las cosas? Para nosotras, ha sido más leal no hacerlo. Por supuesto, sabemos que no todo el mundo pensará así”.

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