viernes, 9 de junio de 2017

Hace unas horas murió Natu Poblet, librera y personaje de la cultura porteña

La noticia fue publicada por varios medios hace apenas unas horas. En la bajada de la nota que le dedicó Clarín, se lee: “Tenía 79 años. Será velada esta noche en la Casa de la Cultura”.

Murió Natu Poblet, alma mater de Clásica y Moderna

Heredera de una tradición de lectores libreros, que había iniciado su abuelo Emilio y de la que también formaron parte su padre y su hermano, Natu Poblet convirtió la librería Clásica y Moderna en un espacio emblemático de la tradición cultural porteña. Será recordada como el alma mater del local con casi 80 años de historia ubicado en Callao y Paraguay, en el que convergían los escritores, los artistas, la música y la buena comida, y que ella comandaba tras la muerte de su hermano Paco.

Este mediodía, Poblet –que sufría osteoporosis– falleció tras un largo padecimiento que la obligó durante los últimos meses, a trasladarse en silla de ruedas y a espaciar su presencia en los eventos y presentaciones de los que, por décadas, había sido habitué. También le había dado pelea al cáncer.

Fue una figura querida y reconocida en el ambiente cultural y literario y su trabajo al frente de Clásica.

Natu tenía 79 años, había nacido justamente en esa zona (en Callao y Córdoba) y se recibió de arquitecta en la UBA, una profesión que ejerció hasta comienzo de los 80. Pero entonces –y a la muerte de su padre– decidió continuar la tradición familiar de la librería y junto a su hermano Paco la convirtieron en lo que es hasta nuestros días: un polo de referencia cultural, con sus encuentros, recitales, ciclos.

Acaso, recordaba el regalo de su padre, un libro sobre arquitectura francesa con la dedicatoria especial: "Para mi querida hija Natu, que seguirá la tradición de su abuelo y su padre".

"Mi librería es de autor, de lector. El que viene a verme sabe que yo sé lo que hay aquí, y yo recomiendo", contaba.

Su pasión por los libros venía tanto por tradición familiar como por sus recuerdos de la infancia. "Para mí, el libro es un objeto de placer. Y recomiendo los libros que me han gustado muchísimo", señalaba. Y podía citar entre ellos a "El Extranjero" de Camus o "Patrimonio" de Philiip Roth, por ejemplo.

Aquella relación con autores, editores y el mismo público que se acercaba a "Clásica..." la convirtió en personaje. En una completa interrelación. Ella contaba que "atender a mis amigos es lo que me hace sentir mejor persona. Ellos son lo más importante. Me considero acuario total, creativa, imaginativa. Y es el signo de la amistad".

Pero también señalaba que aprendía a leer "por los clientes". No se imaginaba una vida sin libros: "Ni puedo salir a al calle si en la cartera no tengo un libro. Me pasa de estar esperando en un banco, en el dentista, y tengo que tener algo para leer, es una adicción".

También condujo el programa "Leer es un placer" durante varios años en Radio Nacional. Y hace cuatro años fue condecorada en la Embajada de España en Buenos Aires, con la Orden de Isabel la Católica, por decisión del rey Juan Carlos de Borbón.


Será velada la casa de la Cultura (Av. de Mayo 575, CABA), a partir de las 21 hs. de este jueves.

jueves, 8 de junio de 2017

¿Qué querrá decir todo esto en buen criollo?

"La máxima casa de estudios se alista para ofrecer un total de 120 carreras; anuncian creación de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción", dice la bajada de la nota firmada por Ximena Mexía, el 25 de marzo pasado en el periódico mexicano Excelsior.

Traducción y Lingüística Aplicada, 
las nuevas carreras de la UNAM

El Consejo Universitario aprobó las carreras de Traducción y Lingüística Aplicada, que suman 120 carreras a las que ya ofrece la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Asimismo, se aprobó que el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE) se convierta en la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (ENALLT), donde serán impartidas ambas carreras, ante la necesidad de aprender otros idiomas producto de la migración académica y laboral a otros países.

El rector de la UNAM, Enrique Graue, destacó que el proyecto de creación de la nueva entidad universitaria se debe a que a nivel mundial se calcula que unos 200 millones de personas viven fuera de su país natal, y se prevé que esta cifra se quintuplicará en 30 años.

El Consejo Universitario destacó que ante la movilidad mundial, se hablan aproximadamente seis mil lenguas entre internacionales, regionales, nacionales y locales, y más de la mitad de la humanidad es bilingüe.

Por ello, la universidad asegura que es necesario formar estudiantes con destrezas personales, sociales, culturales, académicas y profesionales, con competencias en su lengua materna, pero también en otros idiomas, apoyadas en el uso de las tecnologías de información y comunicación.

La Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción continuará ofreciendo cursos en 18 lenguas y se mantendrá como centro de certificaciones internacionales de seis idiomas: alemán, chino, francés, inglés, italiano y portugués.


miércoles, 7 de junio de 2017

"Si me preguntan por mi profesión, digo que soy traductora."

El 26 de mayo pasado, Itziar Hernández Rodilla publicó la siguiente columna en El Trujamán. Si bien se refiere a España, sus observaciones valen para todo el mundo. Especialmente, para la Argentina, donde muchos colegas no reconocen a los del mismo gremio porque, dedicándose a otra especialidad en el mundo de la traducción, no poseen el ridículo “título habilitante”. Pobre gente, ¿no?

El Gremio

Cuando se publicó el Libro Blanco de las traducciones de libros en el ámbito digital, hubo una serie de desafortunados titulares en los que, sacando de contexto los datos en dicho libro expuestos, se afirmaba que solo el 9 % de los traductores podía vivir de su trabajo.

No voy a entrar en el hecho de que quizá sea cierto que solo ese porcentaje vive del trabajo, malviviendo a lo sumo el resto de los traductores de dedicación exclusiva, sea cual sea el campo al que se dediquen. Por un lado, porque no me gusta ser de las que desaniman al personal diciendo que todo es un desastre, sobre todo, cuando yo soy ejemplo vivo de que se puede vivir de traducir. Y, por otro, porque me interesa mucho más hablar de las reacciones del gremio que pude observar.

El comentario mayoritario entre los traductores a los que sigo en alguna de las redes sociales, traduzcan exclusivamente o no, fue: «No todos los traductores somos traductores literarios». A lo que, rápidamente, los traductores editoriales que no traducen literatura añadieron: «No todos los traductores editoriales somos literarios». Hubo quien añadió incluso: «De hecho, la mayoría de los traductores son no literarios».

Mucho se protestó sobre la generalización, cuando hay traducción audiovisual, de marketing, científico-técnica, jurídica, jurada, médica… Estas son solo algunas de las variedades que recuerdo. Da igual, en realidad, cuántas fuesen, el caso es que, al final, nadie estaba representado. Estoy convencida de que no somos el único gremio al que le pasa en España, desde luego, pero en el nuestro no hay nadie que responda a las estadísticas. Si nos descuidamos, ni el 9 % que respondió a la encuesta original estaba realmente formado de traductores que se dedican exclusivamente a traducir libros. Somos, desde luego, un gremio que no existe.

Yo no pertenezco a ese porcentaje, pero sí al 28 % de traductores que respondieron que, en aquel momento, se dedicaban de forma exclusiva a la traducción. Traduzco libros, es cierto, pero también localizo, hago traducción científico-técnica, jurídica, económica, administrativa, de marketing y un etcétera que no merece la pena desmenuzar aquí. Y, desde luego, aunque ahora compagino la actividad con otras, puedo decir que, hoy por hoy, sigo viviendo de traducir.

Si me preguntan por mi profesión, digo que soy traductora. No especifico. No creo que sea menos compañero un traductor audiovisual que uno jurado. Cuando ellos luchan por algo, siento la lucha como mía. En mi experiencia y según mi conocimiento, todas las especialidades se pagan peor que hace años. Hay más competencia, y es peor. Veo a compañeros decir que viven de la traducción trabajando todos los días hasta las tantas de la noche y sin fines de semana, y me pregunto cuándo, de hecho, viven. He visto a compañeros, excelentes profesionales, dejar de traducir (no, no se dedicaban a la editorial) porque no podían ni sobrevivir de ello. Y sé de algunos que dejaron de intentarlo incluso antes de empezar.

Y me duele cada comentario de: «Un momento, yo no soy uno de ellos». Se me parte el alma cuando un compañero de profesión (no, no la editorial) dice que los traductores editoriales viven mal de su trabajo porque aceptan condiciones infrahumanas, como si la mayoría de las veces aceptarlas fuese realmente una opción. Como si las demás especialidades estuviesen tan excelentemente pagadas que dedicarse a traducir libros fuese solo un terco capricho infantil.

Los periódicos erraron el tiro, es cierto, pero corroboraron aquella gran verdad española que dice: De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos ya me guardaré yo.

martes, 6 de junio de 2017

Una nueva edición de la feria de las editoriales que publican los libros que de veras leemos

La poeta Carolina Esses publicó en el diario La Nación, del 28 de mayo pasado, la siguiente nota que anticipa el desarrollo de la sexta Feria de Editores, a realizarse en la ciudad de Buenos Aires, los días 9, 10 y 11 de junio, de 15 a 20 hs en Santos Dumont 4040.

Las editoriales independientes tienen su feria

En aquella primera edición de la Feria de Editores llovió sin parar. Las calles se anegaron y Víctor Malumián y Hernán López Winnie –editores de Godot y organizadores de la feria– lo tomaron como una mala señal: quizá no tuviese sentido embarcarse en proyectos de este tipo. Habían convocado a otras veinte editoriales amigas cuyos editores se miraban a través de un salón vacío, entre pilas de libros, mientras esperaban que llegara algo de público. Tímidamente apareció el primer lector, y después el segundo, hasta que el bar de FM La Tribu se llenó de gente. Con los años y las sucesivas ferias ese público no dejó de crecer. A tal punto que, el año pasado, en plena crisis del segmento editorial, 6000 personas se acercaron a conocer la oferta de pequeñas editoriales argentinas, Chile, México, Uruguay y Colombia.

Si pensamos en algún antecedente de esta feria, quizá la que los organizadores reconocen como más afín es La Furia del Libro, en Chile, que se desarrolla desde 2009. No sólo por cómo está pensada y armada, sino por que varios de sus integrantes participan de la Feria de Editores y varias editoriales argentinas lo hacen en La Furia. Este año, de las 300 editoriales independientes que Malumián y López Winnie tienen mapeadas, serán 140 las participantes (el año pasado fueron 85). También habrá 24 que vendrán del interior y 25 de América Latina y España. Y se sumará un día más a los dos habituales.

Esto no es una "contraferia"
"Creo que uno de los incentivos más interesantes para venir a visitar la feria es encontrar un montón de editoriales que quizá no tienen el recorrido comercial más eficaz, ya sea por el tamaño de la tirada, ya sea por problemas logísticos; y dejarse llevar por la charla con sus editores, conocer autores nuevos, escuchar recomendaciones", explica Malumián.

Lo fundamental sigue siendo lo mismo que en 2013: la presencia de los editores. Quien ofrece el libro es también quien decidió publicarlo, quien lo consideró tan valioso como para incorporarlo a su pequeño catálogo. Esto es algo que posiciona la feria no como una "contraferia" en relación con la tradicional Feria Internacional del Libro, sino como una propuesta diferente, mucho más acorde a los pequeños sellos que, incluso agrupados, no tienen demasiada visibilidad en la Feria Internacional.

Una de las editoriales que lleva varios años participando es Gourmet Musical. Nació en 2005 y publica exclusivamente libros de música. En su catálogo conviven títulos que exploran las canciones de Sandro, la Rusia de Mussorgsky y Rimsky Korsakov o la música en la obra Xul Solar. Leandro Donozo, su editor, participa de la feria desde su segunda edición. "Yo apunto a un lector al que le gusta un poco todo. Y ése es el público que encuentro en la feria. He ido a otras y no pasa lo mismo. Es gente que entiende nuestra propuesta, que se interesa por un catálogo diverso."

El público al que se refiere Donozo no es particularmente joven, vanguardista, académico o erudito. Se trata de lectores curiosos que intuyen que no todo está concentrado en las grandes editoriales, lectores reincidentes que saben que si determinada novela –poco cubierta por la prensa, por ejemplo, e inexistente en las mesas de novedades de las grandes cadenas– les gustó, es probable que el editor detrás de ese catálogo tenga alguna otra cosa interesante para ofrecer.

La propuesta es muy amplia. Habrá libros para niños, de cocina, ensayo, poesía, novela, crónica, diseño, cine. También charlas, una muestra de fotografía de Daniel Merle –40 años en 24 fotos, curada por Alejandra López–, e incluso, por primera vez, un pequeño salón de derechos pensado junto a Victoria Rodriguez Lacrouts, de la Fundación TyPA.

Parece lógico que, si buena parte de la literatura argentina –y del ensayo extranjero en traducción local– se está publicando en estos sellos, la feria sea un espacio de encuentro no sólo entre el lector y el editor, sino también entre editores. Para los autores, saber que sus libros pueden ser descubiertos por algún editor del exterior no es poca cosa.

Las charlas programadas reflejan cierto estado de la cuestión en la literatura argentina: el auge de los géneros –el policial, la ciencia ficción, el terror–, la vitalidad del ensayo, la figura del autor gráfico, el tema de la violencia de género y su relación con el Estado. Dice Malumián: "La propuesta cultural se arma en conjunto con diversos editores, se charla mucho la temática y la lista de escritores que podrían ser interesantes para llevarla adelante. Los escritores que nos gusta escuchar. Después de todo, lo que nos une fundamentalmente es que somos todos lectores. ¿Qué nos gustaría escuchar? ¿A quién nos gustaría escuchar?" Algunos de los escritores que participan este año son Sonia Budassi, Luis Chitarroni, Mariana Dimópulos y el ilustrador y guionista Max Aguirre. El cierre está a cargo de Luis Gusmán, en una entrevista abierta.

Por más éxito que tenga la feria –ésta o las que durante el año se llevan a cabo en Capital y en las provincias– se sabe que la mejor manera de vender libros es a través de los libreros. También es conocida la crisis que está viviendo el sector y que afecta desde la edición hasta la comercialización del libro. Por eso, quien visite la feria va a poder llevarse un catálogo –que como todo catálogo será, dice Malumián, necesariamente incompleto, pero se irá mejorando año a año– con más de doscientas librerías de capital y del interior del país donde conseguir estos mismos libros.

Algunos datos prácticos: la entrada es gratuita y si bien muchas editoriales cuentan con la posibilidad de pagar con tarjeta de crédito, conviene ir con efectivo. Hay libros para todos los gustos y de todos los precios.

lunes, 5 de junio de 2017

Gran proyecto editorial chileno, hoy recordado

A pesar de la verbosidad habitual, en la columna de Damián Tabarovsky publicada en el diario Perfil, el 28 de mayo pasado, se da cuenta de la publicación de un libro sobre la editorial chilena Nascimento, acaso uno de los más interesante proyectos editoriales trasandinos del siglo XX. Por eso vale la pena leerla.

Un proyecto loco y genial

La escena fue así, y casi que podría interpretarse como un pedido de disculpas (de paso aprovecho y serán dos): estaba caminando por un pasillo en la reciente Feria del Libro, apurado, tenía una cita en El Galeón a la que estaba llegando irremediablemente tarde. Doblé luego en ese pasillo y me encontré en medio de un gentío, vasos en mano, celebrando algo en algún stand, que agravaba aún más mi retraso. De repente, del medio de la masa obstaculizante,  apareció Guido Arroyo, poeta y editor de las buenas ediciones Alquimia, en Chile. Reparé entonces en que estaba en medio de un brindis ofrecido por el stand de aquel país. No tuve tiempo de explicarle a Guido que estaba apurado cuando él ya había sacado de su mochila un libro para regalarme, me dio alguna explicación sobre su contenido, yo respondí algo balbuceante, guardé el libro y me fui, de un modo bastante descortés. Aprovecho entonces esta ocasión que tan gentilmente me otorga el grupo Perfil (ahora que Perfil compró una radio, ya me siento dentro de un grupo: de aquí a poner y sacar ministros y jueces de la Corte Suprema como Clarín, sólo un paso) para pedirle disculpas a Guido. Y ya que estoy, también a Marcela Fuentealba, editora y crítica, con quien en octubre, en Santiago de Chile, me ocurrió una situación similar (saliendo yo de una librería de viejo en la calle Merced, apurado por llegar a una cita, siempre retrasado, casi me la llevé por delante, y apenas si mantuve conversación, con una descortesía que, lo juro, no me caracteriza).

Volviendo a Guido, apenas alcancé a escuchar algo sobre no sé qué editor chileno y seguí raudo a mi destino. Cuando llegué al café, mi cita arribó con media hora de retraso, tiempo ideal para sacar de la mochila el libro que me había regalado. Era Nascimento. El editor de los chilenos, de Felipe Reyes F. con prólogo de Roberto Merino, Ventana Abierta Editores, Santiago de Chile, 2014 (ahora que me doy cuenta, mezclé la anécdota de Guido con la de Marcela porque en aquella librería de viejo de Santiago yo había comprado una edición algo enmohecida de El chileno en Madrid, de Joaquín Edwards Bello, publicado precisamente por Nascimento). El libro de Reyes F. narra la historia de esa editorial, clave en la cultura chilena de la primera mitad del siglo XX (aunque continuó editando hasta principios de los 70), en la que publicaron, entre otros, Neruda, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Manuel Rojas, Nicanor Parra, Teresa Wilms Montt y Eduardo Barrios, quien funcionó de hecho como editor en las sombras o como recomendador de una gran influencia sobre Carlos George-Nascimento, editor y propietario de la casa. Primero librería, luego imprenta y finalmente editorial, Nascimento fue uno de esos proyectos locos y geniales que ocurrían en América Latina en esos años (la autodenominada edición independiente actual no le llega a los talones a proyectos como ese, o como aquí Santiago Rueda, editorial de la que sé que Lucas Petersen –autor de la gran biografía de la traducción de Ulises de Joyce por Salas Subirat– se haya investigando su historia).

El libro de Reyes F., estructurado a partir de minibiografías de los autores de Nascimento y su relación con la editorial, es una impecable descripción de la vida literaria y cultural chilena de esa época.

viernes, 2 de junio de 2017

Un libro sobre el dueño de Corregidor

El 28 de mayo pasado, Ángel Berlanga publicó en Radar Libros, el suplemento de libros del diario Página 12, la nota que sigue a continuación a propósito de Manuel Pampín. Según la bajada, “A los catorce años llegó con una mano atrás y otra delante de España. Poco después empezaba a trabajar en el mundo de los libros, en distribuidoras, librerías y, finalmente, a comienzos de los años setenta, concretó el sueño de la editorial propia: Corregidor. Desde ese sello que hoy se renovó con nuevas colecciones y el trabajo de sus hijos, Manuel Pampín llevó a cabo una tarea cultural notable y vigorosa, que Jorge Lafforgue rescata en su libro Manuel Pampín: editor argentino, un recorrido por una historia de libros, autores y la vida de un hombre humilde que aprendió a leer”.

El señor Corregidor

Cuarenta y siete años de recorrido, un catálogo de unos tres mil títulos y surcos fundamentales en los caminos de la literatura, la historia, la cultura argentina: son algunas de las señales, de las marcas, de los trabajos que pueden leerse en una mirada sobre la editorial Corregidor. A consignar y analizar esas huellas, sus influencias, sus detalles, se ha abocado Jorge Lafforgue en Manuel Pampín: Editor argentino, un volumen caleidoscópico que da cuenta del quehacer y de lo hecho por este hombre nacido en Vilar Da Vella, A Coruña, en 1936, ya en plena Guerra Civil, un muchacho que a los 14 desembarcó en Retiro y se instaló en Lanús junto a su familia, que terminó la secundaria ya aquí y que de a poco fue metiéndose en el mundo del libro, primero como empleado en una distribuidora, luego como distribuidor y librero para, finalmente, montar el sello editorial que dirige desde sus orígenes, ahora con la impronta y el impulso de sus hijos. 

–En verdad no hay una fecha precisa de fundación, porque tampoco sé si puede haberla. A fines de los ‘60 ya tenía la idea fija; en 1970 firmo con Homero Alsina Thevenet el primer contrato de edición; en 1971 se publica el primer libro de Corregidor: Los caudillos de la Revolución de Mayo, de Rodolfo Puiggrós. Después edité casi toda la obra de Puiggrós. El viejo Puiggrós me regaló el medallón de la Universidad de Buenos Aires, de cuando lo habían nombrado rector, en el ‘73. 

Eso responde Pampín cuando Lafforgue le pregunta si existe alguna fecha simbólica de arranque. En Corregidor se editó toda la obra de Puiggrós, y la de Arturo Jauretche, y la de Macedonio Fernández, por citar de entrada a tres autores fundamentales. Durante varios años, apunta Lafforgue, la editorial “supo publicar por primera vez la poesía completa de siete de los mayores poetas argentinos del siglo XX”, autores que “tuvieron una producción fuerte en la segunda mitad del siglo pasado y se erigieron en los maestros de las nuevas generaciones: Enrique Molina, Alberto Girri, Edgar Bayley, Olga Orozco, Juan Gelman, Susana Thénon y Alejandra Pizarnik”. Para mediados de los ‘70 Corregidor tenía unos 120 títulos publicados, entre los que Lafforgue destaca, por ejemplo, los Cuentos completos de Juan Carlos Onetti y de Bernardo Kordon; la Historia del tango (coordinada por Juan Carlos Martini Real); Partitas de Leónidas Lamborghini y Hierba del cielo de Marco Denevi; Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, escritas por él mismo, con prólogo de James Joyce y traducción de Julio Cortázar. 

Anota Jorge Lafforgue que, si sus recuerdos son válidos, conoció a Manuel Pampín a fines de los ‘60. Por entonces Lafforgue era asesor literario de Losada y dirigía la colección Siglomundo, del Centro Editor de América Latina, y Pampín era uno de los principales distribuidores editoriales de Buenos Aires. El vínculo entre ambos fue el escritor Martini Real: se conocían por los vasos comunicantes de sus oficios y de los bares del Centro, algún almuerzo compartido. “A Pampín lo traté sobre todo en esa época –cuenta Lafforgue en un bar de Santa Fe y Scalabrini Ortiz–. Yo era amigo de Martini Real, que en ese momento también dirigía Latinoamericana, una revista que sacaba Corregidor (me insistió para que la co-dirigiera, pero no prosperó la cosa). Pero más allá de conocerlo, y de verlo como un tipo amable, no sabía mucho de su vida”. 

A Lafforgue lo convocó Aurelio Narvaja, de Colihue, con la idea de sacar el libro a fin del año pasado (el 22 de noviembre Pampín cumplió 80), y finalmente acordaron para publicarlo y presentarlo durante la última Feria. “Lo primero que hice fueron unos diálogos con él, cuatro o cinco charlas en el bar que se montó donde antes estaba la librería Gandhi –dice Lafforgue–. Fue una sorpresa para mí enterarme de que tuvo en Galicia una infancia muy humilde; puso mucho énfasis, en esas charlas, en contar que el único oficio que había tenido antes de venir fue el de pastor de cabras. El origen campesino; yo le pregunté si había conocido las grandes ciudades, allá, y no: recién conoció Vigo cuando se embarcó. Allá había hecho a medias la primaria”. 

Lafforgue articuló el libro en tres partes, con la idea de exceder el “merecido homenaje”. En la primera traza una puesta en contexto de Corregidor en el panorama de editoriales locales, con la idea de reflexionar “sobre la historia de una editorial argentina”, ejercicio que, a la vez, “es también un llamado de atención sobre una contribución en un sector clave de nuestra producción cultural, no por acotada menos decisiva: la industria editorial argentina y la correlativa configuración de una literatura nacional”. En ese contexto tallan, claro, la Guerra Civil Española, con el éxodo de intelectuales que recalaron en Buenos Aires e impulsaron el desarrollo del sector, y también la emigración de campesinos, producto de la miseria que derivó del franquismo: en esta oleada se inscribe Pampín. Una segunda parte despliega una larga entrevista con él, donde narra, por ejemplo, su infancia en Galicia, con los aprietes de la Guardia Civil (su familia era republicana); hay, en esta instancia, escenas extraordinarias, como cuando relata que a veces dormía en túneles secretos, o arriba de los árboles, porque no podía regresar a su casa. Pampín también cuenta de su llegada a Buenos Aires y de su adaptación, de su admiración temprana por Gardel, de sus primeros trabajos y sus caminos ascendentes por las empresas de distribución, por la cadena de librerías que montó, Premier. Y de cómo fue abriéndose paso la idea fija que derivó en Corregidor. La incidencia también de los bares: “Todas las mañanas yo concurría al café La Paz, aquí en la esquina de Corrientes y Montevideo –dice–. Siempre había personajes interesantes: por ejemplo Rogelio García Lupo. Con él tuve muy buena relación y gracias a él, cuando cae Salvador Allende, hago Chile en la hoguera, de Camilo Taufic”. “Un día decidí empezar a editar libros, y lo hice porque para mí era una pasión y sigue siendo una pasión –dice en otro tramo–. A pesar de la ignorancia que podía tener, yo cada vez que salía un libro disfrutaba. Interiormente, más allá de la venta. Un hijo nuevo. Así es la cosa. Además, yo casi siempre estaba pensando en los libros posibles de editar, estoy en estado de alerta permanente. Quizás en una conversación surge algo, una chispa, una pista; de pronto empiezo a anotar algo: palabras, ideas, temas que se me ocurren. Por otra parte, como mucha gente concurría al local de la librería, me iban llegando propuestas y yo las evaluaba; a veces consultando con gente que confiaba”. El recorrido abarca también los aprietes durante la dictadura, los sofocones con los vaivenes del país, y la última etapa, con sus hijos tomando la posta y desarrollando nuevas estéticas, y dando lugar a autores que empiezan a publicar, como Ariel Urquiza y Débora Mundani.

En la tercera parte del libro Lafforgue abordó el catálogo de Corregidor, tarea para la que convocó además a 22 colaboradores/especialistas que analizan distintas facetas. “Mirar eso con atención te impacta, porque la verdad es que hicieron mucho –dice Lafforgue, y se manda por una vertiente–. ‘Vereda Brasil’, por ejemplo, es importantísima, y no sólo por Clarece Lispector, también están ahí Oswald de Andrade y muchos otros: yo no registro en literatura española una colección tan amplia dedicada a la lengua brasileña”. Gonzalo Aguilar y Florencia Garramuño escriben en el libro sobre esta colección, iniciada, apuntan, en 2001, un año que “no era el más propicio para iniciar grandes proyectos editoriales” y que acudieron a Corregidor porque era una de las pocas editoriales que habían quedado en pie tras la crisis de los ‘90 y porque Pampín “tenía fama de ser un poco quijotesco y sin temor a causas que parecían perdidas”. Un repaso abreviado de los convocados por Lafforgue y sus abordajes: Elvio Gandolfo escribe sobre Alsina Thevenet; Norberto Galasso, que escribe sobre Jauretche y define a Pampín como “uno de los pocos editores nacionales para los cuales el libro no es meramente una mercancía sino un instrumento fundamental para gestar una patria”; Daniel Freidemberg se explaya sobre Gelman y Bayley; Cristina Piña, sobre Pizarnik; María Rosa Lojo describe la colección que dirige, Ediciones Académicas de Literatura Argentina. Tango, historia, teatro, deportes, cine, economía, política: Lafforgue resalta libros, consigna perfiles, pone en contexto, destaca singularidades, reproduce tapas emblemáticas.

Corregidor publicó en 1973 la primera novela de Osvaldo Soriano, Triste, solitario y final, y la de Alberto Laiseca, Su turno para morir (1976); en esa línea y de esos años también pueden mentarse libros de la primera etapa narrativa de Jorge Asís, Luis Gusmán (Cuerpo velado), Reina Roffé (Monte de Venus), Blas Matamoro (Olimpo) o Enrique Medina (Strip-Tease). Por esta última, ya publicada durante la dictadura y censurada, a Pampín los militares se lo llevaron encañonado una noche (el episodio no pasó a mayores, sobre todo si se compara con las historias siniestras de esos años). Cuando Lafforgue le pregunta por sus lecturas, Pampín alude a Chandler y a Goodis: “Fui un buen lector del policial norteamericano, pero también me gustaron algunos novelistas del policial clásico”, responde. “Yo creo que él fue haciendo con una gran intuición –sostiene Lafforgue–. Pasa que empezó a laburar inmediatamente, a los 15 años. Y enseguida conoció desde adentro los engranajes de esa parte que, desde una mirada medio intelectualosa o académica, es menospreciada: toda la parte de la comercialización, la producción del libro, importación y exportación. El tipo mamó eso, y después fue viendo: bueno, armó una boca de expendio directa, las librerías. Y luego se fascinó con la edición. Y también hay una cierta línea ideológica, que podría ir desde su familia republicana hasta el sesgo de lo que publica en historia o política. Si le preguntás, él suele relativizar, más bien: ‘No, Puiggrós era del barrio, nos encontrábamos…   –te dice–. A mí me interesaba la historia argentina, y su punto de vista me pareció…’ Es vago cómo lo pinta. Es un tipo que viene de un lado que no suele ser apreciado; yo sí, a esta altura del partido, aprecio que haya armado esto. Y que sus hijos estén consustanciados con seguir”.

“Yo tenía, tengo hacia los libros una cuestión sentimental; digamos que un vuelco hacia algo que te hace sentir bien –le cuenta Pampín a Lafforgue en uno de los tramos del diálogo, que aquí hará las veces de cierre–. Vos a veces podés publicar un libro que te gusta poco o muy poco por alguna razón o circunstancia, por algún conocido o por algo así. Tenés que hacerlo. Pero lo mejor es el libro que editás por placer y que te anima; no hace falta que sea un éxito. Te pongo un buen ejemplo: un día alguien me dijo que las obras de Macedonio las tenía un hijo, guardadas en bolsas y que no las quería tocar. En uno de los actos culturales a los que yo solía concurrir alguien me pasó el dato de que ese hijo tenía un libro de profecías y que lo trabajara por ese costado. Resultó ser un buen tipoy lo invité una, dos, varias veces a tomar un café y a conversar. Poco después de establecido el contacto salió Terror en el año dos mil, pero a la vez empezamos a publicar las obras de Macedonio Fernández. Por otro lado, se ha dicho que Corregidor forma parte del zurdaje. Y tal vez sea verdad; te confieso que no me ha molestado que dijeran eso. Porque no me he detenido tanto en pensar lo que me podía caer encima. Siempre apuntamos a lo nacional, siempre anduve por los mismos caminos. Me gustaba estar con tipos ‘vigilados’, como Homero Manzi o Rogelio García Lupo, como Haroldo Conti. En ese sentido no sé qué cosas cambiaría. Pero creo que en medio de todo el catálogo estuvo y está bastante equilibrado”.

jueves, 1 de junio de 2017

El SPET, en junio, se dedica a estudiar a José Aricó

En la próxima reunión del SPET, que tendrá lugar el jueves 8 de junio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), nuestras invitadas Silvina Rotemberg y Sofía Ruiz se dedicarán a la tercera de las “Lecturas pendientes” propuestas en el marco del Ciclo I/2017: “La traducción como metáfora:  José Aricó como ‘traductor’ del marxismo".


Silvina Rotemberg es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como traductora y docente. Actualmente dicta clases de Lectocomprensión en alemán (UBA) y de Traducción general, Lingüística y Análisis del discurso (I.E.S. en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, Departamento de Alemán). Para el ámbito editorial tradujo sobre todo textos de ciencias humanas, entre otros, de Karl Marx y de Gustav Fechner.

Sofía Ruiz es Profesora en Alemán por el I.E.S. en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Se desempeña como docente en el nivel medio y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Alemán-Lectocomprensión). Cursa la Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural en el IDAES (UNSAM). En el ámbito de los Estudios de Traducción su interés se centra en las relaciones entre la traducción y el psicoanálisis. 

Lecturas sugeridas:

-Martín Cortés: Un nuevo marxismo para América Latina. José Aricó: traductor, editor, intelectual. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2015, pp. 15-52.

-Mariano Zarowsky: “Gramsci y la traducción: Génesis y alcances de una metáfora”, en Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 17, 2013, pp. 49-66. (Disponible en línea).


La parte elegida del texto de Cortés ya está disponible en la fotocopiadora del IES en Lenguas Vivas (sótano).