martes, 11 de junio de 2019

Un informe lapidario sobre la industria editorial


“Apoyado en cifras contundentes de caída de ediciones, cierre de librerías, pérdida de puestos de trabajo y retiro del apoyo estatal, el Fahrenheit criollo del Observatorio Universitario de Buenos Aires concluyó que ‘esta tal vez sea la crisis más prolongada, alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo’”. Así dice la bajada del artículo que publicó Silvina Friera en Página 12, el sábado 8 de junio de este año.

El Fahrenheit de Cambiemos

Los libros están considerados como un arma peligrosa en Fahrenheit 451, la distopía que Ray Bradbury escribió en los años cincuenta del siglo pasado, preocupado por la ruina que estaba provocando el macartismo en la sociedad estadounidense. ¿Quién escribirá nuestro Fahrenheit en estos tiempos de sistemática destrucción, orquestada por la política económica de Cambiemos, si es que no hay una escritora o escritor que ya lo está haciendo después de cuatro años de debacle del libro argentino? “Editoriales, libreros y cámaras de la industria editorial argentina confirmaron en los primeros meses de 2019 su peor crisis histórica agravada por los millones de volúmenes perdidos y por la generación de verdaderos daños estructurales”, plantea un informe difundido por el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), titulado Fahrenheit criollo.

“La caída editorial argentina desde 2016 registró, con la combinación explosiva de retracción del consumo generalizada a nivel nacional, inflación acumulada superior al 200% y devaluación persistente, una baja de ventas de al menos 36%, así como la pérdida de cerca del 35% de puestos de trabajo directos e indirectos y el cierre de decenas de librerías, con problemas de ventas”, añade el documento. “El sector atravesó varios momentos severos de crisis a lo largo de su desarrollo, que posiblemente no puedan ser estrictamente comparables entre sí por circunstancias históricas y puntuales, pero sí podemos decir que esta tal vez sea la crisis más prolongada alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo”, advirtió Diana Segovia, gerenta de la CAL (Cámara Argentina del Libro), una de las entidades más representativas del sector. “Estamos con la mitad del mercado de producción de la primera tirada en relación al año 2015. Se pierden lectores y después es muy difícil recuperarlos, además estos tiempos propician el auge de la piratería en especial en formatos digitales de distinto tipo con perjuicios para la industria”, explicó Segovia.

Esta pérdida de lectores se manifiesta en un dato: el promedio anual de lectura pasó de tres libros por habitante en 2013 a 1,5 en 2017, según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales. En el marco recesivo argentino desde la asunción del gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015, el sector editorial fue uno de los primeros en sufrir graves pérdidas, dos años antes que otros sectores como electrodomésticos, textiles, calzados y automóviles. “El vértigo de la debacle” se expresa ante la cantidad de ejemplares que se imprimieron de enero a octubre de 2018: 36.320.000 millones de ejemplares, comparado con el récord histórico absoluto de 128.900.000 millones en 2014. “En lo que va de 2019 se generaron 22,6 millones de ejemplares. Esto muestra una pérdida de un cuarto de tirada promedio para la edición general argentina”, dijo Adrián Vila, especialista en Políticas Editoriales de la UBA. También la producción de ejemplares del Sector Editorial Comercial (SEC) se desploma desde 2016 y el año pasado fue de cerca de ocho millones de ejemplares menos. El panorama se torna más dramático cuando se desglosa la pérdida de puestos de trabajo, que hasta el mes de febrero de este año implicó una caída directa de al menos 20 por ciento de trabajadores, a lo que debe sumarse la desocupación indirecta ligada a la falta de tareas para correctores, diagramadores, traductores y otros oficios que participan externamente en la producción de libros, que suma al menos 15 por ciento. En la industria gráfica se perdieron más de cinco mil puestos de trabajo entre 2016 y 2018.

El informe del OUBA alerta sobre el impacto de la deserción del Estado macrista. “Los incentivos a la producción y la compra estatal de libros, por licitación, se dejaron de lado, tras tomar impulso con la sanción, en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, de la Ley de Educación Nacional, en la que los libros se concibieron como material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles inicial, primario y secundario y llegaban gratis a los alumnos. Alberto Sileoni, que se desempeñó como ministro de Educación entre 2009 y 2015 durante las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, promovió la compra, también por licitación, y con la misma finalidad de promoción de la lectura, de autores nacionales. Por otra parte la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), conformada por casi dos mil bibliotecas y 30 mil voluntarios en toda Argentina, contribuyó asimismo a la promoción de la lectura. Una estadística oficial muestra con claridad el cambio de situación con la asunción del gobierno de Macri: de 1150 millones de pesos en 2015, en el renglón de compras estatales de libros, se pasó a erogar sólo 100 millones de pesos en 2016”, compara el Fahrenheit criollo.

El drama en sordina de las librerías crece. Según cifras de la CAL, desde 2016 se cerraron 35 pequeñas librerías en el país y otras 30 liquidaron sucursales, fueron absorbidas por cadenas o redujeron espacios y personal. Para el librero Ecequiel Leder Kremer, responsable de Librería Hernández, las cifras de cierres hasta el mes de mayo de este año son casi el doble a las estimadas en el último informe de la CAL, de acuerdo con mediciones propias que llevan adelante entre representantes de librerías. “Nuestros relevamientos en el sector nos indican al menos los cierres de 56 puntos de venta si agregamos las seis sucursales de la cadena Distal que se contabilizaron a principios de mayo de este año”, precisó Leder Kremer. “Los grandes grupos editoriales dominan una porción vastísima del mercado, mientras que las editoriales medianas, pequeñas e independientes se disputan una porción muy pequeña. Este rasgo estructural que acompaña el movimiento de la industria editorial a nivel global, solamente puede ser modificado por medio de regulaciones del Estado, que no es precisamente el concepto que tiene hoy la política hegemónica”, subrayó el vicedecano de la Facultad de Filosofía, Américo Cristófalo. “Estamos ante una crisis incomparable, ni durante las dictaduras ni en la década menemista de los 90, que marcó el inicio de la concentración de la industria editorial argentina, se verificó un panorama tan desolador”, reconoció Cristófalo.

El informe –que pondera el proyecto parlamentario presentado por el diputado nacional Daniel Filmus para la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA)– señala que la vida del libro argentino “requiere políticas urgentes de reparación y de recuperación activa”. De cara a las próximas elecciones, el Fahrenheit criollo concluye: “Entre distintos actores del mundo editorial circula la convicción generalizada de que un período de cuatro años más en estas condiciones va a significar un golpe de gracia letal para la industria cultural tal como la conocemos hasta el momento”.

lunes, 10 de junio de 2019

Por qué no hay que usar el diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (2)


Que en un ataque de demagogia quienes redactaron el Diccionario de la Real Academia hayan decidido la inclusión de voces como “uisqui” (por whisky) o “toballa” (por toalla) ya parece chiste. Ahora, que no incluyan palabras de uso mucho más común y extendido, es una prueba de imbecilidad que da cuenta de lo poco que conocen el castellano allende los mares. 

Tómese por caso “desparejo”, que el Oxford Living Dictionary de castellano y el Gran Diccionario de la Lengua Española de Larousse definen, respectivamente, así:

desparejo
Adjetivo
Oxford: Que es distinto a otra cosa con la que forma pareja o le corresponde ser igual.
Ej.: el cansancio de los jugadores determinó un rendimiento muy desparejo frente al equipo boliviano

Larousse: Que es desigual o diferente 
Ej.: hoy su opinión es despareja a la de ayer

Ahora bien, “desparejo”, en el DRAE, no consta. Habrá que buscar entonces “disparejo”, que se define así:

DRAE: disparejo, ja
adj. dispar.

Suponiendo que uno quisiera mayores precisiones, va a encontrar que “dispar” se define de este modo:

Del lat. dispar, -ăris.
adj. Desigual, diferente.

La única mención a “desparejo”, que se usa en casi toda Latinomérica se encuentra apenas en una de ésas respuestas que la RAE da por twitter, pero no en el DRAE. Ante la consulta de un usuario, le informan:

Con el sentido de “dispar” ('desigual, diferente') son igualmente válidos los adjetivos «desparejo» y «disparejo».

Entonces, si son igualmente válidas ambas formas, ¿por qué “desparejo”, que se usa de este lado del Atlántico, no consta en el diccionario de la Real Academia? Para ser generosos, supongamos que se trata de una nueva demostración de incoherencia.

viernes, 7 de junio de 2019

Bernardo Domínguez Cereceres, dueño de la editorial Malpaso, es un tipo taimado, grosero e impresentable que no paga a sus traductores

A pesar de la ausencia de muestras de interés sobre la situación de sus pares latinoamericanos por parte de  los traductores españoles, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires se solidariza con los colegas peninsulares e informa a toda Latinoamérica sobre la calaña del empresario mexicano Bernardo Domínguez Cereceres, que a la fecha no honra sus deudas y opta por contar el hilo por lo más fino, humillando a quienes trabajaron para su editorial. 

En la entrada correspondiente al 13 de septiembre de 2018 este blog ya se ocupó de Domínguez Cereceres y sus chanchullos en España, con las consecuencias del caso en la editorial Malpaso, que es de su propiedad.

El tipo, sin embargo, sigue jodiendo. Acá muestra la hilacha profundamente con su reacción grosera y mezquina ante el reclamo de pago de la traductora Ana Flecha, excolaboradora del sello a la que éste adeuda unos 4.000 euros por trabajos realizados en 2017.

Quienes estén interesados en este culebrón mexicano, digno del tramposo que argumenta para no pagar que hubo libros que no fueron buenas inversiones, no tienen más seguir la sucesión de intercambios de twitter, notas sobre Malpaso en la prensa española, la reacción de ACE Traductores y la de Malpaso.


Intercambio de twitter:

Notas a propósito de Malpaso




Reacción de ACE Traductores

Reacción de Malpaso
https://twitter.com/BDweekly/status/1136283501211377671

jueves, 6 de junio de 2019

Seguimos con la invisibilidad del traductor

Ian Barnett, Carlos Gamerro y Fernando Fagnani
El pasado 9 de mayo, en el marco de la XVII Jornada de Derecho de Autor en el Mundo Editorial, que tuvo lugar en la 45ª. Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, CADRA organizó una mesa redonda dedicada al tema “El escritor, un escritor invisible”, que fue coordinada por Julia Benseñor, con la participación de Carlos Gamerro, Ian Barnett y Fernando Fagnani. Lo que sigue es un breve resumen de la mesa y un mensaje en video de cada uno de los participantes traductores.

Los traductores tuvieron
su lugar de debate en la jornada

En la mesa a continuación, titulada “El traductor, ¿un escritor invisible?” se debatió sobre el rol del traductor, una figura central en el campo editorial, que muchas veces queda invisibilizada. Y a esto se refirieron los expositores: en este caso, el inglés residente en Buenos Aires, Ian Barnett, quien traduce a distintos autores argentinos para el mercado angloparlante. Sostuvo: "Un traductor comparte los mismos recursos y las mismas técnicas que un autor. Es un escritor como cualquier otro, no de textos originales; pero lo que sí puedo decir es que no es un escritor invisible. Los traductores literarios están muy visibles: los que no los ven son los lectores”. Al mismo tiempo, aseguró: “Sin el trabajo de CADRA, nos quedamos sin recursos para defender nuestro propio trabajo”.

También participó el autor, ensayista y traductor Carlos Gamerro, quien ofició de traductor de obras de Graham Greene, Harold Bloom y William Shakespeare. Gamerro se refirió a la importancia del trabajo del traductor como autor dando cuenta de que, por ejemplo, cuando alguien lee Respiración artificial, de Ricardo Piglia, en inglés, de tan buen trabajo realizado, parece escrita por el traductor.


Por último, el editor Fernando Fagnani, de Edhasa, se refirió a una tradición sudamericana de no hacer visible al traductor. “En Amazon, siempre aparecen los dos: autor y traductor. Acá se celebra solo al traductor cuando es autor, es decir, cuando su actividad principal no es la de ser traductor”. Moderó la mesa, la traductora literaria y técnico-científica, Julia Benseñor, miembro de la Comisión Directiva de CADRA, co-fundadora del Club de traductores e integrante de AATI.

Quienes deseen ver la introducción a esa charla, con comentarios de Julia Benseñor, Ian Barnett y Carlos Gamerro, pueden hacerlo en los siguientes vínculos:


Ian Barnett

Carlos Gamerro
https://www.youtube.com/watch?v=DhYfmIS9mTU&list=PLHMosKO68CBeljPR_8osgDkmIjmBIk32-&index=7

miércoles, 5 de junio de 2019

"Una voz que es mitad tú y mitad alguien más"

El 1 de diciembre de 2018, la escritora, periodista y traductora mexicana Lorea Canales publicó en la revista Letras Libres el siguiente artículo que vuelve a discutir la visibilidad y la invisibilidad del traductor, apoyándose en las opiniones de varios traductores ilustres.

El pequeño arte de traducir

“Este pequeño arte”, así llamó Helen Lowe-Porter a la traducción. Pero decir this little art no es necesariamente lo mismo que decir este pequeño arte. El calificativo little, el diminutivo little, no se usa en este caso para acotar el tamaño del arte, sino su importancia. This little thing, esta cosilla inconsecuente, este artecillo humilde; aquí little no es diminutivo sino peyorativo. Pero no, Lowe-Porter no dijo eso. La traducción, sobre todo en sus errores, puede ser monumentalmente importante.

Kate Briggs, traductora del teórico francés Roland Barthes, publicó un ensayo con ese nombre, This little art, en el que habla de Helen Lowe-Porter y su traducción al inglés de la obra de Thomas Mann, en particular de su libro La montaña mágica (1927). Lowe-Porter, una señora, casada, madre de tres hijos, no fue la traductora que Mann eligió –ese traductor se tiró por la ventana, dejando a Mann desprovisto–. Fue la traductora que Mann tuvo a la mano, la que se ofreció a hacer el trabajo porque quería ocupar su mente en algo. Lowe-Porter se lamentaba de no tener un conocimiento suficientemente pulido del alemán. Él hubiese preferido a un hombre. Con todo, se convirtió en su traductora oficial y sus versiones al inglés se vendieron por millones.

Años más tarde, sus esfuerzos se han puesto en entredicho por tener errores considerados elementales. Sin embargo, sus traducciones continúan siendo las más leídas.

A propósito, Briggs se pregunta: ¿Qué es la traducción? ¿A quién leemos cuando leemos a Mann en inglés? ¿Qué es lo que hace el traductor? ¿Por qué hasta hace muy poco no se incluía el nombre del traductor en la portada y aun ahora muchas editoriales lo omiten como si Dostoyevski nos llegara directo al español? Briggs argumenta, muy influida por su trabajo con Barthes, que el texto pasa por el cuerpo del traductor, que ella aporta a la traducción sus experiencias, saberes y afectos.

¿Qué se pierde con la traducción? ¿Qué se gana?

En un artículo publicado en El País, la nueva traductora de Mann, Isabel García Adánez, quien en el 2005 tradujo La montaña mágica directamente del alemán, opina que “el traductor ha de ser invisible”. Briggs argumenta lo opuesto, no existe el susodicho traductor oculto. En las versiones al español, con frecuencia podemos escuchar el origen del traductor. Si se hizo desde México, España o Argentina, te podrán dar una cachetada, una hostia o una bofetada.

Por su parte, Emily Wilson, la primera mujer que tradujo la Odisea del griego antiguo al inglés, considera que su traducción difiere de las anteriores no solo por su uso de la métrica y por elegir un inglés más accesible, sino porque hace énfasis en que algunas mujeres eran esclavas y no simplemente “sirvientes” o “putas”, como son tratadas por otros traductores menos sensibles al hecho de que estas mujeres no tenían opciones. Además, pone el énfasis en el dolor de las víctimas y no solo en los vencedores, como han hecho otros.

En su cuenta de Twitter, Wilson presenta sus decisiones y encrucijadas. Por ejemplo, cómo traducir la palabra pertho, que los diccionarios dicen es saquear, destrozar, robar, estropear. “Waste, ravage, sack, take, plunder...” A ella estos términos le parecen arcaicos o románticos, y considera que no hay razón para pensar que en griego antiguo sonaran así, porque describen una acción violenta, que también puede significar matar.

Tanto Wilson como Briggs son traductoras que han salido de la invisibilidad, que buscan hacer manifiesto su trabajo, más debatible y a la vez más responsable. Porque si no sabemos quién es el traductor, ni sabemos de qué idioma se traduce, ni sabemos de dónde viene, ¿cómo podemos reprochar sus decisiones?

El libro de Briggs recibió una crítica feroz por parte de Benjamin Moser en el New York Times. Él interpretó que al mencionar a Lowe-Porter, Briggs estaba justificando sus errores. Y al decir que la traducción era un arte, Briggs le estaba quitando su componente de objetividad. Él prefería ver la traducción no como algo subjetivo, sino exacto. Al día siguiente, una carta firmada por los más reconocidos traductores de lengua inglesa (Susan Bernofsky, Lydia Davis, John Keene y Emily Wilson, entre otros), publicada como réplica en el mismo Times, defendió el ensayo de Briggs.

En el mundo de la traducción anglosajona, fue el equivalente a un grito de guerra, el comienzo de una revolución que exige que los traductores sean reconocidos y recompensados, que pide sacarlos del anonimato y valorar su trabajo.

“Trabajas y trabajas y trabajas”, escribió Emily Wilson en su cuenta de Twitter, “y ahora hay algo que no existía antes, con una voz que no es la tuya, tú no la hiciste, es mitad tú y mitad alguien más, es toda de alguien más, y tú rezas porque viva, sea lo que sea que haya resultado”. 

martes, 4 de junio de 2019

Una crónica de la quinta Semana del Libro Argentino en la librería Calders, de Barcelona


Como es sabido para los lectores habituales de este blog, Andrés Ehrenhaus vive en Barcelona desde hace más de cuarenta años. Sin embargo, viene periódicamente a la Argentina y trae las novedades de allá, porque, además de ser uno de los traductores argentinos más activos de España, es escritor y conoce a sus pares españoles. Hay que decir que, al cabo de cada viaje (que por supuesto incluye varios asados y picados con jugadores siempre más jóvenes que él), vuelve a España con las novedades de acá y las difunde entre sus amigos y conocidos. Ese trajín, y su relación con la Librería Calders de Barcelona, terminó en la organización de una Semana del Libro Argentino, que este año cumplió los primeros cinco de existencia. Y dado que la ciudad invitada a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires fue Barcelona, pareció oportuno realizar un resumen de lo ocurrido en esta quinta edición. Lo que sigue, entonces, son sus comentarios y conclusiones.

Un zapallo en el desierto
Amplio resumen de la 5ª edición
  
Todos los años desde hace 5, la semana de mayo en la que caiga el 25 alberga en el tiempo lo que la Librería Calders de Barcelona en el espacio: un encuentro con el libro argentino. El encuentro, a diferencia del de Ducasse, no es fortuito aunque muchas instancias se empeñen en verlo tan improbable como el de una máquina de coser y un paraguas. El encuentro se parece, més aviat, a un zapallo en el desierto. Como sabemos desde bien chicos, todo zapallo o carbassa puede devenir carroza de princesa, si las condiciones están dadas. ¿Y lo están en Barcelona? Como decía ese gallego avant la lettre que era Heráclito de Éfeso, lo están y no lo están. Lo están porque el hecho-ahí ocurre con meridiana puntualidad y variedad de contenidos e invitados; y no lo están porque la prensa, las instituciones, los intelectuales y el público local en general pasan olímpicamente de la cita.

Tanto más notable es ese pasar olímpico cuanto que esta edición del encuentro estaba dedicada a poner sobre la mesa de disección la presencia de Barcelona como ciudad invitada en la Feria del Libro de Buenos Aires. Las riendas de ese envite estaban, estuvieron en manos de un ser bicéfalo: el Ajuntament de Barcelona (en su área más libresca y cultural) y el Institut Ramon Llull de Promoció de la llengua i cultura catalanes, que fue, de las dos cabezas, la más cabezuda. ¿Por qué así, siendo el Llull una institución de ámbito nacional catalán y la ciudad invitada una ciudad? La respuesta debe buscarse en los entresijos de la complicada política local, atravesada por asuntos que, si bien tienen su fundamento e incluso su origen en cuestiones de lengua y cultura, no necesariamente tienden a dirimirlas sino, vet a saber perquè, a embalsamarlas. Poniéndolo en términos muy toscos y volviendo a Heráclito, Catalunya es y no es España, y Espanya quiere/desquiere a Cataluña. Y en eso estamos apolillados desde 1714.

Impregnados de esta realidad insoslayable, los voluntaristas y voluntariosos fogoneros de las Semanas del libro argentino en la Calders ponemos lo que hay que poner cada mayo para que lo argento resuene con el eco modesto de un zapallo en el fértil desierto de la indiferencia local. Sí, esta frase tampoco es fortuita. La verdad es que estem fins el gorro. Tal es así que cada año nos preguntamos si vale la pena el esfuerzo; y cada año nos respondemos que sí, que vale la pena, aunque sólo sea porque los encuentros son estimulantes, ricos, sorprendentes, reveladores, amenos, únicos y diversos. Porque en el horizonte de sucesos de la Semana convergen, polemizan, leen, cuentan, se escuchan, se conocen o reencuentran toda clase de personas relacionadas con la producción, difusión o lectura de libros argentinos en España y viceversa. Porque la independencia es total y la libertad de crítica y pensamiento más totales aún. Y porque nos dolería mucho perder un espacio así, sostenido a pulmón y seso, como empanada de pobre. Perder espacios abiertos de intercambio intelectual sería contribuir al tedio y la catatonia que ya nos aletargan las piernas.

Pero no podemos quejarnos en absoluto. Este año, por ejemplo, el Consulado argentino en Barcelona nos obsequió con tres cajas de delicioso malbec y refrescante cabernet blanc. He aquí un hito, por no decir un hit. Y las tradicionales empanadas del Laurel son cualquier cosa menos pobres: a este lado del charco no las hay mejores. También es maravilloso el público, fiel hasta en la inconstancia. Y los participantes, que se lo dejan todo en cada charla. De hecho, los participantes son nuestra gran baza, nuestro capital intelectual más preciado, nuestra caja de Pandora y, por qué no decirlo, nuestro premio. Además, el modelo íntimo de los encuentros desata y destapa una complicidad que cataliza aún más el intercambio. Todos nos sentimos en casa. En casa se conversa mejor. Incluso cuando la gente abarrota la librería, nuestro ánimo es casolà; pero no engañemos a nadie: la mayoría de las charlas se nutren de una audiencia escogida y tenaz. A esos agraciados los esperan jugosas empanadas finales.

Decíamos que esta edición quiso ocuparse de la ida y la vuelta de la expedición metonímica de Barcelona a la Feria del Libro de Buenos Aires. Aprovechamos a tal fin la circunstancia de que Isabel Sucunza, librera de la Calders y un alma máter de la Semana argenta, formó parte de la delegación barcelonesa y de que yo mismo, servidor de ustedes, anduve por la Feria promocionando por mi cuenta y riesgo un libro propio y así pudimos recabar información, comentarios y sensaciones in situ, tanto de visitantes ultramarinos como de ciudadanos locales, y hacernos una idea personal del magno evento. Ya de vuelta, y compactando la semana maya en tres jornadas, propusimos tres mesas de encuentro: #losquenofueron, #loquesevendió, #losquefueron. En la primera participaron varios de los cuentistas compilados por Tatiana Goransky en el libro Barcelona-Buenos Aires, Once mil kilómetros (Trampa Ediciones, Barcelona 2019) que no entraron en la desigual convocatoria por motivos de índole incierta. En esta mesa se habló de las dificultades y alegrías de habitar ámbitos y lenguas que no son exactamente las nuestras y de cómo ese corrimiento afecta la literatura de cada cual; nada que decir de la Feria (porque no habían ido, obvio) y poco de la organización. Nobleza obliga.

La segunda mesa fue, quizás, la más interesante y, como suele ocurrir, la más desatendida. Curioso, porque había autoridades, agentes, editores entre los participantes. También es cierto que llovía, o había llovido el día anterior o llovería al siguiente. Como plato fuerte del menú, la directora de l'àrea de literatura i pensament del Institut Ramon Llull tuvo ocasión de explicar los más y los menos de la presencia catalana en la Feria (cabe decir acá que los responsables municipales de cultura/literatura también estaban convocados, aunque prefirieron declinar nuestra invitación). La valoración oficial del Llull es por demás positiva, sobre optimista incluso. Ahí va en catalán –para que practiquen, traductores– lo que se puede leer en su web bajo el título de “Barcelona seduce en la FIL de Buenos Aires”:

Les diferents activitats literàries celebrades a l’auditori de l’estand deBarcelona –un espai de 200 metres quadrats que ha acumulat elogis pel seu disseny i funcionalitat– han atret 2.000 persones, xifra que representa una ocupació mitjana del 75%. El programa de Barcelona ciutat literària ha permès mostrar a Buenos Aires la literatura que es fa avui a Barcelona. En especial, les noves veus emergents de la ciutat. I ho ha fet de la mà de 32 escriptors i il·lustradors i 32 escriptores i il·lustradores.
En paral·lel a les xerrades, homenatges i diàlegs d’escriptors que s’han celebrat a l’auditori, per la llibreria de l’estand hi han passat milers de visitants. Aquest espai ha comptat amb 10.000 exemplars constituïts per 600 títols diferents provinents de 40 editorials. Els autors més venuts han estat Héctor Lozano (Cuando fuimos los peripatéticos), Paula Bonet (La sed, Roedores i Qué hacer cuando en la pantalla aparece the end) i Mercè Rodoreda (Jardín junto al marLa plaza del diamante i La calle de las camelias). Destacar que s’han esgotat els 40 diccionaris de català que han viatjat fins a Buenos Aires. Tots els llibres que no s’han venut es donaran a les biblioteques de la capital argentina.  Al llarg d’aquests dies també s’ha desplegat un ambiciós programa professional amb l’objectiu de promocionar els autors de la ciutat, potenciar les traduccions al castellà d’originals catalans i donar suport a les editorials barcelonines per millorar i tenir distribució a l’Argentina i a la resta de Llatinoamèrica. En aquest sentit destacar que més de 30 editorials catalanes han participat de les jornades professionals de la Feria del Libro i que s’han realitzat 60 reunions amb editors argentins. 

Etc. Fuera cual fuese el correlato con la realidad, lo cierto es que la directiva del Llull disculpó de antemano los posibles errores de las instituciones a cargo con un curioso y paradójico argumento: si acaso hubo errores (y a buen seguro los hubo), para ellos era esencial que no se debieran nunca a cuestiones de índole política sino siempre a pifias involuntarias hechas en nombre de la cultura, la lengua, la literatura, el arte. ¿Ingenuidad programática? ¿Cola de paja institucional? ¿Busque usted el pleonasmo oculto? Porque pocas cosas son más políticas que la lengua y la cultura, ¿verdad?, salvo, quizás, la ilusión de apoliticidad. De nuevo, la clave de esta paradoja es interna y tiene más que ver con la difícil relación entre Ajuntament de Barcelona y Generalitat de Catalunya y el [des]equilibrio de competencias, y no con la casi inexistente relación de lo catalán-hoy con lo argentino-ahí. Una lectura rápida del párrafo citado da buena cuenta de los supuestos logros de la misión apolítica: el stand en cifras, bastante bajas en relación a la circulación básica de público de la FIL, incluso en un año de vacas famélicas como éste; la paridad de género (32 vs. 32); las ventas de libros, sin cifras ni valoración cualitativa, y de los 40 diccionarios con que venía pertrechada la expedición (wow!); y la potenciación del programa de extraducción, también sin cifras (se vendieron 2 obras, y ni siquiera en esta feria sino en la anterior, la de Guadalajara). Respecto de este último punto destaca la absoluta ignorancia por parte de la delegación visitante de la contraparte local en la promoción y apoyo de extraducciones, el Programa Sur. Destaca pero no sorprende: ellos fueron a verse, no a vernos. Y se vieron.

En la tercera y última mesa, la de #losquefueron, había de todo pero en porciones cortas–para qué exagerar. De los cuatro invitados, dos eran muy críticos, uno crítico con reservas y condescendiente el restante. Al menos, de partida. Muy pronto se desmontaron los argumentos triunfalistas y la visión endogámica de una delegación tan nutrida como encantada de conocerse. Tampoco era difícil. Quien más quien menos contó pormenores y desaciertos, encuentros y desencuentros, servidumbres y consuelos. La mayoría coincidió en un aspecto crucial: esa megadelegación de 32+32 se sintió, salvo casos aislados e idiosincráticos (Silvia Pérez Cruz, por ejemplo, fue a cantar para su público, que lo tiene; Pilar Rahola fue a hacer bardo en los medios, que la bancan), intrínsecamente desaprovechada. Las charlas eran desparejas –lo que contrasta con la obsesión llullística de emparejar las charlas– y a veces inoportunamente programadas (Xavi Ayén, el autor de Aquellos años del boom, vio su audiencia reducida prácticamente a la nada al coincidir con la presentación del libro de CFK), y casi nunca se relacionaba in situ al ponente con sus libros.

Pero la crítica más feroz recayó en el antes, no en el durante o el después. Porque muchos de los que fueron, habían sido llamados antes para asesorar a los funcionarios, cosa que hicieron con entusiasmo y abundancia de información y contactos. No en vano viven, vivimos en Barcelona y alrededores muchos argentinos y desde hace muchos años, así como muchos catalanes que mantienen una intensa relación con Buenos Aires y Argentina, de modo que había mucho material del que echar mano; por decirlo en términos empresariales, recursos humanos no faltaban, en ninguna de las dos orillas. Sin embargo, se desaprovecharon o se aprovecharon torpe e ineficazmente, se desoyeron las propuestas, se ignoraron las conexiones reales, activas, productivas. Como muestra, un betún: existe un genuino interés en las universidades argentinas por la literatura y la lengua catalanas, y un conocimiento más profundo del que a simple vista podría suponerse; no obstante, las instancias organizativas de la delegación desecharon todos los contactos académicos propuestos por considerarlos apriorísticamente soporíferos, presuponiendo que la vitalidad universitaria argentina es equivalente a la abulia de la española y, por extensión, catalana. Así, paradójicamente una vez más, el comportamiento que desde Catalunya se le afea al estado central opresor (esa imposición poscolonial de roles basados siempre en la realidad interna y nunca en la observación e internalización del Otro) es el mismo que se aplica en tierras ultramarinas cuando a quienes les toca visitar la Indias es a los catalanes.

El corolario de la mesa que cerró la Semana queda patente una de las frases que resonaron entre las pacientes paredes de la librería Calders: “¡Vinieron a mostrar sus espejitos de colores en un país donde hasta el último indio sabe quién es Lacan!”. No les interesó si el Programa Sur ni los investigadores argentinos de lo catalán ni las numerosas editoriales íntegramente independientes que rodeaban el stand de Barcelona (del que no hemos dicho nada, porque mucho más indigno era el argentino en la Feria del Libro de Bogotá) ni la recepción real del público local ni la historia viva del trasiego entre Buenos Aires y Barcelona, sobre todo a partir del golpe militar de 1976 y los años negros de la dictadura. Fueron, vieron, vendieron (poco). Ni siquiera se enteraron de que a su invitada más mediática, la ya mencionada Rahola, alguien del público le gritó cuando aventó en la Feria su crítica política a que se hiciera uso político de la Feria (en referencia a la presentación del libro de la también citada CFK): “¡Dale, gallega, volvé a Madrid!” [sic]. Y el Llull habla de seducción y éxito…

Seducción y éxito clamoroso que obtuvieron, en cambio, las empanadas y el vino con que la Semana agasajó a los concurrentes, con la promesa de que, el año que viene, volveremos a poner el hombro para mantener vivito y coleando nuestro zapallo en el desierto. Visca la Setmana del Llibre Argentí a la Calders!

lunes, 3 de junio de 2019

Por qué no hay que usar el diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (1)


pascua.
(Del lat. vulg. pascŭa, este del lat. pascha, este del gr. πάσχα, y este del hebr. pesaḥ, infl. por el lat. pascuum, lugar de pastos, por alus. a la terminación del ayuno).

1. f. Fiesta la más solemne de los hebreos, que celebraban a la mitad de la luna de marzo, en memoria de la libertad del cautiverio de Egipto.

2. f. En la Iglesia católica, fiesta solemne de la Resurrección del Señor, que se celebra el domingo siguiente al plenilunio posterior al 20 de marzo. Oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

3. f. Cada una de las solemnidades del nacimiento de Cristo, del reconocimiento y adoración de los Reyes Magos y de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico.


4. f. pl. Tiempo desde la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo hasta el día de Reyes inclusive.


Observaciones del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
a. en la etimologia aparece pésaj, pero pésaj no está en el DRAE

b. es la primera acepción, pero el uso de imperfecto del indicativo hacer parecer que los “hebreos” hubieran muerto todos. 

c. “nuestro señor”, etcétera. ¿Somos todos católicos?