viernes, 30 de mayo de 2014

Andrew Wylie sucumbe ante el olor a butifarra

Esto, con firma de Winston Manrique Sabogal fue publicado por El País, ese diario madrileño, el 28 de mayo pasado. Una lástima: el Chacal nos caía bien.

Carmen Balcells y Andrew Wylie
se unen para crear la ‘superagencia literaria’

Carmen Balcells y Andrew Wylie, han dado el primer paso para convertirse en la agencia internacional más potente y con los autores más codiciados del mundo: desde V. S. Naipaul a Philip Roth o Martin Amis, hasta los autores del boom latinoamericano, como García Márquez y Vargas Llosa. El 27 de mayo los dos agentes firmaron un acuerdo de intenciones con el fin de crear una agencia internacional que se denominará Balcells&Wylie.

"Nos hemos seguido y admirado mutuamente durante años, y deseamos trabajar estrechamente a partir de hoy. Nuestro objetivo es dar mayor fuerza, alcance y duración a la representación de los clientes, y estamos entusiasmados y totalmente comprometidos con las oportunidades que se nos presentan", han declarado Balcells y Wylie, conocido como El chacal.

"Se trata de un movimiento muy inteligente por parte de las dos agencias", asegura Claudio López de Lamadrid, director literario de Penguin Random House. Los dos se aseguran sus entradas y consolidación en nuevos espacios, por un lado, añade López de Lamadrid, "Wylie entra en el mundo hispanohablante, y Balcells asegura la continuidad de la agencia y sus autores salen ganando".

La creación de esta superagencia literaria era un rumor desde hace varios meses. Dos agentes que han apostado por autores, consolidado otros, ojeado el panorama internacional en busca de talentos e influido en el sector literario y editorial. La unión de estas dos agencias responde a la reorganización del mundo editorial, movimiento de piezas en el tablero, en momentos del cambio de paradigma del sector, la irrupción de grandes grupos globales como Amazon, Google y Apple que tocan varias partes de la cadena de valor del libro y la propia crisis económica. Las alianzas y las fusiones son la norma para poder afrontar la reconversión del sector que afronta los retos de los nuevos tiempos.

Balcells&Wylie quedaría conformado por un catálogo envidiable que incluye autores clásicos del siglo XX como Vladimir Nabokov, Yasunari Kawabata o Jorge Luis Borges; premios Nobel como García Márquez, Orhan Pamuk, Kenzaburo Oé o Mario Vargas Llosa; autores clave del momento como Philip Roth, Milan Kundera, Roberto Calasso, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Juan Marsé, Salman Rushdie; y nombres con gran potencial como Teju Cole, Helen Oyeyemi o Chimamanda Adichie.


jueves, 29 de mayo de 2014

Excelente criterio para una colección de traducciones

El escritor y cronista Rodolfo Mendoza
Con el pelo corto y sus gafas de pasta gruesa, deportivas, Rodolfo Mendoza me recibe en su mesa habitual de un conocido café del centro de la ciudad. A pesar de la inagotable lista de pendientes que suele tener su agenda, me propone reunirme con él durante un breve descanso de una hora, y además él invitará el café. Así ocurre. Al llegar a la reunión, puntual en hora y fecha, Rodolfo acababa de despedirse de otro invitado.” Así comienza la entrevista que el poeta Diego Salas (Xalapa, Veracruz, 1984) mantuvo a propósito de la colección de traducciones que se publica en Veracruz, México, alrededor de la figura del escritor y traductor Sergio Pitol, quien por segunda vez en esta semana aparece en este blog. El texto procede de la revista Tierra Adentro, publicada por la Conaculta, el 26 de octubre de 2013.

Entrevista con Rodolfo Mendoza,
Director de la colección “Sergio Pitol Traductor”

–¿Cuándo y cómo nace la colección Sergio Pitol Traductor?
–La colección nació en 2007. Fue una idea que tenía yo de reunir las traducción que Sergio Pitol había hecho a lo largo de su vida. Como sabemos, él había comenzado a traducir en los años sesenta, con traducciones emblemáticas. A él se debe, por ejemplo, las primeras traducciones de muchos autores polacos. Para 1967 tenía ya preparada la Antología del cuento polaco contemporáneo, donde había alrededor de 20 autores, muchos de ellos, con su primera traducción al español; pero también, para ese momento, Sergio ya había hecho traducciones del inglés y del italiano. Y todas ellas habían quedado diseminadas en varios países, entre México, Argentina y España, traducciones que, al paso del tiempo, se volvieron emblemáticas, como aquellas de Henry James (Los papeles de Aspern y Washington Square) o, para seguir hablando del inglés, de Firbank con Las excentricidades del cardenal Pirelli o la famosa traducción de El corazón de las tinieblas de Conrad. Entonces, Sergio, el Sergio viajero que también conocemos, lugar al que llegaba, lugar donde devoraba la literatura, y al devorarla, descubría que había autores que no se conocían en español. Es decir, aunque tradujo, del ruso, Un drama de caza, la única novela de Chejov, se dio cuenta que no estaba traducido, por ejemplo, Pliniak. Al pasar por Italia, traduce a Luigi Malerba o Elio Vittorini, que tampoco estaban en español. Pero te decía que muchas de esas ediciones habían quedado dispersas en todas partes o ediciones inencontrables. Por citarte un caso, la de Witold Gombrowicz, que después sería Bakakai, habían aparecido, los tres primeros cuentos, en un librito que se llama La virginidad y otros cuentos, en una edición que el dirigía para Tusquets. De tal manera que, cuando me di cuenta, durante mi camino de editor, tenía treinta o cuarenta títulos traducidos por Sergio, que no  estaban en ningún lado, y que no circulaban, salvo Cosmos, El corazón de las tinieblas y algunas cosas de Henry James. No circulaba lo de Lu Hsun, por ejemplo, ni El ajuste de cuentas de Tibor Déry ni La señora Z de Kazimierz Brandys. No circulaban muchas cosas que, según yo, valía la pena que el lector en español conociera. Así que, previo consentimiento de Sergio, le propuse hacer la colección a la Editorial de la Universidad Veracruzana. Aceptaron hacerla. Comenzamos a ver toda la parte de trámites de derechos de autor, obtuvimos el permiso de los diecinueve autores que conforman actualmente la colección. Y se hizo.

–¿La colección va a crecer?
–Hasta veinticinco.

–¿Serán todos los autores que tradujo Pitol?
–No, evidentemente no, porque tú sabes que el tiempo, la época y el mundo editorial van poniendo cosas en su lugar, y los que a Sergio le parecieron autores interesantes en los 60 y los 70, la verdad es que ya no lo son tanto, no aguantaron el paso del tiempo.

–Es evidente que esta colección, visualmente, no se parece nada a las demás colecciones de la Editorial. Tampoco se mueve igual. ¿Cuál fue el proceso para decidir esto?
–No es que estuviera yo pensando en hacer algo que no se pareciera a la universidad, pensaba en hacer libros que me gustara hacer. Cuando uno emprende la edición de un libro, como editor, cuando vas a preparar una colección, la edición misma se empieza a conformar en tu cabeza a los títulos que vas a tener. Lo que se me ocurría era hacer algo muy pegador, algo que jalara mucho la vista, algo que pudieras tener en una mesa de novedades de cualquier lado y que, como lector, voltearas y quisieras ver qué es, sobre todo, tratándose de una colección nueva. Ahí tenemos los grandes aciertos de grandes editores como Jonathan Cape, en Inglaterra; como Wagenbach, en Alemania; como la New Directions, en Estados Unidos, ¿no? Son ediciones que se vuelven emblemáticas por el carácter y el perfil que agarran. Si uno ve, por hablar de los editores en español, un libro de Anagrama a diez metros de distancia en una librería, se nota que es Anagrama. Lo mismo pasa con Acantilado o con Pretextos. Son colecciones o editoriales que logran su carácter. Lo que quise hacer fue precisamente eso, hacer una colección que tuviera su carácter a los tres o cuatro números de creada. Que tuviera su personalidad, y que tú voltearas y la distinguieras.
Creo que la misión de cualquier proyecto editorial es rebasar sus propias fronteras, que los libros sean distinguibles en cualquier parte del mundo, y en ese sentido, el carácter y el perfil de la edición ayuda mucho.

–Ese es otro gran mito sobre las casas editoriales universitarias, aunque producen libros con buenos contenidos, su posicionamiento no suele vencer las barreras geográficas. Y que, en parte, tal vez se deba al formato de su producción…
–Sí, tienes razón. Y además, es un mito absurdo eso de que las editoriales universitarias reduzcan su producción a libros como que muy caseros. Porque “el problema” de estas casas no es un problema en sí mismo, sino que las editoriales universitarias, no todas, obviamente, creen que tienen como labor solamente cubrir la producción editorial de su universidad. Sin embargo, hay casos donde no es así. Si ves Oxford Press o Cambridge Press, te das cuenta de que hay universidad que hacen libros fantásticos. No está divorciada la idea de hacer buenos libros, como objetos, libros visualmente comerciales, de editar libros universitarios y con contenidos de calidad. De tal suerte que, cuando pensé en esta colección, pensé en lo que, no es ninguna novedad, piensa cualquier editor: que fuera una tipografía bonita, una caja grata, que el papel te permitiera leer con mucha o poca luz, con portadas mate, que fuera cosido, que fuera fuerte, que trajera solapas, que si lo traías en tu coche, el sol no lo doblara ni lo hiciera “taquito”, en fin, en algo hecho para el lector.

–Aquí, lo que parece una novedad es considerar al lector, por parte del editor universitario…
–Al lector es al primero al que debes de considerar. No siempre sucede, sobre todo en algunas editoriales; pero si piensas como lo hacen las grandes editoriales, sí. Y sí, a veces las editoriales universitarias no piensan en el “gran lector”. Hacen libros con buenos contenidos, con buenos autores; pero se olvidan un poco de la parte del libro como tal.

–Se dice por ahí que tienes tu propio equipo para trabajar esta colección…
–Sí, claro, uno trabaja con su propio equipo. Es como los médicos. El médico opera con su anestesiólogo y su instrumentista y con su enfermera. Igual yo. Soy un hombre de manías. Me gusta trabajar con mi propio equipo, porque además ya lo tengo muy probado. Con ellos trabajo esto, y también  La Nave y los demás proyectos. Eso no quiere decir que no vaya descubriendo gente nueva y buena, porque a veces tenemos tanto trabajo que hay que ampliar el equipo.

–Por la formación del libro, por la selección de autores y contenidos y por su distribución, podemos decir que la colección Sergio Pitol Traductores uno de los proyectos más ambiciosos que ha tenido la Editorial de la UV en estos últimos años. ¿No te enfrentaste con reticencias cuando planteaste el proyecto? Desde políticas, económicas o de cualquier otro tipo.
–No, en absoluto. Alguna mínima reticencia que ahora no vale la pena ni siquiera mencionarlo, porque, como nos decían varios amigos editores, es una colección que hubiera querido albergar cualquier editorial. Lo que pasa es que no hay otra, hasta donde sé, al menos en español, no hay otra colección dedicada a un traductor, aun cuando tenemos traductores tan potentes en lengua española. A nadie se le había ocurrido hacer una colección dedicada a un traductor. Además, para ampliar un poco esto, tendré que decirte que la idea conceptual de donde nace es que, al ser lector de la obra de Sergio Pitol, me di cuenta de la importancia de sus traducciones. Las traducciones no van ni siquiera en paralelo, son parte de su obra misma. Cuando uno lee a Sergio Pitol decir que estaba atorado con la elaboración de Cuerpo presente, y que fue la traducción de El buen soldado de Ford Madox Ford la que lo hizo ver una estructura de novela y le permitió escribir su novela, te das cuenta de cómo la traducción era parte del trabajo creativo de Sergio. Encima de eso, le ayudó a desarrollar un manejo y un sentido del español como pocos. Su manejo del español, para poder, no calcar, sino mutar de un idioma a otro es espléndido. De ahí que sean tan respetadas sus traducciones. Fabio Morábito decía que cómo le hizo Sergio para traducirSalto mortal de Malerba, cómo logró esos juegos gramaticales y sintácticos del italiano al español. Ahí está justamente el aporte de Sergio. Si tú ves la lucha con el ángel, en el capítulo aquel del Arte de la fuga, cuando él está traduciendo a Andrzejewski, con la endiabladamente difícil Las puertas del paraíso, que es una gran frase, te das cuenta de todas las horas y todo el trabajo que le llevó lograr esta traducción esta traducción tan importante para la lengua española.

–¿Crees que esta colección, como efecto colateral, impacte en un mejoramiento de las condiciones de trabajo del traductor en México?
–Eso ya depende de cada quién. Yo creo que sí se está haciendo mucha traducción y muy buena. Por alguna razón, se sigue traduciendo más en España y quizá en Argentina. Por alguna razón, las editoriales mexicanas apuestan un porcentaje menor a la traducción. Hay cosas que siguen sin traducirse. Por ejemplo, cosas que en España sí voltean mucho a ver. Es de envidia lo que están haciendo con los autores árabes. Muy pocas editoriales están volteando hacia la India o Asia Ahí es donde habría que voltear a ver. Aunque seguimos teniendo muchas deudas de traducción. A mí me parece sorprendente que no circulen en español más que algunos títulos por ahí perdidos de lo que yo llamaría el “canon de la crítica literaria anglosajona”. Ojalá que esta idea de reconsiderar la importancia de un autor como traductor, como en el caso de Sergio Pitol, despierte un poco el interés entre editores y traductores para seguir haciendo eso que son los vasos comunicantes que conocemos desde que Ptolomeo III junto a setenta y dos cuates a traducir.

–¿Tienes pensado armar otra colección?
–Sí, tenemos dos colecciones atoradas. Una de ellas, que nos entusiasma mucho pero no hemos logrado cuajarla, es sobre literatura latinoamericana. Desde hace muchos años tenemos ya un listado de lo que quisiéramos hacer, y espero que en algún momento se logre. Porque, a estas alturas, resulta ridículo que un autor costarricense no sepa de literatura venezolana o que lector y hasta escritores peruanos te pregunten si vale la pena leer a José Emilio Pacheco o que un autor argentino sepa más de literatura inglesa o francesa que de literatura colombiana. Ésa es una cuestión muy curiosa en nuestro continente, que habiendo tantos autores imprescindibles en Costa Rica, Venezuela, Cuba, Chile, Perú, Argentina, Paraguay, etcétera, no los conozcamos. De tal suerte que queremos hacer, sin que eso sea un canon, una colección desde nuestra perspectiva de lo que vale la pena leer de la literatura latinoamericana del siglo XX. Por ejemplo, está Ednodio Quintero, José Balza, Maria Luisa Bombal o Armonía Somers.
Te lo puedo asegurar, cuando el lector mexicano, en principio, (porque eso ha complicado un poco la cosa, ya lo habríamos podido sacar para México, pero estamos buscando que sí tenga una distribución muy buena en toda Latinoamérica, porque si no, el único ganón va a ser el lector mexicano), lea a Armonía Somers, va a decir “¿por qué no había leído esto antes? Si es una autora tan importante como lo puede ser Virginia Woolf”; cuando lea a Juan Filloy, dirá “¿por qué nos habíamos perdido de un autor de esta naturaleza?; cuando lea a Maria Luisa Bombal va saber por qué le tenía tanta admiración y casi reverencia Juan Rulfo. De esa manera es que la tenemos planeada.


miércoles, 28 de mayo de 2014

El arribista Parra no pierde las mañas

Publicada en La Tercera, de Chile, el 13 de abril pasado, la siguiente entrevista de Roberto Careaga C. con el poeta y traductor Nicanor Parra se refiere, entre otras cosas, a una frustrada traducción de Shakespeare En la bajada se lee: “A poco más de cuatro meses de cumplir 100 años, Nicanor Parra resiste estoico el paso del tiempo frente al mar. Pasa el día escribiendo, es capaz de recitar de memoria y cantar. Aquí cuenta por qué rechazó la oferta de Farkas para la traducción de Hamlet y que hoy está más interesado en Diego Portales. Sobre su siglo no habla, tampoco de las fiestas que lo celebrarán.”

Nicanor Parra: "La Violeta siempre fue abajista,
yo siempre fui arribista"

Es un cuaderno universitario de hojas blancas que todos los días, a cada rato, gana una anotación. Una frase, un dibujo. Una pista. Es otro más de una colección que crece todos los días desde hace años. Nicanor Parra no lo suelta. La mañana del miércoles pasado, mientras la gata Rosita entraba y salía de la casa sin que nadie la llamara, el antipoeta detuvo la lectura del diario y empuñó su Bic negro para garabatear una idea al vuelo: una elemental portada de un libro que sólo lleva el título en la parte superior, Otro libro, y abajo el nombre de su autor, Nicanor Parra. “Lo acabo de hacer”, dice mostrándolo. “El título es todo. Tiene que ser vendedor. El poeta tiene que ser un empresario”, añade.

Envuelto en chalecos y camisas, Parra está sentado en el living de su casa en Las Cruces, iluminado por el tibio sol del mediodía. Está rodeado de diarios, algunos libros, a ratos también de la gata.  Su vista al mar es inmejorable: “Ni los empresarios viven así”. Y sigue. “Los poetas les piden becas a la municipalidad, al Departamento de Literatura de la Universidad de Chile, se hacen socios de la Sech… Tienen que ser negociantes. Empresarios de empresarios. Casi no hay, salvo Neruda, que se metió al bolsillo al capitalismo y al marxismo, con los premios Nobel y el Stalin. Pero eso era otra época”. 

A menos de 150 días de cumplir un siglo de vida, Parra desafía estoico al tiempo. El lumbago del año pasado, por decir algo, hoy está en calma. El autor de Versos de salón aún funciona por los mismos impulsos que hace 60 años lo llevaron a desmantelar los engranajes de la poesía y el lenguaje. Es capaz de recitar poemas de memoria, citar autores –de Heiddegger a Enriqu Lihn– e incluso cantar sin desafinar. En una esquina del living hay un afiche de un recital que se realizó en la playa en enero pasado, celebrando anticipadamente sus 100 años, que cumple el 5 de septiembre. Lo colgó uno de sus hijos, el Chamaco. A él no le interesa mucho el tema. 

–Se vienen los 100 años –dice indiferente. Luego mira de frente, cierra la boca y pasa dos dedos por los labios como si corriera un cierre. Termina con un shisst. 

La fecha atrae a todo tipo de visitantes a Las Cruces, cuenta Rosa Avendaño, su celosa empleada y guardiana. Muchos más que antes. No hace mucho, un bus se estacionó frente a la casa de Parra: era un tour de la tercera edad que venía a conocer la casa del ganador del Premio Miguel de Cervantes 2011. También se aparecen magnates. En noviembre del año pasado llegó a verlo el empresario Leonardo Farkas: “Llegó con una maleta llena de billetes con un millón de dólares”, cuenta el poeta, recordando que no hacía mucho él había pedido a un mecenas para trabajar en su famoso proyecto de traducir el Hamlet de William Shakespeare. Pidió públicamente un millón de dólares y, según dice, Farkas se lo tomó literal. 

La colaboración no prosperó.  Esa misma tarde se aguó. Parra prefiere un gesto: cierra el puño y le pega a un extremo con la otra palma abierta, haciendo tapa. También pasó que el autor de Sermones y Prédicas del Cristo del Elqui ya no está para traducciones.  “Yo estuve trabajando en el Hamlet durante 40 años, me lo sabía de memoria. Después pasó lo que pasó y lo dejé”, dice. Luego eleva el tono. “Dejé al Quijote, dejé a Hamlet. Dejé a todos los personajes. Dejé la ficción. Qué me importan las voladas personales de Shakespeare o Cervantes.  Me quedé con Diego Portales”, añade. 

Muchas cosas le interesan a Parra de Portales, pero disfruta sobre todo de su lado oscuro: “Le gustaba ir a La Chimba, al otro lado del Mapocho. Ahí era más rápido el amor”, dice, y recuerda a la “señorita Z”, una mujer que engañó a Portales falseando su virginidad. Todo eso está en la correspondencia del político, la más preciada lectura del poeta por estos días: “En las cartas de Portales, y también en las de O’Higgins, está la realidad–realidad. Eso no es literatura. Es la historia de Chile, de la República”, asegura.

–¿Piensa escribir algo sobre Diego Portales? 
–Yo, ya no ya… –dice sin terminar la frase. Y la repite, degustándola: “Yo, ya no ya”. 

No, no escribe. Regularmente, al menos, no. Hoy lo de Parra son chispazos, notas al pie de una obra que redefinió la poesía a la luz del habla popular y la duda radical. Ya se sabe: bajó a los poetas del Olimpo y los dejó a la intemperie. El primer disparo de su revolución fue Poemas y antipoemas, publicado en 1954 y que está cumpliendo 60 años. Precisamente ese hito será el que dé la partida para un año consagrado al antipoeta: el 28 de abril la Biblioteca Nicanor Parra, de la UDP, inaugurará la exposición "Antiprofesor. 60 años de Poemas y Antipoemas", preparada por Marcelo Porta, y que recoge la historia del volumen en fotografías y documentos. En el segundo semestre, en tanto, la editorial de la universidad reeditará el libro, inaugurando una colección de clásicos latinoamericanos.

Las fiestas continúan con una nueva edición de los Artefactos (1972), impulsada por la Municipalidad de Santiago junto a Aguas Andinas, la que será distribuida gratuitamente entre los habitantes de la comuna para que en septiembre se hagan exposiciones en la calle con las postales. En agosto, en tanto, la Biblioteca Parra recibirá “Obras públicas”, la misma exposición que antes estuvo en Guadalajara y Madrid y que recoge su largo coqueteo con las artes plásticas, desde los Quebrantahuesos (1952). Poco después, el GAM abrirá una muestra curada por el nieto de Parra, Cristóbal Ugarte, el “Tololo”, con fotografías y documentos desconocidos. 

“¿Fiestas?”, pregunta Parra incrédulo, descartando alguna visita a Santiago para las actividades. No es que no le gusten, pero prefiere los libros sobre su obra. Los “evangelios”, les llama bromeando, y pide más, justo antes de que golpee la puerta el editor de La antipoesía de Nicanor Parra, un legado para todos & para nadie (Ed. Museo Histórico Nacional), de César Cuadra. Nicanor revisa un ejemplar y lo pone junto a La poesía de Violeta Parra, de Paula Miranda, recién publicado por la Universidad Católica. “Pero ahora me di cuenta que el genio de la familia es otra: Clara Sandoval. La top one”, dice el poeta, recordando a su madre, fallecida en 1982.

El poeta agarra vuelo y recita, sin repetir ni equivocarse, un poema de cuatro estrofas de su mamá: es la historia de un matrimonio y un funeral, el de la hija y una madre: “Uhhhh… Devastador”, dice el terminar. Después de una pausa se pone a cantar una tonada de su padre. “A ese hay que descubrirlo ahora”, asegura, y trae del pasillo de la casa una foto antigua donde aparece su papá con un traje elegante. “Propietario, pues. ¿Ve? La Viola les hizo creer a todos que éramos forajidos, pero éramos más propietarios. La Violeta siempre fue abajista, yo siempre fui arribista”, lanza.



martes, 27 de mayo de 2014

Desempolvando a Pitol


Publicado en La Jornada, de México, allá por el 19 de septiembre de 2008, el siguiente artículo de Andrés Timoteo Morales da cuenta de la aparición de los que entonces eran dos nuevos volúmenes de la colección de la Universidad de Veracruz que reúne las traducciones completas del escritor y traductor mexicano Sergio Pitol


“Si no hubiera sido traductor,
hoy sería un novelista malísimo”

Jalapa, Ver., 18 de septiembre. A Sergio Pitol le fascina ser escritor más que traductor de obras ajenas, pero transcribir e interpretar la literatura universal fue su mejor escuela.

Al respecto, comparte: “Si no hubiera sido traductor, ahora sería un novelista malísimo”.

Traductor de unas 45 obras del húngaro, polaco, checo, inglés, ruso e italiano, el premio Cervantes de Literatura afirma que los escritores, cuya obra llevó al español, le develaron el secreto de “atrapar el tiempo y los personajes en un texto”.

En este sentido, la maestra Nidia Vincent resume el quehacer de Pitol como traductor al “desentrañar el mensaje cifrado de los autores para llevarlo a la lengua de El Quijote y en reciprocidad, ellos convertidos en sus maestros, le regalaron sus secretos, las trampas y el engranaje de sus tramas”.

La tarde del miércoles, en el contexto de la Feria Internacional del Libro Universitario 2008, la editorial de la Universidad Veracruzana presentó los dos nuevos títulos de la colección “Sergio Pitol traductor”, que son Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y Madre de reyes, de Kazimierz Brandys.

Vislumbres capitales
En la mesa de presentación, el escritor y crítico literario Álvaro Enrigue expuso que el arte de la traducción consiste en “recrear el espíritu de un libro, perseguirlo en términos de sentido con empeños de lobo y renovar la lengua propia forzándola a sonar como la lengua original”.

Esto lo ha logrado Pitol “al perseguir, asediar, morder una novela escrita en otra lengua e incorporar nuevas herramientas, expresiones que por artificiales resultan poderosas. Estrategias narrativas simplemente impensables en la lengua original”.

Citó como ejemplo lo logrado en la traducción de Madre de reyes, del autor polaco Kazimierz Brandys, cuyos recursos se plasman también en la obra literaria de Pitol.

“Gracias al trabajo duro, poco glamoroso de Sergio Pitol, hoy podemos invocar el nombre de Brandys, y con él, el del misterio de toda una literatura de la que ya habíamos tenido vislumbres, hoy capitales para nuestra propia lengua, en el Tañido de una flautaJuegos florales y El viaje.”

A su vez, Vincent resalta que el papel de traductor es sólo “de mirador, de puente invisible que lleva a la otra orilla de forma natural para que nos haga creer que el libro ha sido escrito en nuestra lengua”.

Y este papel debe ser por demás modesto, pues “su presencia deberá diluirse, cumplirá su labor y dejará las luces del escenario para el autor original, en cuyas ideas y estilo está dirigido el interés de los lectores”.

Pitol, afirma Nidia Vincent, cumplió este papel, pero de paso se alimentó de los autores húngaros, polacos, checos, ingleses, italianos y rusos, para el deleite de sus lectores en habla hispana. Recordó que en El mago de Viena, el narrador insiste en la necesidad de que un joven escritor aprenda de autores consagrados.
“Sergio afirma: no conozco mejor enseñanza para estructurar una novela que la traducción, y compara la actividad del escritor como un simio que imita o de un detective que investiga.

“A los autores a los que tradujo, los sostuvo sin titubeos en la lengua del Quijote y ellos, en reciprocidad, le regalaron sus secretos, sus reflexiones, mostrándoles los recursos de su escritura, las trampas de sus procedimientos y el engranaje de sus tramas. Como el mono mimético, el aprendiz del que habla, tomó para sí lo que la gran escuela del ejercicio de la imitación le ofreció y siguió por su cuenta, llevándose lo que era ya suyo.”

Pasión y escuela
Pese a que Sergio Pitol no emitió ningún mensaje en la mesa de presentación, debido a un problema en las cuerdas vocales, el narrador aseguró a La Jornada, que su pasión es escribir, pero su escuela fue la traducción.

“Hice el oficio de traductor por 15 años, tengo 45 títulos traducidos, algunos muy difíciles, y cuando tuve un tiempo de retiro, comencé a escribir novelas”, dijo en breve charla.

–¿Qué disfrutó más, ser traductor o escritor?
–Ser escritor es mi pasión, pero si no hubiera traducido creo que hoy sería un novelista malísimo.

–Entonces, la traducción fue importante.
–Me alimentó, sí, porque ahí ve uno cómo se atrapa el tiempo en una novela, en un texto y cómo se colocan los personajes, los grandes y los pequeños, todos son imprescindibles.

Los tres libros que más le sirvieron a Sergio Pitol en su crecimiento como escritor y que disfrutó más al traducir al español son El buen soldado, de Ford Madox Ford; Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y Los papeles de Aspern, de Henry James. “Los sigo leyendo”, concluyó el autor de Domar a la divina garza.


lunes, 26 de mayo de 2014

La más difícil e ingrata manera de leer

El pasado 2 de mayo, Lourdes Arencibia publicó el siguiente artículo en la sección Tradutore Tradittore de la publicación digital Cuba Literaria. Lo reproducimos por su interés, a pesar de que se refiera al escritor Gabriel García Márquez como "el Gabo".

El Gabo y la traducción

Corría el año 2003, los almanaques en La Habana marcaban concretamente el 12 de junio. Por aquellos días me encontraba más que enfrascada, junto a un equipo de colegas del ICAIC, en la ingente tarea de transcribir —casi descifrar y, si venía al caso, traducir al español—, con miras a su selección y ulterior publicación, del epistolario —de ordinario manuscrito— que había sostenido durante años Alfredo Guevara con los más variopintos correspondientes que alguien pudiese imaginar, personalidades destacadas, en su mayoría del mundo de las artes, la literatura, el pensamiento científico y social, la política, la vida cotidiana…

Estaba allí por aquella razón. Era ya tarde-noche, y el motivo que nos congregó de pronto fue la presencia de un conjunto de músicos griegos que, de paso por La Habana, iba a regalarnos la interpretación de melodías de su país. Al decir “nos”, me obligo a referirme a la composición de aquel plural “inclusivo” que me sumaba “como el pelo en la sopa”, por puro azar y ninguna pertenencia real, a un reducidísimo grupo de personas donde estaban nada menos que Costa Gavras y Gabriel García Márquez. Al imaginar aquel puñadito de personas, que se contaban con los dedos de una mano —y sobraban dedos—, no hace falta decir que la comunicación era casi obligatoria, de la más elemental cortesía, pues, como suele suceder en círculos tan restringidos, cada quien supone que “al otro” también le corresponde estar allí y, por tanto, la integración suele darse espontáneamente, con la mayor desinhibición.

Así me sucedió. Y de repente, me ví conversando con Costa Gavras —uno de aquellos cuya correspondencia con Alfredo debía descifrar— de mis aficiones por la música de Mikis Teodorakis, del inolvidable concierto en la Plaza de la Catedral y su versión del Canto general de Neruda, de mis dos viajes a Chipre, donde no dejaba de visitar los centros nocturnos donde se interpretaba y se bailaba la música griega y hasta ensayé unos “pasillos” tomados por los hombros, con los brazos extendidos, como se suele bailar esa música según había visto hacer ¡¡¡en Zorba el griego!!! Naturalmente, me presenté como lo que soy: traductora e intérprete, a secas. Y hablando sobre traducción, se nos sumó García Márquez, a quien fui presentada “como una insólita fémina cubana que traduce, baila danzas griegas y sabe de vallenato!”.

Con García Márquez hablé, más que nada, de traducción y de mis gratas experiencias como profesora de interpretación en la universidad Los Andes de Bogotá. De los “cachacos” y los “costeros” y, por supuesto, de música, de lo cual él era un real experto. Me contó que, cuando joven, muchas veces se había ganado el pan con la traducción, una nobilísima actividad que no desdeñaba porque —si aceptable— era el mejor vehículo de universalización del pensamiento intercultural que relativamente existía, pues, hasta ahora, el hombre, con todas sus tecnologías, no había encontrado una mediación mejor para comunicarse con sus semejantes de otras culturas. Me confesó que, pese a ciertas prevenciones, solía leer curiosa y críticamente —con frecuencia, aburrido— las traducciones de su obra, las autorizadas y las piratas, las mejor y las peor logradas, que eran muchas —en su artículo “Los pobres traductores buenos” (21 de julio de 1982), publicado por ACI, ya le había leído decir: “Para mí no hay curiosidad más aburrida que la de leer las traducciones de mis libros en los tres idiomas en que me sería posible hacerlo. No me reconozco a mí mismo, sino en castellano”—. Luego me alentó a continuar amando y enalteciendo mi “misión”. Y sentí que no lo decía como un cumplido, sino por convicción. Por eso, lo tomé como enseñanza y compromiso.

Fueron dos interlocutores inolvidables, de una gentileza, sabiduría y encanto más allá del lenguaje, por descriptivo que pretenda ser. Al final, ambos me firmaron un ejemplar del Pedro Páramo de Juan Rulfo que acababa de comprar en Bogotá y llevaba en mi bolso por casualidad. García Márquez lo hizo con particular y generosa admiración por ese otro gigante de la literatura universal. Aquí reproduzco su autógrafo, un emocionado recuerdo de su extraordinaria personalidad. Para mí —como para todos—, García Márquez no ha muerto. Seguirá vivo para siempre en la memoria, en sus libros y en mis traducciones.

Aprovecho para reproducir otros fragmentos del conocido artículo:

“Alguien ha dicho que traducir es la mejor manera de leer. Pienso también que es la más difícil, la más ingrata y la peor pagada. Tradittore, traditore, dice el tan conocido refrán italiano, dando por supuesto que quien nos traduce nos traiciona […] todo lo contrario: es un cómplice genial. Como lo han sido los grandes traductores de todos los tiempos, cuyos aportes personales a la obra traducida suelen pasar inadvertidos, mientras se suelen magnificar sus defectos. […] Es poco probable que un escritor quede satisfecho con la traducción de una obra suya. En cada palabra, en cada frase, en cada énfasis de una novela hay casi siempre una segunda intención secreta que sólo el autor conoce. Por eso es sin duda deseable que el propio escritor participe en la traducción hasta donde le sea posible. […] Cuando se lee a un autor en una lengua que no es la de uno se siente deseo casi natural de traducirlo. Es comprensible, porque uno de los placeres de la lectura — como de la música— es la posibilidad de compartirla con los amigos. […] Dos de los escritores que me hubiera gustado traducir por el solo gozo de hacerlo son Andre Malraux y Antoine de Saint-Exupery, los cuales, por cierto, no disfrutan de la más alta estimación de sus compatriotas actuales. Pero nunca he ido más allá del deseo. En cambio, desde hace mucho traduzco gota a gota los Cantos de Giaccomo Leopardi, pero lo hago a escondidas y en mis pocas horas sueltas, y con la plena conciencia de que no será ese el camino que nos lleve a la gloria ni a Leopardi ni a mí. Lo hago sólo como uno de esos pasatiempos de baños que los padres jesuitas llamaban placeres solitarios. Pero la sola tentativa me ha bastado para darme cuenta de qué difícil es, y qué abnegado, tratar de disputarles la sopa a los traductores profesionales. […] El conde Entico Cicogna, que fue mi traductor al italiano hasta su muerte, estaba traduciendo en aquellas vacaciones la novela Paradiso, del cubano José Lezama Lima. Soy un admirador devoto de su poesía, lo fui también de su rara personalidad, aunque tuve pocas ocasiones de verlo, y en aquel tiempo quería conocer mejor su novela hermética. De modo que ayudé un poco a Cicogna, más que en la traducción, en la dura empresa de descifrar la prosa. Entonces comprendí que, en efecto, traducir es la manera más profunda de leer. Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era, ni dónde estaba. Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera deliberado, pero sólo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo. La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor tenía que respetar en italiano aquellos disparates de concordancia o si debía verterlos con rigor académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al otro idioma tal como era, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma. […] Pero he leído alguno de los libros traducidos al inglés por Gregory Rabassa y debo reconocer que encontré algunos pasajes que me gustaban más que en castellano. La impresión que dan las traducciones de Rabassa es que se aprende el libro de memoria en castellano y luego lo vuelve a escribir completo en inglés: su fidelidad es más compleja que la literalidad simple. Nunca hace una explicación en pie de página, que es el recurso menos válido y por desgracia el más socorrido en los malos traductores. En este sentido, el ejemplo más notable es el del traductor brasileño de uno de mis libros, que le hizo a la palabra astromelia una explicación en pie de página: flor imaginaria inventada por García Márquez. Lo peor es que después leí no sé dónde que las astromelias no sólo existen, como todo el mundo lo sabe en el Caribe, sino que su nombre es portugués.”


viernes, 23 de mayo de 2014

Una melancólica columna surgida de la gran crisis española que advierte sobre lo que va a pasar

El 20 de mayo pasado el escritor y traductor español Ramón Buenaventura –quien, entre otros ha traducido a Arthur Rimbaud, Prosper Mérimée, Alain-Fournier, Sylvia Plath, Anthony Burgess, Kurt Vonnegut, Philip Roth, Jonathan Franzen, Don DeLillo, Francis Scott-Fitzgerald–  escribía en El Trujamán la siguiente columna, donde imaginaba que, crisis mediante, en pocos años España iba a asimilarse al modelo cultural estadounidense “con todo lo que ello implica de control de la creatividad por el Dinero”. Una de las consecuencias previstas es, claro, la disminución de traducciones.

La GC se niega a traducir

Esta Gran Crisis (GC en adelante, para recortar gastos) se distingue de las restantes crisis que uno recuerda por una peculiaridad: no tiene expertos verdaderos, ni especialistas más que en provocarla, ni la explica nadie de modo que los demás entendamos. Mi cabeza le va moldeando explicaciones y diagnósticos —casi todos malignos—, porque las cabezas están para eso, para cavilar, pero lleva años, ya, haciéndolo sin esperanza de acertar en nada, por ocupar un poco las neuronas, por nutrir la indignación imprescindible ante una estafa.

Una parte de la GC, sin embargo, está clarísima y no requiere explicaciones causales, porque se ve y se toca: la cultura y la educación están sufriendo el expolio más riguroso de los tiempos modernos. Si los designios de los ricoshombres siguen cumpliéndose, dentro de unos años habremos abandonado nuestra historia de cultura y educación sostenidas con los impuestos de los ciudadanos para ingresar en la cultura rentable o sostenida por mecenas. Dicho en otras palabras: habremos pasado al modelo americano, con todo lo que ello implica de control de la creatividad por el Dinero. (El control de la creatividad por el Dogma político tampoco es bueno, pero tiene al menos la ventaja de que puede cambiar de intención, cuando el poder cambia de manos).

Ustedes saben que en Estados Unidos apenas se traduce de ningún idioma al inglés: no les trae cuenta, levanta suspicacias en los controladores culturales, que no tienen el menor interés en contaminar con ideas ―casi siempre peligrosas, por no decir rojas― su impoluto mundo mercantil. De vez en cuando, claro, surgen excepciones: del español están traducidos muchos del equipo boom y algunos más modernos (recordemos el sorprendente caso de Roberto Bolaño). Tienen, incluso, una buena página web de literatura internacional —Three Percent— en que se presta especial atención a las traducciones que van surgiendo. Pero el gran público lector americano (incluido don Haroldo Bloom: es broma) desconoce casi totalmente la literatura universal no escrita en inglés y, por falta de información y promoción, tampoco la echa de menos. Como, en realidad, apenas hay ningún otro sector editorial en que podamos desde otros países aportarles nada a los cives americanorum, la traducción languidece. Podríamos afirmar que la cultura está en inglés, y aquí paz y en el cielo gloria.

Pero la cultura vigente no está en castellano, ni en ningún otro idioma europeo (a no ser que pretendamos ensanchar la noción de Europa hasta incluir en ella al Reino Unido), y aquí tenemos que traducir si queremos enterarnos de algo. Ya antes de la GC estábamos acumulando un espectacular retraso en todas las asignaturas del conocimiento (hasta el punto de que hoy no se pueda en España ser biólogo, sociólogo, químico, físico, etc. sin leer bien el inglés), pero ahora podemos conseguir la parálisis también en el campo literario. Las perspectivas son escalofriantes, porque a los gastos que normalmente acarrea la publicación de un libro hay que añadir, para los escritos en lenguas extranjeras, el estipendio del traductor. Teniendo en cuenta que las ventas de literatura han caído a plomo, que una novela de autor no bestselero vende lo que antes vendía un poemario de poeta exquisito, ya me dirán cómo va una editorial a pagar (pongamos una tarifa discreta) 10 €/página por un libro de 300, es decir 3000 €, bastante más de lo que cobraría en concepto de adelanto un escritor literario español por una obra nueva. Crecerán los recortes.

Los franceses, al menos, pueden presumir de que todo está traducido a su lengua: la ciencia y la literatura. Nosotros, en este milenio, tendríamos que haber emprendido una tremenda labor de recuperación de nuestro retraso secular, y quizá lo hubiéramos hecho si la burbujosa situación económica hubiera seguido como estaba (imposible, ya lo sé). Ahora, la GC se lleva por delante cualquier esperanza de puesta al día.

Lo peor, como sugería al principio, es que nadie nos lo explica, o sólo nos lo intentan explicar los culpables inconfesos.


jueves, 22 de mayo de 2014

Un poco de traductología

Publicado en El genio maligno nº 5, septiembre de 2009, el siguiente artículo de Laura Santana Burgos repasa las diversas traducciones de el Quijote a distintas lenguas, con principal atención a las ediciones inglesas y francesas.

Las traducciones del Quijote: 
ediciones y primeros viajes 

Fue en el año 1605, cuando por primera vez los lectores españoles tuvieron el placer de conocer las aventuras del caballero más famoso de la historia. Desde entonces, y hasta nuestros días, sus hazañas y peripecias no han cesado de inspirar creaciones en todos los géneros de las artes. El Quijote ha experimentado gran número de ediciones, traducciones y estudios y se ha convertido en la obra de ficción por antonomasia dentro y fuera de nuestras fronteras. Su difusión ha sido tan absoluta que hoy en día todo el mundo conoce a don Quijote y Sancho Panza, la cuerda «locura» del primero y, por supuesto, el mundialmente recitado: «En un lugar de la Mancha...».

Edición y primeros viajes 
En los últimos días de diciembre de 1604, el Quijote se convirtió por primera vez en libro [1], gracias a que el madrileño Francisco de Robles pusiera a la venta la obra impresa por Juan de la Cuesta. A pesar de que se trataba de un volumen que presentaba numerosas deficiencias en su edición, el éxito no se hizo esperar y sus publicaciones se multiplicaron en todas sus formas. Unas ediciones que rápidamente traspasaron las fronteras llegando incluso hasta América.

A lo largo de esta primera década del siglo XVII, el Quijote realiza su primer viaje a Europa. Tal es el éxito del que disfruta que, muy pronto, los no conocedores de la lengua de Cervantes querrán disfrutar también de las aventuras de don Quijote y Sancho Panza. Consecuencia directa de esta imperiosa necesidad es la traducción realizada por Thomas Shelton en 1612, cuatro años antes de la muerte del autor. Se trata del primer extranjero que se atrevió a llevar el mundo quijotesco a una lengua distinta de la española. Se le hacen numerosas críticas, entre ellas, una excesiva literalidad en su proceder. Carmelo Cunchillos afirma lo siguiente:

La premura con que Shelton se vio obligado a realizar su trabajo: cuarenta días, según nos dice él mismo en la dedicatoria a Lord de Walden, produjo uno de los rasgos más característicos de su modo de traducir, el de seguir fiel y literalmente al original. Esto hace que se contente con la primera palabra que encuentra, con tal de que se asemeje a la castellana en su sonido o en su forma. Evidentemente, Shelton no perdió el tiempo consultando diccionarios ni léxicos, pues traduce sin pestañear 'Palomeque el zurdo' por 'Palomeque the deafe', 'duelos y quebrantos' por 'griefes and complaints' y el 'sastre del Cantillo' por 'The Taylor that dwells in a corner' [2].

Sin embargo, la obra de Shelton goza de un gran valor histórico e incluso actualmente se la considera como una de las más reputadas. Entre otras razones, el hecho de que haya sido llevada a cabo por un isabelino y coetáneo de Shakespeare, la utilización de un inglés propio de la época de dicho autor e incluso su discutida «literalidad» justifican el interés de esta traducción entre los cervantistas españoles y extranjeros [3].

A Inglaterra le sigue Francia, con la primera traducción de César Oudin, publicada en París en 1614. Entretanto, los dos personajes se habían hecho ya famosos y el público esperaba impaciente la continuación de sus aventuras. Así, en 1615 se presenta la segunda parteen España y, fuera de ella, empiezaésta a traducirse a partir de 1618 [4], edición que se complementaba, sin duda para su venta, con la de la primera parte, lo que ocurre con la versión francesa escrita por François de Rosset o con la inglesa de Thomas Shelton, aparecida en 1620.

Un florecimiento en las traducciones del Quijote
Para aportar una visión objetiva al análisis de la repercusión traductológica de la famosa novela en tierras francesas e inglesas, nos parece imprescindible compararla con la de otros países. Deberemos tener en cuenta que a partir del siglo XVII, y más concretamente en el XIX, se dispara el número de traducciones en las diferentes lenguas. Nos parece muy interesante el estudio de Justo García Soriano y Justo García Morales, quienes describen, gracias una tabla que exponemos a continuación, «cómo en tres siglos –desde el XVII hasta el XIX– el número de ediciones delQuijote, tanto en lengua española como en lenguas extranjeras, asciende a 690, una cifra muy respetable; sobre todo si consideramos que el número de lectores era, en comparación con nuestros tiempos, considerablemente inferior. Cultos y analfabetos, todos participan a su manera en el engrandecimiento de la inmortal obra» [5]. Los autores eluden el siglo XX, ya que el número de éstas sería tremendamente elevado «como lo demuestra el hecho de que fuesen diecinueve los idiomas en los que se tradujo El Quijote desde el siglo XVII al XIX y que la cifra aumentase a cincuenta y cuatro durante el siglo XX».

A los idiomas reflejados en la tabla, construida partiendo de los datos disponibles hasta 1993, habría que añadirle otros como el árabe, bajo alemán, búlgaro, coreano, croata, chino, eslovaco, esloveno, esperanto, estonio, finlandés, flamenco, gaélico, hebreo, irlandés, islandés, javanés, japonés, kashmiri, letón, lituano, mallorquín, manchú, maratí, mogol, noruego, polaco, rumano, ruso, sánscrito, serbio, sudafricano, tagalo, tailandés, tibetano, turco, ucraniano, valenciano, vasco, galés e ydich [6].

Veamos, por tanto, la síntesis numérica realizada por los dos autores mencionados. Carmelo Cunchillos añadió los porcentajes finales de las ediciones españolas y de las extranjeras; nosotros presentamos este porcentaje también para dos idiomas que, además de sernos muy cercanos, presiden junto al español el ámbito de la traducción literaria quijotesca: el inglés y el francés.

IDIOMA
S. XVII
S. XVIII
S. XIX
TOTAL
Español
30
41
227
298
Alemán
1
7
17
25
Bohemio
0
3
3
Catalán
6
6
Danés
0
0
2
4
Francés
10
40
105
155
Griego
0
2
2
Holandés
1
2
0
3
Húngaro
0
3
3
Inglés
8
29
119
156
Italiano
3
3
11
17
Japonés
0
1
1
Latín
1
1
Portugués
5
5
Provenzal
1
1
Ruso
5
5
Serbio
1
1
Sueco
3
3
Políglotas
1
1
TOTAL EDICIONES
53 ediciones 
124 ediciones 
513 ediciones 
690 ediciones 
TOTAL ESPAÑOL
56,6%
30 ediciones
33% 
41 ediciones
44,2%
227 ediciones
43,2% 
298 ediciones
TOTAL FRANCÉS
18,9% 
10 ediciones
32,2% 
40 ediciones
20,5%
105 ediciones
22,5% 
155
ediciones
TOTAL INGLÉS
15,1%
8 ediciones
23,4% 
29 ediciones
23,2%
119 ediciones
22,6%
156 ediciones
TOTAL EXTRANJERAS
43,3% 
23 ediciones
66,9%
83 ediciones
55,7% 
286 ediciones
56,8% 
392 ediciones

En primer lugar, hemos de constatar que el número de ediciones del siglo XVII se duplica en el XVIII y aumenta hasta nueve veces más durante el XIX, lo que es un indicio claro del éxito de nuestra obra. El 43'2% de todas las ediciones hechas durante los siglos XVII, XVIII y XIX están escritas en nuestra lengua; el 56'8% restante corresponde a traducciones en otros idiomas [7].

El francés, comprende casi un 23% de las ediciones totales realizadas, en los tres lustros, a nuestro juicio, un porcentaje muy destacable. El caso inglés es muy parecido: 22,6%; obsérvense también los porcentajes en el español: parece que decrecen a medida que pasa el tiempo, mientras que en inglés van aumentando hasta estancarse y en francés se incrementan experimentando finalmente un ligero retroceso. Este aumento en los porcentajes podemos interpretarlo como un interés del público, no solamente constante, sino siempre progresivo, por las aventuras de don Quijote y Sancho Panza.

Apréciese, además, cómo el predominio de ediciones inglesas y francesas es ciertamente abrumador con respecto al resto. Ambas lenguas ocupan aproximadamente el 45% de las traducciones extranjeras del Quijote. Asimismo, sorprende que un país como Italia, cuya lengua y cultura son muy similares a la nuestra, ocupe el quinto lugar en número de ediciones, por detrás de las hechas en inglés, francés e incluso en alemán [8].

La cuerda locura de don Quijote parecía constituir una premonición de lo que posteriormente se convertiría en un mito universal que inspiraría tantas creaciones en los diferentes ámbitos. Sin embargo, podríamos preguntarnos cuáles son las claves para que nuestro ingenioso hidalgo haya gozado de tal difusión. He aquí algunas respuestas:

En primer lugar, su carácter de excelencia universal, válido en todo el planeta.

El protagonista es un loco ejemplar movido por el más alto de los ideales: el amor.

La fragmentación en capítulos, aventuras, historias y escenas permite que el lector pueda acercarse a la obra desde diferentes perspectivas.

La permanente actualidad del texto desde su aparición, que lo transforma en objeto de interés para cualquier corriente estética.

Por todas estas razones, sin agotar evidentemente, no nos extraña que el Quijote forme parte del patrimonio cultural de la humanidad [9]. Baste señalar a modo ilustrativo el ámbito de la creación musical. Observamos cómo la nómina de compositores que se han visto inspirados por las aventuras de este ejemplar resulta impresionante. Nuestra novela ha impregnado todos los estilos desde su nacimiento y, por supuesto, también ha alcanzado a través de la música un número impresionante de países y culturas. Víctor Espinós lo ilustraba así:

Nadie imaginará que del Quijote pueda pensar lo mismo el ingenioso español, el humor británico, la metafísica germana, que más bien quiso confirmar que negar el espíritu caballeresco, o la burla ligera, a veces inverecunda, del esprit galo, que hace de Dulcinea una moza del partido. Y así hemos de hallar una extensa gama de interpretaciones que va de la profunda, o audaz, parodia, a la facecia de un bailete intrascendente y frívolo [10].

No podríamos finalizar esta exposición sin citar algunas de las obras operísticas que muestran perfectamente cómo la música de temática quijotesca y el genio cervantino se encuentran profundamente unidos: The Comical History of Don Quixote (1694-1695) de Henry Purcell, la deliciosa ópera de cámara El retablo de maese Pedro (1923)de Manuel de Falla o Don Quijote de Cristóbal Halffter (1996-1999). Constatamos así cómo estos vínculos no constituyen una moda pasajera, sino que aún en pleno siglo XXI, el caballero andante sigue siendo una fuente inagotable de inspiración para numerosos compositores.

Notas
[1] DEXEUS, Mercedes. Introducción. En: El Quijote. Biografía de un libro. Ed. de Mercedes Dexeus. Madrid, Biblioteca Nacional, 2005, p. 21.
[2] CUNCHILLOS, Carmelo. Traducciones inglesas del Quijote. En: De clásicos y traducciones. Clásicos españoles en versiones inglesas: los siglos XVI y XVII. Edición a cargo de Julio-César Santoyo e Isabel Verdaguer. Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1987, p. 89.
[3] SANTANA, Victoriano. Breve aproximación a las traducciones inglesas del Quijote en el siglo XVII. En: Cervantófila teldesiana. Ed. a cargo de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1997, p. 52.
[4] DEXEUS, Mercedes. Op. cit.p. 34.
[5] GARCÍA, Justo. Los dos Don Quijotes. 2ª reimpresión de la edición de 1990. Madrid, Aguilar, 1993, pp. 17-18.
[6] Lista presentada por Carmelo Cunchillos en el artículo detallado anteriormente y que nosotros hemos completado gracias en su mayor parte a la obra citada «El Quijote. Biografía de un libro».
[7] CUNCHILLOS, Carmelo. Op. cit., p. 90.
[8] Ibíd,p. 89.
[9] COLOMÉ, Delfín. «El Quijote en la música y la danza».
[10] ESPINÓS, Víctor. El «Quijote» en la música. Con un apéndice de Diether de la Motte. Adaptación a cargo de Joaquín Chamorro Mielke. Madrid, Akal, col. «Akal música», nº 10, 2001, p. 54.