viernes, 30 de mayo de 2014
Andrew Wylie sucumbe ante el olor a butifarra
Esto, con firma de Winston Manrique Sabogal fue publicado
por El País, ese diario madrileño, el
28 de mayo pasado. Una lástima: el Chacal nos caía bien.
Carmen Balcells y Andrew Wylie
se unen para crear la ‘superagencia literaria’
Carmen
Balcells y Andrew Wylie,
han dado el primer paso para convertirse en la agencia internacional más
potente y con los autores más codiciados del mundo: desde V. S. Naipaul a
Philip Roth o Martin Amis, hasta los autores del boom latinoamericano,
como García Márquez y Vargas Llosa. El 27 de mayo los dos agentes firmaron un
acuerdo de intenciones con el fin de crear una agencia internacional que se
denominará Balcells&Wylie.
"Nos hemos seguido y
admirado mutuamente durante años, y deseamos trabajar estrechamente a partir de
hoy. Nuestro objetivo es dar mayor fuerza, alcance y duración a la
representación de los clientes, y estamos entusiasmados y totalmente
comprometidos con las oportunidades que se nos presentan", han declarado
Balcells y Wylie, conocido como El chacal.
"Se trata de un movimiento
muy inteligente por parte de las dos agencias", asegura Claudio López de
Lamadrid, director literario de Penguin Random House. Los dos se aseguran sus
entradas y consolidación en nuevos espacios, por un lado, añade López de
Lamadrid, "Wylie entra en el mundo hispanohablante, y Balcells asegura la
continuidad de la agencia y sus autores salen ganando".
La creación de esta superagencia
literaria era un rumor desde hace varios meses. Dos agentes que han
apostado por autores, consolidado otros, ojeado el panorama internacional en
busca de talentos e influido en el sector literario y editorial. La unión de
estas dos agencias responde a la reorganización del mundo editorial, movimiento
de piezas en el tablero, en momentos del cambio de paradigma del sector, la
irrupción de grandes grupos globales como Amazon, Google y Apple que tocan
varias partes de la cadena de valor del libro y la propia crisis económica. Las
alianzas y las fusiones son la norma para poder afrontar la reconversión del
sector que afronta los retos de los nuevos tiempos.
Balcells&Wylie quedaría
conformado por un catálogo envidiable que incluye autores clásicos del siglo XX
como Vladimir Nabokov, Yasunari Kawabata o Jorge Luis Borges; premios Nobel
como García Márquez, Orhan Pamuk, Kenzaburo Oé o Mario Vargas Llosa; autores
clave del momento como Philip Roth, Milan Kundera, Roberto Calasso, Antonio
Muñoz Molina, Javier Cercas, Juan Marsé, Salman Rushdie; y nombres con gran potencial
como Teju Cole, Helen Oyeyemi o Chimamanda Adichie.
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jueves, 29 de mayo de 2014
Excelente criterio para una colección de traducciones
![]() |
El escritor y cronista Rodolfo Mendoza |
“Con el pelo corto y sus gafas de pasta gruesa, deportivas, Rodolfo Mendoza me recibe en su mesa
habitual de un conocido café del centro de la ciudad. A pesar de la inagotable
lista de pendientes que suele tener su agenda, me propone reunirme con él
durante un breve descanso de una hora, y además él invitará el café. Así
ocurre. Al llegar a la reunión, puntual en hora y fecha, Rodolfo acababa de
despedirse de otro invitado.” Así comienza la entrevista que el poeta Diego Salas (Xalapa, Veracruz, 1984) mantuvo a
propósito de la colección de traducciones que se publica en Veracruz, México,
alrededor de la figura del escritor y traductor Sergio Pitol, quien por segunda vez en esta semana aparece en este blog. El texto procede de la revista Tierra Adentro, publicada por la Conaculta, el 26 de octubre de 2013.
Entrevista con Rodolfo Mendoza,
Director de la colección “Sergio Pitol Traductor”
–¿Cuándo y cómo nace la colección Sergio
Pitol Traductor?
–La colección nació en 2007.
Fue una idea que tenía yo de reunir las traducción que Sergio Pitol había hecho
a lo largo de su vida. Como sabemos, él había comenzado a traducir en los años
sesenta, con traducciones emblemáticas. A él se debe, por ejemplo, las primeras
traducciones de muchos autores polacos. Para 1967 tenía ya preparada la Antología del cuento polaco contemporáneo,
donde había alrededor de 20 autores, muchos de ellos, con su primera traducción
al español; pero también, para ese momento, Sergio ya había hecho traducciones
del inglés y del italiano. Y todas ellas habían quedado diseminadas en varios
países, entre México, Argentina y España, traducciones que, al paso del tiempo,
se volvieron emblemáticas, como aquellas de Henry James (Los papeles de Aspern y Washington
Square) o, para seguir hablando del inglés, de Firbank con Las
excentricidades del cardenal Pirelli o
la famosa traducción de El corazón de las tinieblas de Conrad. Entonces, Sergio, el Sergio
viajero que también conocemos, lugar al que llegaba, lugar donde devoraba la
literatura, y al devorarla, descubría que había autores que no se conocían en
español. Es decir, aunque tradujo, del ruso, Un drama de caza, la única novela de
Chejov, se dio cuenta que no estaba traducido, por ejemplo, Pliniak. Al pasar
por Italia, traduce a Luigi Malerba o Elio Vittorini, que tampoco estaban en
español. Pero te decía que muchas de esas ediciones habían quedado dispersas en
todas partes o ediciones inencontrables. Por citarte un caso, la de Witold
Gombrowicz, que después sería Bakakai, habían aparecido, los tres
primeros cuentos, en un librito que se llama La virginidad y otros cuentos, en una
edición que el dirigía para Tusquets. De tal manera que, cuando me di cuenta,
durante mi camino de editor, tenía treinta o cuarenta títulos traducidos por
Sergio, que no estaban en ningún lado, y que no circulaban, salvo Cosmos,
El corazón de las tinieblas y algunas cosas de Henry James. No circulaba lo de
Lu Hsun, por ejemplo, ni El ajuste de cuentas de Tibor Déry ni La
señora Z de Kazimierz
Brandys. No circulaban muchas cosas que, según yo, valía la pena que el lector
en español conociera. Así que, previo consentimiento de Sergio, le propuse
hacer la colección a la
Editorial de la Universidad Veracruzana.
Aceptaron hacerla. Comenzamos a ver toda la parte de trámites de derechos de
autor, obtuvimos el permiso de los diecinueve autores que conforman actualmente
la colección. Y se hizo.
–¿La colección va a crecer?
–Hasta veinticinco.
–¿Serán todos los autores que tradujo Pitol?
–No, evidentemente no, porque
tú sabes que el tiempo, la época y el mundo editorial van poniendo cosas en su
lugar, y los que a Sergio le parecieron autores interesantes en los 60 y los
70, la verdad es que ya no lo son tanto, no aguantaron el paso del tiempo.
–Es evidente que esta colección, visualmente, no se parece nada a las
demás colecciones de la
Editorial. Tampoco se mueve igual. ¿Cuál fue el proceso para
decidir esto?
–No es que estuviera yo
pensando en hacer algo que no se pareciera a la universidad, pensaba en hacer
libros que me gustara hacer. Cuando uno emprende la edición de un libro, como
editor, cuando vas a preparar una colección, la edición misma se empieza a
conformar en tu cabeza a los títulos que vas a tener. Lo que se me ocurría era
hacer algo muy pegador, algo que jalara mucho la vista, algo que pudieras tener
en una mesa de novedades de cualquier lado y que, como lector, voltearas y
quisieras ver qué es, sobre todo, tratándose de una colección nueva. Ahí
tenemos los grandes aciertos de grandes editores como Jonathan Cape, en
Inglaterra; como Wagenbach, en Alemania; como la New Directions , en
Estados Unidos, ¿no? Son ediciones que se vuelven emblemáticas por el carácter
y el perfil que agarran. Si uno ve, por hablar de los editores en español, un
libro de Anagrama a diez
metros de distancia en una librería, se nota que es Anagrama.
Lo mismo pasa con Acantilado o con Pretextos.
Son colecciones o editoriales que logran su carácter. Lo que quise hacer fue
precisamente eso, hacer una colección que tuviera su carácter a los tres o
cuatro números de creada. Que tuviera su personalidad, y que tú voltearas y la
distinguieras.
Creo que la misión de
cualquier proyecto editorial es rebasar sus propias fronteras, que los libros sean
distinguibles en cualquier parte del mundo, y en ese sentido, el carácter y el
perfil de la edición ayuda mucho.
–Ese es otro gran mito sobre las casas editoriales universitarias,
aunque producen libros con buenos contenidos, su posicionamiento no suele
vencer las barreras geográficas. Y que, en parte, tal vez se deba al formato de
su producción…
–Sí, tienes razón. Y además,
es un mito absurdo eso de que las editoriales universitarias reduzcan su
producción a libros como que muy caseros. Porque “el problema” de estas casas
no es un problema en sí mismo, sino que las editoriales universitarias, no
todas, obviamente, creen que tienen como labor solamente cubrir la producción
editorial de su universidad. Sin embargo, hay casos donde no es así. Si ves
Oxford Press o Cambridge Press, te das cuenta de que hay universidad que hacen
libros fantásticos. No está divorciada la idea de hacer buenos libros, como
objetos, libros visualmente comerciales, de editar libros universitarios y con
contenidos de calidad. De tal suerte que, cuando pensé en esta colección, pensé
en lo que, no es ninguna novedad, piensa cualquier editor: que fuera una
tipografía bonita, una caja grata, que el papel te permitiera leer con mucha o
poca luz, con portadas mate, que fuera cosido, que fuera fuerte, que trajera
solapas, que si lo traías en tu coche, el sol no lo doblara ni lo hiciera
“taquito”, en fin, en algo hecho para el lector.
–Aquí, lo que parece una novedad es considerar al lector, por parte del
editor universitario…
–Al lector es al primero al
que debes de considerar. No siempre sucede, sobre todo en algunas editoriales;
pero si piensas como lo hacen las grandes editoriales, sí. Y sí, a veces las
editoriales universitarias no piensan en el “gran lector”. Hacen libros con
buenos contenidos, con buenos autores; pero se olvidan un poco de la parte del
libro como tal.
–Se dice por ahí que tienes tu propio equipo para trabajar esta
colección…
–Sí, claro, uno trabaja con su
propio equipo. Es como los médicos. El médico opera con su anestesiólogo y su
instrumentista y con su enfermera. Igual yo. Soy un hombre de manías. Me gusta
trabajar con mi propio equipo, porque además ya lo tengo muy probado. Con ellos
trabajo esto, y también La Nave y los demás proyectos. Eso no quiere
decir que no vaya descubriendo gente nueva y buena, porque a veces tenemos
tanto trabajo que hay que ampliar el equipo.
–Por la formación del libro, por la selección de autores y contenidos y
por su distribución, podemos decir que la colección Sergio Pitol Traductores uno de los
proyectos más ambiciosos que ha tenido la Editorial de la UV en estos últimos años. ¿No te enfrentaste con
reticencias cuando planteaste el proyecto? Desde políticas, económicas o de
cualquier otro tipo.
–No, en absoluto. Alguna
mínima reticencia que ahora no vale la pena ni siquiera mencionarlo, porque,
como nos decían varios amigos editores, es una colección que hubiera querido
albergar cualquier editorial. Lo que pasa es que no hay otra, hasta donde sé,
al menos en español, no hay otra colección dedicada a un traductor, aun cuando
tenemos traductores tan potentes en lengua española. A nadie se le había
ocurrido hacer una colección dedicada a un traductor. Además, para ampliar un
poco esto, tendré que decirte que la idea conceptual de donde nace es que, al
ser lector de la obra de Sergio Pitol, me di cuenta de la importancia de sus
traducciones. Las traducciones no van ni siquiera en paralelo, son parte de su
obra misma. Cuando uno lee a Sergio Pitol decir que estaba atorado con la
elaboración de Cuerpo presente, y que fue la traducción
de El buen soldado de
Ford Madox Ford la que lo hizo ver una estructura de novela y le permitió
escribir su novela, te das cuenta de cómo la traducción era parte del trabajo
creativo de Sergio. Encima de eso, le ayudó a desarrollar un manejo y un
sentido del español como pocos. Su manejo del español, para poder, no calcar,
sino mutar de un idioma a otro es espléndido. De ahí que sean tan respetadas
sus traducciones. Fabio Morábito decía que cómo le hizo Sergio para traducirSalto mortal de Malerba, cómo logró esos juegos
gramaticales y sintácticos del italiano al español. Ahí está justamente el
aporte de Sergio. Si tú ves la lucha con el ángel, en el capítulo aquel del Arte
de la fuga, cuando él está traduciendo a Andrzejewski, con la
endiabladamente difícil Las puertas del paraíso, que es una gran
frase, te das cuenta de todas las horas y todo el trabajo que le llevó lograr
esta traducción esta traducción tan importante para la lengua española.
–¿Crees que esta colección, como efecto colateral, impacte en un
mejoramiento de las condiciones de trabajo del traductor en México?
–Eso ya depende de cada quién.
Yo creo que sí se está haciendo mucha traducción y muy buena. Por alguna razón,
se sigue traduciendo más en España y quizá en Argentina. Por alguna razón, las
editoriales mexicanas apuestan un porcentaje menor a la traducción. Hay cosas
que siguen sin traducirse. Por ejemplo, cosas que en España sí voltean mucho a
ver. Es de envidia lo que están haciendo con los autores árabes. Muy pocas
editoriales están volteando hacia la
India o Asia Ahí es donde habría que voltear a ver. Aunque
seguimos teniendo muchas deudas de traducción. A mí me parece sorprendente que
no circulen en español más que algunos títulos por ahí perdidos de lo que yo
llamaría el “canon de la crítica literaria anglosajona”. Ojalá que esta idea de
reconsiderar la importancia de un autor como traductor, como en el caso de
Sergio Pitol, despierte un poco el interés entre editores y traductores para
seguir haciendo eso que son los vasos comunicantes que conocemos desde que
Ptolomeo III junto a setenta y dos cuates a traducir.
–¿Tienes pensado armar otra colección?
–Sí, tenemos dos colecciones
atoradas. Una de ellas, que nos entusiasma mucho pero no hemos logrado
cuajarla, es sobre literatura latinoamericana. Desde hace muchos años tenemos
ya un listado de lo que quisiéramos hacer, y espero que en algún momento se logre.
Porque, a estas alturas, resulta ridículo que un autor costarricense no sepa de
literatura venezolana o que lector y hasta escritores peruanos te pregunten si
vale la pena leer a José Emilio Pacheco o que un autor argentino sepa más de
literatura inglesa o francesa que de literatura colombiana. Ésa es una cuestión
muy curiosa en nuestro continente, que habiendo tantos autores imprescindibles
en Costa Rica, Venezuela, Cuba, Chile, Perú, Argentina, Paraguay, etcétera, no
los conozcamos. De tal suerte que queremos hacer, sin que eso sea un canon, una
colección desde nuestra perspectiva de lo que vale la pena leer de la
literatura latinoamericana del siglo XX. Por ejemplo, está Ednodio Quintero,
José Balza, Maria Luisa Bombal o Armonía Somers.
Te lo puedo asegurar, cuando
el lector mexicano, en principio, (porque eso ha complicado un poco la cosa, ya
lo habríamos podido sacar para México, pero estamos buscando que sí tenga una
distribución muy buena en toda Latinoamérica, porque si no, el único ganón va a
ser el lector mexicano), lea a Armonía Somers, va a decir “¿por qué no había
leído esto antes? Si es una autora tan importante como lo puede ser Virginia
Woolf”; cuando lea a Juan Filloy, dirá “¿por qué nos habíamos perdido de un
autor de esta naturaleza?; cuando lea a Maria Luisa Bombal va saber por qué le
tenía tanta admiración y casi reverencia Juan Rulfo. De esa manera es que la
tenemos planeada.
miércoles, 28 de mayo de 2014
El arribista Parra no pierde las mañas
Publicada en La
Tercera , de Chile, el 13 de abril pasado, la siguiente
entrevista de Roberto Careaga C. con el poeta y traductor Nicanor Parra se refiere, entre otras
cosas, a una frustrada traducción de Shakespeare En la bajada se lee: “A poco
más de cuatro meses de cumplir 100 años, Nicanor Parra resiste estoico el paso
del tiempo frente al mar. Pasa el día escribiendo, es capaz de recitar de
memoria y cantar. Aquí cuenta por qué rechazó la oferta de Farkas para la
traducción de Hamlet y que hoy está
más interesado en Diego Portales. Sobre su siglo no habla, tampoco de las
fiestas que lo celebrarán.”
Nicanor Parra: "La
Violeta siempre fue abajista,
yo siempre fui arribista"
Es un cuaderno universitario de
hojas blancas que todos los días, a cada rato, gana una anotación. Una frase,
un dibujo. Una pista. Es otro más de una colección que crece todos los días
desde hace años. Nicanor Parra no lo suelta. La mañana del miércoles pasado,
mientras la gata Rosita entraba y salía de la casa sin que nadie la llamara, el
antipoeta detuvo la lectura del diario y empuñó su Bic negro para garabatear
una idea al vuelo: una elemental portada de un libro que sólo lleva el título
en la parte superior, Otro libro, y abajo el nombre de su autor, Nicanor Parra.
“Lo acabo de hacer”, dice mostrándolo. “El título es todo. Tiene que ser
vendedor. El poeta tiene que ser un empresario”, añade.
Envuelto en chalecos y camisas,
Parra está sentado en el living de su casa en Las Cruces, iluminado por el
tibio sol del mediodía. Está rodeado de diarios, algunos libros, a ratos
también de la gata. Su vista al mar es inmejorable: “Ni los empresarios
viven así”. Y sigue. “Los poetas les piden becas a la municipalidad, al
Departamento de Literatura de la
Universidad de Chile, se hacen socios de la Sech … Tienen que ser
negociantes. Empresarios de empresarios. Casi no hay, salvo Neruda, que se
metió al bolsillo al capitalismo y al marxismo, con los premios Nobel y el Stalin.
Pero eso era otra época”.
A menos de 150 días de cumplir un
siglo de vida, Parra desafía estoico al tiempo. El lumbago del año pasado, por
decir algo, hoy está en calma. El autor de Versos de salón aún funciona por los
mismos impulsos que hace 60 años lo llevaron a desmantelar los engranajes de la
poesía y el lenguaje. Es capaz de recitar poemas de memoria, citar autores –de
Heiddegger a Enriqu Lihn– e incluso cantar sin desafinar. En una esquina del
living hay un afiche de un recital que se realizó en la playa en enero pasado,
celebrando anticipadamente sus 100 años, que cumple el 5 de septiembre. Lo
colgó uno de sus hijos, el Chamaco. A él no le interesa mucho el tema.
–Se vienen los 100 años –dice
indiferente. Luego mira de frente, cierra la boca y pasa dos dedos por los
labios como si corriera un cierre. Termina con un shisst.
La fecha atrae a todo tipo de
visitantes a Las Cruces, cuenta Rosa Avendaño, su celosa empleada y guardiana.
Muchos más que antes. No hace mucho, un bus se estacionó frente a la casa de
Parra: era un tour de la tercera edad que venía a conocer la casa del ganador
del Premio Miguel de Cervantes 2011. También se aparecen magnates. En noviembre
del año pasado llegó a verlo el empresario Leonardo Farkas: “Llegó con una
maleta llena de billetes con un millón de dólares”, cuenta el poeta, recordando
que no hacía mucho él había pedido a un mecenas para trabajar en su famoso
proyecto de traducir el Hamlet de William Shakespeare. Pidió públicamente un
millón de dólares y, según dice, Farkas se lo tomó literal.
La colaboración no prosperó.
Esa misma tarde se aguó. Parra prefiere un gesto: cierra el puño y le
pega a un extremo con la otra palma abierta, haciendo tapa. También pasó que el
autor de Sermones y Prédicas del Cristo del Elqui ya no está para traducciones.
“Yo estuve trabajando en el Hamlet durante 40 años, me lo sabía de
memoria. Después pasó lo que pasó y lo dejé”, dice. Luego eleva el tono. “Dejé
al Quijote, dejé a Hamlet. Dejé a todos los personajes. Dejé la ficción. Qué me
importan las voladas personales de Shakespeare o Cervantes. Me quedé con
Diego Portales”, añade.
Muchas cosas le interesan a Parra
de Portales, pero disfruta sobre todo de su lado oscuro: “Le gustaba ir a La Chimba , al otro lado del
Mapocho. Ahí era más rápido el amor”, dice, y recuerda a la “señorita Z”, una
mujer que engañó a Portales falseando su virginidad. Todo eso está en la
correspondencia del político, la más preciada lectura del poeta por estos días:
“En las cartas de Portales, y también en las de O’Higgins, está la realidad–realidad.
Eso no es literatura. Es la historia de Chile, de la República ”, asegura.
–¿Piensa escribir algo sobre Diego
Portales?
–Yo, ya no ya… –dice sin terminar
la frase. Y la repite, degustándola: “Yo, ya no ya”.
No, no escribe. Regularmente, al
menos, no. Hoy lo de Parra son chispazos, notas al pie de una obra que
redefinió la poesía a la luz del habla popular y la duda radical. Ya se sabe:
bajó a los poetas del Olimpo y los dejó a la intemperie. El primer disparo de
su revolución fue Poemas y antipoemas, publicado en 1954 y que está cumpliendo
60 años. Precisamente ese hito será el que dé la partida para un año consagrado
al antipoeta: el 28 de abril la Biblioteca Nicanor Parra, de la UDP , inaugurará la exposición "Antiprofesor. 60 años de Poemas y Antipoemas", preparada por Marcelo Porta, y
que recoge la historia del volumen en fotografías y documentos. En el segundo
semestre, en tanto, la editorial de la universidad reeditará el libro, inaugurando
una colección de clásicos latinoamericanos.
Las fiestas continúan con una
nueva edición de los Artefactos
(1972), impulsada por la
Municipalidad de Santiago junto a Aguas Andinas, la que será
distribuida gratuitamente entre los habitantes de la comuna para que en
septiembre se hagan exposiciones en la calle con las postales. En agosto, en
tanto, la Biblioteca
Parra recibirá “Obras públicas”, la misma exposición que
antes estuvo en Guadalajara y Madrid y que recoge su largo coqueteo con las
artes plásticas, desde los Quebrantahuesos (1952). Poco después, el GAM abrirá
una muestra curada por el nieto de Parra, Cristóbal Ugarte, el “Tololo”, con
fotografías y documentos desconocidos.
“¿Fiestas?”, pregunta Parra
incrédulo, descartando alguna visita a Santiago para las actividades. No es que
no le gusten, pero prefiere los libros sobre su obra. Los “evangelios”, les
llama bromeando, y pide más, justo antes de que golpee la puerta el editor de La antipoesía de Nicanor Parra, un
legado para todos & para nadie (Ed. Museo Histórico Nacional), de César
Cuadra. Nicanor revisa un ejemplar y lo pone junto a La poesía de Violeta
Parra, de Paula Miranda, recién publicado por la Universidad Católica.
“Pero ahora me di cuenta que el genio de la familia es otra: Clara Sandoval. La
top one”, dice el poeta, recordando a su madre, fallecida en 1982.
El poeta agarra vuelo y recita,
sin repetir ni equivocarse, un poema de cuatro estrofas de su mamá: es la
historia de un matrimonio y un funeral, el de la hija y una madre: “Uhhhh… Devastador”,
dice el terminar. Después de una pausa se pone a cantar una tonada de su padre.
“A ese hay que descubrirlo ahora”, asegura, y trae del pasillo de la casa una
foto antigua donde aparece su papá con un traje elegante. “Propietario, pues.
¿Ve? La Viola
les hizo creer a todos que éramos forajidos, pero éramos más propietarios. La Violeta siempre fue
abajista, yo siempre fui arribista”, lanza.
martes, 27 de mayo de 2014
Desempolvando a Pitol
Publicado en La Jornada , de México, allá por el 19 de
septiembre de 2008, el siguiente artículo de Andrés Timoteo Morales da cuenta de la aparición de los que
entonces eran dos nuevos volúmenes de la colección de la Universidad de Veracruz que reúne las traducciones
completas del escritor y traductor mexicano Sergio
Pitol
“Si no hubiera sido traductor,
hoy sería un novelista malísimo”
Jalapa, Ver., 18 de septiembre. A
Sergio Pitol le fascina ser escritor más que traductor de obras ajenas, pero
transcribir e interpretar la literatura universal fue su mejor escuela.
Al respecto, comparte: “Si no hubiera sido traductor, ahora sería un novelista malísimo”.
Traductor de unas 45 obras del
húngaro, polaco, checo, inglés, ruso e italiano, el premio Cervantes de
Literatura afirma que los escritores, cuya obra llevó al español, le develaron
el secreto de “atrapar el tiempo y los personajes en un texto”.
En este sentido, la maestra Nidia
Vincent resume el quehacer de Pitol como traductor al “desentrañar el mensaje
cifrado de los autores para llevarlo a la lengua de El Quijote y en reciprocidad, ellos convertidos en sus maestros, le
regalaron sus secretos, las trampas y el engranaje de sus tramas”.
La tarde del miércoles, en el
contexto de la
Feria Internacional del Libro Universitario 2008, la
editorial de la
Universidad Veracruzana presentó los dos nuevos títulos de la
colección “Sergio Pitol traductor”, que son Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y Madre de reyes, de Kazimierz Brandys.
Vislumbres capitales
En la mesa de presentación, el
escritor y crítico literario Álvaro Enrigue expuso que el arte de la traducción
consiste en “recrear el espíritu de un libro, perseguirlo en términos de
sentido con empeños de lobo y renovar la lengua propia forzándola a sonar como
la lengua original”.
Esto lo ha logrado Pitol “al
perseguir, asediar, morder una novela escrita en otra lengua e incorporar
nuevas herramientas, expresiones que por artificiales resultan poderosas.
Estrategias narrativas simplemente impensables en la lengua original”.
Citó como ejemplo lo logrado en
la traducción de Madre de reyes, del autor polaco Kazimierz Brandys, cuyos
recursos se plasman también en la obra literaria de Pitol.
“Gracias al trabajo duro, poco
glamoroso de Sergio Pitol, hoy podemos invocar el nombre de Brandys, y con él,
el del misterio de toda una literatura de la que ya habíamos tenido vislumbres,
hoy capitales para nuestra propia lengua, en el Tañido de una flauta, Juegos
florales y El viaje.”
A su vez, Vincent resalta que el
papel de traductor es sólo “de mirador, de puente invisible que lleva a la otra
orilla de forma natural para que nos haga creer que el libro ha sido escrito en
nuestra lengua”.
Y este papel debe ser por demás
modesto, pues “su presencia deberá diluirse, cumplirá su labor y dejará las
luces del escenario para el autor original, en cuyas ideas y estilo está
dirigido el interés de los lectores”.
Pitol, afirma Nidia Vincent,
cumplió este papel, pero de paso se alimentó de los autores húngaros, polacos,
checos, ingleses, italianos y rusos, para el deleite de sus lectores en habla
hispana. Recordó que en El mago de
Viena, el narrador insiste en la necesidad de que un joven escritor aprenda
de autores consagrados.
“Sergio afirma: no conozco mejor
enseñanza para estructurar una novela que la traducción, y compara la actividad
del escritor como un simio que imita o de un detective que investiga.
“A los autores a los que tradujo,
los sostuvo sin titubeos en la lengua del Quijote y ellos, en reciprocidad, le
regalaron sus secretos, sus reflexiones, mostrándoles los recursos de su
escritura, las trampas de sus procedimientos y el engranaje de sus tramas. Como
el mono mimético, el aprendiz del que habla, tomó para sí lo que la gran
escuela del ejercicio de la imitación le ofreció y siguió por su cuenta,
llevándose lo que era ya suyo.”
Pasión y escuela
Pese a que Sergio Pitol no emitió
ningún mensaje en la mesa de presentación, debido a un problema en las cuerdas
vocales, el narrador aseguró a La Jornada ,
que su pasión es escribir, pero su escuela fue la traducción.
“Hice el oficio de traductor por
15 años, tengo 45 títulos traducidos, algunos muy difíciles, y cuando tuve un
tiempo de retiro, comencé a escribir novelas”, dijo en breve charla.
–¿Qué disfrutó más, ser traductor
o escritor?
–Ser escritor es mi pasión, pero si
no hubiera traducido creo que hoy sería un novelista malísimo.
–Entonces, la traducción fue
importante.
–Me alimentó, sí, porque ahí ve
uno cómo se atrapa el tiempo en una novela, en un texto y cómo se colocan los
personajes, los grandes y los pequeños, todos son imprescindibles.
Los tres libros que más le
sirvieron a Sergio Pitol en su crecimiento como escritor y que disfrutó más al
traducir al español son El buen
soldado, de Ford Madox Ford; Las
puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y Los papeles de Aspern, de Henry James. “Los sigo leyendo”, concluyó
el autor de Domar a la divina garza.
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Sergio Pitol,
Traductores mexicanos
lunes, 26 de mayo de 2014
La más difícil e ingrata manera de leer
El pasado 2 de mayo, Lourdes
Arencibia publicó el siguiente artículo en la sección Tradutore Tradittore
de la publicación digital Cuba Literaria. Lo reproducimos por su interés, a pesar de que se refiera al escritor Gabriel García Márquez como "el Gabo".
El Gabo y la traducción
Corría el año 2003, los
almanaques en La Habana
marcaban concretamente el 12 de junio. Por aquellos días me encontraba más que
enfrascada, junto a un equipo de colegas del ICAIC, en la ingente tarea de
transcribir —casi descifrar y, si venía al caso, traducir al español—, con
miras a su selección y ulterior publicación, del epistolario —de ordinario
manuscrito— que había sostenido durante años Alfredo Guevara con los más
variopintos correspondientes que alguien pudiese imaginar, personalidades
destacadas, en su mayoría del mundo de las artes, la literatura, el pensamiento
científico y social, la política, la vida cotidiana…
Estaba allí por aquella razón.
Era ya tarde-noche, y el motivo que nos congregó de pronto fue la presencia de
un conjunto de músicos griegos que, de paso por La Habana , iba a regalarnos la
interpretación de melodías de su país. Al decir “nos”, me obligo a referirme a
la composición de aquel plural “inclusivo” que me sumaba “como el pelo en la
sopa”, por puro azar y ninguna pertenencia real, a un reducidísimo grupo de
personas donde estaban nada menos que Costa Gavras y Gabriel García Márquez. Al
imaginar aquel puñadito de personas, que se contaban con los dedos de una mano
—y sobraban dedos—, no hace falta decir que la comunicación era casi
obligatoria, de la más elemental cortesía, pues, como suele suceder en círculos
tan restringidos, cada quien supone que “al otro” también le corresponde estar
allí y, por tanto, la integración suele darse espontáneamente, con la mayor desinhibición.
Así me sucedió. Y de repente, me
ví conversando con Costa Gavras —uno de aquellos cuya correspondencia con
Alfredo debía descifrar— de mis aficiones por la música de Mikis Teodorakis,
del inolvidable concierto en la
Plaza de la
Catedral y su versión del Canto general de Neruda,
de mis dos viajes a Chipre, donde no dejaba de visitar los centros nocturnos
donde se interpretaba y se bailaba la música griega y hasta ensayé unos
“pasillos” tomados por los hombros, con los brazos extendidos, como se suele
bailar esa música según había visto hacer ¡¡¡en Zorba el griego!!!
Naturalmente, me presenté como lo que soy: traductora e intérprete, a secas. Y
hablando sobre traducción, se nos sumó García Márquez, a quien fui presentada
“como una insólita fémina cubana que traduce, baila danzas griegas y sabe de vallenato!”.
Con García Márquez hablé, más que
nada, de traducción y de mis gratas experiencias como profesora de
interpretación en la universidad Los Andes de Bogotá. De los “cachacos” y los
“costeros” y, por supuesto, de música, de lo cual él era un real experto. Me
contó que, cuando joven, muchas veces se había ganado el pan con la traducción,
una nobilísima actividad que no desdeñaba porque —si aceptable— era el mejor
vehículo de universalización del pensamiento intercultural que relativamente
existía, pues, hasta ahora, el hombre, con todas sus tecnologías, no había
encontrado una mediación mejor para comunicarse con sus semejantes de otras
culturas. Me confesó que, pese a ciertas prevenciones, solía leer curiosa y
críticamente —con frecuencia, aburrido— las traducciones de su obra, las
autorizadas y las piratas, las mejor y las peor logradas, que eran muchas —en
su artículo “Los pobres traductores buenos” (21 de julio de 1982), publicado
por ACI, ya le había leído decir: “Para mí no hay curiosidad más aburrida que
la de leer las traducciones de mis libros en los tres idiomas en que me sería
posible hacerlo. No me reconozco a mí mismo, sino en castellano”—. Luego me
alentó a continuar amando y enalteciendo mi “misión”. Y sentí que no lo decía
como un cumplido, sino por convicción. Por eso, lo tomé como enseñanza y
compromiso.
Fueron dos interlocutores
inolvidables, de una gentileza, sabiduría y encanto más allá del lenguaje, por
descriptivo que pretenda ser. Al final, ambos me firmaron un ejemplar del Pedro Páramo de Juan Rulfo que
acababa de comprar en Bogotá y llevaba en mi bolso por casualidad. García
Márquez lo hizo con particular y generosa admiración por ese otro gigante de la
literatura universal. Aquí reproduzco su autógrafo, un emocionado recuerdo de
su extraordinaria personalidad. Para mí —como para todos—, García Márquez no ha
muerto. Seguirá vivo para siempre en la memoria, en sus libros y en mis traducciones.
Aprovecho para reproducir otros fragmentos del conocido
artículo:
“Alguien ha dicho que traducir es
la mejor manera de leer. Pienso también que es la más difícil, la más ingrata y
la peor pagada. Tradittore,
traditore, dice el tan conocido refrán italiano, dando por supuesto que
quien nos traduce nos traiciona […] todo lo contrario: es un cómplice genial.
Como lo han sido los grandes traductores de todos los tiempos, cuyos aportes
personales a la obra traducida suelen pasar inadvertidos, mientras se suelen
magnificar sus defectos. […] Es poco probable que un escritor quede satisfecho
con la traducción de una obra suya. En cada palabra, en cada frase, en cada
énfasis de una novela hay casi siempre una segunda intención secreta que sólo
el autor conoce. Por eso es sin duda deseable que el propio escritor participe
en la traducción hasta donde le sea posible. […] Cuando se lee a un autor en
una lengua que no es la de uno se siente deseo casi natural de traducirlo. Es
comprensible, porque uno de los placeres de la lectura — como de la música— es
la posibilidad de compartirla con los amigos. […] Dos de los escritores que me
hubiera gustado traducir por el solo gozo de hacerlo son Andre Malraux y
Antoine de Saint-Exupery, los cuales, por cierto, no disfrutan de la más alta
estimación de sus compatriotas actuales. Pero nunca he ido más allá del deseo.
En cambio, desde hace mucho traduzco gota a gota los Cantos de Giaccomo Leopardi, pero lo hago a escondidas y en
mis pocas horas sueltas, y con la plena conciencia de que no será ese el camino
que nos lleve a la gloria ni a Leopardi ni a mí. Lo hago sólo como uno de esos
pasatiempos de baños que los padres jesuitas llamaban placeres solitarios. Pero
la sola tentativa me ha bastado para darme cuenta de qué difícil es, y qué
abnegado, tratar de disputarles la sopa a los traductores profesionales. […] El
conde Entico Cicogna, que fue mi traductor al italiano hasta su muerte, estaba
traduciendo en aquellas vacaciones la novela Paradiso, del cubano José Lezama Lima. Soy un admirador devoto de
su poesía, lo fui también de su rara personalidad, aunque tuve pocas ocasiones
de verlo, y en aquel tiempo quería conocer mejor su novela hermética. De modo
que ayudé un poco a Cicogna, más que en la traducción, en la dura empresa de
descifrar la prosa. Entonces comprendí que, en efecto, traducir es la manera
más profunda de leer. Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto
cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el
punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era, ni dónde
estaba. Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera
deliberado, pero sólo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo.
La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor tenía que respetar en
italiano aquellos disparates de concordancia o si debía verterlos con rigor
académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al
otro idioma tal como era, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos.
Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma. […] Pero he leído
alguno de los libros traducidos al inglés por Gregory Rabassa y debo reconocer
que encontré algunos pasajes que me gustaban más que en castellano. La
impresión que dan las traducciones de Rabassa es que se aprende el libro de
memoria en castellano y luego lo vuelve a escribir completo en inglés: su
fidelidad es más compleja que la literalidad simple. Nunca hace una explicación
en pie de página, que es el recurso menos válido y por desgracia el más
socorrido en los malos traductores. En este sentido, el ejemplo más notable es
el del traductor brasileño de uno de mis libros, que le hizo a la palabra astromelia una
explicación en pie de página: flor imaginaria inventada por García Márquez. Lo
peor es que después leí no sé dónde que las astromelias no sólo existen, como
todo el mundo lo sabe en el Caribe, sino que su nombre es portugués.”
viernes, 23 de mayo de 2014
Una melancólica columna surgida de la gran crisis española que advierte sobre lo que va a pasar
El 20 de mayo pasado el escritor y traductor español Ramón Buenaventura –quien, entre otros
ha traducido a Arthur Rimbaud, Prosper Mérimée,
Alain-Fournier, Sylvia Plath, Anthony Burgess, Kurt Vonnegut, Philip Roth,
Jonathan Franzen, Don DeLillo, Francis Scott-Fitzgerald–
escribía en El Trujamán la siguiente columna, donde imaginaba que, crisis
mediante, en pocos años España iba a asimilarse al modelo cultural
estadounidense “con todo lo que ello implica de control de la creatividad por
el Dinero”. Una de las consecuencias previstas es, claro, la disminución de
traducciones.
La GC se niega a traducir
Esta Gran Crisis (GC en
adelante, para recortar gastos) se distingue de las restantes crisis que uno
recuerda por una peculiaridad: no tiene expertos verdaderos, ni especialistas
más que en provocarla, ni la explica nadie de modo que los demás entendamos. Mi
cabeza le va moldeando explicaciones y diagnósticos —casi todos malignos—,
porque las cabezas están para eso, para cavilar, pero lleva años, ya,
haciéndolo sin esperanza de acertar en nada, por ocupar un poco las neuronas,
por nutrir la indignación imprescindible ante una estafa.
Una parte de la GC, sin
embargo, está clarísima y no requiere explicaciones causales, porque se ve y se
toca: la cultura y la educación están sufriendo el expolio más riguroso de los
tiempos modernos. Si los designios de los ricoshombres siguen cumpliéndose,
dentro de unos años habremos abandonado nuestra historia de cultura y educación
sostenidas con los impuestos de los ciudadanos para ingresar en la cultura
rentable o sostenida por mecenas. Dicho en otras palabras: habremos pasado al
modelo americano, con todo lo que ello implica de control de la creatividad por
el Dinero. (El control de la creatividad por el Dogma político tampoco es
bueno, pero tiene al menos la ventaja de que puede cambiar de intención, cuando
el poder cambia de manos).
Ustedes saben que en Estados
Unidos apenas se traduce de ningún idioma al inglés: no les trae cuenta,
levanta suspicacias en los controladores culturales, que no tienen el menor
interés en contaminar con ideas ―casi siempre peligrosas, por no decir rojas―
su impoluto mundo mercantil. De vez en cuando, claro, surgen excepciones: del
español están traducidos muchos del equipo boom y algunos más
modernos (recordemos el sorprendente caso de Roberto Bolaño). Tienen, incluso,
una buena página web de literatura internacional —Three Percent— en que se
presta especial atención a las traducciones que van surgiendo. Pero el gran
público lector americano (incluido don Haroldo Bloom: es broma) desconoce casi
totalmente la literatura universal no escrita en inglés y, por falta de
información y promoción, tampoco la echa de menos. Como, en realidad, apenas
hay ningún otro sector editorial en que podamos desde otros países aportarles
nada a los cives americanorum,
la traducción languidece. Podríamos afirmar que la cultura está en inglés, y
aquí paz y en el cielo gloria.
Pero la cultura vigente no está
en castellano, ni en ningún otro idioma europeo (a no ser que pretendamos
ensanchar la noción de Europa hasta incluir en ella al Reino Unido), y aquí
tenemos que traducir si queremos enterarnos de algo. Ya antes de la GC estábamos
acumulando un espectacular retraso en todas las asignaturas del conocimiento
(hasta el punto de que hoy no se pueda en España ser biólogo, sociólogo,
químico, físico, etc. sin leer bien el inglés), pero ahora podemos
conseguir la parálisis también en el campo literario. Las perspectivas son
escalofriantes, porque a los gastos que normalmente acarrea la publicación de
un libro hay que añadir, para los escritos en lenguas extranjeras, el
estipendio del traductor. Teniendo en cuenta que las ventas de literatura han
caído a plomo, que una novela de autor no bestselero vende lo que
antes vendía un poemario de poeta exquisito, ya me dirán cómo va una editorial
a pagar (pongamos una tarifa discreta) 10 €/página por un libro de 300, es
decir 3000 €, bastante más de lo que cobraría en concepto de adelanto un
escritor literario español por una obra nueva. Crecerán los recortes.
Los franceses, al menos, pueden
presumir de que todo está traducido a su lengua: la ciencia y la literatura.
Nosotros, en este milenio, tendríamos que haber emprendido una tremenda labor
de recuperación de nuestro retraso secular, y quizá lo hubiéramos hecho si la
burbujosa situación económica hubiera seguido como estaba (imposible, ya lo
sé). Ahora, la GC se lleva por delante cualquier esperanza de puesta
al día.
Lo peor, como sugería al
principio, es que nadie nos lo explica, o sólo nos lo intentan explicar los
culpables inconfesos.
jueves, 22 de mayo de 2014
Un poco de traductología
Publicado en El genio maligno nº 5, septiembre de 2009, el siguiente artículo de
Laura Santana Burgos repasa las
diversas traducciones de el Quijote a
distintas lenguas, con principal atención a las ediciones inglesas y francesas.
Fue en el año 1605, cuando por
primera vez los lectores españoles tuvieron el placer de conocer las aventuras
del caballero más famoso de la historia. Desde entonces, y hasta nuestros días,
sus hazañas y peripecias no han cesado de inspirar creaciones en todos los
géneros de las artes. El Quijote ha experimentado gran número de
ediciones, traducciones y estudios y se ha convertido en la obra de ficción por
antonomasia dentro y fuera de nuestras fronteras. Su difusión ha sido tan
absoluta que hoy en día todo el mundo conoce a don Quijote y Sancho Panza, la
cuerda «locura» del primero y, por supuesto, el mundialmente recitado: «En un
lugar de la Mancha.. .».
Edición
y primeros viajes
En los
últimos días de diciembre de 1604, el Quijote se convirtió por primera vez en
libro [1],
gracias a que el madrileño Francisco de Robles pusiera a la venta la obra
impresa por Juan de la
Cuesta. A pesar de que se trataba de un volumen que
presentaba numerosas deficiencias en su edición, el éxito no se hizo esperar y
sus publicaciones se multiplicaron en todas sus formas. Unas ediciones que
rápidamente traspasaron las fronteras llegando incluso hasta América.
A lo largo de
esta primera década del siglo XVII, el Quijote realiza
su primer viaje a Europa. Tal es el éxito del que disfruta que, muy pronto, los
no conocedores de la lengua de Cervantes querrán disfrutar también de las
aventuras de don Quijote y Sancho Panza. Consecuencia directa de esta imperiosa
necesidad es la traducción realizada por Thomas Shelton en 1612, cuatro años
antes de la muerte del autor. Se trata del primer extranjero que se atrevió a
llevar el mundo quijotesco a una lengua distinta de la española. Se le hacen
numerosas críticas, entre ellas, una excesiva literalidad en su proceder.
Carmelo Cunchillos afirma lo siguiente:
La premura con
que Shelton se vio obligado a realizar su trabajo: cuarenta días, según nos
dice él mismo en la dedicatoria a Lord de Walden, produjo uno de los rasgos más
característicos de su modo de traducir, el de seguir fiel y literalmente al
original. Esto hace que se contente con la primera palabra que encuentra, con
tal de que se asemeje a la castellana en su sonido o en su forma. Evidentemente,
Shelton no perdió el tiempo consultando diccionarios ni léxicos, pues traduce
sin pestañear 'Palomeque el zurdo' por 'Palomeque the deafe', 'duelos y
quebrantos' por 'griefes and complaints' y el 'sastre del Cantillo' por 'The
Taylor that dwells in a corner' [2].
Sin embargo,
la obra de Shelton goza de un gran valor histórico e incluso actualmente se la
considera como una de las más reputadas. Entre otras razones, el hecho de que
haya sido llevada a cabo por un isabelino y coetáneo de Shakespeare, la
utilización de un inglés propio de la época de dicho autor e incluso su
discutida «literalidad» justifican el interés de esta traducción entre los
cervantistas españoles y extranjeros [3].
A Inglaterra
le sigue Francia, con la primera traducción de César Oudin, publicada en París
en 1614. Entretanto, los dos personajes se habían hecho ya famosos y el público
esperaba impaciente la continuación de sus aventuras. Así, en 1615 se presenta
la segunda parteen España y, fuera de ella, empiezaésta a traducirse a partir
de 1618 [4],
edición que se complementaba, sin duda para su venta, con la de la primera
parte, lo que ocurre con la versión francesa escrita por François de Rosset o
con la inglesa de Thomas Shelton, aparecida en 1620.
Un florecimiento en las traducciones
del Quijote
Para aportar
una visión objetiva al análisis de la repercusión traductológica de la famosa
novela en tierras francesas e inglesas, nos parece imprescindible compararla
con la de otros países. Deberemos tener en cuenta que a partir del siglo XVII,
y más concretamente en el XIX, se dispara el número de traducciones en las
diferentes lenguas. Nos parece muy interesante el estudio de Justo García
Soriano y Justo García Morales, quienes describen, gracias una tabla que
exponemos a continuación, «cómo en tres siglos –desde el XVII hasta el XIX– el
número de ediciones delQuijote, tanto en lengua española como en
lenguas extranjeras, asciende a 690, una cifra muy respetable; sobre todo si
consideramos que el número de lectores era, en comparación con nuestros
tiempos, considerablemente inferior. Cultos y analfabetos, todos participan a
su manera en el engrandecimiento de la inmortal obra» [5].
Los autores eluden el siglo XX, ya que el número de éstas sería tremendamente
elevado «como lo demuestra el hecho de que fuesen diecinueve los idiomas en los
que se tradujo El Quijote desde el siglo XVII al XIX y que la
cifra aumentase a cincuenta y cuatro durante el siglo XX».
A los idiomas
reflejados en la tabla, construida partiendo de los datos disponibles hasta
1993, habría que añadirle otros como el árabe, bajo alemán, búlgaro, coreano,
croata, chino, eslovaco, esloveno, esperanto, estonio, finlandés, flamenco,
gaélico, hebreo, irlandés, islandés, javanés, japonés, kashmiri, letón, lituano,
mallorquín, manchú, maratí, mogol, noruego, polaco, rumano, ruso, sánscrito,
serbio, sudafricano, tagalo, tailandés, tibetano, turco, ucraniano, valenciano,
vasco, galés e ydich [6].
Veamos, por
tanto, la síntesis numérica realizada por los dos autores mencionados. Carmelo
Cunchillos añadió los porcentajes finales de las ediciones españolas y de las
extranjeras; nosotros presentamos este porcentaje también para dos idiomas que,
además de sernos muy cercanos, presiden junto al español el ámbito de la
traducción literaria quijotesca: el inglés y el francés.
IDIOMA
|
S. XVII
|
S. XVIII
|
S. XIX
|
TOTAL
|
Español
|
30
|
41
|
227
|
298
|
Alemán
|
1
|
7
|
17
|
25
|
Bohemio
|
0
|
3
|
3
|
|
Catalán
|
6
|
6
|
||
Danés
|
0
|
0
|
2
|
4
|
Francés
|
10
|
40
|
105
|
155
|
Griego
|
0
|
2
|
2
|
|
Holandés
|
1
|
2
|
0
|
3
|
Húngaro
|
0
|
3
|
3
|
|
Inglés
|
8
|
29
|
119
|
156
|
Italiano
|
3
|
3
|
11
|
17
|
Japonés
|
0
|
1
|
1
|
|
Latín
|
1
|
1
|
||
Portugués
|
5
|
5
|
||
Provenzal
|
1
|
1
|
||
Ruso
|
5
|
5
|
||
Serbio
|
1
|
1
|
||
Sueco
|
3
|
3
|
||
Políglotas
|
1
|
1
|
||
TOTAL EDICIONES
|
53 ediciones
|
124 ediciones
|
513 ediciones
|
690 ediciones
|
TOTAL ESPAÑOL
|
56,6%
30 ediciones |
33%
41 ediciones |
44,2%
227 ediciones |
43,2%
298 ediciones |
TOTAL FRANCÉS
|
18,9%
10 ediciones |
32,2%
40 ediciones |
20,5%
105 ediciones |
22,5%
155 ediciones |
TOTAL INGLÉS
|
15,1%
8 ediciones |
23,4%
29 ediciones |
23,2%
119 ediciones |
22,6%
156 ediciones |
TOTAL EXTRANJERAS
|
43,3%
23 ediciones |
66,9%
83 ediciones |
55,7%
286 ediciones |
56,8%
392 ediciones |
En primer lugar, hemos de
constatar que el número de ediciones del siglo XVII se duplica en el XVIII y
aumenta hasta nueve veces más durante el XIX, lo que es un indicio claro del
éxito de nuestra obra. El 43'2% de todas las ediciones hechas durante los siglos
XVII, XVIII y XIX están escritas en nuestra lengua; el 56'8% restante
corresponde a traducciones en otros idiomas [7].
El francés,
comprende casi un 23% de las ediciones totales realizadas, en los tres lustros,
a nuestro juicio, un porcentaje muy destacable. El caso inglés es muy parecido:
22,6%; obsérvense también los porcentajes en el español: parece que decrecen a
medida que pasa el tiempo, mientras que en inglés van aumentando hasta
estancarse y en francés se incrementan experimentando finalmente un ligero
retroceso. Este aumento en los porcentajes podemos interpretarlo como un
interés del público, no solamente constante, sino siempre progresivo, por las
aventuras de don Quijote y Sancho Panza.
Apréciese,
además, cómo el predominio de ediciones inglesas y francesas es ciertamente
abrumador con respecto al resto. Ambas lenguas ocupan aproximadamente el 45% de
las traducciones extranjeras del Quijote.
Asimismo, sorprende que un país como Italia, cuya lengua y cultura son muy
similares a la nuestra, ocupe el quinto lugar en número de ediciones, por
detrás de las hechas en inglés, francés e incluso en alemán [8].
La cuerda locura de don Quijote
parecía constituir una premonición de lo que posteriormente se convertiría en
un mito universal que inspiraría tantas creaciones en los diferentes ámbitos.
Sin embargo, podríamos preguntarnos cuáles son las claves para que nuestro
ingenioso hidalgo haya gozado de tal difusión. He aquí algunas respuestas:
En primer lugar, su carácter de
excelencia universal, válido en todo el planeta.
El protagonista es un loco
ejemplar movido por el más alto de los ideales: el amor.
La fragmentación en capítulos,
aventuras, historias y escenas permite que el lector pueda acercarse a la obra
desde diferentes perspectivas.
La permanente actualidad del
texto desde su aparición, que lo transforma en objeto de interés para cualquier
corriente estética.
Por todas estas razones, sin
agotar evidentemente, no nos extraña que el Quijote forme parte del patrimonio
cultural de la humanidad [9].
Baste señalar a modo ilustrativo el ámbito de la creación musical. Observamos
cómo la nómina de compositores que se han visto inspirados por las aventuras de
este ejemplar resulta impresionante. Nuestra novela ha impregnado todos los
estilos desde su nacimiento y, por supuesto, también ha alcanzado a través de
la música un número impresionante de países y culturas. Víctor Espinós lo
ilustraba así:
Nadie imaginará que del Quijote pueda pensar lo mismo el ingenioso
español, el humor británico, la metafísica germana, que más bien quiso
confirmar que negar el espíritu caballeresco, o la burla ligera, a veces
inverecunda, del esprit galo, que hace de Dulcinea una moza
del partido. Y así hemos de hallar una extensa gama de interpretaciones que va
de la profunda, o audaz, parodia, a la facecia de un bailete intrascendente y
frívolo [10].
No podríamos finalizar esta
exposición sin citar algunas de las obras operísticas que muestran
perfectamente cómo la música de temática quijotesca y el genio cervantino se
encuentran profundamente unidos: The
Comical History of Don Quixote (1694-1695)
de Henry Purcell, la deliciosa ópera de cámara El retablo de maese Pedro (1923)de Manuel de Falla o Don Quijote de Cristóbal Halffter (1996-1999).
Constatamos así cómo estos vínculos no constituyen una moda pasajera, sino que
aún en pleno siglo XXI, el caballero andante sigue siendo una fuente inagotable
de inspiración para numerosos compositores.
Notas
[1]
DEXEUS, Mercedes. Introducción. En: El
Quijote. Biografía de un libro. Ed. de Mercedes Dexeus. Madrid, Biblioteca
Nacional, 2005, p. 21.
[2]
CUNCHILLOS, Carmelo. Traducciones inglesas del Quijote. En: De clásicos y traducciones.
Clásicos españoles en versiones inglesas: los siglos XVI y XVII. Edición a cargo de Julio-César Santoyo
e Isabel Verdaguer. Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1987,
p. 89.
[3]
SANTANA, Victoriano. Breve aproximación a las traducciones inglesas del Quijote en el siglo XVII. En: Cervantófila teldesiana. Ed. a cargo de la Universidad de las
Palmas de Gran Canaria. Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1997, p. 52.
[4]
DEXEUS, Mercedes. Op. cit.p.
34.
[5]
GARCÍA, Justo. Los dos Don Quijotes. 2ª reimpresión de
la edición de 1990. Madrid, Aguilar, 1993, pp. 17-18.
[6]
Lista presentada por Carmelo Cunchillos en el artículo detallado anteriormente
y que nosotros hemos completado gracias en su mayor parte a la obra citada «El
Quijote. Biografía de un libro».
[7]
CUNCHILLOS, Carmelo. Op. cit.,
p. 90.
[8] Ibíd,p. 89.
[9]
COLOMÉ, Delfín. «El Quijote en la música y la danza».
[10]
ESPINÓS, Víctor. El «Quijote»
en la música. Con un apéndice de Diether de la Motte. Adaptación a cargo de Joaquín Chamorro
Mielke. Madrid, Akal, col. «Akal música», nº 10, 2001, p. 54.
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