viernes, 13 de diciembre de 2019

Un artículo sobre el FCE de lectura obligatoria

Dr. José Rafael Mondragón

Al Dr. José Rafael Mondragón (Tabasco, 1983) le sobran títulos y honores. Su trayectoria es francamente impresionante y lo que ha escrito, apabulla. Quien desee enterarse puede recurrir a este vínculo: https://www.gaceta.unam.mx/rdunja-jose-rafael-mondragon-velazquez/ . Por su parte, la Revista Común (https://www.revistacomun.com/), realizada por académicos muy jóvenes, destaca por su seriedad y por la calidad de sus artículos. Considerando los orígenes mexicanos, tanto del articulista como de la publicación, no puede pensarse que en el texto que sigue, publicado el pasado 6 de diciembre, haya ninguna voluntad de privilegiar a la filial argentina del Fondo de Cultura Económica por sobre la casa central.

Por qué importa defender el FCE de la Argentina

En 1949, Daniel Cosío Villegas publicó en Cuadernos Americanos el ensayo “España contra América en la industria editorial”. El texto puede ser leído como un manifiesto de lo que debería ser el trabajo editorial en nuestras tierras, y como una ojeada retrospectiva que aquilata el valor del Fondo de Cultura Económica, editorial que Cosío había fundado en 1934. 

En su origen, el Fondo había sido propuesto por Cosío a la editorial madrileña Espasa-Calpe. Se trataba de construir una colección de obras de economía que acompañara a los jóvenes que se acercaban a esa naciente ciencia social. Genaro Estrada, embajador de México en Madrid, se había acercado al Consejo de Administración de Espasa-Calpe para llevar la propuesta de Cosío. Fernando de los Ríos había apoyado calurosamente el proyecto, pero cuando ambos creían haber convencido al Consejo, el prestigioso filósofo José Ortega y Gasset pidió la palabra: se opuso, “alegando como única razón que el día en que los latinoamericanos tuvieran que ver algo en la actividad editorial de España, la cultura de España y la de todos los países de habla española ‘se volvería una cena de negros’” (DCV, Memorias, p. 147). 

Cosío nunca olvidó la furibunda oposición de Ortega, que hizo evidente el racismo con que entonces y ahora muchos intelectuales españoles siguen acercándose a nuestros países: desde las últimas décadas del siglo XIX, el gremio de los editores y libreros de España había comenzado un movimiento de reconquista del mercado editorial americano, que consideraban suyo por naturaleza, todo ello en el marco de discursos nacionalistas que tomaron fuerza tras la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en 1892. Intelectuales españoles de todas las tendencias se dedicaron a alabar la misión civilizadora de España en suelo americano y hablaron de la necesidad de afirmar a España como orientadora intelectual de las naciones americanas en el presente. Al mismo tiempo, las editoriales y librerías se dedicaron a una promoción del libro español en territorio americano. Para ello construyeron una nutrida red de publicaciones, institutos y sociedades culturales, y se comprometieron en un asiduo trabajo en las cámaras y sindicatos de la industria editorial que permitieron implementar políticas preferentes para favorecer la producción y exportación del libro español. 

Con estos insumos los españoles construyeron una industria editorial fuerte y moderna: a través de sus traducciones de autores europeos, posicionaron a sus editoriales como mediadoras privilegiadas entre las naciones de habla española y los debates contemporáneos. Sus ediciones de los clásicos convirtieron a sus editoriales en un medio fundamental para relacionarse con las tradiciones culturales del pasado, y el monopolio comercial de sus libros obligó a los americanos a buscar la edición de sus obras en España, con lo cual dichas editoriales terminaron gestionando la imagen que la cultura americana tenía de sí misma. 

No se trata sólo de un problema comercial —escribió en 1949 Cosío—, sino de una lucha por reconquistar la hegemonía cultural y política de España en América. Se trata, escribió también, de la posibilidad de construir en los países americanos una “opinión pública informada, justa y persistente”, conocedora de los problemas de su región y dispuesta a vigilar la acción de sus gobernantes. Dicha opinión pública no podría formarse sin la creación de editoriales dedicadas a pensar los problemas de sus regiones y con capacidad para imprimir en tirajes industriales. De la misma manera, era necesario modernizar la red de distribución del libro y sus canales de venta, así como impulsar marcos jurídicos que consideraran la protección del libro americano como un asunto de interés público. Sobre todo, era importante que los editores americanos hicieran causa común, pues —con la excepción de México y Argentina— ninguno de sus países tenía, en ese momento, la población necesaria para la creación de un público amplio que permitiera sostener industrias editoriales modernas: el libro americano podría prosperar sólo si todos se comunicaban con todos, se leían entre todos y permitían la circulación de los libros en el espacio americano completo. 

En ese contexto nació, en 1945, la filial argentina del Fondo de Cultura Económica. Su primer director fue el joven líder socialista Arnaldo Orfila Reynal, a quien pronto se llamaría a México para sustituir a Cosío en la dirección de la editorial. No es injusto decir que con Orfila el Fondo se fundó por segunda vez en México: si Cosío cimentó sus bases institucionales, construyó su patronato y permitió que el catálogo de la editorial se expandiera, de la economía a la filosofía y la totalidad de las ciencias sociales, Orfila llevó su militancia socialista a la casa bajo la forma de potentes proyectos de edición masiva (como Breviarios y la Colección Popular), que permitieron los tirajes más altos hasta entonces en la editorial y ayudaron a que el Fondo se volviera un factor en la apropiación de los saberes letrados por parte de las capas medias y populares. 

El Fondo acompañó a los jóvenes que entraron por primera vez a la universidad, pero también permitió la proliferación de autodidactas, bibliotecas populares y círculos de estudio. Orfila además abrió el Fondo a la literatura, la antropología, el psicoanálisis y la teoría, se interesó por la Revolución cubana, y tras provocar la furia del presidente Gustavo Díaz Ordaz tuvo que retirarse para fundar su propia editorial, Siglo XXI, en donde florecieron las promesas de ese Fondo más militante, más experimental y más preocupado por los problemas políticos y sociales que el priisimo no pudo soportar. 

El Fondo de Argentina, por otra parte, editó intermitentemente hasta la llegada de Alejandro Katz en la década de los noventa. A partir del extraordinario trabajo de Katz, la filial se convirtió en un polo cultural, del que aún hoy da fe la calidad de su catálogo, que en muchas colecciones (como Filosofía y Ciencias Políticas) está más actualizado que el de la matriz mexicana. Habría que recordar que mucho tiempo antes de que el mercado en lengua española hubiera descubierto a Enzo Traverso, el Fondo de Argentina ya había publicado La violencia nazi. Una genealogía europea, que muestra cómo la empresa genocida de los campos de concentración fue preparada por las incursiones coloniales europeas en territorio africano. Que el Fondo de Argentina fue pionero en la traducción de los cursos de Michel Foucault en el College de France, en donde se articula una teoría del neoliberalismo de honda importancia para pensadores y líderes sociales del continente. Que el Fondo de Argentina ha publicado títulos fundamentales para la comprensión de su región que tienen un indudable interés americano, de El genocidio como práctica social de Daniel Feierstein a los libros de Ernesto Laclau sobre la racionalidad populista. Elijo mis ejemplos al acaso, a partir de una ojeada al librero que tengo cerca de la mesa, porque también podría hablar del papel que el Fondo de Argentina ha tenido en la edición de obras fundamentales de autores como Carlo Ginzburg, Horacio Tarcus, Alain Badiou, León Rozitchner, Zygmut Bauman, José Luis Romero, Paul Ricoeur, Ricardo Piglia, Hilda Sabato, Pilar González Bernaldo, Mary Louise Pratt, Elías José Palti (y la lista podría seguir y seguir)…(1)

El Fondo de Argentina pasa desde hace tiempo por una crisis, visible en el pobre funcionamiento de su librería y la dificultad de distribuir sus libros. Ella se ha ahondado en los dos últimos años y ha llevado a la proliferación de rumores sobre su posible vaciamiento. En 2019 la editorial no pudo publicar un solo libro nuevo, y sólo consiguió la autorización de México de llevar a cabo un par de reimpresiones a comienzos del ciclo escolar con el fin de abastecer demandas urgentes. El plan editorial de la filial incluía una selección de artículos de Reinhart Kossellek, traducciones al castellano de Marilena Chaui, Michel Foucault y Benedict Anderson y la edición de libros inéditos de Elizabeth Jelin, Ricardo Ibarlucía, Nora Domínguez y Horacio Tarcus. Los libros extranjeros fueron solicitados para editarse en México. Los contratos con autores argentinos se desconocieron. Pocos días antes antes del desconocimiento de dichos contratos renunció el entonces director de la filial, Horacio González, de quien es conocido su valioso trabajo en la Biblioteca Nacional. Personas cercanas a la filial nos informan que se han vaciado las oficinas históricas de la calle El Salvador 5665, que eran propiedad del Fondo, y que hace poco se alquilaron unas oficinas más pequeñas. La distribución de los libros se ha tercerizado hace ya varios años y el personal que ha sostenido la producción editorial de la filial en los últimos 25 años está en una situación de incertidumbre respecto de su continuidad laboral. 

El 28 de noviembre, preocupado por estas noticias, escribí en mis redes sociales que amigos confiables y cercanos de Argentina nos hablaban del cierre de la filial del Fondo de Cultura Económica. Añadí que me parecía una pésima noticia y el fin de una trayectoria extraordinaria. Virginia Bautista, reportera de Excélsior, recogió mis comentarios en redes y entrevistó a Marcos Barrera Bassols, coordinador de vinculación internacional del Fondo, para preguntarle si era cierto que la filial cerraba. La respuesta del funcionario fue que la librería del Fondo estaba cerrada por un asunto de protección civil, que “tal vez hayan tenido que cerrar algunos días, pues (querían) evitar que la escalera pudiera ser un riesgo para el incendio”. A decir de la periodista, Barrera Bassols también añadió que “los rumores sobre el ‘cierre’ pudieron ser generados por cinco autores, cuya publicación de sus libros fue rechazada por el comité editorial” (¡sic!, Excélsior, 29/11/2019). 

Las declaraciones del funcionario no aclaran lo que está sucediendo en Argentina: confunden la situación de la editorial con la de la librería y arrojan una luz infamante sobre esos “cinco autores”, cuyos libros fueron dictaminados positivamente y están ligados a la editorial por un contrato. Ellas provocaron la justa indignación de la comunidad intelectual argentina, que respondió con una carta que tiene casi 400 firmantes. Los diarios más importantes de Argentina (La Nación y Página 12) ya publicaron notas en donde los intelectuales más importantes del país expresan su preocupación por lo que ocurre en el Fondo, todo ello mientras las editoriales argentinas resisten heroicamente a la crisis económica del país. 

Ni la carta ni las notas están escritas en un tono de ataque a Paco Ignacio Taibo II o al gobierno de la 4T, que es visto con esperanza por buena parte de la intelectualidad argentina. Por ello es injusto tratarlas como si fueran parte de una oscura conspiración de la derecha o una defensa de los privilegios de intelectuales reactivos a la interesante política popular impulsada por el actual director del Fondo. Ellas deben entenderse más bien como una defensa del valor cultural y político de un catálogo en donde América quiso emanciparse intelectualmente, observarse a sí misma en una visión de conjunto, hacerse cargo de sus problemas, dialogar con el mundo y relacionarse con sus diferentes pasados. En él, las obras especializadas han coexistido con la literatura y los libros para niños y jóvenes: han estado juntos Immanuel Kant y Juan Rulfo, Marc Bloch y Anthony Browne, Michèle Petit y Pedro Henríquez Ureña... Todos ellos son imprescindibles. También lo son Karl Marx, el Subcomandante Marcos, los socialistas románticos y los pensadores de las revoluciones latinoamericanas del siglo XX, lo mismo que los grandes autores liberales e ilustrados que fueron editados en el Fondo y aún hoy nos entregan una lección de tolerancia y respeto a la diversidad. 

En una entrevista reciente con Clarín, Horacio González atribuyó la crisis del Fondo argentino a un giro de su línea editorial por el que los libros "académicos" serían desplazados por ediciones populares. Por ello hoy urge decir que el catálogo del Fondo tiene una vocación de auténtica universalidad al servicio de las capas populares, y que en ella unos y otros libros son necesarios y valiosos. Esa vocación debe ser parte de cualquier proyecto de izquierda con auténtica vocación civilizatoria. Es parte de una historia que hoy nos toca recordar y defender.



(1) Como los libros de izquierda me importan mucho, no puedo dejar de señalar que allí también el Fondo ha marcado línea a partir de la edición de textos imaginativos y poderosos que muestran formas nuevas de abrir ese legado, desde la creativa investigación Intelectuales y cultura comunista de Adriana Petra hasta las agudas reconstrucciones del movimiento de lucha por los derechos humanos de Marina Franco


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