El
pasado 24 de noviembre, Guillermo Piro
dedicó su columna dominical en el diario Perfil
a llanto y a los estudios que dirige Kathleen
Wermke, bióloga y antropóloga a cargo de la investigación sobre el tema, en la Universidad
de Wurzburgo.
El llanto
también es una lengua
Nadie
aprendió aún a descifrarlo de un modo preciso. Ni las mismas mamás son capaces
de saber con exactitud “lo que dice” un bebé cuando llora, qué desea, qué le
pasa, qué quiere decir, qué le molesta. Y sin embargo ahora llega una
confirmación tranquilizadora –en parte–: el llanto de los neonatos está
influenciado por la lengua que oyen hablar a su alrededor.
La
cosa no es nueva, ya en 2009 estudiosos de la Universidad de Wurzburgo, en
Alemania, habían establecido que el llanto de los bebés alemanes y el de los
franceses era diferente. Hoy, el mismo equipo de investigación la misma
universidad perfeccionó los resultados del estudio: luego de analizar 500 mil
llantos de neonatos de todo el mundo llegó a la siguiente conclusión: cada uno
llora en su propia lengua.
Un
niño alemán, dice el estudio, llora “con entonación decreciente, exactamente
como las frases en alemán”, explica Kathleen Wermke, bióloga y antropóloga que
dirige la investigación, “y un bebé francés llora con una entonación creciente,
exactamente como las frases en francés”: evidentemente los niños son
influenciados por la lengua materna mientras están sumergidos en líquido
amniótico en el vientre materno.
Quienes
al leer esto ya están afilando las dagas de la denuncia por maltrato deben
saber que los neonatos estudiados por la doctora Wermke y su equipo no fueron
de ningún modo inducidos al llanto: jóvenes investigadores diseminados por todo
el mundo se colaron en los servicios de neonatología de los hospitales de todo
el globo terrestre y, celular en mano, grabaron a los bebés estudiados. Y como
ocurre a menudo, el material recolectado sirvió para descubrir cosas
inesperadas, como por ejemplo que en los países en que se habla lenguas tonales
–como el chino mandarín–, en las que las variaciones de tono hacen que varíe el
significado de las palabras o la estructura gramatical, la “melodía” del llanto
es mucho más compleja que en otras partes. Los bebés suecos, cuya lengua madre
tiene acentuaciones “con picos”, lloran “con picos”. Lo mismo corre para todas
las lenguas.
Los
niños, explica Wermke, se expresan por imitación de lo que se da en llamar la
“prosodia” de la materna. Cerca del noveno mes de embarazo, el bebé ya es capaz
de oírla: palabras y sonidos específicos son amortiguados por el líquido amniótico,
pero el ritmo y la melodía permanecen, se oyen con claridad. Y esos son los
primeros sonidos que el niño recién nacido imita, sencillamente porque es todo
lo que conoce. Algo similar a lo que hacemos nosotros poco después de haber
caído en un lugar del que no conocemos la lengua: podemos imitar el ritmo y la
melodía, aunque no entendamos una palabra.
Hace
poco Sophie Hardach, una periodista del New York Times, visitó el laboratorio
de la doctora Wermke, en la Universidad de Wurzburgo: está lleno de juguetes,
alfombras infantiles, tapetes didácticos y estudiantes que desgraban. ¿Quién
mejor que ella para aconsejar el mejor modo de hacer que un bebé deje de
llorar? Se lo preguntaron. Aullar, respondió la doctora. ¿Aullar? Sí, respondió
la doctora, y se lo demostró aullando como un lobo. Y al parecer funciona. Un
bebé dejó de llorar y se puso a reír, otro se detuvo para observarla,
sorprendido y atento. Otro se puso a dormir. En cualquier caso todos se
relajaron. “Es un método garantizado para hacer que un bebé interrumpa el
llanto una vez que arrancó”, explicó la doctora. Con un simple aullido. La
propia Hardach hizo la prueba con su sobrino, de regreso a Nueva York. Dice que
funcionó. Habrá que probar.
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