Y por fin, otro texto de la escritora y traductora española María José Furió, quien tuvo la
amabilidad de presentar y traducir una suerrte de presentación escrita por el traductor francés Paul
Lequesne quien, conjuntamente con la traductora argentina Julia Azaretto, llevó
a cabo una versión de Memoria sobre la
pampa y los gauchos, de Adolfo Bioy Casares. A continuación, los
respectivos textos de Furió y Lequesne.
Versión en francés
de
Memoria sobre la pampa y los gauchos,
de Paul Lequesne y
Julia Azaretto
Un libro traducido parece formado por tres
lados al menos: los que ocupan, respectivamente, el escritor, el traductor y el
lector. Al hablar de esta Mémoire sur la pampa et les gauchos, obra de
la argentina Julia Azaretto y el francés Paul Lequesne, publicada por la
pequeña editorial ginebrina héros-limite, a partir del original del escritor y
fotógrafo argentino Adolfo Bioy Casares, en su mítica edición de 1970 en la porteña
Editorial Sur, empezaré refiriéndome brevemente a mi parte.
Como lectora española, el gaucho evoca, más
que la figura histórica o folklórica, la figura simbólica, el mito, un exotismo
teñido de valor y fatalidad. Se nutre de las lecturas universitarias del Martín
Fierro y Don Segundo Sombra, de los gauchos en Borges y su versión en
Piazzolla & Medina Castro. Lo
previsible se “airea” con el plus posmoderno de Fogwill en Los cantos de
marineros en la pampa.
De esta incursión superficial en el mundo y
paisaje del gaucho se aparta un reportaje de fotografía realizado por el
hispano-argentino Diego Alquerache, que con el título Jinetes del horizonte
circuló en 1998 por diversas salas de exposiciones. El reportaje constaba de quince
imágenes a todo color, una síntesis de un viaje acompañando a los gauchos a lo
largo de varios miles de km por Argentina. Alquerache reflejaba la vida nómada
e ilustraba el mito en una versión moderna que aunaba lo deportivo –la destreza
del jinete sobre el caballo—y lo poético –el horizonte, la vida al aire libre,
las fronteras diluidas. Era obvio para el espectador que el fotógrafo también
había montado a caballo y compartido tiempo, atmósferas, rutinas con los vaqueros
del sur. Las fotografías se acompañaban de una versión expresamente
fabricada para ciegos: mediante un complejo proceso técnico, las imágenes se
transformaron –podríamos decir “se tradujeron”-- en líneas y siluetas en
relieve que, trasladadas a un soporte sólido, permitían a los invidentes verlas
a través del tacto; una breve explicación en braille aportaba información
periodística.
La exposición parecía contener un doble
mensaje, no previsto por el fotógrafo: además de la voluntad de acercar a un
colectivo por definición expulsado de los géneros visuales, se podía pensar que
el espectador común tendría una percepción bidimensional de la experiencia del
fotógrafo y de los gauchos, enriquecida quizá por alguna memoria personal de la
pampa y sus habitantes; en cambio, el que se acercara mediante el tacto a los
paneles para invidentes, adquiría una experiencia corporal directa, de piel.
Aunque incompleta, la sugerencia de que al mundo del gaucho y la pampa había
que conocerlo con todo el cuerpo, quedaba sugerida por esa paradoja invitación
a los ciegos, a hacerse ciego para entrar en el volumen abstracto de la
pampa.
Me acordé de esta exposición y del apetito de
aventura que provocaba al leer la versión francesa de Paul Lequesne y Julia
Azaretto y, sobre todo, cuando Paul me relató por escrito cómo consiguieron
forjar el método que dio por resultado ese “tercer traductor” que es la suma de
sus dos biografías, culturas, trayectorias y querencias del idioma, gracias al
cual pudieron dar por buena la versión hoy publicada. Cómo esas escasas páginas
requirieron una inmersión en el mundo de los caballos, de la vestimenta del
gaucho, reclamar y seleccionar las fotografías con que ilustrar la Memoria,
es decir zambullirse en un mundo material para encontrar las palabras más
exactas. Curtido en la traducción del ruso al francés, a Paul Lequesne se le
presentaron los habituales falsos amigos. De esto y de más cosas
habla en sus notas, que traduzco del francés:
La Memoria
«El texto original es
un pequeño volumen publicado en Argentina por la Editorial Sur en 1970. Es un
pequeño tratado “a la antigua”, de ahí el término Memoria, como esas
memorias que gustaban tanto en el siglo XIX, que abordaban todo tipo de temas,
desde el cultivo de la pera a la teoría de las máquina de fuego; de ahí también
el estilo deliberadamente alambicado en ciertos puntos, incluso muy
universitario, en el sentido como se entendía antes, sobre dos elementos
emblemáticos de Argentina: la pampa y los gauchos.» Aquí añado yo que la Memoria
se inserta bien en los años 70 del siglo XX, con el auge de los estudios
lingüísticos promovidos por las escuelas estructuralistas francesas, aunque el
enfoque de Bioy Casares tenga una vertiente barthesiana –analizar una mitología
nacional, quizá una fantasmagoría—y otra vertiente de crónica: las
imágenes constatan la existencia y cultura del gaucho.
«El autor se plantea
una paradoja: si el resto del mundo a menudo lo único que conoce de Argentina
es la Pampa y los gauchos, los argentinos por su parte no conocen ni la Pampa ni a los gauchos. Para
ellos no existe la Pampa sino el
campo; no hay gauchos sino campesinos. Se trata, en
definitiva, de un libro de estampas; la imagen en Bioy Casares es un tema
recurrente, así como el de la percepción falseada de la realidad; A tal efecto,
la edición original apareció profusamente ilustrada: una página de cada dos
lleva una foto.
»Esas fotografías, un
dato que no sé por qué no consta en el libro, son casi todas del propio Bioy
Casares, que viajaba siempre con su cámara de fotos; excepto los fotogramas
extraídos de Los cuatro jinetes del Apocalipsis y el retrato del acto
Rodolfo Valentino, ataviado a lo gaucho. En 1967 Bioy Casares viajó durante
tres meses por Francia y Europa –itinerario
del que dejó huella en la correspondencia con su mujer y su hija, en Viaje,
publicado en 1997. Allí se encontró a muchos argentinos emigrados y le
sorprendió lo mucho que los franceses se parecían a los argentinos. Visitó
también las tierras de donde era originaria su familia.
»Creo que la Memoria
es una especie de eco de ese viaje: en ella se pregunta qué es Argentina, en el
fondo, qué imagen ofrece de sí misma y qué imagen tiene de sí misma. Existen dos ediciones españolas del libro, una
es de 1987, en ediciones Emecé, que incluye solamente trece fotos, algunas de
las cuales no se corresponden con la edición original, y una tercera más lujosa
de ediciones Anabasis, en Madrid, aumentada con imágenes del fotógrafo suizo René
Burri, que acababa de publicar un reportaje sobre “los últimos gauchos”, y
faltan muchas de las de Bioy.»
Cómo surgió el
proyecto de traducir la Memoria
«En el Salón del Libro
de 2018, Julia me prestó su ejemplar, en la edición de Emecé, recomendándome su
lectura; estaba segura de que me iba a interesar y a lo mejor podríamos
traducirlo entre los dos. Unos años antes, Julia había conocido por casualidad
a Alain Berset, de las éditions Héros-Limite. Este le comentó lo mucho que le había
gustado ese título de Bioy y que esperaba poder publicarlo algún día en
francés.
»Leí el libro y antes
de devolvérselo a Julia, lo escaneé. Creo que era el mes de junio cuando empecé
a traducirlo al francés por mi cuenta, en la medida de mis posibilidades,
señalando y comentando todos los pasajes y expresiones que suponían un
problema. Luego le envié mi versión a Julia pidiéndole que la revisara y
corrigiera, añadiera las notas que creyese necesarias y un prólogo o posfacio,
y después contactara con Alain Berset para invitarle a realizar su sueño.
»Julia contactó con
Alain, que no respondió. Entretanto, iniciamos una correspondencia regular en
la que ella me enviaba fragmentos de mi versión con sus comentarios, propuestas
y preguntas; por mi parte, tomaba en consideración esas observaciones y le
reenviaba el texto corregido. Este proceso resultaba frustrante pues en algunos
pasajes nos costaba mucho ponernos de acuerdo.
»Como Alain seguía sin
dar señales de vida, Julia me avisó de que tal día de septiembre el editor
acudíría al Salón del Libro del Festival Raccords, que todos los años organizan
los pequeños editores independientes. Dado que caía cerca de casa, me acerqué y
me presenté a Alain. Charlamos – él se disculpó por no haber dado respuesta al
correo de Julia--, sobre todo de literatura rusa. Y unos días después le
escribió por fin a Julia para comunicarle que estaba interesado en el proyecto.
»A partir de ahí, todo
se aceleró. Alain quería presentar una candidatura de solicitud de subvención
al CNL, por lo que enseguida nos envió un contrato, pues el dossier tenía que
entregarse en febrero de 2019.
»Por nuestra parte,
Julia y yo trabajamos en la traducción aprovechando cuando ella venía a París.
Eso nos permitió avanzar de verdad, pues es algo muy diferente trabajar codo
con codo, con la posibilidad de reaccionar inmediatamente a las ideas y
sugerencias del otro. Entonces se produce una especie de fusión de dos mentes,
es algo muy extraordinario, como un efecto de resonancia; algo que también he experimentado
con mi amigo el escritor Valery Kislov, cada vez que trabajamos juntos. A fin
de cuentas, el texto resultante que entregamos al editor, en el mes de enero de
2019, no es ni enteramente mío ni de Julia, pues ni ella ni yo lo habríamos
traducido así, de haber trabajado solos— es el texto de un tercer traductor, que
sin duda tiene mucho de cada uno de nosotros, pero que ha existido únicamente
durante esos breves encuentros sustraídos a nuestras rutinas respectivas.»
Terminología y el
mundo del gaucho
«Los términos técnicos
relativos a los caballos plantaron bastante problema, que resolvimos gracias de
un lado a la experiencia como jinete de Julia, y por otra a la aportación de
varias colegas de la lista de la ATLF (Françoise Bonnet, Véronique Valentin,
Geneviève Naud y María José Furió). También fuimos a pescar en
muchísimos diccionarios, incluido uno cuatrilingüe, el Lexica tetragloton,
de un tal James Howel, un diccionario de mexicanismos de los años 20, y un Diccionario
hípico (1978) de José García. Además,
Julia se puso en contacto con un criador, director de un club ecuestre en
Argentina (la Fortuna, en Anguil en la provincia de la Pampa), que ayudó a
aclarar varios aspectos.
»En lo que se refiere al atuendo del gaucho,
recuerdo haber explorado el Voyage à Rio-Grande do Sul, de Auguste de
Saint-Hilaire, que, aunque publicado en 1887, relata un viaje realizado en los
años 1820. Allí se habla del famoso chiripá.
Sobre los diferentes enfoques de la traducción
«En lo que se refiere
al estilo de traducir, por desgracia Julia y yo tenemos casi los mismos; somos
testarudos, minuciosos e intransigentes. Julia presta mucha atención no a la música
del idioma, sino al efecto que causa en el lector, a su carácter, su
naturaleza. Por ejemplo: tal expresión no es erudita, tal otra hacía referencia
a tal hecho histórico, otra era familiar o rara o alambicada, y había que
reproducir exactamente ese efecto. Muy a menudo, me devolvió al buen camino.
Sin contar con la enorme cantidad de contrasentidos que pude cometer –me
acuerdo de la palabra “tenor”, que traduje como ténor y no por su
correcto equivalente teneur, con lo que la frase quedaba bastante cómica.
»Al principio nos
sentíamos paralizados por la talla del autor; yo, sobre todo, tenía la
impresión de empezar de nuevo en el oficio. La (muchas veces falsa) proximidad
del español y el francés me suponía también un gran problema, pues siempre he
procurado mantenerme tan cerca como sea posible del texto original; sobre todo,
respetar la estructura, traducir las palabras antes de traducir el sentido (nunca
traducimos otra cosa que palabras, dice Valery Kislov), porque creo que al
proceder así el estilo del autor resurge de forma natural.
»Pero el español, al
contrario que el ruso, parece oponer poca resistencia y siempre parece
dispuesto a convertirse en francés, de manera casi natural y con resultados
desastrosos. Me costó comprender que debía utilizar lo que había aprendido a lo
largo de estos casi 30 años de oficio: a saber, que el autor (francés) somos
nosotros, y que tenemos todos los derechos, desde el momento que servimos al
texto (y al autor original). Esta reflexión me ayudó a avanzar y a conseguir el
texto que tenía en mente, pues al leer el de Bioy me formé una idea muy clara
de la prosa francesa que se escondía detrás, creo que el español de Bioy está
impregnado de francés, de forma no consciente, que se trata de su “idioma
fantasma” — así, al leer Plan de evasión, sobre todo, es imposible no
pensar en Féval y en Zévaco.
»El libro es para mí
como un pastiche de esas monografías del siglo XIX . Por eso insistí en, entre
otros detalles, en que no prescindiéramos del uso del imperfecto de subjuntivo y
que no simplificásemos o abreviáramos las largas frases de su autor, extremo en
el que Julia estuvo de acuerdo desde el principio.»
Sobre las
fotografías
Paul observa que las
breves 30 páginas del libro han supuesto no poco tiempo y esfuerzo. Al preguntarle
por la selección de fotografías que ilustran la versión francesa, me cuenta que
«fue el editor el que eligió qué fotos publicar. La selección fue algo
incómoda, pues la agente que representa a los herederos de ABC, Carmen Balcells
en España, solo le envió una copia pdf de la Memoria, tal y como se
publicaron en las Obras Completas, 1998-1999, que solo llevaba dos fotos;
una no figuraba en la edición original y la otra –un retrato de don Gregorio de
Mendivil- era diferente.
»El editor tuvo que insistir
para obtener más imágenes, y así consiguió otro lote de fotos escaneadas, que
al parecer fueron enviadas por los herederos, pero que seguían siendo en su
mayoría distintas de las del original. Al final, la elección recayó en las imágenes
más aprovechables técnicamente, y sobre las que se citaban directamente en el
texto. Siguió un intenso trabajo de retoque informático para obtener imágenes
de calidad apta para la impresión.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario