miércoles, 4 de diciembre de 2019

Santiago Venturini y la traducción en pequeñas y medianas editoriales en la Argentina (1)

Publicado el 10 julio de este año en la revista on line Cuadernos Lírico (https://journals.openedition.org/lirico/8691), el siguiente artículo de Santiago Venturini –que por sus dimensiones, se ofrece en tres partes–, “reflexiona sobre lo que se ha denominado la “nueva edición argentina”: un conjunto de pequeñas y medianas editoriales surgidas a lo largo de las dos últimas décadas, que conforman actualmente el polo más interesante de la edición en el país. El foco del análisis estará puesto en una práctica que permite aglutinar a muchos de estos sellos: la traducción literaria. Gran parte de las llamadas ‘editoriales independientes’ son editoriales traductoras. La traducción tiene una trascendencia innegable en el diseño de los catálogos y en la elaboración de una ‘marca’, pero su práctica también aparece ligada a ciertas regularidades que permiten pensar la posición de estas editoriales en el campo y el funcionamiento del mercado mundial de la traducción”.

La nueva edición argentina: 
la traducción de literatura
en pequeñas y medianas editoriales (2000-2019)

(primera parte)


La nueva edición argentina

No es una novedad señalar que la industria editorial global está marcada por una concentración que, iniciada hace ya tiempo, continúa acentuándose. Esta tendencia queda claramente expuesta en la rápida y desigual redistribución de capitales entre los agentes, tal como como lo demuestra la muy reciente adquisición del sello español Salamanca por parte del grupo Penguin Random House –uno de los dos conglomerados, junto con el Grupo Planeta, que actualmente monopolizan la edición en el mundo hispánico–. La concentración, fenómeno que homogeneiza el funcionamiento de los diferentes campos editoriales nacionales, fue analizada en el caso argentino (Botto 2006), teniendo en cuenta uno de sus efectos: la desnacionalización de la industria editorial. José Luis De Diego señala uno de los hechos cruciales de este proceso, ya conocido:

En Argentina, en los años que van de mediados de los noventa a los inicios del nuevo siglo se cierra el proceso de desnacionalización de la industria editorial, con las ventas de Sudamericana en 1998 y de Emecé en 2000. Por su parte, Losada, la otra prestigiosa editorial fundada a fines de los treinta, fue vendida y luego recuperada en 1999; sin embargo, sobrevive reeditando su fondo editorial del pasado y solo en los últimos años ha vuelto a editar algunas novedades (De Diego 2018: 328).
Frente a este panorama abierto hace dos décadas y naturalizado en la actualidad, tampoco es una novedad afirmar que la marcada concentración editorial que tuvo lugar tanto en Argentina como en otros países del continente generó una polarización del campo editorial que puso de un lado a los grandes grupos de capitales extranjeros y, del otro, a pequeños y medianos sellos de capital nacional. Como lo señala De Diego: “el proceso de concentración ha generado una creciente polarización; esto es, la proliferación de numerosos emprendimientos editoriales pequeños que han encontrado, en la especialización de sus catálogos, las razones para su nacimiento y supervivencia” (331). Las denominadas “editoriales independientes” –denominación que, aunque está instalada en el ámbito editorial argentino, exige cierta cautela, dado que contradice las prácticas reales de muchas de estas editoriales (Venturini 2014)– constituyen hoy en día un polo determinante de la edición argentina, no en términos económicos, pero sí en términos de “bibliodiversidad” (Hawthorne 2014). El surgimiento de estas editoriales estuvo ligado a la reconfiguración del campo editorial antes mencionada, así como también a ciertos avances tecnológicos que impactaron en el campo de la edición, ya que posibilitaron el abaratamiento de los costos y la simplificación de los procesos de fabricación de un libro.
Damián Tabarovsky sostiene que los últimos quince años marcan el surgimiento de lo que denomina “la nueva edición argentina”:
[…] así como no creo que hoy se pueda hablar de “nueva literatura argentina” –palabras, las tres, casi agotadas– sí hay que tomar nota de un grupo de editoriales pequeñas que han publicado lo más interesante que se escribió en este tiempo en la Argentina (y ailleurs, ya que sus catálogos están llenos de traducciones) y que se han convertido, ellas mismas, en actores culturales muy activos. Son quince o veinte editoriales pequeñas que concilian dos aspectos habitualmente que en otros tiempos fue imposible conciliar: alto riesgo estético con alto nivel de profesionalidad. Son editoriales que, en su mayoría, apuestan por pensamientos críticos, por sintaxis impredecibles, por rescates inauditos, por libros extrañísimos, por pensamientos tan solitarios como radicales, pero cuyos libros están bien hechos, salen a tiempo, están bien distribuidos (2018: 57).
Además de asignarles un rol central en la dinámica cultural, Tabarovsky señala dos cuestiones que definen a estas editoriales: riesgo estético y alto nivel de profesionalidad. La primera de ellas, en la medida en que da cuenta de una apuesta, resulta interesante como horizonte de partida para pensar los catálogos que se abordarán más adelante.
A pesar de su heterogeneidad, estas editoriales son conscientes de su lugar en el espacio del libro y se auto perciben como parte de un sector, o un grupo. En una entrevista, la directora editorial de Eterna Cadencia, Leonora Djament, expone en estos términos la principal diferencia entre las grandes y las pequeñas editoriales:
La otra diferencia entre grandes y pequeñas –y por aquí me parece que pasa toda la cuestión– es una concepción diferente del libro. En una editorial grande o perteneciente a un multimedio, la constante producción de novedades, la necesidad de venta rápida y el hecho de que los libros se retiren de las librerías en pocos meses […] se vinculan con exigencias de rentabilidad y rotación que muestran que los libros son pensados como productos y no como bienes culturales además de económicos. Eso hace que toda la cadena del libro sea diferente: la relación editor-autor, la relación con las librerías, la manera en que se piensan la tapa o el interior, la comunicación sobre el libro, la temporalidad con la que se piensa un libro, las elecciones sobre el catálogo. Cuando una editorial grande dice “libro” y cuando una editorial pequeña o mediana dice “libro”, probablemente se están nombrando, con la misma palabra, cosas diferentes. Hay dos lógicas diferentes implícitas (De Sagastizábal y Quevedo 2015: 116)
Dos formas, entonces, de decir “libro”, pero dos formas, como también afirma Djament, que no deben conducir a un pensamiento dicotómico y esquemático del bien –las pequeñas y medianas editoriales– contra el mal –las grandes editoriales–.
Además de compartir una ideología sobre la edición, estos sellos comparten ciertas características estructurales: el origen del capital que las sostiene –son editoriales de capital nacional–, su tamaño (cantidad de títulos publicados por año, tirada promedio de ejemplares por título, aun cuando estos parámetros puedan variar considerablemente)1, su estructura laboral (más reducida que la de los grandes sellos), etc. Si es posible percibirlas como un colectivo, es porque a estas características se suman otros rasgos relacionados con la expresión de una propuesta cultural y estética. En primer lugar, muchas de estas editoriales son editoriales de nicho, cuentan con catálogos o colecciones especializados: en ciertos géneros –en especial aquellos poco presentes en los grandes sellos, como la poesía o el teatro–, en ciertos nombres de autor, pero, también, en ciertas literaturas de lenguas extranjeras, como se verá más adelante. Catálogos, en general, no demasiado extensos, que exhiben y consolidan líneas editoriales específicas (la publicación de clásicos, la poesía argentina o extranjera, la literatura argentina actual, determinada literatura de lengua extranjera, colecciones temáticas, etc.). En segundo lugar, la importancia que le asignan estos sellos al diseño editorial, no sólo a la diagramación del libro –que concierne a cualquier editorial más o menos profesionalizada–, sino a la exposición de una propuesta estética que se materializa, más allá de la elección de determinados títulos y nombres de autor, en un énfasis en el diseño de todos los emplazamientos del libro: portada, contraportada, solapas, páginas de guarda, portadillas, etc. Es posible afirmar que gran parte de las pequeñas y medianas editoriales le concede especial trascendencia a la creación de una identidad gráfica y a su articulación con una “marca editorial”. Esta cuestión habla, sin dudas, de una revalorización del libro como objeto material, que busca desmarcarse del libro “industrial”, algo que llevan al extremo las editoriales artesanales como Barba de Abejas o Mochuelo, las cuales producen libros manufacturados que, además, no se integran al circuito convencional de distribución y comercialización del libro.
Otra cuestión que permite pensar a estos sellos como un colectivo, son sus alianzas, alianzas destinadas, sobre todo, a facilitar su participación en el mercado del libro, pero también a crear otros espacios alternativos. Uno de esos espacios de difusión creados colectivamente es la Feria de Editores (FDE), realizada una vez por año desde 2013, un ámbito que creció exponencialmente en sus sucesivas ediciones, hasta abarcar más de ciento cuarenta editoriales en su mayoría de Argentina, pero también de otros países como Chile, Uruguay, Perú, Venezuela y España. Diferenciada claramente de la FDE, la F.L.I.A., “Feria del Libro Independiente y A: alternativa, autogestiva, amiga, amorosa, andariega, alocada, abierta”, funciona desde mediados de los años 2000 y se define, en su sitio web, como “un colectivo de artistas y escritorxs” no jerárquico, un espacio organizado a través de asambleas abiertas, sin ningún tipo de patrocinio. La F.L.I.A. es un evento que no se restringe al libro, dado que involucra “otras prácticas artísticas y culturales, ya sea la fabricación de una artesanía o una comida casera, entendiendo que estas cosas también son cultura”.
Otro tipo de asociación diferente es la que tiene una finalidad práctica: afrontar en conjunto los gastos de participación en eventos editoriales, como la Feria Internacional del libro de Buenos Aires. Así, la existencia de grupos como “Sólidos Platónicos” (formado por los sellos Aquilina, Criatura, Fiordo, Godot, Gourmet Musical, Libraria, Sigilo y Wolkowicz), “Los siete logos” (Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Mardulce, Caja Negra, Eterna Cadencia, Criatura y Katz), “El Salto” (Cía. Naviera Ilimitada, Odelia, Caleta Olivia, Dobra Robota, Gog y Magog, Ediciones Winograd y Abre) y “La Sensación” (Mansalva, Blatt & Ríos, Iván Rosado, Caballo Negro, Palabras Amarillas, Spiral Jety, Triana, Ascasubi, Libretto, Fadel & Fadel, Un Faulduo, Segunda Época, N direcciones, etc.), da cuenta no sólo de un vínculo económicamente estratégico, sino también de una afinidad ideológica, un parentesco estructural declarado.
1Por último, es necesario mencionar la existencia de la Alianza de Editores Independientes de la Argentina por la bibliodiversidad (EDINAR), ligada a la Alianza de editores independientes para otra mundialización (posteriormente Alianza Internacional de Editores Independientes) creada en París en 2002. El modo de intervención de EDINAR, que cuenta con alrededor de 30 editoriales asociadas, se basa, sobre todo, en la publicación de títulos que conceptualizan la edición independiente, como La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad, de Gilles Colleu y Bibliodiversidad. Un manifiesto para la edición independiente, de Susan Hawthorne, ambos traducidos y publicados en la editorial argentina La marca.
En el siguiente apartado reflexionaremos sobre las prácticas de las editoriales literarias surgidas a partir de los años dos mil en Argentina, a partir de ciertos casos. Se dejarán de lado, por una cuestión de especificidad, aquellos sellos que centran sus catálogos en ciertos géneros –traducidos o no– como el ensayo cultural u otros pertenecientes a las denominadas ciencias sociales y/o las humanidades (aun cuando en esos catálogos se cuenten algunos títulos literarios). El foco estará puesto, además, en una práctica que Tabarovsky destaca como parte de la nueva edición argentina: la traducción. Una fracción importante de las pequeñas y medianas editoriales nacionales son “editoriales traductoras”, eligen publicar literatura traducida y, de este modo, hacen de la traducción una práctica configuradora de sus catálogos. Si bien la mayor parte de estos sellos apuesta a la difusión de literatura argentina actual o contemporánea –en primeras ediciones o reediciones–, la traducción abarca una parte considerable de sus catálogos. La traducción tiene una trascendencia evidente y la importación de autores extranjeros interviene en la elaboración de una identidad, de lo que Jorge Herralde denomina la “marca editorial” (2000). Al mismo tiempo, al ser una operación más compleja que la publicación de autores locales, está ligada a ciertas regularidades impuestas por el mercado mundial de la traducción (como la mayor o menor presencia de ciertas lenguas de traducción, por ejemplo), que inciden directamente en las políticas al respecto que implementan estas editoriales.

(continúa mañana)

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