Sabido es que Fogwill no tenía el menor problema en decir lo que fuere en el ámbito que fuere. Pero que lo pusiera con todas las letras no deja de asombrar, considerando un panorama tan manso como el que presenta la literatura actual, dominada por agentes y mercaderes en general antes que por escritores con algo verdaderamente importante que decir. Vaya entonces, a modo de homenaje, la presente columna, publicada por el diario Perfil, el 23 de abril pasado.
Choripán literario
Si por dos choripanes y un paseo de ida y vuelta al centro de la Capital en ómnibus de lujo se consigue llenar una placita porteña prestándole olor a pueblo a un encuentro de funcionarios y convocados por la TV basura, imagina, oh paciente lector, lo que se puede conseguir de un escritor argentino con veinte, treinta o cien mil euros, un pasaje en avión al primer mundo y una estadía de 3,5 estrellas.
Todo se puede conseguir. Hace veinte años, a la remanida pregunta acerca de si uno nace o se hace escritor, respondí que escritor primero nace, después se hace y finalmente se prostituye. Vamos en ese camino.
Proxenetas sobran: en lengua española ya hacen de las suyas más de cien emprendedores de esa especie. Se llaman agentes literarios. Su actual estrella es Guillermo Schavelzon, un ex directivo de Planeta Argentina que desde que perdió su empleo adoptó esta profesión. Además de sus antecedentes judiciales por trampear certámenes, nuestro compatriota posee la representación de ciento cinco autores. En su cartera, que acaba de hacerse pública, revistan no menos de media docena de redactores de best sellers. Su agencia ha de estar facturando comisiones por centenares de miles de impresos anuales y recientemente ya está superando la meta de 500 mil euros en premios conseguidos, que hasta ahora ostentaba la poderosa Carmen Balcells. Le estoy haciendo propaganda al hombre y creo que me arrepiento.
Se cree que la avaricia es una mera opción de conciencia, como el fetichismo, la bisexualidad y el masoquismo. Pero la avaricia supone una ética y una personalidad peligrosa, espacialmente en los hombres públicos. Del agente literario se cree que es alguien ocupado de mediar entre autores y editores y de administrar las cuentas de su clientela. Sin embargo, veáse la fórmula que me propone un agente de Barcelona, ganador de premios Herralde, Nadal y Planeta, en el punto uno de su convenio donde se oferta para “contratar directamente o por mediación de terceras personas, todo lo relativo a los derechos en lengua española de obras de ficción presentes y futuras, los derechos de traducción a otras lenguas, la gestión de premios literarios y la gestión de derechos cinematográficos”, asignándose comisiones del diez al veinte por ciento. Tomando en serio la sintaxis se entendería que se oferta nada menos que para... ¡Contratar la gestión de premios...!
Pero ni ellos ni los jurados que firman los dictámenes así “contratados” respetan la lengua, lo que explica por qué suelen premiar libros tan malos, tramposos y olvidables. Ampliaré información con primicias españolas sobre el tema, aquí, en PERFIL, el próximo sábado.
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