miércoles, 19 de enero de 2011

El futuro es digital

El español Javier Celaya (foto) es el editor del portal cultural Dosdoce.com. A través del mismo, ha publicado los siguientes estudios: “El papel de la comunicación en la promoción del libro” (2005); “El uso de las tecnologías Web 2.0 en entidades culturales” (2006); “Los retos de las editoriales independientes” (2006) y “Tendencias Web 2.0 en el sector editorial” (2007). El artículo que se ofrece a continuación –cortesía de Celia Filipetto– fue publicado el 17 de enero pasado y trata sobre la mala utilización de las nuevas tecnologías. Así, al menos se desprende, de acuerdo con el autor, de la lectura de tres libros distintos de Nicholas Carr, Jaron Lanier y Douglas Rushkoff. Con todo, lo peor pasa por otro lado y en eso se concentra Celaya, con inteligencia y claridad. 

¿Nos hace la web 2.0 más ignorantes?

Las nuevas tecnologías 2.0 (blogosfera, Wikipedia, Facebook, Twitter, buscadores sociales, etc.)  no nos hacen por sí mismas ni más inteligentes ni más estúpidos, pero un uso indebido de las mismas puede hacernos más ignorantes. Esta es una de las principales conclusiones que se desprenden de tres libros que he leído recientemente y cuya lectura recomiendo: The Shallows, de Nicholas Carr ; You are not a gadget, de Jaron Lanier; y Program or Be Programmed, de Douglas Rushkoff.

Estos tres libros aportarán a los lectores una mirada crítica sobre el impacto que está teniendo Internet y las nuevas tecnologías sociales en la manera en que accedemos a la información y gestionamos el conocimiento. Creo que es muy necesario incorporar un pensamiento más crítico en el debate sobre la incorporación de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestras vidas (personal, educativo y profesional) puesto que estamos en pleno proceso de definición de la sociedad digital del siglo XXI.

Ya sabemos todos los defectos que tiene nuestro actual sistema educativo y cultural: los bajos niveles de lectura existentes en nuestro país, la limitada red de bibliotecas escolares, los obsoletos procesos de aprendizaje de nuestras escuelas,  la sobreproducción de libros en papel que obstruye el canal de ventas, la abrumadora desaparición de librerías y kioscos de prensa y revistas de nuestros barrios, la excesiva concentración del interés de los lectores alrededor de 2 ó 3  libros al año –el resto de los autores es casi invisible–, lo poco que la mayoría de los escritores gana por la cesión de sus derechos de autor, la opacidad de las sociedades que gestionan estos derechos, el supuesto escaso interés de las nuevas generaciones por todo lo relacionado con la lectura... y así un largo sinfín de quejas con más o menos fundamento que reflejan el precario estado del sector cultural y educativo. Pero por muy deficiente que para muchos sea este estado, debemos garantizar que la futura sociedad digital que hoy en día estamos construyendo sea mejor que la analógica.

Tras llevar cerca de 12 años analizando el impacto de las nuevas tecnologías en las empresas y en la sociedad, estoy llegando a la triste conclusión de que en varios aspectos en vez de progresar estamos retrocediendo. Si observamos con un espíritu crítico el impacto que está teniendo la irrupción de las tecnologías sociales (blogs,  wikis, podcasts, vídeos, redes sociales, etc.) en los hábitos de lectura y escritura de los ciudadanos, en la forma en que acceden a la información en Internet y en cómo gestionan el conocimiento,  podemos deducir que la sociedad que estamos construyendo no sólo no mejora las deficiencias del anterior mundo analógico sino que en algunos aspectos incluso las empeora.

Creo que a lo largo de la primera década de este nuevo siglo hemos vivido un exceso de entusiasmo en relación con las bondades derivadas de la incorporación de las tecnologías de la información (TIC) en la sociedad sin analizar detenidamente las contraprestaciones que pagaremos a medio largo plazo. Entre estas contrapartidas debemos señalar la escasa creación de contenidos originales por parte de los usuarios de la Red (tan sólo el 5% de los internautas los crea), los riesgos sociales que conlleva la posición dominante de un solo buscador como puerta global de acceso a la información, la escasa diversidad de fuentes de información divergentes, la interesada escuela de la gratuidad, el nulo respeto por los derechos de propiedad intelectual en Internet, la gradual desaparición de derechos adquiridos como ciudadanos y consumidores en la era analógica y que no se traspasan por motivos económicos a la era digital, la cuestionable vinculación entre el aumento del uso de las TIC en el aula y un mayor rendimiento académico, etc. 

Desmontando la Teoría de la Multitarea
En la misma línea de pensamiento de los tres mencionados autores, varios neurólogos de reconocido prestigio, como Maryanne Wolf y Gary Small, entre otros, han demostrado en sus estudios que el cerebro humano está sufriendo un gran impacto debido a la agresión diaria que conlleva el uso de las nuevas tecnologías. Según estos expertos, nuestro cerebro no está aún capacitado para asumir el ritmo constante y la intensidad de estímulos cerebrales que comporta el consumo de cualquier tipo de contenidos culturales a través de los diferentes tipos de pantallas.

Hace varias décadas, el cerebro humano recibió una agresión similar con la aparición de la televisión, pero la intensidad de utilización no es comparable. Así como varios estudios señalan que los ciudadanos consumen hasta 3 y 4 horas diarias de televisión, el consumo de tecnologías sociales (acceso a buscadores, lectura de blogs, seguimiento de Twitter, actualización del muro de Facebook, etc.) se eleva a cerca de 8 horas en muchos segmentos de la sociedad dado que se utiliza tanto para fines personales como profesionales. La mayoría de los neurólogos afirma que el cerebro tardará al menos un par de generaciones en adaptarse plenamente a este nuevo medio.

El uso indebido y la aplicación errónea de las nuevas tecnologías sociales en los proceso de aprendizaje y acceso a la información están destruyendo habilidades cognitivas de gran valor para la construcción del pensamiento propio, como la concentración, la profundización en textos o la asimilación de datos. Los tres libros anteriormente mencionados señalan que la realización de varias tareas de forma simultánea -uno de los supuestos principales atributos de las nuevas generaciones de nativos digitales- resulta perjudicial puesto que limita la capacidad de atención y concentración en los contenidos que se están consumiendo en pantalla.

Analfabetos digitales
Al igual que en la práctica no es cierto ese dicho de que nacemos con un pan bajo el brazo, tampoco es cierto que los nativos digitales nazcan con un ADN digital. Sin lugar a dudas, las nuevas generaciones se sienten muy cómodas con el uso de las herramientas 2.0, pero la mayoría son absolutos analfabetos digitales al desconocer los intereses comerciales, ideológicos y sociales que hay detrás de cada una de estas herramientas. Todas las tecnologías tienen sesgo, incluida el papel -se nos olvida que no es más que una tecnología al llevar más de 500 años entre nosotros. Los inmigrantes digitales debemos enseñar a los nativos a descifrar los códigos e intereses que hay detrás de cada texto, vídeo o imagen publicada en Internet.

Como evangelista empedernido de la Web 2.0, esta proclamación por un pensamiento más crítico sobre el impacto de Internet no significa que reste importancia ni valor a los beneficios derivados de la incorporación de las TIC en las aulas o a las posibilidades que brinda la digitalización de todo tipo de contenidos culturales; tan sólo aspiro a abrir un debate para reflexionar sobre si el futuro que estamos creando es mejor que el precario presente. 

Que quede claro, no hay marcha atrás: el futuro es digital. Los usuarios de Internet deben entender que lo verdaderamente importante de este debate es el modelo de sociedad que queremos construir. Cómo y a qué precio (sí, sí, precio: nada es gratis) incorporemos la tecnología en nuestras vidas determinará si somos capaces de crear una sociedad digital culta y multialfabetizada en lugar de una sociedad ignorante

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