Así presentada, esta publicación incluye en uno de sus números un artículo sobre la traducción de poesía, que copiamos a continuación, así como el link con la revista: http://www.poesiadigital.es/index.php?cmd=documento&id=9.
Traducir poesía
Poesía Digital se adentra en el mundo de la traducción de poesía de la mano de tres de los traductores más importantes de nuestro país. Jaime Siles, Jordi Doce y Xavier Farré contestan a diez preguntas que pensamos cubren la mayor parte de la problemática de la traducción de poesía. Si bien en un principio –y por no extendernos demasiado- pensamos elaborar un documento recogiendo algunas de las impresiones, definitivamente hemos preferido adjuntar directamente todas y cada una de sus opiniones, creando al final un texto largo pero de absoluto interés. Una panorámica muy completa del trabajo del traductor de poesía y de su condición en el panorama editorial actual.
1. Sobre la traducción
1.1 En concreto, a la hora de traducir, ¿cómo se enfrenta a la métrica y a los problemas derivados de la semántica de la palabra?
Jaime Siles: La métrica es un problema porque el traductor debe entender la función de ese metro, esa sílaba, esa rima en el sistema lingüístico de la lengua de la que está traduciendo. Sólo si lo entiende allí es capaz de reproducirlo en la lengua receptora. La lengua receptora tiene un sistema distinto, pero la semántica de esa lengua más o menos se puede trasladar. Aunque no todas las lenguas tienen la misma suerte. Por ejemplo, para el hexámetro clásico, griego y latino yo diría que es mejor el catalán que el castellano, mientras que el endecasílabo en la construcción que los barrocos llamaban la silva es la más fácil para traducir poemas largos al español. Ésa es al menos mi experiencia.
Jordi Doce: Cuando traduzco poesía en lengua inglesa, trato de reproducir en la medida de lo posible el metro del original, o de encontrarle un equivalente plausible. Debe tenerse en cuenta que el verso libre inglés tiene, por su carácter acentual, un ritmo mucho más marcado que el español, fundado quiérase o no en patrones silábicos que previenen o dificultan ciertas sonoridades y combinaciones fónicas. De ahí que en ciertos casos (la poesía de Charles Simic, por ejemplo) haya recurrido a cierta regularidad métrica para traducir el verso libre inglés. En lo que toca a posibles polisemias o ambigüedades semánticas, remito al lector a mi respuesta a la pregunta 1.4. Dicho brevemente, unas veces es importante y otras no tanto; depende de si forma parte del «centro invariante» (Popovic) del poema.
Xavier Farré: En cuanto a la métrica, siempre depende del texto a traducir, en cualquier caso siempre hay un intento de reproducirla, teniendo en cuenta la tradición de cada lengua. Considero que la tradición es uno de los aspectos más importantes a la hora de enfrentarse a una traducción. El uso de un metro determinado puede evocar en el lector unas lecturas ya determinadas, y ya representa toda una declaración de principios por parte del autor y del traductor. Con lo cual, el traductor tendría que analizar primero cuál es el significado simbólico de un metro determinado en la lengua de origen, y poder determinar si se puede realizar el mismo paso en la lengua de llegada. Esto, lógicamente, también es válido en el caso de que el autor utilice un tipo de verso que se aparta de las formas canónicas. No podemos obviar que la forma ya, intrínsecamente, está transmitiendo un mensaje, tiene un significado.
En cuanto a la semántica, también tenemos que tener en cuenta la naturaleza de cada lengua. Hay lenguas en que hay una diferencia importante entre los diferentes registros del lenguaje, sobre todo en la parte que atañe al léxico, mientras que en otras esta diferencia es mucho menor. El poeta utiliza siempre este recurso en su propia poesía, y se tendría que ver reflejado también en la traducción. No considero que tenga que haber una equivalencia exacta entre dos palabras que, pongamos por caso, puedan pertenecer a un registro literario o a un registro vulgar. Aquella palabra tiene una función en una sociedad concreta que puede no corresponderse en la lengua de llegada. Así es necesario no sólo tener en cuenta el lenguaje sino el contexto en el que éste viene siendo utilizado.
1.2 ¿Ha de ser el traductor poeta, para poder transmitir lo mismo y en la misma intensidad que el original?
J. S.: No sé si el poeta ha de ser un traductor o el traductor ha de ser un poeta, pero hay una cosa clave: la traducción más total que pueda existir es siempre la mejor lectura. Yo diría que la única lectura. Un poeta puede ser un buen traductor o un mal traductor, porque en las traducciones hay dos tipos de autoridad: hay una autoridad filológico lingüística -la que da el conocimiento de la lengua de la que se traduce- pero hay también una autoridad poética que es la de la lengua a la que se traduce. Por ejemplo, Fray Luis de León es ejemplo de gran poeta y traductor. He visto que algunos anglistas dicen que es un desastre Cernuda traduciendo a Shakespeare... Pero yo creo que Valverde es un buen traductor, creo que Vicente Gaos también es un buen traductor y creo que Ángel Crespo es un buen traductor, por citar casos españoles. De cualquier forma, no se trata de que el traductor sea capaz de traducir la misma intensidad. La misma intensidad del original es imposible. Porque si ese texto original en verso en una lengua se pasase a prosa en la misma lengua ya no sería lo mismo. Yo creo que no es la intensidad lo que se ha de intentar traducir, aunque a veces sí se consiga (y hay que ser un muy buen traductor para eso). Lo que se traduce sobre todo es el espíritu, el tono del poeta, el clima del poeta en el mejor de los casos. Creo que casi nunca se es capaz de traducir la totalidad. Es más, la mayoría de los traductores -eso me pasa a mí, me imagino que a los demás también- optan siempre por una de las partes del poema, polarizando el sentido del texto sobre aquello con lo que más identificados están. Pero eso le pasa a todo lector. Un lector de un poema, tiende a coger un lápiz y señalar los versos que más le gustan. Al fin y al cabo la traducción sigue siendo una lectura. Ya decía Octavio Paz -y a mí me gusta mucho la frase- que todo acto es traducción.
J. D.: Si no poeta originalmente, sí es imperativo se convierta en poeta a consecuencia de haber traducido poesía. En cualquier caso, debe tener un conocimiento íntimo de la tradición poética de su propia lengua y poseer una sensibilidad lingüística fuera de lo común. Por lo general, se trata de condiciones que definen en gran medida a un poeta. Otra cosa es que muchos que se dicen poetas estén lejos de cumplirlas.
X. F.: En mi opinión, y aunque me encuentre en el grupo de los poetas traductores, no creo que sea necesario que el traductor tenga que ser poeta en el sentido canónico del término, pero sí que tendría que ser un gran lector de poesía (lo cual ya lo convierte en poeta). Y no solamente lector de su propia tradición poética sino de otras tradiciones, tanto en sus respectivas lenguas como en traducciones. Así creo que el traductor de poesía tiene que ser un lector multilingüe y a la vez un lector profundo de otras traducciones poéticas. En este sentido, opino que es casi indispensable que se disponga el texto original al lado de la traducción, para que así el lector pueda comprender o intuir las decisiones del traductor. Cuantas más tradiciones conozca y pueda ver las diferentes soluciones de las mismas en poesía, mejor podrá enfrentarse a los diferentes problemas que pueda plantear una traducción de poesía. Siguiendo con esta reflexión, considero que las tradiciones a las que tiene que tener acceso el traductor tienen que ser también diferentes. Por ejemplo, si nos centramos en las lenguas románicas, encontraremos muchas similitudes, fruto de una tradición que en numerosas ocasiones es común. Evidentemente, también podemos decir lo mismo de la tradición europea, pero la diferencia radica en la expresión a partir de una lengua determinada y con una estructura y soluciones concretas, y no únicamente en cuanto al ritmo y a la rima. Por otra parte, creo que el traductor, cuando es de poesía, tendría que traducir aquello que realmente le gusta.
1.3 ¿Es la traducción una traslación, una recreación o una creación?
J. S.: No sé si la traducción es una traslación, una recreación o una creación. Yo creo que es las tres cosas. Si no fuese una traslación, si no partiese de un texto anterior dado no sería traducción, pero si no lo recrease tampoco. Y si en esa recreación no hubiese un aumento de mundo al polarizar un sentido difícilmente podríamos conocer a ese autor. La traducción debe ser un texto artístico porque el texto del que se traduce era un texto artístico. La buena traducción debe intentar suplir al texto aun sabiendo que no puede hacerlo. Usted puede tener una fotografía de alguien a quien quiere, pero sabe que no es suya. Es como un retrato. Como cuando un intérprete musical recibe una partitura: se le pide que la interprete, no que la reproduzca. Eso es lo que hace un buen traductor: una interpretación.
J. D.: Las tres cosas a la vez, y ninguna de las tres. Explicarlo llevaría mucho tiempo. Permítaseme al menos una boutade en todo el cuestionario.
X. F.: Seguramente no es ninguna de estas actividades y a la vez lo es todas. Siempre depende del poema que uno traduce. Cada poema representa un mundo independiente y el lector se tiene que ajustar a las exigencias del mismo para después poderlo traducir. Lo que en un poema surge como una creación quizás no funcione para el poema siguiente, donde se tiene que hacer una recreación. En un primer momento, la traslación sería el estado inicial de cualquier traducción, y a partir de aquí empieza el trabajo para poder transmitir no solamente el lenguaje del original. El traductor también tiene que estar pensando en el público potencial de la lengua de llegada (cosa que no tiene que hacer necesariamente el poeta al escribir el poema), con lo cual tiene que usar los mecanismos de los que dispone para poder provocar la misma sensación o una sensación parecida a la que puede tener el lector original. Si para este fin tiene que crear el poema, en mi opinión es completamente lícito hacerlo. Entonces entramos en el mismo debate planteado en la pregunta siguiente, ¿hasta qué punto podemos hablar de fidelidad?
1.4 Si hubiera porcentajes, que porcentajes de fidelidad deberíamos dar los lectores a la traducción respecto al original? En caso de que sea relativo, ¿de qué factores depende?
J. S.: Si hubiera porcentajes, yo creo que una buena traducción tendría que tener un 70 por ciento. Los factores son muchos. En primer lugar, el conocimiento de la lengua. En segundo lugar, la identificación del traductor con el poeta traducido. Si es un encargo editorial lo hace como un trabajo, pero si es un encargo estético que él así mismo se impone porque le interesa una línea de escritura determinada, entonces eso, aun con todos los errores que pueda contener, siempre será mejor que una traducción impuesta. Y luego depende del sentido poético y lingüístico del texto que tenga el traductor.
J. D.: El concepto de fidelidad es resbaladizo y, en cualquier caso, no se mide en porcentajes. Importa reconstituir en nuestra lengua lo que Popovic denominó el «centro invariante» del poema, la médula formal y de sentido conformada por aquellos elementos que, a juicio del lector en posesión de sus facultades críticas, hacen de ese poema lo que es y no otra cosa. Me temo que, formulada así, mi respuesta parece sortear el dilema inscrito en su pregunta. Es un dilema que puede resumirse de otro modo: debo escribir el poema que X hubiera escrito de ser mi compatriota o escribir en mi lengua, pero es posible, de igual modo, que si X fuera mi compatriota o escribiera en mi lengua no hubiera escrito ese poema, puesto que todo texto literario es, entre otras cosas, el fruto de una sensibilidad en pugna con la historia y la tradición literaria particulares de cada lengua.
X.F.: Aquí entramos en el aspecto crucial de la traducción poética, ¿a qué nos referimos cuando estamos hablando de fidelidad? Normalmente siempre se ha centrado esta discusión en el aspecto de la forma o del contenido. Pero en un poema tenemos muchos más aspectos a tener en cuenta: el tono, la voz poética… Además, todos estos elementos nunca están aislados, sino que forman parte de un todo indisoluble, son como capas que se imbrican y después llegan a una osmosis constante. Con lo cual, al modificar en la traducción uno de estos elementos, estamos modificando los otros. Podemos ver también que en cada traductor hay diferentes conceptos de traducción y de fidelidad. Vladimir Nabokov, por ejemplo, utiliza un concepto de fidelidad muy diferente al traducir Evgene Onegin al inglés, y al traducir Alicia al ruso, porque prioriza unos aspectos concretos. La fidelidad en Joseph Brodsky, al hablar de sus traducciones al inglés, funciona diferente cuando él es el único traductor o cuando realiza las traducciones conjuntamente con otros poetas norteamericanos. Cuando traducimos un autor como, por ejemplo, John Donne, ¿qué tipo de lengua tenemos que utilizar: un equivalente a la que utilizaba el autor en su época o una lengua completamente contemporánea? El hecho de optar por una de los posibilidades nos remite a un tipo de fidelidad concreta, que es la que ha perseguido el traductor. Entonces, ¿hay una fidelidad preferible a otra? Depende del autor, del contexto en que se crea la versión original y la traducción, del efecto que persiga el traductor, del público potencial a quien se dirige la traducción. No podemos encerrar este debate en dos posibilidades, sino que hay un amplio abanico, y cada una de las posibilidades podrá ser válida siempre y cuanto se ciña a unos objetivos concretos. En el fondo, cada autor es diferente, cada libro de poemas es diferente, y cada poema es diferente. Si empezamos desde este punto de partida tendremos que convenir en que cada uno de estos poemas, como entidad artística, necesita primero pasar por un análisis detallado para que el traductor pueda después elegir la estrategia más conveniente, más plausible, para cada ocasión.
2. Sobre el trabajo del traductor
2.1 ¿Hay traducciones más difíciles que otras? ¿Es sólo el idioma el factor de dificultad o también el estilo?
J. S.: Claro que hay autores más difíciles de traducir que otros. Pero no sólo por las lenguas: yo diría que más por los estilos. Cuando un alumno de latín o griego cambia de autor tiene que volver a aprender toda la lengua. Cree que ya no sabe nada. Dice: si yo sabía griego, si yo sabía latín... No, él sabía el griego o el latín de determinado autor. Porque al modificar el estilo, se modifica toda la lengua. Ésa es la gran lección de las lenguas clásicas.
J. D.: A la primera pregunta: sí, claro. No es lo mismo traducir a John Donne que a Joan Margarit, por ejemplo. Y el ejemplo responde en gran medida a la segunda pregunta: hay idiomas que plantean mayor dificultad que otros (a veces por su excesiva cercanía, no se vayan a pensar), y estilos tan íntimamente ligados a la textura de un idioma concreto que la traducción corre el peligro de segar la hierba bajo los pies del original: piénsese, por ejemplo, en una hipotética traducción de las Soledades de Góngora al inglés, o en lo difícil que resulta verter al español las obras de Hopkins o el primer Ted Hughes, tan ligadas ambas al elemento germánico/sajón de la lengua inglesa.
X.F.: Sí, evidentemente, y esto no quiere decir solamente que hay algunos autores más difíciles de traducir que otros (a causa de la lengua, el estilo y la dicción, el tipo de poesía que escriba, etc.), sino que también podemos encontrar esta dificultad en varios poemas del mismo autor. Hay poemas que hasta parece que hayan sido escritos para ser traducidos directamente, y hay otros que plantean dificultades que podrían llegar a ser consideradas como insuperables. Otro aspecto a tener en cuenta sería el uso de referencias culturales por parte del autor, pertenezcan éstas exclusivamente al mundo del autor o sean alejadas para el lector de llegada. O sean poemas que funcionan casi exclusivamente en un ámbito cultural concreto. O si ya se quiere ir un paso más allá, sería el juego lingüístico a partir de las referencias culturales. Entonces sí que nos encontramos ante un serio problema de traducción. También se tiene que considerar la forma que se utiliza. No comparto la opinión de que los poemas escritos en verso libre (aunque según T.S. Eliot esto no existe) o en la prosa recortada que decía W. H. Auden -aunque yo prefiera denominarlo como un poema que formalmente sigue unas normas internas que no responden a una tradición secular- sean más fáciles de traducir. Precisamente porque en estos poemas se tiene que encontrar primero las directrices que lo rigen, los motivos que empujaron al autor a escribirlo de aquélla y no de otra manera. La rima tiene también su importancia. Por ejemplo, en la mayoría de las lenguas eslavas se pueden permitir una serie de rimas que en nuestra tradición, a causa de la influencia que ha ejercido la poesía trovadoresca, consideramos falsas. Esto también representa un escollo si queremos mantener una fidelidad hacia la forma. Como se puede ver, por otra parte, todos los aspectos en la traducción están íntimamente relacionados, y no podemos tratarlos por separado. Ahora bien, considero que todos ellos siempre nos remiten a un punto, la importancia que tiene la tradición de una literatura determinada como condicionante también de la traducción.
Considero que todos [los aspectos de la traducción] siempre nos remiten a un punto: la importancia que tiene la tradición de una literatura determinada como condicionante también de la traducción. (Xavier Farré)
2.2 ¿Debería presentarse siempre el texto original junto a la traducción?
J. S.: Yo sí creo que debería presentarse siempre el texto original junto a la traducción, siempre que sean lenguas que se conozcan: catalán, alemán, inglés, italiano, francés incluso ruso. Es una declaración de principios. Sabe el autor que el texto que manda es el original y el suyo siempre es un simulacro, o un intento.
Hay veces que la traducción mejora el texto original. Hay un caso singular: el del poeta italiano premio Nobel, Salvatore Quasimodo, a quien en Italia no leen como poeta apenas sino por las traducciones que hizo de los líricos griegos y latinos. También Jáuregui en español hizo una buena traducción de la Farsalia que durante mucho tiempo fue leída en el Siglo de Oro como una obra de creación, aun sabiendo el público lector que se trataba de una traducción.
Hay veces que la traducción mejora el texto original. Hay un caso singular: el del poeta italiano premio Nobel, Salvatore Quasimodo, a quien en Italia no leen como poeta apenas sino por las traducciones que hizo de los líricos griegos y latinos. También Jáuregui en español hizo una buena traducción de la Farsalia que durante mucho tiempo fue leída en el Siglo de Oro como una obra de creación, aun sabiendo el público lector que se trataba de una traducción.
J. D.: Por principio, éste es el criterio más honesto y razonable. Como es obvio, si se traduce de una lengua remota o desconocida para un sector amplio de la población, este criterio pierde algo de su fuerza. Y, por desgracia, en ocasiones el pago que se exige para la reproducción del texto original hace que las editoriales de poesía (por lo general modestas) opten por no respetarlo. Me parece una decisión difícilmente reprochable.
X.F.: Tal como se puede deducir de la respuesta que he dado en la pregunta 1.2 soy partidario de presentar siempre la versión original, aunque el lector no la entienda. Si el poema está escrito en un alfabeto conocido (y aquí sobreentiendo que no solamente el latín, sino también el alfabeto griego y el cirílico) o en una lengua europea, por ejemplo, uno puede ver si hay rima o no, por ejemplo. También se puede ver si existe (al menos aparentemente) una cierta regularidad en la medida de los versos. Aunque uno no pueda leerlo puede ser capaz de entrever esta existencia de rimas. Cuando se trata de otros alfabetos, puede haber una explicación previa (en un prólogo) del funcionamiento de la poesía en una lengua determinada. En otro aspecto, no menos práctico, no descartemos que un lector puede enamorarse de una lengua por esta arbitrariedad que son los signos. De esta manera pueden surgir más traductores.
2.3 ¿No debería prologarse siempre la traducción de un texto técnico que explique el trabajo realizado? ¿Podrían incluirse notas al pie –como las ediciones críticas- acerca de problemas concretos de traducción?
J. S.: Yo creo que en el prólogo, se agradece mucho que en caso de haber posibilidad -porque el traductor no debe ser siempre un ensayista, ya tiene bastante con el trabajo realizado-, el autor de la traducción haga una buena introducción a la obra, a la época, al contexto y al estilo, explicando además su propio sentido de la traducción. Eso da unas claves que son importantes. La nota al pie de página en las ediciones críticas es necesaria, pero en la traducción supone un fracaso. Si el traductor tiene que poner una nota al pie de página diciendo: “Aquí el autor quiere decir...” está reconociendo que es un mal traductor. Tiene que optar entre las posibilidades. Sólo cuando se trata de un palabra muy distinta puede explicarlo. Una cosa es que el traductor reconozca los límites de su traducción porque haya un término imposible y otra que tenga que poner una nota cada poco. Creo que un ejemplo de lo que es la traducción de términos complicados es lo que le pasó a los monjes que estaban evangelizando a los esquimales. Ellos, cuando traducían del latín Agnus Dei como Cordero de Dios comprobaban que los lectores no entendían nada. Y entonces se dieron cuenta de que los esquimales no habían visto un cordero en su vida y no había posibilidad de representárselo mentalmente. Entonces tradujeron Cordero de Dios como Foca de Dios. Es la traducción que existe allí. Y es una traducción perfecta, porque eso sí produce en el alma del que lo lee una impresión igual a la que produce Agnus Dei en el occidental. No es la traducción literal, pero es que si se hiciera la traducción literal el texto no se entendería.
J. D.: Creo que toda traducción de poesía extranjera debe contar con un ensayo crítico que sitúe la obra en su ámbito de producción original y explique las tensiones que suscita su ingreso en el sistema literario de nuestro idioma. Dejo al responsable de la edición decidir sobre la pertinencia de incluir en ese ensayo referencias concretas a su esfuerzo traductor.
X.F.: No creo que interese mucho a los lectores, aparte de a los mismos traductores, claro está. Por otra parte, no considero necesario que se tenga que hacer esta explicación en el mismo libro de poemas editado. Hay otros canales, como, por ejemplo, que el traductor edite un libro de ensayos planteando los problemas de la traducción a partir de sus propias experiencias (como es el caso excepcional de Ocalone w tlumaczeniu -Salvado en la traducción- del poeta y traductor polaco Stanislaw Baranczak). En cuanto a los notas a pie de página explicando problemas de traducción, considero que son innecesarias, con la salvedad de algunos problemas de contexto cultural necesarios para entender el poema. El traductor tiene que poner todos sus esfuerzos en hacer una traducción poética, y que el poema que traduce funcione de una manera independiente. Un lector de poesía quiere leer poesía. Esto comporta riesgos, pero el traductor tiene que asumirlos en el mismo momento en que empieza con este trabajo.
2.4 ¿Existe en la actualidad algún original sin traducir –o mal traducido- que requiera una atención urgente? ¿Cuál es su balance de la calidad de las traducciones en España?
J. S.: Claro que existe en la actualidad algún original sin traducir o que requiera una revisión: todos. Todos los textos traducidos requieren siempre una revisión posterior. Por eso no hay traducciones para siempre: hay traducciones para cada generación. Cada generación, igual que vuelve a descubrir el amor tiene que volver a redescubrir la literatura. Y para redescubrirla necesita de un buen grupo de traductores, porque verán el mismo texto de otra manera. Una traducción es una percepción. Cada generación establece unos vínculos con el lenguaje, unos vínculos con el entorno y unos vínculos con los textos. Las traducciones sirven de hecho como rasgos para describir todo el significado de una época. ¿Cómo se traduce en esta época? Pues si se traduce así, se escribirá así. Lo que decía Borges: si yo supiera como leerán los hombres del año dos mil veinte, yo sabría cómo se escribirá en el año dos mil veinte, porque la clave de escritura está determinada por la clave de lectura. Creo que en España hay muchas más traducciones que en otros países, de lo cual no hay que alegrarse sino condolerse, porque eso indica que en España la gente habla muy pocas lenguas o lee muy pocas lenguas. Podrían no hablarlas, pero tampoco leerlas es grave. Hay, digamos, una pereza intelectual, que se delega en el trabajo del pobre traductor. Volviendo sobre el nivel de traducciones en España, es verdad que no todas las traducciones son igual de buenas, pero yo sí vengo observando que en lo que se refiere a la poesía -que es lo que más trabajo y más me interesa, aunque he traducido otros géneros- la calidad de las traducciones es buena, variando lógicamente esta apreciación según las lenguas y según las editoriales. En este sentido, la labor de las pequeñas editoriales como Pre-Textos, Acantilado, Hiperión, Visor o La Veleta es una labor caracterizada por hacer algo diferente a una rutinaria traslación. Es otra cosa. Y estos editores saben que ese público es minoritario pero que es un público exigente.
J. D.: En España se traduce mucho, de ahí que la calidad de las traducciones sea muy variable: hay traducciones buenas, malas y mediocres. Por lo general, los resultados son bastante dignos, y en el ámbito de la poesía más que notables, con las lógicas excepciones. Originales sin traducir o por traducir siempre hay, por supuesto. También hay que traducir de nuevo lo ya traducido: cada promoción rescribe a sus clásicos, los adapta a sus necesidades emocionales e intelectuales.
X.F.: Hay muchos originales que quedan, por suerte, por traducir. No quisiera hacer una lista extensa, pero me permitiría mencionar algunos nombres. Por ejemplo, algún libro completo de poemas de Czeslaw Milosz, o los posteriores a la adjudicación del Nobel en 1980, el poeta lituano Tomas Venclova, los poetas eslovenos Edvard Kocbek, Gregor Strnisa, el poeta serbio Vasko Popa, el poeta estonio Jaan Kaplinski (que sí ha sido traducido al español, pero no se ha publicado todavía). En cuanto a poetas más jóvenes, por ejemplo, la poeta croata Sibila Petlevski, el poeta esloveno Ales Debeljak, o el polaco Tomasz Rózyczki, y habría muchos más. En general las traducciones en España gozan de buena salud. En los últimos años han aparecido nuevas traducciones, gracias principalmente a la labor de pequeñas editoriales que intentan sacar al mercado obras poéticas relevantes. Con todo, creo que al mercado español le falta riesgo, ya que la mayoría de traducciones poéticas de autores poco conocidos salen en España después de haber alcanzado un cierto reconocimiento en el mundo anglosajón y en Alemania. A veces salen traducciones a partir de un Nobel, pero antes del fallo podemos encontrarnos que no hay ningún libro de aquel autor. En cuanto a la calidad, considero que cada vez hay una mayor exigencia para presentar buenas traducciones. Aparte de los grandes nombres, también empiezan a surgir nuevas voces, más jóvenes, que presentan un relevo asegurado, como son los casos de Jordi Doce y otros.
3. Sobre el status del traductor
3.1 ¿Cuál cree que es el papel del traductor en el panorama editorial actualmente?
J. S.: El papel del traductor en el panorama literario es mínimo en el sentido de que al traductor le dan un encargo, especialmente en la novela y en el ensayo, y debe realizarlo rutinariamente en un plazo determinado. En poesía es distinto. Muchas veces es el propio traductor el que propone a la editorial un autor que él ha traducido o que le interesa traducir por razones estilísticas.
J. D.: El traductor sigue siendo una figura secundaria, en gran parte invisible y mal pagada. Por otro lado, el traductor de poesía siempre se ha movido por impulsos que poco tienen que ver con la publicidad o el dinero: prefiere el trato íntimo con los escritores y las obras que admira. Lo que no quita para que, en su fuero interno, desee tímida y vergonzosamente un mayor reconocimiento público.
El traductor sigue siendo una figura secundaria, en gran parte invisible y mal pagada. (Jordi Doce)
X.F.: El traductor se encuentra ante una presión por presentar un trabajo de calidad, pero a la vez se tiene que reconocer que no está bien remunerado. En el fondo un traductor hace su oficio por amor a la literatura y a las obras que traduce. El papel que tiene es fundamental (no olvidemos que es puente entre culturas, y la carta de presentación de un autor).
3.2 Reivindicaciones del traductor en la editorial y en el panorama literario.
J. S.: El pobre traductor está mal pagado, normalmente. Una primera reivindicación sería, junto al reconocimiento literario y social, un reconocimiento económico. En Alemania pagan mejor porque hay un servicio de traducciones que no paga la editorial sino que pagan directamente las autoridades y eso funciona muy bien. En ese caso el Estado intenta suplir lo que es un deficiencia de la editorial, que lo que no quiere es perder beneficios. Respecto a la consideración literaria y social, hay que tener en cuenta que el traductor es un intérprete, como un puente entre dos espacios que debe comunicar lo mejor posible. Y desde ese punto de vista el traductor es un catalizador de la literatura, porque introduce en un cuerpo dado -un organismo vivo como es una literatura de una lengua o de un país- un elemento de otro, y cuando esto pasa todo el organismo receptor se resiente y da una respuesta, que normalmente es aumentativa. Por eso respeto y admiro mucho al traductor. Siempre le he considerado un re-escritor en el caso de la prosa y un re-poeta, un co-poeta, en el caso de la poesía. Por todo esto en mis críticas siempre doy cuenta del traductor, siempre me refiero a él en relación con su trabajo. No sólo me gusta dialogar con el poeta traducido, sino que me gusta dialogar con el diálogo que con el poeta traducido ha establecido el traductor. Digamos que es un diálogo a tres bandas. Creo que eso intelectualmente es muy lúcido, muy productivo.
J. D.: El nombre del traductor debería aparecer por descontado en la portada de todo libro de poesía extranjera. Y el pago a su trabajo debería ser mayor. Una objeción razonable a este segundo punto es que las ventas de poesía dan pocas satisfacciones: la demanda es escasa, el pastel pequeño y el reparto de beneficios casi ridículo. En cuanto al panorama literario en general, haría una reivindicación fundamental: que su trabajo sea objeto de análisis, siquiera breve, en toda reseña o comentario crítico que merezca la obra traducida.
X.F.: Las únicas reivindicaciones serían tener unos plazos de entrega de traducción que fueran razonables, y que permitieran trabajar con holgura, y también que hubiera una valoración auténtica de la tarea del traductor. En cuanto al panorama literario, quizá reivindicar el prestigio de la faceta de traductor, y el trabajo que éste realiza.
Los traductores
Jordi Doce (Gijón, 1967) es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Oviedo y doctor por la Universidad de Sheffield (Inglaterra). Ha sido, asimismo, lector de español en la Universidad de Oxford y subdirector editorial de la revista Letras Libres. Ha preparado ediciones bilingües de la poesía de Paul Auster, William Blake, T. S. Eliot, Geoffrey Hill, Ted Hugues, Charles Simic y Charles Tomlinson, así como de las memorias literarias de Thomas de Quincey. Es autor, entre otros, de los poemarios Diálogo en la sombra (Deva, 1997), Leccciones de permanencia (Pre-Textos, 2000), Otras lunas (DVD, 2002) y Gran Angular (DVD, 2005). En prosa ha publicado Bestiario del nómada (Eneida, 2001) y el libro de notas y aforismos Hormigas blancas (Bartleby, 2005). En su faceta ensayística destaca su tesis acerca de la Presencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea, premio de Ensayo Casa de América y publicado recientemente por Ediciones Península. Su obra está incluida en las antologías La otra joven poesía española (Igitur, 2003) y Campo abierto. Antología del poema en prosa en España,1990-2005 (DVD, 2005). Ha coordinado con Andrés Sánchez Robayna el volumen de ensayos críticos Poesía Hispanoamericana contemporánea (Círculo de lectores/Galaxia Gutenberg, 2005). Actualmente colabora como crítico de libros en el suplemento cultural ABCD, entre otras publicaciones.
Jaime Siles (Valencia, 1951) estudió en las universidades de Salamanca, Tubinga y Colonia. Ha sido catedrático de las universidades de La Laguna y St. Gallen (Suiza), profesor invitado en las de Viena, Salzburgo, Graz, Turín, Bérgamo y Ginebra, así como en la de Madison (Wisconsin), y en la actualidad es catedrático de Filología Latina en la Universidad de Valencia. Autor de ensayos como El barroco en la poesía española (1976 y de próxima reedición), Mayans o el fracaso de la inteligencia (2000) o Más allá de los signos (2003), y traductor de Paul Celan, Wordsworth y Arno Schmidt, su obra poética incluye títulos como Canon (Premio Ocnos en 1973), Música de agua (Premio de la Crítica del País Valenciano y Nacional de la Crítica de 1983), Semáforos, semáforos (Premio Fundación Loewe en 1989), Himnos tardíos (Premio Internacional Generación del 27, 1999) y Pasos en la nieve (Tusquets, 2004). En 2003 publicó, junto con José María Micó, la antología Paraíso cerrado: poesía en lengua española de los siglos XVI y XVII (2003) y ese mismo año recibió el Premio Teresa de Ávila por el conjunto de su obra. Sus obras han sido traducidas al alemán, al italiano y al francés. Recientemente ha publicado el libro de ensayos Poesía y Traducción: cuestiones de detalle (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2005).
Xavier Farré (L’Espluga de Francolí, Tarragona, 1971) es profesor y traductor. Fue lector en la Universidad Adam Mickiewicz de Poznan (Polonia), en la Universidad de Ljubljana (Eslovenia) y actualmente trabaja en la Universidad Jagiellonski de Cracovia. Ha traducido del polaco a los poetas Czeslaw Mislosz y Adam Zagajewski. También ha traducido a otros poetas polacos publicados en varias revistas y catálogos literarios. Realizó la traducción de la obra teatral Auslóschung/ Extinció, una adaptación que el director de teatro Krystian Lupa hizo de la novela homónima de Thomas Bernhard. Y también del mismo director, la versión teatral de Los hermanos Karamázov. Ambas se representaron en el marco del Festival Grec de Barcelona. Está preparando una amplia antología del poeta polaco Zbigniew Herbert: 89 poemes. Ha publicado el libro de poesía Llocs comuns, y tiene en prensa Retorns de l’Est (tria de poemes 1990-2001).
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