viernes, 22 de julio de 2011

"No todo el mundo está en condiciones de mejorar la calidad de un texto traducido"

Publicado el 11 de julio de 2011 en la sección correspondiente a traducción de la revista virtual Cuba literaria, este artículo de Lourdes Arencibia Rodríguez se refiere a la necesidad de revisión de las traducciones.






Las relaciones entre traductor y revisor:
una asignatura pendiente en la cadena editorial

Los traductores, desde tiempos inmemoriales y en todas partes, salvo casos muy connotados, han sido víctimas de una crisis permanente de identidad de la cual han luchado por salir empecinada y denodadamente. La comprobación de que son esos comunicadores profesionales quienes han procurado llevar a cabo, desde Babel, una tarea social de mediación presencial, invalorable hoy más que nunca en un contexto igualmente social, encuentra resistencia para generar un corolario que demuestre la importancia, y también la autoridad y competencia, de su intervención, aún cuando para todos resulta evidente que uno de los más graves problemas que enfrenta el hombre moderno en un universo de valencias múltiples, sumergido en una gran mezcla de culturas y hablares diversos, proclama a gritos la manifiesta precariedad de su interlocución. Cabe recordar aquí un pensamiento muy conocido de Mme. Staël, que, muy a propósito, convendría tener a la vista: “el mejor servicio que se puede hacer a la literatura es trasladar de una lengua a otra todas las obras maestras de la literatura, porque de todos los comercios, el que más ventajas produce es la circulación de ideas”. (1) Consecuentemente, ahora como nunca se hace lícito y necesario aumentar, sin complejo alguno, la visibilidad del traductor.

En general, “a través de los siglos, los traductores tuvieron, más bien, mala reputación”, nos recuerda Ottmar Ette, jefe del Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad de Postdam y coeditor de la revista Iberoamericana:

El hecho de traducir otros contextos culturales va siempre unido a una especie de mentira estructural que se hace mayor cuanto más distanciadas están las culturas que se ponen en contacto mediante la traducción. […] El buen traductor literario conoce bien el doble fondo de un proceso de traducción intercultural y es consciente de que las traducciones, en el contexto sociocultural que las envuelve, son construcciones tan efímeras y transitorias como las diferentes lecturas de un hecho, variables a lo largo de la historia cuyos horizontes se transforman sin parar. Mientras el traductor conozca las condiciones de su quehacer y crea, sin ingenuidad, poderlas superar, entonces, partiendo de una perspectiva bicultural o, incluso, pluricultural, será capaz de hacer hablar a su texto de referencia…(2)

Por lo general, los principios que rigen actualmente una buena traducción, igual si corresponde a una obra de ficción como a otra de no ficción, atañen a la equivalencia semántica ―en busca de integridad y fidelidad, la cual se obliga a recrear la totalidad del mensaje original con todos sus sentidos y matices, teniendo en cuenta los medios y recursos que proporcionan la lengua y la cultura del transvase, sin añadir tonos ni introducir ambigüedades―, a la equivalencia formal ―con miras a alcanzar un paralelismo máximo entre original y traducción sin caer en literalidades― y a la equivalencia funcional ―que ha de atender el contexto en que la obra se ha concebido, su finalidad y el impacto que tendrá en los destinatarios.

En la mayoría de las casas editoriales, la revisión es considerada complementaria del proceso de traducción. Iñigo Valverde, especialista del ramo en el Parlamento Europeo, quien me ha proporcionado opiniones interesantes sobre el tema, señala al respecto: “Aunque puede parecer un ejercicio de búsqueda de la evidencia […] un análisis funcional del control de la calidad en un servicio de traducción debe comenzar por una definición del concepto de revisión…”. Y añade: “Se llama revisar, a la acción de examinar algo, estudiarlo con el fin de comprobarlo y, si procede, modificarlo o enmendarlo”. (3)

En muchos servicios o departamentos de traducción, máxime si el candidato ocupará un puesto de plantilla y, sobre todo, si es un traductor bisoño, este pasará por un periodo de prueba o de formación encaminado, no a aprender a traducir, sino a aprender a traducir “para la casa”; es decir; a familiarizarse con ciertos usos, convenciones o políticas del sello editorial que lo contrata, lo cual casi siempre comporta la conciencia de que tendrá que asumir un registro, un vocabulario, un estilo y un tono de conformidad con su cliente ―tanto más evidentes si ha sido requerido para la traducción documental, más que para la de otros géneros― y también, por supuesto, la aceptación de un segundo interventor “pasa-la-mano”, que puede llamarse revisor, editor o corrector de estilo, según la nomenclatura en uso de su empleador.

Aunque hay lugares donde la figura del revisor y/o del corrector de estilo ha sido desterrada del proceso por razones económicas, esta segunda presencia ―cuando actúa― no tiene que significar, por fuerza, una mirada antagónica, amparada a ultranza en la autoridad que da una función reconocida, pues el éxito de la alianza estriba en saber dignificar y respetar el papel y la función de ambos especialistas y no ahondar la brecha entre uno y otro.

Sin embargo, dentro de un mismo entorno gremial se sabe que el anonimato que, casi por vocación, suele acompañar a los traductores en las editoriales tiene sus gradaciones. Hay traductores que, aunque continúen siendo insuficientemente remunerados, gozan ya de un cierto reconocimiento social por ser habituales de un sello editorial. En ese entorno, por lo regular, si su trabajo se ha juzgado satisfactorio, “la casa” suele señalar sus identidades y los repite, cuida de que sus nombres figuren en las portadas y portadillas ―como establece la ley― y hasta los menciona en los resúmenes que figuran en la contraportada del libro o acompañan las promociones publicitarias destinadas al mercado. En suma, que esos traductores, por lo general orientados hacia una tipología de textos, fundamentalmente literarios, al cabo se benefician de una cierta percepción social de su trabajo. Con otros, en cambio, no siempre se procede de la misma manera y el acceso a esa relativa visibilidad es más sesgado. Por lo regular, los últimos se dedican a la traducción general, documentaria, técnica o científica, de contenidos más o menos especializados en un marco institucional.

Es sabido, no obstante, que no todo el mundo está en condiciones de mejorar la calidad de un texto traducido, y los resultados de la intervención de un revisor no siempre son los esperados en términos absolutos. En una cadena editorial, donde el revisor es quien controle el texto final, este tiene que aceptar que será el responsable de los errores en que se incurra. Con frecuencia se suele olvidar, al enjuiciar un texto traducido, que la insuficiente calidad de los originales es una realidad más común que lo admitido. En muchos casos, las opciones elegidas por el traductor pueden no ser evidentes para el revisor. En ocasiones, aquel ha necesitado realizar una verdadera investigación filológica y terminológica, fuera de lo habitual, toda vez que, por la delicadeza del material manejado, la exactitud en la restitución prima por encima de cualquier consideración estilística u otra. No corregir entonces más que lo estrictamente necesario y aplicar siempre un corpus mutuamente reconocido de normas y buenas prácticas de “la casa” puede ser eficaz para lograr la compatibilidad que debe existir en la labor de estos dos especialistas y atenuar posibles efectos perjudiciales en una atmósfera de trabajo consensuado en equipo. Tampoco la meta puede ser siempre la de lograr que el texto se lea en un buen español. En una novela, por ejemplo, el registro de los parlamentos de un personaje puede exigir precisamente una alteración a veces notable de lo que se considera un uso correcto del lenguaje.

Por su parte, los traductores tienen que ser conscientes de la seguridad que les brinda la aplicación de un sistema inteligente de cotejo y revisión sistemático y profesional de sus traducciones, cuya meta es la armonización de las obras originales con las soluciones mediadoras y la salvaguarda de la legitimidad y autenticidad de la creación autoral.
Finalmente, me permito sugerir que, al igual que se revise periódicamente entre colegas la calidad del trabajo del traductor, se revise periódicamente, también entre colegas, la calidad de los trabajos de revisión. El sano ejercicio de tal práctica contribuiría a superar la crisis de identidad que aqueja a estas dignísimas profesiones llamadas a acudir de la mano a la cita con sus lectores.

Notas:1- Tomado de Blanco García, Pilar: “Dos episodios nacionales con gran influencia en el mundo traductológico”, en: El Cid y la Guerra de Independencia: dos hitos en la Historia de la Traducción y la Literatura, Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores, Universidad Complutense, Madrid, 2010, p. 16.
2- Ette, Ottmar: “Con las palabras del otro”, en: Humboldt 153, Revista del Instituto Goethe, 2010, pp. 16 y 18.
3- Valverde, Iñigo. “Algunas consideraciones sobre la revisión”, en: Punto y coma, Nº 117, número especial marzo, abril y mayo, Comisión europea, Luxemburgo, 2010, p. 34.

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