miércoles, 20 de marzo de 2013

Marietta añeja (Parte II)

Poco después de la entrada que se colgó ayer, Marietta Gargatagli volvió a la carga en El Trujamán y el 28 de diciembre de 2011 escribió lo que sigue.

La Wikipedia y la traducción (II)

Otro de los escenarios donde la traducción ocupa un lugar central es Wikisource, proyecto que se presenta como «la biblioteca que todos pueden editar» y que cuenta ahora con casi cincuenta mil documentos y obras literarias en castellano. Las instrucciones para incorporar textos traducidos son muy precisas y reiteradas. Se dice, por ejemplo, que «en caso de ser la traducción de una obra original en otro idioma distinto del español, debe aclarase quién es el traductor de dicha obra». Y también que «según las leyes de copyright, una traducción es considerada como una obra derivada. Esto significa que posee un copyright distinto al de la obra original». Y además que «para evitar que (el documento) sea borrado», se haga constar «el nombre y apellido» del traductor o traductores y «el año de publicación de la traducción» porque tanto «el autor de la obra como el traductor tendrán su ficha con un enlace hacia la obra en cuestión». Como si todas las advertencias anteriores fueran pocas, se afirma, por fin, que si los usuarios no disponen de esas informaciones, no deberían «subir» una traducción porque «se marcará como posible violación de copyright y se procederá a borrarla».

Mirando los materiales que se alojan ahora en Wikisource lo primero que salta a la vista es que esas normas no se cumplen. A diferencia del proyecto paralelo en catalán (o en francés, inglés o italiano) donde las inclusiones están precedidas por las referencias de la obra, incluso del nombre y los apellidos del responsable del trabajo, en la versión castellana predomina el anonimato.

La ausencia de datos sugiere dos posibilidades. Una: que estas versiones procedan de colaboradores cuyos nombres no se mencionan. Dos: que se trate de traducciones del mercado editorial español porque, como se infiere leyendo los textos, la lengua castellana que se utiliza es la peninsular.

La novedad que supondría que existiera en nuestro medio un grupo de personas —conocedoras del griego de Homero y Platón, del latín de Virgilio y Petronio, del italiano de Dante, del castellano del siglo xv, del inglés de Chaucer o Shakespeare, del francés de Rabelais o Descartes— dispuestas a reeditar o retraducir en los comienzos del siglo xxi toda la literatura del mundo sería un notición. Sobre todo porque esas personas dotadas de un saber infinito, que incluye estadios antiguos de las lenguas, conocimientos extensos de la evolución de la métrica y la prosa, información exhaustiva del pensamiento filosófico, científico y literario, no sólo están preparadas para afrontar la interminable tarea que realizaron las generaciones precedentes: están decididas a hacerlo gratis. Como no vivimos en una novela de Dickens donde millonarios excéntricos practican la filantropía en estado puro, como vivimos en el mundo real, deduzco que si alguien traduce a lo largo de laboriosos años la Commedia de Dante, por ejemplo, no la colgaría en la web para dejarla a merced de los levantiscos que la habitan. Deduzco, por tanto, que la obra que figura en esta biblioteca virtual procede de una tierra de nadie nacida antes de la cultura digital y que la existencia de Internet sólo ha reproducido y multiplicado.

La ausencia de datos más que una anomalía parece un retroceso. Nos sitúa en un espacio antiguo y folletinesco, gobernado por los descuidos y el anonimato, cuando la literatura se vendía en toneles a tanto el kilo. El repliegue a tiempos pretéritos abarca las opciones comerciales y las que se ofrecen gratis. En ambos lugares, las desidias tipográficas y el borramiento de los traductores o de los autores de la edición, que han transcripto o corregido versiones antiguas, resultan la norma.

El circuito de los lectores cultos interesados en lo digital cuenta por el momento con los fondos de las bibliotecas físicas que se limitan a ofrecer una reproducción fidedigna de los libros en papel. No hay otros libros. Y difícilmente los habrá si lo que antes eran onzas ahora son kb o mb.


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