Yolanda Morató (Huelva, 1976) es poeta y Licenciada en
Filología Inglesa y en Filología Hispánica por las Universidades de Huelva y
Sevilla, respectivamente, Máster en Traducción e Interculturalidad por la
Universidad de Sevilla, Máster “Modern Literatures in English” por el Birkbeck
College (University of London) y Doctora en Filología por la Universidad de
Sevilla, donde obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado con una edición y
traducción del libro inglés de vanguardia El dibujo del califa (1919), de Wyndham Lewis. Ha sido profesora de lenguas extranjeras,
civilización y literatura en SUP EUROPE y ESITC (Francia), así como en Harvard
y MIT (EE UU) y en el departamento de Filología y Traducción de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Traductora de autores como Rebecca West, José María Blanco
White, Martin Amis y Wyndham Lewis (del inglés), y de Maurice Barrès, Francis
Carco y Manuel Chaves Nogales (del francés) entre otros, ha traducido y anotado Me acuerdo, de Georges Perec
(Córdoba, Berenice, 2006) por el que ganó el premio de Traducción Tormenta en
2006. Por la autobiografía de Wyndham Lewis recibió el premio AEDEAN en 2008.
Recientemente ha publicado una edición inédita con traducción de los artículos
autobiográficos de F. Scott Fitzgerald, tal como éste se los planteó a Max
Perkins, con el título Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos. Su primer libro de poemas se llama Nadie vendrá a salvarnos (2016).
El
triste binomio de nuestros días
Si algo distingue al canon es que consigue entrar en
nosotros antes de que nosotros entremos en él. Se cuela y nos marca en esos
momentos en los que todo queda grabado a fuego, pues los primeros libros,
nuestras lecturas de iniciación al mundo literario, serán, con toda seguridad,
parte de nuestro patrimonio inquebrantable. Esa es su principal fuerza: como se
nos presenta cuando somos jóvenes, se las ingenia para quedarse entre nosotros
por muchas lecturas que le echemos encima.
Para alguien que creció en la época dorada de la
colección de Alianza de bolsillo en España, con aquellas simbólicas cubiertas
de Daniel Gil, le será difícil olvidar traducciones canónicas que, a pesar de
todo lo que hicieron –no sólo por traernos a nuestra lengua las historias que narraban,
sino a los propios autores–, no asoman ya estos días. Cantaba Santiago Auserón “Annabel
Lee” en un vídeo clip que repetían los sábados por la mañana en el programa La Bola de Cristal, con Alaska, una
mexicana que le puso banda sonora a la movida madrileña, cuando me compré los Cuentos de Poe, traducidos por Julio Cortázar.
En una tienda de Brighton me había agenciado por una
libra los poemas de Emily Dickinson, que compré más tarde en la edición anotada
de Silvina Ocampo que había sacado
Tusquets. Y pronto estaba ya devorando las páginas de Lolita, de Nabokov, en la edición de Anagrama, obra de Enrique Tejedor y que no era otro que Enrique Pezzoni. Ahora que hago este
ejercicio mental me doy cuenta de que accedí a las letras en lengua inglesa
gracias a la traducción de tres argentinos que publicaron en tres grandes
grupos editoriales con sede en España.
Lo que leo en estos días me recuerda a esa cita de Robert
Louis Stevenson: “I've a grand memory for forgetting”,
que tan apropiada parece aquí. No solo se han olvidado de grandes traductores,
hombres y mujeres, que dedicaron sus vidas –sin traducciones anteriores, ni
foros, ni Google– a acercarnos a autores que una gran parte del público
desconocía, sino que, como sucede en el caso de Pezzoni, han sido suplantados por
versiones que, añadiendo aquí y allá, se presentan como novedosas y
definitivas, sin ser ni lo uno ni lo otro. La retraducción, ese concepto que
tantas veces se pasea con burla por delante de la Ley de Propiedad Intelectual,
y el olvido: el triste binomio de nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario