La poeta, ensayista y traductora Ana Franco Ortuño (Ciudad de México, 1969) obtuvo
los grados de licenciatura y maestría en Literaturas hispánicas en la UNAM,
donde se especializó en poesía mexicana. Como poeta, recientemente publicó El libro de
las ideas (Ciudad de México, Ediciones Sin nombre-SCGDF, 2012), la plaquette Peligro
de extinción (Barcelona, Carmina in minima re, 2012), y participa en
el libro colectivo Enemies/Enemigos.
Poesía de la Ciudad de México y Londres (EBL-conaculta, 2014). De
2007 a la actualidad ha sido Coordinadora editorial y Subdirectora del Periódico de
Poesía de la UNAM (publicación mensual): www.periodicodepoesia.unam.mx. También coordinó el festival Poesía en Voz
Alta en Casa del Lago, del que en 2015 fue también programadora. Como antologadora hizo la
selección de poetas argentinos en Animales
distintos, muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los
sesentas, (Ciudad de México, Arlequín-CONACULTA, 2008); la selección de poetas jóvenes de
México para la revista Fórnix 8-9, Lima, Perú, 2009; ha publicado en revistas
nacionales como Punto
de Partida, P.D., Parteaguas y Blanco Móvil y en España ha publicado
en Quimera
y Paraíso. Como poeta participado en encuentros y festivales en México,
Argentina, España y Portugal. Sus poemas han sido traducidos al inglés,
portugués y mixteco. Recientemente ha publicado Inestibilidad: poesía contemporánea de Francia y México (Veracruz, Intersticios/Universidad Veracruzana, 2016) y coordinado y editado la serie de ensayos Cocina y literatura. Ensayos literarios sobre gastronomía y ensayos gastronómicos sobre literatura (Santiago de chile, LOM, 2017).
He
escuchado y leído muchas posiciones y debates acerca de las necesidades,
características y posibilidades de traducir; sé bien el apasionamiento de los
traductores para hablar de lo suyo, probablemente porque los antecede una
historia cargada de metáforas morales, como la idea del traductor traidor (que hay
quien cita con un envejecido aire de dignidad todavía), o como la ensombrecida posición en ediciones
que siguen sin referir el nombre de quien hace tal o cual versión de un
clásico.
En
nada de esto hay inocencia: detrás de una edición hay una economía, detrás de
una lengua hay siempre la jugosa posibilidad de un imperialismo.
El
estado oculto de los traductores fue, como el de tantas otras sombras humanas,
el de un doble inexistente; hasta que importó, y los traductores ahora se
organizan como cualquier otro gremio, y aparecen, discuten, cobran y legislan.
Como
hemos visto en esta serie de entradas de Una
versión española del canon, Librotea celebró el 30 de septiembre (Día Internacional del Traductor), con
una lista de traducciones recomendadas por la ACETT, de España. Desde
luego, cualquier institución puede hacer su lista de favoritos y cualquier lista
de favoritos es válida, como lo es cualquier antología, en el entendido de que
la propuesta o la reunión es ésa y no otra (es decir, ese universo, en tanto
código de selección trata de los incluidos y no de los faltantes). Con todo,
las listas tampoco son inocentes y los lectores confían en la recomendación, a
sabiendas de que la hace un experto (o una asociación de expertos, en este caso,
no sólo en traducción, sino evidentemente en lengua y literatura).
El
artículo de Matías Battistón (décima entrada de esta serie), nos deja bien
clara la definición de la palabra ‘canon’, y su autor articula algunas de sus
posibilidades para entender las sugerencias de Librotea y la ACETT. Los nueve
autores que lo preceden problematizaron la situación de América Latina frente a
España en tema de la traducción, y han demostrado con un montón de razones la
malintencionada sordera de una publicación tan prestigiada como el diario el
País y su recomendador de libros.
Pensemos
que el supuesto error se encuentra entonces en el título de la lista. Sin
embargo, al avanzar en la propuesta (el elogio) que justifica a los títulos y
traductores elegidos, la lectura continúa en su enrarecimiento:
1) cuando
se refiere a las versiones de las ‘señoras’ Daloway y Bovary, la sorprendida
ACETT afirma la idea (“bastante absurda”, dice, con una sonrisa) de que las
posibilidades de una traducción entre géneros (hombre-mujer, por supuesto), sí
existen, y lo demuestra con las menciones de López Muñoz, quien no solo logra
esa odisea de traducir la voz de una mujer (aunque sea un personaje), sino ¡de
dos!, en Mrs. Dalloway, en osada intuición de la sensibilidad del Otro
(históricamente indecodificable); y de Gallego Urrutia, quien encuentra el
“vocabulario adecuado” para traducir a Flaubert (autor), aunque sea un hombre. Es
decir, la ACETT no distingue entre autores y personajes para maravillarse con
el arrojo de sus traductores favoritos, quienes viajan con éxito al enfrentar
el evidente opuesto humano.
2) otra
sorpresa que se llevan estos lectores profesionales es la de la “rabiosa
actualidad a pesar de los años que tienen” los poemas de Amor, duelo,
contradicciones, de Erich Fried, en traducción de Jorge Riechmann “pese a que su traducción no es nada fácil”.
El libro data del final de los años 70. La actualidad de Homero debe congelar a
quienes escribieron el artículo; la dificultad de Joyce, ni se diga.
3) una tercera
maravilla es la de la credibilidad del lenguaje en Mi padre
es mujer de la limpieza, de Saphia Azzeddine, en traducción de Begoña Díez
Zearsolo.
¿Qué decir? Es
posible que quien escribió este artículo, a nombre de una institución que dice
“defender los intereses y derechos jurídicos, patrimoniales y de cualquier otro
tipo de los traductores de libros”, sea más bien, un entusiasta. Pero, como
dije, a estas alturas (y a esos niveles) no creo en inocencias. Retomar la
discusión del lenguaje propio de lo masculino y lo femenino, o recomendar
libros por su credibilidad y su rabiosa actualidad pese a los años, resulta
indignante, en el mercado de la imposición simbólica y económica de idiomas y
de ventas millonarias.
El anticuado pero
efectivo adueñamiento de una lengua y sus formas será siempre un modo del
fascismo. Debiera ser ya innecesario luchar contra estupidez tan evidente y,
no obstante, estamos aquí, empezando de nuevo a clamar que todas las palabras
tienen alma.
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