Guillermo
Piro publicó la siguiente columna en
la edición del diario Perfil del
domingo 26 de septiembre pasado. En ella se habla de Antoine Galland (1646-1715), primer europeo en traducir Las mil y una noches. Nos pareció que valía la pena reproducirla para así empezar el fin de semana.
Alí Babá contra los cuarenta ladrones
Es increíble la cantidad y la magnitud de
malentendidos que puede provocar una simple conjunción. Harto ya de oír
alusiones a Alí Babá y los cuarenta ladrones, es hora de que alguien aclare la
cuestión. Su historia está contada en Las mil y una noches, o eso al menos dice
uno de sus traductores franceses, Antoine Galland, quien seguramente la oyó de
boca de un cuentista de Alepo en uno de sus viajes y la incluyó en su
traducción, porque esa historia Sherezade no la sabía. Alí Babá era un leñador
persa que un día, mientras cortaba madera en un bosque, vio cómo una banda de
ladrones ingresaba en una cueva cuya entrada sellada se abría al pronunciar un
conjuro –“¡Abrete, sésamo!”– y que volvía a cerrarse pronunciando otro
–“¡Ciérrate, sésamo!”–. Cuando los ladrones se van, Alí Babá entra y se lleva
parte del tesoro. Cassim descubre la repentina riqueza de su hermano Alí, y Alí
se ve obligado a contarle la procedencia del tesoro. Cassim va a la cueva,
entra, toma más riquezas, pero cuando trata de salir de la cueva se olvida del
conjuro. Los ladrones lo encuentran y lo descuartizan. Alí, extrañado porque su
hermano no regresa, vuelve a la cueva y lo encuentra despedazado en la entrada.
Se lleva los restos de Cassim a su casa, y también a Morgiana, una de las esclavas
de Cassim (Cassim se había casado con la hija de un mercader rico, de modo que
era rico él también). Al advertir la desaparición del cuerpo de Cassim, los
ladrones logran averiguar el paradero de Alí. El jefe de los ladrones se hace
pasar por un comerciante de aceite necesitado de hospitalidad. Lleva consigo
mulas cargadas con cuarenta tinajas: una llena de aceite, las otra treinta y
nueve con los ladrones de la banda ocultos adentro. Planean matar a Alí cuando
esté durmiendo, pero Morgiana descubre el plan y mata a los ladrones llenando
las tinajas con aceite hirviendo. Al descubrir que todos sus hombres están
muertos, el jefe de la banda huye. Alí Baba expresa su gratitud a Morgiana
liberándola de su condición de esclava.
La
historia sigue: tiempo después, el jefe de los ladrones traba amistad con el
hijo de Alí Babá. Es invitado a cenar en casa de éste, pero Morgiana lo
reconoce y ejecuta una danza con una daga en honor de los comensales, y se la
clava al ladrón en el corazón. En agradecimiento, Alí Babá decide darle a
Morgiana la mano de su hijo. Alí Babá se queda como él único conocedor del
secreto del tesoro de la cueva y las palabras mágicas para entrar en ella.
De modo
que la traducción ideal del relato hubiese sido "Alí Babá contra los cuarenta
ladrones". Pero el pobre Galland no sabía, en pleno siglo XVII, que su historia
iba a terminar siendo conocida en el siglo XXI incluso por aquellos que jamás
la habían leído.
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