El 27 de noviembre de 2022, Gorka Bereziartua publicó en CTXT, de España, un interesante artículo donde relata las aventuras y desventuras de la traducción de James Joyce al euskera, el catalán y el gallego. Pese al tiempo transcurrido, lo reproducimos a continuación.
Ulises en un hipotético país plurilingüe
No es que quiera abrir la caja de los truenos a estas horas de la mañana, pero hay unas rimas que Gabriel Aresti dedicó al político socialista Tomás Meabe en las que se lee lo siguiente: “Cierra los ojos muy suave, / Meabe, / pestaña contra pestaña: / Sólo es español quien sabe, / Meabe, / las cuatro lenguas de España”. Aparecieron en la portada de un libro de relatos de Meabe publicado en castellano, catalán, euskera y gallego; y lo llamativo, por decirlo de alguna manera, es que desde aquella época (1968) hasta hoy, con todos los pantalones de campana, barricadas, carreras delante de los grises y chaquetas con hombreras que han llovido, la idea de país plurilingüe del escritor bilbaíno sigue teniendo un club de fans cuyos miembros cabrían holgadamente en un ascensor cualquiera. Será porque, tomada literalmente –que es como se toman hoy en día demasiadas cosas– implica que hay pocos españoles. Y claro.
Pero no vamos a seguir por este camino, que alguno se pondrá nervioso y terminará pidiendo un taxi. Además, aquí hemos venido a hablar de literatura, que es en último término la que sufre las consecuencias de este asunto y llegados al 2022, centenario de la publicación de Ulises de James Joyce, el lector español –bueno, el castellano; ya nos iremos aclarando– habrá leído una buena ración de artículos sobre la obra maestra del irlandés e incluso sobre sus traducciones. Porque se ha escrito mucho y muy bien sobre el tema; pero cabe señalar que ha sido difícil encontrar alguna referencia en prensa a las otras traducciones, las que se han hecho en esas otras lenguas que se leen en el Estado español. En las siguientes líneas intentaremos rellenar ese hueco –en la medida de lo posible–.
El manuscrito que desapareció
Hemos empezado con Aresti. Vamos a seguir con él. Porque además de ser uno de los poetas en euskera más importantes del siglo XX, polemista incansable, martillo de puristas y conservadores, y uno de los principales acicates para que la lengua vasca tuviera un estándar unificado; Gabriel Aresti fue también, al parecer, el primer traductor de Ulises al euskera.
Lo cierto es que no se sabe si llegó a terminar la traducción, ni en qué punto se encontraba, ni cómo abordó la tarea, ni qué materiales tuvo a mano… No se sabe casi nada de esa traducción. Sólo lo que cuenta Jon Juaristi en el prólogo de otra traducción, la de algunos poemas de T. S. Eliot (T.S. Eliot euskaraz, Hordago, 1983): que en sus últimos años de vida el escritor había comunicado a algunos de sus amigos su intención de traducir a Joyce, que le parecía imposible hacerlo al castellano manteniendo todos los matices del original, y sin embargo creía que se podía traducir al euskera sin perderlos.
De esa hipotética traducción no se ha vuelto a saber nada. Tras la muerte de Aresti, el propio Juaristi recibió parte de la obra del poeta, pero según explica en el citado prólogo, el 15 de septiembre de 1975 “una Institución Benemérita hizo un registro en mi casa. El así llamado material subversivo que encontraron estaba compuesto por el artículo ‘Las raíces de la burocracia’ de Isaac Deutscher y de un gran conjunto de manuscritos de Gabriel Aresti. Después de la muerte de Franco, todos los intentos para recuperar esos manuscritos fueron en balde (…). Y entre ellos estaba, posiblemente, la única traducción de Joyce al euskera”.
El manuscrito que apareció
La primera traducción catalana, realizada por el manresano Vidal Jové, sí que ha vuelto a aparecer, pese a que nunca llegó a publicarse. La encontró el catedrático Alberto Lázaro en el Archivo de Alcalá de Henares, mientras buscaba rastros de la obra de Joyce en la censura española. Existen dos ejemplares mecanografiados, según explica la investigadora Teresa Iribarren en un artículo publicado en la revista Quaderns.
La historia de ese primer Ulises en catalán comienza en 1966 con un encargo delirante y acaba con más preguntas que respuestas: Antonio Herrero Romero, director del sello barcelonés AHR, pide a Jové que traduzca la obra de Joyce en un plazo de cuatro meses. Herrero había puesto en marcha La Renaixença, colección de clásicos en la cual ya había publicado una traducción al catalán de El Decamerón de Bocaccio. Pero teniendo en cuenta el trabajo que se le pedía y el tiempo del que disponía, Jové tuvo claro que el editor no era consciente de la complejidad del libro.
Según explica Iribarren en el citado artículo, la correspondencia entre editor y traductor refleja que Jové empezó el trabajo sin mucha ayuda y con escasos recursos. No tenía constancia de la primera traducción al castellano –la de José Salas Subirats de 1945, que por cierto también tiene su historia– y tampoco tenía a mano la guía de Stuart Gilbert James Joyce’s Ulysses, publicada ocho años antes. Así que se hizo con la prestigiosa traducción francesa de Auguste Morel supervisada por el propio Joyce, y la cotejó con el original mientras trabajaba a destajo para terminar a tiempo.
A pesar de que logró un plazo algo más amplio –siete meses– y de que contó con la ayuda de su yerno, el hispanista inglés G. J. G. Cheyne, fue una labor realizada en condiciones más que mejorables. Y una vez finalizada terminó en una caja que nadie abriría en 40 años, pese a que la censura había permitido su publicación. Hay varias hipótesis para explicar lo que pasó: que el editor no hizo las gestiones para conseguir los derechos de autor; o que simplemente dejó de lado la idea de una colección de clásicos en catalán. Vidal Jové intentó que el libro se publicase a través de Tomás Garcés, amigo personal que ejercía de abogado en otra editorial. Nunca lo consiguió.
Los fragmentos de la discordia
Una de las cosas que más llaman la atención cuando uno se pone a buscar información sobre las traducciones de Ulises en lenguas que hoy en día son cooficiales en el Estado español es que se tradujo antes al gallego que al castellano. Ese sería el titular. Que, eso sí, requiere matices. Y que suele dar pie a un debate sobre la naturaleza de esa pionera traducción que no se ha cerrado del todo.
Corría agosto del año 1926 cuando Ramón Otero Pedrayo publicó algunos fragmentos de Ulises en la revista Nós. Se trataba de pasajes extraídos de dos episodios, “Cyclops” e “Ithaca”, y no fueron una publicación aislada. Venían precedidos de tres artículos escritos por Vicente Risco en la misma revista en los que se hacía un repaso de la literatura irlandesa moderna. Que los intelectuales reunidos en torno a la revista Nós, cuyo leitmotiv era elevar la cultura gallega y darle una dimensión europea siguieran de cerca todo lo que pasaba en la recién independizada Irlanda tiene sentido. Pero parece ser que al descubrir a Joyce, Risco tuvo sentimientos encontrados, ya que criticó su anticatolicismo y sus posicionamientos políticos: “Soberbio como el demonio, ni estuvo con los renacentistas irlandeses, ni con sus enemigos”, escribió en el último de esos artículos.
Críticas políticas aparte, el hecho, bastante alucinante, es que los fragmentos de Ulises en gallego estaban ahí cuatro años después de que se publicara el original. Cómo se tradujeron es una cuestión que ha traído de cabeza a académicos durante décadas: ¿Lo hizo directamente del inglés o se basó en fragmentos que ya habían sido traducidos al francés? Cuando la editorial Galaxia publicó en 2003 la traducción de Otero Pedrayo (Ulises, 1926), lo hizo con un estudio introductorio de Kerry Ann McEvitt que pretendía zanjar el tema concluyendo que el traductor utilizó ambas fuentes, la obra original y las traducciones francesas. Pero el debate sigue estando presente, con artículos tan minuciosos como el que publicó Joaquim Ventura Ruiz en la revista 1611, que además de ofrecer datos para cuestionar esa hipótesis, señala otros temas, como la escasa influencia que tuvo esa primera traducción en las generaciones posteriores, entre otras cosas porque fue casi imposible consultarla después del golpe de 1936.
Entre manuscritos requisados en registros policiales, traducciones que quedaron inéditas y fragmentos publicados en una revista que durante la dictadura franquista era más seguro no guardar en casa –materiales subversivos, ya saben–, ha habido que esperar hasta las décadas de 1980 y 2010 para poder leer Ulises en catalán, euskera y gallego.
Tres Ulises catalanes
La primera edición catalana se publicó en 1981, impulsada por la librería Leteradura, que puso en marcha una campaña de mecenazgo –hoy lo llamaríamos crowdfunding– para sufragar los gastos. Todo indica que la operación salió bien en términos económicos: según las crónicas de la época el libro fue la estrella de Sant Jordi aquel año, llegando a vender 15.000 ejemplares de la primera edición y de las dos reimpresiones que siguieron. Más allá de esas cifras, Teresa Iribarren destaca en su artículo el valor simbólico que tuvo la traducción para las letras catalanas: “El catalán ya había hecho suyo el gran clásico moderno (…). Así, se homologaba a las literaturas vecinas”.
El encargado de la traducción fue Joaquim Mallafré (Reus, 1941), profesor universitario que tuvo un punto de partida sustancialmente mejor que su predecesor Vidal Jové: buen dominio del inglés, conocimiento de la obra, experiencia como traductor… “Mallafrè también ha explicado”, según Iribarren, “que comenzó a traducirlo como ejercicio, cuando era profesor en la Universidad Rovira i Virgili, y que al mostrar el primer capítulo a Jaume Vidal Alcover y a Maria Aurèlia Capmany, le espolearon para llevar a cabo la totalidad de la traducción”. Un trabajo que duró siete años, los mismos que tardó Joyce en escribir la novela, lo cual da una idea de lo escrupuloso que fue su trabajo.
Y sin embargo, en 2018 se publicó una nueva traducción al catalán, realizada por Carles Llorach-Freixes. ¿Por qué? Aparte del clásico debate sobre si es necesario o no hacer nuevas traducciones de textos canónicos, lo cierto es que había motivos concretos que justificaron esta nueva versión: como apunta Iribarren, la traducción de Mallafrè es previa al proceso de estandarización del catalán de los años 80-90 y a las políticas de traducción que se implementaron a finales del siglo XX. Además, el primer Ulises catalán se publicó sin textos que acompañaran la lectura –como prólogos introductorios o notas al pie de página–. Llorach-Freixes, además de retraducir la obra, incorporó comentarios explicativos antes de cada uno de los 18 episodios de la novela, con el fin de ofrecer a los lectores algunas claves de lectura básicas. La edición de 2018 incluye, además, dos “mapas de navegación” –el esquema Gilbert y el esquema Linati– elaborados por Joyce para hacer más comprensible la lectura de Ulises.
Los tres Ulises catalanes tienen diferencias considerables. Después de comparar cómo tradujeron el mismo fragmento Jové, Mallafrè y Llorach-Freixes, Iribarren concluye que las tres presentan aciertos y fórmulas mejorables: “Vidal pone mucho énfasis en traducir la musicalidad joyceana y, pese a ser el único que tenía que pasar por la censura, es el que carga más las tintas en la irreverencia. Mallafrè opta por naturalizar el texto –la traducción del nombre Buck es un ejemplo– aunque coge menos licencias interpretativas que Vidal, siempre mirando a ser más fiel al original. Y en la retraducción, Llorach vuelve a distanciarse un poco más de la versión inglesa, una opción justificada por el hecho de que los comentarios introductorios de cada capítulo y las notas ya le permiten iluminar el sentido del texto”.
Un Ulises, ocho manos
“No creo que se pueda comparar con nada de lo que he traducido ni antes ni después”, explica María Alonso Seisdedos, una de las cuatro personas que se encargó de la traducción de Ulises al gallego (Editorial Galaxia, 2013). El trabajo en equipo es una de las particularidades de la versión gallega, que en un principio fue encargada por Víctor Freixanes, editor de Galaxia, a Xavier Queipo. Dada la complejidad de la tarea, éste convenció a Xema Sainz (Antón Vialle) para que se sumara al proyecto. Además, la editorial creyó conveniente la colaboración de otra traductora profesional de reconocida categoría, Eva Almazán, que como explica Alonso, “además de contribuir a la traducción, revisa el texto definitivo”. En 2012 Almazán tuvo que desistir del proyecto y fue entonces cuando Alonso se sumó como cotraductora y revisora. “Acepté por pura inconsciencia y durante doce meses, hasta que se publicó un año después, entre traducciones de doblaje y el Ulises, no tuve un momento de sosiego”.
Los textos iban y venían de Bruselas –desde donde trabajaron Queipo y Vialle– hasta Galicia, donde Almazán primero y Alonso después revisaban, corregían e incluso ponían patas arriba los fragmentos recibidos. En una entrevista que concedieron a El Siglo de Europa en 2014 concluían que cada una de las 265.000 palabras de la novela pasó por las manos de cada uno en varias ocasiones. “James Joyce intenta que el lector entienda los sentimientos de los personajes a través de sus palabras y con el significado que ese personaje otorga a esa palabra, que contrasta con el significado que esas mismas palabras tienen en el mundo exterior, lo que en la novela a menudo provoca situaciones muy cómicas”, explicaron en esa misma entrevista. “Esta polisemia casi nunca funciona en otros idiomas de la misma manera que en inglés, lo que complica mucho la vida de los traductores. Hasta el punto de que llegas a obsesionarte, y no es exageración, con la búsqueda del equivalente en tu idioma de eso que intentas traducir”.
Pero esa forma obsesiva de trabajar tuvo su reconocimiento, el Premio Nacional de Traducción –además de otros muchos premios de traducción de ese año–, que simbolizó un punto de inflexión en la historia de la traducción literaria gallega. “Fue la demostración, no tan evidente para muchos, de que en gallego como en cualquier lengua se puede decir todo”, explica Alonso.
¿Cómo se traduce una obra así a un idioma que, como explica la traductora, no dispone de una gramática oficial? ¿Cómo se dirime la tensión entre la necesidad normativa de una lengua minorizada y las posibilidades expresivas del texto de Joyce? Alonso dice que optaron por ser irreverentes, “no en cuestiones ortográficas, sino principalmente con el léxico, pero siempre partiendo de una base gallega auténtica, sin recurrir a castellanismos, pues eso sí que me parece que sería imperdonable en una traducción”. Y buscaron soluciones imaginativas para los episodios más complejos, como el 14, en el que Joyce parodia en orden cronológico varios estilos que tuvo el inglés literario hasta su época. “Al haber sido tan dispar la evolución de ambos idiomas, no podíamos servirnos de la traducción de textos en gallego coetáneos de los ingleses, ya que son más numerosos los elementos que los diferencian que los que los unen. Por eso tuvimos que recurrir a una solución menos satisfactoria pero también eficaz: incluir palabras, expresiones y modismos que permitan al lector identificar el periodo histórico al que se refieren”, explicaron a El Siglo de Europa.
Después de aquella intensa y agotadora experiencia, Alonso ha vuelto a traducir a Joyce este año: “su” Dublineses es la segunda traducción de este libro en lengua gallega –la primera corrió a cargo de Débora Ramonde, Rafael Ferradáns y Xela Arias en 1990–. “Habiendo tanto y tanto clásico o contemporáneo por traducir al gallego, tal vez no fuera necesario embarcarse en otra edición. Pero esta, como el noventa por ciento de la producción que sale de mi teclado, no fue una propuesta mía”, afirma la traductora. Y añade: “A pesar de la polémica que suscitó como nueva traducción, yo disfruté lo indecible”.
Un hito que partió de un papel y un bolígrafo
Xabier Olarra recuerda el día en que empezó su traducción de Ulises al euskera: 16 de junio de 2012. Para entonces ya había traducido a autores de todo tipo, desde Jean-Paul Sartre a William Faulkner, pasando por Francis Scott Fitzgerald, Ford Madox Ford, Agatha Christie, Ambrose Bierce, Raymond Queneau, J.R.R. Tolkien, Ian McEwan o Dashiell Hammett, por citar solo algunos. Es decir: manejaba una variedad de registros que lo convertían en una de las personas con más boletos para embarcarse en una tarea como ésta. Pero incluso para un traductor con tantas horas de vuelo, Ulises iba a ser especial. Para empezar, porque iba a ser analógico: armado con un cuaderno, un bolígrafo y diccionarios en papel, se propuso traducir 500 caracteres al día. “Sin prisas”, explica. Y, de hecho, los tres primeros episodios de Ulises en euskera se tradujeron así. Luego vino la Unión Europea con una zanahoria –una beca de traducción– y un palo –con forma de fecha de entrega–, y la dinámica de trabajo tuvo que cambiar completamente: durante siete días a la semana, Olarra invirtió todas las horas que pudo en Ulises, y el lector vasco lo tenía en sus manos en otoño de 2015.
Este año, coincidiendo con el centenario, la editorial Igela ha publicado una nueva versión con algunas correcciones en un intento por mejorar “las partes difíciles de traducir (poemas, canciones) o las intraducibles (juegos de palabras, etc.). He dedicado otros seis meses a eso”, explica el traductor tolosarra. “Pero si volviera a hacer un repaso dentro de diez años encontraría algo que corregir o que mejorar”. Es más, considera que las traducciones de Ulises siempre serán provisionales: “Para empezar, porque el texto que se publicó tenía varias erratas, que se corrigieron cuando Joyce aún vivía. Luego, el experto Hans Walter Gabler publicó Ulysses. The corrected text en 1984. Todas las correcciones que hizo no han sido aceptadas, pero las nuevas versiones que se han hecho tanto en francés como en español y en italiano se han realizado teniendo en cuenta muchas de ellas. Por lo tanto, no hay unanimidad respecto a la obra que hay que traducir”.
Al igual que en el trabajo del cuarteto gallego, en la traducción de Olarra llama la atención el episodio 14. Sin embargo, parece que la estrategia para traducir los pastiches del original ha sido distinta: “Joyce mismo explicó a algunos de sus amigos que había parodiado nueve estilos (o escritores). Por lo tanto, esa peculiaridad exige al traductor hacer algo parecido. Y eso hice, empezando por imitaciones de Bernart Etxepare y Joanes Leizarraga, pasando por Axular y Txomin Agirre hasta llegar, saltando de uno a otro, a las formas de hablar ‘naturales’ del medio rural y urbano de nuestros días”.
Galardonado con el Premio Euskadi de traducción –el tercero en la colección de Olarra–, Ulises también ha sido un hito en la historia de la traducción literaria vasca. Los escritores que a partir de ahora escriban en euskera tendrán ese referente en su propia lengua. Preguntado sobre la influencia que puede tener ese hecho de cara al futuro, Olarra cree que “el escritor tiene que buscar su voz, pero es mejor que haya escuchado mucha música antes de empezar a cantar. No para imitar a éste o a aquél, sino para conocer, por lo menos, las escalas y los tonos de eso que quiere crear”.
Ulises puede ser, en ese sentido, un muestrario amplísimo de posibilidades de escritura, así como un artefacto que ofrece interpretaciones inagotables. “Joyce quería que los expertos se pasaran 300 años discutiendo sobre lo que quiso decir aquí o allá. Hay gente que ha pasado toda su vida haciendo anotaciones a Ulises. Los debates y las aclaraciones han seguido hasta hoy y el tema no está zanjado”, explica Olarra.
Y si Ulises por sí solo ya genera debates interminables, imagínate lo que podría alargarse la cosa si añadimos el tema del plurilingüismo en el Estado español, que ya ha producido unos cuantos siglos de dimes y diretes: si lo miras bien, escribir sobre estas traducciones puede compararse con abrir una puerta a la eternidad. Una eternidad que gastaremos discutiendo, vale, pero eternidad al fin y al cabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario