Hasta aquí ha habido algo así como una semana de discusiones a propósito de diversos temas que tuvieron como centro a) la ilusión del panhispanismo y b) la responsabilidad del traductor a la hora de tomar decisiones.
También hasta aquí participó una serie de traductores muy calificados, tanto de España como de la Argentina; entre otros, Juan Gabriel López Guix, Maite Gallego, Carlos Fortea, Andrés Ehrenhaus, Jorge Aulicino y Julieta Lionetti. Es de desear que a ellos se sumen muchos otros.
Promediando el debate, el Administrador intentó realizar un resumen de las cuestiones que se trataron, de lo que resultó una lista, que se transcribe:
a) Hay una dimensión política de la traducción que tiene que ver con
-1) las decisiones del traductor en relación con la propia modalidad de la lengua y
-2) las decisiones editoriales, que no siempre se apoyan en hechos meramente económicos, sino también lisa y llanamente políticos (cfr. la muy buena ponencia de Marietta Gargatagli en este mismo blog, cuando el simposio del castellano neutro y el negocio que se esconde detrás de los intereses por instalar métodos de aprendizaje del castellano con el único sesgo del "español de España").
b) Hay una aparente imposibilidad de traducir el lenguaje de la intimidad (formas coloquiales, argot, etc.) a un castellano único, por lo que corresponde que cada cual trabaje con el material que tiene más a mano, sin por ello ofender a nadie.
(Apostilla: acá, irremediablemente, se choca con lo que quieren las editoriales, por lo que la ilusión no funciona.)
c) Hay una posibilidad de deslocalización de formas muy particularmente locales, apelando a la buena voluntad del traductor, el diccionario, etc.
ch) (¿Se acuerdan de la ch?) Hay una necesidad manifiesta de equiparar, cuando esto sea posible, la lengua a la que se traduce con la lengua a la que se escribe, siempre y cuando esto no cause violencia en los textos, para lograr que tanto los entendidos como el público sean conscientes de la jerarquía a la que puede aspirar una traducción.
d) Hay que tratar de que todas estas cuestiones se debatan sin la menor sospecha de nacionalismo (Borges se refería a esa lacra como "la manía de los primates"), viendo la circunstancia geográfica como un accidente antes que como una razón última de cortocircuitos entre pares.
f) Hay que remitir lo más que se pueda a las cuestiones estilísticas.
A esto, Maite Gallego sumaba:
g) la necesidad de rebelarse ante las imposiciones de ciertas editoriales.
Algo después, Jorge Aulicino y Andrés Ehrenhaus introducían un nuevo sesgo:
h) la diferenciación de los traductores “profesionales” –vale decir, los que se ganan la vida traduciendo por un pago– de aquéllos que lo hacen por mero placer, con la misma profesionalidad que los primeros, pero sin tener que lidiar con los problemas de índole administrativa con que se las ven quienes viven de traducir. En este punto, hubo otro intercambio de opiniones sobre lo que es traducir, desde una perspectiva filosófica e incluso abstracta, y lo que es hacerlo dentro del contexto de un mercado que paga por ese trabajo.
Como se ve, son muchos temas distintos, por lo que, me parece, se pueden ir discutiendo uno por uno en sucesivas entradas, algo que, desde ya, se propone. No obstante, algunos temas me parecen menos inmediatos que otros. No es que no tengan la misma importancia, sino que se prestan, en todo caso, a reflexiones de índole incluso metafísica y, la verdad, la experiencia revela que si los traductores a veces parecemos estar metafísicos es porque tenemos hambre.
Según se discuta desde una u otra orilla, hay un punto en el que irremediablemente se tiene la sensación de que por más buena voluntad que se ponga el diálogo comienza a ser de sordos. Me explico y para ello voy a recurrir a una serie de ejemplos y datos, muy transparentes y claros desde Latinoamérica, pero que a veces parecen no tener la misma importancia desde España.
Para comenzar con un ejemplo nítido: los Estados Unidos tienen una industria cinematográfica de la que viven miles de personas. España o la Argentina, no. Ambos países dependen de capitales privados, sí, y también de subsidios estatales para producir películas. A la hora de competir en los mercados internacionales, resulta poco menos que imposible que los países periféricos a la industria central tengan las mismas oportunidades. Por otro lado, si en los Estados Unidos fracasa una película en la que se invirtió más plata de la habitual, peligran cientos de puestos de trabajo. En cambio, si una película argentina o española no tiene los suficientes espectadores, a lo sumo es el Estado el que tendrá un déficit en su balance. Pero no mucho más.
Esto, me imagino, tanto un español como un argentino pueden entenerlo perfectamente bien.
Transportando ese ejemplo al mundo editorial, España tiene una industria pujante, que ocupa a cientos de personas, cosa que no ocurre en la mayoría de los países latinoamericanos donde las editoriales suelen proceder casi artesanalmente. Hay, a lo sumo, alguna que otra editorial mediana y filiales de empresas multinacionales españolas (aunque en muchos casos España es apenas una excusa para capitales extranjeros) que dominan los pequeños mercados de Latinoamérica, manteniéndolos absolutamente parcelados. ¿A qué me refiero? A que, aunque Alfaguara, Planeta y Random House Mondadori, al menos en la Argentina, tengan el 60% del mercado editorial, no distribuyen a los autores publicados en la Argentina en otros países ni a los de otros países en la Argentina, excepción hecha con España. Entonces, si un autor publica en las casas centrales de esas editoriales, todas situadas en España, se asegura su distribución latinoamericana. Tal es así que, cuando uno busca un libro publicado por Alfaguara Argentina en la Feria de Guadalajara o en la de Santiago de Chile, tal libro no existe, salvo que llegue a través de la Cámara del Libro de Argentina o de su par chilena. Pero atención: no llega al stand de Alfaguara, sino al de las cámaras en cuestión y con cuentagotas. Por caso, y a modo de ejemplo, Juan José Saer, acaso el escritor argentino más importante después de Borges, no se distribuye en las librerías mexicanas porque la filial de Seix Barral en ese país no lo importa de la filial argentina. En consecuencia, Saer, en México, no existe.
Se comprenderá entonces que las filiales prácticamente no traducen y por lo tanto inundan el mercado latinoamericano con traducciones realizadas en España.
Acá podrá argüirse entonces que las editoriales latinoamericanas independientes deberían comprar los derechos de traducción para que haya traducciones locales en cada país. La respuesta es que se hace en la medida en que se puede, porque las grandes editoriales españolas y los agentes internacionales instauraron la moda de la venta de derechos “para la lengua castellana”, haciendo que para un mediano o pequeño editor latinoamericano resulte prácticamente imposible competir con su par español a la hora de ofertar por un libro. De hecho, a veces se da el caso de un autor comprado en bloque por un agente español, que luego vende parcelados los derechos a los distintos países, condicionando las tiradas y la distribución. En todas estas circunstancias, quienes traducen para la industria editorial española no tienen arte ni parte y mucho menos culpa alguna, pero sí bastante en qué pensar porque, al fin y al cabo, su traducción será prácticamente la única que se leerá en todo el ámbito de la lengua española y eso conlleva responsabilidades.
Yendo un poco más a fondo, a los primeros datos, tratemos de sumar otros igualmente pertinentes. Por ejemplo, qué tipo de mercados existe en Latinoamérica. En México, el 70% de los libros que se publican están subvencionados por el Estado mexicano, el cual, a su vez, los compra, creando la ficción de una producción enorme que, finalmente, no vende entre el público. Si esta estadística parece exagerada, contémplese que México, un país con 70 millones de habitantes, tiene apenas 250 librerías (vale decir, menos de un cuarto que la ciudad de Buenos Aires, con 2 millones y medio de habitantes y, si consideramos los suburbios, con apenas 14 millones). Esas librerías mexicanas están ubicadas exclusivamente en 5 estados y sólo en ciudades con más de 500 mil habitantes. En otros lugares las cosas son peores: todo Chile tiene sólo 100 librerías; todo Perú, apenas 30 (20 de las cuales están en Lima). Señalo que son estadísticas oficiales y no cifras caprichosas, pero de todas ellas se podrá inferir cuál es el porcentaje de libros que se traducen.
Se trata de fealdades, de hechos del mercado y, como dirían Aulicino y Ehrenhaus, de consecuencias directas del capitalismo. Por lo que resulta claro que los traductores que realmente se consideren “humanistas” debería realizar una serie de consideraciones, acaso accesorias en otro contexto, donde –estamos de acuerdo– no serían pertinentes. De ahí entonces la necesidad de volver atrás y reconsiderar que este debate tiene que realizarse con todo esto en mente y no en un mundo ideal donde los giros locales pueden deslocalizarse y todos contentos. De eso también vamos a discutir, pero tal vez donde sea más lógico hacerlo.
Como última consideración, quiero agregar que no se trata aquí de uniformar lo que unos y otros hablamos y escribimos, creando la ilusión de un discurso único, sino de buscar la manera de incluir al otro sin atentar contra nuestras convicciones íntimas sobre la lengua y nuestros intereses laborales. Me parece que a esto también se refería Juan Gabriel López Guix cuando hablaba de evitar los nacionalismos y considerar los problemas de la lengua a la que se traduce en términos estilísticos. Entiendo que sea difícil y, por momentos, hasta incómodo, pero hacerlo es honesto y solidario. Y todos necesitamos de la solidaridad de todos.
El debate, entonces, va por este andarivel y no por otro.
lunes, 22 de febrero de 2010
domingo, 21 de febrero de 2010
Sí, como mínimo...
Lo que sigue es la columna del escritor español Alejandro Gándara (Santander, 1957), publicada en el blog El Escorpión, del diario El Mundo, y mencionada por María Teresa Gallego en el debate que está teniendo lugar en la entrada correspondiente al día 20 de febrero del blog del Club de Traductores Litearios de Buenos Aires.
Quien desee enterarse de los comentarios aludidos en el debate por Andrés Ehrenhaus, puede acceder a ellos en http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2010/02/19/las-traiciones-al-traductor.html
Hacia el mes de mayo, saldrá a la calle el Libro Blanco de la Traducción, elaborado por ACE-Traductores, que promete ser algo así como una patología general de la edición en España, al menos (aunque tengo la impresión de que se verán más cosas) en relación con estos profesionales, gracias a los cuales nos enteramos de la materia universal. El 25% de los libros publicados en España precisan de este oficio y si nos referimos a lo literario hablamos del 38%.
Lo cierto es que cualquiera que tenga un amigo traductor sabe que vivir de ese trabajo es una epopeya, tan dramática y absurda a veces que serviría para animar cualquier club de la comedia, si no fuera porque el espectáculo se interrumpiría prontamente a causa de los llantos.
Hay en esto un asunto más que gremial y reivindicativo, o sea, justicia aparte: de los profesionales de la traducción depende lo que leemos, lo que entendemos y los elementos del imaginario colectivo para acercarse a otras culturas y otros mundos; depende el empobrecimiento o enriquecimiento de nuestra lengua; depende la actualización de nuestros conocimientos y de nuestra manera de estar en lo ajeno; y depende también el que la palabra siga siendo un vehículo del pensamiento, del intercambio y de la comunicación humana.
Como mínimo, habría que cuidarlos mucho.
Quien desee enterarse de los comentarios aludidos en el debate por Andrés Ehrenhaus, puede acceder a ellos en http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2010/02/19/las-traiciones-al-traductor.html
Las traiciones al traductor
Hacia el mes de mayo, saldrá a la calle el Libro Blanco de la Traducción, elaborado por ACE-Traductores, que promete ser algo así como una patología general de la edición en España, al menos (aunque tengo la impresión de que se verán más cosas) en relación con estos profesionales, gracias a los cuales nos enteramos de la materia universal. El 25% de los libros publicados en España precisan de este oficio y si nos referimos a lo literario hablamos del 38%.
Lo cierto es que cualquiera que tenga un amigo traductor sabe que vivir de ese trabajo es una epopeya, tan dramática y absurda a veces que serviría para animar cualquier club de la comedia, si no fuera porque el espectáculo se interrumpiría prontamente a causa de los llantos.
Hay en esto un asunto más que gremial y reivindicativo, o sea, justicia aparte: de los profesionales de la traducción depende lo que leemos, lo que entendemos y los elementos del imaginario colectivo para acercarse a otras culturas y otros mundos; depende el empobrecimiento o enriquecimiento de nuestra lengua; depende la actualización de nuestros conocimientos y de nuestra manera de estar en lo ajeno; y depende también el que la palabra siga siendo un vehículo del pensamiento, del intercambio y de la comunicación humana.
Como mínimo, habría que cuidarlos mucho.
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Alejandro Gándara,
La situación del traductor
sábado, 20 de febrero de 2010
Un marco apropiado para el debate
Con el buen tino de costumbre, Juan Gabriel López Guix consigue reorientar el debate, en esta breve intervención, suscitada por las últimas entradas a propósito de a qué castellano se traduce y cuáles son las responsabilidades del traductor.
El problema transatlántico
En relación con el interesante problema de lengua utilizada en las traducciones, el debate sobre el español de aquí y de allá tiene el grave peligro de que es muy fácil que el aspecto geográfico enmascare el aspecto realmente importante, el literario. Con el consiguiente efecto indeseado de que el debate degenere en una guerra de banderas y personalismos. En la entrada "Decisiones y responsabilidades" (17 de febrero del 2010) del blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, Jorge Fondebrider cita una traducción plagada de decisiones de traducción que, según afirma, resultan en un tono general "que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular". Creo que se trata de una apreciación demasiado general y que, en cierto modo, puede llevar el debate a un terreno no deseado. Quizá habría que matizarla, puesto que no es improbable que haya también lectores peninsulares que se encuentren incómodos con opciones como las citadas y a quienes les resulte difícil seguir sosteniendo en tales circunstancias la burbuja de la ficción. Por ello, creo que nos encontramos ante un problema estilístico, no lingüístico. De otro modo, tendríamos que postular la existencia de lectores peninsulares "no peninsulares".
En cuanto a la parte de las responsabilidades, es cierto que en el mundo editorial peninsular muchos editores, revisores y traductores parecen embebidos de una actitud patrimonialista con respecto a la lengua. En las jornadas tituladas "La utopía del castellano neutro" organizadas por el Club de Traductores Literarios y el Centro Cultural de España en Buenos Aires que se celebraron en esa ciudad a principios de noviembre del 2009, Gerardo Gambolini expuso el caso extremo de una traducción suya encargada por la editorial Turner en las que sus opciones, lingüísticamente comprensibles de modo "transatlántico" y acertadas en términos estilísticos, fueron cambiadas en el proceso de revisión realizado en Madrid por otras, localistas en lo lingüístico y, lo que es peor, incorrectas en lo estilístico. Y ello en una traducción que debía venderse sólo en Argentina.
En realidad, el problema no es tanto la utilización de palabras diatópicamente marcadas, sino que el que éstas carezcan de justificación estilística y saboteen la propia coherencia de la obra. Los traductores no somos Pierre Menards capaces de borrar por completo cualquier rastro de nuestros orígenes (por más que el "lector empírico", entregado al fervor de la ficción, pida exactamente eso). Cierta sensibilidad literaria puede ayudar a atenuar las distancias, pero, sobre todo, a armar una ficción literaria autosostenible y susceptible de posibilitar la suspensión voluntaria de la incredulidad.
Desde una posición extrapeninsular, los comentarios sobre las traducciones "españolas" tienen a incurrir en la generalización abusiva de considerar la lengua empleada como un conjunto homogéneo, olvidando que existen diferencias entre el centro y en la periferia peninsular, que el castellano meridional presenta unos usos mucho más cercanos a los americanos y que el colectivo traductor "español" tiene una buen representación de traductores argentinos.
viernes, 19 de febrero de 2010
Lo que vendrá
En la Argentina, donde muchas editoriales grandes no firman contratos de traducción y donde, si lo hacen, en muchas oportunidad incluyen una cláusula de cesión de derechos a perpetuidad y para todos los formatos existentes y por haber (violando, entre otras cosas, leyes constitucionales), parece el futuro. Pero en España ya se está a un paso del libro digital y de otras formas de distribución de contenidos a través de la web. Por eso la ACE y la ACE Traductores colgaron recientemente en su página web la siguiente noticia, que tal vez valga la pena considerar en los distintos países de Latinoamérica, para estar preparados ante la nueva tecnología y el tipo de negociación comercial que deberá realizarse en el futuro inmediato.
Nota informativa a todos los socios
de ACE y ACE Traductores
de ACE y ACE Traductores
En la reunión del martes 26 de enero de 2010, la Comisión de Nuevas Tecnologías de la ACE, formada por los escritores Ignacio del Valle, Juan Pedro Molina Cañabate y Juan Gómez‐Jurado; el escritor y traductor Ramón Sánchez Lizarralde; la traductora de ACE TRADUCTORES María Teresa Gallego; los expertos en nuevas tecnologías en el mundo digital Antonio Cuerpo y Javier Celaya, y el escritor Antonio Gómez Rufo, que actúa como presidente de la Comisión, se ha acordado:
Informar a los todos los escritores y traductores de la ACE y de ACE TRADUCTORES que el mundo del libro y de la edición va a sufrir un importante cambio en el modelo de negocio, un hecho que todos deben tomar en seria consideración porque va a afectar tanto a empresas editoriales como a autores y traductores.
Adoptar una postura pública ante los cambios en el modelo del negocio de libro que pueda servir de referencia tanto a los escritores y traductores agrupados en ACE y ACE TRADUCTORES como a todos los demás que lo deseen.
Para este cambio, que empezará a notarse durante el año 2010 y que va a ser trascendental en años sucesivos, se están preparando intensamente las grandes editoriales españolas (como las de todo el mundo),
así como los grandes servidores de contenidos digitales: Amazon, Google, Telefónica, iTunes y otros muchos.
En España, concretamente, se está terminando de constituir una Plataforma formada por las editoriales
Random House, Planeta y Santillana que se convertirá en una nueva empresa para compra de licencias de
derechos digitales a los autores y la subsiguiente venta de sus libros en formato de libro digital o e‐book. A
esta Plataforma (que todavía no tiene nombre) se incorporarán en breve, previsiblemente, otras muchas
editoriales españolas. Esta nueva empresa digital de Libros de España tiene previsto presentarse a la opinión
pública en la Feria del Libro de Madrid (junio, 2010).
Los escritores (por sí mismos o a través de sus agentes literarios) deben prepararse para que el nuevo modelo de negocio editorial no perjudique la difusión de sus obras ni se limiten sus derechos de autor y su
remuneración, finalidad para la que se ha creado y va a trabajar la Comisión de Nuevas Tecnologías de la
Asociación Colegial de Escritores de España y la Asociación Colegial de Traductores. EL ÚNICO INTERÉS DE LA COMISIÓN ES INFORMAR A LOS COLEGAS DE SUS DERECHOS Y DE LAS POSIBILIDADES DE DEFENDERLOS, SIN QUE ELLO SIGNIFIQUE QUE CADA CUAL PUEDA LLEGAR CON SUS EDITORIALES A LOS PACTOS QUE CREAN OPORTUNOS.
En opinión de esta Comisión, los escritores y traductores deben tener en cuenta que:
a) Por los estudios e investigaciones realizados, hemos comprobado que todavía nadie (ni editores ni
autores) sabe cómo va a desarrollarse el negocio digital del Libro.
b) Tampoco son conocidos ni evaluados correctamente (porque falta información) cuáles son las
tecnologías ni los canales de multidifusión (e‐book, descargas en móvil, otros…) en que se van a plasmar los
nuevos negocios del libro digital. Por eso los autores y traductores tenemos que estar preparados ante
cualquier posibilidad.
c) Es posible que las empresas editoriales busquen, en el nuevo modelo de negocio, quitarse gastos de
infraestructura y poner en marcha un negocio de elite sólo para autores de amplia repercusión popular.
d) Es preciso tener en cuenta que la promoción y publicidad de las nuevas obras puestas en el mercado (al
igual que ocurre ahora con los libros en papel) necesitarán de empresas (editoriales o no, pero parece que
deberían ser las actuales editoriales) para llevar a cabo la labor promocional de los libros. Por eso es preciso
llegar a acuerdos con las empresas editoriales y con las Plataformas Digitales que se constituyan.
e) A partir del próximo mes de junio, los autores podrán gestionar sus propias obras cediendo sus
derechos digitales a las plataformas digitales que deseen, sea Google, Amazon, Telefónica, iTunes o cualquier otra, en las condiciones que acuerde, conforme a sus intereses. No hay por tanto obligación alguna de ceder la licencia de explotación digital de sus obras a su actual empresa editorial. Pero sí hay que tener muy en cuenta de dichas plataformas no ofrecen servicios editoriales y sopesar los pros y los contras. (Véase más abajo el punto E).
f) ES MUY IMPORTANTE SABER QUE LA CESIÓN DIGITAL NO ES UN CONTRATO DE EDICIÓN, SINO UNA LICENCIA DE EXPLOTACIÓN. Y QUE EN TODO CASO LA LICENCIA TIENE QUE CEDERSE EN UN CONTRATO INDIVIDUALIZADO PARA CADA OBRA, ANTIGUA O NUEVA, SIENDO NULA CUALQUIER CLÁUSULA QUE SE HAYA FIRMADO EN UN CONTRATO DE EDICIÓN, PARA LIBRO EN PAPEL, QUE INCLUYA EL DERECHO DEL
EDITOR PARA EXPLOTAR LOS DERECHOS DIGITALES DE ESA OBRA.
En opinión de esta Comisión, y a la espera de preparar en breve un Contrato‐Tipo para la Cesión de Licencias Digitales, se aconseja a los escritores y traductores que tengan en cuenta que las condiciones más razonables para la ceder una obra a una plataforma digital son:
A) Siempre se deben ceder los derechos SÓLO PARA FORMATO de libro electrónico. Si las empresas
editoriales tratan de comprar la licencia para descarga de móvil u otro formato, se recomienda hacer en un
contrato diferente y a precio mayor.
B) Las cesiones deben ser por un corto periodo de tiempo (uno o dos años, como máximo), porque no se
sabe por dónde va a discurrir el nuevo modelo del negocio del Libro ni la reforma de la Ley de Propiedad
Intelectual (LPI).
C) El autor debe exigir tener un control de descargas/ventas, teniendo acceso al Contador de Descargas
(algo técnicamente muy sencillo porque la Plataforma –el editor‐ sólo tiene que facilitar la clave de acceso).
D) Si se fija un anticipo por la cesión de la licencia, el autor empezará a cobrar cuando se amortice el
anticipo. De no existir anticipo (que será lo más frecuente) el autor debe exigir liquidación positiva desde la
primera descarga.
E) Teniendo en cuenta que Amazon, tratándose de una autoedición (colgar en la red los libros sin tratar,
tal cual los envía el autor) establece un porcentaje de 70/30% (70% para el autor, 30% para Amazon), sobre ingresos netos, creemos que es preferible seguir el ejemplo anglosajón de permitir que los editores pongan los libros a la venta en mejores condiciones (tratados, formateados, cuidados), por lo que el porcentaje para el escritor, a exigir por cesión de licencia, debería estar entre un 30 y un 50% del ingreso neto del editor desde la primera descarga, dependiendo de si el editor garantiza o no una promoción adecuada de la obra (publicidad, gira promocional, elementos propagandísticos, etc.). En cuanto a los traductores deben pactar unos derechos que equivalgan a la cantidad que reciben por sus derechos sobre la venta del libro en papel. Multiplicar por 2,5 esos derechos parece una pauta adecuada.
F) En todo caso, debe distinguirse entre libros ya editados (en cuyo caso el porcentaje debería rondar el
50% para el escritor y multiplicarse por 2.5 para el traductor) y libros nuevos (en cuyo caso pueden pactarsecondiciones de promoción, un anticipo sobre derechos equivalente a un número mínimo de descargas (1.000, por ejemplo) y unos derechos en torno al 30%, para que el escritor no pierda poder adquisitivo. En el caso del traductor, además de un anticipo semejante, equivalente a un número mínimo de descargas, habrá que tener en cuenta el precio del libro en papel y el precio de libro digital para calcular la equivalencia de ambos porcentajes. El ejemplo que figura es válido mutatis mutandis para escritor y traductor:
a. Por ejemplo: Si un libro en papel cuesta 21 euros, el 10% de derechos de autor son 2’10 euros. Si
descargar un libro digital cuesta 7 euros, el 30% equivale a los mismos 2’10 euros.
G) Estimamos contraproducente que la descarga de un libro digital puesta a la venta por la Plataforma
española cueste una cantidad superior a los 10 dólares (8,50 euros), que será el precio aproximado que
establezcan los grandes servidores mundiales.
Por último, se ruega a los escritores y traductores que difundan entre sus colegas autores lo que crean
conveniente de estos datos para que estén informados y puedan realizar las preguntas o plantear las dudas
que estimen necesarias.
Pueden dirigirse a nuestras webs www.acescritores.com y www.acett.org
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Libros digitales
jueves, 18 de febrero de 2010
Dos blogs dedicados a la literatura francesa
Los traductores argentinos Florencia Baranger-Bedel y Miguel Frontán Alfonso administran sendos blogs dedicados a la literatura francesa, donde se ofrecen excelentes versiones de prosa y poesía.
Las Egerias (http://www.lasegerias.blogspot.com/), de Florencia, existe desde septiembre de 2009. Allí pueden leerse magníficas versiones de Yves Bonnefoy, así como poemas de Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Stephane Mallarmé, Paul Eluard, Francis Ponge, Guillevic, Philippe Jaccotet, entre otros.
Por su parte, Literatura Francesa y traducciones (http://literaturafrancesatraducciones.blogspot.com/), activo desde abril de 2009, tiene de todo. En él Miguel sube versiones de Verlaine a Paul Léataud, pasando por Jean Racine, La Fontaine, André Chenier, Alphonse Allais, Charles Nodier, Jean, Lorrain, Remy de Gourmont, Colette, Oscar Vladislav de Lubicz Milosz, René Daumal y tantísimos otros. Además, el blog no desdeña los cruces con la literatura de otras latitudes.
Uno y otro son empeños solitarios que merecen el mayor apoyo y que tienen muy buenos materiales tanto para el neófito como para el lector de paladar negro.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Decisiones y responsabilidades
Aparentemente, la entrada correspondiente al martes 9 de febrero de 2010, un comentario del escritor Martín Cristal –publicado en http://elpezvolador.wordpress.com/2009/04/20/traducir-a-salinger/ como "Traducir a Salinger" y republicada en éste, bajo el título de "J. D. Salinger: el turno de los cuentos" – ha producido un cierto revuelo. Sobre todo, a partir del momento en que Juan Gabriel López Guix tuvo la amabilidad de hablarle de este blog a su compatriota José Antonio Millán, quien estableció un vínculo con la entrada, colgándola a su vez en su blog Libros & Bitios (http://jamillan.com/librosybitios/blog/index.htm), desde donde fue reproducida a muchos otros blogs españoles. El resultado inmediato traduce la cantidad de consultas al blog, por lo que vaya nuestro agradecimiento a Juan Gabriel y a Millán.
Considerando el promedio histórico de entradas, el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires siempre tuvo el doble de consultas argentinas respecto de las españolas, quedando en tercer lugar aquellas provenientes de México. Al día de hoy, las entradas argentinas son 1207, las españolas 915 y las mexicanas 165. No sé si estos datos se relacionan con la pasión que despierta Salinger o tienen que ver con una discusión en ciernes, que se está desarrollando desde hace casi una semana en la mencionada entrada del 9 de febrero, sobre los problemas que se plantean en el momento de decidir a qué castellano se traduce. Si así fuera, ésta es una magnífica oportunidad para continuarla, por eso se publicaron la columna del argentino Andrés Neuman (cfr. lunes 15 de febrero), así como el artículo de la costarricense Jacqueline Murillo (cfr. martes 16 de febrero), a los que hoy sumo una breve reflexión sobre las decisiones del traductor y la responsabilidad que éstas conllevan.
Hace poco me tocó escribir la reseña de Beber para contarlo, un libro algo tramposo publicado en Gran Bretaña, que recopila cuentos, fragmentos de novela, fragmentos de piezas teatrales y alguna crónica que tienen como común denominador el alcohol y sus consecuencias. Los derechos de ese volumen fueron adquiridos por la editorial Norma, la cual encomendó la tarea a un equipo de traductores españoles, integrado por Miguel Martínez-Lage, Jaime Blasco Castiñeyra, Gerardo Mendoza Álvarez, J. L. Miranda, Carlos Gerald Pranger y Eugenia Vázquez Nacarino, los cuales, en la mayoría de los casos, parecieron especialmente empeñados en buscar las palabras más lejanas del castellano que se habla en otras provincias de la lengua, dificultando así la lectura a niveles por momentos increíbles. Y no se trata aquí de la traducción de juegos de palabras o de referencias extremadamente locales, sino más bien de un tono general, que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular.
Prácticamente en todos los textos hay escollos, pero en el caso de aquéllos traducidos por Martínez-Lage se convierten en cordilleras. Véanse, por caso, las siguientes expresiones tomadas al azar de "Por gracia", el cuento de James Joyce que abre el volumen, y que también puede consultarse en otras versiones de Dublineses (tengo a mano la de Oscar Muslera, publicada por Fabril Editora, de Argentina, en 1961). En sólo dos páginas y media del cuento y con verdadero desprecio de cualquier lector que no sea español, Martínez-Lage se despacha con “coche de punto” (por “coche de alquiler”), “dar el pego” (por “engañar”), “soltar puyazos” (por “burlarse”), “pimplarse” (por “beber”), “pasarlas canutas” (por “pasarlas negras”), “bebercio” (por “bebida”), etc. . Quisiera dejar sentado que, en la mayoría de los casos, la aclaración entre paréntesis corresponde a la primera acepción que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, con lo que resulta claro y evidente que los localismos podrían haberse evitado con un poco de buena voluntad y pensando en el prójimo. Se dirá que esas expresiones en España son transparentes. Sin embargo, en la mayoría de los países de Latinoamérica no quieren decir nada. Si se hubiera optado por el sentido común, el cuento, en todo caso, habría ganado lectores, o al menos podríamos imaginar que su acción transcurre en Dublín y no en Pamplona.
Habrá quien diga que la culpa es del editor y no voy a ser yo quien defienda a los editores. Pero antes está el traductor, que es quien decide en primera instancia, ofreciéndole al editor, llegado el caso, el material con que éste va a trabajar. Y me permito acá dudar de que a algún editor se le ocurra corregir "tonto" reemplazándolo por "cuatrilicoche" (como efectivamente pone Martínez-Lage). Sus decisiones implican responsabilidades para con los lectores, y no sólo para aquéllos que viven en la otra cuadra. Y esto vale tanto para españoles como para argentinos, mexicanos o chilenos. Dicho de otro modo, no hay excusas.
Jorge Fondebrider
Considerando el promedio histórico de entradas, el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires siempre tuvo el doble de consultas argentinas respecto de las españolas, quedando en tercer lugar aquellas provenientes de México. Al día de hoy, las entradas argentinas son 1207, las españolas 915 y las mexicanas 165. No sé si estos datos se relacionan con la pasión que despierta Salinger o tienen que ver con una discusión en ciernes, que se está desarrollando desde hace casi una semana en la mencionada entrada del 9 de febrero, sobre los problemas que se plantean en el momento de decidir a qué castellano se traduce. Si así fuera, ésta es una magnífica oportunidad para continuarla, por eso se publicaron la columna del argentino Andrés Neuman (cfr. lunes 15 de febrero), así como el artículo de la costarricense Jacqueline Murillo (cfr. martes 16 de febrero), a los que hoy sumo una breve reflexión sobre las decisiones del traductor y la responsabilidad que éstas conllevan.
Hace poco me tocó escribir la reseña de Beber para contarlo, un libro algo tramposo publicado en Gran Bretaña, que recopila cuentos, fragmentos de novela, fragmentos de piezas teatrales y alguna crónica que tienen como común denominador el alcohol y sus consecuencias. Los derechos de ese volumen fueron adquiridos por la editorial Norma, la cual encomendó la tarea a un equipo de traductores españoles, integrado por Miguel Martínez-Lage, Jaime Blasco Castiñeyra, Gerardo Mendoza Álvarez, J. L. Miranda, Carlos Gerald Pranger y Eugenia Vázquez Nacarino, los cuales, en la mayoría de los casos, parecieron especialmente empeñados en buscar las palabras más lejanas del castellano que se habla en otras provincias de la lengua, dificultando así la lectura a niveles por momentos increíbles. Y no se trata aquí de la traducción de juegos de palabras o de referencias extremadamente locales, sino más bien de un tono general, que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular.
Prácticamente en todos los textos hay escollos, pero en el caso de aquéllos traducidos por Martínez-Lage se convierten en cordilleras. Véanse, por caso, las siguientes expresiones tomadas al azar de "Por gracia", el cuento de James Joyce que abre el volumen, y que también puede consultarse en otras versiones de Dublineses (tengo a mano la de Oscar Muslera, publicada por Fabril Editora, de Argentina, en 1961). En sólo dos páginas y media del cuento y con verdadero desprecio de cualquier lector que no sea español, Martínez-Lage se despacha con “coche de punto” (por “coche de alquiler”), “dar el pego” (por “engañar”), “soltar puyazos” (por “burlarse”), “pimplarse” (por “beber”), “pasarlas canutas” (por “pasarlas negras”), “bebercio” (por “bebida”), etc. . Quisiera dejar sentado que, en la mayoría de los casos, la aclaración entre paréntesis corresponde a la primera acepción que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, con lo que resulta claro y evidente que los localismos podrían haberse evitado con un poco de buena voluntad y pensando en el prójimo. Se dirá que esas expresiones en España son transparentes. Sin embargo, en la mayoría de los países de Latinoamérica no quieren decir nada. Si se hubiera optado por el sentido común, el cuento, en todo caso, habría ganado lectores, o al menos podríamos imaginar que su acción transcurre en Dublín y no en Pamplona.
Habrá quien diga que la culpa es del editor y no voy a ser yo quien defienda a los editores. Pero antes está el traductor, que es quien decide en primera instancia, ofreciéndole al editor, llegado el caso, el material con que éste va a trabajar. Y me permito acá dudar de que a algún editor se le ocurra corregir "tonto" reemplazándolo por "cuatrilicoche" (como efectivamente pone Martínez-Lage). Sus decisiones implican responsabilidades para con los lectores, y no sólo para aquéllos que viven en la otra cuadra. Y esto vale tanto para españoles como para argentinos, mexicanos o chilenos. Dicho de otro modo, no hay excusas.
Jorge Fondebrider
martes, 16 de febrero de 2010
Ese Asimov era un tío patilludo
La costarricence Jacqueline Murillo, de manera coincidente con los puntos de vista planteados en la entrada de ayer, de Andrés Neuman, se pregunta por el destino de la publicación única para todos los hispanohablantes. Lo hace en Nisaba, un blog dedicado a la lengua, el diseño, la edición y las tecnologías de la palabra.
¿Es posible editar para todos los hispanohablantes?
Una de las ventajas de la lengua, en tanto código internacional de comunicación e intercambio, es su capacidad para darnos acceso a cualquier texto, publicado en cualquier país. No obstante, aun cuando quisiéramos una sola lengua universal, idéntica y comprensible por todos sus hablantes, los giros y particularidades de una región la pueden volver críptica para los hablantes de otra.
Tomemos, como ejemplo, el español. Nací en Costa Rica, un país al que llegan, de alguna manera, influencias de muy diversas procedencias. Así, he leído libros editados en casi cualquier país de habla hispana: México, El Salvador, Colombia, Argentina, España... nunca me he sentido incapaz de leerlos, aunque ciertamente me daba algo de risa encontrarme un "Oye, tío" en alguna traducción española de una obra de Isaac Asimov. Aclaro: en Costa Rica, "tío" es y siempre será el hermano de mi madre, nadie más; el otro sería "mae", pero no es nada elegante para incluirlo en una traducción literaria, mucho menos de Asimov.
Así, la edición que traspasa fronteras se ve obligada a hacerse preguntas y tomar decisiones. El editor de obras técnicas tiene la responsabilidad de procurar textos que cumplan con ciertos requisitos básicos: comunicabilidad, ¿se tiene éxito en la comunicación texto-lector?; lecturabilidad, ¿se puede leer fluidamente, sin tropiezos en el camino?; naturalidad, ¿se siente cómodo el lector con el texto?; claridad, ¿el texto se entiende tal cual, sin equívocos? Aclaro que estos son requisitos propios de la edición técnica porque ahí donde un manual de uso o un texto didáctico requieren de una comunicación eficaz, transparente, clara, sencilla, directa y unívoca, la comunicación literaria puede aspirar a producir ambigüedad, pluralidad, multidireccionalidad, deliberada oscuridad y, sobre todo, múltiples posibilidades interpretativas.
Así, en teoría, todo parece muy sencillo y abstracto. El problema es cuando un texto invadido por vocablos y giros de la vida cotidiana quiere traspasar las fronteras de una latitud a otra. Tomo, como ejemplo, una obra enfocada en la incorporación de recursos tecnológicos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. ¿Qué clase de dificultades léxicas podríamos encontrar ahí?, se puede preguntar el editor. Estas son solo algunas: España, ordenador / América, computadora (no computador, como tienden a pensar algunos); España, pizarrón / América, pizarra; España, plumón / América, marcador (Costa Rica, pilot); España, ordenador de sobremesa / América, computadora de escritorio... (profundizo en eso... a mí me dicen "ordenador de sobremesa" y me imagino "¿una computadora para usarla después de tomar café, en la mesa...?").
De repente, una obra perfectamente escrita en español, o eso creemos, se vuelve Babel... y eso sin mencionar términos no tecnológicos, como enojo/enfado, que son exactamente lo mismo salvo que en América preferimos enojo y en España, aunque se entiendan las dos y el DRAE recomiende la primera, los españoles hablan siempre, en su vida cotidiana, de enfado (aclaro que no sé si esa es una afirmación universal, para toda la Península o solo para algunas regiones); o las diferencias que tenemos en el uso de ser y estar.
Así, la revisión de una obra escrita en una latitud para ser publicada en otra puede incluir un trabajo complejo de adaptación/traducción. La decisión de cuánto elijamos traducir dependerá, ciertamente, de los editores y el grado de compromiso que tengan con sus lectores. Un vocablo perfectamente normal en una región puede producir extrañeza, rechazo o hasta risa cuando aparece en un texto pensado para ser leído en otro lugar. Se puede convertir en una piedra de tropiezo, un estorbo en la lectura, un factor distractor que desconcentra y desconcierta al lector. Es ese factor clave el que subyace en las decisiones del editor, y no una simple gana de adaptar por adaptar, o de corregir por corregir.
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