miércoles, 11 de julio de 2012

Becas para traductores del francés en Burdeos

Enviado por Jörn Cambreleng, director de la Casa del Traductor, de Arles, el siguiente anuncio habla de una beca muy conveniente para los traductores de literatura francesa. Por eso, porque está dirigido a ellos, no lo traducimos.

Bordeaux : Appel à candidature
pour une résidence traducteur étranger

 
 Écla Aquitaine invite les traducteurs littéraires étrangers (travaillant du français vers leur langue maternelle)
 à se porter candidats pour une résidence d’un mois à Bordeaux, assortie d’une bourse d’écriture de 1500 euros.

• Le séjour est d’une durée de 1 mois, en décembre 2012.
• Hébergement à la résidence de la Prévôté, dans le centre du vieux Bordeaux
• Bourse de traduction de 1500 euros, octroyée par Écla Aquitaine.
• Prise en charge du voyage aller-retour
depuis le domicile du traducteur (limitée à  900 € )

Vous pouvez postuler à cette résidence si :
> vous avez à votre actif au moins une traduction déjà publiée dans votre pays,
par une maison d’édition professionnelle;
> vous avez un projet de traduction d’un texte de langue française,
accompagné d’un contrat d’édition.
> vous résidez à l’étranger et/ou votre résidence fiscale n’est pas en France.

L’ouvrage original doit être en français et relever du champ littéraire.
Toutes les langues étrangères sont éligibles et toutes les œuvres littéraires, y compris celles tombées dans le domaine public.

Date limite de candidature : 4 septembre 2012
Toute l’info sur le site d’Écla Aquitaine <ici> >

martes, 10 de julio de 2012

La Divina Comedia por Francisco Soto y Calvo: "Esto es atroz"


Dibujos de Luis Berutti
en los márgenes del libro
 En el principio está Marietta Gargatagli, que en una librería de viejo de Buenos Aires encontró la versión de la Divina Comedia de Francisco Soto y Calvo –de quien Borges solía decir que entre los tres no hacían uno– y anotada en forma manuscrita por Luis Berutti. La idea era regalársela a Jorge Aulicino, último traductor argentino de la Divina Comedia, entre otras cosas por las increíbles anotaciones de Luis Berutti sobre la mala calidad de la versión. Muchas de esas páginas, además de los múltiples comentarios, incluían dibujos en lápiz hechos por Berutti y firmados con el seudónimo "Da Vinci". El volumen llegó a manos de Aulicino y éste, el 29 de junio pasado, publicó en Ñ la columna que se transcribe a continuación. Al Administrador le gustó mucho y se la pidió, pero hete aquí que Aulicino, tal vez no contento con haber tenido que ceñirse al espacio que propone la revista que él dirige –o acaso con más tiempo para reflexionar sobre el asunto–, decidió agregar una nota a su columna, que consta a continuación de ésta. Asimismo, tuvo la cortesía de fotografiar alguna de las páginas de la versión de  Soto y Calvo, dibujadas por Berutti.

En todo, el diablo mete la cola

"Esto es atroz”, anota Luis Beruti en 1941 en el margen del Canto VII del Infierno de Dante. No se refiere a las atrocidades del infausto lugar, por todos conocidas. Alude a la traducción, esto es claro: el volumen está acribillado de notas manuscritas –además de adornado por los propios dibujos a mano de Beruti, de diablos y reos–, y de todas ellas se deduce con facilidad que son minuciosas apostillas a la versión, no a la obra. Esto por si uno no leyó la nota previa donde declara: “Esta es la peor de todas las traducciones que conozco”. Antes de seguir digamos que tiene razón en su observación al verso sexto del canto VII: la versión es atroz. Donde sólo cabe traducir “no nos impedirá el descender por esta roca”, se lee: “No ha de impedir nuestro descenso al Diablo” (esto sin contar que cada uno de esos seis versos ha sido sometido a degüello: ni en uno hay siquiera aproximación al original, excepto en las inventadas y por eso intraducibles palabras “Papé Satán, aleppe”, las cuales han sido discutidas hasta hoy).

Digámoslo por fin: la traducción es la de Francisco Soto y Calvo, publicada en 1940 con pie de imprenta de los talleres de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Beruti podría ser un lector más, si no fuera que gracias al prólogo (llamado aquí pomposamente iságoge) sabemos existió una traducción del Infierno de Antonio Luis Beruti, publicada en 1930, a la que la iságoge califica de “magnífica e inspirada”. No puede ser otro que Luis Beruti, cuya firma hológrafa estoy viendo en este libro. Beruti no perdona una línea a Soto y Calvo, quien intentó mejorar su marca diez años después. Beruti, hay que decirlo, tiene razón en todo: la versión que comenta es increíblemente mala. Rodando por librerías de viejos, la crítica en que se empeñó vino a caer 70 años más tarde en manos de Marietta Gargatagli, una de nuestras mejores estudiosas en filología y traducción, y, afortunadamente, amiga. Afortunadamente también para Beruti. Su perpleja marginalia halla al fin un eco en el tiempo.

Nota bene (para el Club de Traductores)

Para ser justo con Soto y Calvo, debo rectificarme de una apreciación vertida en la columna de Ñ. No pasa "a degüello" los seis versos primeros del VII canto del Infierno, sino solamente cinco. Y el primero es apenas airoso. En el verso que más respeta (el tercero), Soto y Calvo es el más fiel de los principales traductores de la Divina Comedia: sólo cambia el tiempo verbal. En esa instancia, Beruti le hace justicia. Dice: "Bien salvada la dificultad de estas dos rimas" (se refiere a la del primer verso y el tercero del primer terceto).

Sobre esto quiero apuntar algo. Para "salvar la dificultad", Soto y Calvo cayó en una trampa que parece tendida por el propio diablo, de manera de finalmente justificar su aparición en la escena, como si no fuera suficiente la invocación de Pluto.

En efecto, hay una clara dificultad para quien pretenda rimar el primero y el tercer versos de este primer terceto. Necesariamente debe inventar algo, o alterar la disposición del texto, ya que Dante dispone de una ventaja: la palabra con que termina el primer verso es de su total invención. No existe. Es sabido que la frase de Pluto no tiene significado alguno, y los comentaristas que intentaron buscárselo sugirieron que el texto juega con la invocación latina "papae" y la resonancia de "aleppe" como Aleph, primera letra del alfabeto hebreo, en relación a la primacía de Satanás sobre todo los demonios, de manera que Pluto estaría diciendo "¡Oh Satanás, oh Satanás, mi jefe!" Y porque Dante lo pensó antes o porque el idioma se lo permite sin dificultad, rima "aleppe" con "seppe" (supo).

¿Qué camino sigue Soto y Calvo? Pues corre hacia el interior la palabra aleppe, abreviando la alocución de Pluto (suprime la repetición, provocada por la rabia y resta vivacidad a la escena); pone en último término el adjetivo con que finaliza el segundo verso (en el original "chioccia", que significa "clueca" en el italiano actual, pero se admite como "ronca" o "áspera" en el texto dantesco) y logra, mediante el corrimiento de "ronca" a "grave", una rima, sin alterar más que el tiempo verbal del tercer verso.

Pero he aquí el problema: en el segundo verso queda el agujero que ha dejado "chioccia". ¿Qué hace Soto y Calvo? Lo sustituye, insólita, inexplicablemente, por el término "vocablo", el cual introduce mediante una estratagema sintáctica sin sentido y más bien espantosa, y logra rima con "hablo", en el primer verso del segundo terceto, al que también modifica de modo increíble. Pero, ¿con qué rimar ahora el tercer verso del segundo terceto? No queda otra: diablo.

No me negarán que el diablo realmente metió la cola aquí.

No puede ser sino una idea dictada por Lucifer la de desbaratar cuatro versos que podrían haber tenido soluciones igualmente feas, pero más aceptables, como lo demuestran las traducciones de Mitre y de Ángel Crespo que copio abajo. También copio la de Ángel Battistessa, quien, sin compromisos con la rima, consigue mayor aproximación a la limpidez del original.

Dante ha elegido, como cadena de estos seis versos, la secuencia "chioccia" (clueca o áspera), "noccia" (otra obra del ingenio dantesco, traducible sólo como "anude", "ate", "retenga") y "roccia" (roca, peña, risco) que es imposible sostener en castellano con términos similares. De tales dificultades provienen todos los feísmos que hemos prodigado los traductores que no tenemos la imaginación lingüística de Dante.

«Papè Satàn, papè Satàn aleppe!»,
cominciò Pluto con la voce chioccia;
e quel savio gentil, che tutto seppe,

disse per confortarmi: «Non ti noccia
la tua paura; ché, poder ch'elli abbia,
non ci torrà lo scender questa roccia».


Alighieri

*

-"¡Pape Satán! ¡Aleppe! Pluto grave
Grita al vernos llegar; torna el vocablo,
Y aquel sabio gentil que todo sabe

Dice (creyendo que por miedo no hablo):
-"Tu terror es aquí sin causa alguna:
No ha de impedir nuestro descenso al Diablo".


Soto y Calvo

*

"¡Pape Satan, pape Satan aleppe!",
grita Pluto con voz estropajosa;
y el grande sabio, sin que en voz discrepe,

me conforta diciendo: "No medrosa
tu alma se turbe, porque no le es dado
impedir que desciendas a esta fosa."


Mitre

*

Pluto, con ronca voz: "¡Papé Satán,
papé Satán, aleppe!", empezó al vernos.
"No más te angustie el miedo, no podrán

los poderes que tiene detenernos",
dijo el gentil que en todo sabio fuera,
"ni al bajar esta escarpa ha de ofendernos"
.

Crespo

*

"¡Pape Satan, pape Satan aleppe!"
comenzó Pluto con la voz rasgada;
y el gentil sabio que lo supo todo,

por confortarme, dijo: "No te turbe
el miedo; pues si bien es poderoso,
él no puede impedirte que desciendas."


Battistessa

viernes, 6 de julio de 2012

Se lanza Books from Argentina

"Se lanza Books from Argentina": así dice el anuncio correspondiente a la página que puede consultarse
acá y que, con bombos y platillos festejan Gabriela Adamo y Enrique Avogradro, y a la que habrá que concederle algún tiempo para demostrar sus verdaderos alcances. Por lo pronto, priman los narradores, incluso en la página destinada a poesía.

Texto institucional

Con el apoyo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a través de su Dirección de Industrias Creativas, la Fundación El Libro acaba de lanzar el portal Books from Argentina, que reúne la oferta de derechos de la industria editorial local.

Books from Argentina es un portal on line bilingüe (español – inglés) que en su primera edición reúne una oferta de docientos títulos disponibles para su traducción a otras lenguas y al que en seis meses se le sumarán otros cien títulos más.

Con actualizaciones semestrales y la programada traducción de sus contenidos a otras lenguas más allá del inglés (le seguirían el portugués y el francés) Books from Argentina está concebida como una herramienta permanente para difundir la riqueza e inusual diversidad de nuestro mercado de derechos.

Invitamos a traductores, agentes y scouts de todo el mundo a visitar Books from Argentina.

Por Gabriela Adamo, Directora Ejecutiva de la Fundación El Libro

La puesta en línea de Books from Argentina constituye sin duda un motivo de celebración, no sólo para nuestra industria sino también para agentes, traductores, editores y desarrolladores de todo el mundo, quienes a partir de hoy cuentan con una herramienta clave para abarcar el mercado de derechos más amplio y diversificado de la región.

En la variedad de autores, estéticas y segmentos en los que se expresa nuestra producción, se evidencia el singular aporte que nuestra lengua, en su particular expresión geográfica, hace a un idioma, como el español, de renovada proyección cultural en términos globales.  

Desde la Fundación El Libro, y en representación de las instituciones que agrupan al sector editorial en Argentina, agradecemos al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires su acompañamiento en este desarrollo e invitamos a todos a descubrir nuestros autores. 

Por Enrique Avogradro – Director General de  Industrias Creativas y Comercio Exterior – Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

Nutriéndose de una reconocida tradición de autores y editoriales, la industria local del libro se ha revelado durante los últimos años como uno de los sectores más dinámicos de las llamadas industrias creativas.

Esa base de talento en la que se reconocen industrias tan discímiles como la audiovisual, la industria de la música o la del diseño (entre otras que reciben el nombre de “creativas”) hace hoy de la producción editorial en Argentina una de las más vastas y diversas de la región.
Para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires constituye un motivo de orgullo haber contribuido con el desarrollo de Books from Argentina, plataforma que no sólo servirá a la merecida difusión de nuestros autores, sino que propiciará el diálogo entre industrias, mercados y culturas diversos

jueves, 5 de julio de 2012

Marietta Gargatagli cherche le mot juste

El 30 de junio pasado, nuestra querida Marietta Gargatagli publicó la siguiente columna en El Trujamán. Desde estas costas, le recomendamos que abandone la lectura de cualquier libros que contenga la palabra en cuestión. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que los gabachos son los franchutes.

Gabachos

Existe cierta forma de leer que produce a corto plazo una amnesia total. Quedan los datos generales del libro, alguna escena confusa y nada más. Dentro de algún tiempo esos recuerdos también se habrán esfumado. Hablo, desde luego, de una literatura propicia para los viajes, para las vacaciones o para saber qué contienen esos volúmenes (de presumible calidad) cada vez más publicitados. De una de esas obras, borrado todo lo leído, sobrevive, sin embargo, una impresión estremecedora: nunca había visto tantas veces la palabra «gabacho». Al parecer, en aquella narración, ambientada en diversas ciudades europeas, africanas y asiáticas, escrita en inglés y traducida hace menos de un año, los franceses no podían llamarse «franceses»: son «gabachos».

Los diccionarios españoles definen la palabra como despectiva. Y así resuena largamente cuando alguien la utiliza en la vida oral. Las voces desdeñosas abundan en cualquier idioma, son como un pliegue mortecino que refleja el temor humano a lo que la diferencia entraña. Revelan que lo foráneo nos interroga de modo insoportable: ese ser que no somos «nosotros» rompe la ilusión narcisista de que el mundo se creó a nuestra imagen y semejanza. El insulto irrumpe como un exorcismo, una garantía imaginaria de que, una vez pronunciada la palabra, el otro va a desaparecer en un plop como pasa en los dibujos animados.

La repetición insensata de tantos «gabachos» en un relato de acción trepidante (adjetivo que ahora no puede faltar al publicitar un libro) puede tener más de una explicación. Ensayaré una. Voy a convocar ese arte, que técnicamente se llama ékfrasis, que consiste en contar a nuestros semejantes las peripecias de una ficción: sea una historieta, una novela, una serie, una película, un videoclip, una ópera. El relato llega a ser tan vívido que un espectador ocasional —que ignore que se trata de una ékfrasis— puede creer que esos hechos trágicos le ocurrieron al narrador, como me pasó una vez que, yendo en tren, asistí acongojada a la angustiosa historia que una compañera de viaje de voz poderosa le relataba a otra. La cuentista ferroviaria era tan formidable que tardé bastante en darme cuenta de que los hijos incestuosos, las madres implacables y los reaparecidos del más allá eran tan sólo el episodio 54 o 594 de una telenovela. Sí, la ékfrasis puede ser muy real.

Imagino al hipotético traductor de aquel libro aspirando a una parecida vivacidad. Se ve otra vez, por ejemplo, en el patio de la escuela, rodeado de amigos, entregado al relato de una acción cada vez más enrevesada y dramática, deseoso de dar a las vicisitudes la misma intensidad que tuvieron cuando las vio o las leyó. Cambia la voz, la eleva, la baja, intercala onomatopeyas, adapta las palabras de algo ocurrido en China o en Malasia a las palabras de ese patio, de esa tribu, de ese público con el que comparte guiños y sobreentendidos. Como aquel intérprete precoz, el traductor sabe que la atención depende de la velocidad del segundo, de su habilidad para hablar, del frenesí empático que nace de elegir le mot juste. No lo duda, no escribe «franceses»: escribe «gabachos».

Existe, sin embargo, otra posibilidad. Aquel libro parecía traducido (por el léxico, por el estilo) por más de una persona, quizás como resultado de una corrección posterior. ¿Y si el legítimo autor de la versión hubiera escrito el gentilicio corriente de los ciudadanos de Francia y manos anónimas, convencidas de que la «acción trepidante» requiere cierto grado de xenofobia, hubieran puesto por aquí y por allá el nombre displicente?

La posibilidad no es remota tratándose de libros destinados a ser vendidos en grandes cantidades. Si esos textos vigorosamente comerciales sufren un riguroso proceso de reescritura del original —acortando, eliminando o añadiendo— llamado editing, por qué no atribuir la ékfrasis traductora a un anonimísimo corrector que va espolvoreando sobre un trabajo honrado y neutro pequeñas dosis de gabachitos, moritos, indiecitos, como marcas de lectura de una escritura que se reivindica puramente comercial y monstruosa.

miércoles, 4 de julio de 2012

A los infelices de la RAE les paga el pueblo español, pero los tipos no están a la altura


Telescopio espacial o cosa que vuela en el espacio



Para que no se piense que sólo la gente de Addenda et Corrigenda y Latinoamérica crítican la imbecilidad de la Real Academia, se reproduce a continuación un artículo publicado en amazing.es (ver), de España, donde se comenta la relación de la RAE con la ciencia.

La ciencia de la Real Academia Española 

El 22 de junio la Real Academia Española (RAE) anunció la introducción de 1.697 cambios en la versión en línea de su diccionario, el DRAE. Los medios de comunicación hicieron especial énfasis en que entre los cambios se encontraba lo que llaman la “aceptación” de algunos vocablos relacionados con ciencia y tecnología, con una visión más publicitaria que crítica.

Entre los vocablos esperados estaban los estrechamente relacionados con la presencia del ser humano o sus aparatos en el cosmos, cosas como las sondas espaciales, el telescopio espacial y la estación espacial, la ISS, el objeto más grande que el ser humano ha puesto en órbita desde el Sputnik I en 1957.

No hubo suerte. Hoy, pese a los 1.697 cambios, en el DRAE siguen sin existir las sondas espaciales, no importa que las estemos lanzando hace más de 50 años y que una de ellas, el Voyager I, esté a punto de convertirse en el primer objeto hecho por el hombre que abandona nuestro Sistema Solar, una hazaña de consideración.

En el remozado diccionario académico tampoco existen los telescopios espaciales. De hecho, el único telescopio que incluyen los académicos (en una redacción que probablemente se ha quedado congelada en el tiempo desde el siglo XVIII) es “Instrumento que permite ver agrandada una imagen de un objeto lejano. El objetivo puede ser o un sistema de refracción, en cuyo caso el telescopio recibe el nombre de anteojo, o un espejo cóncavo”. El nombre de anteojo, no está de más anotarlo, lo recibía en tiempos de la navegación a vela, cuando no se empleaba para buscar, por ejemplo, agujeros negros.

El agujero negro académico, por cierto, es un ente asombroso: “Lugar invisible del espacio cósmico que, según la teoría de la relatividad, absorbe por completo cualquier materia o energía situada en su campo gravitatorio”. Y ni mención de lo que diferencia a ese lugar invisible de otros, como su masa, responsable también de su “campo gravitatorio” (concepto algo anticuado), ni mucho menos la observación de que los agujeros negros no sólo hacen eso según la teoría de la relatividad.

¿Y la estación espacial? Pese a que la primera, la Salyut I soviética, se lanzó en 1971 y ha habido muchas de ellas (9 Salyut, la MIR, el Skylab y ahora la ISS), el concepto sigue siendo totalmente ajeno al diccionario.

¿Qué novedades nos traen entonces en cuanto a léxico científico y técnico los cambios anunciados por la RAE a falta de sondas, estaciones espaciales y agujeros negros más ajustados a la realidad? “Papamóvil”, por ejemplo, que les parece más relevante.

Los cambios son pocos y no muy alentadores.

Por ejemplo, el recién estrenado USB académico es una “Toma de conexión universal de uso frecuente en las computadoras”, definición que deja en el misterio el tipo de conexión y más grave aún, obvia que también es “de uso frecuente” en reproductores de audio, teléfonos móviles, televisores, cargadores de baterías y otros dispositivos bastante más allá de las computadoras.

Otro vocablo muy celebrado de la lista de nuevas adiciones al DRAE fue “bloguero”, definido como “persona que crea o gestiona un blog”, que curiosamente deja fuera a los que escribimos blogs. Pero, al margen de eso, una persona que quiera saber qué son los blogs esos creados y gestionados por blogueros puede buscar “blog” y encontrará en las nuevas adiciones que es un “Sitio web que incluye, a modo de diario personal de su autor o autores, contenidos de su interés, actualizados con frecuencia y a menudo comentados por los lectores”, que puede pasar. Pero, ¿qué es un sitio web? Quien busque ese concepto se encontrará el silencio: el diccionario no define ese misterioso “sitio web” que cuando es a modo de diario personal es un blog. Y ya que ellos mencionan “sitio web” es un concepto necesario para dar una idea completa como la que se da, digamos, de la navegación a vela.

Porque si uno busca “mesana”, se enterará de que, además de ser el palo más a popa de las embarcaciones de tres palos (que pasaron a la historia a mediados del siglo XIX), es la vela que va contra ese mástil, envergada en un cangrejo. Y tanto “envergar” como “cangrejo” están debidamente definidos, de hecho con mayor prolijidad de la que amerita el estándar USB de cables, conectores y protocolos de conexión y comunicación de dispositivos informáticos (definición un poco mejor que la académica, cosa que tampoco implica un alto grado de dificultad). Por ejemplo, el ya inexistente cangrejo de las goletas académicas es ni más ni menos que “Verga que tiene en uno de sus extremos una boca semicircular por donde ajusta con el palo del buque, y la cual puede correr de arriba abajo o viceversa, y girar a su alrededor mediante los cabos que se emplean para manejarla”.

Y es que la relación de la RAE con la ciencia ha sido, habitualmente, lejana, fría, recelosa y desconfiada, como corresponde a la concepción (perjudicial y de urgente eliminación) de que el mundo está dividido en dos espacios que no tienen puntos de contacto: o se es “de letras” o se es “de ciencias”. Y ser “de los dos” no gana tampoco concursos de popularidad. Viven en las dos culturas de C.P. Snow sin esperanza de romper sus cadenas.

El único requisito que se deben cumplir para ser académico es resultarle simpático o agradable a quienes ya lo son

Cierto que en 1713, cuando Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona, fundó la RAE como copia de la Academia Francesa (y empezó a recibir fondos públicos cortesía de Felipe V un año después, sin cesar hasta hoy), la revolución científica era joven y en gran medida extranjera y sospechosa (francesa, alemana, holandesa e italiana, concretamente, cosa de cuidado), Gaspar Melchor de Jovellanos ni siquiera había nacido y el recuerdo de Miguel Servet era un relato cautelar de peso.

El problema, para muchos críticos de la RAE como el mexicano Raúl Prieto Riodelaloza, que escribió varios libros señalando los problemas de las ediciones de la 18ª a la 21ª, es que la academia española se quedó viviendo en el siglo XVIII, despreciando los avances del mundo a su alrededor. Sus formas, como su diccionario, son de otro tiempo, no adecuadas a los usos, costumbres, conocimientos y avances de los que disfrutamos o padecemos a casi trescientos años de que naciera la institución.

Las características esenciales de la RAE han sido asunto de preocupación de muchos a lo largo del tiempo. Por ejemplo, el único requisito que se deben cumplir para ser académico es resultarle simpático o agradable a quienes ya lo son, porque son los académicos ya existentes los que eligen a los nuevos, sin mediar ni una exigencia profesional, de experiencia o capacidad haciendo diccionarios. Y se les elige de por vida y sin que puedan ser expulsados, lo que garantiza que la juventud escasee en la casona de Felipe IV. No tienen obligación, ni la han tenido nunca, de ajustarse a los más recientes conocimientos no sólo en física o biología molecular, sino en filología y lexicografía (es decir, la forma de elaborar diccionarios), a una redacción eficiente y clara o a una visión laica y civil.

La academia, dada su proclividad a mantenerse atrincherada del lado “de letras” así tenga que definir cuásares y aparatos de Golgi, se compone principalmente de escritores y filólogos, y sólo recientemente incluyó a dos científicos, la química Margarita Salas y el físico y divulgador José Manuel Sánchez Ron. Dado su machismo tricentenario, de los 46 académicos sólo 6 son mujeres.

Más relevante parece que la RAE no justifica o explica ante nadie sus decisiones, adiciones o supresiones al diccionario, tratos comerciales, uso de presupuesto (varios millones de sus euros provienen de las arcas públicas tanto en España como en el resto de los países hispanoparlantes, donde medran unas academias “correspondientes” patentemente inútiles para más que para los besamanos y la cortesanía, como lo ejemplifica que Juan Pablo II haya sido miembro de honor de la academia chilena “correspondiente de la española”) y tomas de posición. En esta presentación de cambios han señalado muy graciosamente que la acepción de “rural” que equiparaba lo campirano con lo basto y bruto fue eliminada a instancias de unos escolares que les escribieron. Eso puede sonar muy bonito, pero ¿así actúan con todos los escolares que les escriben? ¿Con qué criterios aceptan o rechazan los comentarios que algunos les dejan (les dejamos) sobre el diccionario? No lo dicen, no tienen obligación de rendir cuentas. Son, para todo efecto práctico, la tiranía absoluta sobre el idioma de más de 500 millones de personas, y ello sólo porque Felipe V los nombró autoridad sobre el idioma en tiempos del imperio.

La academia pasea tranquilamente en un jamelgo por la meseta mientras a su lado el mundo pasa en Ferrari. ¿Cuándo trabajan los académicos?

Por si fuera poco, si alguna persona, colectivo, región, poblado, comunidad cultural o social, nación, sindicato o grupo similar se encontrara en desacuerdo con alguna decisión, añadido, supresión, corrección o metida de pata de la RAE en su diccionario, no tiene instancia alguna ante la cual interponer recurso, apelación o queja. Salvo la propia RAE… que al estilo de la Inquisición realiza sus deliberaciones y emite sentencias y decisiones en el más absoluto secreto. Y al que no le guste, dos tazas. Un ejemplo de los cambios recientes es la definición de manga: “género de cómic de origen japonés, de dibujos sencillos, en el que predominan los argumentos eróticos, violentos y fantásticos”. La vaguedad y subjetividad de afirmaciones como “dibujos sencillos” y “predominan” es acojonante (por usar otra palabra que después de ser usada en todo el mundo hispanoparlante durante décadas y décadas, al fin llamó la atención académica. Y, por supeusto, los aficionados, escritores y dibujantes de manga quieren protestar y y mostrar que sus dibujos y argumentos no son tan así… pero no tienen cómo.

Un detalle que quizá explica mucho de la lentitud desesperante con que se mueve la academia, tranquilamente paseando en un jamelgo mientras a su lado el mundo pasa en Ferrari lleno de novedades es el tiempo que trabajan los académicos. El pleno (los 46 académicos de número) se reúne los jueves por la tarde del curso académico, que dura 9 meses, lo que suma la copiosa cantidad de 38 o 39 tardes al año.

Uno pensaría, quizá por exagerado, que eso es poco para confeccionar el diccionario que merece una de las lenguas más habladas y en más acelerada expansión del mundo.

Para hacer una comparación (que, como todas las comparaciones, será odiosa), los 1.697 cambios anunciados con profusa publicidad son el resultado de los debates de la Academia durante cuatro años, de 2007 a 2011. La versión en Internet se ha actualizado en 2004 (2.576 cambios), 2005 (9.029 cambios), 2007 (4.618 cambios) y 2010 (2.996 cambios).

Los académicos de la R.A.E. introdujeron 1.697 cambios en el diccionario durante cuatro años, la mitad de los que introduce el diccionario de Oxford en un solo mes.

Por su parte, el Oxford English Dictionary (OED) anunció este mismo mes de junio que introducía 2.500 cambios. Son los cambios correspondientes al trabajo de asesores, expertos en distintas ramas, científicos, lexicógrafos, lingüistas, investigadores y redactores durante el último trimestre e incluyen trabajo en palabras científicas y técnicas como BitTorrent, apatosaurio, equinácea y VGA. ¿La anterior actualización? Marzo, 1.700 cambios (incluyendo “ludología” como estudio de los videojuegos y “metamateriales”), y antes la anunciada en diciembre con 1.200 cambios. Y así todos los trimestres.

Por supuesto, el OED está hecho por una universidad pública que tiene un compromiso académico de primer orden y el compromiso de dar cuentas del uso de los dineros de todos los británicos. Quizá también por eso el OED consigna en su seno 600.000 vocablos ingleses mientras que el DRAE reduce el español a 88.000 palabras, poco más o menos.

Las definiciones del DRAE suelen ser, por desgracia para todos, incoherentes, desordenadas, desprolijas, a veces con un tufillo a sacristía bastante incómodo y que traicionan de lejos su antigüedad y la visión estrecha de sus autores. Pasemos un momento a la zoología.

El lobo académico es “Mamífero carnicero de un metro aproximadamente desde el hocico hasta el nacimiento de la cola, y de seis a siete decímetros de altura hasta la cruz, pelaje de color gris oscuro, cabeza aguzada, orejas tiesas y cola larga con mucho pelo. Es animal salvaje, frecuente en España y dañino para el ganado“.

Cuando termine de asombrarse ante el hecho de que la RAE es el único grupo del mundo que mide el universo en decímetros, pregúntese por qué no nos dice que también es omnívoro, que es de la familia Canidae, que puede ser más alto, que su pelaje en realidad varía desde el blanco purísimo hasta el negro azabache, que es frecuente también en el resto de Eurasia, norte de África y América, y que el ser humano, a juzgar por los resultados, ha sido bastante más dañino para el lobo que éste para el ganado. Y ello sin añadir que quizá sería conveniente señalar que es el antecesor del perro doméstico y comentar que es gregario y vive y caza en manada.

¿O sería demasiado exigente pedir tanto a una definición? Ya entrar en la familia zoológica y cosas así quizá no sea parte de la labor de un diccionario. ¿O lo es? ¿Qué tan larga debe o puede ser una definición, cuál es el límite máximo y con qué criterios se establece?

Porque cuando la RAE no ve al lobo con alma de pastorcillo acongojado por sus ovejas, sino que ve más bien al león, que es bicho que suele aparecer en los escudos de armas de la gente de bien y por tanto ya tiene cierta entidad, ve a un “Gran mamífero carnívoro de la familia de los Félidos, de pelaje entre amarillo y rojo. Tiene la cabeza grande, los dientes y las uñas muy fuertes y la cola larga y terminada en un fleco de cerdas. El macho se distingue por una larga melena“. La definición es un catálogo de generalidades (grande, muy fuerte, larga) pero al menos nos informa de la familia taxonómica de este cazador y carroñero de la sabana africana (ah sí, que es de África, omisión menor).

Y sin embargo, la misma academia, ante el elefante, lo que ve es a un “Mamífero del orden de los Proboscidios, el mayor de los animales terrestres que viven ahora, pues llega a tres metros de alto y cinco de largo. Tiene el cuerpo de color ceniciento oscuro, la cabeza pequeña, los ojos chicos, las orejas grandes y colgantes, la nariz y el labio superior unidos y muy prolongados en forma de trompa, que extiende y recoge a su arbitrio y le sirve de mano. Carece de caninos y tiene dos dientes incisivos, vulgarmente llamados colmillos, macizos y muy grandes. Se cría en Asia y África, donde lo emplean como animal de carga“. Entre otras cosas se omite, claro, que el elefante asiático y el africano son dos especies totalmente distintas y además, al generalizar sin criterio zoológico, ponen en riesgo de convertirse en pegatina a cualquiera a quien se le ocurra usar a un tozudo y malhumorado elefante africano como animal de carga.

¿Por qué de uno se mencionan ciertas características y de otros no, de uno la familia y del otro, el orden de unos su alimentación y de otros no?
Uno supone, aventuradamente, que se debe a que las definiciones se hicieron en distintos momentos y con distintos criterios a lo largo de 300 años, y los señores académicos no se han podido poner a la tarea de unificar la forma de presentación de los animales en su lexicón. Bastaría que se pusieran de acuerdo en una plantilla de criterios básicos: ¿se anota su orden, su familia, su nombre científico?, ¿el tamaño se da en longitud, en peso o en ambos?, ¿se mencionan sus costumbres, sus hábitats,su alimentación, sus características físicas, sus peculiaridades de conducta, su valor económico, su papel en el ecosistema o incluso su valor gastronómico (que no pocos animales son definidos por los académicos en función de si se los pueden manducar o no)? ¿Falta o sobra algo? Consensuado esto, se adaptan todos los artículos sobre animales.

En un apartado sobre animales, pensando en el gregarismo de los lobos buscamos al gregarísimo pingüino y lo que nos encontramos es escalofriante. Para la RAE, el pingüino es “Nombre común de varias aves caradriformes del hemisferio norte, como el alca y sus afines“, y uno piensa en el alca y no recuerda que nadie la llame pingüino, mientras que los pingüinos que todos conocemos, las aves del hemisferio sur, quedan marginados a la definición de “pájaro bobo”, que tampoco es para aplaudir: “Ave palmípeda, de unos cuatro decímetros de largo, con el pico negro, comprimido y alesnado, el lomo negro, y el pecho y vientre blancos, así como la extremidad de las remeras. Anida en las costas, y por sus malas condiciones para andar y volar se deja coger fácilmente“.

Vamos, que mencionar que sus picos también suelen incluir color anaranjado, que viven en grandes grupos y que “sus malas condiciones para volar” en realidad son malísimas: no vuelan nada, aunque nadan con agilidad y elegancia, detalle que no merecen que se mencione estos habitantes de tierras frías del orden de los Spheniciformes.

Para efectos de paleontología o paleoantropología, no añado nada a lo que ya dijo hace cuatro años Paleofreak en su entrada Paleo-DRAE, altamente recomendable.

Pero si la RAE no está muy puesta en ciencia, en lo que es pseudociencias, pseudomedicinas y el maravilloso mundo de lo paranormal está puntualmente al día. En ningún momento pone en duda la telepatía (“Coincidencia de pensamientos o sensaciones entre personas generalmente distantes entre sí, sin el concurso de los sentidos, y que induce a pensar en la existencia de una comunicación de índole desconocida”), la telequinesia (“Desplazamiento de objetos sin causa física, motivada por una fuerza psíquica o mental”), la acupuntura, la homeopatía (“Sistema curativo que aplica a las enfermedades, en dosis mínimas, las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían al hombre sano síntomas iguales o parecidos a los que se trata de combatir”). En la academia se puede levitar (Dicho de una persona o de una cosa: elevarse en el espacio sin intervención de agentes físicos conocidos), profetizar (Anunciar o predecir las cosas distantes o futuras, en virtud del don de profecía), tener estigmas (“Huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos extáticos, como símbolo de la participación de sus almas en la Pasión de Cristo”).

Ojalá la academia algún día abandone su arrogante posición de “autoridad” sobre el idioma, que no tiene base alguna, y se ocupe de enfrentar el idioma cotidiano en todos los países hispanoparlantes, el español que usamos también para comunicar ciencia, hay que señalarlo, de registrarlo, de definirlo con claridad y orden, coherencia y las mejores técnicas lexicográficas, creando un diccionario más útil para todos los que somos los dueños del idioma, con profesionales que trabajen una media de 40 horas a la semana 11 meses al año y que tengan que dar cuenta de sus actos, gastos y viajes, con tiempos fijados razonablemente para actualizar el diccionario y que dejen de lado visiones que entre la sacristía, la aristocracia preilustrada y el centralismo que desprecia todo lo que no es el centro de Madrid, adquiriera una vocación hacia el español universal… aunque eso implicara menos birretes esperpénticos, ceremonias de pompa de tiempos del absolutismo, cortesanías alambicadas y comilonas transatlánticas. Y menos telépatas y profecías…

martes, 3 de julio de 2012

Oliverio Coelho cuenta sus andanzas con el coreano

En lo que resultó ser una reunión especialmente amena, Oliverio Coelho vino al Club de Traductores literarios de Buenos Aires para hablar de "Intuición y foco en la traducción de literatura oriental". Su charla trató de su labor como co-traductor de literatura coreana contemporánea, así como de las particularidades del método de trabajo prohijado por el Instituto Coreano de Literatura. Quien desee enterarse puede hacerlo acá .

Oliverio Coelho nació en Buenos Aires, en 1977. Publicó las novelas Tierra de vigilia (2000), Los invertebrables (2003), Borneo (2004), Promesas naturales (2006), Ida (2008), Un hombre llamado Lobo (2011) y el libro de cuentos Parte doméstico (2009). Realizó residencias para escritores en México, en Nueva York y en Corea del Sur. Producto de esta última es Ji-do (2009), una Antología de narrativa coreana contemporánea. Ha escrito artículos y críticas para los suplementos culturales de los diarios La Nación, El País, Clarín y Perfil, y la revista Inrockuptibles. Fue cotraductor de Autobiografía de hielo, de Choi Seung-ho; Familia itinerante, de Gong Seonok. Actualmente cotraduce Murmullos de gloria, de la poeta Shin Dalja, y El hombre gris del novelista Choi Seung ho. Coodinara la colección de literatura coreana en la editorial Bajo la luna.

lunes, 2 de julio de 2012

Con la coherencia de siempre, la RAE vuelve a equivocarse

La noticia salió publicada sin firma en El Mundo.es el viernes 22 de junio pasado. En ella se lee que la RAE acaba de incorporar la palabra japonesa “manga” a su ya bastante ridículo diccionario, empleando para ello una definición poco satisfactoria. Los otakus –vale decir, los fanáticos del manga y animé, según la deformación del término en Occidente– salieron a protestar masivamente y ya están juntando firmas para que la RAE modifique lo que se considera un error de proporciones. Sólo para que se mida el impacto de la cuestión, el artículo que se reproduce tuvo ese mismo día unos 66 comentarios y ya superó holgadamente varias centenas.   

Indignación con la RAE por su definición de “manga”

Los otakus deberían estar celebrando el reconocimiento de la RAE, que acaba de incorporar a su diccionario el término 'manga'. Sin embargo, la definición que la Real Academia ha dado al cómic japonés –"un auténtico insulto", según el director del Salón del Cómic de Barcelona de Barcelona– no ha hecho sino despertar la indignación de los aficionados.

"Género de cómic de origen japonés, de dibujos sencillos, en el que predominan los argumentos eróticos, violentos y fantásticos", reza la definición, para indignación de aficionados y profesionales del sector.

"La definición (...) es errónea en el concepto y denigrante en la caracterización", asegura el director del Salón del Manga y del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, Carles Santamaria, en un comunicado emitido este viernes.

Al igual que otros críticos, considera que la definición se basa en el estereotipo. "Reducir el manga a temática erótica, violenta y fantástica es dar una visión manipuladora y distorsionadora que muestra desconocimiento o mala intención en la redacción. Resulta vergonzoso que defina al manga como de 'dibujos sencillos', ya que si algo caracteriza al cómic japonés es la gran diversidad de estilos gráficos de una gran calidad y originalidad", prosigue Santamaria.

"Tantos años defendiendo nuestra afición, esforzándonos en demostrar a todo el mundo que el manga es más, mucho más que sexo y violencia... para que una definición retrógrada y obviamente mal documentada intente destruir la buena imagen que entre todos estamos creando del manga: historias de todo tipo, para todos los públicos, con una afición participativa, alegre y entusiasta que es una fantástica expresión cultural", lamenta en su blog Norma Editorial, un auténtico referente del género en nuestro país.

Los aficionados han dejado patente su enfado en las redes sociales e, incluso, han creado el 'hashtag' #indignadosconlaRAE. Bajo esta etiqueta, los tuiteros se despachan a gusto: "Lo mínimo que se espera es que investiguen antes de dar una definición tan pobre"; "infórmense antes de clasificar todo un género con tres 'simples' categorías"; "toma patada al diccionario con manga! Y por supuesto es un recorta, traduce y pega".

Y es que muchos tuiteros subrayan el parecido que esta definición tiene con la que da el Oxford Dictionary: "Un género japonés de dibujos animados y libros de cómic que tienen un tema de ciencia ficción o fantasía y a veces incluyen contenido violento o sexualmente explícito".

"Uno de los aspectos más bochornosos de dicha definición es que además parece resultar de una mala traducción de un texto sobre el manga que se encuentra en el Oxford Dictionaries Online", asegura el director del Salón.

A juicio de Santamaria, "se debe exigir la retirada inmediata de tal aberrante definición". Norma Editorial, por su parte, reclama también que "actualicen" la controvertida definición.