jueves, 9 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (9)

Yolanda Morató (Huelva, 1976) es poeta y Licenciada en Filología Inglesa y en Filología Hispánica por las Universidades de Huelva y Sevilla, respectivamente, Máster en Traducción e Interculturalidad por la Universidad de Sevilla, Máster “Modern Literatures in English” por el Birkbeck College (University of London) y Doctora en Filología por la Universidad de Sevilla, donde obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado con una edición y traducción del libro inglés de vanguardia El dibujo del califa (1919), de Wyndham Lewis. Ha sido profesora de lenguas extranjeras, civilización y literatura en SUP EUROPE y ESITC (Francia), así como en Harvard y MIT (EE UU) y en el departamento de Filología y  Traducción de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Traductora de autores como Rebecca West, José María Blanco White, Martin Amis y Wyndham Lewis (del inglés), y de Maurice Barrès, Francis Carco y Manuel Chaves Nogales (del francés) entre otros, ha traducido y anotado Me acuerdo, de Georges Perec (Córdoba, Berenice, 2006) por el que ganó el premio de Traducción Tormenta en 2006. Por la autobiografía de Wyndham Lewis recibió el premio AEDEAN en 2008. Recientemente ha publicado una edición inédita con traducción de los artículos autobiográficos de F. Scott Fitzgerald, tal como éste se los planteó a Max Perkins, con el título Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos. Su primer libro de poemas se llama Nadie vendrá a salvarnos (2016).

El triste binomio de nuestros días

Si algo distingue al canon es que consigue entrar en nosotros antes de que nosotros entremos en él. Se cuela y nos marca en esos momentos en los que todo queda grabado a fuego, pues los primeros libros, nuestras lecturas de iniciación al mundo literario, serán, con toda seguridad, parte de nuestro patrimonio inquebrantable. Esa es su principal fuerza: como se nos presenta cuando somos jóvenes, se las ingenia para quedarse entre nosotros por muchas lecturas que le echemos encima.

Para alguien que creció en la época dorada de la colección de Alianza de bolsillo en España, con aquellas simbólicas cubiertas de Daniel Gil, le será difícil olvidar traducciones canónicas que, a pesar de todo lo que hicieron –no sólo por traernos a nuestra lengua las historias que narraban, sino a los propios autores–, no asoman ya estos días. Cantaba Santiago Auserón “Annabel Lee” en un vídeo clip que repetían los sábados por la mañana en el programa La Bola de Cristal, con Alaska, una mexicana que le puso banda sonora a la movida madrileña, cuando me compré los Cuentos de Poe, traducidos por Julio Cortázar

En una tienda de Brighton me había agenciado por una libra los poemas de Emily Dickinson, que compré más tarde en la edición anotada de Silvina Ocampo que había sacado Tusquets. Y pronto estaba ya devorando las páginas de Lolita, de Nabokov, en la edición de Anagrama, obra de Enrique Tejedor y que no era otro que Enrique Pezzoni. Ahora que hago este ejercicio mental me doy cuenta de que accedí a las letras en lengua inglesa gracias a la traducción de tres argentinos que publicaron en tres grandes grupos editoriales con sede en España.

Lo que leo en estos días me recuerda a esa cita de Robert Louis Stevenson: “I've a grand memory for forgetting”, que tan apropiada parece aquí. No solo se han olvidado de grandes traductores, hombres y mujeres, que dedicaron sus vidas –sin traducciones anteriores, ni foros, ni Google– a acercarnos a autores que una gran parte del público desconocía, sino que, como sucede en el caso de Pezzoni, han sido suplantados por versiones que, añadiendo aquí y allá, se presentan como novedosas y definitivas, sin ser ni lo uno ni lo otro. La retraducción, ese concepto que tantas veces se pasea con burla por delante de la Ley de Propiedad Intelectual, y el olvido: el triste binomio de nuestros días.




miércoles, 8 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (8)

Excelente traductora de Derek Walcott, June Jordan, Gottfired Benn, Paula Meehan, Anne Sexton y Anne Carson, entre otros muchos poetas, Verónica Zondek (Santiago de Chile, 1953) es además poeta y gestora cultural. Licenciada en Historia del Arte en la Unviersidad Hebrea de Jerusalén, forma parte del Comite Editorial de LOM Ediciones. Es también asesora externa del Departamento de Coordinación de Extención de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Unviersidad Austral de Chile, en Valdivia. Su último libro de poemas publicado es Fuego frío (2016). Asimismo, ha seleccionado, editado y prologado Mi culpa fue la palabra. Poesía reunida, de Gabriela Mistral (2015)

Una lista posible de traducciones y traductores chilenos

La traducción de poesía hecha en Chile es un esfuerzo en aumento, sobre todo porque las nuevas generaciones están emprendiendo la tarea con fondos concursables que, de algún modo, pagan en algo el esfuerzo.  Estas traducciones hacen mucho por ampliar la lengua propia y amplían la mirada en torno de lo que se hace en otras partes, lo que plantea una gran diferencia respecto de la mayoría de las traducciones que nos llegan desde España. La mayoría de éstas –no todas, por supuesto–, suelen usar un lenguaje muy ajeno a nuestro uso y eso genera un entorpecimiento a la lectura, lo que termina por alejarnos del deseo de leer. 

Pienso que a mayor cantidad de traducciones de un mismo libro, mayor posibilidad hay de llegar a un autor extraño a la lengua propia. Estas más bien se –complementan y llegan a armar un “fondo” amplio desde donde aprehender lo ajeno. 

Puesta a pensar sobre una posible lista de traductores y traducciones chilenas, lo primero que me viene a la mente son las traducciones de literatura en lengua inglesa de Jorge Tellier, las del inglés y el anglosajón de Armando Roa Vial, las de Enrique Winter, las de traducciones del griego hechas por Miguel Castillo Didier, la antología de Ezra Pound de Armando Uribe, la versión de Samuel Taylor Colleridge, de Humberto Díaz Casanueva, las traducciones de Arthur Rimbaud, de Braulio Arenas,  las de Catulo, que hizo Leonardo Sanhueza tradujo a Rimbaud. A todas éstas quiero sumar estas otras:

Aullido y Kaddish, de Allen Ginsberg, y Spoon River Anthology, de Edgar Lee Masters, traducidos por Rodrigo Olavarría

Las alegres comadres/ casadas de Windsor, de William Shakespeare, y Poesía, ensayo y entrevista, selección de la obra de George Oppen, traducidos por Kurt Folch

Lay the marble tea y The Galilee Hitch-hiker, de Richard Brautigan, traducidos por David Villagrán Ruz

La roca, de Wallace Stevens, traducido por Juan Manuel Silva Barandica.

Manuel Naranjo Igartiburu está preparando la traducción de 35 sonetos y poemas ingleses, de Fernando Pessoa.

Patriotismo, de Ryan Eckes, Diario de perversidades & eventos esenciales y Ciudad Santuario, de Frank Sherlock, traducidos por Carlos Soto Román

Todas las colinas, de Gary Snyder, y Grodek, de George Trakl, traducidos por Juan Carlos Villavicencio.

No son todas las que hay, pero son las que en este momento recuerdo mejor. Para mí, son muy buenas o buenísimas. 

martes, 7 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (7)

Orestes Sandoval López (Guanajay, Cuba; 1962), se graduó de Lengua y Literatura Alemana por la Universidad de La Habana en 1985. Durante 17 años fue profesor en la Facultad de Lenguas Extranjeras de esa Universidad, donde realizó su doctorado sobre la obra del dramaturgo alemán Heiner Müller, de quien publicó una antología de textos. Traduce sobre todo piezas teatrales (Dea Loher, Roland Schimmelpfennig, Fritz Kater, Sasha Marianna Salzmann, etc.) y ensayos (para las revistas Criterios y Marx Ahora), pero también ha publicado traducciones de poesía y novelas (Hugo Loetscher: Mundo de milagros y Hans Christoph Buch: Haiti Chérie).

Esta lista solo puede ser objeto de burla.

Me he quedado con la boca abierta al leer esta lista de ACEtt Traductores. Eso no puede haber sido hecho en serio. Es que, en el caso de El gatopardo, reconocen incluso que es “quizá algo literal o encorsetada en ocasiones”. Me pregunto entonces: ¿dónde está el valor canónico? 

Creo que en cada país uno se encontrará traductores geniales. Aquí en Cuba acabo de leer una traducción extraordinaria de Georg Trakl, el cual ha sido traducido ya varias veces. No conozco las demás, pero esta de Jorge Yglesias pone el listón por lo menos bien alto. Y ahí están también las traducciones de Ernst Jandl hechas por Francisco Díaz Solar; y eso que Jandl es un poeta prácticamente intraducible.

Ya alguien recordaba las Memorias de Adriano en la versión de Cortázar. Me alegró saber que tiene la misma opinión que yo: probablemente sea mejor que el original.

En fin, creo que esa lista solo puede ser objeto de burla. Es puro imperialismo, merecedor en el mejor de los casos de ser despachado con ademán condescendiente, como diciendo: “Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (6)

Novelista y ensayista, Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Ossos, Antioquia, 1947) es además uno de los más importantes poetas colombianos de la actualidad y flamante merecedor del Premio Nacional de Poesía de su país. Su obra poética incluye  Historias (Ediciones La Soga al Cuello, 1974), Tratado de retórica (Instituto de Cultura y Bellas Artes de Cúcuta, 1978) , Poemas de amor: (1976-1983) (Fundación Simón y Lola Guberek, 1986; El Áncora, 1990; Visor, 2013), Del ojo a la lengua (Ediciones Arte Dos Gráfico, 1995)Cantar por cantar (Pre-Textos, 2001),Gatos (Pre-Textos, 2005), Cuadernos de música (Pre-Textos, 2008), Solo el azar (Pre-Textos, 2011) y El cuerpo y otra cosa (Pre-Textos, 2016), además de las antologías 77 poemas  (Universidad Nacional de Colombia, 1987), Antología poética (Monte Ávila, 1991), Cuánto silencio debajo de esta luna (Universidad Nacional Autónoma de México, 1992), Razones del ausente (Norma, 1998) (Selección de María Mercedes Carranza), 127 poemas (Universidad de Antioquia, 1999), Aunque es de noche (Pre-Textos, 1999), Libros de poemas : Cantar por cantar, Del ojo a la lengua, Los poemas de Esteban, Poemas de amor, Tratado de retórica, Historias. 1974-2001 (Fondo de Cultura Económica, 2003), Del amor, del olvido : antología temática (Luna Libros, 2009; 2013) y Treinta y dos poemas: una antología (Uceva, 2014). Como editor ha publicado Antología de lecturas amenas (La Rosa, 1986; Carlos Valencia, 1994; Panamericana, 2001), Poemáquinas: antología de iniciación a la poesía (Carlos Valencia, 1992; Panamericana, 1997), Antología de crónica latinoamericana actual (Santillana, 2012), Del marqués a la monja. Antología del soneto clásico en castellano (Eafit, 2014). Su última novela a la fecha es  Historia de Simona (Pre-Textos, 2010) y su último ensayo, el monumental Poesía en la canción popular latinoamericana (Pre-Textos, 2008).

El tema de la propiedad de la lengua

Por aprecio al oficio de traductor, y a sabiendas de que en España se han hecho magníficas traducciones al idioma ibérico, deseo creer que cuando la Sección Autónoma de Traductores proclama una "lista canónica" no le da a la palabra "canon" el primer significado que trae el DRAE. Ninguna traducción es "regla o precepto", ni mucho menos “modelo de características perfectas’, como reza la tercera acepción del mismo diccionario. Lo contrario, no hay nada más efímero que una traducción y por eso varios han dicho que cada generación debe traducir a sus clásicos.
  
De modo que quiero pensar, por pensar bien, que la Sección Autónoma, lo que intento hacer fue un mero "catálogo o lista", en acatamiento de la segunda acepción que trae el mismo diccionario. Sólo les faltó decir, para ayudarme en mi propósito de pensar bien, que era el catálogo o lista de sus afiliados. Ni siquiera de todos los traductores españoles, sino sólo de los seccionados autónomamente en la sección autónoma de traductores.
  
Yo no sé si son afiliados, pero pienso que traducciones como las de González Iglesias (Ovidio) o las de poetas ingleses de Rivero Taravillo, o las de Eliot de Juan Bonilla, o las del francés del Carlos Pujol, o los Grass de Miguel Sáenz son trabajos de españoles –no sé si seccionados autónomamente– que bien merecerían estar en cualquier lista o catálogo de españoles traductores.

Cuando vi la lista "canónica" la primera tentación que tuve fue hacer la contra lista nada canónica pero sí muy buena de traducciones hechas por nativos de Indias. Pero se me adelantó el propio Juan Bonilla con una lista abrumadora e impecable que suscribo plenamente después de recordar otras proezas de algunos otros criollos nacidos en estas tierras tropicales, como las de César Aira, o el trabajo impecable, que no canónico, del peruano Juan José del Solar con las obras de Elías Canetti, o el Moby Dick de Pezzoni. La lista puede continuarse por ejemplo con los nombres que cita José María Espinasa. 

El tema que hay en el trasfondo de la lista seccionada autónomamente por la Sección Autónoma es el de la propiedad de la lengua. A ese propósito, y a riesgo de incurrir en la desvergüenza de las auto citas, trascribo a continuación un texto que escribí sobre  el tema:

“¿De quién es el español? El español es de Cervantes y de Lope, de santa Teresa y de sor Juana, de Jorge Manrique y de Quevedo, de Fernando de Rojas y de Calderón, de Góngora y de Garcilaso, de Rubén Darío y de Pérez Galdós, de Machado y de Juan Ramón, de Clarín y de Bécquer, de Neruda y de Cortázar, de Paz y de Rulfo, de García Márquez y de César Vallejo, de Borges y de Monterroso, de Felisberto y de Onetti, de Montejo y de Watanabe, de Pacheco y Vargas Llosa. De todos ellos, de Gracián, y de la chica que viene a poner orden en mi casa y de su hijo de cuatro años que no puede decir ‘don Darío’ y me dice ‘ondarío’, de Le Pera y de Agustín Lara, de Celia Cruz y de Daniel Santos, el español es del vendedor callejero que grita ‘man–da–ri–nas”, del locutor que grita ‘gooooooooool” con todas las oes que alcanza a resistir un pulmón entrenado para los pregones, el español es de mi madre, el español es mi lengua madre.

"¿De quién es el español? El español es de un navegante genovés, Cristóbal Colón que, durante su primer viaje, entre octubre del 1492 y enero de 1493, anota en su diario palabras de los nativos de La Española; varias de esas palabras pasarán pronto al español: canoa, hamaca, cacique, cazabe, tiburón…

"¿De quién es el español? El español es de los mexicanos; de ellos decía un viajero de fines del siglo XVI que su manera de hablar era “pulida, cortesana y delicada y naturalmente retórica, mucho más propia y elegante que la de los españoles peninsulares”. Por la misma época circulaba una ley según la cual “cuando se dudare de algún vocablo castellano, la duda deberá resolverla el hombre toledano que allí se hallare”: el español, entonces, es también de los toledanos.

"¿De quién es el español? El español es de Candelario Obeso (1849–1884), poeta colombiano, negro, que escribió la Canción der boga ausente: “Qué trijte que ejtá la noche, | la noche qué trijte ejtá; | no hay en er cielo una ejtreya... | ¡Remá, remá! | La negra re mi arma mía, | mientra yo brego en la má, | bañao en suró por eya, | ¿qué hará? ¿qué hará? | Tar vej por su zambo amao | doriente sujpirará, | o tar vej ni me recuerda... | ¡Yorá, yorá!

"¿De quién es el español? El español es de los redactores del periódico El Telégrafo de la comunidad sefardita de Estambul, que en 1894 –402 años después de su expulsión de España, de Sefarad–, publicaban un editorial que decía: “…Por lo que es de nos, nosotros nos aplicaremos a ser antes de todo entendidos en nuestro público en empleando siempre palabras españolas y dando a nuestras frases la construcción español. No tenemos la pretensión de pueder ansí arrivar a escribir con perfección la lengua de Cervantes, de Calderón y de Lope de Vega. Nuestras intenciones son más modestas. Nuestro propósito es de emplearnos a purificar nuestro jerigonza en españolizándolo de más en más”.

"¿De quién es el español? El español es de los hablantes que lo llaman castellano y es –también– de los hablantes que lo llaman español. El español es de Octavio Paz que decía que “yo me siento ciudadano de la lengua española y no ciudadano mexicano; por eso me molesta mucho que se hable de lengua castellana, porque el castellano es de los castellanos y yo no lo soy; yo soy mexicano y, como mexicano, hablo español y no castellano”. El español es de los hablantes que no les importa llamarlo español o llamarlo castellano.

"¿De quién es el español? El español es de las personas que usan las palabras del español y las escriben con ortografía inventada para el chat, el español es de las Academias de la Lengua, que ya no prescriben pero sí contribuyen a cierta unidad de la ortografía y a la documentación del idioma. Además, la academia, según dice su slogan, “limpia, fija y da esplendor”: como la cera para pisos.

"¿De quién es el español? El español es de Salvador Novo, mexicano, que cuenta de su viaje a Buenos Aires, cuando su amigo Victorio Santagasta le canta al oído un tango que Novo copia devotamente: “Dónde te fuijtej tango | que te bujco siempre | y no te puedo hachar; | te juro por mi vieja | Que si no te encuentro me pongo a chorar. | Fui por Florida acher | y por corrientes hoy; | me han informado | que te habían piantado | con tu bandoneón; | pero yo sé que vos | no aguantarás el tren | naipe marcao | Cuando ya es junao | tiene que rajar...”. Como queda demostrado aquí, el español es, también, de los argentinos.

"¿De quién es el español? Como quedó dicho el español es de Novo, que se encuentra en Buenos Aires con Federico García Lorca: “–Pero zi tú ere mundiá –me decía–. ¡Y yo sabía que tendría que conozerte! En España y en Nueva Yo, y en La Habana y en toah parte me han contao anédota tuyaz y conozco tu lengua rallada pa' hazé soneto! –Y luego poniéndose serio–: Pa mí, la amiztá e ya pa' siempre; e cosa sagrá; ¡paze lo que paze, ya tú y yo zeremos amigo pa toa la vía!”. Es evidente que el español es de García Lorca y, de todos los andaluces.

"¿De quién es el español? El español es de Salomón Gaón, presidente de la Federación Sefardí Mundial, que en 1990 –medio milenio después de su expulsión de España, de Sefarad–, que dijo cuando recibía el premio Príncipe de Asturias: “Hay historianos que demuestran porké los Djidiós refugiados in Espania nunca olvidaron de su vieyo país y nunca desharon de tenr un amor filial por Espania. Hay solamente una respuesta: detodas las diásporas en kualas vivían dispersos el pueblo de Isralel, solamente in Espania se kreó una época deoro. No komoin las otras diásporas, in Espania los Djidiós o eran konsiderados komo una menoría extranjera, pero komo una parte integral y buen de la tierra onde bevían kasi dos mil anios… Para nosotros los Djidiós, Sefarad mos aza rekordar el tiempo kuando nuestros padre bevian in Espania, en la kuala ombres y muyeres prektikando kultos diferentes, djidió, kristinao i musulmán, formavan una komunitá, en dando un esemplo de ermanda y konkordia”

"¿De quién es el español? El español es cada día de más gente. En 1500 existían quince mil idiomas en la tierra. Ahora son seis mil lenguas y dos tercios de éstas tienen menos de veinte mil hablantes y en 2100 se calcula que los idiomas serán mil. La mortandad lingüística es altísima y el español se erige como una de las tres o cuatro lenguas más habladas de la tierra, junto con el mandarín, el inglés y el ruso.

"¿De quién es el español? El español es de los dominicanos: cuando el dictador José Leonidas Trujillo mataba haitianos en la frontera había un modo de diferenciar haitianos y dominicanos. Éstos pronunciaban correctamente la palabra “perejil” y los haitianos, francófonos, la decían guturalmente: sin misericordia, el que dijera “peguejil” era pasado por las armas. Definitivamente, el español es José Leonidas Trujillo (y de sus herederos)".


viernes, 3 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (5)

El peruano Mario Montalbetti (Callao, 1953) es poeta y lingüista, graduado en el MIT, de Massachusetts. Fundador, con el mítico escritor y taductor Mirko Lauer y Abelardo Oquendo, de la revista Hueso Húmeroen 2014 publicó Cualquier hombre es una isla, una recopilación de ensayos sobre la literatura, la imagen, la alteridad y el saber. Su último libro de poemas es Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva) (2016)

“¡Atacad, mis valientes!”

Mi primer enfrentamiento con una traducción canónica se dio en una sala de cine cuando escuché a Gerónimo gritarle a sus huestes “¡Atacad, mis valientes!”, antes de lanzarse contra un regimiento de caballería estadounidense. Lo que más me impactó no fue la improbabilidad de que un jefe apache se haya expresado de esa manera (tal vez a un peninsular no le hubiera chocado tanto), sino la realización de que la unidad de la lengua no puede ser ni fin ni objeto de los lenguajes. Ni el mismísimo Dios la deseó y procedió a derrumbar la Torre que pretendía alcanzarla. Que tácitamente o no la ACETT ignore traducciones a variedades no canónicas del español es una tontería y una ceguera (o sordera) aviesas. Pero mientras exista una Academia de la lengua (y no de las lenguas) me temo que esta práctica continuará. No que las lenguas necesiten Academias, pero si las hay, al menos que no babelicen.

Agrego cuatro ejemplos aún no mejorados por el canon de España:

a) La traducción de Julio Cortázar de Las memorias de Adriano de Margueritte Yourcenar (uno de los pocos casos en los que casi se podría argumentar que la traducción es mejor que el original)

b) La traducción del mexicano José Luis Rivas del Omeros, de Derek Walcott.

c) La traducción del peruano Jorge Capriatta de los sonetos de Shakespeare.

d) La traducción de la mexicana Pura López Colomé de la obra reunida de Seamus Heaney.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (4)


Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) es un poeta, cuentista y novelista español, ganador del Premio Biblioteca Breve en 2003 y del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en 2014. Verdadero erudito en cuanto a la literatura de ambas márgenes del Atlántico, es también un importante periodista cultural y traductor. Entre sus últimas versiones, destacan las de la obra de Edward Abbey. 

Ésta es mi lista

Casi todos los libros importantes que leí en la adolescencia o juventud (entendiendo por importante aquello que se importa, aquello que uno no produce por sí mismo y necesita buscar fuera, y entendiendo por adolescencia o juventud ese espacio de tiempo en que uno rastrea en pos de un gusto propio, no impuesto por academias o dogmas heredados) se publicaron, se tradujeron en América, por americanos. Ahora miro la lista y me digo: qué horror. Porque muchos de estos libros no los he releído, pero tengo la sensación de que si los releyera no encontraría en ellos ni la mitad de la magia que mi memoria les asigna. La verdad es que lo que sí encontraría en ellos es el joven que fui, alguien agradecido de alcanzar esas provincias de la felicidad, el desasosiego o el misterio gracias a traductores del lado de allá (a quienes tantas veces se fusiló con complacencia del lado de acá mediante el muy profesional criterio de cambiar una palabra aquí, cuatro expresiones allá). Esta es mi lista:

Lolita. Vladimir Nabokov. Traducción de Enrique Pezzoni, con el nombre de Enrique Tejedor
Pezzoni tradujo la obra maestra del siglo XX en mi opinión. Pero es que además tradujo nimphette por nínfula y consiguió que esa palabra se colara hasta en páginas porno y en el Diccionario de la lengua. No sé si hay algún otro traductor que llegara a tanto, a pesar de lo cual recientemente se editó una nueva traducción de Lolita que era un claro fusilamiento de la versión de Pezzoni –ábrase por cualquier página para comprobarlo– sin que nadie citara en esa edición firmada por Francesc Roca a Pezzoni. 

La linterna sorda. Jules Renard. Traducción de Genaro Estrada.
 Compré la edición por lo bonita que era la cubierta, publicada en México en los años veinte. Me encantó Renard, su ingenio, la maravilla de sus bocetos y aforismos, la manera de definir a alguien con una sola frase: "Eres de los que piden café hirviente y deja que se enfríe antes de tomarlo". El traductor era un poeta al que luego descubrí en el pelotón de los vanguardistas.

La escuela de las mujeres. André Gide. Traducción de Antonieta Rivas y Xavier Villaurrutia. 
También en México, ni idea de quién era Gide antes de zambullirme en aquella obra que sin ser la mejor de las suyas sí fue la obra en la que lo descubrí. LOs traductores también eran personajes imponentes del populoso mundo cultural mexicano.

Hojas de hierba. Walt Whitman. Traducción de Jorge Luis Borges. 
Yo ya había caído hipnotizado por Borges y buscaba cualquier cosa en la que hubiera puesto la mano. eL CONTENGO MULTITUDES de Whitman es un eslogan que si tuviera ese vicio me hubiera tatuado en alguna parte.

Trópicos, Henry Miller. Traducción de Mario Guillermo Iglesias. 
Casi me avergüenza reconocer que Henry Miller fue durante mucho tiempo mi escritor de cabecera, pero es la verdad, yo era adolescente y él el perfecto novelista para un adolescente de la España de los ochenta...aunque lo hubiesen traducido en el Chile de finales de los cincuenta. Una de las magias de la literatura, abolir el tiempo y el espacio.

Poemas, Emily Dickinson. Traducción de Silvina Ocampo. 
Ni idea de cuándo se publicó la primera edición de estas versiones. Yo las leí en 1985 en una edición española. Luego he leído ocho o diez versiones más de los poemas de Dickinson, y hasta los originales: ni siquiera estos me parecen tan verdaderos como aquellos en los que la descubrí. 

Cantos de Maldoror, Lautreamont. Traducción de Aldo Pellegrini. 
Creo que es el libro que más tardé en encontrar de todos los que buscaba. Desde que leí un texto de Ruben Darío diciendo que era el gran libro del malditismo necesité asomarme a sus aguas, pero en la época encontrar un libro no era tan fácil como hoy, mucho menos viviendo en provincias como yo vivía. Por fin en una librería de Cádiz, di con un ejemplar preparado por el gran antólogo de los surrealistas. La leyenda del libro me gustó más que el propio libro, del que sin embargo no he podido en todos estos años sacudirme unas cuantas imágenes terribles.

Las uvas de la ira, John Steinbeck. Traducción de Hernán Canevaro. 
Me bebí esas seiscientas páginas, el ritmo, la fuerza del dolor, la plaga de la injusticia. Ni idea de quién era el traductor pero gracias.

Cuentos, Edgar Allan Poe. Traducción de Julio Cortázar.
Era uno de los pocos libros que había por mi casa. Ni reparé en quién era el traductor hasta mucho más tarde. 

Simiente japonesa. Francisco A. Loayza. 
Publicado en Japón, en el español de un peruano instalado en Buenos Aires, el libro es de aquellos en los que el traductor pasa a ser autor: versiones preciosas de cuentos tradicionales japoneses que son una maravilla de principio a fin.


miércoles, 1 de noviembre de 2017

Una versión española del canon (3)

Jose María Espinasa (Ciudad de México, 1957 ) es poeta, ensayista y crítico. Fue, asimismo, profesor, periodista y editor. Ha sido asesor de difusión cultural y jefe de relaciones culturales del departamento de publicaciones y del departamento de actividades literarias de la Universidad Autónoma Metropolitana; fue asistente de programación de actividades culturales de la UAM-A; miembro del consejo de redacción de Intolerancia; ha dirigido las revistas nitrato de plata y la orquesta; editor de Nueva Época; secretario de redacción de Tierra adentro, Casa del tiempo y La Jornada Semanal. Fundo y dirigió durante dos años el suplemento Ovaciones en la Cultura. Director de Ediciones sin Nombre y coordinador de producción editorial en El Colegio de México, fue parte del Sistema Nacional de Creadores del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Actualmente dirige el Museo de la Ciudad de México.

Oración para San Jerónimo, 
patrono de los traductores

El 30 de septiembre pasado fue el día de los traductores y, para celebrar, los miembros de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACETRADUCTORES, ACETT) publicaron una lista de “traducciones canónicas”. La idea es interesante y atractiva, pero el imperialismo español actual no tiene medida del ridículo y el resultado de ese ejercicio absurdo. En la lista de 20 no hay una sola hecha por un traductor latinoamericano ¿Será que no les han avisado que Colón descubrió un nuevo continente, que hay cuatrocientos millones de personas que no son españoles y que lo hablan y escriben? Normalmente son muy parciales las listas que elaboran en la península ibérica, pero de vez en cuando maquillan el asunto con alguna mención para no dejar tan en evidencia su condición imperial.

La lista es absurda por donde la veas, no hay manera de encontrarle alguna razón o sentido. Hay, por ejemplo, traducciones de clásicos: La Divina Comedia –se pone la de Luis Martínez de Merlo– y La Ilíada –Agustín García Calvo– y La Odisea –de José Manuel Pabón–. Siento una enorme simpatía y admiración por el trabajo de Agustín García Calvo y me da gusto que empiece a salir, a más de quince años de su muerte, del ostracismo en que estaba en España (también, en todos lados se cuecen habas, en América latina donde no lo conoce ni Dios. Supongo que la frase le habría gustado). Pero ¿de veras es mejor la de José Manuel Pabón que la de Rubén Bonifaz Nuño? ¿Y la de Martínez de Merlo es mejor que la de Jorge Aulicino?

Tres clásicos históricos escritos en verso, pero solo uno más de los libros incluidos es de poesía: Amor, duelo, contradicciones, de Erich Fried, traducción de Jorge Riechmann. Vamos, no ponen ninguna, y desde hace unas dos décadas abundan las buenas, de William Shakespeare, porque no habrían tenido más remedio que poner la de Hamlet de Tomás Segovia, escritor que les incomoda, en parte por su transtierro, en parte por su mexicanidad, fruto de ese trastierro, y en parte por su excentricidad, fruto de ambas cosas. Vaya y pase. Después mencionan la traducción de Madame BovarySeñora Bovary! Que genialidad). ¿De veras piensan que la de María Teresa Gallego es mejor que la de Jorge Fondebrider? Si es así, es evidente que los españoles no saben español o no saben leer, o ambas cosas.

Incluyen, yo creo que por méritos propios, la versión de Francesc Roca de la Lolita de Vladimir Navokov, pero, ¿es más canónica como traducción que la de Raúl Ortiz y Ortiz de Bajo el volcán, verdadero desafío formal para su traslación al español? ¿O lo que se juzga es el libro original y no su traducción? En los dos casos, grave error. Pero como el batiburrillo de libros que enlistan no parece regirse por un canon, ni por una dificultad de la traducción, ni tampoco por su rareza y su independencia, el lector del listado se queda sin entender nada. No basta decir, como acostumbran a hacer los españoles, con orgullosa cerrilidad, “hagan ustedes la suya”, porque ni el canon, ni la traducción, ni la literatura –incluso ni los países, salvo que terminen adoptando la actitud de Trump– funcionan así. Esa actitud es la que ha traído que en España se hagan las peores traducciones de nuestra lengua y que los latinoamericanos tengan que limpiar muchas veces el desastre. Pero –piensan los señores de la ACETT– no los elogies que vienen y nos quitan el trabajo.

Habría sido más coherente y cierto hacer un listado canónico con puras traducciones latinoamericanas. Se les olvida, por ejemplo, en el caso de México la labor extraordinaria que hizo y hace el Fondo de Cultura Económica, con importante ayuda de esos exiliados de la República que la cultura española quiere olvidar (recomiendo leer el libro de Javier Garciadiego El Fondo, La Casa y la introducción del pensamiento moderno en México, muy informativo de esa gestión traductora realizada en México. Y ejemplos semejantes se pueden encontrar en Argentina, Colombia y otros países de habla española.

Hay que recordarles también que la generación de traductores nacidos en los 40 y 50 en nuestro continente tiene una enorme calidad, tanto que a pesar de esa mirada despreciativa sobre los traductores fuereños en España, algunos como Selma Ancira, Fabio Morabito y José Luis Rivas, Juan Villoro Francisco Segovia han roto el bloqueo, y que el trabajo aquí de Juan Tovar, Eliza Ramírez, Jeannette L. Clariond,  Marco Antonio Campos, Rafael Vargas, Pedro Serrano, Pura López Colomé o  José Javier Villarreal, o más jóvenes como Gabriel Bernal,  es extraordinario, y en la misma línea cualitativa que lo que han hecho anteriormente Antonio Alatorre, Guillermo Fernández, Gerardo Deniz, Sergio Pitol, Francisco Cervantes y Ulalume González de León.

La lista mencionada, además de ser de una desvergüenza rampante y una deshonestidad evidente parece hecha por alguien –persona o ente– que mezcla lo que sea, clásicos con novelas policiacas, escritores que son ya, en el buen sentido, un lugar común, y otros que son muy poco conocidos y –eso sí– los menos franceses posibles, no vayan a decir que somos afrancesados. San Jerónimo, apiádate de tus fieles, pues la política imperialista de ese país que quiere recuperar su actitud de imperio aunque por dentro se esté desgajando, es una estrategia muy bien montada, incluida la certificación del “español correcto”.

La nota introductoria señala que es una elección de la asociación, es decir, colectiva, pero no se explica cuál fue el mecanismo de elección, y además se habla de una supuesta polémica sobre si una autora debe ser traducida por una mujer o un autor por un hombre ¿a quién se le ocurre tamaño dislate? Como suele ocurrir los gobiernos de los países latinoamericanos suelen mirar para otro lado en cuestiones culturales, pero nunca sabemos para dónde miran porque en realidad están ciegos y dejan hacer a los tuertos, por lo tanto no promueven los derechos del traductor ni su importancia para un desarrollo social, científico y económico. La consecuencia es que la industria editorial española busca imponer la mala calidad de sus traducciones por puritita prepotencia.