jueves, 6 de julio de 2023

Los problemas de traducir un título

  


Julia Garzón Funes es, además de escritora y poeta, traductora e intérprete de conferencias de temas jurídicos,. ex-profesora titular (i) de las Cátedras de Lengua Inglesa I, III y IV, de la Carrera de Traductor Público, Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires. Ha tenido la amabilidad de hacernos llegar el siguiente artículo sobre la traducción del título de un libro inexplicablemente muy vendido. La bajada podría perfectamente ser ésta: “Una sola palabra con tantos significados: denotación y connotación, es decir tanto con tan poco”.

Prince Harrys SPARE : Magnífico Título

Para no transcribir todos los datos del diccionario ni aburrir con la cita exacta y la traducción de todos los significados que tiene esta sola palabra, diremos que encierra muchas cosas, como por ejemplo, salvar a alguien, evitar que lo maten o hieran, o que lo perturben mentalmente. También significa estar acostumbrado a prescindir de cosas, a separarse de alguien o algo, estar castigado, estar libre de sus obligaciones. Otro sentido es ser apartado, mantener a alguien en reserva, considerarlo  superfluo o descartable. Es una forma de decir “no me molesten o “jenme tranquilo”. Agregamos que, en Inglaterra, es estar enojado.

Más o menos esto es todo lo que dice mi Webster’s Dictionary Unabridged, un diccionario muy completo (1).

Ahora veamos: los pelirrojos son jinxed en Inglaterra, o sea mufa. En la Roma antigua se arrojaba a los pelirrojos recién nacidos, de la roca Tarpeya, porque se los consideraba portadores de mala suerte. Parece que todo esto estaba relacionado con los femenos atmosféricos, que tían los cielos de variaciones de color sangre. Obviamente, esas explosiones celestiales todaa no eran entendidas y, además, no contaban con la protección del pararrayos, inventado por Franklin. La persecución de los colorados era común en la época medieval. Cualquiera que fuera pelirrojo o tuviera ojos verdes era apartado como si fuese un vampiro, o el lobizón, y en el caso de que fueran mujeres eran consideradas brujas.

Entonces, volviendo a Inglaterra: el Príncipe Harry es pelirrojo y se ca con una mulata. Esto creo que es, probablemente, imposible de tolerar para la rancia nobleza inglesa. Su padre Charles, no es pelirrojo, su madre Diana tampoco, su hermano William tampoco. No hay pelirrojos en la familia Windsor, salvo la Reina Isabel I, pero era Tudor y hace muchísimos años.

El padre de Harry, actual rey de Inglaterra, Charles III, lo llamaba a su segundo hijo spare- heir, o sea algo a como el heredero descartable o el heredero que sobra. Es obvio que Harry está muy lejos en la línea de sucesión al trono, debido a que a su padre, ahora rey, lo sigue su hermano William y William tiene dos  hijos varones y una hija mujer. Punto. No tiene ninguna posibilidad salvo que, como spare-wheel o rueda de auxilio, se pinchen todos los anteriores con derecho acceder al trono de Inglaterra y pueda acceder él, como repuesto o rey puesto. Esta hipótesis es prácticamente imposible.

Es gico que Harry se sienta spare, es decir, abandonado, descartado, maltratado, superfluo, evitable etc.; no sólo porque se lo decía claramente su padre (heredero descartable), sino porque tampoco se parecía mucho a él, ni a su hermano

¿Ahora, cómo traducir esta poderosa palabra que titula el libro de Harry?

Me parece que la mejor aproximación es no traducirla, porque estimo que su traducción resulta, a mi ver, imposible. Sería mejor, buscar una palabra apropiada y con impacto. Lamentablemente, no me parece muy ajustado el título que le han puesto a la versión traducida al español que ha salido a la venta en Argentina.

Ponerle de título En la sombra” corta, como con un bisturí, todas las gicas denotaciones y connotaciones de la palabra spare. ¿Qué significa, en inglés, en la sombra in the shade o in the shadow? ¿Está debajo de una sombrilla, cubriéndose del calor del sol o está tapado por la sombra de otro o está escondido? No lo veo a Harry sintiendo self-pity, o sea teniéndose lástima de mismo. Más bien lo veo tratando de romper todo, aunque quizás me equivoque. Pero pienso que mejor sería que le hubieran puesto otro título,  al libro en español, porque, repito, no me parece efectiva una traducción que, en este caso, y como dije, parece imposible. Pienso que lo mejor es buscar otro título que tenga impacto. Por ejemplo, mejor que el título En la sombra” sería  En las sombras” siendo que esta segunda versión no da idea de estar al resguardo del sol; por el contrario, lo hace ver como si él estuviera escondido, en las sombras, tramando algo. 

De todas maneras, como no quiero hacer solamente una crítica del título elegido por el traductor y la editorial española, prefiero compartir el título que yo le hubiera puesto, como reflexión sobre  las dificultades de la traducción y de la elección de títulos. Yo le hubiera puesto EXTRA como tulo en castellano. Obviamente, esta palabra no se ajustagicamente a todos los significados prolíficos de la palabra spare, pero lo que tiene de bueno es que es una sola palabra, que también significa descartable, de repuesto, algo o alguien que sobra o de segunda clase, como entre los actores de cine, el protagonista y los extras.  Tiene sonidos fuertes como la “te” plosiva combinada con la “ere”. En mi opinión es una palabra que atrapa, como el título SPARE palabra fuerte en sonido y significado. También “extra” agrega la ventaja de ser una palabra que existe en el idioma ings. Además, tiene la connotación de la frase extra, extra, read all about it que vociferaban los vendedores de diarios para informar sobre las últimas noticias y, como en este caso, la noticia s conmocionante.

Es de hacer notar que, el ghost-writer o escritor fantasma, J.R. Moehringer, que compartió con Harry la redacción del libro, también escribió la biografía de Andre Agassi que titu OPEN. Una sola y gica palabra para definir a un campeón de tenis. Con esa letra y sonido de pe explosiva y con la fuerza de cada vertiginoso raquetazo contra la pelota amarilla, que suena pack- pock, pack-pock, rítmicamente, en un silencio de cristal que quiebra un tanto con el sonido aplaudidor de voces que suenan como un chaparrón de verano. Y esa palabra open no fue cambiada; se utilizó la palabra en inglés en la edición en español. En realidad, esa elección fue más fácil porque, quizás, todos los hispanohablantes sabemos qué es una Open Tennis Championship, o el Miami Open o un Campeonato Abierto de Tenis. Ades, la palabra open la vemos, por ejemplo, en la puerta de los negocios, cuando están atendiendo, entre otros lugares y cosas. Pero spare  resulta ser una palabra misteriosa para quien no sabe mucho inglés. Quizás, en otra oportunidad, encontremos una palabra en nuestra lengua para reemplazar a OPEN, como título, porque ABIERTO me parece muy débil. Quizás por todas estas disquisiciones dejaron la palabra en inglés.

Conclusión, mi opinión es que hubiera sido mejor que el título del  libro SPARE, en el castellano de Buenos Aires, en el que hablo y escribo, fuera “EXTRA”. Aunque siempre puede ser que a alguien se le ocurra un título mejor.


(1) Según el Websters New Twentieth Century Dictionary of the  Englilsh Langua¸Unabridged; Second Edition; The World Publishing Company Revised by Jean L. McKenchnie; 1968, pages

1738; 1739.

miércoles, 5 de julio de 2023

Un excelente homenaje a Luis Chitarroni

"Crítico puntilloso, editor de finísimo olfato, ensayista poliédrico, antologista esquivo al lugar común, conferencista arborescente y autor de particulares (y muy pocas) ficciones, el escritor argentino Luis Chitarroni, fallecido en mayo, fue antes que nada un muy atento lector." Tal es la bajada del artículo publicado el día de ayer por la página de la librería Escaramuza, de Montevideo, con firma de un muy talentoso Martín Bentancor.

Luis Chitarroni, lector de policiales

La madre de Luis Chitarroni le regaló para un Día de Reyes en su infancia, que ya estaba de salida, un ejemplar de Mediodía de espectros, del prolífico escritor estadounidense John Dickson Carr. Se trataba del número 237 de la colección El Séptimo Círculo, una novela originalmente titulada The Ghost’s High Noon, traducida al español por Manuel Barberá. El joven emprendió la lectura en una finca de Adrogué, entre casuarinas y ligustros, muy cerca de un tanque australiano que dos por tres lo obligaba a levantar la vista para atender la belleza de las piernas femeninas que se sumergían en el agua. La novela —y acá se puede coincidir a pleno con Chitarroni— no es gran cosa; se trata de una de las obras tardías de Dickson Carr, escrita cuando ya había frecuentado varios seudónimos, y pierde por goleada, por ejemplo, si se la compara con El crimen de las figuras de cera (The Waxworks Murder en el original, traducida por Estela Canto también para El Séptimo Circulo y escrita cuarenta años antes).

Algo ocurrió, sin embargo, aquella tarde de verano en la que el joven leyó de un tirón Mediodía de espectros. Chitarroni contaría luego que aquella fue la primera lectura que emprendió con un sentido técnico, que trascendiera la peripecia, el mero argumento, pues el volumen de El Séptimo Circulo incluía varias notas del traductor al pie, fenómeno en el que el joven lector no había reparado en sus lecturas previas. Aquellas notas, algunas pertinentes, otras completamente inútiles, releídas en el patio arbolado como unidades de sentido en sí mismas, marcaron el nacimiento de Luis Chitarroni como editor y también como escritor.

Al influjo de Mediodía de espectros, en su primer año de Secundaria el adolescente escribió una novela policial, aparentemente desaparecida y de la que el propio Chitarroni olvidaría luego el título, en la que el único elemento rescatable, con el que pretendía separarse de otros libros del género leídos en aquel tiempo, lo constituía el hecho de que el detective protagonista era «medio tarado» y siempre zafaba de los problemas en los que se metía con el auxilio de una misteriosa mujer. La fuerza marcadora de aquel libro de Dickson Carr leído en Adrogué siguió reverberando en la escritura de Chitarroni con el paso del tiempo: en un pasaje de su novela El carapálida (1997), Marcelo Morgado, el director del colegio donde transcurre la acción, revisa los libros que los padres de un alumno muerto le han donado a la institución («El carapálida había sido un lector precoz y había leído de todo un poco sin saber nada. La biblioteca de una escuela de barrio es un motivo de orgullo y una ilusión, rara vez una cosa real»), encontrándose ante una suma heteróclita volúmenes que puede leerse como un palimpsesto de lector. Y allí, entre El corsario negro, Las águilas de la estepa, Los 500 millones de la Begum, Las tribulaciones de un chino en China, Martin Eden y Los apaches, aparece un ejemplar de Mediodía de espectros.

En una entrega de la Audiovideoteca de Escritores de Buenos Aires, allá por el año 2008, Luis Chitarroni abrió las puertas de su frondosa biblioteca y, a instancias de la consigna del programa, eligió un puñado de libros que lo habían marcado de alguna forma. Entre una vieja edición de Don Quijote de la Mancha, un volumen de Borges bastante descuajeringado, el Tratado de la argumentación, de Chaïm Perelman («lo leo como un libro de ficción; en este caso, la Retórica y la Argumentación se convierten en personajes de una novela policial»), En los confines de las tinieblas. Los locos literarios, de Raymond Queneau, Pálido fuego, de Vladimir Nabokov («el libro mejor hecho de todos los tiempos”), Selected Poems, de W. H. Auden, Personae, de Ezra Pound, y El pie de la letra, de Jaime Gil de Biedma, exhibe una novela policial: Cork on the Water, del escritor inglés Macdonald Hastings. Se trata, sin dudas, del volumen más disonante en el conjunto de libros elegidos, no necesariamente por el valor literario en sí —Montague Cork, el protagonista de Cork on the Water, es un investigador de seguros que emprende acá su primera aventura, a la que le seguirían otras cuatro entregas (Cork in Bottle, Cork and the Serpent, Cork in the Doghouse y Cork on Location)— sino por el hecho de ser el que más se vincula a su propia práctica en la escritura: «Es una novela a la que vuelvo siempre porque encuentro en ella recursos que me alivian y me protegen cuando estoy escribiendo». Cuáles fueron los recursos de los que se valió Macdonald Hastings en Cork on the Water y que tanto aliviaban y protegían a Luis Chitarroni en su escritura nunca lo sabremos —una pesquisa digital me informa que ninguno de los libros de la serie fue traducido al español, aunque el primero, justamente, ha sido copiosamente reeditado en su idioma—, o quizás se puedan atisbar en una eventual lectura entrelineas.

Aquel joven que leyó de un tirón una mediocre novela policial en una finca arbolada de Adrogué, a inicios de la década del setenta, se convirtió con los años en uno de los editores más prestigiosos en lengua española. En un momento de la presentación de la reedición de su novela Peripecias del no, el año pasado, en referencia a su vinculación con la editorial Sudamericana, Chitarroni expresó que si se ve la salida de cualquier libro al mercado como una novela policial, el principal sospechoso de todos los crímenes asociados a aquel, desde las erratas al propio valor de la obra, siempre es el editor. Pero si se expande el símil sin escaparse de las fronteras del género, un buen editor será siempre, por sobre todas las cosas, el detective de la historia. No puede contemplarse de otra forma la labor editorial de Luis Chitarroni —sus veintiséis años en Sudamericana primero, donde comenzó como asesor literario; sus diecisiete años en La Bestia Equilátera, que cofundara, luego— como la de un detective atento y riguroso que leyó indicios, recogió pistas, entrevistó testigos y elaboró, pacientemente, con entrega y atención a cada detalle, un sólido dossier a modo de catálogo. Aquellas notas al pie en un libro de El Séptimo Círculo, finalmente, revelaron su importancia.

martes, 4 de julio de 2023

"La traducción está más estrechamente relacionada con la creación de poesía"



El siguiente artículo, firmado por Nadia Khomami, fue publicado ayer por el influyente diario británico The Guardian. Allí se retoman varios temas que frecuentemente fueron tratados en este blog: la indiferencia de los editores y periodistas por consignar debidamente el nombre de los traductores en libros y artículos, las luchas que se están desarrollando en el mundo anglosajón para que el nombre del traductor conste en la portada de los libros y, más recientemente, la invisibilización a la que el British Museum sometió a la traductora Yilin Wang (cfr. entrada del 20 de junio de este año).

“La traducción es un arte”: por qué los traductores luchan por el reconocimiento

A menudo, en el proceso artístico y literario, se los ha pasado por alto, pero, durante mucho tiempo, los traductores han afirmado que tienen el poder de cambiarlo todo.

Hay historias de mitos que nacen, de sociedades que se forjan y de ciudades que se destruyen con un simple desliz de la pluma, como el supuesto error de traducción que aparentemente llevó a los EE. UU. a decidirse lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima, o la especulación sobre la vida en Marte espués de una mala traducción de un astrónomo italiano.

“[En el mundo literario] hay estudios completos dedicados a destrozar las muchas traducciones que Constance Garnett hizo de Dostoievski, Chejov, Tolstoi y Gogol, o las traducciones firmadas por Helen Lowe-Porter de Thomas Mann”, dijo Richard Mansell, profesor titular de traducción de la Universidad Exeter.

“Pero también hay muchos ejemplos en los que ganamos a través de la traducción. ¿Tendríamos la misma y rica historia de la forma del soneto en inglés sin las primeras traducciones de Petrarca? ¿O qué hay de los cientos de expresiones en inglés que se derivan de la versión de la Biblia del King James?”

La semana pasada, el trabajo de los traductores estuvo en el centro de atención después de que la escritora Yilin Wang dijera que no recibió ningún crédito o reembolso por sus traducciones de la obra de Qiu Jin en la exposición “China’s Hidden Century” del Museo Británico.

Desde entonces, el museo calificó el hecho como un “error humano involuntario”, eliminó esos segmentos de la muestra y ofreció pagarle a Wang £ 150 por el tiempo que estuvieron expuestos.

Pero a Wang, una traductora, poeta y editora que vive en Vancouver, la disculpa del museo le sonó vacía. Hablando con The Guardian, dijo que sintió la eliminación de sus traducciones como una “represalia” y exigió que el Museo Británico explique su protocolo para buscar permisos de derechos de autor y describa qué salió mal.

“Es realmente importante respetar el trabajo de los traductores, que a menudo son borrados tanto por el mundo editorial como por la academia”, dijo Wang. “Los editores se olvidan de poner el nombre de los traductores en las portadas, los críticos de libros se olvidan de poner el nombre de los traductores, y ahora sucede esto.

Añadió: “La traducción es un arte, y me lleva tanto tiempo traducir un poema como escribir uno original en inglés. Tengo que trabajar mucho para investigar al poeta, la época en la que vive y las formas literarias en las que trabaja, y luego encontrar formas creativas de transmitir el espíritu de su obra en inglés. La poesía clásica china tiene muchos modismos culturales, dicción arcaica y estructuras gramaticales y sintácticas completamente diferentes a las del inglés”.

Esta batalla por el reconocimiento de los traductores se ha estado librando durante mucho tiempo, y la traductora ganadora de Booker, Jennifer Croft, incluso dijo que no traducirá más libros a menos que su nombre esté en la portada. “No solo es una falta de respeto para mí, sino que también es un perjuicio para el lector, que debe saber quién eligió las palabras que va a leer”, dijo.

Ese sentimiento se convirtió en una campaña, lo que llevó a Pan Macmillan a prometer nombrar al traductor en las portadas de los libros.

“Pero todavía queda un largo camino por recorrer”, dijo Mansell. “Por supuesto, los traductores comparten muchas características con otros escritores, pero también hay otras habilidades que los traductores aportan a la tarea”.

Shaun Whiteside, ex presidente del European Council of Literary Translators Associations (Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios), dijo que el incidente con el Museo Británico fue “un terrible ejemplo de que el traductor es pasado por alto, o tratado como una especie de ocurrencia tardía”, lo que empeoró con la eliminación. del trabajo de Wang de la exposición.

“Como sabemos, incluso hoy en día, los traductores a menudo no se mencionan en las reseñas e incluso en los catálogos de las editoriales. Las traducciones no ocurren solas, y los traductores, como cualquier autor, merecen derechos de autor, regalías y el crédito y la remuneración adecuados”.

Rebecca DeWald, copresidenta de la Translators Association (Asociación de Traductores), dijo que abogaron por la visibilidad de los traductores porque “no puedes entender lo que no puedes ver”.

“Si no sabes que un libro ha sido traducido por un ser humano, ni siquiera comenzarás a pensar en qué procesos de pensamiento y cuánto trabajo se necesitó para producir el texto traducido”, dijo.

Según DeWald, el debate sobre la IA en la traducción fue emblemático de este malentendido. “Los idiomas no se relacionan entre sí por equivalencias directas, uno a uno, ni siquiera los más afines, por lo que no se pueden representar simplemente en una tabla de x en este idioma es igual a y en el otro”.

Lo que significa que el traductor siempre necesita activar su habilidad para elaborar textos que el lector quiera leer. “Es un tipo de creatividad diferente a idear la trama de una novela o cuento, que implica la imaginación de inventar mundos que antes no existían. La traducción está más estrechamente relacionada con la creación de poesía, en ese sentido, ya que se ocupa predominantemente del lenguaje mismo”.

Sara Crofts, directora ejecutiva del Institute of Translation and Interpreting (Instituto de Traducción e Interpretación), enfatizó que los traductores desempeñan un papel vital en la construcción de puentes entre naciones y culturas.

“Sin embargo, muy a menudo su trabajo es infravalorado e invisible. La señal de una buena traducción es que el lector ni siquiera se da cuenta de que es una traducción, lo que hace que el trabajo de los traductores, por definición, sea invisible”.

lunes, 3 de julio de 2023

En recuerdo de Ángel Rama

Esto publicó ayer el poeta, ensayista y editor José María Espinasa, recordando al crítico uruguayo Ángel Rama, en La Jornada Semanal, del diario La Jornada, de México.


Ángel Rama y la crítica literaria en América latina

Hace cuarenta años murieron en un accidente aéreo Jorge Ibargüengoitia, Marta Traba y Ángel Rama. Ya no recuerdo si el avión aterrizaba o despegaba de Madrid, recuerdo en cambio el alto número de muertos y el golpe que provocó en la literatura latinoamericana el deceso de tres figuras prominentes en plena madurez creativa. Hoy, gracias a la amabilidad de Cata Pereda, tengo entre mis manos el grueso volumen, Ángel Rama, una vida en cartas (correspondencia 1944-1983), publicado en Uruguay y que difícilmente circulará en nuestras librerías. Ángel Rama es una figura imprescindible de la segunda mitad del siglo XX en lengua española, al menos por tres razones: su labor crítica, su labor editorial y su posición política. El libro se volverá de inmediato la llave para tratar de entender ese período tan conflictivo entre el triunfo de la Revolución en Cuba y la caída del Muro de Berlín, unos treinta años después.

Nacido en 1926, junto a figuras como Rafael Gutiérrez Girardot y Tomás Segovia, Noé Jitrik y Saúl Yurkievich, Carlos Fuentes, Guillermo Sucre, José Miguel Oviedo y Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama formó una generación de ensayistas paralela a la del boom narrativo y tan importante como ella, o más, en el proceso de reconocimiento de nuestra identidad literaria. Entre los críticos, como entre los novelistas y los poetas, hubo tanto cercanía, e incluso hermandad, como polémicas y distanciamientos radicales, muchos de ellos en el horizonte de la Revolución cubana, con y contra la cual se definieron no sólo posiciones ideológicas, sino éticas y estéticas. También itinerarios vitales, en los que predominó esa condición endémica del escritor latinoamericano, el exilio. Rama tuvo un papel protagónico en la revista Marcha; desde su responsabilidad en la sección de cultura, sufrió el exilio por razones políticas y en parte también laborales, primero desde Montevideo en Uruguay en Marcha y luego desde Caracas en Venezuela, donde impulsó la Biblioteca Ayacucho y jugó un rol esencial como crítico y editor. De todo ello da cuenta Una vida en cartas.

Las cartas, me temo, son hoy un género en desuso, son pocos los que escriben por correo electrónico sin que tengan ellos (y nosotros, los lectores) la sensación de una escritura más que efímera, volátil. Rama no conoció el universo digital e hizo de la correspondencia en papel un vasto sistema de vasos comunicantes entre los que vivían esa aventura de la construcción de una cultura hispanoamericana, contemporánea de todos los hombres. ¿Cómo leer un libro así? Por las características del volumen sólo están las cartas de él y habrá que esperar que vayan apareciendo las respuestas de sus corresponsales en futuros libros e investigaciones. Se me ocurre empezar por una imagen un poco rudimentaria pero que espero descriptiva: el queso gruyere. Es un queso con muchos agujeros que también forman parte del queso en cuestión; se diría que esos pedazos de aire también tienen sabor. Eso pasa con la ausencia de las respuestas. El mosaico de interlocutores sirve para mostrar la amplitud y diversidad de intereses tanto de Rama como de la época. Están sus compañeros de generación en Uruguay, luego sus corresponsales en Marcha, luego su labor compleja en la Biblioteca Ayacucho, para compaginar rigor académico y gracia ensayística al diseñar un catálogo. Luego, y no de menos importancia, el intento por mantener una posición de izquierda sin incurrir en dogmatismos.

Por lo dicho se puede deducir que Rama, como su generación, fue el pináculo de una cultura que se apoyaba en la circulación de ideas a través de las revistas en papel. En el abanico que va de Libre a Mundo Nuevo, los años sesenta fueron un período de extraordinaria diversidad en las revistas, hoy un universo poco comprensible para los escritores jóvenes que no vivieron la influencia de ese momento.

Las cartas, además, tienen ciertas ventajas al combinar tanto el asunto laboral como el amistoso, cuando éste se da. Es curioso, por ejemplo observar cómo se queja de la poca puntualidad de los mexicanos, al no entregar prólogos o textos –por ejemplo, Tomás Segovia sobre Ramón López Velarde o Carlos Monsiváis sobre los narradores de la Revolución o sobre Contemporáneos.

Pienso que en esa generación crítica, tan preocupada por la modernidad, la piedra de apoyo fue Alfonso Reyes. Parece extraño decirlo, pues nuestra imagen suele ser la de un clasicismo inherente en la escritura del regiomontano, pero no hay que olvidar su actividad y confianza en la labor editorial, de la fundación del Fondo de Cultura Económica a la dilatada vida del Correo de Monterrey. Los críticos sabeen, algunos conscientemente como Rama, otros de forma intuitiva, que su trabajo es el que permite más que conocer, reconocer al texto literario y al rostro que da forma. Vuelvo a la imagen del queso gruyere: los proyectos realizados son tan importantes y significativos como los no realizados, al observarse de forma retrospectiva. Rama tenía muy claro que la literatura no podía ser aséptica a sus circunstancias y se abocó a esa tarea sin dejar de percibir los peligros de la ideologización y las tendencias dogmáticas tanto de la izquierda como de la derecha. Por razones naturales empecé picoteando aquí y allá las cartas, en especial las que involucraban a mexicanos (no son las predominantes), pero luego empecé a leerlas en forma cronológica y he de reconocer que los huecos –las cartas de respuesta– no impiden la continuidad. El libro será oro molido para los historiadores e interesados en el período, y debería ser lectura obligatoria de los editores, así sean virtuales. En todo caso sirva esta nota para recordar a Ángel Rama.