jueves, 10 de noviembre de 2011

Estos tipos se acuerdan del libre mercado cuando les conviene

El blog español @ntinomiaslibro (para más datos ver aquí) "es un blog profesional que a través de entradas periódicas analiza y reflexiona sobre el sector del libro". Cuando uno busca en el rubro autores se topa únicamente con Manuel Gil (foto), un "licenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, Master en Dirección Comercial y Marketing por el Instituto de Empresa y miembro de la primera promoción del Programa Avanzado de Dirección de Empresas Editoriales del Instituto de Empresa". La información continúa diciendo que "Tras más de 30 años de experiencia profesional en importantes empresas del sector del libro –Cadena de Librerías 4Caminos, Paradox, Marcial Pons– en la actualidad compagina su labor como Director Comercial de una importante editorial con tareas de consultoría y docencia en el sector del libro". Hasta aquí, más bien nada que lo despeine a uno. Pero cuando uno lee entradas como la que siguen –y que a falta de firma habrá que atribuírsela al Manolo en cuestión– se da perfecta cuenta con el tipo de individuos con los que hay que lidiar en el mundo del libro.

Respecto del artículo, hay unas cuentas cosas para decir.
En primer lugar, estos tipos se acuerdan del libre comercio cuando les conviene, porque a la vez que lo reclaman, le piden a la administración de su país que intervenga en su favor cuando otros países defienden sus propios intereses como corresponde. Eso, en castellano, se llama incoherencia.
En segundo lugar, ahora, no poder vender el remanente de lo que no se vende en España a tres veces su valor de origen en la Argentina se presenta como un "problema político" que el gobierno español debería tratar en las cumbres hispanoamericanas. ¿Es chiste? ¿El coso éste nos toma por boludos?
En tercer lugar, ¿no es curioso que los comerciantes y mercaderes se acuerden de la cultura cuando no les cierran las cuentas?
Por último, todos esos libros retenidos en la aduana, ¿están traducidos según la forma en que se usa el castellano en la Argentina? Lo pregunto porque los libros traducidos en la Argentina tienen muchísimas dificultades para venderse en España por aquello de "las malas traducciones sudamericanas". Y de paso, ¿no será hora de que alguien les vaya diciendo a los agentes y a los editores extranjeros no españoles que es mejor vender los derechos regionalmente y no para toda la lengua? Porque la tan mentada "competitividad" no se puede ejercer cuando existe un comportamiento monopólico referido a las compras de derechos. ¿O es una forma del libre mercado propio de la Península Ibérica?
Ya sé que son muchas preguntas, pero téngase en cuenta que estoy lidiando con un psicólogo especializado en marketing que habla sobre el mundo del libro, lo cual me obliga a pensar en términos a los que no estoy acostumbrado.

Proteccionismo del libro y daños colaterales

Tras un par de meses de incertidumbre en el que los libros españoles han estado parados en las aduanas de Argentina llega este acuerdo que, en vez de arreglar el problema, pone a la industria editorial española en un brete. La idea es la de favorecer a su industria gráfica nacional estableciendo cupos de importación-exportación, de manera que cada empresa debe exportar un monto equivalente a lo que importa, y si la cifra se vence por el lado de lo que importa el diferencial debe ser ingresado a la hacienda pública (desconozco si como porcentaje o en su totalidad). La opacidad que ha habido con este tema me impide tener una información precisa sobre el asunto. Es una medida obviamente proteccionista que, aún sin compartirla, es legítima.

El problema es que la industria gráfica argentina no es demasiado competitiva, se habla de porcentajes del 25% en costes superiores a la producción en España. El problema surge cuando observas que no queda claro qué papel está desarrollando la administración estatal española sobre un problema de esta envergadura, es decir, el Ministerio y la Dirección General del Libro, a los que se supone preocupados por el tema y con una actividad frenética en apoyo de la industria editorial española. Llevo años escuchando el tema de la «libre circulación del libro en América», pues bien, esto es un batacazo de grandes proporciones, pues si ya teníamos dificultades en Venezuela ahora surge Argentina. ¿De qué leches se habla en las cumbres Hispanoamericanas? ¿Se presiona a favor de la libre circulación de las industrias culturales en Hispanoamérica?

A todo esto, no he visto nada reflejado en prensa, lo que me viene a confirmar el bajo poder mediático que la industria editorial tiene, a pesar de representar un porcentaje muy alto en el PIB de las industrias culturales. No puedo entender que en los medios impresos y televisivos no se cubra esta noticia, que sólo he visto en blogs del sector. A mi modo de ver el Ministerio de Cultura debería explicar qué se está haciendo desde esas instancias sobre este tema, si es que se está haciendo algo. El problema es grave, muy grave. En el caso de las exportaciones a Argentina estábamos ante un proceso de recuperación muy interesante, acercándonos lentamente a las cifras que tenía ese país antes del «corralito», y esta situación pone a muchas editoriales en una situación muy complicada. Ante la caída lenta pero continuada del comercio interior, muchas editoriales estaban haciendo de la exportación una actividad prioritaria, y esto supone un frenazo brutal y un recorte radical de sus expectativas.

El acuerdo (que reproduzco recogido de este enlace) no explica la política de cupos import-export ni si se establecerá por editoriales o por distribuidores, pero lo que si queda claro es el intento de favorecer su industria gráfica nacional y elevar las exportaciones para equilibrar una negativa balanza comercial en torno al libro. Insisto, en un mundo globalizado la medida es difícil de entender, y en vez de buscar la competitividad de una industria lo que se hace es puro proteccionismo. En cualquier caso se trata de una situación que es un problema político, y son las administraciones las que deben abordar las soluciones. La complicidad entre editores, y no la competencia, debe conllevar una presión sobre sus gremios e instituciones nacionales que favorezcan una pronta resolución del problema. Si este tema se enquista en el tiempo a muchas editoriales les pasará factura y las pondrá al borde del abismo.
Acta acuerdo entre el Poder Ejecutivo Nacional y la Cámara Argentina de Publicaciones
En el día de la fecha se realizó en la Secretaría de Comercio de la Nación, la firma del Acta Acuerdo, entre el Poder Ejecutivo y la Cámara Argentina de Publicaciones, para lograr establecer un equilibrio entre las importaciones y exportaciones desde el corriente mes de octubre del 2011 al mes de septiembre del año 2012.
El Acta fue firmada por la Ministra de Industria de la Nación Lic. Débora Georgi, el Secretario de Comercio Lic. Guillermo Moreno, el Secretario de Cultura Sr. Jorge Coscia y el Presidente de la Cámara Argentina de Publicaciones Sr. Héctor Di Marco.
Las editoriales y distribuidoras agrupadas en la Cámara Argentina de Publicaciones, se comprometen en dicho plazo a incrementar la impresión de libros en nuestro país y a la vez tratar de aumentar las exportaciones.
El Lic. Guillermo Moreno se comprometió a liberar en las próximas 48 horas, el material que se encuentra retenido en las aduanas, perteneciente a las editoriales que se sumaron al acuerdo firmado por la Cámara.
Un comentario dejado por un lector del blog @ntinomiaslibro :
Meidele dice:
No veo por qué la Argentina debería preocuparse por la industria editorial española, del mismo modo que no veo por qué los españoles usan como argumento el estado de nuestra industria gráfica.
La decisión argentina es proteccionista, sí, y en buena hora, y los españoles deberían recuperar políticas de este tenor antes de criticar las que se están llevando a cabo en América (que no es Estados Unidos).
Volviendo a lo estrictamente editorial, resulta bastante enojoso que lo que leeremos los argentinos se decida en España. Por mi parte, como dije, bienvenida una medida proteccionista como ésta. Con seguridad, la política de reindustrialización de nuestro país alcanzará a las imprentas y estas podrán ponerse al día.
Cabe aclarar que las editoriales que no están conformes con esta medida son, casualmente, las trasnacionales, que poco aportan a nuestro país y ni siquiera dejan aquí sus ganancias.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿Los editores españoles han ajustado al máximo sus gastos de edición para conseguir precios muy inferiores a los de España? Contate otro que ese ya lo sabemos

La noticia proviene de Cuarto Poder (ver), un medio español nuevo, y fue publicada el 3 de noviembre pasado sin firma. Y si bien es más de lo mismo, los matices son algo distintos y el grado de crispación general está atenuado. Dicho de otro modo, alguien en España quiere entender.

Argentina no quiere libros españoles

Según parece, la noticia de que el gobierno argentino había desbloqueado la traba que retenía, desde mediados de septiembre, cerca de un millón de libros procedentes de España, Uruguay, Chile y China, a las puertas de la aduana, no está del todo confirmada. El Gremio de Editores Españoles andan de cabeza estos días tratando de resolver los problemas creados por la decisión de la presidenta Cristina Fernández de prohibir la entrada de libros en el país, entre ellos, un buen porcentaje de libros de editoriales españolas, sin que, hasta la fecha, se haya dado explicación alguna.

Que las editoriales españolas no puedan vender sus libros en Argentina no es pecata minuta dado que se trata del país americano más lector. Una sociedad culta y con una curiosidad despierta: hay que considerar que son los argentinos quienes más entran a consultar el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española), por ejemplo, por encima de los españoles.

También hay que tener en cuenta el esfuerzo de la mayoría de editores españoles que han ajustado al máximo sus gastos de edición para conseguir unos precios muy inferiores a los que lucen en España sus mismos libros, por razones obvias. A favor de los argentinos está su ley de Fomento del Libro y la Lectura, que establece que la importación de libros y complementos esté exenta de impuestos. Tampoco se aplica impuesto de valor añadido sobre los libros. Interesante ejemplo, me parece.

¿Qué hay detrás de esto? Pues parece claro, sobre todo después de las palabras de la presidenta argentina en la inauguración del Museo del Libro y la Lengua en la que Cristina Fernández aludió a la “agresión cultural de todo tipo” que ha sufrido su país. Con todo el derecho del mundo, Argentina quiere proteger su producción cultural, editar sus propios libros y no que se los lleven de fuera. La duda es si puede la industria editorial argentina, tal como se encuentra ahora, acometer el desafío, aunque se trata de un país pujante que no está sometido a las presiones a las que está sometida España, sin ir más lejos.

Para Anselmo Morvillo, presidente de la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (FAIGA) no hay duda de que sí pueden los argentinos producir el cien por cien de sus libros. Pero la hasta ahora ministra de Industria, Débora Giorgi, puede que no lo tenga tan claro. Desde luego, fuentes argentinas solventes lo que aseguran es que las imprentas están ya a tope de trabajo y no admiten un folio más.

En la década de los 90, se privatizó en Argentina todo lo privatizable, se cerraron fábricas y se abrieron las puertas a la importación de cualquier cosa, de modo que en la crisis del llamado corralito, en que el país se declaró insolvente para pagar la deuda externa, la producción argentina estaba casi paralizada. Lo que no significa que el país no pueda empujar –como de hecho está haciendo- hacia la solución de ese estado de cosas. Argentina es uno de los países iberoamericanos que más rápidamente está creciendo.

Volviendo a lo que decíamos al principio, la cosa es que las autoridades argentinas -no al máximo nivel, por cierto, sino  más bien lo que viene a llamarse “propios”–  no quieren que se filtre ningún intríngulis de toda esta ensalada de prohibiciones y levantamientos de prohibiciones y llevan con gran sigilo las negociaciones y las preparaciones de decretos o proyectos de ley que acaben con esta propensión a importar libros. Y no sólo libros, porque se sabe que el afán proteccionista argentino incluye otros productos que también están teniendo problemas por estas inesperadas medidas aparentemente improvisadas.

Parece que el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, ha pedido a las partes contendientes que se porten bien –literal- y se estén calladitos y no hablen con la prensa. De ahí que, a pesar de los esfuerzos de El Paísevidentemente interesado en denunciar la situación, ya que PRISA está muy introducida en el país del Plata- la información no fluya y prevalezca el secretismo.

Que el gobierno argentino busque protección para sus productos y trate de evitar importaciones me parece una medida que podrían imitar los responsables españoles, a la vista de lo bien que nos ha ido la compra masiva de productos alemanes, por ejemplo, con dinero alemán prestado que ahora no tenemos con qué devolver. De modo que ninguna objeción al respecto. Ahora bien, que –como dice Clarín- los ejecutivos de las editoriales hayan tenido que rastrear despacho oficial por despacho oficial en busca de algún responsable con quien hablar para ver de solucionar el problema, eso ya tiene más guasa. Las cosas de palacio, ya se sabe.

martes, 8 de noviembre de 2011

Eso, ¿por qué?

Eduardo Iglesias Brickles es un artista plástico argentino –una de sus obras ilustra esta entrada; el resto puede verse aquí– que, a diferencia de muchos de sus contemporáneas, suelen poner el dedo en la llaga preguntándose públicamente cuestiones que nadie parece demasiado interesado en responder. La siguiente columna, que publicó en Ñ el sábado 29 de octubre, podría leerse más allá del contexto de la plástica, reemplazando la figura del curador por la del editor y la del crítico de arte por la del crítico literario, para llegar casi a las mismas conclusiones. Luego, en cierto modo la reflexión aquí presente entra en sintonía con la columna de David Paradela López, publicada en este blog el día de ayer.

¿Por qué no hay malos artistas?

Antes había artistas buenos y artistas malos, así de sencillo era. Ahora, en cambio, hay artistas buenos y artistas contemporáneos. Es simple: ya no hay malos artistas, si no te gustan es porque “no entendés”, o porque te quedaste en “el pasado”.

Joseph Beuys enseñó que pelar una cebolla puede ser una acción artística, con ello habilitó que cualquier acción puede ser arte. Por eso, hoy, todos somos artistas. Y gracias al reciclaje contemporáneo del ready-made de Marcel Duchamp, lo que designemos como arte será arte.

Es indispensable que otros crean que el arte es arte y estén dispuestos a hablar y escribir de él, para que, fatalmente, un tercero lo financie con plena satisfacción. Declarar que algo (cualquier cosa) es arte te hace artista; paradójicamente, aceptarlo, promocionarlo y pagar por eso, también te hace artista. El marchant toma la obra y le da el valor de mercado, mientras que el crítico de arte le da el “valor teórico”.

Para cerrar este círculo virtuoso está el comprador, que al adquirir la obra se transfigura en un sujeto contemporáneamente moderno y actual. Por eso, el coleccionista también se convierte en un artífice más del objeto; sin su inversión la obra nunca hubiera trascendido como arte, por eso el comprador forma parte esencial en el montaje de esta parodia. Coronando este andamiaje está el precio, cuanto más alto mejor, es la legitimación de la obra: si es cara, sin dudas es arte.

Nunca hubo tantos artistas, hoy hay más artistas vivos que los que existieron en toda la historia del arte. Ser artista está de moda. Y como cualquier moda es probable que un día de estos se acabe.
Mientras tanto, los artistas quieren ser millonarios y los millonarios quieren ser artistas. Los curadores quieren ser artistas y los artistas quieren ser curadores. Todos quieren ser todo, pero por sobre todo quieren ser artistas, puesto que hay algo que tienen los artistas que no tienen los millonarios ni los curadores.

El problema es que nadie sabe qué es.

lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Concepciones particulares universales?

David Paradela López publicó en El Trujamán del 6 de noviembre pasado (bah, ayer) la siguiente reflexión que merece reproducirse en este blog.

Apotegmas y matices

A poco que se les deje, los teóricos gustan de proclamar que la literatura no está para dar respuestas, sino para plantear preguntas, plasmar diversidades, iluminar matices. Sorprende, pues, que muchas veces teóricos, y hasta escritores, sean tan dados al apotegma: la tarea del escritor es «purificar las palabras de la tribu» (Mallarmé), «destronar a las palabras de sus sitiales para entronizarlas con mayor aplomo» (Canetti), «escribir es constituirse en el centro del proceso de la palabra» (Barthes). Pese al diluvio, sigue habiendo quien entiende que algunas parcelas de la literatura todavía pueden contar historias. Y no me refiero a Dan Brown, sino a nombres tan dispares como Mendoza, Auster o el colectivo Wu Ming. A veces se hace tan difícil saber quién es el écrivain y quién el écrivant

Sentencias como ésas no me parecen muy distintas de las de los críticos de la traducción, e incluso algunos traductores: que el traductor es un ser apocado y mezquino, amén de un escritor frustrado (ahí vamos de la mano con los críticos); que la lengua del original no envejece, pero sí la de la traducción (y los filólogos dale que te pego con tanta nota inútil al pie de nuestros clásicos); que a cada generación su traducción; que la traducción es un don que se tiene y difícilmente se enseña; que para traducir teatro se requiere un no sé qué que qué sé yo del que carecemos los traductores de libros; que la poesía es coto exclusivo de poetas; o que poesía es lo que se pierde en traducción (será que Ungaretti no hacía poesía cuando dijo: M’illumino / d’immenso. O seré yo, que no capto los matices que se pierden en román paladino); es más: que la literatura no es traducible; más aún: ¡que la traducción es imposible! La oferta es amplia, pero mi favorita —como la de tantos reseñistas de prensa—, será siempre el socorrido traduttore traditore. Apuesto un garbanzo a que cada vez que alguien lo pronuncia muere un gatito.

Eppur si traduce. Hastiados de tanta perorata indemostrada y tanto lugar común, cientos de traductores nos sentamos día sí y día también frente al ordenador y al libro (o al PDF, o a la fotocopia…) para ganarnos, con nuestro oficio imposible, el poco pan que renta traducir literatura. Me vienen a la cabeza las palabras de ese otro cultivador de megalitos, Blanchot: «El escritor se halla en la situación cada vez más cómica de no tener nada que escribir, ni medio alguno para escribirlo, y de estar obligado por una necesidad a escribirlo en todo momento». Donde pone escritor, pongan traductor.

En verdad, lo que parece es que mucha teoría, bajo el afeite de la reflexión y la crítica, pretende universalizar a la fuerza concepciones particulares. Lo importante es que la realidad no eche a perder una bonita frase. Por lo que a mí respecta, cada día me parece más difícil establecer certezas válidas para algo más que el caso concreto, pero quizá por eso no soy teórico ni crítico, porque no acierto a convencerme de que el espacio literario, como el espacio traductor, sean uno y que lo que queda fuera no sea nada. Pues serán nivolas, que decía el bilbaíno, pero algo serán. Tanto apotegma por uno y otro lado me parece cosa bien alejada de eso de la exploración de lo diverso y de la iluminación del matiz, que a fin de cuentas, contra viento y marea, es lo que seguimos haciendo tanto autores como traductores. Y ya me perdonarán.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Traducción y dictadura en el SPET

Martina Fernández Polcuch y Uwe Schoor, nuestros amigos del SPET, nos hacen llegar la información de su actividad en el mes de noviembre:

"Nos es grato anunciar el próximo encuentro del SPET, que tendrá lugar el miércoles 16 de noviembre a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas.

Tomando como eje el tema “Traducción y dictadura” comentaremos algunos capítulos de Ch. Rundle y K. Sturge (eds.) (2010), Translation under Fascism, Palgrave Macmillan.
Nos centraremos en los capítulos 8 (“French-German and German-French Poetry Anthologies 1943-45” de F.R. Hausmann), 9 (“Safe Shakespeare: Performing Shakespeare during the Portuguese Fascist Dictatorship” de R.P. Coelho) y 10 (“The Boundaries of Dictatorship” de M. Philpotts).

Como marco teórico general recomendamos la lectura de: Pascale Casanova,  “Consécration et accumulation de capital littéraire. La traduction comme échange inégal”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, N°144, septiembre de 2002, pp. 7-20 (disponible en este sitio. Hay versión castellana de S.R. Spivak, realizada para la residencia de francés del IESLV, con el título “Consagración y acumulación de capital literario. La traducción como intercambio desigual”, mimeo.

Comenzaremos con una exposición a cargo de participantes del SPET, entre ellos Lucía Dorín (traductora de francés) y Julio Encina (traductor de inglés), para luego abrir el debate a todos los asistentes.

El material se encuentra disponible en la fotocopiadora del Lenguas Vivas (en el subsuelo, junto a la Biblioteca central) y será enviado por mail a quienes lo soliciten confirmando asistencia."

viernes, 4 de noviembre de 2011

Un prólogo que vale la pena releer

Poeta y traductor venezolano, Alfredo Silva Estrada (foto) tradujo, entre muchos otros textos La parti pris de choses, de Francis Ponge, que publicó en 1971 Monte Ávila Editores con el título De parte de las cosas. Si se dejan de lado los dos poemas de Ponge traducidos por Borges para el número especial de la revista Sur, dedicado a las letras francesas, allá por los años cuarenta y tantos, y algún poema suelto que tradujera el poeta argentino Enrique Molina en la década siguiente, la de Silva Estrada es una traducción pionera. Según el escritor argentino Juan Sasturain, que enumera las traducciones disponibles, "es horrible la versión de Diego Martínez Torrón de Piezas, publicada por la española Visor en 1985; es muy buena e inteligente la copiosa Métodos que encaró con sensibilidad y cuidado Silvio Mattoni para Adriana Hidalgo en el 2000, y es sobre todo rara y apasionada la Antología que hizo el chileno Waldo Rojas en 1991 para la editora Lar, de Concepción". Y Sasturain –quien probablemente no conocía otras ediciones españolas posteriores a la de Adriana Hidalgo– concluía: "Siempre será poca cosa con Ponge".
Las razones de esta afirmación no se refieren sólo a la extensión de la obra del poeta francés y a todo lo que está pendiente de traducción, sino, fundamentalmente, a la dificultad que plantea a los traductores. Por ello, tal vez sea interesante releer el prólogo de Silva Estrada a esa vieja edición venezolana, el cual, por cortesía del poeta colombiano Ramón Cote, se ofrece a continuación.


Acerca de la dificultad global y plural

Traducir poesía es realizar, cuando no un mero acto fallido, un acto de equilibrio inestable (imposible) entre dos imposibles: literalidad y fiel correspondencia, tensas y en vilo por apego y respeto al texto original.

Pero de esta relación, de esta tensión entre dos términos ideales no resulta un tercer imposible sino un segundo cuerpo cuya realidad tiene sentido por aproximación a ese primer cuerpo irremplazable que es el original mismo. Entonces, traducir poesía es aproximarse, aceptar el reto (relever le défi, locución grata a Ponge), y aceptarlo a sabiendas de que, por mucho que tengamos presente aquel escrúpulo de que hablaba Simone Weil, "el escrúpulo religioso de no agregar nada", habremos de agregar, a pesar nuestro, precisa y paradójicamente por apego y respeto al texto original, y habremos de aceptar la porción intraductible, irreductible, no con fácil resignación sino con el esfuerzo de extremar nuestra vigilancia sobre la t ensión de ese equilibrio inalcanzable entre literarlidad y fiel correspondencia y, a la vez, entre ese primer cuerpo que va a suscitar un segundo cuerpo por aproximación.

Sabemos que, así como sería preciso considerar, en los mejores casos, según Ponge, "una retórica por poema", sería preciso inventar, o descubrir, una dialéctica por traducción: porque el cuerpo primero suscita a su manera sus relaciones, sus exigencias, sus equilibrios especiales. Y el placer de traducir se combina cada vez de manera diferente con la dificultad de traducir.

Pocas veces, debo confesarlo, a lo largo de mi experiencia de traductor, este placer había estado tan íntima y complejamente unido a su dificultad como en la traducción de Le Parti Pris de Choses. Si es cierto que, siempre, en una t raducción poética, al aceptar el reto partimos de la t oma de conciencia de que vamos a efectuar, mediante una segunda concreción, una apasionada aproximación y no, en manera alguna, a sustituir lo insustituible, también es cierto que esta aproximación se hace mucho más riesgosa cuando es a la obra de un poeta que tuvo, entre sus primeros designios, hacer amar las palabras no tanto por su significación como por su presencia –un poeta que se propone un vuelco, una perfección, un imposible: describir las cosas, para no lesionarlas, desde el propio punto de vista de las cosas, un poeta que trata de entregarnos "los recursos infinitos del espesor semántico de las palabras", un poeta, en fin, cuya aspiración, como diría Sartre, es que sus poemas constituidos por palabras-cosas, sean también cosas ellos mismos, tengan la realidad ineludible de las cosas.

El cuerpo verbal en español de Le Parti Pris aquí propuesto, toma sentido y, ante mis ojos, creo que se justifica por una toma de posición intencional, la cual me sirvió de punto de partida y se mantuvo como programa de trabajo, como norma de conducta, en cada una de las etapas de la traducción: tomar partido por Le Parti Pris, o sea, adoptar su punto de vista, tenerlo presente (así mismo: como una presencia), dejar temporalmente fuera de mí, como fuera de una suerte de paréntesis fenomenológico, toda intención poética que no estuviese contenida en el cuerpo verbal al cual deseaba aproximar un segundo cuerpo. Hasta dónde sea posible alcanzar esta objetividad, no lo sé. Pues el lenguaje, "esa verdadera secreción común del molusco hombre", se modula no sólo según los espesores de cada provincia, de cada idioma, sino t ambién, querámoslo o no, según las virtudes y defectos que constituyen la historia y la experiencia personal de cada individuo de esta especie.

La idea de "esa verdadera secreción común del molusco hombre", relacionada con aquel "espesor semántico de las palabras" entregándonos "el espesor de las cosas", puede resumir toda la complejidad de la traducción de Le Parti Pris. Porque, ¡qué provinciano es Ponge! ¡Qué maravillosamente apegado al terrón de la provincia de su lengua! De allí que, algunos años después de la publicación de Le Parti Pris, escribiera en su My Creative Methode: "Se trata del objeto como noción. Se trata del objeto en la lengua francesa, en el espíritu francés (verdaderamente artículo del diccionario francés)". ¿Y qué otra universalidad puede alcanzar la poesía sino a partir del arraigo y del proceso de excavación –a menudo evolución, subversión, refrescamiento– en la parcela de cada idioma? Es imposible trasladar la secreción, la concreción particular, pongiana a la parcela de nuestro idioma. Pero es posible, sí, mediante un acto de apasionada y vigilante aproximación, crear un cuerpo verbal que se justifique por la fidelidad a la fuerza nominativa que anima el texto original.

Fuera nominativa... Aquí radica, simplemente, la correspondencia, o equivalencia posible, o real concordancia, entre "el espesor de las cosas" y "el espesor semátnico de las palabras". La nominación es, tal como señala Sartre, la preocupación orinal de Ponge. La nominación es "la dicha", "la salud del contemplador" ("Introducción al Guijarro"), lo que determina el renacer del espírtu ("Recursos ingenuos") yh lo que da sentido a esas palabras-cosas que amamos, ante todo, por su presencia, pero que, no obstante, dicen algo, significan, no se cierran en la opacidad completa de la cosa o, lo que es lo mismo, en su transparencia inefable. Es la nominación, a fin de cuentas, lo que hace posible la aventura de la traducción poética: aproximar un segundo cuerpo a un primer cuerpo verbal, irremplazable.