lunes, 25 de diciembre de 2017
viernes, 22 de diciembre de 2017
Un informe lapidario sobre la situación de la industria editorial en Argentina
“El estudio del
Centro Universitario de las Industrias Culturales Argentinas da cuenta de la
catástrofe que vive el sector desde que asumió el gobierno de Cambiemos: caída
en ediciones y ventas, cierre de librerías y suspensión de compras para
escuelas.” Esto es lo que dice la bajada de la nota publicada por Silvina Friera en Página 12, el pasado
12 de diciembre.
Ahora bien, para
darle contexto a lo que sigue, corresponde aclarar que Rodolfo Hamawi, director
del Centro Universitario de las
Industrias Culturales Argentinas, fue
miembro de la Cámara Argentina del Libro,
donde fue Secretario General y estuvo a cargo de la Comisión del Libro Social y
Político. Luego, a partir de 2009, fue Director Nacional de Industrias
Culturales, durante el gobierno de Cristina Kirchner. Desde ese puesto,
promovió el MICA, los mercados de industrias culturales, que fueron parte
central de la política cultural del kirchnerismo. También impulsó la entrega de
Premios Nacionales a distintas áreas de la Cultura por parte del Estado. Como se recordará fue echado por el gobierno al que representaba, con la acusación de no haber honrado debidamente la deuda de 400.000 euros, contraída en 2014 por la Argentina con el Salón del Libro de París, situación ocurrida cuando el muy sonoro Jorge Coscia fue Ministro de Cultura y que nunca fue debidamente aclarada por la cantante Teresa Parodi, sucesora del anterior ministro, pero del mismo signo partidario.
Los brotes verdes nunca llegan a
asomar
"Sin libros no hay futuro posible”. El reclamo –que se
materializó durante la última Feria del Libro de Buenos Aires– sigue vigente.
El horizonte de recuperación es más una promesa que un dato concreto de la
realidad. “La industria editorial argentina entre 2014 y 2017. De los records
históricos al #LibrosLibres y la crisis del sector”, se titula el texto que
analiza los problemas del sector editorial, especialmente en el último año y
medio, incluido en el primer “Informe CUICA sobre la Situación de las
Industrias Culturales argentinas en el período 2014/2017”, un trabajo que
abarca además al sector audiovisual, las artes escénicas, el diseño y la
música. La caída del consumo en el sector editorial fue “mucho más abrupta”,
con cifras superiores al 25 por ciento, tanto en la producción como en las
ventas. “La situación es aún más compleja en las pequeñas y medianas pymes de
la industria”, se advierte en el texto del informe Cuica (Centro Universitario
de las Industrias Culturales Argentinas), dirigido por Rodolfo Hamawi, que
depende de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav). El descenso de la
producción de ejemplares impresos fue del 25 por ciento: de 83,5 millones en
2015 a 62,6 millones en 2016. Más de 20 millones de ejemplares menos, según
datos del ISBN (International Standard Book Number) administrado por la Cámara
Argentina del Libro (CAL). Si se toma el 2014 –año del record histórico de
producción de ejemplares, con más de 128,9 millones de ejemplares impresos–, el
descenso es superior, más del 50 por ciento; tendencia que se acentuó durante
el primer semestre de 2017. La disminución de la producción de ejemplares
impresos acumula un 39 por ciento en comparación con 2015.
Las compras estatales pasaron de 1150 millones de pesos
corrientes en 2015 a sólo 100 millones de pesos corrientes en 2016, un descenso
del 91,3 por ciento. “La política de compras del Estado nacional había tomado
impulso a partir de la sanción, en 2006, de la Ley de Educación Nacional, donde
los libros tenían como destino ser material de promoción de lectura en escuelas
públicas de los niveles inicial, primario y secundario. Esta política de
adquisiciones fue suspendida en su totalidad y, pese al anuncio de lanzamiento
de nuevas compras en 2017, estas quedaron restringidas, y en muy menor volumen,
a un segmento de 10/12 sellos que se dedican a producir manuales escolares de
grado, en la mayoría de los casos grandes empresas multinacionales con
capacidad de lobby”, subraya Nicolás Sticotti, autor del informe del sector
editorial. Una de las primeras medidas que anunció el actual gobierno nacional
fue el levantamiento de algunas restricciones sobre la importación de servicios
gráficos que habían regido durante la gestión anterior. El Ministerio de
Cultura de la Nación celebró la decisión en las redes sociales a través del
hashtag #LibrosLibres. Desde entonces las importaciones han llegado en 2016 a
duplicar las de 2015, pasando de 40,3 a 78,5 millones de dólares. En el primer
semestre de 2017 las importaciones alcanzaron los 51,4 millones dólares.
El déficit en la balanza comercial aumentó un 387 por ciento, de un rojo de
13,1 millones de dólares a 50,7 millones.
Los únicos datos disponibles sobre trabajo formal en el
sector editorial son elaborados por el Observatorio de Industrias Creativas de
la Ciudad de Buenos Aires. El sector de “Edición de libros, folletos,
partituras y otras publicaciones” promediaba en 2014 unos 5.963 trabajadores en
blanco. En 2016 hubo una caída de alrededor de 215 puestos, es decir que pasó a
5.748 trabajadores, un desplome del 3,61 por ciento. En el sector “Impresión”,
el mismo informe muestra que en 2014 se empleaban unos 20.403 trabajadores, y
que para 2016 cesantearon a más de 840 trabajadores, es decir que pasó a 19.561
puestos de trabajo, un descenso de 4,12 por ciento. La situación de crisis
golpea aún más a los trabajadores tercerizados o freelance. Los correctores y
diseñadores freelance expresaron la situación que atraviesan en una de las
entrevistas realizadas para el informe Cuica: “Hasta febrero-marzo-abril de
2016 no lo noté claramente, quizás porque las editoriales estaban armando la
producción para la Feria del Libro de Buenos Aires de ese año. Pero a partir de
junio de 2016 la disminución en la cantidad de títulos nuevos que me enviaban
para corregir desde las editoriales se hizo patente. Durante el segundo
semestre de 2016 debí reemplazar trabajos que habitualmente hacía para una sola
editorial con trabajos para otras editoriales (con lo que significa tener que
conseguir esos trabajos). Es decir que si antes trabajaba cinco libros por mes
para una editorial X, ahora trabajaba dos libros para esa editorial X y debía
reemplazar los otros tres con alguna editorial Y (o con tesis, monografías,
etc., trabajos ‘personales’). Algunos meses lograba reemplazar el ingreso,
otros no. En este 2017 el panorama es bastante similar. O aún peor. Hace
algunos días, a fines de mayo, recibí un mail de una editorial bastante grande
para la que trabajo (actualmente corrijo para tres editoriales) donde me
informaban que el sello decidió reducir sensiblemente la cantidad de títulos a
producir este año. De manera que creo que la situación económica general y las
particularidades del universo del libro en papel ya no afecta a pequeñas o
medianas editoriales sino a todas, no importa su tamaño”.
Las librerías fueron uno de los eslabones más golpeados del
sector editorial durante 2016. Varias ya han cerrado. A la caída de las ventas
se le han sumado otros factores que agravan aún más el panorama: el aumento de
tarifas en los servicios, el alza de los costos de alquiler y el incremento de
los costos de logística que afecta sobre todo a las librerías del interior. Hay
retrasos en la cadena de pagos del sector: las ventas que se cobraban en 30 a
60 días han estirado los plazos a 90, 120 e incluso 180 días. “El proceso
inflacionario con su correlativo incremento de costos, la disminución de las
ventas producto de la caída general del consumo, y sobre todo, las decisiones
políticas de apertura indiscriminada de importaciones y desaparición de las
compras públicas al sector que se habían consolidado en los últimos años para
el desarrollo de planes de lectura, han llevado al sector a una crisis en la
que todavía no han aparecido los ‘brotes verdes’”, concluye el informe Cuica.
Etiquetas:
Editoriales,
Libros y librerías
jueves, 21 de diciembre de 2017
Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (IV)
No hay nada mejor que una lectura atenta, el chequeo de fuentes, la comparación y la prudencia. Eso es, grosso modo, lo que dice Eugenio Conchez, en la siguiente entrada, motivada por las entradas previas sobre la traducción de Lolita, de Vladimir Nabokov, realizada por Enrique Pezzoni y censurada en España por Grijalbo y mal leída por Anagrama.
Eugenio Conchez (Intendente Alvear, La Pampa, Argentina, 1983) es escritor y profesor .Estudió Letras en la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam), donde está a cargo de Literatura en lenguas anglosajonas y germánicas. Participó en la edición y corrección de Ulises y Finnegans Wake, de James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy, El cuenco de plata). Escribió su tesis doctoral sobre la obra de Cyril Connolly.
Un poco de justicia para Pezzoni
Las siguientes
líneas fueron motivadas por los artículos sobre la traducción que hizo Pezzoni
de Lolita, que seguí con interés. Me
apresuro entonces a decir que hay algo que invalida los primeros dos.
Leí por primera
vez la novela en la edición de Anagrama Compactos que cita Hernández Busto. Al
momento de investigar y estudiar para dar un seminario sobre Lolita, encontré en un texto de Daniel Link,
"1955" (Fantasmas), la
siguiente frase:
"En 1955,
apareció en París Lolita. Tres años
después, la novela se publicó en los Estados Unidos y, en 1959, Enrique Pezzoni
la tradujo para Sur y el seudónimo que utilizó entonces (Enrique Tejedor) lo
sobrevivió durante muchos años en ediciones cada vez más alejadas del original,
porque la versión era tan buena que sus pocos deslices y omisiones no opacaban sus
aciertos" (217).
¿Cómo es que se
aleja una nueva edición de la traducción original? La frase me dejó con esa
duda, que enseguida resolví, comprando la edición de Sur de 1959. La respuesta:
censura.
La traducción
original de Pezzoni no incurre en ninguno de los errores y omisiones (que acabo
de chequear uno por uno) que denuncia Hernández Busto. Ortiz Gozalo sólo se
limita a opinar sobre lo que dice el anterior. A la traducción no le faltan
trozos, y está en las antípodas de ser francamente mala. (Ya Ricardo Piglia
decía que los escritores de su generación querían escribir como las
traducciones de Pezzoni). Sí pude comprobar que le faltan esos trozos a la
edición de Anagrama, y están todos señalados en mi ejemplar; para muestra baste
un ejemplo.
Original:
It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter —and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion.
Anagrama Compactos:
No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad. (67-68)
Sur (pongo en cursivas las modificaciones y recortes):
No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba ligero, contenía la respiración,la reanudaba, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando siempre una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la fricción mágica que anulaba –en una sensación ilusoria, si no real– la contextura de la división material (pijama y bata), físicamente inamovible, pero psicológicamente desdeñable, entre el peso de dos piernas tostadas por el sol que descansaban atravesadas sobre mi regazo, y el tumor oculto de mi pasión indecible. (61)
It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter —and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion.
Anagrama Compactos:
No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad. (67-68)
Sur (pongo en cursivas las modificaciones y recortes):
No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba ligero, contenía la respiración,la reanudaba, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando siempre una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la fricción mágica que anulaba –en una sensación ilusoria, si no real– la contextura de la división material (pijama y bata), físicamente inamovible, pero psicológicamente desdeñable, entre el peso de dos piernas tostadas por el sol que descansaban atravesadas sobre mi regazo, y el tumor oculto de mi pasión indecible. (61)
Los recortes y
modificaciones –sí, la censura– ya estaban en la edición de Grijalbo cuando la
compraron. Sin referirme a las cualidades de Herralde en particular, ha faltado
un poco de cuidado en la edición de Anagrama. Y hubieran hecho mejor en volver
a la traducción original de Pezzoni, indagando un poco, que escuchar
habladurías y encargar la de Francesc Roca. Dice Link en nota al pie:
"La nueva
traducción de Francesc Roca se limita a corregir los antiguos errores, pero
agrega tantos otros que no tiene sentido usarla como referencia. En las páginas
22-23, por ejemplo, se lee: ‘Durante mis relaciones con las mujeres, regidas
siempre por el principio higiénico de que no deben almacenarse en el organismo
aquellos humores susceptibles de volverse rancios y perjudicarlo, me mostraba
práctico, irónico, enérgico’. El
original dice sencillamente ‘In my sanitary relations with women I was practical,
ironical, and brisk’" (218). (!) Sí.
Y esos “errores” que Link menciona en la
traducción de Pezzoni no son, por supuesto, los de Hernández Bustos, sino
minucias fruto de alguna distracción, como el de "psicópata" por
"psicopatólogo", o decir que Lolita mide uno treinta al hacer mal la
conversión de pies.
La única manera
de subsanar esto es que alguna editorial argentina se decida a publicar la
versión original del texto de Pezzoni, y que algún corrector cuidadoso retoque
esos pequeños deslices. Mientras tanto, quien quiera leer tan
extraordinaria novela, sólo puede hacerlo en la nueva edición de Anagrama. La
obra no se lo merece.
Queda averiguar
quién fue el responsable de la censura. Pero decir que la Lolita de Pezzoni es “francamente mala”, apenas un “souvenirliterario de un traductor
feroz”, me parecenafirmaciones injustas –agravadas por endilgarle culpas
ajenas–, que revelan torpeza y un gusto literario dudoso,
tratándose de la obra cumbre de uno de los traductores y hombres de letras más
importantes de la Argentina.
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (III)
En el marco VI
Congreso Internacional de Letras de 2014, Damián Tullio, licenciado en Letras y
periodista, leyó la siguiente ponencia sobre la traducción que Enrique Pezzoni hizo de Lolita, de Vladimir Nabokov, incluida en las Actas de dicho congreso.
La
angustia de la elección imposible: el contexto de la traducción de Lolita de
Enrique Pezzoni para la editorial Sur
No hay aquí
hueco central que llenar, no hay conjunto: lo que debemos aprehender es el
valor de cada parte. Este fluctuar de visiones que se suceden sin que la
mirada se pose al fin en una, escogida como “verdadera”, no puede
interpretarse como la angustia de una elección imposible. Es, al revés,el embeleso de
quien siente que lo revelado es esto y también lo otro.
Enrique Pezzoni.
Alejandra Pizarnik: la poesía como destino.
Este epígrafe nos
permite una primera aproximación al que creemos es el núcleo duro de las
consideraciones de Enrique Pezzoni /1 respecto de la tarea de la traducción.
Allí, el crítico y traductor revela, sospechamos, cuál es su postura respecto
de cómo funciona y cuáles son los circuitos de apropiación de la literatura.
Este «fluctuar de visiones que se suceden sin que la mirada se pose al fin en
una» podría ser la metáfora de un ideal posible de literatura en el que piensa
EP; ideal del que, arriesgamos, su labor como traductor no puede ser
divergente. Más aún, intuimos que esa descripción coincide con la postura que
asumió como traductor. Hemos elegido una traducción emblemática y polémica que
EP hizo para la editorial Sur: la traducción de la novela de Vladimir Nabokov,
Lolita. No podremos evitar dar cuenta del contexto en el que apareció —dentro
del proyecto editorial de la revista Sur— y de la elección de ese texto fuente
en particular, que a su vez reviste por sí mismo algunas complejidades
lingüísticas. Queremos enmarcar esta traducción de EP en un contexto amplio
dentro del corpus de obras que tradujo en esos años, pensándolas dentro de lo
que Antoine Berman dio en llamar un «proyecto de traducción»/ 2. Ese marco, el de
los años 50 y 60 en la editorial Sur, fondo editorial de la revista del mismo
nombre, permite pensar el rol de la traducción como prisma en el que una obra
se amplifica, deforma y es reinterpretada, o, para decirlo con Bourdieu, indagar
cuáles son las «condiciones sociales de la circulación internacional de ideas»
(2002). De esta manera, el estado de situación social y cultural de la Buenos
Aires de esos años, el poder de influencia del grupo Sur, junto con el impacto
polémico que la novela causó en su primera aparición en el mundo
hispanohablante serán fuentes de análisis necesarias para vislumbrar una forma
particular de encarar la tarea de volcar un texto extranjero a la lengua
nacional, pero también para visibilizar las fuerzas que operan en medio de la
labor de la traducción.
***
Si bien, en base a
la confianza en los logros obtenidos por los estudios de traducción, no
usaríamos primordialmente a Nabokov como autoridad para el análisis de la
traducción de Lolita de EP, vale destacar la opinión que el autor del texto
fuente tenía respecto de las traducciones en general, a la manera de un posible
posicionamiento geográfico-literario de la obra que EP se disponía a traducir.
Inquirido por Herbert Gold en una entrevista respecto de la relación que
mantenía con las traducciones de sus libros, Nabokov respondía:
“En el caso de los
idiomas que mi esposa y yo conocemos, o en los que podemos leer –inglés, ruso,
francés y, en cierto grado, alemán e italiano– el sistema es un chequeo
estricto de cada oración. En el caso de las versiones japonesas o turcas, trato
de no imaginar los desastres que probablemente estén sembrados en cada página.”
(Gold, 1995:120)
Estas palabras
iluminan el mito lingüístico y semiológico que sustenta su visión de la actividad
traductora: la hipótesis de la traducibilidad absoluta y fiel de una lengua a
otra. Por debajo puede leerse, en el dejo irónico en la referencia al turco y
el japonés, una desconfianza para con las capacidades del traductor (esos
«probables desastres»), colocándolo en un peldaño inferior, apenas como un
subalterno sospechoso del «artista». Esta opinión repite la larga tradición que
entiende a una buena traducción como la obra de un traductor invisible, esto
es, aquella en la que el lector adhiere tácitamente a un contrato que se
establece que lo que se está leyendo es el mejor acercamiento posible a la
expresión de un autor. El sustento teórico general de esta opinión es la
confianza en la transparencia del lenguaje y su consecuente inmutabilidad. La Lolita que EP se disponía a traducir a
mediados de la década del 50 era apenas la segunda novela que Nabokov había
escrito en inglés luego de su exilio a los Estados Unidos; un inglés que ni
siquiera fue su segunda lengua y que, a pesar de todo, le permitió construir un
relato complejo, diverso y de innegable belleza. ¿Era acaso Nabokov omnipotente
y podía intercambiar el seteo de su mente y elegir una lengua materna a su
antojo; o, justamente, su conocimiento mediado del inglés y el estar atravesado
por las intrincadas redes de varias lenguas le permitió construir una novela
profundamente musical en la que las tensiones de los cambios del lenguaje, la
mezcla cultural y diversa de registros supone su mayor capital? Ciertamente no
es este un problema que podamos restringir a los límites de este trabajo, sin
embargo, no podemos dejar de señalar estas tensiones pues eran, para un lector
informado e inteligente como lo era EP, un tema ineludible que debía atravesar
en medio de la labor de traducir el magnum opus nabokoviano.
***
Lolita, una novela
profundamente centrada en las tensiones entre la vieja alta cultura europea de
la que el protagonista Humbert Humbert escapa y su poco feliz adaptación al
nuevo mundo del brillo colorido de las revistas de actualidad estadounidenses
(en suma: la cultura de masas) parecía ideal en un contexto en el que la
revista Sur atravesaba
contradicciones similares en el marco argentino. Dice al respecto John King:
“…this
period sees a movement from élite to mass culture, and a expansion of the
marketplace for cultural products […] Sur had long expected to remain the
arbiter of taste, but now other modernizing groups were anxious to corrode and
displace what they began to view as traditional values.” (1986:167)
El grupo Sur sufrió
un cimbronazo en esos años. Muchos de sus integrantes —sobre todo los
históricos— tuvieron grandes dificultades para adaptarse a un escenario donde
el «irrenunciable universalismo» que pregonaba Victoria Ocampo empezó a verse
cercado, por un lado por una corriente peronista de visión nacionalista, y por
el otro, por el marxismo latinoamericano simpatizante del castrismo, que
asentaron y reafirmaron la vieja opinión respecto de la mirada de Sur como un
grupo extranjerizante y por tanto no del todo deseable dentro de la cultura
argentina. A su vez, las tensiones con las tendencias modernistas y el papel
cada vez más preponderante de la cultura de masas que florecía en los centros
culturales del extranjero hacia donde Sur ponía proa, desestabilizaron los
cimientos que habían sido pilares de la visión aristocrático-liberal del grupo.
La publicación de una traducción de Lolita
supuso, sin dudas, una negociación y una apuesta importante teniendo en cuenta
las premisas fundantes del colectivo, en la que probablemente la figura de EP,
de una visión más moderada y aggiornada,
tuvo un peso considerable.
La primera edición
de la novela Lolita, a pesar de haber sido producida desde y para el mercado
editorial estadounidense, apareció en París, en 1955, a través del sello Olympia
Press, puesto que ningún editor estadounidense se atrevía a publicar un libro
que sería previsiblemente prohibido. Lolita parecía ideal para revitalizar el
ideario Sur y volver a posicionar el colectivo a la vanguardia de la difusión
literaria. Sobre la elección de los libros para traducir en la editorial Sur,
Victoria Ocampo afirmaba: «elegí (porque me gustaban) obras que otras
editoriales no se atrevían a publicar» (Willson, 2004:232). Aunque no
enteramente cierto en el caso de la traducción de Lolita (Victoria Ocampo,
según John King, tenía reservas para con la novela /3) efectivamente Sur se
manejaba con una cuota suficiente de eclecticismo y apertura como para alojar
cómodamente al libro:
“…la traducción en
Sur puede ser vista como una operación centrípeta, en tanto buscaba incorporar
dinámicamente lo extranjero a una literatura percibida como incompleta,
necesitada de actualización y estancada en la renovación de motivos y
soluciones formales. El hecho de que la mayoría de los traductores de Sur fueran
escritores reconocidos agregó un valor suplementario a esa estrategia cultural,
que por otra parte contribuyó a transformar esa práctica en el ámbito editorial
rioplatense y fue adoptada por otros sellos editoriales.” (Gramuglio, 2004:25)
Si, como dice Annie
Brisset (1990): «la traducción está sujeta al “orden del discurso” que
predomina en la sociedad receptora», no podemos leer la traducción de EP de
Lolita sin analizar las tensiones y el marco cultural en el que apareció en
Buenos Aires por primera vez. Baste para confirmar la verdad de la aseveración
de Brisset la mención del derrotero legal y el debate intelectual que suscitó
la publicación de la traducción y su consecuente prohibición de publicación por
parte de la justicia porteña. Este hecho le dio visibilidad inusitada a un
libro que, si bien venía ya desde su origen con esta carga polémica, posibilitó
a la maquinaria de Sur poner nuevamente en primera plana su «aparato
importador» y poner a prueba una vez más, en años difíciles, los alcances de lo
que Lafforgue y Rivera dieron en llamar «la estratégica vidriera de Sur». EP no
podía desconocer las implicancias que la publicación de su traducción tendrían
en el campo cultural argentino, este hecho se revela palmariamente en la
decisión, mantenida en el tiempo, de firmar la traducción con un pseudónimo
(Enrique Tejedor /4), intentando así, por una parte, liberarse de las presiones
judiciales y sociales que podría sufrir por figurar como traductor de un libro
perseguido /5, pero también para despegar su nombre, ya asociado a esa altura con
el mundo académico, de una traducción que se presentaba, en el sentido estrictamente
literario, polémica/6
***
En marzo de 1977 EP
dio a conocer un ensayo dedicado a André Malraux en el que lo definía como «el
gran traductor». En él reflexionaba: «En realidad, todos somos traductores.
Vivir en contacto con el mundo y con el mundo del arte es actividad de
traducción permanente. Traducimos cuando caminamos por una ciudad desconocida.»
(Pezzoni, 2009:341). Allí, su interés primordial es analizar cómo funciona la
mediación entre lo que, a grandes rasgos, podríamos llamar lo «real» y lo
«imaginario»:
“Más que las obras
mismas, el museo imaginario de Malraux reúne testimonios diversos, no tanto del
mundo cuanto de la capacidad de atestiguarlo trascendiéndolo. ‘Llamamos
realidad al sistema de las relaciones que atribuimos al mundo… La creación, en
las artes plásticas y en las del lenguaje, parece la transcripción fiel o
idealizada de esas relaciones, cuando en verdad se funda en otras…’.”
(Ibíd.:343-344)
Esta idea parece el
reverso directo de la noción de «autor» como única autoridad —valga la
redundancia— que tenía Nabokov. A pesar de que estas opiniones son bastante
posteriores a la fecha de publicación de la traducción y parecen sonar en
consonancia con las ideas exportadas del estructuralismo y posestructuralismo
francés en boga en el mundo académico de la época —y por tanto, ineludibles
para él—, las dos nociones son tan radicalmente distintas que parece poco
probable, dado sus orígenes y su formación, que no arrastrara alguna de estas
certezas ya en la época en la que emprendió la traducción. Efectivamente, la
traducción ocupa un lugar mediador entre dos culturas, más aún, entre dos
sentidos. La traducción supone una ganancia, un excedente de sentido, de modo
tal que esa mediación no es de ningún modo una vía que viaje en una sola
dirección. Así, EP parece leer en Malraux algo que luego George Steiner
afirmaría con contundencia:
“But
there can be no doubt that echo enriches, that it is more than shadow and inert
simulacrum. We are back at the problem of the mirror which not only reflects
but also generates light. The original text gains from the orders of diverse
relationship and distance established between itself and the translations. The
reciprocity is dialectic: new “formats” of significance are initiated by
distance and by contiguity. Some translations edge us away from the canvas,
others bring us up close.” (Steiner,
2000:189)
Sumado al hecho de
aparecer semiclandestinamente, en condiciones excepcionales y penosas para la
literatura del momento, la novela en sí misma había causado un debate largo e
intrincado respecto de su valor literario per se, a punto tal que la propia
solapa informativa de la traducción menciona explícitamente la «abundante y en
extremo polémica historia critica de Lolita». EP se enfrentaba a un texto
fuente profundamente cargado, en el que la lengua, el escenario primordial de
la traducción, jugaba un papel fundamental. Al respecto, decía: «Ya él
[Nabokov] ha explicado muchas veces que todas esas fantasías, esos juegos de
artificio, de estilo, los hizo porque el inglés no era su lengua nativa.
Escribir en ese idioma fue un desafío, porque debía ocultar la inseguridad
radical que tenía para manejarlo.» (Diario La Razón, 1986) El desafío suponía,
además, emprender una reescritura de la novela que deje entrever —porque en
definitiva, desde el punto de vista comercial y editorial había presiones en
ese sentido— las tensiones argumentales y polémicas que la novela traía ya
desde el texto fuente; y a la vez, también, preservar en algún forma,
reinterpretar en otra, este poder rítmico y sonoro de la lengua extrañada que
venía en el inglés de Nabokov. EP era, en lo estrictamente técnico, un
traductor clásico: «El nuevo mito que construye el traductor es el de una Babel
en donde todos se entienden; donde se afirma la diversidad irreductible de las
lenguas…» (Ibíd.), confiaba en la traducibilidad, en la capacidad de transmitir
de una lengua a la otra los sentidos con un grado relativamente bueno de
fidelidad; fidelidad en un sentido más bien erótico y no patriarcal, tomando
distancia también del modelo revulsivo de la «fidelidad opositora», donde el
sentido es trasgredido en favor de un textualidad discontinua. Su traducción de
Lolita se mantuvo durante años como la puerta más transitada por la que el
mundo hispanohablante entró al universo de Nabokov. El contexto que
describíamos más arriba hacía esperable un escenario donde la traducción, como
mínimo, generara discordia. Paradójicamente, el mayor número de críticas tuvo
que ver con el sofisticado goce idiomático de encontrar disparidades respecto
del texto fuente, el más célebre de ellos, quizás, el del prólogo apócrifo de
la novela en el que traduce «psychopathologist» por «psicópata». Éste y otros
errores similares corresponden a un fenómeno interesante dentro de la actividad
traductora que EP reveló perspicazmente:
“El mal pagado
traductor por lo general debe cumplir con plazos más o menos rígidos. Y para ganarse
la vida no puede sino acumular traducciones y reducir el tiempo que puede
destinar a cada una (…) De ellas quedan algunas pruebas en mis traducciones:
por ejemplo, a un personaje de Julien Green le hago ponerse en el bolsillo del
saco un “portafolios” (portefeuille: billetera). Esos casos no son casos de
infidelidad. Las editoriales serias los prevén, y suele haber correctores que
los detectan y los salvan. Mas grave, insisto, es la traducción humillada y
servil que no registra errores, pero que es toda ella un error de lectura, de
apreciación, de buen gusto, de fluidez”. (Pezzoni, 1976)
Esta anécdota pone
de manifiesto un nuevo nivel de análisis que tiene que ver con las condiciones
sociales de la producción traductora. El apartado revela la potencia de su
conciencia como traductor, en tanto piensa la práctica no como una actividad
alterna o derivada, sino como una operación crítica y escrituraria de pleno
derecho, que requiere un tiempo sustancial de reflexión y estudio (Cfr. Venuti,
1992).
Se ha insistido en
la profusión de notas al pie y comentarios que tiene la traducción. Tal como
afirma Patricia Willson: «…en una nota al pie, la traducción se refiere a sí
misma, instaura una remisión, ni a la peripecia ni a los personajes, sino al
tránsito interlingüístico, al cambio de código y las consecuencias que éste
entraña en lugares concretos del texto» (2004: 257-258). En la cosmovisión que
prefigura EP, donde la traducción es, ante todo, la transcripción de una
lectura, el traductor debe cobrar visibilidad crítica al hacer explícitos sus
comentarios. Las notas aquí pueden ordenarse en dos grandes grupos: las del
primero son de orden idiomático u aclaratorio, se ocupan en su gran mayoría de
dar cuenta de una imposibilidad: la intraducibilidad de un juego de palabras,
aclarar apellidos extranjeros con doble sentido y reponer sonidos del inglés;
de estos, como ya habíamos señalado, la novela está plagada; sorprende acaso,
conociendo el texto fuente y sus complejidades, que no haya más y más profusas
anotaciones. Probablemente la modestia —que no ha sido leída como tal— a la
hora de anotar el texto, tenga que ver con las anotaciones del segundo grupo,
de orden enteramente erudito. En una nota, por ejemplo, EP se permite incluir
una palabra de la jerga académica de origen extranjero. Como señala Patricia
Willson:
“Estas notas, más
allá de la consideración de su pertinencia o de su efectividad —es elocuente la
inclusión de la palabra nonsense ¡en la nota al pie aclaratoria!—, apuntan a lo
señalado por J. B. Rivera: la sofisticada formación literaria y cultural de
esos traductores argentinos que intervinieron en el periodo de auge de la
industria editorial” (2004:258-259)
EP, en sus
estrategias de traducción, ensaya una puesta en escena de su propio aparato
lector, siempre centrado en el lenguaje meta (el español) como eje de la reescritura.
La novela de Nabokov está plagada de referencias al canon de la cultura
occidental de los últimos dos siglos, sin embargo, muchas de esas referencias,
en la traducción, pasan de largo en las anotaciones, en favor de una fluidez
que no pretende ser impostada, sino favorecer el intrincado sistema de
engranajes narrativos en el que se sostiene la novela. EP sabía que la
construcción de Lolita dependía en gran parte de la alusión velada y apenas
insinuante de la información para no hacer evidentes datos que pudieran
desarmar el artificio narrativo; así, al eludir la profusión incesante de
aclaraciones y notas, desarma esa Lolita intempestivamente erudita quizá más
cara al viejo lector aristocrático de Sur, para favorecer el andar de una
novela moderna, que se acomodara mejor a las búsquedas del lector de la época
de la cultura de masas que advenía en esos años.
***
Durante los años de
su vigencia, la traducción de EP de Lolita
se consolidó como una traducción clásica no faute de mieux, sino por pleno
derecho; incluso, la aparición en 2004 de la traducción de Francesc Roca en la
editorial barcelonesa Anagrama venía a reparar los errores y fallas presuntas
de la primera traducción, pero terminó ella misma siendo un dispositivo alterno
y complementario de su antecedente. Por supuesto, esta no es una propiedad
exclusiva de la traducción de Roca, se ha señalado ya la crítica intrínseca e
inherente que supone la relación de una segunda traducción con su precedente
(Cfr. Berman, 1995). De su condición crítica, metodológicamente, el modelo
traductor que revela la traducción de Roca no difiere, sustancialmente, al
menos en lo que respecta a la política de la textualidad (no sigue el modelo de
la «fidelidad opositora») a su antecesora y podría decirse que es una
traducción más «trabada» en tanto en las anotaciones a pie de página, donde
repite las de EP y agrega nuevas, revela información de la trama y pone de
manifiesto detalles narratológicos inorgánicos.
Las opiniones
vertidas sobre una obra suelen revelar mucho mejor la cosmovisión de quién
comenta, que algún tipo de «verdad» sobre la obra en sí. Leer una traducción es
leer un texto marcado, intervenido, un texto que no podría no ser distinto de
su referente. El modelo traductor de EP traza un puente, revela la traducción
como una ruta de doble vía en constante diálogo y entrecruzamiento, en el que
la «modelización del mundo» (Pezzoni, 1986) del texto fuente dialoga con la de
la sociedad meta en la que se insertará. Así, como lo pensaba de Pizarnik, ya
no se trata del problema de la elección imposible, la necesidad de hacer una
transferencia incontaminada de un modelo contaminado a otro modelo contaminado,
sino más bien de un modelo de la convivencia, donde la simultaneidad de
visiones contrapuestas genere un excedente, un más allá que no sea ni el gesto
revulsivo de una oposición textual, ni el acatamiento a una fidelidad unívoca
del sentido. Para EP el problema de la traducción es el problema de confiar en
la ilusión de poseer, al encarar un texto, todos los sentidos posibles a la
mano, y a la vez reconciliarse con la imposibilidad de brindar algo más que
apenas un recorte del sentido entre tantos otros. Esta contradicción en
apariencia irresoluble no tiene por qué serlo, la elección de un imposible no
es tal: se trata de entender la traducción como orden existencial, el lugar de
la posibilidad de ver lo múltiple, el lugar privilegiado para notar que «Cada
obra humana significa el acto de poseernos y a la vez entregarnos: al futuro, a
otros hombres que interpretarán y traducirán a sus propios términos los
interrogantes del pasado» (Pezzoni, 2009:343).
Notas:
Referencias bibliográficas
1
De aquí en más: EP
2 «Every coherent translation is sustained by a
project, a conscious intention. This project, or intention, is determined both
by the translational position and by the specific constraints set by the work
to be translated.» (Berman, 1995).
3 «Victoria Ocampo set herself apart from the
aesthetics of the book, but recognised that it had merit. She acknowledged that
she was not at home with modern fiction, preferring the moral world of
Pasternak to Nabokov» (King, 1986:177)
4
Se ha argumentado que la elección del apellido fue premeditada, haciendo
referencia a la deriva terminológica que lleva de «texto» hacia «tejido»; pero
también con la noción derrideana del traductor como «tejedor real» (Cfr.
Gerbaudo, 2008).
5
Dice EP al respecto: «Yo en esa época era profesor de un liceo de señoritas y
pensé: “Esta traducción me va a traer problemas”.» (Diario La Razón, 1986).
6
El mismo año apareció, también en Sur, la traducción de la novela de Nabokov The real life of Sebastian Knight. La
traducción también fue llevada a cabo por EP. En el caso del Sebastian Knight,
no tuvo inconvenientes en firmar la traducción con su nombre.
Referencias bibliográficas
Fuentes:
Nabokov,
V. (1959). Lolita. Trad. Enrique
Pezzoni (bajo el pseudónimo Enrique Tejedor). Buenos Aires: Sur.
---------------.
(2004). Lolita. Trad. de Francesc
Roca. Barcelona: Anagrama.
---------------.
(1995). The annotated Lolita.
Londres: Penguin Books.
Bibliografía sobre estudios de
traducción:
Berman,
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--------------.
(1999). “La analítica de la traducción y la sistemática de la deformación”. en
Berman, A., La traduction et la lettre ou
l'auberge du lontain. (J. Fidalgo, Trad.)
(pp. 49-68). París: Seuil.
Brisset, A. (1990). Introduction.
En Brisset, A., Sociocritique de la
traduction. (M. Kujaruk, Trad.) (pp. 23-36). Longueuil: Éditions du
Préambule.
Steiner, G. (2000). « The hermeneutic motion”. En
Venuti, L. (ed.), The translation studies
reader (pp. 186-191). New York: Routledge.
Venuti, L. (1992). Introducción.
En Rethinking Translation: Discourse,
Subjetctivity, Ideology. (L. Livchits,
Trad.) Londres: Routledge.
Bibliografía
general:
Bourdieu, P. (2002). Les
conditions sociales de la circulation internationale des idées. Actes de la Recherche en Sciences
sociales,
145.
Diario
La Razón. (domingo 3 de agosto de
1986). «Enrique Pezzoni». La Razón,
Pág. 3.
Gerbaudo,
A. (2008). Enrique Pezzoni: inscripción y reinvención (1950-1970). Borradores,
VIIIIX. VI Congreso Internacional de Letras | 2014 Transformaciones culturales.
Debates de la teoría, la crítica y la lingüística ISBN 978-987-4019-14-1 1832
10
Gold,
H. (1995). Vladimir Nabokov. En
Plimpton, G. (Ed.), Confesiones de escritores:
narradores I. (M. Rosenberg, Trad.) (pp. 107-121.). Buenos Aires: El
Ateneo.
Gramuglio,
M. T. (2004). Posiciones de Sur en el espacio literario. Una política de la
cultura. En Saítta, S. (Dir.), El oficio
se afirma (tomo 9). Historia de la
literatura argentina. Buenos Aires: Emecé.
King, J. (1986). Sur:
A Study of the Argentine Literary Journal and Its Role in the Development of a
Culture, 1931-1970. Cambridge: Cambridge University Press.
Nabokov, V. (1959). La verdadera vida de Sebastián Knight. (E. Pezzoni, Trad.) Buenos
Aires: Sur.
Pezzoni,
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--------------. (2009). El texto y sus voces. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Willson,
P. (2004). La constelación del Sur:
traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX. Buenos
Aires: Siglo veintiuno editores Argentina.
martes, 19 de diciembre de 2017
Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (II)
En octubre 2009, en la revista Vasos Comunicantes (N° 29) el traductor Juan Manuel Ortiz Gozalo (cuyo perfil público en el sitio Infojobs dice: "Soy una persona voluntariosa, proactiva, habituada a trabajar en equipo y con experiencia en los campos de la enseñanza, la edición y la hostelería") publicó “No está escrito en mármol”, un
muy interesante artículo sobre la retraducción de literatura contemporánea. En
uno de sus apartados recoge, justamente, la cuestión de la traducción realizada
por Enrique Pezzoni de Lolita, de Vladimir Nabokov. Allí se refiere, entre otras cosas, al artículo publicado en este blog el día de ayer y a lo que imagina como cuestiones
de censura, pero equivoca las fechas ya que Pezzoni tradujo la obra en cuestión
en 1959, cuando en la Argentina ya no había una dictadura militar, sino un
gobierno democrático (en la medida que puede ser democrático un gobierno cuando
hay proscripción de un partido político; en este caso, el peronismo). Jorge
Herralde compró la traducción en 1986, cuando tampoco había dictadura, pero no
se le ocurrió revisarla. La traducción en cuestión tiene las fallas que tiene,
pero la edición española de Anagrama, como la mayoría de los títulos traducidos
de esa editorial, carece de verdadera edición. O sea.
No
está escrito en mármol
(fragmento)
El segundo caso que expongo es el de la editorial
Anagrama, comúnmente reconocida por la calidad de sus traducciones y por los
rescates que su editor, Jorge Herralde, lleva a cabo de las obras que en su día
publicaron los editores que lo precedieron y de los que aprendió el oficio.
Pues bien, una décima parte de su programa editorial son, como en el caso de
Siruela, rescates de obras descatalogadas o de su propio fondo editorial, y
tanto si han sido publicadas por Anagrama como si no, se revisan y corrigen. En
caso de que rechace una, normalmente por su mala calidad o por estar traducidas
a un dialecto hispanoamericano que las hace incomprensibles para el lector
español, su retraducción se encarga a un traductor de confianza. Esto ocurre en
un 10 % de las obras rescatadas y sólo entre las que se han adquirido a los
traductores.
Pero entre las retraducciones realizadas por Anagrama, un caso llama particularmente la atención: el de Lolita . Es bien conocido que los Nabokov, a partir del éxito internacional de esta novela, se convirtieron en una empresa dedicada a promover la obra de Vladimir en todo el mundo, por lo que vigilaban de cerca las traducciones a otros idiomas. En Suecia, Véra descubrió que la traducción del libro era claramente defectuosa y los Nabokov no pararon hasta que los ejemplares impresos fueron quemados en un vertedero en los alrededores de Estocolmo.
Sin embargo, la traducción al español de Enrique Tejedor de la misma obra presentaba deficiencias similares, a pesar de lo cual Anagrama la compró a Grijalbo Argentina y la publicó por primera vez en España en 1986. Como todos sabemos, Argentina sufría por aquel entonces una férrea dictadura militar que ejercía una implacable censura sobre las editoriales. No es de extrañar entonces que la traducción de tan polémico texto apareciese mutilada y que su autor no tuviese ninguna opción de controlarla, ya que la inseguridad jurídica y las dificultades de comunicación son dos entre tantas de las consecuencias del totalitarismo. Ahora bien, ¿por qué confió Anagrama en la calidad de la traducción a la hora de adquirirla para publicarla en España? La respuesta a este interrogante la encontramos en una característica ya expuesta de la editorial: su respeto por la impagable labor cultural de algunos editores clásicos de la edición en español. Y es que tras el pseudónimo de Enrique Tejedor se esconde el prestigioso Enrique Pezzoni, editor, y también traductor, de la editorial Sudamericana y, por tanto, gran impulsor de la nueva literatura hispanoamericana en los años sesenta y setenta. Además, el texto venía avalado por la reconocida profesora Nora Catelli, autora asimismo de Anagrama. El caso es que la denuncia pública realizada por la revista Letras Libres terminó haciendo saltar todas las alarmas: no sólo faltaban trozos, sino que además la traducción era francamente mala. Inmediatamente la editorial encargó una nueva traducción a Francesc Roca y se volvió a publicar fielmente en 2003 para nuestro disfrute.
Pero entre las retraducciones realizadas por Anagrama, un caso llama particularmente la atención: el de Lolita . Es bien conocido que los Nabokov, a partir del éxito internacional de esta novela, se convirtieron en una empresa dedicada a promover la obra de Vladimir en todo el mundo, por lo que vigilaban de cerca las traducciones a otros idiomas. En Suecia, Véra descubrió que la traducción del libro era claramente defectuosa y los Nabokov no pararon hasta que los ejemplares impresos fueron quemados en un vertedero en los alrededores de Estocolmo.
Sin embargo, la traducción al español de Enrique Tejedor de la misma obra presentaba deficiencias similares, a pesar de lo cual Anagrama la compró a Grijalbo Argentina y la publicó por primera vez en España en 1986. Como todos sabemos, Argentina sufría por aquel entonces una férrea dictadura militar que ejercía una implacable censura sobre las editoriales. No es de extrañar entonces que la traducción de tan polémico texto apareciese mutilada y que su autor no tuviese ninguna opción de controlarla, ya que la inseguridad jurídica y las dificultades de comunicación son dos entre tantas de las consecuencias del totalitarismo. Ahora bien, ¿por qué confió Anagrama en la calidad de la traducción a la hora de adquirirla para publicarla en España? La respuesta a este interrogante la encontramos en una característica ya expuesta de la editorial: su respeto por la impagable labor cultural de algunos editores clásicos de la edición en español. Y es que tras el pseudónimo de Enrique Tejedor se esconde el prestigioso Enrique Pezzoni, editor, y también traductor, de la editorial Sudamericana y, por tanto, gran impulsor de la nueva literatura hispanoamericana en los años sesenta y setenta. Además, el texto venía avalado por la reconocida profesora Nora Catelli, autora asimismo de Anagrama. El caso es que la denuncia pública realizada por la revista Letras Libres terminó haciendo saltar todas las alarmas: no sólo faltaban trozos, sino que además la traducción era francamente mala. Inmediatamente la editorial encargó una nueva traducción a Francesc Roca y se volvió a publicar fielmente en 2003 para nuestro disfrute.
lunes, 18 de diciembre de 2017
Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (I)
Las traducciones consideradas canónicas merecen, para seguir
siéndolo, ser revisadas con alguna frecuencia. No se trata solamente de que los
traductores –incluidos los mejores cometen errores–, sino de que la lengua
cambia entre una y otra época, y además, también cambian las condiciones de
traducción. Para no hablar de lo que podríamos llamar “modas de la traducción”.
Por eso nadie debería escandalizarse de que el escritor y traductor cubano Ernesto Hernández Busto (La Habana,
Cuba, 1968), residente en Barcelona, haya criticado duramente la traducción de Lolita, de Vladimir Nabokov, realizada por Enrique Pezzoni (foto) y publicada por la editorial Sur y, posteriormente,
por Anagrama. Su comentario salió en la revista Letras Libres, del 31 de diciembre de 2001. Pese al tiempo
transcurrido, vale la pena considerarla, conjuntamente con las dos próximas entradas que se publicarán en este
mismo blog mañana y pasado mañana.
No corresponde aquí hacer ningún comentario al artículo de
Hernández Busto, salvo en su comienzo: llamar a Jorge Herralde “editor tan cuidadoso” es, a la luz de las
traducciones que nos despacha, una exageración del todo innecesaria. Luego, finalmente alguien en esa editorial escuchó su reclamo y en 2003 se publicó una nueva traducción, en este caso de Francesc Roca.
Lolita
censurada
Es raro que un editor tan cuidadoso como Jorge Herralde y una troupe tan numerosa como la que conforman los lectores de
Nabokov en España y Latinoamérica no hayan reparado hasta ahora en el desastre
de algunas de sus traducciones al español, editadas por Anagrama.
El peor de los casos es sin duda su novela más famosa, Lolita, traducida por un tal "Enrique Tejedor", que no es otro que el argentino Enrique Pezzoni. A él se debe esta versión, que al parecer editó primero Sur, luego Grijalbo, y que Anagrama ha reproducido desde 1986, junto con una lamentable serie de errores y omisiones.
La distorsión empieza en el capítulo 5, donde Nabokov rastrea
la historia de las nínfulas. Si en el original dice "Here is Virgil who
could the nymphet sing in a single tone, but probably preferred a lad's
perineum", nuestro tímido Tejedor (página 26 de la edición Anagrama de
bolsillo; todas las citas que siguen son de esta edición) se limita a sugerir
que Virgilio "quizá prefería otra cosa".
En
la enumeración siguiente ("Here are some brides of ten compelled to seat
themselves on the fascinum, the virile ivory in the temples of classical
scholarship. Marriage and cohabitation before the age of puberty are still not
uncommon in certain East Indian provinces. Lepcha old men of
eighty copulate with girls of eight, and nobody minds"), Tejedor (pág. 26)
suprime el adjetivo "viril", tal vez para evitar la rima con marfil, y omite sin más las costumbres de los lepchas, un pueblo
descrito por Havelock Ellis en sus Studies in the Psychology of
Sex.
En
el capítulo II, una descripción tan vívida como "There my beauty lay down
on her stomach, showing me, showing the thousand eyes wide open in my eyed
blood, her slightly raised shoulder blades, and the bloom along the incurvation
of her spine, and the swellings of her tense narrow nates clothed in black, and
the seaside of her schoolgirl thighs" se queda en: "Allí mi belleza
se echó bocabajo, mostrándome, mostrando a los mil ojos desorbitados en mi
sangre, sus omóplatos ligeramente prominentes y la pelusilla en la ondulación
de su espinazo" (pág. 51). Siguen unos misteriosos
puntos suspensivos, que aparecerán también en otras ocasiones conspicuas.
Parece como si el traductor se hubiera propuesto rebajar el
tono de Nabokov a una especie de lirismo cinematográfico para todas las edades.
Por ejemplo, algo como "Virginia
was not quite fourteen when Harry Edgar possessed her" se convierte en
"Harry Edgar se enamoró de Virginia cuando esta tenía apenas catorce
años" (pág. 51), mientras que de la confesión de H.H. "this mixture in my Lolita of
tender dreamy childishness and a kind of eerie vulgarity, stemming from the
snub-nosed cuteness of ads and magazine pictures, from the blurry pinkness of
adolescent maidservants in the Old Country (smelling of crushed daisies and
sweat); and from very young harlots disguised as children in provincial
brothels" se extirpa
cuidadosamente la frase referida a las "jóvenes rameras" (pág. 53).
Una descripción de Lolita vestida para una fiesta de
cumpleaños, que en el original aparece como "Full-skirted gingham frock.
Her little doves seem well formed already. Precocious pet!", se queda en
un díptico: "Falda amplia de algodón. Precioso cachorro" (pág. 57). Y
lo mismo sucede con dos de los compañeros de clase de la pequeña Lo, recreados
por la imaginación del pederasta: uno caracterizado como "Gordon, the
haggard masturbator" se convierte en "Gordon, el ansioso" (pág.
61); mientras que de la "adorable Stella" se nos omite un dato
importante: "who has let strangers touch her".
Para no aburrir al lector con el dudoso arte de la lectura comparada, citaré, por último, un fragmento ejemplar, del capítulo 13, cuya fatídica simbología me indujo a abandonar mi inquisitiva relectura. El párrafo en cuestión, en el que Nabokov hace gala de su característica precisión descriptiva, reza así:
It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion.
Nuestro traductor (páginas 67 y 68) lo resumió como:
"No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad.
Si usted creía que el inglés era la más sintética de las lenguas, pruebe el español de Tejedor-Pezzoni y se llevará varias sorpresas. Por lo pronto, Anagrama debería encargar una nueva traducción de la novela que repare estas (y otras) mutilaciones. De lo contrario, la cabeza "pálida y sangrante" del poeta a la que se refería Nabokov en su famoso poema sobre la traducción de Eugenio Oneguin seguirá reducida a un vulgar trofeo de caza, souvenir literario de un traductor feroz.
"No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad.
Si usted creía que el inglés era la más sintética de las lenguas, pruebe el español de Tejedor-Pezzoni y se llevará varias sorpresas. Por lo pronto, Anagrama debería encargar una nueva traducción de la novela que repare estas (y otras) mutilaciones. De lo contrario, la cabeza "pálida y sangrante" del poeta a la que se refería Nabokov en su famoso poema sobre la traducción de Eugenio Oneguin seguirá reducida a un vulgar trofeo de caza, souvenir literario de un traductor feroz.
viernes, 15 de diciembre de 2017
La traducción en Chile y sus traductores (V)
Quinta y última entrega de esta breve encuesta con
traductores chilenos, a propósito de lo que traducen y la situación de la
traducción en Chile. Se cierra con Enrique Winter (1982), poeta y traductor, magíster en escritura creativa por la Universidad de
Nueva York y dirige el diplomado del área en la Universidad Católica de
Valparaíso. Fue editor de Ediciones del Temple y abogado. Publicó los libros de
poesía Atar las naves (Del Temple, Santiago, 2003; Manual, Rancagua y
Valparaíso, 2009), Rascacielos (anticipo) (Ripio, Santiago, 2006), Rascacielos (Proyecto Literal, Ciudad de México, 2008; Funesiana,
Buenos Aires, 2011), Skyscrapers (trad. Mary Ellen Stitt; Díaz Grey editores, Nueva
York, 2013), Guía de despacho (Cuarto Propio, Santiago, 2010; Gigante, Paraná, 2014;
Atarraya Cartonera, San Juan de Puerto Rico, 2015; Libros del Pez Espiral,
Santiago, 2015), Primer movimiento (Sudaquia, Nueva York, 2013), Código civil (Ruido Blanco,
Quito, 2014), Lengua de señas(Alquimia, Santiago, 2015), Sign Tongue (trad. David McLoghlin, Goodmorning Menagerie, Washington,
2015; Bokeh, Leiden, 2016), De ruidos para construcción y orquesta (Zindo &
Gafuri, Buenos Aires, 2016) y Oben das Meer Unten der Himmel (trad. Sarah Otter, Johanna Schwering y Léonce Lupette,
Luxbooks, Fráncfort, 2016). En narrativa publicó Las bolsas de basura (Alquimia,
Santiago, 2015). Editó poemas musicalizados junto a Gonzalo Planet bajo el
título Agua en polvo (Cápsula Discos,
Santiago, 2012). Entre sus traducciones se cuentan Decepciones de Philip
Larkin, junto con Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon (Universidad de Valparaíso,
2013), Blanco inmóvil de
Charles Bernstein (Fondo de Animal, Guayaquil, 2013; Kriller71, Barcelona,
2014), Abuso de sustancias de Charles Bernstein (Alquimia, 2014) y Grandes éxitos de Charles
Bernstein (Mantis, Guadalajara, 2014).
–¿Desde
cuándo y por qué traducís?
–Desde
la Navidad de 2004, cuando pedí de regalo una antología de poetas de habla
inglesa en la que varias versiones me parecieron pobres. –De pura rabia me puse
a corregirlas y con “This Be the Verse” y “High Windows” comencé ese verano,
que estuve de intercambio en Berkeley, la traducción de Philip Larkin publicada
nueve años después.
–¿Cómo
elegís a los autores que vas a traducir?
–Suelo
elegir poesía que haya cambiado las condiciones expresivas del género, a través
de innovaciones formales que puedan aportar a nuestra tradición. Disfruto
encontrar posibilidades para textos cuya primera función en el original no era
necesariamente el sentido, como en el caso de Charles Bernstein. Aun así, debe
apasionarme el universo creado por el autor. Traduzco si me encanta el original
y, a la vez, siento que es indispensable que exista en castellano, salvo las
sanas excepciones cuando algún amigo me pide un favor. Al final todo se mezcla,
como en la muestra de poetas birmanos que publiqué hace unos meses. Este año
fue particular, porque traduje sólo libros por encargo. De la Universidad de
Valparaíso recurrieron a mí para que coordinara la primera traducción chilena
de Emily Dickinson, que afinamos estos días con Verónica Zondek y Rodrigo
Olavarría, mientras que de Libros de Mentira me preguntaron si estaba dispuesto
a traducir a Gilbert Keith Chesterton, lo que acepté gustoso. Me alegró que se
tratara de clásicos cuyos procedimientos he estudiado, sin que en castellano me
pareciera que se les hubiese hecho suficiente justicia. Es increíble que la
madre de la poesía estadounidense no tenga una sola traducción que le respete
las mayúsculas, los guiones y el sentido, prestándole alguna atención a la
tonada métrica y rimada que vuelve árida y graciosa a la vez su densidad
conceptual y espiritual. Presentaremos la antología a comienzos del próximo año. Los cuentos del británico los
lanzaremos el sábado que viene en Valparaíso. Tres
paradojas se llama el libro.
–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea
como poeta?
–Cada
vez que traduzco siento que esta es la forma más profunda de leer, como si no
hubiera leído de veras la literatura que no traduje. Es mi escritura la que
expone al autor traducido en castellano y mis propios poemas son, por así
decirlo, traducciones de mi experiencia en el mundo. Es inevitable, y ni
siquiera intento oponerme, que aquello que traduzco impregne lo que escribo. Es
un aprendizaje constante de formas distintas de decir que enriquecen mi caja de
herramientas, sobre todo en un aspecto musical, el primero que suele abandonar
la traducción y que para mí es el centro. Trato de pensar como los autores que
traduzco, de ser ellos por un rato, y para entrar en ese trance es que trabajo
sus textos por días completos y seguidos. Luego puedo pasar un año sin traducir
un verso.
–¿Cuál
es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–Uno
aún precario, de nicho, y también el mejor en décadas. Hubo prácticamente un
vacío de treinta años entre generaciones de traductores y hoy nos encontramos
en proyectos comunes que coinciden con un incipiente interés de los lectores
hacia otras tradiciones. Hay cada vez más escritores que dominan idiomas,
mayoritariamente el inglés, y menos prejuicios sobre cómo puede ser la
literatura o quién está autorizado para hacerla. Autores más jóvenes suben
desde cualquier provincia y de inmediato a internet sus versiones de poemas que
van descubriendo.
––¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo
de los traductores chilenos?
–La
respuesta hace unos años habría sido un rotundo “en ninguna medida”, pero la
sola mención de las dos editoriales que pagaron los encargos de este año o de
Overol, que lo hará en 2018 para mi traducción de Susan Howe —una poeta extraordinaria,
cuyo trabajo me pidieron al leer una muestra que hice para Eterna
Cadencia—,
da cuenta de su responsabilidad activa en el crecimiento de la escena. Esto se
debe, en parte, a los fondos para traducción del Consejo del Libro y la
Lectura, que es estatal y también financia traducciones de autores chilenos en
el extranjero. Por concurso apoyaron Puste Spacie,
la antología de mi poesía en polaco, por ejemplo. Y también traducimos
críticamente estéticas actuales en revistas sin recursos, dentro de un espíritu
colaborativo que renueva lo que puede leerse en el país.
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