martes, 18 de septiembre de 2018

En septiembre, el SPET tiene como invitada a María Constanza Guzmán


En el próximo encuentro, que tendrá lugar el miércoles 26 de septiembre a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández” (Carlos Pellegrini 1515), nuestra invitada María Constanza Guzmán ofrecerá una conferencia sobre “El archivo del traductor: hacia una genealogía de la literatura latinoamericana a partir de la traducción”

María Constanza Guzmán es profesora en la Escuela de Traducción y el Departamento de Estudios Hispánicos en la York University (Toronto, Canadá). Obtuvo un doctorado en Literatura comparada y traductología de la State University of New York, una maestría en Traducción de la Kent State University (Estados Unidos) y una licenciatura en Filología e idiomas de la Universidad Nacional de Colombia. Sus intereses de investigación se centran en la traductología, la literatura comparada y los estudios latinoamericanos. Ha publicado varias traducciones, entre ellas la de la novela La sombra de Heidegger de José Pablo Feinmann (2016, trad. con Joshua M. Price). Es autora de numerosos artículos y del libro Gregory Rabassa's Latin American Literature: A Translator’s Visible Legacy (2011). Ha participado como coordinadora de varios volúmenes, entre ellos The View from the Agent: Daniel Simeoni's“traductologies" (2015), Deterritorializing Practices in Literary Studies (2014) y Translation and Literary Studies: Homage to Marilyn Gaddis Rose (2012). Es directora de la revista multilingüe Tusaaji: A Translation Review y actualmente se encuentra coordinando un número especial sobre la traducción en publicaciones periódicas para la revista Translation and Interpreting Studies (TIS). (Ver otras publicaciones)


Lectura sugerida:
Guzmán, M. (2013): “Translation North and South: Composing the Translator’s Archive”. TTR : traduction, terminologie, rédaction26(2), 171–191.

Quienes confirmen su asistencia recibirán por correo electrónico el material de lectura sugerida para este encuentro.

Quienes tengan previsto solicitar un certificado de asistencia deberán firmar después de la reunión en la lista disponible en Cooperadora.

lunes, 17 de septiembre de 2018

El zorro opina sobre las mejoras que hay que hacer en el gallinero


Como todo el mundo sabe, Guillermo Schavelzon es un agente literario argentino establecido en Barcelona. Con un largo pasado en diversas editoriales de uno y otro lado del Atlántico, ahora, ya ubicado del otro lado del mostrador, sigue siendo funcional a la lógica de las multinacionales, para las cuales trabajó durante muchos años. Tal vez bajo esa luz deban leerse sus opiniones, publicadas en Página 12 del 12 de septiembre pasado opuestas a las manifestadas en un artículo que Silvina Friera, publicara en el mismo medio unos días antes (ver entrada de este blog del 10 de septiembre de este año).

Una salida ante 
“el derrumbe y la catástrofe”

“La industria del libro vive un momento de franca desesperación”, dice la nota en que Silvina Friera reúne la opinión de un calificado conjunto de editores (Página 12, 8 septiembre 2018).

Muy diferente fue la historia cuando la edición argentina, a mediados del siglo XX, fue capaz de apoyarse y apoyar la excepcional capacidad de creación que había –y sigue habiendo– en el país, de traducción, de oficio editorial y de vanguardia cultural. Por eso, logró que casi todas las grandes obras literarias y de pensamiento de la época (Freud, Proust, Joyce, Dante, Camus, Sartre, Kafka, Mann, Marx, Gramsci, Althusser, Levi-Strauss...) se tradujeran y publicaran, por primera vez en español, en la Argentina, igual que los grandes best sellers internacionales (Dale Carnegie, Lin Yutang, Saint Exupery, Wilbur Smith, Stephen King, Ira Levin, Tolkien, Bradbury, Charière...). Eso fue factible, entre 1950 y 1970, porque las editoriales publicaban para vender en todos los países de lengua española, no solo para el mercado local. Dos tercios de la facturación de Emecé, Sudamericana, Rueda, Siglo Veinte y Paidós eran por ventas al exterior.

Hoy, el principal problema es “el derrumbe” del mercado nacional, como dicen los editores, porque ningún país de mercado reducido puede sostener una industria editorial vendiendo solo en el mercado nacional. Al ser así, todo depende siempre de la coyuntura, y solo se conocen períodos excelentes o dramáticos, altibajos que no son desconocidos para las editoriales argentinas. Pero hay otro mundo posible, que está casi al alcance de la mano. Las posibilidades que ofrece una lengua común para 400 millones de personas es algo sin igual. No creo que se pueda decir que los editores tienen que ser comprensivos, porque “el país está sufriendo”; eso sólo lo dice el FMI. Quien sufre no es el país, sino los pobres, los de antes y los nuevos. Este mismo plan económico, basado en “la épica del ajuste”, aplicado en España durante los recientes diez años de gobierno del Partido Popular, ellos lo consideran un éxito: aunque la mitad de los menores de 30 años no tienen trabajo, el número de millonarios (los que declaran más de 30 millones de euros al año) se disparó en un 76%, “y las grandes fortunas crecen sin parar” (ABC, 19.6.2018).

Seguir reclamando apoyos al Estado no funciona: no los ha dado ni los dará; no le interesa darlos, ni en momentos de desesperación ni de prosperidad. La industria editorial argentina tiene que conseguirlo por sus propios medios. Para poder crecer de manera sostenida, necesita un mercado internacional, lo que hoy en día no es difícil de lograr ni se necesita ser una gran editorial. No me refiero a las grandes multinacionales, a las que no se les puede pedir que exporten desde la Argentina, para lo que tendrían que trasladar lo que ahora son beneficios en países de moneda estable y sin inflación a uno de gran inestabilidad. Pienso en el resto de las editoriales, que representan un porcentaje nada despreciable, tanto a las que tienen un proyecto cultural como comercial. En la actividad editorial, no alcanza con sobrevivir, se necesita crecer, ya sea publicando cada vez más o haciéndolo cada vez mejor.

Para vender en otros mercados hay que ofrecer un catálogo atractivo, lo que requiere salir al mercado internacional de derechos de autor (de “contenidos”,  como dicen los productores de televisión) en el que Argentina tuvo, hasta los años ‘70, un excelente lugar. Luego, con un peso sobrevaluado, el negocio fue importar, y las editoriales argentinas desaparecieron del mercado internacional de los derechos de autor, dejándole todo a España. Exportar libros argentinos no quiere decir libros de autor argentino. Aunque si una editorial tiene una buena red de exportación, estará en mejores condiciones de incluir autores locales en su oferta. Exportar libros es un negocio, exportar autores argentinos es una acción cultural. Se requiere un esfuerzo para modificar el concepto de “exportación”, olvidarse del correo, de los paquetes y de los conteiners. La exportación física de libros es lenta, costosa, burocrática, y poco rentable. Es de un siglo que ya pasó.

Algunas editoriales están aprovechando las posibilidades de las nuevas tecnologías, enviando archivos digitales para que, en otros mercados, se haga la cantidad de ejemplares que se pueda vender, ya sea cincuenta o cinco mil. Es sencillo, las reimpresiones son rápidas, los costos son constantes, no hay problemas de papel ni de calidad. Además, no hay fletes, aduanas, controles burocráticos ni gastos de envío. Cada vez hay más empresas en España (un mercado más grande que el de todos los países latinoamericanos sumados) que dan este servicio a editoriales chicas y medianas de otros países. Esto es hoy la exportación, un negocio optimizado, sin stocks, sin requerimientos logísticos que ya no hay o son muy caros, donde la eliminación de gastos permite márgenes que aseguran concentrarse en la actividad esencial del editor: elegir qué publicar, contratar, encargar, desarrollar proyectos, traducir, diseñar, hacer todo el proceso previo a la impresión; lo que, en definitiva, es lo estratégico de la edición. Trabajos que no dependen de la localización, solo de una buena conexión a internet. Esto es lo mejor del aporte de las nuevas tecnologías: la digitalización de la edición, que no tiene nada que ver con el libro digital.

Cuando no existía internet ni se podía imaginar lo que llegaría años después, lo esencial se lo escuché decir a José Manuel Lara Bosch, entonces vicepresidente del grupo Planeta: “A América Latina hay que mirarla siempre en forma conjunta; si miras a un solo país, tienes un infarto cada cinco años”. Nunca tan válida como hoy esta concepción de la actividad editorial. Para exportar ya no hay que preocuparse por las tarifas de transporte ni por tener enormes depósitos donde guardar los libros, ni intentar sostener un precio estable en dólares. Hace dos semanas, un libro costaba 20 euros, y hoy cuesta 12. El gobierno, en lugar de intentar transformar el desastre en una alternativa, alentando la exportación de libros, les puso una retención.

Hace treinta años, España se quedó con todos los mercados del libro en español, que la Argentina y México no tuvieron posibilidades de sostener. Hoy España ya no parece una amenaza, mientras que su gran mercado interno (celosamente cuidado por quienes lo dominan) se convierte en una oportunidad. La amenaza está en otro lado, los libros vendrán cada vez más de China, el país que actúa más a largo plazo, por lo que no me llamaría la atención que comience a ofrecer facturar y cobrar en pesos argentinos.

Creo que hay que poner todos los esfuerzos en desarrollar una nueva forma de exportación y vender libros en todos los países. Publicar para el mercado local es como hacer malabarismo. El libro es un producto sin demasiadas ventajas diferenciales más allá de su contenido, pero tiene una: se puede producir y fabricar en cualquier lugar, algo que no podrían hacer los sojeros, por poner un ejemplo. La edición argentina tiene una oportunidad para volver a lograrlo.

viernes, 14 de septiembre de 2018

"Abogo por la tolernacia de ambos lados"


Continuando con nuestras columnas de los viernes, es el turno de la traductora española Itziar Hernández Rodilla, quien se dedica aquí a reflexionar sobre la lengua que nos separa.

400 millones de españoles

Hace unos años leí Nocturna, de Guillermo del Toro y Chuck Hogan, y la leí en la traducción al español de un tal Santiago Ochoa solo porque la había visto muy criticada. Y ¿qué puedo decir? A mí no me pareció tan mala…

Es cierto que encontré floja la novela y que decidí enseguida que me ahorraría la segunda y la tercera parte de lo que creo que es una trilogía. Pero, teniendo en cuenta que el español que usaba el traductor se parecía bastante al que hubiese utilizado Guillermo del Toro de haber escrito directamente en castellano, supongo que podemos decir que cumplía aquella falacia tan repetida de que el texto traducido debe quedar como el autor original lo hubiese escrito si la lengua de traducción fuera la suya.

Entonces, ¿por qué mereció tan mala fama? Mi teoría es que a los españoles leer un castellano ajeno al nuestro nos cuesta. Y nos cuesta porque no nos educan para ello. A ver cómo lo explico. Porque los clásicos sudamericanos que leemos harían suponer lo contrario, ¿no?

Veamos. La primera vez que oí un «cachái» chileno y todo el consecuente tuteo en «-ai», «-ís», «-íh», yo ya había cumplido los treinta años, sabía que las princesas Disney llevaban vestido por no tener que escoger entre «falda», «pollera», «saya» o «enaguas», había acabado dos carreras en la universidad y leído unos cuantos libros escritos por argentinos, chilenos, colombianos y peruanos, que yo recuerde. Pero era la primera vez que era consciente de que existiera tal forma del tuteo (al voseo argentino llegaba, aunque solo fuese por Les Luthiers).

La razón más obvia para esto es, por supuesto, que en Chile, por ejemplo, esa forma del tuteo se consideraba un uso aplebeyado y vulgar de la lengua y, por tanto, la acción normativa de la escuela hacía hincapié en los preceptos de la gramática tradicional; es decir, la de la minoría de hablantes de castellano de la Península Ibérica. Así pues, el uso culto que hemos leído ha tendido siempre a parecerse al español que hablamos. Incluso cuando han sido traducciones hechas en Sudamérica (y, durante un tiempo, era la única forma de leer la traducción de ciertos libros en España), esas traducciones se hicieron con el mismo espíritu de proyección que aquellos doblajes Disney que nos pertenecían a todos y que, como dice un amigo, en realidad no estaban en ningún idioma porque nadie hablaasí.

Con el tiempo, mi curiosidad personal, mis experiencias vitales y mis gustos, me llevaron a pasar una temporada en Buenos Aires, a leer castellanos menos parecidos al mío buscándolos y recomendándolos, pese a la extrañeza que causaban en algunos, a ver cine y series argentinas porque me gustan, a interesarme por el teatro que se hace allende los mares, a aprender, en definitiva, a querer los castellanos que no son el mío como obligación de alguien a quien le gustan los idiomas.  

Bien, llegados a este punto,creo que debo aclarar que estoy de acuerdo con lo dicho en esta entrada del blog en el que escribo invitada: «¿Por qué el lector debería leer en un castellano que no es el suyo? […] Cada región […] debería tener sus propias traducciones, para lo cual los responsables editoriales deberían provenir exclusivamente del mundo del libro y no ser exgerentes de Pepsi Cola o de una fábrica de autos». Para mí eso incluiría que, si la falacia antes mencionada tiene que funcionar para todos, los personajes traducidos tendrían que utilizar su voseo en Argentina y su peculiar tuteo en Chile, por no incluir más países.

Como decía Alejandro Ariel González escribiendo para El Trujamán, hablando de editoriales argentinas, quien traduce para ellas sabe que, por defecto, tiene que utilizar el «tú» como segunda persona del singular porque los editores quieren ganar dinero con sus libros colocándolos en otros mercados, que se resisten al «voseo». Y vuelvo, así, al comienzo de este articulillo. Si siempre nos protegen de los castellanos distintos al nuestro, ¿cómo conseguir que no nos resistamos?

Ahora bien, el mismo Alejandro Ariel aclaraba que el no usar el «vos» en traducción es algo que puede partir de los propios traductores; en cuyo caso, sospecho, podría pasarles lo mismo que a nosotros. Están contaminados por la cantidad de traducciones «normativas» que leen hasta el punto de que a ellos mismos les extraña su lengua. Quizá necesiten el mismo entrenamiento que los españoles.

Sea como fuere, esto tiene que ver también con muchísimas de las pegas que ponen los colegas del otro lado del charco a las traducciones españolas que les imponen las editoriales. Les chocan nuestros españolismos. Usos peninsulares que, por cierto, la mayoría de nosotros no sabemos que lo son por, siento repetirme, la gran inconsciencia que tenemos de los castellanos que usa esa mayoría de hablantes de nuestra lengua.

Esto es, advierto, una opinión personal, pero una de la que estoy profundamente convencida. Tanto que, desde que doy clases de Traducción en la universidad, una de las primeras recomendaciones que hago a mis alumnos es que salgan de su idiolecto y lean todos los tipos de castellano que puedan, que los oigan, que los busquen y que los aprendan para saber cuándo el suyo se está imponiendo, pero también cuándo dicen algo que no pertenece al castellano de su país y, por lo tanto, quizá no debería aparecer en sus textos. Eso sí, me pregunto si encontrarán esas otras variedades, vistos los muchos problemas que tengo yo para encontrar libros editados en Latinoamérica que leería con mucho gusto y, sin embargo, no puedo.

Sobre la forma de arreglar este desmán, es algo que dudo, pues dependerá de la causa. ¿Será cuestión de que la industria editorial, una vez más, nos impone cosas que les facilitan el negocio sin pensar en la cultura? ¿Será realmente una especie de alergia del lectora variedades de castellano que no son la suya? ¿Es posible educar esta extrema sensibilidad? Y ¿de qué depende? ¿Pasa por un cambio en la tarea prescriptiva dela Real Academia de la Lengua? ¿O por una mayor apertura de una sociedad aún nostálgica de su pasada gloria? ¿Es el famoso eurocentrismo? ¿O una cosa de individuos particulares cegados por su propia ignorancia?

Si no el problema, quizá por el individuo pasa la solución, y honrada como me siento de que los colegas argentinos me hayan invitado a dar mi opinión aquí, deseo que sepan que abogo por la tolerancia de ambos lados e intento poner mi granito de arena para que futuras generaciones de licenciados sean más conscientes de la riqueza que poseemos todos en la diferencia. Y,como se dice por estos lares, toda piedra hace pared.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Malpaso, ACEtt y los traductores: un culebrón


Desde que la editorial Malpaso, propiedad del magnate mexicano Bernardo Domínguez Cereceres. se instaló en España, todo es muy confuso. Por un lado, sus malas prácticas para con autores y traductores (esto es, incumplimiento de contratos y de pagos) ha motivado todo tipo de quejas de unos y otros, y cobrado un inusitado estado público acaso por razones que escapan por completo al mundo editorial. 

De hecho, ACEtt, la institución que dice “defender los intereses y los derechos jurídicos, patrimoniales o de cualquier otro tipo de los traductores de libros”, recibió las primeras quejas sobre Malpaso en 2014 (un reciente comunicado habla de 2016), cuando Ricardo García Pérez, uno de los socios de la institución, transmitió su preocupación en el foro interno porque Julián Viñuales –un editor de muy mala reputación entre los traductores españoles por sus malas prácticas en el fundido sello Global Rhythm–, se había embarcado en el proyecto de Malpaso. 

Carlos Fortea, presidente de ACEtt, hizo averiguaciones y decidieron dejar la cosa como estaba porque Viñuales no tenía participaciones en Malpaso, sino que era un trabajador más. García Pérez, al parecer, había denunciado a Viñuales por los pagos pendientes que Global Rhythm le adeudaba, pero nadie hizo nada por ayudar a este hombre, lo que pudo haber sido el desencadenante para que García Pérez renunciara a ACEtt. Lo que sí es cierto –y puede que de ahí venga el error– es que en diciembre de 2016, luego de que muchos socios se quejaran por falta de pago, Malpaso dejó de estar entre las editoriales adheridas al contrato tipo de ACEtt.

Ahora bien, la cosa pasó a mayores. Fue así que Carlos Fortea, quien difícilmente mueva un dedo por los asociados de ACEtt (cfr. lo que pasó cuando Yolanda Morató denunció el posible plagio de Mercedes Cebrián –ver entradas de este blog correspondientes a los días 8, 9, 19 y 26 de febrero,  y 5,  6 y 12 de marzo de 2017–, y el comportamiento que tuvo Enrique Redel, dueño de la editorial Impedimenta, cuyos libros Fortea comenta puntualmente en distintos foros: http://impedimenta.es/libros.php/leccion-de-aleman , http://impedimenta.es/libros.php/historia-y-desventuras-del-desconocido , http://impedimenta.es/libros.php/wadzek-contra-la-turbina-de), el 27 de julio pasado lanzó un comunicado en los siguientes términos:

“Ante las noticias publicadas estos días en prensa (leer aquíaquíaquí y aquí) sobre la situación legal y económica del grupo Malpaso (que incluye los sellos Malpaso, Lince Ediciones, Salto de Página, Biblioteca Nueva, Dibbuks y Jus), ACE Traductores quiere hacer públicos los siguientes extremos:

ACE Traductores rompió en diciembre de 2016 toda relación con el grupo Malpaso, debido a que ya en ese momento había tenido noticias de sus socios respecto a incumplimientos contractuales e impagos, y expulsó al grupo de la lista de editoriales firmantes de su contrato tipo.

ACE Traductores se alegra de que muchas denuncias que hasta ahora circulaban en silencio se hayan hecho públicas, reitera a los traductores afectados la disponibilidad de sus servicios jurídicos para reclamar sus derechos y exige a Malpaso regularizar la situación de todos los posibles afectados.

ACE Traductores exhorta al resto de actores del sector editorial a condenar la existencia de tales prácticas, tanto para preservar el buen nombre del sector como para no exponer a los profesionales a situaciones como las que han sufrido a lo largo de estos meses.”

Acá hay que empezar a recapitular un poco porque muchas cosas podrían sospecharse.

EL CRECIMIENTO DE MALPASO
La primera tiene que ver con que Malpaso, en muy pocos años, ha crecido exponencialmente mucho más que cualquier otra editorial que funcione en España. Como datos curiosos, podrían señalarse los contratos por  250.00 y  120.000, respectivamente, para publicar textos de Bob Dylan y Elton John, inversiones que, con toda la furia, no se recuperan así como así.

Parte de la explicación podría hallarse en otra parte, según señala el periodista, escritor y traductor Armando López Vaquero, en un artículo publicado en Mundo crítico (http://mundocritico.es/2016/05/malpaso-de-donde-saca-para-tanto-como-destaca/).“La respuesta a la potencia financiera de Malpaso  hay que buscarla en la foto que falta en la sección de su web llamada ‘Quién hay detrás de Malpaso’. La foto ausente es la que corresponde a Bernardo Domínguez Cereceres, empresario mexicano que se define como ‘la mano invisible’. La supuesta invisibilidad del empresario mexicano puede comprobarse en una serie de negocios que involucran la construcción, y a través del grupo DSC, los contratos con la CFE, Pemex, la SCT, y gobiernos estatales y municipales para la construcción de montajes electromecánicos, así como obras marítimas y viarias. Hoy en día, además de ser un potente grupo constructor,  DSC cuenta con filiales como DSC Comercial la cual adquirió el Grupo Ferretero Lavi, una empresa de ferretería con 46 sucursales en los Estados Unidos o Turismo DSC, otra filial a través de la cual adquirió y gestiona hoteles en Acapulco, Cancún, Ixtapa y Puerto Vallarta, entre otros”.

DINERO PRESUNTAMENTE NEGRO
La segunda  cuestión que importa aquí es que Bernardo Dóminguez Cereceres ha apoyado económicamente a Jordi Pujol Ferrusola, el hijo mayor del ex presidente de la Generalitat, alguien que estaba siendo investigado por blanqueo y evasión de capitales. Hay que aclarar que, antes de todo este escándalo, ambos fueron socios en México.

Así lo explicaba un artículo sin firma, publicado por El Sol de México, el 7 de agosto pasado (https://www.elsoldemexico.com.mx/doble-via/virales/los-malos-pasos-de-la-editorial-mexicana-malpaso-en-espana-1897588.html):

“Hace apenas dos años, la joven editorial Malpaso revolucionaba el mercado español comprando los derechos de Bob Dylan. Pero ahora esos sueños de grandeza se desvanecen entre la investigación por blanqueo a su propietario mexicano y serios problemas de liquidez.

Los apuros de esta editorial fundada en 2013 por el empresario de la construcción mexicano Bernardo Domínguez Cereceres salieron a la palestra a finales de junio, pero no sorprendieron en Barcelona, capital mundial de la edición en español y sede de Malpaso.

Desde hacía años, el sector recelaba del desorbitado crecimiento del grupo: conseguían cotizados derechos de traducción, adquirían otros sellos, publicaban 200 títulos anuales y abrían una librería o incluso un restaurante que inauguraron con una fiesta con mariachi.
Pero el castillo de naipes empezó a desmoronarse el 26 de junio: Domínguez Cereceres fue detenido acusado de blanquear dinero para la familia de Jordi Pujol, expresidente regional de Cataluña (1980-2003) caído en desgracia por las sospechas de corrupción sobre él, mujer e hijos.

Después del interrogatorio, quedó en libertad pero se le retiró el pasaporte.

En México, la abultada fortuna del propietario del vasto consorcio de la construcción DSC y cercano al expresidente Vicente Fox ya había despertado suspicacias.

‘Bernardo Domínguez Cereceres, las dudas de una fortuna’, titulaba un largo artículo publicado en octubre por el periódico Milenio, que repasa capítulos oscuros de su trayectoria empresarial, salpicada ya con aventuras editoriales fracasadas.

‘MALPAGO PAGA YA’
Poco después de la detención, otra tormenta se abalanzó sobre la editorial: la etiqueta #Malpaso- PagaYa se viralizó en redes sociales por las denuncias de impagos a escritores y traductores.

Desde la editorial reconocen estos problemas de liquidez que atribuyen a la demora de una inyección de capital de su propietario desde México: ‘Se está pagando pero no a un ritmo óptimo, muchos proveedores están cobrando pero otros no’. Según Carlos Fortea, presidente de la asociación de traductores ACE, sus afiliados empezaron a denunciar impagos a finales de 2016 ‘y la situación ha ido a peor’.

UNA APUESTA FALLIDA
Los fondos procedían exclusivamente de Bernardo Domínguez Cereceres, ‘una persona con mucho dinero que quería ser un gran editor’. Pero las remesas que llegaban desde México para mantener el negocio editorial empezaron a dilatarse a mediados de 2017, cuando la investigación sobre presunto blanqueo empezaba a cernirse sobre él, asegura el extrabajador.

El grupo está tomando medidas para ‘adaptarse a la realidad del mercado’: la plantilla se redujo en más de la mitad y volverán a publicar cuarenta títulos”.

Ahora bien, si bien todo esto es cierto, hay una tercera cuestión –sin duda odiosa– que se relaciona con el origen de la editorial que, reiteramos, es mexicana. Raramente se llega a este tipo de repudio en España cuando las editoriales son españolas y, sin embargo, muchas de sus malas prácticas son exactamente iguales que las que se le imputan a Malpaso. Eso, por supuesto, no justifica nada. Unas y otra incurren en delitos. Pero que los delitos, cuando son mexicanos, sean más delitos que cuando son españoles parece por lo menos un tanto tendencioso como demuestra la reacción de ACEtt ante la evidencia flagrante de lo que muchos socios venían denunciando hacía tiempo y que forzó a la asociación a tomar una postura formal (porque la efectiva todavía está por verse: la gente sigue sin cobrar) bastante inédita hasta ahora.

¿Continuará?

miércoles, 12 de septiembre de 2018

"Editar es una forma subrepticia de opinar sobre el estado de la cultura contemporánea"


La columna de Damián Tabarovsky en el diario Perfil del fin de semana pasado trata sobre la edición y su historia.

En torno a la edición

¿Qué historia de la edición estaría faltando y por qué? La edición es, como pocas, una institución sobredeterminada, para decirlo con las viejas palabras del marxismo estructuralista a lo Althusser, es decir, una institución condicionada simultáneamente por varios factores. Una institución de cruce: primero, pertenece a la industria cultural, con todo lo que se juega en ese oxímoron, en esa tensión entre industria y cultura: de un lado la economía, la producción en serie, la distribución, el stock, la tecnología… del otro lado, la singularidad de cada libro, de cada autor, la dimensión artesanal de la edición. Pero también y sobre todo la edición es una institución de cruces, porque ella, como un prisma, permite ver el estado de la cultura y de la literatura en un momento dado.

Es decir, permite preguntarnos acerca de qué libros se publicaron en que época y en qué contexto, y también qué libros no se publicaron en esa época y en ese contexto. Y también qué circulación tuvieron esos libros, qué debate generaron, qué tomas de posiciones existieron detrás de esos libros. Las editoriales, entonces, pueden ser pensadas como la caja de resonancia de esos debates. O a veces como las impulsoras de esos debates, e incluso, en casos extremos, pero no por eso menos ciertos ni menos interesantes –al contrario, tal vez sean los más interesantes– las editoriales pueden ser pensadas como la vanguardia de esos debates. Tal vez podríamos decir que así como hubo (¿o hay?) autores de vanguardia, hubo (¿o hay?) editoriales de vanguardia.

Por supuesto no bien escribo “editoriales de vanguardia” pienso en el aspecto cultural, tal como lo mencionaba más arriba, y menos en la dimensión “industria”. ¿Cómo se concilia la perspectiva de un catálogo de vanguardia con la dimensión industrial, hecha de costos, pagos, salarios, beneficios (¡O pérdidas!), etc., etc.? Bueno, muchas veces no se concilian, y esas editoriales han durado muy poco, pero a la vez han sido cruciales. La historia de la edición es también la de esas editoriales que duraron poco, pero que marcaron su época, que dejaron una huella cultural mucho tiempo después de su desaparición. En Argentina, pienso en la editorial Jorge Alvarez, que duró solo unos pocos años a fines de los 60, pero que publicó algunos de los primeros libros de Puig, Walsh, Piglia y muchos otros. Medio siglo después todavía estamos hablando de una editorial de duración muy breve (hablamos tanto de ella que a veces pienso que está un poco sobrevalorada). Pienso también en Santiago Rueda (de la que hablamos tan poco que da algo de vergüenza. Por suerte sé que un buen ensayista e investigador está preparando un libro sobre su trayectoria) en los años 50, extraordinaria editorial que quedó algo opacada detrás de Sur, pero que tradujo por primera vez al castellano Ulises de Joyce, y algunos tomos de En busca del tiempo perdido de Proust, por Estela Canto. Se trata de pensar la edición bajo una perspectiva fuertemente intelectual porque es ella misma una de las grandes instituciones intelectuales de los siglos XX y XXI.

Editar es una forma subrepticia de opinar sobre el estado de la cultura contemporánea. Pues aquí el primer signo de nuestro tiempo: la nefasta hiperconcentración editorial de los grandes grupos multinacionales, solo posible en una época neoliberal sin ninguna alternativa de izquierda a la vista.

martes, 11 de septiembre de 2018

"Estamos muy lejos de ser lectores perfectos"

Cristián Vázquez (Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. Ha publicado la novela breve Támesis (2007) y el libro de cuentos Partidas (2012). La siguiente es una columna de opinión que publicó en la revista mexicana Letras Libres, el 17 de julio pasado.

Leer traducciones
o las papas de Leopoldo Bloom

1
“¿Qué es una inteligencia infinita?”, plantea Borges en una nota al pie hacia el final de su ensayo “El espejo de los enigmas”, incluido en Otras inquisiciones, su libro de 1952. Propone un ejemplo como respuesta:

Los pasos que da un hombre, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, dibujan en el tiempo una inconcebible figura. La Inteligencia Divina intuye esa figura inmediatamente, como la de los hombres un triángulo. Esa figura (acaso) tiene su determinada función en la economía del universo.

Se me ocurre una analogía: un lector perfecto podría intuir una novela completa de una forma tan clara y precisa como los lectores normales podemos interpretar un microcuento: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Tanto si son cincuenta caracteres como mil páginas, cada palabra tiene una determinada función en la economía del texto.

2
Como no somos lectores perfectos, hacemos lo que podemos. Se nos escapan guiños, malinterpretamos referencias, olvidamos detalles. Por eso, se suelen afirmar cosas como que nunca dos personas leen un mismo libro: cada una construye un libro diferente a través su propia lectura. Y hasta ahí no hay mayores inconvenientes.

El problema llega con las traducciones. Porque el traductor es, antes que nada, un lector. Y la traducción es una versión de su propia lectura. Cuando el traductor se pierde las alusiones o no ve las sutilezas, determina que lo mismo les sucederá a quienes accedan a la obra por medio de su traducción.

Un ejemplo clásico es el de la papa de Leopold Bloom, en el Ulises de Joyce (publicado, recordemos, en 1922). En el capítulo 4, Bloom está por salir de su casa. En el umbral se toca el bolsillo y comprueba que ha olvidado el llavero. “La papa la tengo” (Potato I have), dice. Esa frase, como apunta Ricardo Piglia en su libro El último lector, parece no tener ningún sentido allí. La papa vuelve a aparecer de manera enigmática en el bolsillo de Bloom al final del capítulo 8. En el capítulo 14 alguien empieza a echar luz sobre la cuestión, al preguntarse: “¿Papa contra el reuma?”.

En el 15, la cuestión se aclara por fin. Primero, a Bloom se le aparece el espíritu de su madre, que se levanta la falda y muestra que en la bolsa de su enagua lleva, ella también, una papa. Después una prostituta llamada Zoe mete la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón de Bloom y saca una papa negra y arrugada. “Talismán. Una herencia”, explica Bloom. Y unas decenas de páginas más adelante, cuando reclama a la chica que se la devuelva, añade: “No vale nada, pero es una reliquia de mi pobre madre”.

Bloom, por superstición, lleva siempre una papa consigo. Por eso, cuando va a salir de su casa, la siente en su bolsillo, pero el sentido de aquel “Potato I have” solo se puede descifrar unas cuatrocientas páginas después. Como si Joyce hubiera escrito para lectores perfectos, que pudieran intuir la novela completa de una sola vez.

3
José Salas Subirat, el primer traductor del Ulises (publicó su versión en 1945), no era, desde luego, un lector perfecto. Y al principio no entendió lo de la papa. La expresión “Potato I have” la tradujo como: “Soy un zanahoria” (en el sentido de “soy un tonto”, por haber olvidado la llave).

El problema, anota Piglia, es que en la novela “se alude a algo que no tiene explicación y compone una cadena que se comprende luego de haber recorrido todo el texto […] Cuando Salas Subirat traduce ‘zanahoria’ revela la misma sorpresa que sufre el lector que no ha leído todo el texto y no puede establecer la conexión, que solo es posible al releer: para entender hay que leer todo el libro”.

Pero las connotaciones de la papa van más allá. Era la comida clásica de los campesinos irlandeses, y la plaga que afectó su producción fue la principal responsable de la hambruna que asoló el país entre 1845 y 1849, conocida como “el Holocausto irlandés”. El saldo fue de un millón de muertos y más de un millón de emigrados, lo que causó que el número de habitantes de la isla cayera entre un 20 % y un 25 %. El propio Joyce, por otra parte, sufría de reuma y andaba siempre con una papa en el bolsillo, por consejo de un tío suyo. De modo que, para entender del todo, no basta con leer todo el libro: hay que leer también sus alrededores.

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La técnica que Joyce usó como nadie a lo largo de todo el Ulises es la del monólogo interior, la representación del flujo de la conciencia de los personajes: sus pensamientos, sus recuerdos, sus asociaciones de ideas. En el capítulo dedicado al monólogo interior de su libro El arte de la ficción, el escritor británico David Lodge usa como modelo, como no podía ser de otro modo, el Ulises. Y uno de los tres fragmentos que analiza es el párrafo del capítulo 4 en donde aparece la papa.

Lodge coincide en que la dichosa papa en el bolsillo “desconcierta al lector que lee el texto por primera vez”. Pero agrega que esa es una de las claves para que el monólogo interior funcione: “Semejantes adivinanzas añaden autenticidad al método, pues es obvio que el flujo de conciencia de otra persona no puede resultarnos totalmente transparente”.
También es monólogo interior el “not there” que Bloom piensa justo antes de tocar la papa, cuando se lleva la mano al bolsillo y advierte que la llave no está. “La omisión del verbo —afirma Lodge— transmite el carácter instantáneo del descubrimiento, y el leve sentimiento de pánico que implica”.

Salas Subirat tradujo ese “not there” como “no está”, frase que no omite el verbo. ¿Es por eso menos certera la traducción? En castellano, el efecto del monólogo interior se mantiene, aunque si hemos de seguir el análisis de Lodge sería más exacta la traducción sin verbo del español José María Valverde (de 1976): “Ahí no”. En cambio el argentino Marcelo Zabaloy (en 2015) traduce: “No estaba”. Aquí el verbo no solo está explícito, sino que además se conjuga en pasado, lo cual deshace el monólogo interior: Bloom, como es obvio, piensa en tiempo presente.

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Zabaloy, por su parte, fue el primero de los traductores del Ulises a nuestro idioma que escribió papa y no patata. Hace poco le preguntaron a Concepción Company, lingüista mexicana nacida en Madrid, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, si deberían tenerse más en cuenta las variantes latinoamericanas para elaborar diccionarios y gramáticas. “Ese es el ideal —contestó ella—, y creo que estamos en el camino de mostrar la riqueza del español americano, que además aporta aproximadamente el 92 % de los nativos de lengua española”.

Al elegir un ejemplo para completar su explicación, fue como si Company recordara el talismán de Leopold Bloom: “Un peruano y un español pueden tener discusiones acaloradísimas de por qué la palabra patata aparece como primera definición y no papa. En patata se define el tubérculo y el 92 % de los hispanohablantes se sienten en segundo lugar. La gramática dice: en Perú se dice así, en Ecuador así, y en el ‘español general’ de tal modo. Pero ¿cuál es ese ‘español general’ si hay 350 millones de hispanohablantes que lo dicen de otra forma?”.

Estamos muy lejos de ser lectores perfectos. No solo por la incapacidad de intuir de inmediato una novela completa, sino porque no conocemos todos los idiomas y eso nos obliga a leer traducciones. Cada palabra tiene una determinada función en la economía del texto, y el sentido se articula sobre decisiones políticas (de política de la lengua) y sobre qué forma dar en nuestro idioma a expresiones tan breves como not there. ¿“Ahí no”? Cada vez que nos despertemos, la tensión en torno a las traducciones seguirá estando ahí, como la papa en el bolsillo de Leopold Bloom.

lunes, 10 de septiembre de 2018

"El mercado interno lo destruyeron, las exportaciones son una complicación; y aunque tenemos una actitud de sobrevivientes, de decir que tenemos que salir, estamos desconcertados, viendo para qué lado disparar..."


“Editores, libreros y distribuidores coinciden en una mirada que ya era pesimista en la Feria del Libro, y desde entonces sólo ha sumado motivos para la preocupación: ‘Aunque tenemos una actitud de sobrevivientes, estamos desconcertados’”. Tal es la bajada de la nota publicada por Silvina Friera en el diario Página 12 el pasado 8 de septiembre.

“No hay plan editorial
que resista esta crisis económica”

El derrumbe de la industria editorial se acelera por la crisis económica, la devaluación del peso, la inflación y la recesión, una combinación pesadillesca para la cadena del libro. Nadie pronunciará esta expresión, pero la sensación de editores, libreros y distribuidores es que están en terapia intensiva. “El daño ya está hecho”, dice Carlos Díaz, director editorial de Siglo XXI, diagnóstico que comparten otros editores como Leonora Djament, Juan Ignacio Boido, Damián Tabarovsky, Julio Patricio Rovelli López, Juan Manuel Pampín, Graciela Rosenberg, presidenta de la CAL; y el librero y distribuidor Gabriel Waldhuter. Si las ventas se desplomaron casi un 50 por ciento en el período 2015–2018, si el mercado interno está muy deteriorado –adjetivo menos dramático para aquellos que preservan una mínima dosis de esperanza–, la novedad de aplicar retenciones del 12 por ciento a las exportaciones de libros empeora una sobrevivencia cada vez más complicada.

El derrumbe    
Para Mardulce, cuenta el editor y escritor Damián Tabarovsky, mayo y junio estuvieron “muy amesetados, pero al menos las ventas no cayeron, lo cual a esta altura ya es medio milagroso”. “De agosto no tengo aún las cifras, pero algunos libreros ya nos fueron diciendo que son muy malas. Me niego a definir la crisis económica como una ‘corrida cambiaria’ o metáforas como ‘turbulencia’: esto es una tremenda y previsible crisis del modelo económico en vigencia. La edición tiene tiempos lentos, y si miramos entonces los últimos veinticuatro meses, veremos caídas sostenidas de las ventas y aumentos sostenidos de los costos”, advierte Tabarovsky. Julio Patricio Rovelli López, editor de El Cuenco de Plata, señala que el descenso de las ventas es una constante desde 2016. “Entre la Feria y hoy, y la crisis recién empieza, hubo un 20 por ciento de baja. Ahora bien, en un catálogo como el nuestro, dedicado a los clásicos contemporáneos, la caída más preocupante es la de las novedades: se venden cada vez menos, con lo cual el sistema de recuperación y de impresión de títulos nuevos se encuentra en jaque”. Carlos Díaz, de Siglo XXI, traza el panorama de la evolución editorial. “Hasta 2015 veníamos con un crecimiento constante, un año un poquito mejor, otro más flojo, pero siempre en niveles muy altos, hasta que en 2016 caímos; fue la primera caída. En 2017, caímos con respecto al 2016, y este año venimos cayendo con respecto al año pasado. A partir de julio, directamente fue un derrumbe, inclusive respecto a lo que venía siendo el 2018. Este derrumbe se repitió en agosto y lo más probable es que siga en septiembre. Este año no sólo ya está perdido, sino que va a ser durísimo”, subraya el editor de Siglo XXI. 

Juan Ignacio Boido, director editorial del grupo Penguin Random House, confirma que hubo una caída de las ventas en julio. “Los motivos son varios, me imagino. Hay personas que quedaron afuera del consumo. Otras, que seguramente tienen preocupaciones más urgentes y no están buscando el libro del momento o ese del que todos hablan. E incluso los lectores más feroces y persistentes, si en vez de comprar tres libros por mes pasan a comprar dos. También se siente en la venta”, sugiere Boido. Graciela Rosenberg, presidenta de la Cámara Argentina del Libro (CAL), precisa que las ventas en librerías, después de la Feria del Libro, continuaron cayendo. “Entendemos que si bien nuestro sector no tiene gran visibilidad para el común de la gente que está atravesando una caída en las ventas muy importante, en el trienio 2015–2018 la caída acumulada llega al 45 por ciento”, plantea Rosenberg. “Desde la CAL estamos notando que entre 2016 y 2017 la cantidad de novedades del sector comercial no se resintió, aunque sí cayó la tirada promedio en aproximadamente un 30 por ciento. Si hablamos de cantidad de novedades producidas en el primer semestre de 2017 contra el primer semestre 2018, la caída fue del 15 por ciento.”

Gabriel Waldhuter, que tiene la librería y distribuidora Waldhuter, revela que la caída de las ventas en librerías oscila entre un 20 y un 30 por ciento. “Las ventas caen cada vez más por el mismo motivo sobre el cual nos venimos pronunciando: la caída del consumo, el aumento de los precios de los libros, la falta de financiación sin intereses para las compras con tarjeta de crédito, los últimos aumentos de tarifas disparatados. El otro día en la presentación de la próxima Feria del Libro escuché a un funcionario decir que Netflix es la competencia del libro. No, no es la competencia, la gente no lee porque no puede comprarlos”, aclara Waldhuter. “La Feria del Libro se ha transformado con la devaluación, de ser un gran momento de ventas, superior a lo que pensábamos a pesar de la crisis de ese momento, a un hecho prácticamente ruinoso, porque a la hora de pagar la venta fue hecha a otro tipo de cambio”, analiza el distribuidor y librero. “La distribuidora se ve afectada porque vende en pesos y paga en euros o dólares, es decir sus acreencias se mantienen y su deuda crece, y naturalmente también se ve afectada por la baja de ventas en las librerías. En relación a la librería, tenemos la posibilidad que al ser especializada y con una oferta muy variada, a pesar del dólar alto, la venta se ha mantenido, con los niveles del comienzos del 2016, pero nunca se recuperó la caída del 30 por ciento”.

Juan Manuel Pampín, de la editorial Corregidor, dice que los precios de los libros nacionales aumentaron entre un 15 y un 25 por ciento. “En el caso de los grandes grupos editoriales el aumento puede llegar a un promedio de entre el 20 y el 40 por ciento”, aclara Pampín. “Realmente a esta altura es complejo saber cuánto podemos aumentar el precio de un libro. Tenemos que entender que tenemos pocas referencias sobre lo que resulta caro o barato. El común de las PYMES argentinas tenemos que sumarle a todo esto el aumento exponencial que tuvieron los servicios, alquileres y demás gastos relacionados con la comercialización”.

Cambiemos de planes
“El plan siempre está recortándose, en nuestro caso se ha reducido en un 30 por ciento la cantidad de títulos nuevos”. revela Rovelli López de El Cuenco de Plata. “Nuestro sello planifica a dos años los libros que va a publicar y no hay plan que resista esta crisis económica. Hoy sale un libro o dos por mes; antes eran tres más reimpresiones. Julio fue el primer mes en dieciséis años en que no publicamos ninguna novedad. Esperemos a largo plazo imprimir todos los bellos libros que este año tuvimos que postergar. Pagar un contrato en dólares o los derechos de autor en el extranjero es completamente irracional”. Tabarovsky explica que los tiempos de la edición son lentos. “Todavía no se percibió demasiado la devaluación, aunque no tardará en llegar bajo el modo de una profundización de la recesión. Antes de los últimos descalabros ya habíamos decidido pasar dos libros de autores importantes a marzo del año que viene, pero por una cuestión editorial: nos parece que pueden funcionar mejor en esa fecha, cerca de la Feria del Libro, cuyos costos también van en aumento. Fuera de eso, no modificamos las tiradas ni ninguna otra cosa, al menos por ahora”, aclara el editor de Mardulce. Hay editoriales a las que no les resulta tan sencillo modificar el plan, como Siglo XXI. “Cuando estás muy organizado, te cuesta cambiar el plan. Se convierte en un problema. Lo que sí estamos haciendo es ajustar las tiradas, porque si vendemos menos no tiene sentido hacer la misma cantidad de libros que hacíamos cuando estábamos en una época de prosperidad. En lugar de tiradas de 3.000 ejemplares, estamos haciendo 2.500. No tenemos margen para bajarlas más por una cuestión de escala, de precio y de presencia en el mercado”, reconoce Díaz.

“Después del verano ajustamos el plan a las expectativas y a la realidad del año”, admite Boido. “También ajustamos las tiradas a las ventas, porque preferimos reimprimir y distribuir rápido. De todos modos, hay libros que ya no se pueden importar ni imprimir acá con costos razonables, así que esos libros quedarán para más adelante, cuando sea posible”. Los libros de Penguin Random House, añade el editor, aumentaron “muy por debajo de la inflación”. “Es una tensión difícil de resolver, porque no se pueden trasladar todos los costos al precio y a la vez, eso va complicando cada vez más la situación para todos”, advierte Boido. “Si hace apenas un año y medio pensabas en una novela de 700 pesos, te parecía una locura. Hoy es una realidad”.

Llueve sobre mojado    
El incremento de precios es un tema sensible. “Entre la Feria y hoy hay un aumento del 50 por ciento en los costos –eso que la inflación en estos meses no superó el 15 por ciento–, impulsado principalmente por el papel: denunciar el carácter oligopólico y usurero de la empresa Celulosa es solo posible si decimos que lo mismo hace Molinos con el pan, entre otros productos nacionales que se venden en dólares. Todos los insumos suben de manera estrepitosa sin ningún control estatal”, denuncia Rovelli López. “Nosotros tuvimos un solo aumento del 10 por ciento; desde 2016 que tratamos de aumentar los libros cada vez menos, una a dos veces al año –como máximo tres–; perdemos, pero ganamos lectores, seguimos siendo más baratos que las multinacionales y nuestros libros son mejores”, agrega el editor de El Cuenco de Plata. “Hay días que no conseguís papel o hay papel pero no hay precio, que a esta altura, cuando estás curtido, es cuestión de esperar unos días hasta que se acomode el precio”, sintetiza Díaz. “Pero lo que termina sucediendo es que llega un momento en que te convertís casi en un ingeniero en finanzas para poder saber cuánto es el costo real de un libro. Lo que estamos haciendo es poner precios que pueda aguantar el mercado porque necesitamos que los libros sigan vendiéndose, no retroceder del lugar que ocupamos hoy en las librerías. Estas coyunturas siempre nos castigan por la forma que tenemos de comercializar los libros. Mis libros los tienen las librerías en consignación y si quiero hacer un aumento de precios, lo hago un mes más tarde; es imposible que lo haga de un día para el otro. Cuando hay estos saltos tan brutales del dólar, el perjuicio es imposible de esquivar; el daño ya está hecho”.

“Ante cada avalancha informativa sobre la crisis, hay una parálisis en las ventas, una decisión de no consumir, de no gastar. Es obvio que con la devaluación van a subir los costos de los productos dolarizados, como el papel, que se fue convirtiendo en el primer factor del precio de venta de un libro. Hoy es habitual que el costo del papel sea mayor al de una traducción o al de un anticipo a un autor”, confiesa Tabarovsky, y cuenta que incrementó los precios entre un 10 y un 15 por ciento en agosto. “Mardulce tiene una política de precios relativamente bajos; somos de las editoriales cuyos precios de venta son los más bajos del mercado. Ese posicionamiento nos impide llevar a cabo aumentos desmedidos. Pero es también una mirada política: no nos gustan los libros caros, el libro como objeto de lujo. Por supuesto que eso nos obliga a vender más para alcanzar un punto de equilibrio; en vez de vender 10 ejemplares a 500 pesos, tenemos que vender 20 a 250, situación que tiene algo de locura hoy en día...”.

El panorama se complica con las retenciones del 12 por ciento a las exportaciones. “Las retenciones están mal aplicadas y mal pensadas”, asegura Díaz. “Un sector que está muy castigado, que la única escapatoria que le queda es exportar porque el mercado interno está hecho percha, le complican la vida con esto. (Luis Miguel) Etchevehere dice que es una medida extrema y necesaria, que el país está sufriendo y además no es discriminatoria con respecto al campo porque se los pusieron a todos los productos. ¡Pero no es lo mismo Cargill o Bunge & Born que Siglo XXI o Eterna Cadencia! Nuestros niveles de exportación son paupérrimos; lo que van a recaudar es lamentable y nos complica más la vida que otra cosa. Ganar un mercado, tener presencia, es mucho más complejo que cuando vendés commodities como los granos. En la editorial estamos descolocados porque nos dejaron sin plan de acción claro. El mercado interno lo destruyeron, las exportaciones son una complicación; y aunque tenemos una actitud de sobrevivientes, de decir que tenemos que salir, estamos desconcertados, viendo para qué lado disparar... No nos quedan muchos lugares donde mirar para tratar de sacar algo bueno”.