domingo, 27 de septiembre de 2009

Un panorama desde Tenerife



El 24 de agosto pasado, La Opinión de Tenerife publicó una entrevista de Antonio G. González con la traductora del alemán Belén Santana (Las Palmas de Gran Canaria, 1975), quien además se desempeña como profesora de Traducción de la Universidad de Salamanca.

"El buen escritor se traduce solo;
traducir a uno malo es horrible"

-Poniendo como referencia al mercado editorial y al mundo literario alemán, que sería el nivel europeo más alto y que usted, además, conoce perfectamente, ¿qué opinión tiene de la presencia de la literatura europea en España?
-El mercado literario está bastante globalizado, pero en Alemania, si usamos esa referencia, se traduce mucha más literatura europea, sobre todo de lenguas minoritarias. Ellos tiene ahora un claro enfoque dirigido a los países del Este, todo lo que son las repúblicas bálticas, Polonia, por relaciones históricas. Por otra parte, en Alemania hay muchas ayudas públicas a la traducción, hay una política de promoción de la traducción de todas las lenguas, incluso exóticas. Y ya de por sí existe una gran tradición de traducción literaria. En España la presencia de las literaturas minoritarias e incluso exóticas es menor, aunque cada vez más editoriales pequeñas españolas se atreven con nuevos autores. Pero, en cualquier caso, en ambos países el mercado sigue estando dominado por la literatura en inglés.

-¿Y eso se corresponde con un criterio literario o el inglés domina solamente porque lo hace en términos de mercado?
-En términos de mercado. Y, además, al revés sucede lo contrario. Por ejemplo, en Estados Unidos el porcentaje de traducciones de otras lenguas es mínimo, es un mercado totalmente anglocéntrico.

-¿Y, por ejemplo, las literaturas hispánicas y, en concreto, la latinoamericana en Estados Unidos cómo van funcionando?
-Funcionan mejor. Ciertamente hablamos de literatura en español cuando hay que distinguir entre muchos españoles. Tanto en el mundo anglosajón como en Europa el acento está en la literatura latinoamericana, en nuevos autores de Argentina, Méjico, Colombia, etcétera... En la próxima feria del libro de Frankfurt el país invitado, de hecho, es Argentina. Eso da una idea del peso. E incluso en el mercado español muchas de las nuevas voces vienen de Latinoamérica, no tanto de España.

-De modo que la literatura europea en España es hoy en día mucho mas estándar, por decirlo así.
-Siendo un fenómeno global, insisto, el mercado español está mucho más estandarizado respecto de la presencia de literaturas extranjeras. Sus editoriales se mueven básicamente por los premios literarios, cifras de ventas (que avalan a los libros en el país de origen) y ya está.

-¿Cómo ve la creación literaria en España?
-En estos momentos, en fin, está el tópico de que en España se publica mucho y se lee poco... En este país casi cualquier puede publicar un libro, pero en cuanto a la calidad de los autores más conocidos, creo que no estamos en un gran momento. Y, por otra parte, el mercado español está muy afectado por la concentración de los grupos editoriales, en manos de los grandes medios de comunicación, lo que hace que se polarice muchísimo el panorama. Hay grandes autores que son completos desconocidos; dentro de la mal o bien llamada literatura de género -policiaca, histórica...- hay grandes nombres que apenas llegan porque no tiene a los grupos mediáticos que los apoyen. Eso hace unas décadas no era tan así. En la época de la Transición, con nuevas editoriales como fueron Tusquets o Seix Barral, eso no pasaba tanto. Ahora son poquitas las que se mantienen realmente independientes. En otros países europeos obviamente también se da esta concentración de grupos editoriales, pero los autores y las editoriales de calidad mantienen su presencia, ahí se está en un nivel superior a España.

-¿Y qué cabría decir de la presencia de escritores españoles en el mercado europeo?
-En Alemania hay autores españoles muy conocidos, y en algunos casos más conocidos que en España. Javier Marías no nos valdría como ejemplo, porque es muy conocido en España también, pero sí serían los casos de Rafael Chirbes o Javier Tomeo, que en Alemania tienen bastante repercusión. No obstante, el foco del mercado editorial alemán -que influye en toda Centro Europa- para los autores extranjeros, más allá de lo anglosajón, está puesto, como le digo, en los países del Este y Latinoamérica. Los editores alemanes son muy listos y, además, siempre ha habido un gran interés por lo ajeno.

-¿Qué le parecen la crítica que se hace en los suplementos literarios españoles?
-Personalmente creo que deja mucho que desear. Es más, a veces ni siquiera se le puede llamar crítica puesto que en la mayoría de los casos se trata de una reseña literaria en la que el crítico se limita a dar cuenta de la publicación de la obra, explica su contenido y está influido por el grupo editorial al que pertenezca el medio. En otros países la aparición de un libro de un clásico contemporáneo genera auténticos debates y polémicas. Sin ir más lejos hace poco en Alemania hubo un amplísimo debate sobre una nueva traducción de Moby Dick.

-No suele haber en la crítica española inserción de la obra reseñada en el movimiento de la literatura, es mera autoreferencia.
-Exacto, es una autoreferencia. Hombre, mejor eso que nada, pero cuando uno busca un poco más en una crítica literaria raras veces lo encuentra. Por no hablar de la traducción, que ya ni se menciona.

-¿Cuál es el estado de la traducción literaria en España?
-Yo pertenezco a una generación intermedia de traductores españoles y, por lo que cuentan los mayores, la situación de la traducción ha mejorado mucho en los últimos diez años. Hasta hace poco el nombre de los traductores ni siquiera aparecía; ahora no sólo está por ley en los crédito sino que hay editoriales que lo colocan incluso en portada, lo que en países como Japón es lo habitual. Una de las razones de la mejora ha sido el movimiento asociativo de los traductores literarios, que ha sido muy activo, aunque queda mucho por hacer respecto de derechos de autor, tarifas, contratos a terceros, en fin...

-¿Y las editoriales saben distinguir al buen traductor, aciertan con sus criterios de valoración?
-Ésa es la pregunta del millón. Como en todo, funcionan mucho los contactos. Es frecuente que si un editor de mesa cambia de editorial se lleve a sus traductores con él. Yo he tenido todo tipo de experiencias. Con el último libro que traduje (La mujer del mediodía, de Julia Franck, gran revelación de la literatura alemana, Tusquets, 2009) tuve la suerte de que el editor sabía alemán, con lo que pudimos conversar sobre todo tipo de matices. No es ésa la norma y, aunque las cosas hayan mejorado, tengo un compañero que dice algo crudo: que si las editoriales pudieran eliminarnos, lo harían.

-Pues sin la traducción no existiría la literatura universal.
-Sin duda. No la habría.

-Bien, sitúenos a Julia Franck, última autora que ha traducido.
-Pues es una autora muy joven, nacida en 1970. Y, a pesar de ello, tiene una trayectoria bastante larga. Empezó con relatos, y fue encuadrada en la mal llamada literatura femenina, con las críticas que eso conlleva. Con el salto a la novela se ha atrevido a abordar grandes temas del pasado y el presente de Alemania. Ha escrito sobre las dos alemanias, las migraciones internas tras la reunificación, cómo sigue habiendo un muro interno entre los alemanes, lo que es desconocido incluso para muchos alemanes; y en su ultimo libro Franck aborda el pasado nazi. Algunos críticos la sitúan como la sucesora de Günter Grass. Quizás sea exagerado pero está claro que es una de las grandes voces actuales, y más a raíz de otorgársele en 2007 el premio de los editores y libreros alemanes, que es un premio reciente pero que tiene gran proyección.

-¿Cuál es el esbozo básico de la literatura alemana actual?
-Bueno, Julia Franck, por ejemplo, forma parte de una nueva generación, con Uwe Tellkamp, Ingo Schulze o Daniel Kehlmann, que convive con clásicos como Grass, Martin Walser o Monica Maron, pero que tratan de desmarcarse un poco de esa imagen de la literatura alemana como algo denso, duro, incluso negro, tanto en el tema como en la forma, aunque tampoco es que sean grandes humoristas (risas) y, desde luego, sin dejar por ello de abordar cuestiones mayores, lo que resulta muy interesante. La literatura alemana está en un gran momento, aunque se insiste en que sigue pendiente la gran obra sobre la reunificación del país... Y, por último, otra dimensión de ésta serían aquellos autores, más bien jóvenes, que son hijos de inmigrantes, sobre todo de países como Turquía, como la escritora Emine Segvi Özdamar, recién traducida por Miguel Sáenz además, pero también hay una autora como Terezia Mora, que es húngara pero escribe en alemán, en fin, es un fenómeno apasionante el de la segunda cultura o la biculturalidad.

-Usted ha traducido ya varios libros de Franck. ¿Qué tal es ella?
-Es encantadora, mucho menos oscura que lo que escribe (risas). No es poco importante la relación entre autor y traductor, es un asunto incluso planteado en teoría de la traducción analizar cómo se traduce, por ejemplo, a un autor al que no se soporta, pero con el que uno debe relacionarse... claro está que yo soy un caso singular en tanto en cuanto, como no me dedico exclusivamente a la traducción literaria, tengo la suerte de que más o menos puedo elegir lo que traduzco, lo que no siempre es el caso. Es una decisión, si se quiere, de corte profesional y existencial, que tomé en su momento: tener mi fuente de ingresos en otra disciplina para que la traducción literaria sea un hobby de lujo, me gusta definirla así. En todo caso, el buen escritor se traduce sólo en el sentido de que fluye, mientras que traducir a un mal escritor es horrible, pues el traductor es el que mira detrás del escenario, accede a la tramoya del libro y ve cómo está. Se trata de un doble movimiento: hay que ver cómo está construida la ficción para luego volver a construirla. En la traducción se pierde un poco la inocencia respecto de cada obra.

-¿Y a qué otros autores ha disfrutado más usted traduciendo?
-Casi diría que a todos a los que he traducido, aunque también he tenido suerte, porque las editoriales me han respetado. Yo citaría, por ejemplo, un libro de no ficción, de un periodista, Sebastian Haffner (Memorias de un alemán, Destino, 2006), que me resultó apasionante. Son sus recuerdos personales entre 1914 y 1933, hasta la llegada de Hitler al poder. Es de los que más orgullosa estoy, sin ser literatura propiamente y sin que el autor sea un gran estilista, aunque a veces se las quiera dar de ello, como imagino que pasa con otros periodistas. Aprendí muchísimo, sobre todo de la lucidez y la clarividencia de Haffner respecto a lo que se avecinaba en Alemania entonces. No los quiso publicar en vida y murió un año antes de que yo lo tradujera. Luego, por ejemplo, La señorita Stark (Tropismos, 2005), del escritor suizo Thomas Hürlimann, fue un ejercicio de barroquismo lingüístico total y absoluto, el autor lo reconoce, un ejercicio de estilo en el que el escritor se recrea en las palabras y en la sintaxis partiendo de una historia pequeña, pero bonita. Me interesó mucho también 33 momentos de felicidad (Destino, 2008), de Ingo Schulze; y, por supuesto, el otro libro de Julia Franck que he traducido, Zona de Tránsito (Tusquets, 2007), que de libro en libro es una escritora totalmente distinta.

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