miércoles, 23 de septiembre de 2009

Una charla con Ricardo Silva Santisteban


También de la revista virtual peruana El hablador, una entrevista de José Carlos Picón con Ricardo Silva Santisteban, catedrático, poeta, traductor y editor

"Acá se piensa que los lectores
tienen mentes minusválidas"


–¿Qué significado tiene la traducción poética para usted?
–La traducción es una ampliación, una extensión del lenguaje poético. Si bien las he realizado, también he traducido prosistas: James Joyce, Mallarmé en el caso del conjunto Divagaciones; en este momento lo estoy haciendo con unos relatos de Gerard de Nerval, que es un prosista singular, narrador muy “sui generis”. Pero también la traducción que más me interesa es la poética; traducir poetas y traducirlos en verso. Si son en verso medido hacerlo en verso medido.

–¿Realiza esta tarea a la luz de alguna concepción teórica?
–A mí la verdad que la teoría no me interesa mucho en nada. Por ejemplo, para traducir una novela no se necesita una teoría. Más bien de lo que hablaría es de una poética como cuando se escribe poesía y que es una suerte de sustento teórico. He fijado mi propia poética. Un poeta que escribe en verso libre no va a ser traducido en verso medido ni viceversa. Trato de buscar aproximaciones tanto en la métrica como en el verso libre.

–¿Cuáles son, en ese sentido, los poetas que más le han exigido?
–El más exigente y difícil ha sido Mallarmé.

–¿Por qué?
–Cuando era colegial ya leía poesía en traducciones. Recuerdo que leí Las Flores del Mal (Baudelaire) porque le pedí a mi hermano el volumen. Asimismo, leí a muchos otros como los poetas griegos, gracias a que encontraba sus nombres en libros de historia de la Literatura. Pero en el caso de Mallarmé no había traducciones. Llegué a Mallarmé por un fragmento en una antología de Enrique Diez-Canedo que se llama Del Romanticismo al Superrealismo, y me gustó mucho, era un libro al que acudía siempre. Mi búsqueda de libros de Mallarmé a raíz del hallazgo fue infructuosa. Mi primera idea fue entonces, mientras iba familiarizándome con el idioma francés, traducir lo no traducido de Mallarmé. Comencé por los poemas más difíciles porque no estaban en castellano.

–Por una necesidad…
–Casi siempre traducía poetas de los que no encontraba traducciones o cuyas traducciones no me satisfacían.

–¿Cómo hace, quien traduce, para transferir al castellano un poema sin quitarle la intensidad o disminuirla?
–Cuando uno traduce sabe desde el comienzo que algo se va a perder. Lo que se hace es procurar que se pierda lo menos posible. Por ejemplo, y creo que la comparación es pertinente, cuando uno tiene que pasar un líquido de un envase a otro, y el orificio es muy pequeño, sabemos que algo se va a caer. Porque en realidad la traducción es un transvase. Eso hay que tenerlo presente ya que es imposible mejorar un poema. Una traducción no puede ser superior al original. Si en el proceso creativo el escritor no puede verter todo lo que tiene en la mente o siente en el papel, en la traducción ocurre algo similar.

–Entonces ¿se puede hablar de la traducción como un acto creativo? ¿Hay un aporte del traductor?
–Claro, tiene que haber un aporte. Por ejemplo, hay varias traducciones de un mismo poema. Algunas deparan un gusto tremendo, sin embargo otras dan la sensación, al leerla de que estamos quedando medio empantanados. Sucede con Divina Comedia por ejemplo. Hay algunas en las que no fluyes. En otras el lector se siente más cómodo. Muchas traducciones se realizan por un asunto económico. Hay editoriales que quieren publicar a determinado autor y encargan una traducción que les va a costar dinero, y estas se realizan por ese ánimo lucrativo. Por ejemplo, en estas colecciones de clásicos; todo el mundo tiene su Ilíada, su Hamlet. Pero hay algunas que no compiten con otras. Lo que pasa es que estas traducciones se realizan por encargo. Cuántas versiones de Hamlet se han hecho, incluso unas muy modernas. Cátedra, Norma, Espasa Calpe tienen traducciones de Shakespeare pero hay unas que están hechas con mayor rigurosidad, inspiración.

–¿Cuál es la primera decisión que toma un traductor frente a una obra para ser traducida?
–Esta decisión es muy variada. Por ejemplo, si yo viviera en España me encargarían algunas traducciones. Pero estando aquí en el Perú, donde no tenemos editoriales, tomando en cuenta que es un país en el que publicamos precariamente y muy pocos ejemplares, la cuestión es más difícil. A veces me llaman del extranjero y me han pedido una traducción. Una vez me llamaron para traducir Antonio y Cleopatra de Shakespeare, una de las más largas del genio inglés, pero me ponían un plazo que era muy breve, año y medio; justo en ese momento estaba con mucho trabajo editando el Teatro Peruano. No pude aceptar. Yo no pienso en el dinero en lo que a traducciones se refiere mas sí en el texto y en la oportunidad de que se publique en el algún momento.

–¿Y frente al texto?
–Si no es un autor que no haya frecuentado mucho, o que no conozca, simplemente no lo acepto. Pero hay autores u obras que, pienso, deben traducirse. Con Mallarmé terminé con la obra poética, luego comencé a trabajar con los poemas en prosa; y cuando me dieron una beca en Francia para traducirlo por invitación de la embajada, no dudé. Viajé a Francia y traduje Divagaciones y otras prosas, y la segunda vez que me dieron la beca traduje la Correspondencia que es tan interesante desde el punto de vista de la teoría poética. En otros casos optaba por textos que no estaban traducidos al castellano como Prometeo libertado de Shelley. Asimismo, uno opta por poemas que lee y quiere traducir; y por otro lado, también he traducido pensando en clases que tengo que brindar. De esta manera fui traduciendo una serie de prosas de los románticos franceses que no estaban traducidos aún.

–¿Cómo afronta la traducción frente a concepciones metafísicas o estímulos plásticos particulares de determinado autor? ¿Cómo se afrontan los localismos, por ejemplo?
–Para eso están los diccionarios. Además cada autor tiene dificultades diferentes. En el caso de Mallarmé la gran dificultad fue la sintaxis. Cohon, un gran crítico norteamericano tradujo a Mallarmé y decía que lo había leído durante 50 años, sin embargo “no lograba entenderlo”. En ocasiones acudía a traducciones en otras lenguas. Por ejemplo, en Mallarmé acudí a una traducción al inglés de Cohon, él explicaba el contexto. Consultaba y cotejaba con su versión. Para Prometeo libertado de Shelley consulté la versión francesa. Uno consulta con el objeto de verificar, sobre todo porque pueden haber elementos muy complejos. A veces puede haber problemas de palabras. Ahora, traduciendo a Nerval, una obra llamada La mano encantada, que transcurre en el siglo XVII me encuentro con que el autor utiliza palabras del argot francés, e incluso a veces utiliza términos antiguos que datan de la escritura de Rabelais. Los nombres de las personas los dejo en el idioma original. Sin embargo, en el caso de los juegos de palabras busco aproximaciones, trato de acercarme al juego fonético. Trato de mantener los juegos si es que se puede. En el caso de Joyce sufrí mucho puesto que había deformaciones de palabras y neologismos.

–¿Ha traducido poesía con métrica y rima?
–Lo hice con El barco ebrio de Rimbaud, por ejemplo. Una vez por pedido, la Embajada de Brasil, me invitó a traducir a los poetas coloniales de ese país. Debía conservar la rima. Hay palabras difíciles, en estos casos, pero el traductor debe buscar formas, recursos.

–¿Hay tradición de traductores en el Perú?
–Al castellano se han traducido muchos poetas. En el Perú hay varios traductores que sin embargo no han traducido libros completos. En otros países la traducción está mucho más fuerte, está más arraigado este trabajo. Pero hay escritores que se han dedicado a traducir mucho, por ejemplo, Javier Sologuren. Yo recuerdo una vez que Javier y yo nos despedimos un sábado y me contaba que estaba traduciendo un libro de poetas árabes. Los traducía del francés. Javier tenía muchos libros de potas extranjeros traducidos al francés. Uno que tenía de poetas persas me ayudó a traducir el Rubaiyat. Definitivamente, la rigurosidad de Javier hacía que logre comprimir las lenguas para llegar a los endecasílabos o alejandrinos de la lengua original. Se supone que la traducción en verso debe ser perfecta porque a la hora de la lectura si tiene menos o más versos suena mal. Javier se preocupaba mucho por esto.

–¿Cuál sería el grado de desarrollo de la traducción literaria en el Perú?
–Hay personas que han traducido mucho. Sologuren es uno de estos casos, otro por ejemplo, es Renato Sandoval. Lo que falta es la invitación para hacer algunas traducciones. Me acuerdo de un profesor de la Universidad de Ricardo Palma que tradujo El robo del bucle de Alexander Pope, y previamente me había regalado un librito suyo con una serie de traducciones que leí con mucha atención dándome cuenta de que mantenía los versos, desplegaba una traducción muy cuidada. Lo invite a que tradujera a este poeta del siglo XVIII. Se demoró, pero lo hizo. Es que no todo el mundo se pone a traducir para después buscar editor. Hay una predisposición, a veces el que escribe un poema lo hace por una necesidad íntima, y en el caso de la traducción es parecido, en ocasiones. Un problema actual para la traducción literaria y para la creación en general es que no hay espacios adecuados. Ahora no hay revistas o periódicos en el que uno pueda publicar sus trabajos. Son muy contados los casos. Por ejemplo, cuando murió Ezra Pound llamé a José Miguel Oviedo diciéndole que tenía los últimos Cantares para ser publicados. En una época, en lo que a espacios para la creación se refiere, El Dominical de El Comercio tenía una página Poetas del Perú de hoy en la que se editaban textos de escritores actuales. Ahora incluso para las reseñas de libros los diarios son recelosos. Parece que la gente quiere leer menos. En España y en Argentina hay suplementos especializados. Aquí se piensa que los lectores o las audiencias —en el caso de la radio y la TV— son de mentes minusválidas.

–¿Cabe hablar de una profesionalización de la traducción literaria?
–En la actualidad hay escuelas universitarias de traducción en la Unifé y la Universidad Ricardo Palma. Están orientadas al uso comercial. Pero si los estudiantes tuvieran posibilidades de optar por un magíster o doctorado, se podría despejar la condición huérfana de la traducción literaria. Y ese es el defecto, porque en estas escuelas se aprenden técnicas de traducción. Gente interesada hay, yo lo he visto. Sin embargo, en las currícula y/o sílabus no hay nada sobre traducción literaria, peor aún si se trata de traducir en verso. Y esto es penoso. Podría haber una especialización. Por ejemplo, conocí en la Ricardo Palma muchachos que admiraban mucho a Joyce. Quizás implementar seminarios en los que los chicos traduzcan textos literarios que les interesen sería una salida. Incluso podrían ser hasta sus trabajos de titulación. Una vez fui a un congreso de traductores en México y me sorprendió de los jóvenes su conocimiento sobre versificación. Eso aquí nos hace mucha falta.

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